DIA DE SORPRESAS
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Al despertarme ese día, estaba lejos de imaginar el sin número de sorpresas que iba a tener en el transcurso de la jornada.
Para empezar, la muchacha del aseo y arreglos de la casa llegó temprano, contra su costumbre habitual. Más sorpresa, llegó de buen humor, dispuesta a trabajar con cierta diligencia. Después, me devolvieron un precioso minivestido que la tintorería había extraviado. En fin, sorpresas y, para mi fortuna, hasta el medio día, todas positivas.
Por la tarde, la sorpresa fue que mi marido llegó temprano; más sorpresa, verlo sentarse a ver televisión, la odia dice, aunque no le creo, siempre está frente a la estúpida caja boba. Todavía más sorpresa pues nada exigía, habitualmente lo hace cuando está en casa. Por último, la mayor sorpresa: me invitó al cine, porque las pinches películas de la tele ya las vi todas, dijo, demostrando así su gran "odio" a la tele. No me permitió cambiar de vestido, se hace tarde, dijo, yo obedecí. Así que me fui al cine, metida en corto vestido entregado por la tintorería. Además sin sostén, nunca lo uso en casa; por la orden perentoria ni eso hice, ponerme el feroz y tieso corpiño. Por cierto, de la película que presuntamente veríamos no sabía nada, ni siquiera el título.
Llegamos temprano a dicha función nocturna. Nos sentamos en el centro de la fila, esta, prácticamente sola. Un poco antes de iniciarse la función, llegó otra pareja. La mujer, guapa mujer, lo noté, me vio, sonrió, sonrisa que contesté, hubo mutua empatía, no el automático reflejo de lo cortés. Pasó más allá de donde estaba sentada. Nueva sorpresa, la linda muchacha no tenía más de veinte años según mi primera apreciación, se quedó de pie para dejar pasar al acompañante, otro joven, y quedar sentada a mi lado. Volvimos a vernos un poco antes de apagarse la luz; la mirada, no supe por qué, me pareció rebasar la calificación de simple mirada. A poco de iniciarse la película, las sorpresas se vinieron en cascada. Por principio de cuentas, con las primeras secuencias de la cinta fue posible establecer que la trama sería en torno a la vida de una guapísima modelo, al parecer lesbiana. Puse interés; mi marido algo sabía de la película con segura carga erótica, por eso quiso verla, pensé.
La siguiente sorpresa fue la mano de mi vecina, ¡tomó la mía! que estaba pasivamente puesta en el brazo de la butaca. Mi sobresalto fue notable, hasta mi marido volteó interrogante, indagando con la mirada. Lo vi, y sonreí sin decir nada, para mi máxima sorpresa; ésta, aunada a la otra, porque ¡no hice lo indicado para hacer cesar el contacto de las manos! No me atreví a mirar a la atrevida. Entonces acarició, sí, eso hizo, acarició mi mano con suma lentitud, sugestivamente, con sentido erótico neto, claro. Eso me llevó a la nueva sorpresa manifestada en la notable y rica sensación de que mis tiesos y lindos pezones se erguían confirmando mi apreciación inicial. ¡Carajo!, pensé, ¿qué me está pasando?, mi mano continuó pasiva, sintiendo los dedos de la otra mano que iban y venían a lo largo del dorso de la mía, para ascender por el antebrazo para apretarlo suave, haciendo notar la intención de hacer sentir la caricia sensual, claramente sexual, la intención se cumplía, mi agitación iba en ascenso.
La siguiente sorpresa fue atender a los primeros llamados de la mano ajena para enlazar los dedos; carajo, estaba disfrutando las caricias de la otra, y la hacía lindo; apretó los dedos, respondí apretando a mi vez; entonces la sentí voltear, y, para nueva sorpresa, hice lo mismo; sonrió con los ojos fijos en los míos sin huir, con labios sensuales semiabiertos en una sonrisa; mi boca la devolvió, nueva sorpresa mía. Esa mutua sonrisa selló el pacto silencioso, al menos eso debió interpretar la bellísima “intrusa”, porque luego, sonriendo, volteó nuevamente a mirar la pantalla – en el momento se desarrollaba secuencia donde la protagonista abraza primero y luego besa con pasión a una hermosa jovencita; carajo, para volverme loca – ella arrastró mi mano hasta posarla en el muslo grueso, terso y ¡desnudo! de ella, de mi jovencita vecina. Sentí un estremecimiento, me recorrió íntegramente, pasando por mis bien parados pezones, por mi húmeda puchita. Sentí la respiración agitada, y mi mano deseaba recorrer lo más posible de la singular piel, singular porque era tremendamente excitante y placentero para mí desde luego, saberme acariciando el bello muslo de ¡otra mujer! Si alguien hubiera dicho horas antes que conscientemente acariciaría el muslo de mujer con claros propósitos sensuales, cuando no francamente sexuales, de claro erotismo, ya indudable, lo hubiera insultado, es más, a cualquiera, por aseverar tal cosa, lo golpeo.
