Egresadas
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por balbina.
Ese viaje de su marido a Estados Unidos para hacer una maestría la había desubicado; era la primera vez en quince años de matrimonio que se separaban y sin hijos, a los treinta y siete años, no sabia que hacer con su tiempo y usando la computadora de Marcial, se le ocurrió buscar a chicas del Colegio cuyo nombre recordaba. Casi veinte años después, le costaba recordar nombres y en principio sólo pudo ubicar a dos chicas con las cuales no había sido muy amiga, precisamente por la competencia que su belleza provocaba en los varones, pero como compartieran su viaje de egresadas, tuvo en consideración que en su momento fueran compañeras-cómplices en noches en que la cordura y la continencia sexual las desbordaran.
Apenas estableció contacto, las mujeres se mostraron agradablemente sorprendidas por su aparición después de tanto tiempo; lógicamente, intercambiaron daros básicos de su estado civil y así como ella estaba casada con un médico, supo que Evangelina se había divorciado de un arquitecto hacía cinco años y no tenía pareja fija, sino esos clásicos touch-and-go de las separadas mientras que Adriana nunca se había casado aunque formara parejas circunstanciales que no progresaran lo suficiente para convertirse en matrimonio.
Curiosamente, ninguna de las tres tenía hijos y por diversas razones, no tenían pensado que hacer para enfrentar aquel verano que ya venía rempujando fuerte y así, entre broma y broma, acordaron reunirse para planificar qué hacer en el próximo fin de semana largo; encontrarse en aquella confitería fue para las tres un acontecimiento que sacudía la rutina de sus vidas y entre admiradas y asombradas por sus respectivas imágenes que a esa edad conservaban la lozanía de otros tiempos, no disimularon su contento y alabándose recíprocamente sus estados físicos, se maravillaron de que sus treinta y siete y treinta y ocho años, en vez de pesar sólo servían para destacar sus inocultables dones anatómicos.
De confidencia en confidencia, fueron descubriendo un cierto paralelismo en sus vidas, porque, aunque de disímiles profesiones, las tres habían alcanzado cierta notoriedad en lo suyo, aunque la naturaleza de sus relaciones sexuales las condujeran por distintos caminos; ella era la única cada casada pero por ese motivo no había ejercido nunca su titulo de abogada, Evangelina, la divorciada, era contadora pública y Adriana, la liberada, profesora de lengua vivas; también coincidieron en su opinión sobre los hombres, especialmente si son profesionales que dan prioridad a su carrera antes que al matrimonio y sexualmente se sirven de sus mujeres como un medio para lucir en sociedad pero en la cama mantienen un comportamiento cavernario en los que frustran a sus parejas al considerarlas como un simple pedazo de carne.
Tampoco a su edad querían ponerse en manos de hombres que seguramente tendrían el mismo propósito de sus parejas, justamente pensando en lo fugaces de sus encuentros y, como mujeres, tenían miedo a dos cosas, el contagio de enfermedades venéreas y a posibles embarazos, porque aun cuando todavía eran fértiles, les costaría justificar su preñez y menos las seducía la idea de lidiar con chicos de los que pronto serían abuelas.
Convencidas que por su libertad laboral y civil en caso de Alicia, lo mejor era dar rienda suelta a sus represiones y divertirse mientras el cuerpo les diera, convinieron aprovechar ese curioso feriado puente que les daría jueves, viernes, sábado y domingo para viajar a algún lado donde relajarse; por ser cuatro días nada más, decidieron ver si en alguna playa cercana, podrían alquilar alguna cabaña de esas que vienen provistas de todo.
Esa noche, en casa de Alicia hicieron la búsqueda por internet y al otro día concretaron el alquiler por cinco días, ya que las que trabajaban, decidieron pedir un día más en sus empresas; los trescientos kilómetros se le hicieron cortos porque, mientras se turnaban en el manejo de la 4×4, no pararon de charlar sobre esas cosas de las que las mujeres saben sacar provecho, ya sea de la vida en general, el trabajo y preferentemente, la sexualidad.
