CASADA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
¡Nunca pensé que la bendita noche encontraría la verdadera identidad y la… ¡felicidad!
Fue un día de intenso trabajo, estaba fatigada. Tal vez era más el resabio de la disputa con mi marido la noche anterior, que real fatiga. De todas formas mi estado de ánimo era verdaderamente luctuoso.
Al llegar a casa, no tenía deseos de nada, menos de asistir a una cena a la que estábamos invitados, la cena era por el aniversario de la compañía donde mi esposo trabaja. Así que llegué, me desvestí, me puse bata, y me recosté a dar vueltas al proceso de mi vida.
A partir del estado fatal en que me encontraba, agregado mi rechazo a asistir a la cena de marras, y por eso lo que primero vino a mi mente fue lo referente al matrimonio. Mi boca se torció en un mohín de coraje al recordar la escena de la noche anterior donde él me reclamaba mis repetidas negativas a tener las sosas relaciones sexuales. Nunca había reaccionado en esta forma, pero lo hice esa noche; siempre aceptaba, callada, las rabietas de mi cónyuge, aunque nunca se había referido a las cuestiones sexuales.
Lo había empezado a rechazar, más que nada por rancio fastidio, por estar completamente insatisfecha, porque, según comprendo ahora, él buscaba su placer sin importarle el mío. Recostada en la cama, lo supe: desde siempre mis relaciones sexuales con el macho-hombre habían sido las mismas, desde cuando fuimos novios. La variante, ahora casados era, solamente, no haber temor atenazador por la posibilidad de ser descubiertos en los momentos de la lascivia como cuando éramos novios. Entonces, ¿por qué reclamar si la cogida era igual a siempre? No encontraba respuesta satisfactoria, tampoco en argumentos esgrimidos por él para reclamar.
Mi perplejidad se instaló preguntándome por qué me había casado. La respuesta vino rápida, me casé por tonta, todavía más: por miedosa. Tonta, porque desprecié mis capacidades para sobrevivir por mí misma luego de la muerte de mis padres en terrible accidente automovilístico. Y miedosa por lo mismo; el mundo se me cerró por completo, tuve pavor de estar sola en este mundo.
En el sepelio, él, además de acompañarme solícito y tan compungido como yo, cuando menos así me lo pareció entonces, me propuso que nos casáramos de inmediato, porque no tienes a nadie que vea por ti, me dijo, reforzando con eso mis profundos temores e inconsistencias. En efecto, no tenía parientes cercanos; incluso no tengo parientes: acepté.
De esto han pasado cuatro aciagos años.
La noche del vuelco en mi vida, recostada en la cama me recriminé mi falta de coraje para enfrentar la vida por mí misma, desde el fatal día en que quedé huérfana. Evocando las tristes circunstancias de mi desarrollo al llegar la orfandad, entendí que no tenía porqué haber aceptado ponerme bajo la protección de nadie, menos del que ahora era mi marido. Supe que en aquél infausto momento estaba por terminar mi carrera profesional; el dinero de los seguros habría sido suficiente para mantenerme sin problemas hasta empezar a trabajar. Incluso, el dinero había servido para poner y equipar mi bufete, y también para sobrevivir él y yo mientras él encontraba colocación en una importante empresa de la ciudad, es decir, mientras era desempleado yo aportaba lo necesario para vivir. Desde luego, mi coraje fue mayor, nunca había dejado de trabajar, a pesar de elevados ingresos del cónyuge.
Eso fue lo único positivo, para mí misma, encontrado en momentos de agria reflexión, es decir, conservar mi actividad profesional.
Mis recriminaciones aumentaron de tono cuando entré al terreno de lo sexual. Por mis estudios, por las relaciones de trabajo con mucha gente, y por las conversaciones ineludibles con diferentes mujeres, sabía que el sexo debía ser placentero; las mujeres tenemos el derecho al placer de nuestro cuerpo; tenía información de lo relacionado con el sexo y la sexualidad, y práctica infame en la materia. Por supuesto, identificaba muy bien el comportamiento machista de mi esposo en todos sentidos, pero más, mucho más, en lo que al sexo y su práctica se refiere. Esto mitigaba mi auto desprecio por ser tan tonta, y tan poco defensora de mis derechos de mujer, frente al macho de la casa.
Por fortuna, no habíamos tenido hijos. Aún no sé la explicación pero, claro, constituíamos pareja estéril. ¿Él o yo el responsable de la triste esterilidad?, nunca aceptó someterse a los estudios para definir esto. Angustiada en forma insensata por la supuesta esterilidad, me hice exámenes; los mismos confirmaron mi normalidad. Por eso, sin poder afirmarlo totalmente, él es el responsable de no tener hijos; esa noche di gracias a la esterilidad pues me evitaba reflexionar y decidir sobre el futuro de los hijos, sin saber por qué, esta consideración me allegaba cierta tranquilidad.
Enseguida me analicé a mí misma en el sentido físico del análisis. Soy mujer joven, me dije, no llego todavía a los treinta años, de buena figura, cuerpo bien proporcionado, hasta bella me han dicho muchas y muchos; me he cuidado con dedicación perruna a mi cuerpo, haciendo lo necesario para conservarlo en el estado actual, ágil y bello. Recordé que había rechazado no pocas invitaciones de abejorros que me rodean, abejorros que, por lo general, me decían eres muy bella y, daban a entender que por eso me invitaban.
A pesar de las sesudas reflexiones, en cuanto el macho dijo nos vamos, me arreglé casi febrilmente para no retrazarnos. Gracias a mis hábitos, salí muy bien arreglada, con un vestido de noche fabuloso, se untaba a mi cuerpo esbelto, a la moda, la falda con amplia abertura que descubría mi muslo izquierdo; me puse por primera vez una tanga para que las costuras de las pantis no estropearan la "caída" de la falda tan abierta, bonito y profundo escote arriba, atrás hasta el nacimiento de las nalgas. Zapatillas altas, suela delgada, una sola correa iba del tobillo a los dedos, dejando los pies prácticamente desnudos. Por costumbre me maquillé sin énfasis, solo realzando los atributos de mi rostro.
El salón estaba lleno cuando llegamos. Dispusieron mesas redondas para diez comensales en cada una. Mi marido buscó a sus más cercanos; nos sentamos a la mesa que ellos ocupaban, con nosotros casi se llena, quedó un asiento vacío, ese asiento los duendes lo guardaron para…
Tan sólo sentarnos, empezó a beber, así acostumbraba cuando la bebida abundaba… y nada cuesta. Los brindis se sucedían, yo levantaba el vaso sin tomar, también una añeja costumbre en mí, no tomar más allá de uno o dos tragos.
El aburrido discurso inicial me puso a girar de enfado y más tedio, aburrida, sin entender nada ni prestar atención a nada de nada. Cuando anunciaron el siguiente orador, sentí que algo tocaba mi hombro desnudo. Volteé, y me encontré con dos ojos fijos en los míos, ojos de los que no pude ver el color, pero sí las brillantes de las pupilas, la sonrisa de los ojos se confirmaba con la de los labios; escuché a la boca decir: "¿Puedo sentarme?", indicando el asiento vacío. Asentí con la cabeza, muda, presa de la mirada serena y sonriente. Mientras la joven dueña de los ojos tomaba asiento, vi su pelo largo, ondulado, castaño, perfil perfecto, hermosa, linda la tersura del rostro, la sensualidad de los labios, y un no sé qué de alegría en el precioso rostro. El rápido examen me asombró; nunca veo tantos detalles en alguien, no obstante ser ésta manera de observar netamente femenina.
Al terminar de sentarse, el rostro volteó a verme, y la boca dijo:
"Perdóneme, me retrasé…, vengo sola y… bueno, vi el asiento, pensé… aquí puedo sentarme, claro, si causo molestia busco otro lugar…"
"No, no, para nada, nadie más va a venir, digo, con nosotros", la interrumpí casi presurosa, para mi sorpresa.
