Goces y sombras 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
Goces y sombras
Verena se dirigía a la parada de omnibus para volver a su casa desde el colegio, cuando vio que en la misma dirección se detenía un automóvil y desde la ventanilla la saludaba la conocida cara de Claudio, un amigo de sus padres desde antes que ella naciera.
Contenta, se dirigió al vehículo y saludó con un beso en la mejilla a ese amigo a quien le decía tío, recibiendo alborozada la invitación a subir para que la aproximara a su casa. La cordialidad y gentileza de Claudio para con ella, tratándola como a una señorita, interesándose en sus estudios y cuáles eran sus proyectos para la secundaria, la alegraron y contándole locuaz su intención de hacerlo en una escuela técnica para tener una salida laboral antes de la Universidad, no tomó en cuenta el desvió que él hacia del camino habitual y cuando se lo hizo notar, Claudio le dijo que quería mostrarle la nueva casa que había alquilado.
Efectivamente, minutos después se detenía ante un hermoso chalet a cuya cochera entró el auto y bajándose, la invitó a acompañarlo; a pesar de lo desolado del barrio, los amplios ambientes y la todavía dispersa distribución de los muebles le gustaron y alegre recorrió los diversos cuartos de la casa, para terminar en el living donde Claudio se derrumbó en un sillón para indicarle que lo hiciera junto a él.
Verena era precoz en todo, desde la inteligencia hasta en lo físico, ya que cerca del metro cincuenta, su cuerpo delgado había comenzado a mostrar redondeces adolescentes y, aunque minimamente, sus tetitas se hacían evidentes a través de la ropa, también sentía cosquilleos y picores que la desconcertaban en el bajo vientre y una sudoración tan exagerada que su madre había tenido que prestarle remeras y desodorante; ella no lo ignoraba y por los síntomas sabía que su menarca estaba próxima e inspeccionaba curiosa su entrepierna para buscar rastros de esa vellosidad que ya alguna de sus amigas mostraban orgullosas en el baño de la escuela.
Orgullosa de esa apariencia, se preocupaba en acentuarla por su forma de peinarse, la elección de prendas ajustadas que resaltaran ese busto incipiente y la sólida redondez de sus ancas, así como destacaba la hondura de sus ojos verdes con leves sombras de maquillaje y un sutil labial destacando la naciente morbidez de los labios.
Todo aquello no había pasado inadvertido a Claudio quien la codiciaba de manera enfermiza desde sus primeros años y ahora estaba dispuesto a convertir en su esclava sexual a aquella criatura que ni siquiera era mujer; conociendo lo creída y pizpireta que era, él le pasó cariñosamente un brazo sobre los hombros para atraerla junto a sí, al tiempo que alababa su crecimiento e intencionadamente le preguntó cuantos pretendientes tenía en la escuela y aunque sí, era cierto, los chicos parecían empeñados en agasajarla, en un arranque de falsa modestia, le dijo que desgraciadamente nadie se fijaba en ella.
Claudio se dio cuenta de que ese coqueteo le venía de perilla a sus intenciones y ya sin ambages, dejó que la otra mano se asentara exigente sobre el bultito del pecho; recién Verena cayó en la cuenta de lo que pretendía su”tío” e hizo un inútil intento de huida.
Inútil porque Claudio que preveía eso, la sujetó firmemente por el hombro mientras su mano se abatía avariciosa sobre las tetitas cuyos pezoncitos parecía destacar aun más la ajustada remera de algodón; súbitamente serio y ya sin la afabilidad acostumbrada, Claudio le dijo que seria en vano que gritara en esas soledades y que debía hacer lo que él le ordenara si no quería que le dijera de su provocación a sus padres.
Convertida de victima en culpable, no pudo evitar el manoseo a los pechos por la manaza que ya había levantado la prenda para sobar premiosa las pequeñas hinchazones faltas de sostén alguno y ante su reclamo sollozante de que no la lastimara, le dijo que no tuviera miedo ya que esa no era su intención pero contradictoriamente, intentó meter la mano entre sus piernas y ante la resistencia de Verena, que las entrecruzaba y agitaba asustada, le pegó un cachetazo que la paralizó y entonces sí, la mano se apresuró a asentarse en la conchita por sobre la bombacha de algodón. Llorando sin freno, la niña se sacudía en un hipar sollozante cuando sintió como él la recostaba en el sillón y tras sacarle la remera por sobre la cabeza, bajaba diestramente su faldita y bombacha.
Horrorizada por saberse totalmente desnuda y a merced de su “tío”, hizo un último intento de huida pero él, sujetándola firmemente por el cuello, comenzó a besarla desaforadamente a la par que sus manos sobaban estrujando las tetitas y pronto la boca abandonaba la cara para bajar hacia ellas y los labios se esmeraron en lambeteos y chupadas que, sin saber por qué, agradaron a la chiquilina; dándose cuenta de esa reacción, Claudio se deslizo hacia la entrepierna y sujetándole las piernas que ella había vuelto a sacudir, hundió la cabeza para que la lengua tremolante se abatiera sobre esa conchita virgen de toda virginidad.
Abriéndole las piernas con brusquedad, él hizo que la lengua se adueñara de toda la zona, yendo desde el todavía inútil clítoris hasta el mismísimo agujerito del culo, estimulando en el camino a la concha cuya raja se encargaba de dilatar con labios y lengua; entre los ayes y gemidos de la chiquilina creyó distinguir un dejo de sorprendido placer y sí, efectivamente, la naturaleza no había evitado su accionar y el placer se incorporaba los sentidos a muchachita con una fuerza que desconcertó a Vere.
