FLORA, SEDUCIDA AL SOL
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Aquel verano prometía ser una temporada brava para la empresa en la que Enrique era asistente del gerente y puestos a analizar la necesidad de que ambos no se tomaran vacaciones, el jefe le propuso alquilar a cuenta suya, unas nuevas casas quintas en las que, en dos hectáreas, había cuatro chalets con todo el confort y en el centro una gran pileta de natación compartida.
Después de conversarlo con Flora y aunque esa joven de veintitrés años prefería lugares más populosos por los divertidos, ante la posibilidad de quedarse sin vacaciones en absoluto, convinieron en aceptar la oferta de Ramón y el primero de enero se mudaron al lugar; en realidad, sólo tuvieron que llevar la ropa y algún que otro efecto personal, ya que la propiedad estaba provista de todo y hasta existía un servicio de lavandería que diariamente recogía lo que hubiera para lavar, devolviéndolo al otro día con la nueva recolección.
Encantada con la esplendidez del lugar, Flora terminó de acomodar las cosas que llevaran y esa misma noche, fueron invitados a cenar con el gerente y su esposa; aunque Ramón era un hombre que mediaba la cincuentena, su esposa escasamente sobrepasaría los treinta y durante el transcurso de la comida, pudo deducir que los más de veinte años que los separaban se debían a que Maura era la segunda esposa desde hacía poco más de cinco años.
No obstante la diferencia de edades y sin que eso fuera un impedimento, tal vez porque sus maridos trabajaban en tan estrecha comunión, la impactante morocha que le llevaba una cabeza en estatura le resultó simpática y otro tanto pareció sucederle a Maura que, a poco, se encontró planificando con ella sus actividades en el lugar y especialmente, las horas que, por la arboleda, eran mejores para descansar al sol mientras doraban sus pieles.
Al otro día y luego de que los hombres se fueran a la ciudad y después de ordenas las cosas, recibir a la lavandería, hacer la cama y trapear un poco los pisos de cerámica, cercanas las diez y aunque los especialistas negaban ese horario para tomar sol, ella se sentía viva cuando sus rayos picaban en la piel; calzando un escueto bikini que en realidad semejaba un pretexto para cubrir los pezones y el sexo, con un gran toallón afelpado y el protector solar en sus manos, se dirigió a la pileta, donde ya se encontraba Maura en una larga tumbona de plástico; a pesar de la empatía que existía entre ellas, la figura contundente pero no rolliza de la morocha la intimidaba, pero juntó coraje y tendiendo el toallón en la tumbona vecina, la observó distribuyendo sobre esa piel que poseía un tono canela natural la loción protectora.
Con su floreciente adultez, la joven no estaba influenciada por esa moda de la delgadez enclenque y ciertamente, no calificaría para una pasarela, ya que sus pechos se proyectaban casi al límite de la abundancia y las nalgas prominentes se mantenían erguidas a fuerza de Pilates y otros ejercicios, formando un armoniosa figura por la redondez de la largas piernas y la musculosa chatura del vientre; sin embargo, posiblemente por su estatura que llegaría cerca del metro ochenta, la solidez estatuaria de Maura la impresionaba por su perfección escultórica, cosa que la bikini, tan diminuta como la suya, se encargaba de realzar, especialmente por esa pátina lustrosa del protector que resaltaba las formas.
Cuestionándose a sí misma por la atención que prestaba a otra mujer, se dedicó a estirar una delgada capa de la loción sobre sus piernas, vientre, brazos, pecho y rostro, aceptando de buen grado que la morocha se ofreciera a colocársela en la parte trasera adonde sus manos no llegaran; estirándose lánguidamente boca abajo, desató el mínimo lazo del corpiño para que el sol no dejara marcas y pronto sintió como la mano de Maura iba desparramando por la piel el aceitoso protector.
Habitualmente era su marido quien lo hacía y, aunque pareciera mentira, era la primera vez que una mano de mujer tomaba contacto con su piel y esa suavidad le encantó, haciéndola suspirar de satisfacción y aflojarse todavía un poco más; los dedos semejaban poseer una cualidad relajante y sólo tuvo un momento de crispante conmoción cuando comenzaron a sobar los glúteos, particularmente en su parte baja donde tomaron contacto ocasional con el bulto del sexo para luego perderse en la redondez de los muslos;.
Pasado ese momento de tensión, ambas se tendieron boca arriba para emprender una larga y calmosa conversación que se demoró hasta que, pasado el mediodía; Maura decretó que para ella ya era suficiente y levantando sus cosas, la invitó a acompañarla para comer unos sandwiches; una vez en el frescor de la casa, se dirigieron a la amplia cocina y luego de que la mujer sacara de la heladera un surtido de fiambres, quesos y distintos tipos de aderezos y panes, para no ser menos, Flora se ofreció a hacerlos mientras la mujer se daba un duchazo.
Verdaderamente, a Flora le gustaba hacer emparedados porque ponía en juego su creatividad en practicar combinaciones inéditas pero riquísimas de los más insólitos ingredientes y tan absorta estaba en su realización, que no notó el regreso de Maura hasta que esta, tan sólo un paso detrás suyo, le alababa la proporción de su espalda, donde los hombros, un tanto anchos, formaban el nacimiento del surco entre los omoplatos que se profundizaba con la curvatura de la cintura hacia las amplias caderas para finalizar rodeado por dos exquisitos hoyuelos en la zona lumbar; halagada por la alabanza, iba a responder con graciosa picardía, cuando, en una sola acción, los dedos desprendieron el lazo del corpiño para luego aferrarse a sus hombros al tiempo que el cuerpo generoso se aplastaba desnudo contra el suyo.
Jamás en su corta vida había tenido una experiencia como aquella y aunque contemplara escenas lésbicas en videos a los que eran aficionados con Enrique, protagonizar una ni siquiera se le hubiera ocurrido, pero el hecho era que estaba sucediendo y aunque no lo hiciera de propósito – o sí -, Maura se imponía con su corpulencia y ya las manos no sujetaban sus hombros sino que habían bajado para envolver la comba de los desnudos senos y acariciarlos con suave pero firme presión; paralizada por la sorpresa o lo inaudito de la situación, la joven no atinaba cómo responder, ya que su cuerpo joven estaba respondiendo natural y primitivamente a esos estímulos y el calor del magnífico cuerpo adaptándose al suyo no contribuía a distraerla, sino que por el contrario, colocaba un conocido picor en el fondo de sus entrañas.
Alentada por la quietud o aquiescencia de la muchacha, Maura había puesto en actividad los dedos y en tanto aquellos tentaban palpando la piel resbaladiza por el bronceador, besaba golosamente el cuello y proyectaba su pelvis contra las nalgas de Flora que acezaba quedamente por la boca abierta y, cerrando los ojos, esperaba inquieta cuál sería la actitud de la mujer; actitud que no se hizo esperar, cuando la mujer mayor la alzó de un golpe para sentarla sobre la mesada y así, frente a frente, la inmovilizó con una mano en el cuello, mientras su boca buscaba ávidamente sus labios entreabiertos, la otra mano comenzó un excitante estrujamiento de un seno.