Los ojos se fijaron en los míos desde al darse la vuelta, entonces pude ver el color del iris café, muy bajito, casi amarillo, finalmente decidí que era un hermoso color miel el de aquellos ojos que no dejaban de verme, no quería ni podía retirar los míos. Asombrada, detecté la sensación, ese inquietante deseo. Mi sobresalto fue enorme, nunca me había sucedido nada similar, es decir, desear que unos ojos no dejaran de ver los míos, ¡mucho menos los ojos de una mujer!
Para mayor asombro, mis ojos continuaron en los de ella, no les huyeron, los otros también se mantuvieron fijos en los míos, incluso la expresión de asombro en aquellos replicaban la misma sorpresa, la misma fascinación, la misma perplejidad. Hasta la alegre sonrisa de la recién llegada se esfumó por la increíble coincidencia del pasmo de ojos abiertos al mirarse incasables.
A mi alrededor todo desapareció, quedamos los ojos de ella, los míos, las bocas tensas, las manos sobre la mesa. No escuchaba, no percibía a las otras personas, no sentía otra cosa, solo la profundidad de la ambarina mirada inesperada, fascinante, muy bella, acariciadora. Me pareció que había transcurrido un siglo, al escuchar la voz de la boca recién descubierta, que decía,
"Me llamo Julia, ¿y usted?",
La sonrisa de nuevo presente, hermosa.
"Elsa, bueno, Elsa es mi nombre",
Dije demostrando así, mi perplejidad.
"¿Trabaja usted en la empresa…?"
"No, no, el que trabaja allí, es mi marido",
Dije, intentando una sonrisa, el intento se quedó en la misma expresión asombrada.
"¡Caramba!, ¿así que usted es casada?, nunca lo hubiera imaginado",
Dijo alegre, mirándome igual que en el primer momento.
"¿Por qué no?"
"Bueno, porque… perdóneme si la ofendo, usted es demasiado joven y… bueno, no la pensé casada",
Se abochornaba, la trunca expresión en la disculpa anticipada, implicaban un no supe qué relativo a mí pero sí detecté que no era nada negativo, por el contrario…, no quise continuar analizando los posibles por qué.
"No crea, no soy tan joven, tal vez… bien conservada",
Dije, sintiendo algo de coquetería en el contenido y el tono de las dichas palabras. Continué,
"¿Y usted?, digo, ¿es casada?"
"No. No soy partidaria del matrimonio. No me pregunte por qué, no sabría explicarlo; hasta este momento no he pensado en casarme; prefiero la soltería. ¿Sabes qué?, me siento bien rara hablando de usted, ¿no sería abusar si nos hablamos de tú?",
Reía alegremente.
"No, no, al contrario, estoy de acuerdo, la formalidad se debe dejar para, bueno, para otras circunstancias, ¿no crees?",
Dije tranquila; adentrarnos en la plática hacía sentirla menos extraña y menos… inquietante.
Conversamos. Me comentó que era enfermera, tenía floridos 21 años, vivía sola, sus padres estaban en el pueblo natal, que había empezado a trabajar luego de titularse un año antes, y vivía contenta. La escuchaba atenta, sin poder abandonar los preciosos colores de los bellos ojos, me extasiaba el insólito color miel, salpicado de amarillos, daban una bella impresión atigrada. Yo le dije que no teníamos hijos, y que trabajaba en mi propio bufete, mencioné mi edad, replicó: No lo creo, estaba segura que mi nacimiento no pudo haber sido antes que el de ella, hacía 21 años.
"¿Puedo servirme una copa?",
Dijo sonriendo, un tanto apenada.
"Claro, perdona mi desatención, es… bueno, ¿qué prefieres?, hay ron, tequila y no sé qué más",
Dije; me sentí alegre, me causo nueva sorpresa, y sorpresa porque momentos antes al arribo de la bella joven estaba al borde del colapso emocional.
Le serví, brindamos sonrientes, "A tu salud", dijo, yo repliqué en los mismos términos. Al bajar el vaso, mis ojos se fueron a recorrer el vestido de Julia; un vestido de tenue tela, escote muy bajo, sostenido por delgados tirantitos de los hombros, de color rojo intenso muy bonito, la parte baja me era imposible verla porque estaba bajo el mantel. Ni siquiera intenté ver hacia allá, cuando mis ojos bajaban en la exploración, quedaron en el evidente abultamiento de los preciosos senos de la jovencita, senos juveniles, casi adolescentes, pensé, porque empujaban la tela hacia delante de manera sensacional, hacía presumir la firmeza de los senos, además de los pezones bien visibles, estaban tensos, erguidos, ¡los comparé con los míos!; los encontré muy similares en tamaño y firmeza, lo mismo los pezones; al llegar a esta parte de mi apreciación, sentí bochornos bañando mi rostro, finos estremecimientos recorriendo mi cuerpo. Al subir los ojos avergonzada por lo que había visto y pensado, encontré los ojos de ella, ¡también volvían de explorar mi tórax!
Los rubores que sentía, eran similares a los observados en el rostro de enfrente. Ella escondió los ojos, la misma vergüenza nos abrumaba a las dos. Ella desplegó la maravillosa sonrisa, trajo de nuevo los ojos a los míos, con más rubores en el rostro, y dijo:
"Soy una indiscreta de marca… bueno, estaba admirando tu vestido, es verdaderamente sensacional; y no he visto la parte de abajo, pero el color, la textura de la tela, el corte, me hacen pensar en un vestido muy fino, y caro, la verdad ",
Dijo, y reía al decirlo.
Mi alegría inusitada aumentó, incluso me sentí vanidosa; luego de identificar esa sensación comprendí que mi vanidad provenía no del vestido, sino porque, estaba segura, lo que había retenido el interés de ella habían sido mis senos, y no tanto el vestido, de allí que estaba vanidosa porque había calificado de sensacionales… mis senos. Entonces sentí que algo andaba mal, muy mal dentro de mí. Pero, sorprendida, me escuché decir:
"Pues te diré… tu vestido no lo pide nada al mío; me gusta más el tuyo, te lo puedo asegurar; los tirantitos del que cuelga el vestido son de maravilla, lo son porque dejan descubiertos tus hombros… se te ven lindos",
No acababa de decirlo, cuando ya estaba arrepentida, además con un aumento considerable de la vergüenza que seguía allí, muy dentro de mí. Los sonrojos de las dos aumentaron kilómetros. Ella, hasta suspiró, dijo:
"¿Te digo un secreto?, pero no, mejor no…"
Yo, intrigada, con el corazón latiendo como nunca, pensando en algo relativo a sentimientos y sensaciones que ella había venido sintiendo, insistí en que lo dijera.
"Sí, sí te lo voy a decir; pero antes… te lo voy a decir porque me siento en confianza contigo, tengo la muy clara sensación de tener años de conocerte. Además, el secreto es… bueno, una tontería, aunque de todas formas es algo que sólo se dice a las personas si se les tiene enorme confianza… la gran confianza que ya te tengo; bueno, allí va: el vestido es… ¡prestado!, una amiga me lo prestó para venir a la fiesta; no tengo qué ponerme, digo, para ocasiones como ésta. ¿Ves la tontería del secreto?"
Mientras hablaba los sonrojos aumentaban inexplicablemente, más inexplicable era la percepción de mis pezones endurecidos y de la humedad en la entrepierna… humedad rara vez sentida. Aunque parecía restarle importancia al secreto, su confesión para mí resultaba ser el vehículo de no sabía qué oscuros mensajes contenidos en la sutil aseveración: sentía conocerme desde hacía años, además de tenerme… mucha confianza.
Para salir del trance bochornoso, para mí, levanté la copa y dije:
"Salud",
Bebí sin apartar mis ojos de los de ella. Viéndome intensamente, también bebió. Luego, riendo, casi no había dejado de hacerlo, cambió de tema, y dijo:
"¿Eres de aquí, digo, aquí naciste?"
"Sí, mi familia era de aquí… bueno, mis padres murieron hace unos cinco años, no tengo parientes, cuando menos conocidos por mí".