La mano de ella ahora se puso pasiva sin dejar de acariciar el dorso de la mía, diciendo tienes libertad para llevar tu mano a donde quieras. No pude reprimir el suspiro cuando mi mano sorpresivamente empezó un lento ascenso por el muslo, un corto descenso, para reiniciar el ir hacia arriba, hasta tocar el reborde de, supe, la fina tela de encajes de la pantaleta de mi callada niña interlocutora. Entonces, para inmensa sorpresa propia, abrió los muslos invitando a mi mano a no permanecer allí sino ser audaz, más atrevida, y llegara a donde, seguramente, ella pensaba que era el lógico destino, esto es, los pelos y… ¡la pucha!, carajo, la pucha de mi vecina. Si no lo hubiera vivido así, diría que fue lindo sueño, degenerada fantasía de alguien ajeno a mí.
Más me sorprendí cuando sentí la mano, siempre había estado en la mía, que la abandonaba para irse a radicar en mi muslo, el muslo, por supuesto, estaba desnudo hasta arriba, muy cerca de mis pelos y de la entrada de mi pucha. La manos ajena se posó suavemente, acarició con sabrosa lentitud, con temor de tocar a profundidad, más suave y tierna que mi caricia en el muslo de la dueña de la mano andando por el mío, al hacerlo me producía mayores sensaciones; sorpresa porque mi mano rectificó la forma de acariciar el muslo ajeno y continuó para unirse a la forma y al compás que la otra llevaba en mi propio muslo. La mano ajena subió, lo mismo la mía; los dedos ágiles de la mano ajena se introdujeron con delicadeza entre mi piel y el reborde de las pantis; mis dedos, no tan ágiles, hicieron lo mismo; entonces los dedos ajenos separaron el calzón, y se solazaron acariciando mis pelos hasta donde les era posible; mis dedos hicieron lo mismo; al sentir los vellos tersos, verdaderamente sensuales, demasiado excitantes, nuevo, fuerte estremecimiento me hizo suspirar con violencia, al mismo tiempo mi vagina se contraía, sentía que mis mieles se derramaron por los pelos y los muslos.
Ya no estaba sorprendida, sino francamente anonadada por lo que yo no sólo admitía, sino yo misma hacía, hasta tomaba la iniciativa en algunas cosas, ¡para acariciar a la otra linda mujer!, no te conocía tus tendencias lésbicas, pensé, pero mi mano continuaba acariciando y gozando.
Mis redondos muslos, fuera de mi voluntad se abrieron sin recato, sin importarme que el feo marido se percatara de mis movimientos inhabituales. Ella los tenía cínicamente abiertos, mis dedos pudieron explayarse, ir a donde sabían había líquidos para tocar y gozar, pensé con gozosa sorpresa. Adelantó las nalgas propiciando la caricia de mis dedos que lo estaban haciendo directamente en la mojada pucha, yo ansiaba verla. No me atreví a hacer lo mismo por el temor antes anotado, mi macho podía darse cuenta, bastó que los dedos ajenos tocaran a la puerta de mi raja inundada para que mis nalgas se movieron, así lo hicieron las otras.
En ese momento pasaba secuencia luminosa, muy luminosa, y la vecina seductora, sacó su mano de donde andaba, recorrió las nalgas propias a su lugar natural, por supuesto, seguí las duchas indicaciones, asustada. Volteamos a vernos, nuestras miradas fueron lánguidas y la languidez expresaba nuestra enorme y rica excitación. Nuestras bocas sonreían, frunció los sensuales labios enviándome un beso, sentí ansias de besar la boca fruncida, para enorme sorpresa de mi ego educado en la “civilizada” y ortodoxa heterosexualidad, no me importó, continué deseando el beso prohibido. Para colmo, en el momento la protagonista se besaba intensa y cachondamente con otra jovencita. No sólo eso, le besaba el cuello, mientras recorría la blusa, la quitó, y dejó al descubierto los hermosos senos con duros pezones sonrosados, erguidos, suculentos, entonces besó, lamió la protagonista los virginales y muy erguidos senos, la escena parecía hecha por connotados pornógrafos, así de cachonda era la erótica escena, "ejemplar" para nosotras que estábamos en la realidad oscura de la sala de cine.
La secuencia, creo, movió la imaginación erótica de mi audaz vecina porque adelantó el rostro para ver a mi marido; calculaba el grado de atención que él prestaba a la película y ¡a mí!, al parecer concluyó que la actitud del macho era propicia para sus sorprendentes intenciones; sin mayores precauciones pasó su brazo por detrás de mí, para poner la mano sobre el hombro, enseguida la hizo descender buscando entrar debajo de la blusa; entonces el objetivo de la mano vislumbrado desde pasar el brazo por atrás, quedó claro; para mi sorpresa enorme, eché hacia atrás mi torso para facilitar la caricia ¡ya anhelada! y ella pudiera hacerla con mayor facilidad.
Jadeaba ella, más jadeaba yo, de la película veíamos aquellas escenas donde el erotismo era más evidente y directo, donde, por ejemplo, quedaba totalmente desnudo el bellísimo cuerpo de la bella protagonista, esa visión en sí misma era un factor de excitación exuberante, para las dos, creo. La mano bajó con premura hasta tocar la raíz de mi seno para acariciar suave y cachondamente, de la misma forma había acariciado mi muslo y mis pelitos. En tanto mi mano hormigueaba, estaba inactiva, esto se constituyó en otra sorpresa para mí; no me atreví a realizar la misma maniobra de mi vecina, ella acariciaba muy cerca de mi pezón, y el pezón ansiaba la caricia irreversible.