En tardía reacción, mientras ladeaba la cabeza para evitar su boca, con una mano trataba de apartarla de sí al tiempo que con la otra la tomaba de la muñeca de la sobaba el seno, pero la corpulencia de la mujer no era gratuita y aplastándole las piernas contra la mesada, tomó con ambas manos su cabeza e inmovilizándola, le aplastó la comisura de los labios, logrando que aquellos formaran una especie de trompetilla y sobre ella posó su boca de labios pulposamente mórbidos mientras la lengua se introducía tremolante en busca de la suya.
Con la cabeza contra la alacena, Flora no podía retroceder más y además, instintiva o atávicamente, su lengua buscó a la invasora, no para rechazarla pero sí para trenzarse con ella en una firma lucha en la que ambas parecían sopesar la fortaleza de la otra mientras que los labios se unían en profunda succión, ocasión que la otra mujer aprovechó para asir sus manos y cruzando los dedos, las alzó estirándolas hacía arriba con lo que ella quedó indefensa para evitar que Maura frotara sus pechos contra los suyos.
Impedida de moverse o porque la hermosa mujer estaba haciendo realidad una fantasía que la perseguía desde la secundaria, donde una compañera que era declaradamente lesbiana la apretara en un rincón para robarle un húmedo beso que siguió ardiendo en sus labios desde entonces, lo cierto fue que, aun retorciéndose al tiempo que ensayaba ininteligibles suplicas entre los golosos chupones de la mujer, sus labios se movían maleables acompañando el beso y ella misma se encontró proyectando el torso hacia delante para incrementar el frotar de las tetas.
Sabía que estaba en ella impedirle a la mujer ir más allá, pero no sabía si en realidad quería hacerlo porque en el fondo de las entrañas se instaló ese conocido picor que la indicaba su excitación y aunque siguió murmurando empecinados no entre los besuqueos de Maura, se dejó estar blandamente cuando aquella la obligó a recostarse sobre el granito de la mesada junto al borde y haciendo que su pierna derecha quedara colgando, le alzó la izquierda encogida para que el pie apoyara sobre el mármol y los dedos de una mano corrieran de costado la fina tira del slip; inconscientemente y en una reflejo condicionado, separó esa pierna hasta que la rodilla dio contra el azulejado, dando lugar para que la imponente morocha, acercara su cara a la entrepierna.
Ahora, Flora estaba segura de que la mujer daría cumplimiento a aquella vieja fantasía como a lo que no concretara su compañera en el colegio y, ansiosa por observar cómo se iniciaba aquella sesión inaugural, se apoyó en los codos para alzar el torso, observando nerviosa como la lengua ágil y robusta de Maura, salía desde la boca tremolando como la de un reptil para tomar contacto con la caperuza arrugada del clítoris y, ese roce, la hizo prorrumpir en un hondo suspiro mezclado con casi inaudibles gemidos que atrajeron la atención de la morocha quien, fijando su lubrica mirada en sus ojos, fue haciendo penetrar la lengua despaciosamente entre los labios mayores.
Aunque Flora obtenía excelentes orgasmos por el sexo, su debilidad eran los conseguidos por el clítoris que llegaban a ser múltiples en ocasiones, quizás porque esa fuera su vía de iniciación sexual, desde los doce años hasta los quince en que fuera desflorada y aun por mucho tiempo más en que la cohabitación los hiciera casi cotidianos; por eso, sentir esa lengua desusadamente gruesa pero ágil a la vez escarbando en la abundancia de los labios menores, la hizo proclamar no sólo su consentimiento a la mujer sino una exhortación a que la poseyera de esa forma hasta regalarle la satisfacción.
La experiencia de Maura le había dejado adivinar en ciertas actitudes y gestos de la joven una larvada homosexualidad y su reacción ante la intencionalidad con que le aplicara la loción, le confirmó que, sino abiertamente, Flora era terreno fértil ya listo para cosechar, teniendo en cuenta su experiencia de mujer casada y la prolífica generosidad con que la naturaleza dotara a su cuerpo; pudiera ser que tuviera experiencia en el cunni lingus, pero el aspecto exterior del sexo solía llamar a engaño y en este eso parecía suceder, ya que la vulva, de por si bastante carnosa, mostraba un raja apretada en la que sólo el nacimiento del capuchón quebraba esa prieta uniformidad.
Haciendo trepidar la lengua sobre el prepucio, confirmo su aserto porque sintió como los músculos se relajaban y aunque seguían apretadamente unidos en apariencia, cedieron lábiles y pronto la lengua se hundió entre ellos para detectar su interior que poblaban frondosos los frunces de los labios menores; si ese era el sexo con una mujer, el futuro prometía ser venturosos, porque sólo ese mínimo contacto había despertado sensaciones desconocidas en su cuerpo y mente, por lo que tendió una mano para acariciar el cortísimo cabello negro de Maura y presionar la cabeza contra su sexo al tiempo que le rogaba la hiciera gozar como nadie antes.
Complaciéndola al verla tan entusiastamente sumisa, la mujer abrió la boca como si fuera a devorar ese espléndido sexo para luego aplicarse a succionarlo mientras la lengua se movía por dentro en todas direcciones; mordiéndose los labios para no gritar, la joven comenzó a menear la pelvis en simulado coito y entonces fue que Maura se aplicó a chupar con vehemencia al despertado y ya erecto tubito del clítoris mientras dos dedos se introducían al sexo, buscando en la cara anterior de la vagina la callosidad del punto G, que excitó con movimientos de rascado que más tarde se convirtieron en un girar de la muñeca que los hacia moverse aleatoriamente en semicírculo por todo.
A Flora se le hacía imposible que fuera una mujer quien le proporcionara semejante calidad de goce y ya sin poder reprimir la exteriorización del placer que parecía invadirla por todos los poros y regiones del cuerpo, rugiendo su satisfacción con los dientes apretados y el cuello echado hacia atrás provocando la tensión de músculos y venas, exhortó a la mujer a llevarla a una de esas eyaculaciones líquidas que la satisfacían plenamente aunque circunstancialmente; comprendiendo lo que necesitaba la muchacha, Maura se aplicó con labios, lengua y dientes sobre el clítoris al tiempo que, ahora con tres dedos, le realizaba una violenta masturbación que dio sus frutos cuando, entre ayes y rugidos, Flora expulsó una considerables cantidad de líquido traslúcido que churreteó chasqueante entre los dedos para empapar al ano y parte de los glúteos.
Maura por la pasión que pusiera en la masturbación y el cunni lingus y Flora por el maremagnun de sensaciones, ahogos y sollozos de placer, ambas permanecieron unos momentos inmóviles, hasta que la mujer mayor reaccionó y ayudando a la joven a descender de la mesada, le dio un profundo beso en la boca para después conducirla abrazada por la cintura hasta el dormitorio.