El sentimiento de pérdida acusado en las últimas horas se presentó violento.
"Lo siento, en verdad lo siento mucho",
Dijo con voz apagada, y mirada de conmiseración.
En tanto mi marido continuaba bebiendo incansable, conversaba con uno de sus íntimos amigos, a mí ni en cuenta me tenía. Al percatarme de esto, me sentí contenta, ¡no quería que se fuera a interponer en la sabrosa charla mantenida con la joven llegada tan intempestivamente! Había música, bailaban, me enteré porque era casi imposible ignorarlo totalmente, en realidad nada pasaba de no ser la conversación que tenía con ella.
Seguimos informándonos de nuestras vidas; los estudios, los gustos musicales y literarios, modas, peinados, maquillajes, en fin, charla de amigas desentendidas de lo que pasa en el mundo. Bebíamos de cuando en cuando, aunque ya teníamos varias copas en el cuerpo.
En un silencio, ella tomó mi mano, yo me sorprendí, ella dijo:
"¡Qué lindo anillo!, debe valer un montón de dinero, ¿no?",
Reía, venía haciéndolo desde su llegada, continuaba viéndome de manera incansable.
"Pues la verdad no sé… es el anillo de compromiso. Dicen que el diamante solitario es fino, pero… ve tú a saber. ¿Te gusta?",
Dije un tanto arrobada, sintiendo la suavidad y tibieza de la mano en mi mano.
"Me encanta. Me parece divino, la verdad".
Sin soltar mi mano; fascinada, sentía la suave presión de su mano en mi mano. Luego, entrelazó los dedos de las dos manos, la dejé hacer, inclusive sin consternación que las acciones anteriores me provocaban a partir de la insistente y cálida mirada. Sonriendo, ahora lánguida, dijo:
"¿De qué color tienes realmente los ojos?, ¿azules?, ¿acero?, ¿o azul acero?, bueno, de cualquier color tus ojos son… hermosos",
Dijo, ya no reía.
Con eso sentí muchas cosas confusas, indefinidas, potentes. Era lo menos esperado en referencia a mi físico, en especial los calificativos aplicados. Mis tripas daban de vueltas, mis pezones se alegraron con la mención de mi belleza, al menos ocular, mi entrepierna era mar sumamente viscoso que hacía a los muslos frotarse casi constantemente. No supe contestar ni hacer nada, no retiré mi mano: permanecía en la de ella. Por fin pude decir:
"No, no, no, para nada… mis ojos no son tan hermosos como tú dices… el color, pienso, es azul acero, cuando menos eso me han dicho. En cambio los tuyos sí son hermosos, bellos… ¡nunca había visto unos iguales!, son color miel y… estilan miel, la verdad",
Cuando lo dije me sentí perversa, degenerada; estaba diciéndole piropos y, me di cuenta, también había dicho elogios de mis ojos como piropo. ¡Caramba!, dos mujeres piropeándose mutuamente. No sé lo que ella pensaba, pero los sonrojos eran casi manchas de sangre que cubrían el bello rostro. Me estremecí, pensando, ella podía, debería estar inundada, y sí podía, fácil, identificar la dureza de los pezones que a cada segundo empujaban más la tela del vestido hacia delante.
Entonces, en verdad consternada, sin intentar siquiera suspender el entrelazamiento de las manos, dije:
"Me siento muy apenada contigo…"
"¿Por qué apenada?",
Dijo viéndome con languidez creciente; mi impresión, en el momento era que ella estaba, ¡excitada sexualmente!, tal como lo estaba yo.
"No sé, no sé… pero, ¡caramba!, no hemos estado diciendo cosas… la verdad, creo, cuando menos que yo no debí decir"
"No cabe duda, somos muy similares, estaba por decirte… lo mismo. Y, sin embargo, he estado pensando en eso; creo… pues creo que no tenemos porqué apenarnos de decir las verdades, ¿no crees?",
Dijo. Radiante esbozo de sonrisa, alegre sonrisa, aunque conservando un dejo de languidez. Continuó:
"Mis ojos son… color miel, eso han dicho, como tú también dijiste",
Reía un poco suelta. Intentaba sacarnos del bochorno planteado por mí, aunque no soltaba mi mano, sí la apretaba a cada palabra dando énfasis a las aseveraciones. Así lo entendí, y dije:
"¿No crees que debemos… sólo charlar, contarnos cosas…?"
"Eso hacemos, ¿no?",
Me interrumpió, apretando más fuerte mi mano.
"Decimos cosas, cierto, no charlamos, creo. Más bien… nos tomamos las manos, nos miramos de una manera…, nuestras manos…, nuestras manos han estado juntas… muy juntas desde…",
Emocionada, avergonzada por lo dicho, y más por el significado de las palabras, mucho más porque las manos decían otra cosa de las palabras, así lo sentía.
Ninguna hizo nada por separar las suaves manos entrelazadas, y sí para profundizar la mirada hacia la otra, al mismo tiempo las bocas se tensaban y los 4 pezones reparaban tras la tenue tela. Ella, sonriendo coqueta, levantó la copa con la mano libre, y dijo:
"Brindo porque nuestra amistad sea… muy linda, muy sincera, muy… cercana",
Apretó muchísimo mi mano; sin desearlo respondí con igual o mayor apretón. Bebimos viéndonos a los ojos como desde que los ojos de ella llegaron a los míos.
Al dejar la copa, dijo:
"Quiero ver tu… vestido completo, ¿se puede?"
Su voz tembló al expresar el deseo, tan escandalizada como yo según me lo confesó después. Era evidente, así lo sentí, así lo sintió, lo realmente deseado era ver… ¡mi cuerpo!, no el vestido.
No supe qué hacer, tampoco replicar, huir de la situación. No obstante mi sensación escandalizada, mis rubores, la intensa vergüenza, solté la mano, dejé la copa, retiré un poco la silla, me levanté sintiendo jugos derramarse, y los pezones amenazaban con romper la tela. Luego, para mi enorme confusión y sorpresa, caminé a pasos lentos y muy cortos, modelando, tratando de que mi muslo saliera por la rendija del vestido, de eso estuve muy consciente porque hice un movimiento precisamente con esa intención. No sólo eso, también hice lo necesario para que mis chichis se destacaran, lo mismo mis nalgas; estaba realmente desconocida para mí misma, además totalmente desatada en mi locura, eso me era, y era para ella, más que evidente.
Me veía arrobada, sin perder detalle, recorriendo mi esbelto cuerpo, viendo con insistencia mis partes más íntimas, las más salientes, también las que se adivinan en el obvio hueco de los muslos por delante. Yo acezaba, jadeaba, mi respiración era frecuente, intranquila, a ratos casi gemí, hasta sentí que mis extremidades inferiores no me soportarían más.
Hasta los machos de la mesa se dieron cuenta, sonreían al verme, cosa que para mí casi pasó desapercibida, lo poco ostensible fácil lo descarté, incluyendo la pregunta que mi marido hizo en el sentido de qué hacía yo; no le respondí.
De todas formas detuve el modelaje llena de rubores por el cuerpo que se iniciaban en el rostro, pezones dolorosos por la tensión tenida, mis jugos estilando a lo largo de los muslos. ¡Estaba feliz!, feliz por muchas razones, la más importante: mi interlocutora casi desconocida, ¡también lo estaba!, así lo detecté. Feliz porque por primera vez en mi vida me atrevía a hacer algo insólito, desacostumbrado, retador, hasta perverso.
