VEINTIUNO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por universoonanista.blo.
Apretó el botón de las luces de emergencia y apagó la radio. Estaba delante del bar donde había quedado con una de sus compañeras de clase, de EGB. Merche la había localizado a través de una de tantas redes sociales donde Daniela tenía su perfil y, tras muchos días del reiterado “a ver si nos vemos” y luego nada, se habían decidido a quedar.
Pensó que tenía que aparcar, se había detenido sólo para asegurarse de que estaba en el veinticuatro de la calle Clarà tal como había quedado con su amiga. Echó un vistazo dentro del bar por si ya hubiera llegado pero como no la localizó se puso a buscar aparcamiento, algo todo sea dicho, bastante difícil en Barcelona a las siete de la tarde.
La verdad es que no tenía muchas ganas de hablar, se cuestionaba si Merche y ella habían elegido un buen día para verse después de tanto tiempo, con tantas cosas que contarse. Por eso, cuando su amiga llamó para anular la cita porque le había “surgido un imprevisto”, Dani tuvo que afinar sus dotes de actriz para que Merche no notara que, en realidad, le acababa de quitar un peso de encima.
Ya había aparcado, así que decidió ir sola al mismo bar a tomar un té con hielo. Adoraba el té verde caliente en invierno y con mucho hielo en verano. Daniela era una persona sociable, le gustaba la gente pero necesitaba ratitos para estar consigo misma, se encontraba a gusto comiendo sola, tomando algo en un bar mientras leía el diario e incluso en el cine viendo un estreno y atiborrándose de palomitas y chuches. Por lo que en esta ocasión estaba disfrutando al máximo su oficial “plantón”.
En el diario local que tenía en la mano aparecía una publicidad sobre un gimnasio y se acordó de Fernando, un ex de la universidad que se había embarcado en la aventura de montar un gimnasio justo cuando ella le dejó. Estuvieron juntos unos ocho meses hasta que él quiso ir más en serio y Dani se agobió, necesitó aire para respirar y lo encontró en un compañero de trabajo… Algo que, como es lógico, sentó muy mal a Fernando pero que más tarde pudo entender. Ella era así, libre como un pájaro. Una ola en la que surfear sin perder un minuto porque en cualquier momento desaparece, fundida con el mar.
Sacó el móvil, casi sin pensar y marcó su número, le apetecía saludarle. La voz grabada de la operadora anunciaba que el teléfono estaba “apagado o fuera de cobertura en este momento” y desistió porque ni siquiera sabía a ciencia cierta que Fernando mantuviera su número y, de ser así ¿qué posibilidades había de que se alegrara de oír su voz?
El té calmó su sed y disfrutó de un rato de lectura contaminado por el ruido de las tragaperras del bar, qué le vamos a hacer. Cuando su móvil sonó anunciando que quien llamaba era Fer, se encontraba pagando en la barra.
– Buenas tardes, tengo una llamada perdida de este número ¿quién es?
– Feeeer! Soy Dani ¿ya no tienes mi número grabado? Vaya… debo de ser muy mala en la cama… – Ironizó Daniela.
– ¡Princesaaaaaaa! ¡Qué ilusión escucharte! ¿Qué es de tu vida? ¿Te casaste? ¿Eres mamá?
– Bueno – aclaró Dani – Sabes que nunca he sido muy convencional en mis relaciones… Para ser exactos, ¡sigo en el mercado! – Bromeó. ¿Y tú?
– Aún no soy papá pero estamos en ello, me casé con Carla Mir, de tu clase ¿la recuerdas?
– ¡Cómo no! – Falseó Daniela. (No podría olvidar a esa estirada aunque quisiera, no la había soportado nunca…) ¿Sigues con el gimnasio?
– Sí, me va muy bien. Hemos ampliado nuestras instalaciones, estamos en el mismo barrio pero dos calles más abajo, en calle Clarà.
– ¿Clarà? ¡Es justo donde me encuentro! – Se sorprendió Dani.