Intensa sorpresa fue sentir, sí, sentir más que ordenar, mi mano se fue al muslo ajeno, la excitante maniobra conocida y enormemente placentera. Acaricié y acaricié con enorme deleite, y en ese mismo momento los dedos ajenos estaban acariciando deliciosamente mi chichi hasta donde alcanzaba, no el pezón que estaba lejos, y me fue obvio que no podía llegar sin encimarse en mí; mi chichita encantadora deseaba a los dedos, diciéndoles, yo quiero gozar la caricia de esos dedos libertinos, sí, el seno, mi yo completo, gozábamos de la caricia, ¡aunque no pudiera llegar al pezón!, eso calculó ella e hizo intentos; desistió al comprender que cualquier maniobra más allá de donde andaba la mano podría ser descubierta; gocé los dedos, sumado a lo que mi propia mano estaba obteniendo, ya andaba separando los bordes del calzón para llegar a los pelos conocidos y acariciarlos con delicadeza y placer enorme… para las dos, supongo.
En ese momento sentí que la mano de la caricia en mi chichita se retiraba apresurada; me asusté; volteé a ver a mi marido al mismo tiempo él iniciaba un movimiento para verme; carajo, pensé, esta chava hermosa es hasta bruja, se adelantó una fracción de segundo a la mirada de mi cónyuge. Mi mano, movida por real automatismo, apresurada regresó al brazo de la butaca. Ella hizo descansar su mano en su muslo para mi sorpresa, me hizo pelar los ojos, vi la mano ajena ascender por el muslo de ella misma para situarse entre los muslos abiertos indicándome, sin lugar a dudas, que los dedos iban a la pucha ¡para meterse y masturbarla! Acecé de plano.
Intenté hacer lo mismo; el cónyuge estaba bastante inquieto, quizá había percibido mano ajena acariciando mis chichis. Por eso nada hice, y sí veía de reojo los progresos de la masturbada de la otra. No llegó al orgasmo, la mano salió de debajo de las pantis para venir a tomar la mía, esta continuaba en el brazo de la butaca. Los dedos venían mojados; mi gran excitación aumentó considerablemente, a tal grado que mis nalgas se remolinearon inquietas en el asiento y volteé a ver a mi pendejo marido con la idea de asegurarme de si su atención estaba de nuevo el la puta película; así era, por eso pude hacer lo que mi increíble – por inusual y por ser francamente sexual y ¡homosexual! – decisión de ¡chupar los dedos de mi vecina cachonda y seductora!; ni siquiera en la más febril de mis fantasías anteriores figuró nunca tamaño deseo; bueno, llegué a insultar a una mona en el baño de un cabaret porque intentó tocarme el rostro.
Cuando inicié el movimiento para llevar los dedos ajenos a mi boca, la otra pegó el brinco, no lo esperaba, menos una iniciativa mía como la puesta en marcha, hasta volteó a ver a su pareja quizás para asegurarse de no ser sorprendía dando permiso de lamerle los dedos a ¡una mujer! Cuando tuve los dedos ajenos en mi boca horizontal, suspiré con mucha precaución, me deleité primero al percibir los inconfundibles olores a pucha, y con el dulce sabor hasta ese momento desconocido por mí, ni siquiera había pensado en conocer el riquísimo sabor de mis propios jugos. Sentí, con estremecimientos, los ricos estremecimientos de mi vecina; estaba viéndola a los ojos, la vi jadear en silencio, debió agachar la bella cabeza casi seguramente a consecuencia del posible gran orgasmo. Aún con el riesgo abultado, prolongué la excitante caricia de mi boca y lengua en los dedos suaves, largos, de uñas largas, en fin, dedos deliciosos, en particular porque estaban saturados de olor y sabor exquisitos.
En ese momento, en la película, la protagonista metía su cabeza entre los muslos muy abiertos de otra jovencita, diferente a las otras, las demás habían pasado por sus placeres, se veían claros movimientos de la cabeza que parecía estar realizando una linda mamada a la pucha jovencita totalmente desnuda, con senos sensacionales, bellos los pezones bien parados; momentos antes la joven dominante los había mamado y lamido; la jovencita movía las nalgas, sus febriles expresiones faciales dramatizaban el placer inmenso, tal vez la lengua y boca de la otra se lo estaba proporcionando. Imagine a mi boca en la pucha de mi vecina, mi lengua se movió aceleradamente lamiendo los olorosos dedos. Ambas nos estremecimos, mis muslos se restregaron tratando, sin conseguirlo, detonar el orgasmo, me era indispensable. La otra no sé, pero sí vi que su mirada acusaba placer inmenso porque mi boca continuaba chupando sus dedos, tres para ser exacta, no me cupieron más en la boca.