Al sentarme, hizo como que aplaudió, cosa que agradecí, tanto por el aplauso en sí, y también porque el aplauso fue para mí, no para los demás, no fue audible, fueron las manos haciendo que aplaudían, y las vi como si escuchara el aplauso. Luego, con labios secos, voz susurrada y ronca, respiración agitada, dijo:
"Qué vestido más hermoso… aunque el contenido es con mucho, mucho más bello",
Se notaba la enorme excitación, la turbación de la muchacha, de la inspiradora, la linda inductora de los rompimientos que estaba haciendo en muchas de mis conductas habituales. Creo, me fue evidente, ella misma, para ella misma, estaba escandalizada por la petición, y por la representación que hice, principalmente por lo expresado cuando tomé asiento. El corazón latiendo desaforado, los muslos empapados, con mi sonrisa expresando mi felicidad, dije:
"¿Te gustó… el vestido?,
La pausa me desconcertó, pero tuvo clara intención del doble sentido, además de una cierta coquetería.
"¡Bellísimo!, bellísimo… nunca había visto un… vestido tan hermoso, tampoco me atreví a decir… el vestido es bello, mucho menos… pero aquí lo importante es, ¿te gustó… modelar?",
No pudo decir lo que seguro la abochornaba, aunque la pregunta final era muy desconcertante, además del doble sentido implícito. Mi vagina se contrajo; al hacer conciencia de esto, casi me desmayo; ya no ocultaba para mí misma mi febril excitación sexual: ¡deseándola!, y deseándola precisamente con intenciones sexuales; casi me levanto y echo a correr para desaparecer; sin embargo, sintiendo mis tripas hacerse trizas unas contra otras, sin raciocinio alguno, dije:
"Pero, ahora yo quiero ver tu… vestido, ¿me lo enseñas?",
Dije sintiendo el aumento del flujo del río que tenía entre los muslos.
Reía al momento de levantarse, los rubores cubrían el rostro juvenil, la respiración la tenía más agitada que la mía. Cuando estuvo de pie, miré a la parte aún desconocida del vestido y del cuerpo de la que vino a alegrarme la noche, a… ¡inquietarme!; al hacer y tener conciencia de esto, el bochorno ya exuberante casi me asfixia, pero también abrí la boca al ver los hermosos muslos de la muchacha descubiertos pues la minifalda que vestía era escandalosa, los muslos mucho más redondos, y gruesos y bellos que los míos; piernas torneadas, largas, lindas; los pies pequeños, metidos en lindísimos zapatos que favorecían el lucimiento de los hermosos pies indudablemente preciosos.
Cuando dio la vuelta, vi las nalgas, casi quedaron a nivel de mis ojos y muy cercanas a ellos, nalgas verdaderamente femeninas, respingonas, la muy ajustada faldita las hacía más esplendorosas: titubeó para iniciar el modelaje, al hacerlo me fui a las nubes del éxtasis por la beldad que estaba contemplando, eso me hizo estremecer más que nada por las implicaciones que ese éxtasis tenía.
Los demás voltearon; a los machos de la mesa, creo, casi el mismo énfasis en las damas, se les fueron los ojos tras el cuerpo maravilloso que modelaba el minivestido con bastante coquetería.
Me pareció un suspiro el tiempo que duró el paseo exhibicionista de mi alegre y abochornada interlocutora, interlocutora en toda la línea, no solo en lo referente a la conversación. Al sentarse, no pudo contenerse y se carcajeó, y más llamó la atención de los mirones momentáneos. En efecto, luego de escuchar la corta carcajada, volvieron a lo de ellos.
"¡Estuviste sensacional!,
Dije, luego que la calma de las miradas se estableció.
"¿Te gustó el… vestido?",
Dijo con coquetería. Estaba más desinhibida que yo, sin dejar de estar cohibida.
"Estupendo, estupendo… vestido; realmente me encantó, me gustó muchísimo tu… minivestido. ¿Sabes qué?, yo no me atrevo a ponerme una falda cortita, la verdad; se te ve maravillosamente bien ¡todo!… el vestido",
Dije, sintiendo pena por el doble sentido, inconscientemente puesto en la aseveración.
"Salud… ¡por nosotras!",
Dijo levantando la copa, los rubores francas manchas de sangre sobre el rostro; fue clara la doble intención de mi dicho, y lo había captado por completo.
No pude abstenerme, aunque sentí, el brindis involucraba en demasía lo que ya me era innegable: ¡la estaba deseando!, y dije:
"¡Salud por… nosotras!",
Anhelando la mano ausente, cuando menos eso.
Definitivamente habíamos olvidado a los demás, el mundo entero.
Bebimos en varias ocasiones en silencio, viéndonos a los ojos, esta había sido la constante desde su llegada. Noté que ahora estábamos más juntas ella, al sentarse, hizo a la silla moverse par acercarla, no sé si deliberadamente. No vi cuando dejó la copa sobre la mesa, sentí inesperada, con enorme asombro, que la mano se posaba en mi muslo desnudo, al menos lo que el vestido no cubría.
La mirada de ella languideció suplicando insistente permitir a la mano permanecer allí. Mi corazón latía apresurado, mis jugos eran torrente, y mi asombro no tenía límites; deseaba el contacto de la mano, ¡y ya lo tenía!, pero situado donde menos esperé. Oscilaba entre retirar con cuidado la mano, o dejarla allí, en un momento dado, deseé la mano ascendiendo hasta llegar a… ¡caramba!, dije, ¿qué me está pasando?, ¿cómo es posible permitir semejantes cosas?, más que eso, ¿cómo es posible que esté pensando en la mano… ¡deliciosa!, ascendiendo?, la verdad no tengo perdón de Dios, me dije con la idea inicial de retirar con decisión, pero "educadamente", la mano cínica y atrevida. Nada hice. Entre sueños la escuché decir:
"¿Estás contenta?"
Turulata, sintiendo hervir la sangre, con voz titubeante y opaca, dije:
"Pues… sería una mentirosa si digo no…, pero…"
No pude continuar, sentía la mano suave y placentera, a la vez irritante, ardiendo, quemante. Iba a decirlo, no pude hacerlo. Entonces ella dijo:
"¿Pero…?"
Fue nítida su alarma, la inquietud, mientras la mano inició un suave y dulce movimiento por la tersa superficie de mi muslo, me erizaba al percibir el tenue y significativo movimiento. Además, me puso en conflicto pidiendo la explicación del "pero" que dejó la frase truncada por mí. No sabía qué decir; caramba, sin pensar racionalmente dije,
"Olvídalo, no quiere decir nada, solo fue… expresión de sorpresa por tu… pregunta",
No sé si entendió que la "sorpresa" no era por la pregunta hecha, sino por el atrevimiento de la mano que continuaba moviéndose ahora por un espacio más amplio. Me veía más lánguida, más anhelante, como si la excitación en ella fuera intensísima; tragó saliva, movió la mano hasta muy arriba, sentí que se erizaba el muslo, toda yo, hasta creí la anegada vagina estaba palpitando, contrayéndose, con espasmos, se manifiesta cuando mi ser entero reclama satisfacción a la intensa excitación sexual; la conciencia de esta percepción casi me hace ir por la mano para retirarla previo insulto a la dueña.
Creo que pensó detenidamente la siguiente expresión; sin referirse ya a lo mismo, dijo:
"¿Te arrepientes de haberme permitido ocupar… el lugar vacío?"
De nuevo, intentando definir la situación, solicitaba por medio de frases elusivas la autorización a continuar la caricia inesperada, osada, atrevida, indebida, incorrecta, cínica. Mi muslo permanecía estático, sintiendo cada vez más dulce y más placentera la caricia de la mano audaz. Con más asombro y sorpresa me escuché decir:
"No, no, al contrario, me has ¡endulzado! la noche",
Casi me desmayo cuando terminé de hablar, grandes sonrojos, podrían haberse cortado con cuchillo, mi fiebre erótica bien podía haber calentado un litro de agua, mis jugos podrían haber llenado una gran laguna; mi corazón desfallecía, mi vagina clamaba por ¡caricias!, hasta una de las insulsas e insustanciales metida de verga de mi marido era aceptable en ese crucial y memorable momento.