– ¡Será verdad! – Exclamó Fer – Pues ya tardas en pasarte, muñeca, necesito que me des un achuchón si es que quieres que me grabe de nuevo tu número de móvil – Bromeó.
En dos minutos de reloj estaba en la puerta, Fer la esperaba en recepción.
– ¡No has cambiado nada! ¡Estás guapísima!– Dijo utilizando el tópico por excelencia de los encuentros con compañeros del “cole”.
Daniela realmente se conservaba muy bien. Él, sin embargo, estaba más gordo y con alguna cana, aunque seguía siendo un hombre muy atractivo. Le pareció paradójico que siendo propietario de un gimnasio no tuviera un cuerpo a lo Schwarzenegger y en lugar de abdominales tuviese una incipiente barriguita “cervecera”. Pero ya se sabe que en casa del herrero…
Eran casi las ocho y Fer le dijo que no podría cenar con ella porque tenía una cena familiar, celebraban el cumpleaños de su hermano, que cumplía veintiuno.
– No te preocupes Fer, me alegro de haberte visto. Otro día vendré preparada para meterme en el jacuzzi ¡no sabes cuánto me apetece!
– ¿Y por qué otro día? Puedo dejarte unas chanclas y una toalla.
– Pero no tengo bañador ¡no pensaba encontrarme hoy contigo! – rió Dani.
– Hagamos una cosa: vuelve a las nueve que es cuando cerramos, yo me voy a cenar y te dejo aquí unas horitas para que disfrutes de todo, piscina, sauna, jacuzzi, lo que quieras. No hace falta que tengas bañador… Cuando acabe de cenar vengo a cerrar y te traigo algo de comer, seguro que tendrás hambre después de nadar y relajarte ¿Qué te parece?
– Pues me parece… un sueño! Eso es lo que me parece, Fer. Todo el gimnasio para mí solita… ¡Genial! ¿Qué puedo decirte?
Fer tenía cosas que hacer hasta las nueve así que Dani le dejó para que acabara su jornada. Se fue a caminar un rato mientras pensaba cómo había cambiado su tarde. De asistir a un reencuentro que no le acababa de apetecer a tener a su disposición el gimnasio más “chic” de Barcelona. Un sueño, como bien dijo.
A cada brazada su cuerpo era tibiamente acariciado por el agua de la piscina. Sabía nadar muy bien y tenía una espalda ancha, casi de nadadora profesional. Le encantaba el agua. Y más si era caliente y más si estaba sola y desnuda. Nadó hasta agotarse. Antes de la piscina había estado en la sala de máquinas aunque no quiso abusar para no tener agujetas porque últimamente no hacía demasiado ejercicio. Se sentía a gusto allí, lo estaba disfrutando.
Una vez en el jacuzzi, con el agua aún más calentita, se relajó. Enfrente de ella el reloj marcaba las once menos cuarto. Suponía que Fer estaría al caer pero no tenía prisa.
Siempre le habían gustado las cosquillas que hacían las burbujas del jacuzzi, hoy no llevaba bañador y las notaba aún más. Se movía de un lado a otro probando los diferentes chorros y se abría de piernas notando la fuerza del agua sobre su clítoris, cuantos más probaba más le gustaban. Todos eran diferentes, todos estimulantes.
Pensó que acabar este viernes masturbándose en el jacuzzi era poner la guinda a toda la semana y empezó a tocarse, cerró los ojos. Aún dentro del agua, Dani era capaz de notar su humedad pegajosa, el flujo de su sexo. Gimió y abrió aún más las piernas, las burbujas alborotaban a su alrededor, se diría que el agua hervía y no era de extrañar porque Daniela estaba ya muy caliente. Se miró las tetas, sus pezones apuntaban no al cielo sino más arriba, erguidos y vivos, coronaban sus pechos a modo de bandera de una tierra tantas veces conquistada. Estaba a mil, acabaría enseguida…
Un ruido la distrajo y enfrente de ella, bajo el reloj vio a alguien, una figura desconocida pero al tiempo familiar. Darío, el hermano de Fer, en bañador le traía la cena. ¡Cómo había crecido! Pensó. Pero enseguida reparó en que había algo más que había crecido, tanto, que empezaba a asomar por su bañador…
– Mi… mi hermano viene enseguida, me ha pedido que te traiga esto – balbuceó enseñando la bolsa con la comida.
