AMOR EN EL TAXI
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Soy madre, de apenas 32 años de edad y ya con una bella hija de 12 años. Ya saben, las hormonas y la oportunidad me hicieron “encargar” a mi bebita. Mi marido no se diferencia del resto de los machos de este planeta. Pero esta no es la historia que quiero relatar. En este mundo de cruel neoliberalismo me vi obligada a aceptar el trabajo de taxista en la ciudad de México. El desempleo, la necesidad de mantener a la niña, y el ofrecimiento de un amigo de mi hermano para que tripulara un taxi me llevaron a sentarme los días completos tras el volante del “vocho”. [Aquí llamamos así a los fantásticos Wolswaguen, la última trinchera es precisamente servir de taxis, además, fabulosos taxis]. Pues bien, dentro de él se dieron los bellos hechos a relatar: me transformaron de manera increíble.
El “vocho” se acondicionó para el servicio retirando el asiento delantero del copiloto para que los pasajeros pasen al asiento de atrás. Esa tarde, hará unos seis meses, transcurría por una de las calles apartadas del sur de la ciudad cuando una joven, 18 años, me hizo la parada. Hola, dijo al subir. Sonreí al contestar, Hola, dije, y vi los ojos de la chica posarse en mis muslos desnudos, siempre uso minifaldas. Hasta esa tarde me di cuenta de cómo exhibía los muslos, incluso hice el propósito de ponerme pantalones o, al menos, vestir faldas más largas. A pesar de eso no había tenido incidentes desagradables no obstante haber transportado ya a cientos de hombres y mujeres de diferentes edades y condiciones.
Una vez instalada la chica, hice la típica pregunta: ¿A dónde?, la vi por espejo, sonreía agradablemente, y dijo: Uyyyyyyy, la verdad bien lejos. Dio un domicilio en el extremo (norte) de la ciudad. A nosotros los taxistas nos es conveniente este tipo de viajes pues la cifra a cobrar es de consideración para “la cuenta” (pagar la cuota al dueño del taxi) según decimos. La chica, con su bella sonrisa permanente, siguió: Oye, dijo, ¿no es mucha bronca andar en el taxi?, Pues sí, más que nada por el trabajo, digo, andar el día entero en esto, no creas, es bien cansado. Por lo demás, no es tanta bronca… ya sé, lo dices porque soy mujer, y es bien raro que las mujeres anden en este trabajo; pero, qué quieres, la necesidad es la necesidad. Yo misma me sorprendí por la soltura de la plática, nunca acostumbro charlar con el pasaje; me dijeron que eso era peligroso, no sé por qué, pero eso dicen.
Seguimos comentando cosas por varios minutos antes de la pregunta: ¿Eres soltera?, Para nada, tengo marido y una hija. Órale, dijo, no te ves así, digo, casada…, por desgracia también estoy casada, y por fortuna todavía sin hijos. Me sorprendí, ella tampoco se “veía casada”, reí y dije: Pues tú tampoco te “ves” casada. Oye, dijo, yo creo que aquí, digo, en el taxi, se te avientan los chavos, ¿no? No, para nada… claro, los pongo a distancia, el trabajo es el trabajo, les digo a algunos que intentan entablar conversación; en general se callan, y no hay tos. Otro, pocos la verdad, si no entienden, paro el carro y les pido bajar, claro, donde esté una patrulla por aquello de no te entumas [risas de las dos] Pues estás bien guapa, amiga… tienes unos muslos fantásticos, muy lindos la verdad. Me sacó de onda, la vi por el espejo; su sonrisa tenía un dejo de seducción. ¡Ora, no le hagas!, dije en el primer impulso. A pesar de la respuesta automática, mi cuerpo, para mi enorme asombro, reaccionó en forma desacostumbrada, estremecido por las claras implicaciones de la inusual afirmación sobre mis muslos.