La percepción del contenido de mi última frase me hizo abrir la boca, sentir los latidos de mi corazón en la cabeza y en la vagina, mis pelos, todos mis pelos, erizados al máximo; mi raciocinio, totalmente anulado, intentó con heroísmo hacer el reproche, lo hubiera hecho desde que la mano llegó al sensible muslo. Hasta escandalizada recordé la palabra obscena usada en mi gran locura calenturienta. Entonces la escuché decir:
"¡Para mí… ha sido la gloria haber encontrado éste mágico asiento, me ha permitido… disfrutar como nunca de una… conversación".
Para mi sorpresa, retiró la mano, se enjugó con ella el rostro, vi sus ojos, trastabillaban, se humedecían; susurrando, sollozando, continuó:
"Estoy asombrada, rica y felizmente sorprendida. ¡Nunca esperé, ni en sueños, platicar con… frases inesperadas, tan desconocidas, nunca dichas, la verdad, y menos a una mujer!"
Suspirando, sintiendo latir mi anegada vagina, completamente impresionada por entender que ella también por primera vez hacía lo que había hecho, y que tanta inquietud y excitación había desatado en mí. Boquiabierta, la miré cuestionándola, diciéndole que no le creía, estaba segura que ella tenía experiencia previa; de alguna manera se aprovechaba de mis indefiniciones para avanzar en… ¡mi seducción". Pensar eso, me dio fuertes calosfríos, sentí la vagina estrecharse con fuerza, era cierto, admitía caricias, porque eso eran las frases a que se refirió, cargadas de intencionalidad erótica, de estímulos lúbricos, estos me tenían con fiebre casi incontrolable. Anhelaba el regreso de la mano impúdica para la continuación de la tibia caricia en el lujurioso muslo abandonado. Nuevo pensamiento, y la repetición de los estremecimientos mezcla de placer, culpa y vergüenza. Por completo extraviada, dije:
"No te creo…",
Luego me arrepentí; y en ese instante pensé que el delicioso coloquio, allí terminaba.
"No esperaba ser creída… pero es la verdad. Jamás había… dicho ni una sola de las… palabras… que esta bendita noche he… pronunciado",
Se veía abochornada, con los rubores brotando por doquier, hasta finas perlas de sudor cubrían la frente altiva, la superficie de la piel arriba del labio superior. La vi con mayor cuestionamiento, con más profundidad, sin rechazo ni reclamo, solo dudando de la autenticidad de su "primera vez" en frases inusuales. Sentí que rehuía mirarme; en efecto miró a los demás para estar segura de que “estábamos solas" luego, son la sonrisa ampliada, la mirada cálida, cariñosa la sentí, la mano ausente regresó para acariciar, delineándolo, mi rostro a pasos de yemas de dedo. Fue una caricia fugaz que, entendí, terminaba por el riesgo de ser vista por los ajenos al dulce drama silencioso que protagonizábamos las dos.
Mi suspiro fue sollozo; mi vagina estaba totalmente enloquecida y frustrada además de anegada porque sabía que no tendría ahora las caricias deseadas y necesitadas con urgencia. Más consternada por este pensamiento, hice un ligero movimiento con las piernas, movimiento que ella vio, no sé si también observó que mi muslo exhibicionista se exhibía más de lo aconsejado, mucho más de lo que se había mostrado hasta ese momento. Además, inquieta como agua hirviente, me aseguré que “seguíamos solas", entonces mi mano hizo la caricia que la mano ajena había consumado antes en mi rostro muy rojo. Vi en sus ojos anhelo, cariño, agradecimiento, la excitación ya inocultable, evidente a más no poder en ella, en mí.
Mientras mi mano caminaba por el rostro hermoso y húmedo, la mano impúdica regresó al muslo con mayor seguridad y más atrevimiento; acarició ya sin titubeos ni recatos absurdos, pudo llegar más lejos por el movimiento realizado por los muslos, aunque ese movimiento no tenía explicación, menos había sido con la intención de propiciar la caricia avasalladora, deseada con franqueza, gozada plenamente. Cerré los ojos, aunque la estaba viendo como desde que llegó; la escuché que gemía sutilmente, creí escuchar un jadeo proveniente de ella.
La mano se metió entre los muslos, estos la aprisionaron haciéndome gozar enormidades por esa mutua caricia. Al aflojar la presión, la mano quiso adentrarse en las alturas, la posición de los muslos agasajados no posibilitaba llegar más allá. No me decidía a mejorar la posición; la mano, discreta, no apremiaba, acariciaba lo que tenía al alcance. ¡Maldije las medias!, impedían sentir en mi piel desnuda la desconocida caricia… hasta esa noche. Sin embargo, las sensaciones eran intensas, deliciosas, estremecedoras.
Mis manos sobre la mesa temblaban, mis ojos le sonreían a la dueña de la mano sabrosamente perturbadora. El temblor lo interpreté cual deseo de sentir el muslo ajeno. Fue impresionante esta deducción, así mis ojos abandonaron a los bellos que me mantenían prisionera, para investigar la posición de los muslos ajenos. ¡Estaban a mi alcance!, bueno, al alcance de la mano temblorosa que estaba sobre la mesa dispuesta a emprender el viaje hasta el muslo tan deseado.
Y la mano se fue. Cuando tocó el tejido de la media suspiré, cerré de nuevo los ojos, hice caminar mi mano hasta donde ella pudo llegar, sin disimulos, sin titubeos, siguiendo el ejemplo que la otra mano había puesto. Extasiada, no sentía nada que no fuera la dureza del muslo; más que la sensación táctil que me excitaba, era la poderosa sensación de estar tocando algo que está totalmente prohibido tocar, además en público, y que ese público estuviera un tanto ausente no quería decir que no estuvieran muchas personas que, potencialmente, podrían ver suaves maniobras acariciadoras de las ahora dos manos audaces, y esto me enardecía hasta el delirio de la lujuria extrema.
Jadeaba, expresando así mi ya enorme excitación. Al mismo tiempo mi vagina se estremecía con mayor fuerza y persistencia, hasta pensé que no sería raro que tuviera violenta contracción como producto del orgasmo que estaba deseando cual sediento e insolado bajo el fuerte sol del Sahara. Entonces, aún con los ojos cerrados, concentrada en la caricia que recibía y en la que hacía, escuché que ella decía:
"¡Qué maravilla, también… pronuncias frases inusuales en esta fantástica conversación!,
Siempre en susurros, con voz enronquecida, excitada; continuó:
"Ahora soy yo la que no creo que nunca hubieras… platicado en la forma… que lo estas haciendo. No importa que lo hayas hecho… antes",
Dijo jadeando, realmente excitada y, tal vez como yo, al borde del orgasmo. Mi mano acentuó la caricia, ella cerró los muslos cuando sintió que la mano se metía entre ellos, presión que para mí tuvo el poder de… ¡sí, sí, pudo desatar mi orgasmo que estaba en la puerta de mi vagina! Casi convulsiono. De todas formas me estremecí, contraje el cuerpo, mi cabeza fue para adelante, mis jadeos más audibles, tuve que hacer esfuerzos para no gritar mi enorme placer, al tiempo que la otra mano se metía a profundidad entre los muslos, como sabiendo que era el momento de la caricia indispensable, profunda, sobre la alfombra que estaba tras la tela que la cubría; no llegó, pero los muslos fueron recíprocos con los otros, y también apretaron la mano deliciosamente intrusa.
Los cuatro muslos presionaban y aflojaban para hacer sentir mejor las caricias de las manos que andaban por esos territorios antes vedados para manos femeninas que fueran extrañas e invasoras. Sin verla, sentí que se alarmaba por el inusitado movimiento intenso de la cabeza, enseguida, por indicaciones de la mano acariciadora, percibí que se estaba enterando del por qué de mis casi convulsiones y fuertes jadeos desmedidos. Mi mano, quizá enloquecida, sin tener en cuenta la precaria situación en que nos encontrábamos, sin importar que un movimiento exagerado llamara la indeseada atención de cualquiera de los presentes, forzó el ascenso y… ¡pudo llegar hasta donde sintió blanda alfombra y una tela mojada y viscosidades increíbles en las caras de los lúbricos muslos!, bien identificadas, altamente excitantes, potenciaron el orgasmo declinante que me invadió potente, dulce e inesperado.