Arribadas al lugar, descubrieron que por ahorrarse unos pesos, no habían tenido en cuenta las comodidades y el dormitorio, amplísimo, sólo poseía dos camas, una de dos plazas y otra de una; en realidad, no les importaba que tuvieran que compartirla porque la idea era utilizarlas sólo para dormir y el resto del día dedicarse a paseos, la playa y el mar.
Como siempre, el primer día uno pretende hacer todo y ellas no fueron la excepción, visitaron el bosque de pinos, anduvieron en cuatriciclo, nadaron, tomaron sol y sobretodo, olvidaron sus dietas para atiborrarse de comida marina; cansadas y desgreñadas pero contentas, se dieron prisa en ducharse para prácticamente desplomarse en sus camas.
A Alicia le tocó dormir junto a Adriana y aunque el agotamiento le cerrara inmediatamente los ojos, en realidad no se había dormido, sino que estaba en un duermevela por el cual se relajaba pero tenia conciencia de lo que sucedía, especialmente el nuevo sonido del mar que no estaba más allá de cincuenta metros; el absoluto silencio, comparado con ese rumor perenne que hay en las ciudades, magnificó el de la rompiente y a ese arrullo, perdió noción del tiempo hasta que algo, leve como el aletear de una mariposa, rozaba la piel de su cadera y en realidad, creyó que se trataba de algún bicho pero su persistencia le hizo ver que era intencional.
En realidad, no supo si por la sorpresa o por temor, se quedó como pasmada y sí, la humedad le dijo que se trataba de una lengua y en la certeza de que no podía ser de otra persona que Adriana, como una revelación, concluyó que su famosa “soltería” tenía que ver con su sexualidad; ella no juzgaba la conducta de los demás y si aquella era su elección, la felicitaba por su valentía, pero el avance de la lengua serpenteando a lo largo del muslo trajo a su mente otra revelación que se resistía a admitir y era la atracción que ejercían ciertas mujeres en ella y pensado en quienes aran Adriana y Evangelina, se dijo, por qué no? Por qué negarse a su edad de un disfrute al que muchas mujeres se entregaban con vehemencia, si en definitiva, fuera cual fuere la relación, no traería consecuencias para ninguna?
Ese ensimismamiento había permitido que Adriana avanzara descendiendo a lo largo del muslo para transitar tenuemente la rodilla, la pantorilla y arribar finalmente al pie; ese cosquilleo era agradabilísimo y sintió como los labios acompañando sutiles a la lengua, se deslizaban por sus todillos, recorrían los empeines para arribar finalmente a los dedos, que recorrieron morosamente; sensaciones desconocidas resecaban la garganta de Alicia y con mínimos jadeos imperceptibles manifestaba un conocido picor que comenzaba a bullir, allá, en el fondo más recóndito de sus entrañas.
Ya la boca de Adriana exploraba en el hueco bajo los dedos con la punta aguzada de la lengua y al llegar al pronunciado dedo gordo, los labios lo envolvieron muy tiernamente, casi sin tocar la piel y comenzaron un vaivén similar a una felación; tal vez esa misma suavidad, llevó al cuerpo de Alicia a una pequeña contracción refleja y entonces, la otra mujer, separando hacia atrás la pierna superior de costado, emprendió el regreso ya sin ocultar su avidez para que los labios pasaran por la piel de la pantorilla hasta llegar a la rodilla, donde nuevamente la lengua se convirtió en protagonista, relevando los huesos y recalando en el suave hueco de detrás.
La resequedad de la garganta hacía que el acezar de Alicia ya no fuera tan imperceptible como ella quería y dándose cuenta de que Adriana la sabía conciente, dio vuelta el cuerpo hasta quedar acostada boca arriba para disfrutar de la generosidad de la boca que comenzó a ascender por el interior del muslo, sorbiendo su leve sudoración y refrescándolo con etéreas lamidas; todo lo lésbico siempre había formado parte de sus fantasías y en su momento, aunque no fueran amigas pero admirada por la turgencia del cuerpo de su compañera, la había convertido en protagonista de sus mejores masturbaciones.