No te espantes, dijo, no soy de esas… no quiere decir que… pues sí, tus muslos no pueden pasar desapercibidos, la verdad, insisto, son bien lindos. Mi cuerpo continuó su inédita reacción, incluso sentí escozor en los pezones. Con sorpresa me escuché decir: ¿Te gustan las mujeres?, La verdad no, dijo, hasta este momento me fijé, digo, en muslos de una mujer… Se veía turbada, igual a mí. Todavía más, eres bien linda, dijo luego de un suspiro, y siguió: La verdad, no te espantes… quisiera decir lo que siento sin arrugues ni mala onda, ¿sale? El tráfico había dejado de existir, sólo tenía la atención puesta en los ojos de la joven en el espejo; gracias a mi habilidad para el manejo no tuvimos un accidente. Siguió: Mira, la neta, el puto de mi marido no me… llena… a lo mejor por eso estoy viendo… pues sí, “moros con tranchete”, digo, vi tus muslos al abrir la puerta, y… cámara, no sé, los vi… me gustaron, y… pues sí, tus muslos me sacaron de onda, digo, para bien, digo, buena vibra, la neta. [Jerga de la juventud del momento]
Los titubeos de la chica indicaban su turbación y desconcierto. Sin explicación cuerda, mi respiración se agitaba, mi boca callaba; no sabía qué decir, incluso mi experiencia con los hombres no venía en mi auxilio para, desde ya, pedirle que dejara de hablar o descendiera del taxi. La escuché continuar: Lo peor, peor, hace rato me encontré con un compañero de escuela; cámara, me dio un faje de poca madre… a lo mejor me dejó… no a lo mejor, el cabrón me dejó plancha de restorán, bien caliente, a lo mejor por eso… vi tus muslos… antojables la verdad. Pero no quiero ser dispareja, ¿quieres ver mis muslos?, a lo mejor no son tan lindos como los tuyos, pero, la verdad, también los tengo bellos los cabrones… y mira nada más lo que la calentura me hace hacer…
Hasta me contraje, y pisé el freno, aunque momentáneamente; la vi en el espejo, sonreía lánguida, como si en realidad estuviera caliente, excitada. Dijo:
Pon el espejo acá, así los ves, ¿sale?, no sea y choquemos.
Sentí cosquilleo en la mano derecha casi decidida a hacer lo que la jovencita pedía; en ese momento vi su rostro completo, fue otro estímulo increíble: era hermosa la chica, además, pensé, atractiva en el sentido sexual de la atracción. No podía hablar, mi mano siguió en la palanca de velocidades. Entonces la chiquilla rió con fuerza, la vi mover los brazos, aunque no me era posible ver el movimiento de las manos, se adivinaba que subía la faldita, al menos eso pensé y, claro, así era. La neta, la escuché decir, por el espejo no vas a ver bien a bien mis lindos muslos… te insisto, no es mala onda… pos sí, creo que es una forma de bajarme la fiebre; mejor, se puede [hablando para ella misma] los preciosos ojos desaparecieron de mi ángulo de visión por el retrovisor, y ya la chamaca estaba sentada en el piso del auto precisamente donde debía estar el asiento faltante; cámara, decía así, tenía la falda recogida y subida hasta el abdomen; sus lindos muslos eran visibles a cabalidad, estaban abiertos por completo, además, Dios santo, las pantaletas de la muchacha atrajeron mi mirada: se veían pelitos por la transparencia de la tela.