Un ligero movimiento a mi lado me hizo desistir de continuar con los dedos ajenos bien metidos en mi boca, y regresé la mano con sus dedos al brazo de la butaca, mi mano se reclinó en mi muslo desnudos iniciando una caricia intensa, intenté llevarla lo más arriba posible; no pude; mi marido, más inquieto por algo que no lograba esclarecer, veía la película, por cierto continuaba la secuencia de gran erotismo donde las dos jovencitas seguían prodigándose en caricia mutuas, incluso frecuentes metidas de las cabezas entre los muslos de la pareja en el típico 69. Creo del otro lado la situación era la misma, las manos de mi vecina estaban posadas muy decentes y plácidas sobre el regazo.
Quizás mi ya entrañable vecina estaba más caliente, o quizás más alivianada, pasó a la novedad, dijo algo a su acompañante, y me vio significativamente; enseguida se puso de pie, se dio la vuelta para salir dando el frente a los sentados, a mí desde luego, se inclinó para pedir permiso de salir, en realidad para musitar muy quedo: "Te espero en los baños", y salió de la fila.
Quedé consternada, abochornada, en franco delirio moralista, además de supercaliente, mi excitación era de magnitud, incluso nunca antes me había sentido igual de enfebrecida, enardecida realmente. Mi súper ego me decía que no era posible seguirla por varias razones, la menos tenida en cuenta era la posibilidad de que mi marido, o la pareja de mi vecina, podrían sospechar que "nosotras" íbamos a algo, carajo, totalmente “ilegal” desde el punto de vista de la absurda moral “legal”; lo predominante era exactamente que cometería súper desacato si la seguía; la incertidumbre no sólo de ir o no, sino de qué sucedería en los baños entre las dos, era colosal, excitante. Suspirando, llena de sentimientos contradictorios, vencida por la enorme excitación cabalgante, me tenía loca de pasión y deseo; me levanté sin yo misma tener plena conciencia, y salí luego de decir a mi marido: voy al baño, y a comprar alguna golosina. Él, un tanto atónito, me vio, no dijo nada, retrajo las piernas para dejarme salir. La pareja de mi vecina, más suspicaz, me vio interrogante milisegundos, y volvió a la pantalla donde las chavas se decían palabras melosas, sus manos acariciaban los pezones de la otra.
Temblando, acezando, hasta las axilas estaban inundadas de sudor por los nervios y la excitación. Caminé entre sueños en dirección al baño. Estrujaba mis manos bastante sudorosas una contra otra; mis aprensiones homofóbicas, mis tontas posiciones morales las había mandado al carajo, aunque en el fondo hacían estragos con mis emociones. Llegué al baño, entré, carajo, la muy hermosa jovencita, ahora lo comprobé, era casi una niña de no más de 17 años, estaba frente a los grandes y viejos espejos arreglándose el maquillaje; casi en simultaneo vi a la "encargada" de los baños también estaba en el extremo opuesto del largo lavamanos.
A mi seductora le había fallado la estrategia, pensé con mucho dolor ¡y frustración!, para nueva sorpresa mía la claridad de esta frustración era ¡erótica!, francamente erótica: imaginé que nos besaríamos y nuestras manos, en especial las mías, conocerían los senos primorosos, ya estando en los baños bien iluminados eran chichis soberbias y, quizá, libres tras la tela de la blusita ¡de estudiante! de la niña; además, pensé en los breves pasos para llegar allí, mi deseo de meter directa y profundamente mis dedos entre los pelos de la pucha ajena se vería satisfecho con creces, a la vez quería sentir íntegros los dedos ajenos metidos hasta los nudillos en mi vagina, además de decirle al oído que acariciara mi capullo y la cabecita aprisionada por las enhiestas ninfas. ¡Pero nada de esto iba a suceder!, era evidente, nada se podía realizar estando la señora presente.
Suspiré con fuerza, me acerqué hasta casi tocar con mi cuerpo el otro bello cuerpo, inmensamente deseado por mí en ese mismo momento. La vi en el espejo, me vio, sonrió; una de sus manos se fue a los senos y los acarició haciendo aparecer esa caricia algo natural en las mujeres que se "acomodan" las chichis para luego salir del baño público. Simulé lavarme las manos; ella dio la impresión de terminar el arreglo, viéndome con pasión a través del espejo, me invitaba a seguirla. Tomé una toalla; me sequé las manos; salí.
Allí estaba, dos pasos adelante En el vestíbulo del cine estaban los encargados sin tomarnos en cuenta, entregados a sus propias tareas, la solitaria flojera. Suspirando, el corazón a mil por hora, con la rica vagina contrayéndose impertinente, me acerqué; la vi, me vio, sonrió, sonreí, acarició mi rostro suave y rápidamente, viéndome intensamente a los ojos, dijo: "¡No sabes lo que daría por besarte rico!", sus labios estaban entreabiertos preparándose para el beso anunciado y deseado; estaba en las mismas; no pude hablar; mi sonrisa se amplió, mi cabeza dijo sí. Volteó examinando el entorno, se dio cuenta, era casi imposible un beso, pero el deseado beso ahí no podía pasar desapercibido; sonrió con amargura mirándome, pasión evidente, suspiró con intensidad inusitada, me tomó de la mano, la apretó, apreté, y me guió de regreso a la sala de exhibición con pasos rápidos; la seguí dócilmente, con el corazón en la vagina, esta gritándome, quería, deseba la caricia hasta la saciedad.