Alzando la cabeza, observó como en la penumbra del cuarto, Adriana alcanzaba la entrepierna y levantando sus ojos claros con cómplice lascivia, sin dejar de mirarla, pasaba su lengua empalada sobre la tela de la bombacha; a ella le encantaba el sexo oral pero jamás una mujer había estado entre sus piernas y ahora, con toda su madurez sexual empujándola, susurró su asentimiento a la vez que extendía las manos para acariciar los cortos mechones de su cabeza y cuando la lengua, decididamente arremetió tremolante sobre la tela recibiendo los jugos vaginales que la humedecían, instintivamente abrió las piernas en voluntaria entrega.
Como nunca nadie antes, Adriana abrió la boca para casi engullir la tela junto a la carnosidad de la vulva y ejerciendo una especie de masticación, la abría y cerraba haciendo que labios y dientes se cebaban en las carnes al tiempo que deglutía los ahora abundantes jugos; aquello era delicioso y musitando entre dientes repetidos sí, Alicia proyectaba el cuerpo en imitado coito presionando la cabeza contra el sexo.
Su amiga debió considerar que ya era tiempo y trepando con la boca por el vientre, sus manos fueron alzando la remera y no se detuvo a entretenerse con las tetas que oscilaban tentadoras por los jadeos de Alicia hasta no estar sobre su cara y con la excitante fragancia vaginal en los labios, rozó apenas los suyos en delicado beso; uno de esos hondos suspiros que una exhala cuando la dicha la domina, envió la calidez del pecho a fundirse la el aliento de su amiga y los labios se volvieron maleables para envolver la morbidez de los visitantes.
Recién se daba cuenta de la absoluta desnudez de Adriana al sentir lo ardoroso de su cuerpo aplastándose contra el suyo e hizo lugar para que el pubis de la mujer se alojara exactamente sobre el Monte de Venus y la vulva; como acostumbraba hacer, envolvió con las piernas encogidas su cintura y los talones de los pies, presionaron la grupa poderosa; el beso inaugural la sacaba de quicio en la eclosión de ese algo siempre deseado y nunca satisfecho.
Aferrando con las dos manos la cabeza de Adriana, dio expansión a toda su sapiencia oral y mientras ambas se prodigaban con labios y lengua, sus cuerpos se proyectaban en una infructuosa pero violenta cópula que las enardeció y cuando ella, sin mediar palabra, condujo la boca de la mujer hacia el pecho, esta no se hizo rogar para apoderarse con manos y boca de las endurecidas tetas, realmente, era una artista del sexo y tras recorrer languidamente los dos pechos con la punta de la lengua, hundió la puntiaguda lengua dentro de esa arruga que forma la comba de la teta y sorbiendo los sudores, fue ascendiendo con morosidad en forma de espiral y al hacer contacto con los gránulos que poblaban la aureola, se esmeró en acuciarlos vibrante, provocando en Alicia ese cosquilleo que aquellas terminales nerviosas clavaban en sus riñones.
El placer cobraba otra dimensión y cerrando los ojos pero haciendo rechinar los dientes, fue arqueando el cuerpo al tiempo que sus manos se abrían y cerraban nerviosamente y cuando su amiga encerró al pezón entre sus labios después de fustigarlo con la lengua, un gemido deseoso imposible de contener, marcó el inicio de esa mamada que le era tan grata; una mano de Adriana acudió en auxilio a la boca y en tanto esta se apoderaba del seno, envolvió al otro para sobarlo y estrujarlo amorosamente.
No había urgencia en ese sexo inaugural para ella y disfrutó de las exquisitas mamadas durante unos momentos pero también sintió como la otra mano de Adriana se deslizaba a la entrepierna para recorrer con ternura el interior de esa vulva que ya dilatada dejaba el camino expedito y junto a las mamadas, experimentó el tránsito de los dedos explorando los retorcidos pliegues y adentrarse sobre el fondo, acariciando con sutileza al meato, los circulitos de las glándulas debajo de él, recorrer curiosos los bordes de la entrada a la vagina para subir remisos a establecer contacto con la cabecita del clítoris.