¿Verdad que son lindos mis muslos?, dijo con la respiración agitada y una de las manos acariciando el muslo. Niña, por favor, atiné a decir con el aumento geométrico de estremecimientos corporales y, mucho peor, el endurecimiento de pezones, signo indudable, para mí, de la excitación sexual en ascenso. Seguí: Deja de hacer cosas… podemos chocar. Ella, recargada con la espalda en la puerta, sonreía sin dejar de acariciar su muslo; la mano casi llegaba a la tenue pantaleta, y, Dios, imaginé la humedad en la entrepierna de la muchacha. ¿No quieres tocarlos?, dijo, y yo, casi en el pánico, jadeé, me doblé sobre el volante y casi me voy sobre el auto de adelante. Si tú no los tocas pues… yo sí toco los tuyos, ¿sale?, ahora gemí presintiendo la mano de la chamaca en mis muslos, hasta intenté retirarlos del alcance de la bella niña, movimiento inútil, por supuesto.
Nada hacía para suspender el tremendísimo proceso desatado por la increíble jovencita; me asombraba mi conducta, a más de hacerme sentir culpable de no sabía qué. Vi mis muslos, mi falda ya en las ricas ingles; era natural, manejando la falda se sube, vi a la chica encogiendo sus en verdad lindos muslos para poder acercarse a mi asiento y a mis gruesos muslos. Mis pezones eran remaches ardientes, el sudor cubría mi rostro, mi lindo culo se apretaba como queriendo apretar más los muslos que no podían hacerlo más. La mano llegó a mi muslo; la tibieza de la mano me hizo cerrar los ojos y gemir sin intentar hacer algo para parar el asalto, eso era ni más ni menos la idea, detener el dulce e inusual “ataque”. Seguí manejando; la maravilla del cerebro desdoblado en dos: uno manejaba, el otro sentía la inédita caricia de la mano suave, bien excitante, realmente agradable, contra lo esperado desde el subconsciente. Luego fueron las dos manos, iban de la rodilla a la parte más alta de mi muslo; enseguida, una de las manos se fue al otro muslo, y lo acarició al parejo del primero llegando ambas manos a la pantaleta por encima de mi pucha, la sentí mojada de manera increíble, nunca antes la había sentido así, mojada. Era demasiado, ¡y muy poco!, pensé con desolación, al borde de las lágrimas. Seguí manejando entre el denso tráfico.
Las manos no podían tocar mi pucha: mis muslos, única defensa, se mantenían tercamente cerrados, apretados, sintiendo a cada minuto más y más ricas viscosidades. En un alto recargué la espalda en el duro respaldo, entonces mis muslos se medio abrieron, y una de las manos aprovechó para tocar, ahora sí mi pucha y, seguro, lo mojado de la tela. La niña gimió y apretó la caricia, yo no sabía qué hacer; un bocinazo me hizo mover el auto, por completo descontrolada y ¡excitada como nunca había estado! En el lapso entre ese semáforo y el siguiente en alto, repasé de manera increíble mi corta vida, en especial mi vida marital; mientras, la caricia en mis muslos se había acrecentado pues las manos pudieron al fin bajar el borde del calzón, y mi vientre sentía la suave y constante caricia. Coincidí con la joven, mi marido nada me llenaba. También, de manera escalofriante, pensé en el gran atractivo que ejercía sobre mí mi hermano, un año menor que yo, el que me facilitó el trabajo en el taxi. Mi excitación se fue a las nubes, de plano jadeé cual perra en celo; los muslos se apretaban más para hacer sentir las manos acariciadoras que por defensa de lo indefendible. Peor el asunto cuando una mano se puso a acariciar una de mis chichitas, lo peor, por debajo de la ropa pues las cada vez más ágiles y descaradas manos se metieron por debajo; llegó a mi chichi con el inevitable estremecimiento y el aumento de la dureza de mis pezones.
En ese momento debí frenar en seco; el auto de adelante se frenó y yo debía hacer lo mismo. ¡Era el colmo!; además, el aumento del riesgo me fue evidente. No podíamos continuar así… tampoco estaba dispuesta a terminar con el lance, pensé en verdad asombrada, jadeando más que perra. Entonces, después del largo silencio, con voz ronca, titubeante, realmente jadeante, dije:
No podemos seguir así, niña… vamos a tener un accidente… detente… al menos mientras me estaciono, ¿sale?