En cuanto estuvimos en la oscuridad, se detuvo, su mano abandonó la mía para meterse entre mis muslos y bajo el vestido. Volteó a los lados; las filas posteriores estaban desiertas, y los pocos ocupantes atentos a la proyección; me enfrentó, me besó ardientemente, beso a boca abierta y lengua adentrándose inmediatamente en mi boca abierta para encontrarse con mi lengua, esta la recibió llena de alegría, lujuria y excitación. Nos abrazamos para hacer más intenso, de película, el beso deseado, mientras cuatro manos acariciaban las cuatro nalgas, suspiros jadeantes fueron intensos, muy intensos. El beso cesó, aunque las dos queríamos continuarlo hasta la eternidad; la endiablada chiquilla era inteligente, lo sabía, el rico beso no podía durar, menos paradas en el pasillo en cualquier momento alguien podría entrar.
De cualquier forma su mano se metió bajo mi vestido para ir a aplastarse contra mi pucha y mis pantaletas completamente mojadas; yo, suspirando, hice lo mismo, y dijo: "No podemos seguirle cariño… ya sabes, no estamos solas; quiero verte, ¡donde se pueda verte! Dame tu teléfono, o cita, lo que quieras… por favor, no puedo perderte; ¡carajo!, me desconozco, pero, por favor, dime dónde nos vemos, ¿sí preciosa?", estaba pasmada, sintiendo deliciosos los dedos metidos en mi raja aunque la pantaleta impedía el contacto directo, los míos había logrado separar la pantaletita más pequeña de mi vecina y seductora y sí se solazaban con los pelos, los ricos jugos de la rajita, de la puchita que deseaba febrilmente tener en mi boca como vi hacerlo a la hermosa puta protagonista de la película. No supe cómo hacer para cumplir con la petición anhelante de la niña. Pero recordé; dije ir a comprar algo, sonreí porque había encontrado la fórmula para dar cumplimiento tanto a los deseos de la chiquilla y a los míos. "Vete, allá te encuentro; te daré lo que pides, ¿sí?", volvió a besarme, aunque fue un beso fugaz, fue bastante placentero, sonrió después del beso, y se fue.
Volví al vestíbulo; di gracias a la costumbre de las mujeres de llevar consigo la bolsa de mano al baño, allí tenía lo necesario para cumplir el deseo de mi segura seductora. Pedí chocolates y palomitas; mientras las servían pensé qué hacer. ¿Darle mi teléfono?, ¿invitarla a algún lado?, ¿dónde?, no estaba dispuesta a esperar demasiado, mi vivaz súper ego podría suspender el impensado e inusitado impulso que para mi gran sorpresa me envolvía totalmente, aún sintiéndome la más degenerada porque estaba deseando el amor y las caricias de una mujer. Cuando la encargada puso en el mostrador el pedido, mi linda boca se abrió, sonrió plena de satisfacción: ¡había encontrado la salida!
Soy maestra, lo relatado se dio en tiempo de las vacaciones y podía permanecer en casa a tiempo completo, además, mi marido se iba a trabajar; en una hoja de agenda, escribí: "¡Estoy rematadamente loca por…! Pero loca o no, te espero mañana, sin excusa ni pretexto, a las once de la mañana en X, es mi casa, estaré sola…, ¿vendrás?", al releerlo, sudé, sí, sude abochornada, avergonzada hasta la médula de los huesos; yo, yo, una furibunda heterosexual, casada, caray, citando a una mujer motivada por el deseo de ¡cogérmela!, no lo podía creer; estrujé el papelito con la idea de destruirlo, y así mi seductora se fuera al diablo, pero… mi pucha dijo no…, pagué, y regresé a la sala oscura.
Con el corazón en la vagina, y mi pensamiento conservador metido en el culo del diablo, sintiendo el sudor escurrir de mis axilas y los jugos de mi pucha por los muslos, me senté, al mismo tiempo me veía con expresión suplicante, pues el anhelo era poco comparado con la inmensa súplica de la niña. Hasta mi méndiga falda estaba conjurada, al sentarme se fue hasta el ombligo, y mis hermosos muslos quedaron al descubierto. La mano ajena, presurosa, vino a tomar la mía, la apretó mucho, provocando nuevas contracciones en mi escurrida vagina. Me veía, la vi… mi sonrisa inexplicable y espontánea, la hizo sonreír casi con alegría.
Sin que nuestros ojos se apartaran, la mano ajena soltó la mía para luego ascender ante mi desconcierto y temor, pareció ir a mi rostro; así fue, cuando estuvo a la altura de mi cara los olores a pucha mojada intensos, me estremecí, el estremecimiento se incrementó cuando los dedos largos y bellos tocaron mis labios solicitando el ingreso a la boca; gemí, mi boca se abrió, el dulce sabor a pucha venía en los dedos, me inundó de placer, el sabor se explicaba por los olores identificados aunque fuera esa misma noche. Cerré los ojos en éxtasis mientras chupaba los dedos, los dedos se alternaban para ser uno el que fuera chupado cada vez. No duró mucho esa caricia sui géneris, fue suficiente para que mis jugos se derramaran más de lo que ya lo habían hecho. La mano regresó a mi mano en la butaca.