A pesar de ese sinceramiento que se diera a sí misma, Flora sabía que esa relación podría proporcionarle grandes satisfacciones como asimismo un sinnúmero de problemas si no se conducían con discreción y con el último bastión de su recato derrumbándose, enfrentó a Maura para expresarle sus miedos, pero la morocha, asumiéndose como dominante, la abrazó para susurrarle al oído su convicción de que, sexualmente, estaban hechas la una para la otra y confiara en ella, que sabía largamente cómo manejas cualquier posible filtración que las expusiera ante terceros; sentirse envuelta por los brazos protectores de la hermosa mujer al tiempo que los cuerpos desnudos parecían fundirse uno en el otro copiando sus formas, puso en marcha un mecanismo de diabólica excitación, que la hizo separar el torso hacia atrás para enfrentarla y buscando apasionadamente esa boca jugosa que aun olía a su sexo y la acidez de la eyaculación, estregó la pelvis contra el muslo en un remedo copulatorio.
Esta vez la que le puso un freno fue Maura quien, deteniéndola, le pidió que se calmara ya que tenían toda la tarde para ellas y conduciéndola a la cama, la hizo acostar en el medio para luego ella hacerlo a su lado; Flora no terminaba de entender como ese acople en que gozara tanto con el sólo pero mágico cunni lingus de la mujer, la hubiera llevado a un grado de excitación tan grande y todavía resollando entre los labios apenas separados, esperó la embestida de Maura, pero esta al parecer tenía otra táctica, ya que se limitó a acariciar suavemente su cuerpo tendido al tiempo que con una espléndida en su rostro agraciado, le transmitía toda la lujuria que la habitaba.
Como pájaros etéreos, los dedos revoloteaban gentiles por sobre cada prominencia o hueco que le presentaba su anatomía, provocando con esa cosquilleante electricidad estática que ella experimentara debajo de la piel y en los intersticios de los músculos un picor tan extraño, que, de irritante, iba convirtiéndose en angurriento deseo; sin quitar los ojos de los suyos, Maura fue acercando la cabeza hasta que los labios apenas separados en suavísimos besos pequeños, comenzaron a recorrer el rostro desde la sien derecha, relevaron morosos la amplia frente hasta arribar a la izquierda y desde allí derivaron al ojo, aplicándose en el párpado unos momentos y luego pasaron al otro donde repitieron el proceso.
Lejos de calmarla como la mujer se lo pedía, el toqueteo arrebatador de los dedos y la maravillosa tortura que suponían los diminutos besos, acrecentaban el palpitar de su pecho y los suspiros ansiosos de la muchacha quien manifestaba quedamente la calentura que todo eso contribuía a incrementar, pero Maura estaba dispuesta a llevarla al paroxismo y por eso, al tiempo que los dedos se hundían por debajo del pequeño triángulo del slip para macerar suavemente al abultado Monte de Venus, la boca se escurrió hacia el costado de la fina nariz en las que las narinas se distendían por lo agitado del aliento y luego de recorrer ambos lados como al descuido, los labios confluyeron hacia la comisura derecha para, con la parte interna, deslizarse hacia el otro extremo donde volvieron a unirse en un apasionado beso, tras lo cual repitió la maniobra en sentido inverso repetidamente, haciendo que el pecho de Flora bombeara sordamente a través de la boca temblorosa.
No era solamente el trabajo exquisito de la boca lo que la enardecía, sino el de los dedos que ya habían abandonado la protuberancia para comenzar a presionar en forma circular la zona mucho antes del nacimiento del clítoris, con lo que el tubito carneo cobró rápidamente volumen y, para cuando alcanzaron el arrugado capuchón que ahora enhiesto surgía del sexo, comenzaron a restregarlo con insistencia al tiempo que la lengua reemplazaba los labios pero esta vez hundiéndose hasta estimular inquisitiva las encías.
Con los ojos cerrados y estupefacta por la intensidad que le proporcionaba la mujer a sólo minutos de haber eyaculado, Flora no permanecía ociosa y sus manos se dirigieron a buscar las espaldas de Maura para acariciarlas con fervor pero sin brusquedades y el contacto primerizo con la piel y la mórbida carne no sólo de otra mujer sino particularmente aquella que había despertado no sólo en su cuerpo sino fuertemente en su mente, un sentimiento nuevo que parecía conectarlas mágicamente, conjugando el amor con el deseo, la hizo escurrir las manos hacia abajo para, desde los dorsales, tomar contacto con la masa firmemente muelle de los pechos y abriendo la boca con gula, entreveró sus labios con los de la imponente morocha, trabándose en una lucha conjunta con las lenguas que mezclaron sus alientos y salivas.
Fundiendo los resoplidos y gemidos con ininteligibles palabras de amor, se brincaron al beso por largos minutos mientras las manos hacían su trabajo de preparación ya que, en tanto la de Maura se había adentrado en la vulva para restregar y asir entre índice y pulgar a los labios menores, las de Flora se ensañaban en las hermosas tetas, ya no tan sólo para amasarlas y estrujarlas, sino que, también los índices y pulgares, envolvían a los pezones para pellizcarlos o hacerlos rotar apretándolos reciamente.
Finalmente, fue Maura quien rompió el sortilegio para dejar que la boca descendiera desde el mentón como dibujando la curvatura del cuello con lengua y labios, abrevara en los huecos de de la unión en las clavículas el sudor acumulado, para luego adentrarse en la ondulada planicie del pecho, arribar al valle entre los senos y, como dubitativa, elegir cuál escalar de aquellas suaves laderas; eligiendo la derecha, comenzó a reptar despaciosamente, pero en forma de espiral, enjugando con los labios el rastro húmedo que dejaba la lengua viboreante.
Mordiéndose los labios sonrientes mientras resollaba fuertemente por la nariz, Flora acariciaba con las dos manos esa cabeza ya querida que le brindaba tal placer, no porque nadie la hubiera satisfecho por los senos, sino porque ninguno la hiciera con tanto amor, delicadeza y paciencia; mientras hundía entre los cortos mechones negros los dedos acariciantes, ya Maura alternaba de un seno al otro y, al tiempo que la boca hacía su exquisita tarea, los dedos de una mano cumplían semejante cometido en el otro y cuando las manos de Flora comenzaron a presionar la cabeza contra el seno, la lasciva morocha abrió la boca para envolver al crecido pezón, al que comenzó a chupar con regular intensidad a la vez que los dedos retorcían al otro.
Dando un leve meneo ondulatorio a su cuerpo, Flora empujo involuntariamente la cabeza hacia abajo en clara alusión a lo que pretendía de esa amante y esta comprendió que la muchacha estaba ansiosa por mayor acción y siguiendo con la estimulación de los dedos a ambas tetas, bajó al valle entre ellas y por allí fue buscando en nacimiento del surco que dividía la caja torácica; en parte la naturaleza y en mayor proporción el gimnasio, habían modelado su torso en forma espléndida y, ciertamente, esa gran canaleta formada por la musculatura abdominal, se constituía en un conducto perfecto para conducirla hacia la oquedad del ombligo.