Los nervios la carcomían y abriendo generosamente las piernas, le suplicó en murmullo casi inaudible que bajara para darle placer; experimentada lesbiana, ella había provocado ex profeso esas ansias de Alicia y entonces, fue bajando por el surco del centro en medio de pequeños besos y lamidas, excitó el hueco del ombligo, subió la loma apenas insinuada del bajo vientre, la recorrió de lado a lado y luego se deslizó por el tobogán que la condujo a enfrentar al insólitamente acolchado Monte de Venus y gratamente sorprendida por su depilación total, bajó a escarcear en el nacimiento de la raja pero ignoró al clítoris y la vulva para escurrir por las canaletas hasta en perineo y alzándole la grupa, se adentró a la búsqueda del ano.
Fervorosa adicta de las sodomías, Alicia creyó alcanzar la gloria al sentir le afilada punta de la lengua escarbando imperiosa en los esfínteres y jubilosamente tomó sus piernas por debajo de las rodillas para encogerlas hasta casi sus hombros y con esa exposición del culo, experimentó la exquisitez de la lengua envarada que progresivamente se hundía en los musculitos que pulsaban premiosos y en respuesta a su leve ondular, después que los labios instalaran una poderosa ventosa que llevaba las mucosas intestinales a la boca de Adriana, casi imperceptiblemente, la ovalada punta de un pulgar ocupó su lugar.
Olvidada de dónde estaban y de la presencia cercana de Evangelina, le exigió en un bramido a su amiga que subiera con la boca a su sexo y cuando la lengua tremolante atravesó el perineo para sorber las mínimas gotitas de mucosas acumuladas en los bordes de la vagina, un ralentado movimiento copulatorio le dio la bienvenida, con la recompensa de que la boca subió hasta el clítoris y en tanto encerraba entre los labios la arrugada carnosidad del capuchón chupeteando la masa ya endurecida del interior, sus dedos tomaron los retorcidos pliegues para estirarlos y luego desplegarlos a los lados como las alas de una monstruosa mariposa; ciertamente, los labios menores de Alicia que siempre mostraran lo abundante de sus frunces retorcidos, con el uso y abuso de los años de sexo, habían cobrado un volumen excepcional y eso maravilló a su amiga.
Alucinada, contempló esas carnosidades que abarcaban más de cuatro centímetros cada una, mostrando sus bordes desiguales por una especie de lobanillos diminutos debajo de la piel y que, desde un ennegrecido rosáceo, iban aclarándose hacia el centro, pasando por un rojo intenso como carne viva hasta un pálido rosado en que su unión con el fondo; golosa, recorrió ávida con la punta de la lengua tremolante esas hermosuras en tanto Alicia se estremecía por el goce y cuando ella los juntó con los dedos para unirlos y llevarlos a su boca para engullirlos, haciendo que los labios los ciñeran succionantes para que la lengua los fustigara en el interior, presionándolos contra el paladar y los dientes, ya no pudo contenerse más y sin recato alguno le suplicó de viva voz que la poseyera con los dedos.
Complaciéndola, Adriana mandó dos dedos a explorar la entrada gotosa de la vagina y en tanto la rascaba insidiosa, la boca volvió a apoderarse del clítoris con en mismo tratamiento que los labios mientras los dedos abandonaban su prudencia para internarse en el vestíbulo, donde excitaron los cinco centímetros iniciales y ante sus insistentes sí, terminaron por adentrarse al tubo buscando en la cara anterior la callosidad del punto G.
Emergiendo de la penumbra, junto a la cara de Alicia se materializó la figura desnuda de Evangelina quien, amorosa severidad le recriminó haber comenzado sin ella y trepándose a la cama, se inclinó para besar tiernamente los labios jadeantes de Alicia y ante su amago de tratar de abrazarla, se desembarazó de las manos para, hábilmente, ahorcajarse sobre su cara enfrentando las piernas; Alicia se sorprendía con qué naturalidad aceptaba la exteriorización de su lesbianismo soterrado y con la boca y dedos de Adriana realizando indescriptibles maravillas en su sexo, envolvió los muslos de Evangelina para ir en busca de ese sexo que bajaba palpitante y fragante hacia la boca.