Entonces, mi mano se dio la vuelta aun contra la oposición de la otra mano; vi la alegría en los ojos y en la sonrisa de la bella seductora porque supo que allí estaba lo solicitado. Lo tomó; apretó fuerte el puño para que el papelito no se escapara; si estuviéramos en otras circunstancias y solas, ella se habría puesto a brincar de gusto, tal vez con enorme placer anticipado al placer real que iba a tener al dar cumplimiento a la cita puesta en el papelito. Lo sé, ella ardía en deseos por saber lo que decía por medio de papel y letra escrita, se concretó a mantener empuñada la mano por un tiempo largo. Abrió la bolsita, y lo guardó.
En cuanto tuvo la mano libre, sin esperar a nada, casi sin ver la actitud de los machos a nuestro lado, llevó la mano a mi muslo, lo acarició con deleite y una inmensa sonrisa agradecida en la boca; la mano, tal vez para compensarme, se fue sin miramientos hasta ¡mi vientre!, para poder ingresar a la trastienda de la pantaleta del demonio, la pantaleta, pensé, debí haberla retirado en el baño; no era indispensable; la mano, más bien los dedos de sorprendente agilidad bajaron y llegaron a los pelos, aplastarlos y acariciarlos lentamente con ¡toda la mano!, para enseguida los dedos se estacionaron lujuriosos en el mechón tupido de pelos, precisamente los tengo en el vértice de la pucha, el lugar preciso para meter un dedo y acariciar lo que está entre las ninfas, el precioso capullo envolviendo la cabecita deseosa de caricias, la cabecita fue acariciada con sapiencia más que sorprendente, hasta deseé la no continuación de esa deliciosa caricia porque iba a estallar en el orgasmo tan deseado y tan necesario, y esto podría dar lugar al estallido que pusiera al descubierto el diálogo clandestino mantenido hasta el momento por manos, dedos, puchas, pelos y chichis, bueno, de estas una de las mía recibió las excitantes y placenteras caricias, esas caricias nunca las olvidaré por haber sido las primeras de manos y dedos femeninos en mis monumentales chichitas, monumentales por bellas, no por otras cosas.
No obstante mis aprensiones y temores, mis nalgas se fueron hacia delante para facilitar la caricia, y a los dedos gozarlos más y más, y me hicieran deleitarme. El estallido no tardó; cuando se produjo, hice hasta lo imposible por permanecer por completo impasible, lo logré a costa de limitar mi tremendo y potente placer orgásmico; los dedos no paraban, por tanto, mi orgasmo continuaba, y así mi cara se inclinó para esconderse, al menos parcialmente, mis muecas de goce y placer inéditos, sí, inéditos, hasta esa venturosa noche de sorpresas, de mis orgasmo, desde siempre provocados por mis propios dedos, nunca habían sido de la potencia, la intensidad y la persistencia como el que los dedos ajenos produjeron con eficaces, deliciosas y sorpresivas caricias profundas, de dedos insospechadamente ágiles.
Debía arriesgarme, no podía soportar más placer sin ponerme a gritar como loca, sí, loca salida del manicomio, y con mi mano casi obligué a la otra mano deliciosa a salir de tan precioso recinto. Entendió, la resistencia fue mínima; los dedos salieron; se fueron presurosos a meterse a la boca de la dueña, y cerró los ojos al chuparlos con enorme deleite, ese deleite hacía suponerlo la expresión del bello rostro juvenil de ojos cerrados.
Estaba agitada, respirando frecuente y profundamente, sin sentir otra cosa, a más de las intensas contracciones de mi vagina, líquidos saliendo de entre la selva de pelos castaños, el escurrimiento, tuve la seguridad, no solo fueron jugos deliciosos, sino estos sumados a la orina que mi esfínter relajado dejó salir por la exquisitez, la potencia y la persistencia del placer tenido. Por fortuna la orina se deslizó suave y silenciosamente después de mojar la fea tela del asiento. Ya se pueden imaginar mi bochorno y vergüenza cuando me di cuenta, caramba, el placer me había hecho ¡orinar!, ¡orinarme, Dios mío, orinarme de placer!
No daba crédito a lo acontecido, vamos, lo vivido en escasos minutos de mis sorpresas vespertinas, era sorprendente, insólito en todos sentidos, además de inmenso y muy placentero carajo, vergonzoso. Era mucha mi locura, luego de las primeras reacciones, sonreí, poco más y me carcajeó feliz por haberme orinado en el cine, producto de un orgasmo nunca imaginado, y nunca imaginado no sólo por la enorme calidad infinitamente superior a los conocidos y tenidos, sino también por haber sido producto de caricias de manos dulces y femeninas, mucho más, por esto, por ser mujer propietaria de las manos acariciantes ¡perfectamente desconocida por mi! ¡Continuaba chupando los dedos dando la imagen de una bebita acostumbrada a chuparse los dedos!, esa imagen, de no ser por la expresión de goce insuperable que mantenía el rostro hermoso, hubiera pensado, en efecto, que ella tenía esa regresión infantil.