Lamiendo y succionando la pátina de sudor, ralentó el camino hasta que el hueco donde se perdía el botoncito dérmico se le hizo insoslayable y allí drenó la transpiración del ombligo con la punta de la lengua, pero la proximidad de la comba del bajo vientre pudo más y recorriéndola en mimosos besos, se extasió en la carne firme hasta que la depresión que conducía al Monte de Venus la cautivó; libre absolutamente de vello alguno, este se presentaba más huesudo que muelle pero igualmente prominente y la fragancia que subía desde el sexo que ella estimulara con los dedos hasta momentos antes, la excitó a tal punta que sorteando el obstáculo de las piernas que inconcientemente Flora había ido abriendo, invirtió el cuerpo para ahorcajarse sobre la joven que, entendiendo perfectamente el propósito de Maura, tendió las manos hacia las imponentes nalgas al tiempo que la otra mujer le encogía las piernas para engancharlas por debajo de sus axilas, con lo que sus genitales quedaron expuestos oferentes ante la boca golosa.
Consecuentemente, lo mismo sucedía a los ojos de Flora, pero la diferencia fundamental era que esta, no conociera otra zona erótica que la suya hasta el momento; fascinada por ver cómo era el sexo de Maura tan íntimamente próximo, sentía como la gula sexual llenaba su boca de saliva pero aun así, el olor característico la impactó, no podía discernir si de asco o deseo. Sin embargo, los dedos de la mujer separándole las nalgas para llevar la lengua tremolante a incitar el haz de esfínteres anales, colocó un intenso cosquilleo en su columna vertebral que subió como un rayo hasta la nuca y allí estalló quemante en su cerebro, con la consecuencia que ella abrió la boca cuanto pudo para caer como una ventosa carnea sobre la vulva, empeñándose en una fervorosa succión que le hizo degustar por primera vez el sabor de esas mucosas que le parecieron exquisitas.
Ya ninguna era capaz de pronunciar palabra alguna y en cambio una pasión feroz y bestial las hacía desear recíprocamente poseer y ser poseída por la otra; inexperta en las lides del lesbianismo pero entusiasta practicante del cunni lingus, sabía perfectamente qué les gustaba a las mujeres les hicieran, cuándo, cómo y dónde, pero decidió dejar la iniciativa en manos de esta amante experimentada e imitarla en todo cuanto le hiciera.
Maura ya había suplantado a la lengua por los labios que, apretados contra el agujero del ano, lo succionaban con tal intensidad que colocó en los de la joven un entusiasta sí que la alentó a más, no sólo a proseguir sino también a empujar simultáneamente con la punta de la lengua hasta hacer ceder a los musculitos para tratar de internarse minimamente dentro de la tripa; de antaño, eso volvía loca a Flora y en consecuencia, buscó establecer similar contacto con el ano de Maura; aunque lo hacía frecuentemente en su marido, el diminuto volcancito que rodeaba estriado al agujero la cautivó y llevó la lengua serpenteante a escarcear sobre él en agudos picoteos, que a su vez enardecieron a la morocha, quien con leves movimientos del cuerpo, fue perfeccionando el ensamble con Flora hasta parecer estar encastradas como dos valvas y entonces, ejecutó algo que termino de convencer a la joven la maravilla que era el lesbianismo.
Si el trabajo fantástico que hacía su amante era fantástico y ella trataba de imitarla con denuedo, cuando Maira fue incorporando junto a la lengua la fina punta de un dedo, creyó desmayar de goce; radiante de alegría, decidió no defraudar a su anfitriona y superando la apuesta, hizo competir con su lengua a un pulgar que, casi impiadosamente introdujo en el recto, al tiempo que con la otra mano se aferraba al muslo para incrementar aun más el contacto entre los cuerpos.
Realmente, era un espectáculo fenomenal ver a esas dos hermosas mujeres de formas tan contundentes aunque de distinta constitución, con la amazona corpulenta sojuzgando a la bellísima muchacha que a su vez se debatía complacida por la experiencia sin precedentes a la que la sometía esa nueva amante en medio de sus murmullos, gemidos, ayes e ininteligibles palabras apasionadas que el jadear entrecortaba; la lengua ávida de Maura, después de estimular al brevísimo perineo, se regodeaba ahora circunscribiendo el derredor de la entrada a la vagina que alternaba con ocasionales introducciones al vestíbulo colmado de olorosas mucosas y el delgado índice ya era acompañado por el mayor en un cansina sodomía que la hizo imitarla casi con rabia y así ensambladas en ese prodigioso sexo oral, se debatieron durante un tiempo sin medida, hasta que Maura apaciguó el frenesí para separarse un poco.
Dándole también un respiro a Flora que resollaba fuertemente por la falta de aliento pero sin dejar de traquetear en el ano con los dedos, subió con la boca hacia los dilatados labios mayores para regodearse en los oscurecidos frunces del interior y después de unos minutos de esa desasosegante chupeteada que ella alternaba con el roce de sus afilados dientes, llegó por fin adónde la esperaba el endurecido clítoris; Flora había seguido su ejemplo puntillosamente y se saciaba golosa en el sexo de la otra mujer, cuando esta, simultáneamente con el encierro del tubito carneo entre los labios, fue introduciendo tres dedos de la otra mano a la vagina.
El placer era inenarrable y mientras Flora hacía lo propio al tiempo de expresarle su vehemente deseo antes de dedicarse con frenesí a castigar ese enorme clítoris con toda la boca, sintió como los dedos de Maura hacían maravillas en su interior explorando la áspera superficie corrugada de la vagina, para luego ir haciendo movimientos semicirculares y, finalmente, ubicada la superficie callosa del punto G, ensañarse en esta procurándole sensaciones inéditas.
Excitada como nunca lo estuviera, la joven parecía querer devorar al tubito que se había consolidado y contagiada por la sapiente malignidad de la mujer, también enterraba los dedos en la exploración al baqueteado sexo y cuando ya creía que la fatiga las obligaría a descansar un poco, sintió que Maura había formado un cuña con sus dedos para ir sumiéndola despaciosamente al sexo; de haberla visto por Internet, Flora ya conocía la técnica del fisting y siempre se preguntaba cómo era posible gozar con la introducción de un puño y ahora, junto a este maremagnum de emociones y sensaciones, Maura le estaba enseñando prácticamente cómo aquello era posible.
Poco a poco, resbalando en la plétora de jugos que la inundaban, los cinco dedos iban penetrándola y distendiendo sus esfínteres vaginales con sorprendente falta de dolor y sí placenteros tirones gozosos que le entregaban las glándulas que rodean el vestíbulo; sin separar la boca del clítoris, Maura expulso una notable cantidad de saliva que fluyó hacia la mano y entonces vino lo bravo.