Mi asombro, inconmensurable por las palabras dichas, motivada por la excitación, no por la cordura. No sólo, la propuesta fue hecha ¡para poder acariciar a la audaz asaltante! Roja del rostro y jadeando tanto o más que yo.
¡Órale!,
Dijo, mientras se retiraba y volvía a mostrarme los bellísimos muslos y la transparencia de los calzones en conjunto con pelitos bien mojados, pensé, y más me estremecí. Afanosa busqué algún lugar para estacionar el vocho. No me importaba si el lugar no estuviera solitario, ni siquiera discreto y sí detener la marcha para, Dios del Cielo, poder entregarme, esa fue la palabra, a la joven: definitivamente, me había seducido. No tenía idea de qué seguía, aunque vinieron a mi mente muchas de las consejas que se dicen en torno a mujeres amándose. Todavía tuve un relámpago de prejuicio; sin embargo, mi puchita me exigía continuar. Tal vez el diablo metido a cupido permitió ver el amplio estacionamiento en una estación del metro. Entré. Casi intuitivamente busqué el lugar más apartado de la calle; el vocho en el centro de compacto grupo de autos estacionados.
En cuanto el auto se detuvo, la seductora chamaca se arrodilló para poder besarme en la boca. Gemí, nunca pensé besar una mujer, pero ahí estaba, disfrutando el beso, aunque mi terca boca estaba cerrada. Lamió mis labios, suspiré, entreabrí la boca, de inmediato aprovechado por mi seductora para penetrarme con la lengua, y la mía, decidida, se puso a bailar con la tierna invasora. Fue beso sensacional, inolvidable, la verdad. La oscuridad del día aumentaba. Las manos de la tan alivianada joven acariciaban mis chichis, las dos mías, muy ansiosas, hicieron lo mismo: acariciaron las tersas, duras, paradas chichis de la casi niña mientras el beso inaugural continuaba sumamente pasional y tierno. Suspendió el beso, pelé los ojos; ella veía el entorno; me sonrió, enseguida se puso a desabotonar mi blusa; una vez suelta la abrió para, sin parar, desabrochar el estorbo del sostén, y puso a mis chichitas a tomar el aire primero, y después su boca empezó a besar mis chichis, una primero, la otra enseguida; mordió los pezones, y yo sentí que mi orgasmo [nunca antes sentido] venía a marcha veloz.
Cuando mis manos acariciaron las nalgas de la muchacha, el orgasmo deseado durante mi vida entera de manos ajenas se detonó con fuerza inusitada, y tanto, grité sin poderme contener más, mis manos cobrando agilidad y subí la faldita de la otra; metí los dedos en los rebordes de los calzones para iniciar el descenso de los mismos mientras mis gritos seguían, lo mismo la mamada de chichis que la jovencita daba. Una de las manos acariciadoras llegó a mi pucha y, por encima del calzón, apretó y apretó con eso mi orgasmo creció hasta hacerme gritar como condenada en pena. Sorprendida percibí la loca huída de la boca posesionada de mis chichis; la vi, su sonrisa era celestial, y sus manos subieron su propia faldita, retiraron los en ese momento horribles calzones, caray, gocé la visión de los divinos pelitos de la puchita, al mismo tiempo los gratos olores de ahí desprendidos fueron a mi nariz, Dios de los Cielos, deseé, loca y desesperada olerlos directamente en los pelitos, es más, dentro de la puchita deseada y considerada divina. No paró en eso. Con rapidez insólita se deshizo de la blusa, y me dio a mamar sus adorables chichitas, del mismo tamaño que las mías, aunque aquellas, la verdad, más paradas, cual cuernos de toro
Mientras yo mamaba, ella metía los dedos en mi calzón con la clara intención de quitármelos; facilité la maniobra levantando las nalgas que deseaban ser acariciadas y moverse al ritmo de las cogidas conocidas así fueran insatisfactorias. Cuando sentí el aire en mi bella pucha, deseé las manos, las caricias que supuse sin saberlas, y sí, las manos se solazaron acariciando mis pelitos primero, insinuándose entre los labios mayores de mi pucha. Ella seguía arrodillada, ahora abrió las rodillas, con ellas los muslos y con esto mi mano pudo acariciar como deseaba los pelitos de la casi niña, entonces las manos de ella y las mías acariciaron, acariciaron provocando placer increíble acompañado de varios gritos estentóreos de las dos. El vocho de saturaba de los dulces olores a pucha, y eso más me enardecía y me hacía desear más caricias, caricias que no atinaba a ubicar o darles connotación precisa.