Inexplicablemente los fuertes aromas vaginales no desagradaron a Alicia que en cambio, y gracias a lo que hiciera Adriana en su cuerpo, estaba poseída de una especie de frenesí sexual y poniendo a tremolar su lengua, atacó con vigor los labios apenas húmedos de una vulva por primera vez en su vida y aquello que podría haberle parecido asqueroso, se convirtió en una ambicionada fuente de placer; bramando a causa de lo que ahora tres dedos de Adriana hacían en la vagina, estrechó aun mas las caderas de su amiga y hundió la boca toda dentro de la vagina, saboreando con deleitada fruición los jugos y solazándose con la tibieza de las carnes
Realmente, hacerle a otra mujer lo que a ella tanto le gustaba, la transportaba a una región desconocida del sexo y ensimismada en las lamidas y chupeteos al sexo de Evangelina quien se meneaba suavemente para que la boca alcanzara al Monte de Venus tanto como al ano, no advirtió la momentánea desaparición de Adriana, quien recurriendo a un bolso que dejara estratégicamente cerca, se colocó un arnés que portaba un miembro que sería la envidia de muchos hombre y que ella manejaba con tanta o mayor destreza porque conocía exactamente qué cosas placían a las mujeres.
Sumida en la vorágine de ensañarse en el fantástico clítoris de Evangelina o escarbando con la lengua en la fruncida depresión del culo, cobró conciencia de lo que pretendía su amiga cuando lo que era indudablemente la suave cabeza de una verga, estimuló delicadamente los tejidos ya dilatados por boca y dedos; lógicamente, conocía de consoladores e inclusive tenía uno con en que solían juguetear con su marido, pero la sola presión de la cabeza denunciaba que esta tenia un tamaño que excedería sus conocimientos.
Sabía y asumía con entusiasmo la idea de que ya no había vuelta atrás y decidida a jugarse por todo, encogió las piernas aparatosamente abiertas en clara aceptación a la vez que mandaba los dedos a colaborar con la boca, restregando y penetrando los recovecos de Evangelina; en respuesta, sintió las manos de Adriana sujetándola por las caderas y dolorosamente, experimentó el paso del falo metiéndose en la vagina.
En la medida que penetraba, la verga destruía sus especulaciones, demostrándole que su grosor era monstruoso y, sin embargo, los raspones y excoriaciones que le producía, parecían inyectar una ansiedad eufórica que la hizo abandonar por un instante la entrepierna de Evangelina para proclamar su contento ante semejante cogida; aun así, no podía evitar sentir el sufrimiento de esa cosa tan enorme ocupando toda la vagina y cuando Adriana inició un movimiento de retirada, lagrimas de dolor y felicidad brotaron de sus ojos y, en medio de un rugido, se abalanzó sobre el sexo de su amiga para ensañarse en él con labios, dientes y lengua mientras hundía un pulgar en el ano.
Moviendo la grupa en un movimiento casi independiente del torso, el ritmo de la cogida de Adriana era lento pero profundo y lo que Alicia no podía ver, era como sus amigas, amantes de antaño, aferraban acariciantes sus cuellos mientras las bocas abiertas dejaban que las lenguas se cruzaran en recia batalla y alternativamente, dejaban que los labios de una chuparan la lengua de la otra como a un dúctil pene, sus manos acariciaban, sobaban y estrujan los senos pendulares.
Al tiempo que eso sucedía y disfrutando ahora plenamente del transito de la verga portentosa, Alicia ondulaba el cuerpo casi atávicamente a la vez que centraba el accionar de su boca sobre el clítoris y acompañando al pulgar en la sodomía, dos dedos penetraron la vagina para, buscando al punto G, friccionarlo de tal modo que sentía por el tacto los estremecimientos complacidos de Evangelina; solamente iluminadas por la luz que entraba por los ventanales, las mujeres parecían conformar un grupo escultórico en homenaje a la lujuria, porque, imbricadas casi como un mecanismo, se debatían las unas contra la otra en una reciproca entrega y dominación simultaneas, ensimismadas en el acto supremo del sexo en medio de murmullos, gemidos y ayes de placer.