Los muslos ajenos apretaron la mano asaltante, frotaron con fuerza y los jadeos de ella me llegaron como música de gloria a los oídos. Mas sentía mi mano la humedad de la caliente entrepierna, más se excitaba por el frotamiento y por la necesidad de evitar la tela y sentir en directo con palma y dedos, la alfombra que se adivinaba densa, mojada. Aun con dolor en el brazo hice lo posible porque el borde de mi mano pudiera apretar donde yo sabía que era necesario apretar, y apretó, tal vez con eficacia, porque luego de dos o tres frotamientos de muslos contra la mano y de esta contra la tela mojada e impertinente, jadeo, gimió, apretó con desesperación la mano, los frotamientos se hicieron más intensos y frecuentes, hasta que sentí cómo la humedad rebasaba la tela interpuesta entre el venero y la audaz mano conquistadora.
La otra mano dejó poco a poco el apretado sitio entre los muslos. Me estremecí, no quería que la bendita mano se fuera, más bien deseaba como loca que llegara hasta donde la mía había llegado, pero era tarde, la mano se fue.
Hasta entonces abrí los ojos, vi cómo la mano que me invadió iba a la nariz del rostro de ojos cerrado y boca gimiente, y olía y olía con énfasis inusitado, además de la sorpresiva olfacción que realizaba, al menos para mí tremendamente desconcertante, nunca imaginé que… nadie cuerdo tuviera el deseo de oler lo que seguramente la nariz estaba oliendo en la mano recién llegada a la nariz.
Mi mano, mi cuerpo y espíritu, sintieron que los muslos se apretaban, se estremecía ella y me estremecía yo, que gozaba, y yo gozaba, ella prolongaba el placer, seguramente orgásmico, con el olor que la nariz obtenía de la mano invasora, yo disfrutaba del disfrute de mi interlocutora. No me atreví a sacar mi mano, no porque no deseara intensamente saber a qué olía lo que mi mano seguramente estaba recogiendo de la… tela mojada.
La maravilla de los excitados cerebros activó las alarmas. Habíamos escuchado tintineos insólitos. Ambas abrimos los ojos, mi mano salió presurosa del placer encontrado entre los duros y redondos muslos, la de ella se retiró de la prendada nariz, de la mano por supuesto. ¡Estaban empezando a servir la cena!
Con parsimonia, las manos se fueron a posar sobre la mesa, nuestras miradas reían, a poco también nuestras bocas lo hicieron sin recato. La tentación, la enorme curiosidad, y la no menos excitante imagen de ella oliendo su mano, dio la instrucción a mi propia mano para acercarse a la nariz; entonces olí, ¡carajo, que olor tan precioso, tan avasallante, tan lujurioso y excitante!, tanto que mi delicioso orgasmo recién fenecido intento, sin éxito, reanudarse. Entonces supe que el olor de las… Caramba, otra cosa que nunca hice, lo hice en ese momento, ¡llamar por su nombre a mi vulva…!, siempre la había llamado así, pero ahora llamé, ¡pucha!, si el olor de la pucha ajena fue delicioso, fuerte, intenso que me llegó al alma, y mucho más a mi propia pucha. Sonreí, la vi que me veía con delectación imaginando mi excitación por la imitación de oler los olores que, por increíble que parezca, nunca había tenido ni la tentación siquiera de saber a qué olía mi entrepierna, mis pelos, mi raja.
Sentí las miradas insistentes de los comensales, principalmente de mi marido, tal vez intrigados por nuestro aparente silencio, por las francas risas inexplicables. Pero los enfrenté serena, hasta insolente. Creo que ella actuó en forma similar. Sin pensarlo, mi mano, muy húmeda todavía, fue de nuevo a la nariz. Olí. ¡Caramba, qué olor enternecedor, tan precioso!…, ¡tan excitante!, ¡qué delicia de perfume! Se reactivó mi excitación, creo que hasta el orgasmo ido quiso regresar.
Mi marido empezó a reclamar no sé cuántas cosas, cosas y palabras que no escuché, menos identifiqué, mucho menos tuve en cuenta; no contesté. Mantuve mi sonrisa de felicidad en forma retadora, sin dejar de oler el primoroso olor de… mi mano, si dejar de percibir, y gozar por eso mucho más, la procedencia del maravilloso perfume. Era tanto mi regocijo por el placer tenido que no me percaté del estado casi alcoholizado de mi esposo. Ella me veía, veía al macho, veía a los demás, los que por cierto no nos tenían ya, en cuenta. Los rubores en ella eran evidentes, lo mismo que los restos del sudor que bañó el rostro en los momentos del placer. Creo que mi rostro tenía los mismos restos del jolgorio mutuamente sentido.
En cuanto pudo, dijo:
"No contestaste a mi pregunta, lo último, recuerdo antes del hermoso… terremoto, dije… no creo que fuera la primera vez que… conversabas con otra mujer con… las frases tan lindas que has pronunciado",
Escuché sorprendida lo dicho por la boca bella de la bella de minifalda escandalosa. Reí, para mayor sorpresa y escándalo de mi beodo marido. No supe qué contestar, mejor, por atender a la mirada plagada de regaño del macho de la casa, no di respuesta inmediata. Entonces ella movió la silla, junto con ella los excitantes muslos se movieron hasta tocar el mío que continuaba desnudo a medias por las malditas medias que ya odiaba. Dio toquecito significativos a mí muslo con su muslo. Fui recíproca. Ambas nos miramos felices, enloquecidas porque el diálogo continuaba bajo la mesa a expensas de muslos febriles. Titubeante por la excitación, dije:
"Te lo juro, es… primera vez que sostengo este tipo de conversación. ¡Estoy asombrada y muy sorprendida!… por haber dado paso a esta insólita plática que nunca, nunca, pensé llegar a tener con nadie… y menos, como tú dijiste, con una mujer, pero, tal vez como tú, no me arrepiento…"
Sonreí beatífica, con los ojos casi entornados, expresando el placer que no había dejado de tener durante el callado coloquio.
Después que el loco mesero sirvió la sopa, el muslo de ella se encaramó en el mió, casi suelto la risa, y la cuchara que ya iba en dirección de mi boca, pero sentí cálido y excitante el contacto del bello muslo en el no menos bello y propio No había forma de "conversar" de otra manera; sin embargo, la plática era sustancial, excitante, maravillosa, tan sentida como gozada. Este coloquio fue el que pudimos realizar durante el tiempo necesario para terminar con los varios platillos insustanciales, hasta odiosos. Inclusive, en ese momento me di cuenta que había música y, para mi placer, insistía en los temas románticos que tanto me deleitaban.
Di gracias al cielo, a los tontos y desconocidos organizadores de la cena prodigiosa, porque no presupuestaron espacio para bailar, y también di gracias porque si hubiera ese espacio, seguramente mi marido hubiera querido bailar, y eso… me alejaría de la conversación ahora ya muy indispensable, como indispensable era sentir el contacto del muslo ajeno en el propio. Además, de manera insólita pensé, si los demás se levantaban a bailar nos dejarían "descubiertas" a miradas indiscretas. Hasta me reí por este pensamiento perspicaz y pícaro.