Y mirando al suelo añadió:
– A la pregunta de cuánto tiempo llevo aquí, por si la haces, te diré que bastante… el suficiente…
Dani se ruborizó un poco pero enseguida se relajó. El comportamiento de Darío, tímido pero muy excitado le encantó. Él tenía un cuerpo musculado, veintiún añitos y las hormonas descontroladas y ella estaba muy cachonda. Le hizo un gesto y Darío entendió perfectamente lo que quería. Dani no dijo nada. Él empezó una frase cuando ella le interrumpió:
– Tranquilo, tu hermano se unirá a nosotros.
Fer no se sorprendió por la escena que encontró, es más, la anticipaba puesto que conocía muy bien a Daniela. Ella era puro fuego, una chica que aceptaba el sexo con naturalidad, sin tabúes, como pocas personas.
Estaba de espaldas a su hermano, inclinada apoyándose en el borde del jacuzzi, ofreciendo a Darío su grupa de forma generosa. Fer sabía muy bien lo que estaba sintiendo su hermano en ese momento. A cada embestida, aumentaba el ritmo y la intensidad. Ella, miraba fijamente a Fernando, lasciva, siguió todos sus movimientos sin decir nada hasta que éste se acercó a ellos.
Darío terminó rápido, era joven y aún tenía mucho que aprender, pero a Daniela no le importó porque le excitaba todo cuanto estaba sucediendo. Fer rodeó a Dani, la colocó suavemente de espaldas delante de él y dijo:
– Es mi turno, hermanito, voy a follármela.
Ella no dijo nada, se limitó a sentir y disfrutar de las conocidas caricias, de las manos expertas que tan bien conocían su cuerpo. Desde atrás Fernando levantó una pierna a Daniela y la apoyó contra el borde del jacuzzi. Con una mano agarró su pene y la penetró sin piedad, sin modales, se la metió entera mientras un gemido medio ahogado salía de la boca de ella. Adoraba ese momento, cuando la penetraba y sentía todo su deseo, su falo poderoso, caliente. Daniela gemía, se estremecía y Fer ordenó a su hermano:
– Chúpale el coño.
Darío se colocó agachado delante de ella, la visión de aquél coño rasuradito con apenas una línea de vello adornando el pubis, de labios hinchados, y tono rosado, le había provocado otra erección. ¡Su clítoris es enorme! – pensó. Y empezó a chupar volviendo loca a Daniela que le pedía:
– No pares de lamer…
El hecho de imaginar la escena de la que era protagonista llevaba a Daniela al límite. Fer desde atrás, penetrándola y Darío delante, chupando, saboreando los fluidos del placer de ambos. Más que suficiente para correrse. Un segundo más tarde llegaba el orgasmo. Los espasmos involuntarios de su vagina sobre el pene de Fer, provocaron que éste se corriera dentro de ella, desbordándose, mezclando su semen con el que había dejado su hermano. Exhaustos, sudados, agotados, se sentaron en el agua que ahora parecía haberse enfriado, tal era la temperatura de sus cuerpos.
Darío se dirigió hacia una de las bolsas que había traído y preparó tres copas de cava.
– Vamos a celebrarlo – dijo. Sacó también un trozo de tarta y dos velas una con el número dos y la otra con el uno.
– Veintiún añitos… – Dijo Daniela, pensativa. Fernando se incorporó a recoger su copa y los tres se miraron, hubo una pausa, un silencio finalmente roto por Darío que dijo:
– Veintiuno… o tres… dos y uno, ¡tres!… Y brindaron por su reencuentro.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!