Sumidas en ese torbellino que las enajenaba, demostraron poseer los mismos tiempos, porque al poco rato comenzaron proclamar el advenimiento de sus orgasmos e intensificando la actividad física, entre rugidos, bramidos y sollozos de contento, alcanzaron sus orgasmos para luego desplomarse desmayadamente en un amasijo de cuerpos, brazos y piernas entrelazados; agotada por tanto goce pero no físicamente porque había si la menos activa, tuvo una reacción casi inmediata, aunque sus amigas se desprendieron antes del enredo y pronto, al ver a Adriana aproximarse para acaballarse sobre su cara, comprendió que la homenajeada era ella y en tanto escuchaba la voz de Adriana diciéndole que esperaba resarcimiento a su cogida con una buena mamada, sintió como la boca de Evangelina comenzaba a llenar de besos su concha todavía palpitante por la refriega anterior.
Ignorante de las tendencias sexuales de sus ex compañeras, no había planificado esas mini vacaciones pensando en ponerse al día sexualmente y mucho menos con mujeres, pero la cosa se había dado tan naturalmente, proporcionándole tanta satisfacción y felicidad que determinó a que ese día marcara un click en su vida y que de ahora en más, se convertiría en una fiel cultora de esa sexualidad que antes despreciaba y ahora le parecía maravillosa. Aun en la penumbra, sus ojos acostumbrados a esa falta de luz, el cuerpo de Adriana la entusiasmaba, porque a pesar de su delgadez y sin ser incongruentes, las magnificas tetas eran una verdadera belleza, por tamaño y contextura mientras que las amplias caderas daban nacimiento a sus largos y delgados muslos en lo cuales se marcaban los músculos, especialmente los aductores que parecían surgir desde el encuentro con la vulva.
A pesar de haber mamado complacida en sexo de Evangelina, había visto muy poco, pero ahora la entrepierna de Adriana la fascinaba; solo un resto de vello, casi nada, oscurecía al Monte de Venus que parecía continuarse en dos largos gajos carnosos formando una vulva generosa que apenas se entreabría para dejar ver el tubo ya inflamado del clítoris y unos atisbos de los frunces internos; en su entrepierna, Evangelina jugueteaba en todo el sexo, tanto besando la vulva, el perineo o el culo, como estimulándolos con el tremolar de la lengua y los dedos que resbalan en esa saliva.
Eso era tan placentero que, satisfecha porque sus amigas fueran tan dadivosas como para incluirla en su círculo, acarició las musculosos muslos de Adriana para luego delinear con los dedos la profundidad de las ingles, la morbidez regordeta de la vulva para ir descendiendo a lo largo de la húmeda raja a conocer la amplitud de la entrada a la vagina; al parecer contenta con su instantánea inspección, Adriana se inclinó un poco para aferrarla cariñosamente con ambas manos por la cabeza que llevó sin apuro a tomar contacto con su concha. Alicia no podía creer como, en su inexperiencia, podía distinguir los aromas de un sexo al otro y sin embargo, apreció nítidamente que las fragancias vaginales de Adriana eran más delicadas que las de Evangelina y cuando extendió la lengua para rozar apenas la raja, el sabor le confirmó esa exquisitez.
Esta ya no jugueteaba en su sexo, sino que la lengua vivamente tremolante, se abatía sobre la carnosidad del clítoris que aun no había perdido su volumen, mientras dos dedos se adentraban a la vagina avariciosos para alcanzar la rugosidad inflamada del punto G; sintiendo como toda ella se desgarraba por tan excelso contacto, se precipitó sobre la entrepierna de Adriana para realizar lo mismo y se extasió escudriñando sus bultos y oquedades hasta que se centró en el clítoris que, casi libre de protección, manifestaba un grosor envidiable.