La presencia huesuda de los nudillos se hacía insoslayable, pero la habilidosa mujer, facilitó su paso haciendo girar la mano entera y de esa manera, como un inmenso pera fantásticamente placentero ariete, toda ella fue penetrándola, arrancándole ayes, gemidos y asentimientos pero no de dolor sino por esos tirones musculares que le procuraban un goce infinito; reaccionando, alimentada a su vez por un demoníaco deseo, casi cómo una vindicta, sin cesar como Maura en su actividad en el ano y el clítoris, fue hundiendo sus dedos de la misma manera que su amante y cuando ambos puños ocuparon el canal de parto, simultánea e instintivamente, se penetraron en salvajes cogidas que las llevaron a expresar entre sollozos la próxima obtención de sus orgasmos que, cuando llegaron, las llevaron al paroxismo y así imbricadas, penetrándose demencialmente y mordisqueando sus clítoris, se paralizaron de estupefacción para sentir escurrir sonora, la abundancia de sus jugos entre las muñecas
Ahogada por la saliva, la falta de aliento y los sollozos de alegría que siempre la provocaba el orgasmo, Flora hipaba suavemente con los ojos entrecerrados, cuando vio como Maura, después de derrumbarse entre sus piernas, descansaba unos instantes para luego dar media vuelta y, volviendo a acostarse a su lado, apoyada en un codo, comenzaba a besarla en el hombro a la vez que la interrogaba calidamente sobre si había quedado conforme con esa primera experiencia. A pesar del orgasmo, esta vez uno verdadero, tal vez a causa de ese sexo tan diferente en lo físico y lo emocional, la calentura despertada por Maura en la joven no había amenguado en lo más mínimo y tendiendo la mano derecha para acariciar el rostro de la mujer mayor, buscó con la boca esos labios que besaban suavemente su piel.
Cada mujer manifiesta su exaltación hormonal a través de un aroma o fragancia que las caracteriza y en ningún caso es igual; eso, sumado a los de las glándulas de vulvas y vaginas produjeron en Maura y Flora un cóctel de emociones y sensaciones que las enajenaron, y en tanto volvían a unir sus labios en delicados besos, la joven fue pidiéndole a su amante que la satisficiera mucho, pero muchísimo más, haciéndole sentir el verdadero rigor del sexo más salvaje y primitivo.
Diciéndole que la satisfaría hasta donde no imaginara jamás, le pidió que fuera a darse una ducha en tanto ella se higienizaba y preparaba los elementos que su incontinencia sexual estaba reclamándole a gritos; ya metida bajo la ducha, Flora dejó que el agua tibia fuera lavando de su piel el pastiche de saliva, sudor y humores femeninos y de su cuerpo las marcas de uñas y apretones que sin saberlo se propinaran en el afán por gozarlo todo.
Calmada del apoteótico frenesí que la atacara y recuperados el aliento y la razón, se felicitaba por haber encontrado en Maura alguien que la condujera en el sentido adecuado en esa confusión sexual que la atacara desde su misma menarca y que la mantuviera en vilo todos esos años; ahora sabía que la monumental morocha la estaba imbuyendo del pensamiento y la dimensión sensorial física que realmente necesitaba para gozarlo todo cabalmente, no importa de qué se tratara. Cerrada abruptamente la canilla del agua caliente, las finas agujas de la fría barrieron no sólo con la tibieza sino que crisparon sus poros y los músculos tonificados se comprimieron, haciendo que sus pechos se irguieran y junto a la erección de los pezones, la atacó una tembladera que hizo castañetear sus dientes; ahí fue que consideró llegado el momento de estar lista para una nueva sesión de sexo, pero esta vez esperaba que sus esperanzas fueran superadas con largueza por la imaginación de Maura.
Serena y predispuesta, volvió al dormitorio con sólo una corta toalla envolviendo su torso y escasamente las nalgas, para encontrar que Maura la esperaba vestida de la misma forma, recostada mansamente en los almohadones y en las frescas sábanas con que reemplazara a las que ellas mojaran y arrugaran en sus escarceos; las largas piernas de la morocha y el busto que abombaba la toalla parecieron convocarla y subiendo a la cama desde los pies, reptó muy lentamente hacia Maura que ya dibujaba en su hermoso rostro una espléndida sonrisa que le sacó cualquier duda con respecto a sus lúbricas intenciones por la lujuria que parecían destilar sus profundos ojos negros.
Sin embargo su corto peregrinaje se vio interrumpido, cuando Maura separó ampliamente las piernas al tiempo que las encogía invitadoramente; era la primera vez que Flora tenía ante sus ojos el sexo de la mujer desde ese ángulo y la sorprendió como, a pesar de su obvio traqueteo, la vulva conservara externamente ese aspecto juvenil porque, aunque abultada, los labios mayores se cerraban prietamente en una ceñida rendija que no dejaba adivinar la frondosidad de sus pliegues ni la generosidad tanto del clítoris como de la vagina.
Entrando en el juego y sin apresurar la cosa, se deslizó hasta estar frente al vértice y las tufaradas de innegable origen la atrajeron, pero decidió elegir una vía indirecta, por lo que acercó su cara al interior del muslo izquierdo para proyectar la lengua y delicadamente, comprobar su tersura; ciertamente y como en los de casi todas las mujeres, esa zona manifiesta una característica especial de lisura ya que esta se conecta directamente con la sensibilidad erógena y en Maura lo era en forma superlativa. Emitiendo un mimoso suspiro de satisfacción, observó como la lengua tremolante de la joven se prodigaba en el lerdo recorrido que la aproximaba al sexo y cuando ya estaba por entrar en contacto con el pliegue que la separaba de la vulva, trepó por el muslo hasta la parte superior para encaminarse hacia el nacimiento de la ingle.
Casi aviesamente, cesó en el tremolar y afilando la punta, la hizo vibrar verticalmente para presionar en la rendija y penetrándola, incremento el arriba y abajo hasta sentir como la profundidad la acercaba a la comba de la vulva e introduciéndose totalmente en la hendidura, fue contorneando al órgano hasta llegar cercana a la entrada a la vagina, pero ignorándola, volvió a tremolar sobre el sensibilísimo perineo y superándolo, se dirigió a la búsqueda del ano; facilitándole la acción, Maura encogió con las manos ambas piernas y así llegó fácilmente a aquel ano del que ya gozara.
La imponente morocha estaba radiante por lo que prometía aquella discípula de la que, por lo menos durante ese verano, podría gozar diariamente todo el tiempo que se lo propusiera y, alabándola por su predisposición y condiciones para el lesbianismo sólo que mucho más groseramente explícita, la conminó a hacerla disfrutar con boca y dedos; sabiendo como mujer qué se esperaba en esa situación y conociendo cómo hacerlo, succionó primero como una ventosa, al punto de que sus mejillas se hundieron por la presión y luego de unos momentos en que arrancó entusiastas sí de su amante, envaró la lengua presionándola entre los dientes y pacientemente, en pequeños y repetidos picoteos, fue logrando la dilatación de los esfínteres que finalmente cedieron para dejar que la lengua penetrara a la tripa.