A los postres, sentí deseos de orinar. Me abochorné porque al sentir ese deseo se aparejó otro, con vehemencia deseé que ella debía acompañarme para, en la posible soledad de los baños, prodigarnos en las caricias y los placeres totalmente prohibidos, inadmisibles, más allá de donde la plática había llegado. Sentí que la tierra me tragaba; me fue evidente, ineludible, pensar que, de ir conmigo, era seguro que la "conversación" llegaría a confines imaginados, totalmente inaceptables. Más, porque debí detener mi mano que quería repetir la aventura apenas terminada, y ya añorada. Estas sensaciones y pensamientos hacían que mi vagina reiniciara las contracciones, que los jugos apenas disminuidos se derramaran sin control. La vejiga insistía insolente, no podía reprimirla por mucho tiempo más. Me dije que era preferible la claridad de expresión con mi dulce y audaz interlocutora; entonces, dije:
"No sé cómo lo vayas a tomar, pero me es indispensable ir… al baño. Te ruego, te suplico, no… me acompañes… créeme, quisiera, pero no puedo… hacerlo. Además, no lo sientas absurda justificación, quizás los otros no dejarían de notarlo… y no quisiera, tú sabes…"
"Despreocúpate. Ve con calma y tranquilidad… aunque, bien dices, me daría inmenso placer acompañarte porque sé, tal vez corriendo riesgos enormes, que en el baño podríamos… decir palabras más, ¿cómo decirlo?, sí, sí, palabras más altisonantes, ¿no crees? Me gustaría, pero, como tú, no me atrevo. Anda, te espero",
Dijo sonriendo con amargura, tal vez con un dejo de frustración. Pedí permiso, me fui al baño. Vi que ella me veía anhelante, sonriendo, con mirada plagada del deseo inocultable; sentí la mirada clavada en mis nalgas, y las nalgas más se movieron al estar estimuladas por la segura mirada de mi bella compañera de aventuras, y conversación callada, y bien actuada por anatomías diferentes a la boca.
En el baño, oriné. Cuando terminé, los estremecimiento de la vagina hicieron que me sorprendiera, pero apresuré la orina. Tomé el papel higiénico para secarme. Cuando éste llegaba a corta distancia de mi vulva escurriendo orina y jugos, la mano arrojó el papel y se fue a la vulva anhelante. Los dedos, ágiles, de inmediato se metieron entre los labios, sintieron la viscosidad, se regocijaron para iniciar el muy sabido movimiento para darme placer, placer que, pensé, no es comparable al que supuse de la mano ajena, aunque esa mano aún no llegaba a penetrar mis vellos y mis labios verticales. Bastaron unos apretones de mis tres dedos favoritos sobre labios grandes con vellos, ninfas y clítoris para que el tremendo y postergado orgasmo arribara iracundo, haciéndome gritar incontenible, y desfallecer de placer.
Cuando el gran orgasmo tan deseado se estaba debilitando, enfurecí, enfurecí porque pensé que el orgasmo debía de haberse producido por dedos ajenos, no por los propios, ¡cobarde!, me dije con ira.
Luego recapacité racional, para intentar tranquilizarme, para justificar la cobardía, era correcto haber dejado a la interlocutora esperándome.
Me levanté. Vi las pantaletas por las rodillas junto con el borde horrible de las pantimedias, volví a la furia intensa por vestir tan horribles prendas. Entonces, deliciosamente excitada, así había estado y gozado la noche entera, sintiéndome la más perversa y degenerada de las mujeres, con mi ser temblando de bochorno, decisión y placer, me quité totalmente medias y pantaletas, luego, riendo como loca, sintiendo palpitar mi vagina, a más de sentirla escurrir, puse las odiosas prendas en la bolsa, hasta de secar mi pucha me olvidé, y salí tan campante, sintiendo la suavidad de la seda del vestido sobre mis lindas nalgas y vientre desnudos, dulces, ricas, bellas sensaciones inéditas que hicieron crecer geométricamente mi excitación ya inconmensurable.
Ella se había dado media vuelta para poder observarme al regreso. Sentí la ardiente mirada, y mis nalgas se movieron fuera de mi voluntad de manera lúbrica, lujuriosa, como nunca se habían balanceado al caminar. Sentía mi mirada llena de excitación, y respiraba muy agitada, intranquila, sabiéndome desnuda bajo el vestido, sintiendo la mirada febril de ella en el muslo que salía a cada paso por la rendija del vestido, vi cómo ella se llevaba una mano a la boca al descubrir que mi muslo estaba desnudo, ese gesto hizo que mi excitación se incrementara agradablemente, creo que igual le pasó a ella.
Sonriendo pícara, roja como sol en el ocaso, me senté sin dejar de verla presumiendo mi audacia sin tener en cuenta lo que ella había visto o avizorado. Al hacerlo, mis manos autónomas hicieron lo necesario para que los muslos quedaran totalmente expuestos, desnudos, a la vista de ella; yo veía cómo ella veía y cómo se lamía la boca como expresión de intensa y callada excitación.
"¡Maravilloso, extasiante, lindísimo!",
La escuché; lo decía en suaves murmullos entrecortados. La vi radiante, presumida, sintiendo que mis muslos y mi cuerpo ardían con el fuego del volcán radicado en mi laguna vagina. Mis pezones, no por olvidados en las menciones, disfrutaban y se tensaban exigiendo caricias inalcanzables en tales circunstancias, pero no dejaba de percibirlas mi emocionalidad excitada.
Fue tanta la sorpresa y la excitación en ella, en mí desde luego, que ella, sin tener en cuenta los riesgos, hizo que una de sus manos fuera, insolente, a acariciar la desnudes tal vez deseada tanto como yo la había deseado durante el febril coloquio tenido antes y se reiniciaba con las "frases" inéditas, pero más cínicas, abiertas y placenteras. Fue una inmensa sensación sentir la mano desnuda en mi muslo desnudo, y tanto que mis jugos apenas reprimidos, se volcaron al exterior yendo a bañar los ya de por sí bañados muslos.
Fue caricia fugaz, rápida, caliente, excitante, deliciosa; la mano salió de entre los muslos con la misma rapidez con que había empezado. Eso, en lugar de enojarme, me satisfizo porque supe que mi interlocutora, loca como yo, era inteligente, y no propiciaría por calentura y loco deseo, que nos sorprendieran los comensales adjuntos.
Acercó el rostro al mío para decir:
"Qué hermosa frase fuiste a escribir al baño… qué linda forma de platicarme lo que debes de haber escrito en el escritorio solitario",
Dijo en susurros, voz cálida, excitada, titubeante, seguramente por la tanta excitación que la embargaba. Luego separó el rostro para verme y musitar:
"¿Quieres, deseas que yo… escriba la misma frase?",
Acezaba, excitada hasta el acezar la excitación misma.
Mi vagina se contrajo más violenta, más cachonda, más llena de jugos, todo porque de la frase real pronunciada, y dada mi experiencia pasada en al baño, me hizo suponer que haría lo mismo que yo, incluida la rápida, gozada y gozosa masturbada, para salir sin pantaletas y sin medias. Debí reprimir el orgasmo que sentí venir. Susurrando, caliente como torrente de lava, con voz enronquecida por la tremenda excitación, dije:
"No sabes lo feliz que me harías si… escribes la misma frase que yo… pero tienes que decirme, luego que regreses y en cuanto se pueda, lo que hiciste mientras escribías la frase tan… excitante, la verdad, ¿sí?",
Casi desfallecida.
"Te lo prometo… sí, sí, te contaré todo, todo… lo que haga… para escribir lo que yo creo será mi frase favorita en este coloquio increíble y tan bello que hemos sostenido, que no quisiera que terminara. Me calienta, perdona la palabra, no encontré otra, pensar… no solo lo que veo desapareció… ¿no es así?",
Dijo acezante, verdaderamente loca de excitación.
"Sí, sí, sí… ¡adivinaste!… no pude admitir… nada que se interponga de aquí en delante para que las… bellas palabras sean sentidas sin… intermediarios insulsos, feos, verdaderamente abominables. Anda, ve al salón de clases, siéntate al escritorio, y escribe anhelante lo mucho que deseas… escribir. Te espero ansiosa… ¡escurriendo!… palabras y palabras… Ve, por favor, ¡ya vete…!"
La vi tambaleante, la fogosidad la hacía estremecerse por el anticipado placer, el placer que yo no sabía a ciencia cierta hasta dónde iba a llegar para darse el placer tan necesario y anhelado. Por fin, la vi irse.