De pronto, ella sacó las manos del dulce nido de mi puchita, luego me besó apasionada, fuerte, excitada, jadeando cual perra cogiendo. Jaló mis muslos hasta colocarlos en dirección a ella, acarició el lomo de uno de los muslos para enseguida separarlo del otro; yo, inquieta, adivinaba una nueva caricia inventada por la febril imaginación de mi audaz y bella seductora. Así fue. Con los muslos bien separados, ella se irguió agachando la cabeza para sortear el bajo techo del carro, metió una de sus extremidades inferiores entre mis muslos abiertos al máximo, enseguida bajó las nalgas para colocar su puchita sobre mi muslo y, al mismo tiempo, con sus manos me ofrecía las adorables chichitas, misma que me apresuré a meterme a la boca, mientras las nalgas de la chamaca iniciaban un vaivén frotando su pucha contra mi muslos, gemía el placer, gemía yo por el placer, sentía la pucha mojada, caray, eran sensaciones sensacionales que me hacían gozar lo que nunca había gozado.
No estuvo satisfecha, levantó un poco las nalgas, con sus manos se abrió la pucha para entonces volver a colocarla sobre el muslo y reanudar el increíble vaivén de la cogida más singular conocida por mí. La caricia de su pucha en mi muslo detonó un nuevo orgasmo casi simultáneo al de ella misma, después las dos prorrumpimos en gritos intensos con los rostros contraídos por el placer y el goce. Yo no dejaba de mamar la chichita, las suaves manos de ella estaban apretando con dulzura mis pezones, la caricia incrementaba mi placer casi al máximo, y digo casi porque, creo, nunca llegamos a eso, al máximo placer, aunque… pues sí, debí rectificar. De pronto se contrajo, dobló el tórax, me abrazó dejando en paz mis chichis; gimiendo, rió, dijo: ¡Delicioso, increíble!, carajo, ¿quién habría de pensar que conocería el placer de mi pucha… con otra chava… gracias amigas, gracias, querida, gracias por… darme tanto y tanto placer. Me beso ahora con ternura sin escape de mi percepción. Cuando su respiración se relajaba, dijo:
Soy una egoísta… ¿quieres probar lo que yo hice?
Me sorprendió, pero tenía razón, adivinó mi pensamiento, me sorprendió mucho; sonreí y, sin poder hablar, asentí moviendo la cabeza. Dijo;
Déjame sentar…
Entendí; como pude la libré, y ocupó mi lugar. Sonrió, acarició mis chichis a dos manos; jaló mis muslos para que yo metiera uno de los míos entre los de ella, y, caramba, el sólo hecho de pensar en que iba a tallar mi puchita sobre el divino muslo me puso febril. Ella se encargó de abrir los labios de mi puchita, yo hice descender mis nalgas, carajo, sentir el duro muslo con mis viscosidades fue un fuetazo de placer, mismo que se incrementó para irse hasta el cielo en cuanto mis nalgas iniciaron el vaivén antes sentido en mi muslo, carajo, fue una dicha increíble sentir, sentir, el frotamiento como si estuviera cogiéndome el muslo, y eso fue, no cabe duda. El orgasmo se vino intenso, largo; después de minutos de dulce y cachondo movimiento de mis nalgas, sintiendo al mismo tiempo una rica y linda mamada en mis chichis, grité más que loca, por largos minutos sin poder detener el ir y venir de mi pucha frotándose en el muslo, hasta no poder más, y debí hacer lo que ella hizo, esto es, me doblé sobre su cabeza, mis nalgas apenas se movían, movimientos que hacían mucho más delicioso el placer y el orgasmo, hasta que las lindas nalgas de plano se negaron a continuar moviéndose.