Con más de dos centímetros entrando y saliendo y ante el eufórico asentimiento de Maura, fue reemplazándola por la punta del dedo índice hasta que finalmente llegó a hundirlo totalmente en medio de los cimbreantes remezones de su amante quien la pedía por más y entonces, agregando el dedo mayor, inició una cadenciosa sodomía al tiempo que ascendía con la lengua para alcanzar el agujero vaginal; como una boca alienígena, este se abría palpitante y ya barnizado por los brillantes jugos glandulares que lubrican la vagina, por lo que Flora relevó con la punta los disparejos bordes de la cavidad para después ir metiéndose al vestíbulo que antecede a la propia vagina y del que extrajo con gula esas mucosas que ya le resultaban exquisitas.
Revelando su perfil sádico, el placer que le daba sojuzgar analmente a la mujer, se traducía en su propia excitación y dejando de succionar la vagina pero incrementando la sodomía, se introdujo a la vulva desde la parte inferior mientras dos de sus dedos separaban los labios para dejar al descubierto la convocante profusión de los frunces que, como dos grandes aletas y ya con los bordes enrojecidos hasta el ennegrecimiento, ocupaban todo el hueco que ella descubrió con la lengua para encontrar el perlado interior y en el medio, los pellejitos que protegen el meato; la concupiscencia la dominaba e incapaz ya de contenerse, abrió la boca para atrapar las carnosidades entre los labios y en tanto las sometía a una especie de masticación golosa, hizo que pulgar e índice atraparan al tubito carnes del clítoris que ya se erguía endurecido bajo el capuchón del prepucio para ejercer una rotación entre ellos que fue convirtiéndose en verdaderos retorcimientos, provocando que Maura apresara entre sus manos la rubia cabeza de Flora en acariciante presión al tiempo que ondulaba el cuerpo en simulada cópula.
Ya en natural dominadora, la muchacha hacía rotar los dedos que hundía en la tripa y cambiaba la posesión del clítoris por la boca, que comenzó con intensas succiones al encerrado pene femenino que ya tenía el tamaño de un dedo meñique de bebé, dejando a los dedos la tarea de tomar las sensibilizadas aletas para restregarlas entre ellas al tiempo que las estiraba como para comprobar su elasticidad; Maura bramaba por el inmenso placer que esa joven le proporcionaba en su relación inaugural y sintiendo la necesidad de tener una expansión para dar escape a su calentura, le rogó que la hiciera acabar de esa manera y, en medio de sus corcovos en los que proyectaba rudamente su sexo contra la mujer que la estaba poseyendo, sintió como aquella aceleraba la sodomía mientras los dedos de la otra mano se introducían exigentes a la vagina en procura del punto G que rascaron crueles con sus cortísimas uñas en tanto la boca hacía una verdadera carnicería con el clítoris hasta que ella proclamó de viva voz su desahogo y Flora sintió escurrir entre los dedos la tibieza de los jugos.
Lejos de dejarla exhausta, la acabada pareció insuflarle mayores ímpetus y poniéndose de rodillas, atrajo hacia sí a la jadeante muchacha y tras degustar en ella el conocido sabor de sus fluidos, fue haciéndola recostar mientras le prometía que ahora sí iba a saber lo que era el verdadero sexo: Al parecer había hecho de los almohadones el depósito donde guardar sus “juguetes” y extrayendo un largo consolador que debería alcanzar los sesenta centímetros, lo untó con un meloso gel en tanto le explicaba la doble función de este, ya que mientras lubricaba sus carnes, expandía en su cuerpo a través de los poros, un poderosísimo afrodisíaco que producía la acumulación sanguínea en las zonas eróticas, especialmente el aparato genital, el ano y los pechos, incrementando hasta un trescientos por ciento la experimentación de un placer sin límites.
Más que el gel, lo que impresionaba a la joven era el consolador que, de más de cinco centímetros de grueso y un desvaído azul traslúcido, dejaba adivinar que en su interior existía una especie de eje vertebrado que, por lo que hacía Maura en su manipulación, permitía doblarlo en cualquier posición sin que la perdiera posteriormente; la mujer formó con él una comba similar a una banana e inclinándose frente a sus piernas, le pidió que las abriera para que ella pudiera penetrarla.´
La curiosidad la carcomía pero el tamaño impresionante del falo la apabullaba; con cierta reticencia en tanto le pedía a Maura que no la lastimara, las abrió para mantenerlas encogidas y apoyadas en los pies. Vio con aprehensión como el óvalo del glande se aproximaba a la entrepierna hasta rozar el agujero vaginal y a pesar del pedido de Maura para que se tranquilizara, que no era lo que ella suponía, no pudo evitar contraer los músculos en un vano intento por comprimir la entrada; sin embargo, el propósito de la morocha no era hacerla sufrir sino llevarla a territorios nunca explorados del sexo y para ello debería disfrutarlos.
Rozando con la monda cabeza del falo impregnada por el gel los lábiles tejidos que orlaban la vagina, fue creando con el cosquilleo una ansiosa expectativa en Flora y muy, pero muy lentamente, comenzó a presionar para que el falo comenzara a entrar sin dolor hasta la mitad del glande y aunque la joven se había relajado contenta porque la penetración no le causara sufrimiento, el comienzo de la parte más gruesa se le fue haciendo molesta; ella confiaba en Maura pero, a pesar de haber soportado y disfrutado de su mano en el interior, algo en la consistencia o en el grosor, hacía que, aun sin haber alcanzado el tronco que era indudablemente más ancho, los músculos se resintieran ante el empuje y dejando escapar involuntariamente un gemido, se aferró con los dedos engarfiados a la sábana, alertando a la mujer de que quizás debería dejar de lado los sentimentalismos y forzar a Flora hasta que esta cobrara conciencia de las delicias que le ofrecería el consolador y accediera a colaborar activamente de la cópula.
Bajando la cabeza, puso su lengua a excitar al clítoris en colaboración con los labios y cuando Flora extendió una mano para acariciar los hirsutos mechones a la vez que presionaba para incrementar la mamada, simultáneamente fue introduciendo el consolador al tiempo que despertaba en la muchacha roncas pero entusiastas expresiones de dolor junto a fervorosos asentimientos; haciendo girar la verga para que el gel penetrara en los humedecidos tejidos, fue percibiendo como la mujer se distendía e incluso ensayaba un instintivo meneo copulatorio y, sin aflojar para nada en la succión al clítoris, dejó que la verga se hundiera casi naturalmente en la vagina.
Flora parpadeaba lagrimeando al tiempo que se pecho se estremecía por los sollozos que aquel martirio le provocaba, pero a la vez su aliento entrecortado salía ardoroso entre los labios separados de su boca abierta con estupefacción mientras sentía al fenomenal miembro ir separándole las carnes con el inmenso roce de su superficie granulada como un papel de lija, lo que agregado a su tamaño descomunal, la hacía chillar por el sufrimiento pero también por el increíble placer que parecía desbordarla; prodigándose en innumerables sí, sentía cómo el falo ocupaba cada centímetro de su interior y ya meneando decididamente la pelvis en franco coito, miró angustiada a Maura con ojos de cachorro afligido y aquella, apiadada por lo que la denodada muchacha le suplicaba sin decirlo, decidió no someterla a la dilatación forzada del cuello uterino y comenzó a retirar el pene con las consecuencias que ella conocía.