Golosa, llevó los labios a envolverlo para chuparlo como a una verga y con los dedos fue recorriendo los retorcidos pliegues hasta la misma boca a la vagina y viendo cómo Adriana respondía alentándola groseramente a la vez que se echaba hacia atrás sosteniéndose en los brazos, cambió a la boca por el pulgar de una mano y con los labios chupeteó reciamente los colgajos e introdujo dos dedos a la vagina para buscar al punto G; obnubilada por el placer que encontraba, no se dio cuenta de que Evangelina había reemplazado a sus dedos por otro consolador hasta que la cabeza de este presionó contra la entrada.
Se agitó inquieta porque aun persistían los ardores de los desgarros pero Evangelina la tranquilizó al decirle que no imaginaba cuanto gozaría con ese nuevo dildo que era más elástico y suave que el del arnés, y en verdad, así fue, ya que, de un grosor respetable que no difería con el de su marido, lo sintió hasta penetrarla totalmente sin el menor daño; Adriana meneaba la pelvis en un movimiento copulatorio y ella la premió entrado y saliendo del sexo con tres dedos mientras el pulgar se esmeraba en distender las esfínteres.
Una vez que el consolador estuvo dentro, Evangelina efectuó cuatro o cinco remezones hasta que se empapó de las mucosas y entonces lo sacó para apoyarlo contra los esfínteres anales; distendida por el placer le había proporcionado esa corta cogida, sintió cómo la cabeza iba separando dolorosamente los musculitos y el sufrimiento habitual la hizo detenerse un instante por miedo a lastimar a Adriana y rugiendo en esa confusa mezcla de dolor-goce que era el inicio de sus culeadas, ella misma meneó la pelvis para contribuir que entrara hasta la mitad y entonces, Evangelina se colocó de manera que la otra penetrara su sexo y tomándose de los muslos de Alicia, se dio impulso para comenzar una lerda y satisfactoria sodomía.
Seguramente acostumbradas a esa especie de coreografía, Adriana tomó otro de esos consoladores que descansaba a su lado y saliendo de encima suyo, lo embocó en la todavía dilatada vagina para meterlo también hasta la mitad; Alicia vio superada la capacidad de su vagina para soportar la presencia conjunta de las consoladores rozándose a través de los tejidos y un martirio nuevo la invadió; era como si una mano gigante le apretara la quijada en su articulación y ese dolor llevara a su cerebro una orden para soltar cálidas oleadas de placer que se confundían con el dolor.
Y eso se acrecentó cuando la mujer se ahorcajó sobre su entrepierna para penetrarse también con la otra mitad del dildo e inclinándose sobre Alicia, besuquear sus labios trémulos que automáticamente respondieron a aquellos que parecían liberarla de esa angustia y cuando Adriana fue descendiendo por el cuello para ir al encuentro de las tetas estremecidas por el dolor e inició el movimiento de su grupa en una fantástica cogida por la que la posición hacia que el falo comprimiera exquisitamente al clítoris, Alicia también se plegó al entusiasmo de las mujeres y sonriendo entre lagrimas y sollozos de agradecimiento, acarició la espalda de su amante al tiempo que aquella se solazaba adueñándose de las aureolas y pezones.
Ahora era ella quien ondulaba el cuerpo para proyectar la pelvis contra las nalgas de Evangelina y sintiendo como los dos falos se movían tan placenteramente dentro de ella, se dejo ir; así estuvieron un tiempo sin tiempo, prodigándose en proporcionar a la otra tanto placer como podían y cuando sus cuerpos maltratados, macerados y palpitantes anunciaron la eclosión del goce supremo, en medio risas, sollozos, bramidos de placer y contento, aceleraron las cosas hasta que las tres, casi simultáneamente, dejaron escapar una especie de grito agónico y sus vientres volcaron una catarata de fragantes jugos.
Ya hundiéndose en una caliginosa neblina rojiza de la pequeña muerte del orgasmo, Alicia comprendió que, para su contento, nada en su vida sería igual.
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