En cuanto se fue, con discreción innecesaria porque nadie me prestaba atención, arrimé más la silla a la mesa, de tal forma mis muslos quedaron bajo el mantel. Al hacerlo pensé que eso debí hacer desde que el coloquio de muslos y manos se inició. Tan fue así que mi mano bajó a los muslos, mientras mis ojos trataban de percatarse de cualquier mirada intrusa. Jadeaba, gemía porque mi mano acarició la desnudez de mis muslos, y estos se abrieron hasta donde el vestido los dejó llegar, pero, para que la mano no tuviera dificultad alguna en adentrarse hasta los dulces territorios del valle velloso mojado, me era perfectamente perceptible y placentero, había que hacer algo; la solución era subir la falda hasta donde se pudiera sin que mis nalgas pudieran ser vistas desde atrás; lo hice acezando, hasta un mini orgasmos tuve en forma deliciosa. Ya sin recato, mi mano y mis dedos se adentraron hasta llegar a la pucha mojada, ávida de caricias, deseosa del placer dado por dedos incansables y sabios, cosa que apenas me enteraba eran así, aunque me masturbaba desde la adolescencia, y más desde que el coito con el marido resultaba frustrante.
Sin dejar de vigilar, mis dedos abrieron los labios, los recorrieron con suavidad, tratando de sentir la intensidad de las sensaciones que no por sabidas eran menos estimulantes y placenteras; los dedos apretaron como sabían debían apretarse los labios grandes y los pequeños, y también acariciaron la cabecita semioculta por el sensible capullo.
Con esfuerzo supremo, estilando de las dos bocas, sabiendo que estaba masturbándome en público, reprimí los gozosos gritos que pugnaban por salir bien locos, atronadores, insistiendo en dar a conocer a los demás el placer que mi pucha tan ardiente estaba sintiendo. Acaricié y acaricié, suave y persistentemente, sin tener en cuenta el orgasmo continuo, potente, avasallador, dulce, delicioso, mucho más que placentero. No obstante la seriedad y los esfuerzos por permanecer quieta, imperturbable, mis nalgas se movían lo que podían, lo que la precaria posición y el grave entorno les permitía, aumentando así el placer inconmensurable que estaba sintiendo, me hacía disolverme en jugos inacabables que mi vagina estaba expulsando.
Mis dedos estaban mojado como si hubieran salido de un recipiente con agua… cuando la sentí, ella volvía, la vi, después saqué la mano, con enorme pesar; era necesario para poder dar media vuelta y poderla ver; la vi venir, la corta faldita dejaba ver los muslos maravillosos, bellos, ahora maravillosamente desnudos, visión que me hizo prolongar el orgasmo inacabable que mis sabios y dulces dedos estaban produciendo segundos antes.
Ella sonreía coqueta, caminaba cimbrando las caderas, las nalgas que vi al irse eran grandes, redondas, seguro que duras y tersas al tacto. Estaba cual caldera al borde de la explosión por fuego ascendente e incontrolable. Vi cómo las manos arreglaban el pelo en una evidente manifestación de extrema coquetería y excitación, tal vez el preludio para confesar la gran masturbada que se había dado. Vi los hermosos muslos desnudos, completos, deseando que ascendiera un poco para poder ver los pelos. No tuve dudas, seguramente los calzones, como los míos, yacían dentro de la bolsa que colgaba de uno de los hombros. Cuando la vi acercarse, empecé a darme de nuevo la vuelta, ahora jalé la silla de ella acercándola a la mía, para que hiciera eso, para hacerla saber que la esperaba cerca de mí como las sillas lo permitieran.
El rostro alegre, caminar provocador, muslos resplandeciendo, hasta un fino sudor en la frente, hacían de mi interlocutora de frases locas, un bello ejemplo de bella mujer. No sé si premeditado o no, pero al sentarse, primero lo hizo de forma que las rodillas apuntaron hacia mí, luego piernas y muslos, desnudos, ¡desnudos!, se abrieron, ¡la gloria!, pelos desconocidos se exhibieron de una manera hermosa, escalofriante, tanto así que mi vagina-laguna estalló en muy dulces y tremendas, deliciosas oleadas de jugos, contracciones como las que siento siempre en la masturbación acabada, ella se estremecía con violencia, fue claro, se estremecía tal vez con las mismas contracciones vaginales que yo sentía… deliciosas, placenteras.
Viendo detrás de mí, cerró los muslos, les dio vuelta, acercó la silla a la mesa tal como yo lo había deseado. Entendí que había moros en la costa, por eso, muy seriecita, también di vuelta a mis calenturientas extremidades inferiores, vi al frente conservando la divina imagen de los pelos de una pucha que no era la mía, y por eso más excitante, más deliciosa, más deseada.
Tan solo segundos después, el muslo de ella se subió en el mío, y las dos manos se entrecruzaron para adentrarse en las delicias de la piel de los muslos primero, después llegaron a los valles de césped piloso, mientras nuestros rostros sudaban y enrojecían, las bocas se tensaban, menos que los pezones que amenazaban con romper la tela de los vestidos, las nalgas se movieron al extremo de las sillas, y los dedos empezaron a nadar en las lagunas rodeadas de selvas negras, y yo, tal vez ella, percibía los primorosos olores que ascendían veloces hasta mi nariz, los dedos bracearon en un incansable nadar en las lagunas, incluso uno de ellos, de las dos manos aventureras, bucearon en el fondo increíble del amazonas vaginal,
nuestros cuerpos estaban tensos, los alientos podrían haber elevado la temperatura del universo, las nalgas intentaban sin mucho éxito moverse para facilitar el nadado de los dedos y mejorar la deliciosa percepción de las olas que desde allí hacían estremecer a pezones, vaginas y culos, ¡habíamos dejado el coloquio a los dedos deliciosos que nadaban ya como locos, sin importar que ese nadar pudiera ser visto en la superficie por los intensos movimientos que, a querer o no, los brazos visibles debían hacer para que los inquietos dedos pudieran levantar oleadas descomunales que amenazaban con hacer estallar el volcán ubicado entre cada par de mulos,
El estallido vino intenso, maravilloso,
El muslo que cabalgaba al mío desmontó, para luego el par de muslos apretar la mano aventurera y aprisionar a los tres dedos nadadores de esa laguna, el otro par de muslos permaneció abierto pero mi rostro tuvo que refugiarse en uno de los brazos colocados sobre la mesa porque me era casi imposible acallar los tremendos gritos que deseaban cual orates salir de mi garganta, ella tenía los ojos cerrados, no le importó, o no se daba cuenta de los gemidos y de las casi convulsiones del tórax que bien pudo ser detectado por cualquiera de los comensales,
pero estaban tan borrachos que no veían nada más allá de la nariz y los vasos que no dejaban de llevarse a la boca para vaciarlos para enseguida volver a llenarlos con manos estúpidas y temblorosas,
Soltó mi mano, sacó la de ella de entre mis mulos, respiró profundo, la imité, mi corazón brincaba descontrolado, mis jugos bañaban no solo mis muslos y los pelos, sino, estoy segura, habían mojado ya, la tela de la silla,
no sé cuánto tiempo después, mis ojos pudieron abrirse, y mis muslos cerrarse, mi rostro volteó tratando de encontrar el otro, sobre todo los ojos bellos un poco los responsables de haber puesto a nadar dedos ajenos en lagunas ajenas, no fue sino segundos después que el otro rostro volteó, mientras el muslo jinete golpeó al cabalgado, y la dulce sonrisa volvió para deleitarme por la expresión no solo de satisfacción, fue evidente, también con cariño, con afecto, con agradecimiento, la respuesta de mis gestos fue similar, y ella dijo:
"¡Carajo!, amiga… ¡del alma!, ¡nunca me imagine que nuestras manos fueran capaces de… platicar tan maravillosamente!, y más en condiciones tan precarias para… dar salida a la voz, ¿no estás de acuerdo?",
Seguir con dedos nadadores era intención, desafortunadamente la reunión terminaba para nuestro desconsuelo y coraje,
El marido se levantó cuando muchos de los comensales se habían ido, en tanto las bocas y demás elementos corporales que habían
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