En la áspera superficie del consolador, había unas diminutas laminillas que, como finísimas escamas de pescado, se separaban al contacto con la piel para ejecutar el ella una especie de rascado que, por su consistencia y tamaño, no lastimaban pero aguijoneaban los tejidos en una maravillosa tortura que, por lo sorpresivo, puso un grito de pasmado sufrimiento en boca da Flora que inmediatamente fue suplantado por la más jocunda alegría de un placer magnífico e ignorado.
En la medida en que aceleraba el vaivén, a Maura se le hacía más difícil mantener el contacto con el clítoris por la forma en que la muchacha había separado la grupa de la cama para arquearse y mover la pelvis en ansiosos corcovos y por eso, distrajo la otra mano para mantenerse asida con los dedos engarfiados en una nalga y atrapando al clítoris con labios y dientes, sostener un movimiento por el que la boca ascendía y bajaba rudamente a la vez que el mentón rozaba fuertemente los fruncido colgajos.
Por los suspiros, ronquidos y quejas, ella comprobó cuanto Flora gozaba de aquello y recordando que la muchacha tenía la particularidad de obtener muchas de esas eyaculaciones líquidas que se expelen a través de la uretra, intercaladas con sus verdaderos orgasmos y habida cuenta de su propia excitación, decidió prolongar esa etapa y colocándose entre las piernas de Flora, pidiéndole que extendiera las piernas abiertas, fue penetrándose con la otra mitad del consolador; pasando la pierna derecha por debajo de la izquierda de Flora y haciéndole colocar su derecha sobre su izquierda en una tijera perfecta, se dio envión hasta que todo el fenomenal falo desapareció en la vagina.
La joven estaba encantada por lo que esos movimientos producían dentro de ella y siguiendo las instrucciones de esa experimenta amante, colocándose semi de costado apoyada en un codo, extendió la otra mano para aferrar la rodilla alzada de Maura y esta, haciendo lo mismo, comenzó a proyectarse contra ella y pronto, sacudiéndose adelante y atrás en un coito desasosegante por lo terriblemente doloroso pero a la vez otorgándoles placeres propios de las ménades orgiásticas del culto dionisiaco, que las obnubilaron y así, mirándose lujuriosamente a los ojos, sentían como sus sexos dilatados se restregaban el uno contra el otro y pronunciando palabras de grosera lascivia, se embistieron brutalmente en una cópula demoníaca hasta que, agotadas física y mentalmente por la alienación del goce, expelieron sus jugos para luego ir declinando hasta desplomarse exánimes en la cama.
Aunque parcialmente, compartir el consolador con Maura, le había dado a Flora la oportunidad de saber qué se sentía al penetrar a otra mujer y esa fenomenal emoción le hacia comprender la soberbia de los hombres al sentirlas domeñadas y sojuzgadas como esclavas; cubierta de transpiración por el esfuerzo pero todavía impresionada de las cosas que dos mujeres podían hacer juntas y que un hombre no lograría satisfacer, así como su capacidad no sólo para adaptarse a esa sexualidad sino para gozarla con su recién descubierto desvío hacia el sadomasoquismo, se dejó estar mientras recuperaba el aliento y al poco rato, vio como Maura rebuscaba en el escondite de los almohadones para sacar un objeto que identificó por los videos.
Laxamente estirada y los ojos entrecerrados por la fatiga, alcanzó a ver cómo su anfitriona se aproximaba a ella para, luego de besarla tiernamente en la boca colocar en su entrepierna un arnés que sostenía una copilla de la cual surgían, una réplica exacta en tamaño y color de un falo verdadero hacia delante e internamente pero más baja, otra de unos diez centímetros pero igualmente gruesa para ser utilizada por la portadora; delicadamente, Maura introdujo la verga más pequeña en su vagina, develándole la textura suave pero firme de su “piel” y, una vez hecho eso, ajustó las suaves tiras de la cintura y las que sostenían firme la parte baja pero dejaban al descubierto al ano.
Con una deliciosa sonrisa de felicidad, Maura se acaballó sobre el falo y muy despaciosamente fue descendiendo el cuerpo hasta que el sexo rozó al miembro y embocándolo en la vagina con una mano, fue bajando hasta que el largo príapo de veinticinco centímetros estuvo enteramente en su interior y ahí comenzó el verdadero coito, ya que el otro consolador que estaba dentro de Flora, poseía la curvatura justa como para que rozara especialmente la zona callosa del punto G y ante el movimiento que producían los embates de Maura, sensaciones maravillosas comenzaron a producirse en el interior de la muchacha.
Sabiéndolo y conociendo que aquel auxiliar variaba las zonas de roce de acuerdo a la posición que ella adoptaba sobre el otro, sin cesar en el meneo adelante y atrás de la pelvis, aparte de disfrutar con el falo que, sin ser monstruosamente grueso como el anterior, poseía las anfractuosidades necesarias para provocar roces deliciosamente placenteros en la vagina, fue inclinándose sobre el torso de Flora para tomar posesión de sus pechos y comenzar a estrujar la mórbida solidez de las carnes y aquella, ya imbuida de su papel de contendiente sexual, buscó la oscilación de los suyos para someterlos a similar caricia.
Aquel artefacto parecía contentarlas, porque ambas pusieron en sus rostros transpirados espléndidas sonrisas de felicidad y en tanto Maura se inclinaba para complementar el accionar de las manos con besos, lambidas y chupeteos a los senos, Flora se ensañaba en sus pezones pellizcándolos y retorciéndolos incruentamente entre los dedos, mientras se asentaba firmemente en los pies para dar a las piernas encogidas un fuerte envión a los remezones con que su cuerpo complementaba el galope de la morocha; realmente la cópula extasiaba a la muchacha que no podía dar crédito al disfrutar tanto penetrando a otra mujer como si fuera un hombre y cómo aquella a su vez la poseía a través del segundo falo y así, mimetizadas en aquel exquisito coito, flagelándose mutuamente los pechos mientras se sometían recíprocamente en el demoníaco galope, se extasiaron durante unos momentos en los que intercambiaban mutuas promesas apasionadas en medio de ayes y suspiros que les arrancaba el placer.
Cubierta de transpiración como ella, Maura fue rotando sobre el eje del falo pero esa traslación enloqueció a Flora, ya que la otra parte se movía aleatoriamente dentro, socavándola en todo el interior de la vagina hasta que la mujer quedó de espaldas a ella e indicándole que siguiera sus movimientos, fue colocándose de rodillas hasta que su torso rozó las sábanas con los senos y, apoyándose en los codos, abrió las piernas e instintivamente, Flora, que había quedado pegada a su grupa por detrás, la asió por las caderas para imprimir a su cuerpo un lento hamacarse que le permitió exceder la apertura escamosa de la cervix e invadir el cuello uterino; al parecer, eso era lo que quería Maura, ya que acomodándose mejor e indicándole que abriera más las piernas para hamacar mejor el cuerpo, la incitó a que la penetrara fuertemente.