Mi recuperación se aceleró, mi marido caliente por lo pornográfico de la pinche cinta, así fuera sin mostrar detalles totalmente genitales, se fijó en mis muslos desnudos, ¡abiertos!, lo vi mirarme de fijo; me estremecí de horror pensando haber sido sorprendida, descubierta en lo pretendidamente clandestino: la mirada fue casi de enojo; fue por el desconcierto y fastidio porque mi falda estaba "alta"; se acercó y me dijo: "Mira nada más donde traes la falda, carajo, fíjate", volvió a la película. Mi seductora alcanzó a escuchar el regaño, se carcajeó, así fuera por la expresión del bello rostro, la expresión simuló, divertida y divinamente, la carcajada.
Estaba sonriéndole feliz a mi amorosa chiquilla, y sentí ¡otra mano! Ya andaba por mi muslo… del lado opuesto. Me alarmé; de inmediato pensé, esa mano bien podría ascender para tocar mi pucha, cosa nunca hecha y menos en un lugar público pero, dada la excitación producto de hora y media de estimulación visual, esa podría ser la primera vez; estaba mojadísima, además, era seguro, tocaría en algún momento la butaca, ¡chingada madre!, podría enterarse de la humedad, más bien lo mojado del asiento por mis ¡miados! Por eso, con rapidez inaudita, viéndolo a los ojos con gran reclamo, tomé la mano absurda y la llevé hasta dejarla apoyada en el muslo del que pretendía solazarse con mis cosas. Me vio furioso; no insistió, y di gracias a Safo que me protegió.
Cuando pensé en la diosa, poco más y me caigo del asiento; me fue claro, me contaba en las filas de la adoradora, la bendita, oficiante de Lesbos. La otra se estremecía de las enormes carcajadas ficticias a boca abierta. Muchos estremecimientos, el acompañante también la reconvino, hizo poco caso, volteó el rostro por protegerme, no le interesara lo que el otro decía.
Total, los machos se alebrestaron, y nosotras permanecimos viendo las últimas escenas de la película, las triviales escenas no tuvieron ninguna de las cachondas secuencias de antes, nosotras para nada las tomamos en cuenta, para qué, nosotras estábamos haciendo la porno; al elaborar este pensamiento me carcajeé silenciosamente como lo había hecho mi seductora. ¡Las luces se encendieron!, sin que pudiera apartarme totalmente de la inmensa delicia, la sentía al tener la pucha totalmente mojada y la humedad y ya mis nalgas también disfrutaban; lo mojado del asiento había llegado hasta ellas.
Cuando nos levantamos para salir de la fila, me di la vuelta y ¡vi el asiento! donde la mancha era bien identificable. Nada podía hacer volteé a verla con sensación de vergüenza, avergonzada porque ella pudiera darse cuenta; y ¡claro, se dio perfecta cuenta!, además le fue fácil saber por qué el asiento estaba mojado, bueno, tal vez no imaginó la orina, quizá pensó que los jugos de la pucha habían mojado el asiento. De todas maneras me vio, la veía, peló los ojos con regocijo y alegría, placer diría yo, quizás gozando como yo había gozado… bueno, tuvo el placer de ver los estragos de sus finos, bellos y ágiles dedos. ¡Nadie más se dio cuenta!, el del aseo del cine vociferaría pensando que alguien había derramado el refresco en el asiento de marras.
El último contacto de nuestros ojos se dio cuando fue arrastrada por el acompañante; no me pareció tan joven… hasta pensé que era el marido de la otra, una sospecha infundada, creí, la chica era demasiado joven para estar casada con aquel sujeto, además era feo. Entonces sentí, ¡que mi falda estaba empapada!, temblé al pensar que todo mundo se daría cuenta por la segura mancha de la falda por estar tan mojada. Nada podía hacer; por esta conclusión me desentendí, que cada quien pensara lo que quisiera de mi falda, ahora mostraba mejor mis nalgas por la mancha de orina, tan ricamente soltada por mi vejiga, pensaba en ese momento, después supe que en realidad eyaculaba grandes cantidades de ricos jugos con el placer intenso y prolongado; además debíamos caminar hasta nuestro domicilio; nada me importaba, ¡nadie me podía quitar lo bailado!, esto es, ¡lo gozado!
Mi sonrisa franca y explícita, y mi marido volvió a preguntar: ¿Y ora? ¿Qué te pasa?, hasta pareces loca", "Me estoy riendo de las pendejadas que la heroína hizo; para nada les creo, no puedo pensar que una mujer “femenina…” acaricie a otra haciendo las manifestaciones de gozo de esta, por supuesto, no es creíble", dije muriéndome de la risa porque el pendejo de mi marido nunca se podría imaginar que YO había sido acariciada hasta la muerte chiquita por una chiquita deliciosa, una niña hermosa, además de lujuriosa y aventada.
Pero nunca pensé que mi marido salió del cine hasta la madre de caliente; no fue para menos, según pude conjeturar del tiempo de proyección, más del 90 por ciento habían sido escenas de lubricidad intensa, aunque sin mostrar genitalidad alguna, y más los machos, se estimulan de manera increíble con las secuencias lésbicas, en especial con los besos de boca a boca que con tanta frecuencia la protagonista dio a las múltiples seducidas, casi niñas, muy hermosas, además las fingidas y bilaterales mamadas de puchas. Reflexioné mientras caminaba pensando, nosotras las mujeres ver a dos homosexuales besarse y hacerse el amor como quiera que lo hagan, no nos causa excitación y sí, a muchas, hasta asco nos da, bueno, a mí en particular, no tengo por qué generalizar, después pude comprobar que mi presunción tiene mucho de cierto.