Cuando mi respiración volvía a la normalidad, levanté la cabeza. No cabe duda, el diablo metido a cupido nos estaba protegiendo: un hombre venía directo al vocho, seguro a recoger su auto estacionado. A mil por hora arreglé, bueno, lo intenté con cierto éxito, mi ropa y la de ella; me senté en el asiento trasero y ella, cerrando blusa y muslos, puso las manos inocentes sobre el volante. El hombre nos sonrió, quizá adivino el drama delicioso que estábamos viviendo; sin hacer ni decir nada más, abrió un carro, dos más allá, subió a él, y se fue.
Asombrada me escuché decir:
Ven mi amor, ven… quiero besarte, preciosa chamaca.
Vino, se sentó, metió su mano para acariciar mi puchita una, y la otra mis chichis, y me besó con esos besos recién conocidos llenos de pasión y ternura. El beso duró eternidades; en tanto, las manos acariciaban ambas puchas de tal forma que un potente y renovado orgasmo nos sacudió, y gritamos olvidadas de dónde estábamos, y el riesgo que corríamos. A pesar de ser la seductora y estar acariciándome sin descanso, fue la de mayor cordura, dijo:
Mi amor… alguien puede venir, la gente está llegando del trabajo… no quisiera, pero… ¿no crees que será mejor irnos?, al cabo tenemos la vida por delante para darnos placer como esta bendita tarde. Le di la razón. Enseguida de otro beso tierno, prolongado, por más que queríamos retirarnos, por fin llegué a mi asiento, encendí el auto, ella vino a sentarse en el piso, a mi lado poniendo las manos a dar caricias a mis muslos sin intentar llegar a mi puchita, no lo deseaba, y sí evitar un desaguisado después de tanto placer. Besaba de cuando en cuando mi muslo, y decía: Yo quisiera… olerte allá, muy cerca de tus pelitos… ¿cuándo se podrá?, y reía linda y alegremente. Sin pensarlo, dije:
Oye, ¿ya habías…?
No cariño, te lo juro… incluso estoy enormemente sorprendida de… pues sí, de mi comportamiento… nunca había hecho nada similar, carajo, ahora que lo pienso, aunque todavía estoy gozando y caliente, carajo, qué aventada me vi, ¿no crees?, y… ¿tú…?
Dios del Cielo, casi te doy de bofetadas cuando… empezaste, pero, no sé, tal vez por lo mismo que tú… digo, mi marido no me llena, eso dijiste, y estamos en la misma… pues sí, quizá por eso… me ganó la calentura, ¿tú crees?, [Risas de las dos] la verdad, ni siquiera estando loca pensaría… en nada igual… carajo, me alegra tanto haberte conocido…
Y yo tan remilgadita que… soy, ¿era? [Risas alegres] nunca pensé en llegarle a una chava… ¡pendeja!, de la que me estaba perdiendo, ¿no crees?
De acuerdo mi amor, de acuerdo, lo mismo digo… pero… la verdad, ahora que empezamos, ¿cuándo crees que pararemos?,
Nunca querida, nunca…
Así ha sido. Al día siguiente la invité a mi casa, después se los relato. Antes de su visita… carajo, lo más increíble, pero eso también lo dejo para después, visité a mi hermano, y antes…
CONTINUARÁ
DULCE.
Hola si me preguntaba si hubo segunda parte?