.Para Flora resultaba excitante estar poseyéndola como un hombre, especialmente porque la verga que portaba dentro suyo se movía de manera fenomenal y asiéndola por las caderas, flexionó las piernas para obtener un buen ángulo e inició un balanceo adelante y atrás que despertó en Maura las más soeces expresiones de contento; balanceando ella misma el cuerpo para adaptarse a la cadencia que Flora intensificaba cada vez un poco más, se entregaron a una fantástica sodomía que las enajenó y tanto la una como la otra profirieron ayes y gemidos en los que se mezclaban las indecencias de la culeada como la pasión de quien lo hacía.
Ninguna de las dos quería acabar y deseaban que esa salvaje sodomía se prologara eternamente, pero Maura tenía otros planes para lo que la prudencia le indicaba sería la última embestida antes que semejantes excesos les provocaran daños físicos y dejándose caer para salir de Flora, se dio vuelta rápidamente para quitarle el arnés; sacando otro de entre los almohadones, se lo colocó hábilmente y entonces Flora, que había permanecido arrodillada sobre el lecho, vio que de la copilla, surgían dos grandes consoladores curvados que servirían para una doble penetración, cosa a la que ella no accediera en toda su vida.
Esta vez, Flora fue quien tomara la iniciativa y recogiendo la sábana superior a la que había hecho un bollo revuelto con sus revolcones y volteretas, se acercó a Maura para, tras secarle el rostro empapado de sudor y luego los cortos cabellos que la transpiración volviera hirsutos, fue recorriendo el espléndido cuerpo para librarlo de ese pastiche de sudor, saliva y humores femeninos, lo que contribuyó a que eso terminara por convertirse un anheloso y lascivo manoseo que, cuando Maira concluyó ya cumpliera con su cometido, se hizo cargo de la tela para someterla a semejante tratamiento.
Apenas húmedas, las dos acezaban por la angustia de la pasión les exigía y, liberándose de la sábana, Maura tomo delicadamente su rostro entre las manos y al tiempo que la besaba tiernamente en los labios, le anunció que finalmente la haría totalmente suya para que la hermandad sexual que se estableciera entre ellas fuera definitiva y total; haciéndola recostarse y cuando ella abrió y encogió las piernas sabiendo en qué consistiría esa confirmación, el imponente cuerpo de su amante se ubicó entre ellas pero, en consideración a su inexperiencia en penetraciones duales, hizo que el de abajo tomara contacto con la vagina mientras el otro rozaba con su poderosa masa cubierta de falsas venas y otras anfractuosidades parte de la vulva y el clítoris.
Aunque era el más pequeño de los dos, ya fuera por su textura o curvatura, a Flora se le hacía inmensamente agradable sentirlo adentro, especialmente cuando el otro le realizaba una masturbación extraordinaria y desconocida, pero todo cobró otro sentido cuando, junto con el vaivén cansino de la cópula, Maura tocó algún botón en la copilla y los consoladores comenzaron a vibrar; Flora no conocía los vibradores y esa traqueteo imperceptible que le proporcionaba un escozor casi eléctrico la desconcertó, pero también acrecentó su goce casi hasta la sublimación y al tiempo que tendía los brazos para asir las manos de Maura, sus piernas, en un acto reflejo se unían para envolver la cintura de la mujer y con los talones presionando las nalgas, se dio envión para acrecentar el coito.
Esa actitud casi de inmolación, encantó a la mujer quien, pidiéndole que pusiera su esfuerzo manual en estrecharle los senos, se inclinó para hacer los mismo con los suyos que, en esa posición, oscilaban gelatinosamente con cada embate y así, murmurándose mutuas lindezas que mezclaban con ayes apasionados y gemidos de angustia, se prodigaron en una cópula que terminó por enardecerlas. Fue entonces cuando Maura, con su hermoso cuerpo brillante por la pátina del sudor, se desembarazó de sus piernas y saliendo de ella para colocarle la almohada debajo de la grupa, embocó en la vagina el consolador más grande que estremeció a Flora con su textura y grosor, para luego ir empujando lentamente y pronto ya el otro glande rozó el haz fruncido de los esfínteres anales.
La posibilidad de la doble penetración ponía una curiosidad malsana en Flora que, sin ser devota de las sodomías, solía practicarlas sin demasiados inconvenientes; poco a poco, gracias a la prudencia de Maura, las dos vergas fueron introduciéndose en los dos orificios y era extraño sentir cómo se rozaban a través de los delgados tejidos de vagina y recto, proporcionándole un goce diferente molesto pero no doloroso y placentero sin ser exquisito.
Cuando los dos falos estuvieron totalmente dentro y los muslos de Maura rozaron sus nalgas, sí comenzó a disfrutarlo y en medio de mimosos asentimientos, apoyó firmemente los brazos sobre el colchón para proyectar el cuerpo contra el de la mujer y a partir de ese momento, sincronizada y pausadamente, ejecutaron el mejor coito del que Flora tuviera memoria pero, después de unos minutos en los que mezclaron sus ayes, gemidos y lamentos de goce, decidida a consumar su obra de la manera más placentera, Maura fue haciéndola colocar de lado y así, pegadas, haciéndole voltear el torso para poder besarla mientras maceraba sus senos, la penetró despaciosamente.
Flora fue retorciendo la parte superior para también ella poder acceder a los senos de su amante mientras se hacía un festín con su boca y encogiendo las piernas hacia el otro lado, facilitó que las dos vergas le proporcionaran una magnífica cogida; ya ambas rugían de placer y recíprocamente hundían en sus cabellos los dedos engarfiados por el deseo en tanto los torsos se estregaban en medio de chasquidos provocados por el abundante sudor que cubría sus cuerpos.
Agitadas y convulsas, fue Maura quien, como siempre, tomó la iniciativa y sacando al consolador, hizo arrodillar a Flora para luego ir penetrándola con el gran falo por el ano en tanto el otro iba introduciéndose a la ya dilatada vagina; realmente la verga era portentosa y la primera vez que Flora soportaba una así en la tripa, pero sin embargo, era tal el placer que encontraba en la doble penetración, que quebró la cintura para aplastar los senos contra las sábanas y alzar la grupa oferente. Convite que Maura no desaprovechó y abriendo la piernas acuclillada, penetró casi verticalmente a la joven que proclamaba a los gritos el esplendoroso sufrimiento que semejante cópula le proporcionaba y sintiendo ya próximo su enésimo orgasmo, ondulando el cuerpo al ritmo cansino del coito-sodomía, experimentó las maravillosas sensaciones que parecían estallar dentro de ella y, aullando y rugiendo, se sumergió en la pequeña muerte de la satisfacción, mientras sentía fluir de su sexo los melosos jugos resbalando a lo largo de los muslos.
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