Fue una nueva sorpresa: mi marido, al entrar y cerrar la puerta me jaló con premura hasta la recámara y allí, sin más empezó a quitarse la ropa, acezando, diciendo: "Encuérate, estoy ardiendo", sí, su erección era total. No supe cómo responder de pronto. Pero luego me dije que si me oponía podría darse cuenta de mi… ¿infidelidad?, lo que fuera, y más bien podría lanzarse a quitarme la falda y entonces… ¡la macha húmeda sería descubierta!
Al mismo tiempo, mi pucha reclamaba más caricias, aunque fueran las del macho de siempre, no tenía por qué ser hipócrita. Me solté la falda, cayó a mis pies. Me veía con lujuria nunca antes manifestada; me quité con parsimonia la blusa, viéndolo acezar a lo perro, burlándome de él, esa burla pudo haberse identificado en mi sonrisa sarcástica, estaba caliente, y más se estaba poniendo con el desnudo provocador que estaba haciendo; luego me quité las pantaletas, y sentí la dulce humedad… ¡de verdad escurrían! por tantos jugos de pucha, y ¡la orina!, carajo, la orina indudable [eyaculé en realidad]. Hasta caminé cachondamente, regodeándome en mi propio placer, recordaba los dedos tan deliciosos, me había producido increíble orgasmo; acezando casi tanto como él, me tiré en la cama sin abrir, abriendo muchísimo los muslos; lo sabía, se lanzaría sin preámbulos a meter la verga de un solo empujón, cosa no deseada, y sí que tuviera la decencia de acariciarme, hasta mamarme rico la pucha, nunca lo había hecho, yo, hasta esa bendita noche lo deseé persistentemente; claro, me la metió tal como estaba previsto. Se movió a lo loco, me moví loca recordando el rico placer tenido en el cine, y no precisamente por la dichosa película.
De inmediato, creo, se percató de mi inusual humedad, digo, de la pucha, más se excitó; jadeando cual orate, dijo: "Estás supermojada, ¿por qué?", "Carajo, todavía preguntas, por la película tan tremenda y cachonda, carajo, ¿cómo no me iba a calentar?", dije, y él más rápido se movió. Lo supe, el escupitajo no tardaba y mis nalgas se movieron a mil por hora deseando llegar al indispensable y deseado orgasmo; no lo alcancé, eyaculó para mi enojo y frustración.
Mis nalgas continuaron moviéndose aunque él estaba liquidado y sobre mi cuerpo; la verga se contraía ya ablandándose por segundos. No podía permitir quedarme sin el placer tan necesitado. Sin pensar, sin tener experiencia previa, quizás con instintos de lujuria a marcha forzada, me di la vuelta hasta quedar cabalgándolo y mi locas nalgas empezaron un frenético ir y venir frotando mi clítoris contra los pelos del macho que poco a poco dejaba de ser macho porque la verga se caía a vagina vistas; no me importó, ni pensaba en eso, quería que mi pucha y mi espíritu gozaran al máximo; por eso mis nalgas no dejaban de moverse, él hasta decía que le parara, yo estaba con las exquisitas sensaciones de mi pucha en febril ascenso, mis manos se movieron para acariciar mis chichis y apretarlos y estrujar los pezones siguiendo el rápido vaivén de mis nalgas, hasta que los gritos tan contenidos durante la función anterior salieron de mi garganta, gritos triunfales y, creo, esa era la expresión de mi rostro, y en mi boca sentí la enorme sonrisa de triunfo porque mi dulce orgasmo monumental, y más, imaginaba los pelos de pucha ajena confundiéndose y frotándose con los míos, y cómo no sentirlo así si la verga hacía mucho había dejado de ser verga para ser remedo de pitito; imaginé un clítoris grande, inmenso.
Incluso trató de bajarme de la cabalgadura; apreté los muslos y no lo permití, estaba frenética, estaba enardecida, delirante de placer, tal placer nunca lo había tenido en mis largos años de matrimonio, largos, no porque fueran muchos, sino porque los sentía sumamente largos, muy prolongados, inacabables en mi displacer e insatisfacción sexual; hasta esa noche lo detecté.
Exhausta, caí sobre el pecho del macho; este se apresuró a empujarme para librarse de mi peso y mi cuerpo. Cómo no, si estaba satisfecho. No pudo creo, reprimir el reclamo, dijo: "Carajo, poco más y me despanzurras. Pos de veras te calentó la pinche película. Carajo, pos debo comprar películas de lesbianas para que te sigas calentando igual".
Acezante, con los dedos terminado de dar placer a mi capullo, a mi puchita entera, me burlé de él diciendo: "Sí, de veras, estaría bien que las compraras… para ver si así me coges más seguido", bufó, peló los ojos, y dijo: "Ora, ora… ¿no te cojo rico?", pensé que no había porque acelerar más las cosas, por eso no contesté. Me levanté, le pedí con la mirada que se levantara para poder abrir la cama, luego me acosté y, sin quererlo así, me dormí; era mucha la fatiga, sobre todo emocional.
CONTINUARÁ
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