El hombre comprendió que no conseguiría un orgasmo en esa niña que ni siquiera menstruaba y entonces, mientras se esmeraba en procurarse placer comiendo ese sexo todavía infantil pero que por su apariencia prometía convertirse en algo formidable a lo que el contribuiría con dedicación, tomó entre sus dedos la verga endurecida para masturbarse reciamente hasta que en un momento dado, se incorporó para verter sobre el cuerpito la abundancia de sus espasmódicos chorros de semen.
Amenazándola con algo mucho peor si se lo decía a alguien, la hizo bañarse y tras vestirla cuidadosamente para que no se evidenciara nada, la llevó hasta su casa, donde, antes de dejarla en la esquina, volvió a recomendarle que no hablara una palabra con nadie; aunque justificó esa media hora de retraso diciéndole a su madre que había pasado por lo de una compañera por una tarea, la inquietud por lo que pasara la atormentó durante toda la tarde y esa noche, mientras cenaban, atropelladamente, les constó confusamente como Claudio quisiera abusar ella.
Para su sorpresa, no solo sus padres y su hermano menor tomaron a risa su relato, sino que el padre le reprochó admonitoriamente por poner en duda la honestidad de un hombre como Claudio que la viera nacer y hasta la cuidara cuando ellos salían de noche; apabullada por esa mezcla de reto con burla de su familia, se encerró en su cuarto confundida y repasando en detalle lo sucedido, encontró que si bien era cierto que no existiera en Claudio deseo alguno de lastimarla y lo que le hiciera había estado impregnado de ternura, no era menos cierto que en el futuro ya no se conformaría con eso y que, para su desconcierto, en su cuerpo se manifestaran más agudamente aquellos picores, calores y cosquilleos y que había experimentado un placer desconocido para ella.
Pasaron los días y aunque Claudio concurriera a su casa, la siguió tratando con el mismo cariños acostumbrado y hasta escuchó a sus padres comentarle el relato suyo y juntos desestimaron jocosamente a acusación de la chiquilina justamente, como eso, las fantasías de una niña en su confusa conversión en mujer; convencida que no debía jamás volver a hablarlo con ellos, se encerró en un mutismo que a sus padres les pareció propio de la desorientación de su edad y de esa forma transcurrieron dos meses.
Ya finalizadas las clases, sus padres decidieron hacer un viaje relámpago para alquilar departamento en Mar del Plata y, tras dejarla a cargo de una señora por esos tres días, le pidieron a Claudio que se diera una pasada cada tanto para no hacer ver la falta de un hombre en la casa; y así fue; con la vecina a cargo de las comidas y la poca limpieza necesaria, ella se dedicó a descansar y tomar sol en esos últimos días de noviembre, sin saber que Claudio había arreglado económicamente con la señora para que por la noche y después de la cena, esta volviera a su casa.
Con esos tres días por delante, él había decidido completar el adoctrinamiento de la pequeña y cuando ella estaba encerrada en su pieza, seguro de la soledad absoluta y la impunidad que eso le daba, hizo su aparición; convencida de que la vecina estaba en la casa, Verena estaba displicentemente espatarrada en su cama, vestida con un mínimo camisón y, ante la sorpresiva entrada de su “tío, encogió rápidamente las piernas para envolverlas con la prenda.
Sabedora de lo que la presencia de Claudio significaría para ella, miró con aprensión como el hombre se quitaba el pequeño short y la remera para quedar absolutamente desnudo; a sus treinta y cuatro años, él tenia un físico no musculoso pero si bien formado y aquello que colgaba blandamente en su entrepierna no le prometía un buen augurio.
Resignadamente, esperó sus indicaciones de que se quitara la ropa y cuando lo hizo, temblando de inquietud y miedo, lo vio ascender a su cama para recostarse junto a ella y haciéndole quitarse la bombachita, recorrió el cuerpo estremecido con la delicadeza de sus yemas y al parecer contento de lo que en esos dos meses la aparición de la regla contribuyera a su crecimiento, apreció la sombrita velluda en la entrepierna para luego, y sin violentarla, ir recorriéndola toda, desde la frente a hasta los pies con delicados y húmedos besos que contribuían a exacerbar tanto el temor como las ansias de la pequeña.
Llegando a los pies, él comenzó a lamer los dedos uno por uno, encerrándolos entre los labios para luego chuparlos suave y pacientemente; como todo lo que su “tío” le hacia le parecía una monstruosidad pero ese continuo chupeteo puso un cosquilleo nuevo en ella que nada tenia que ver con la risa y así, tensamente contraída, sintió como la boca avanzaba sobre los empeines, se recreaba en los tobillos para luego ir ascendiendo por la pantorrillas hasta el hueco detrás de las rodillas donde hundió el tremolar de la lengua.
En la medida que Claudio ascendía por el interior de los muslos, sus piernas cobraron vida para agitarse tratando de cruzarse en un atávico rechazo pero las manazas no sólo inmovilizaron las piernitas sino que las separó y encogió para que exhibiera oferente toda la zona genital; sosteniéndolas así, la boca descendió hasta mas allá de la concha para buscar golosa el agujerito del culo y en tanto lo estimulaba con la punta vibrante de la lengua, la chiquilina le pedía angustiosamente que no le hiciera esas cosas aunque sabia que era inútil y eso se confirmó cuando él fue ascendiendo hacia el agujerito rojizo de la vagina al que penetró para sorber algo que ni la misma niña conocía.
A pesar de negárselo, porque sabía impropio que una nena de su edad mantuviera relaciones sexuales con un hombre y mucho menos si este formaba parte de la familia, en lo más íntimo de su ser entendía que comenzaban a gustarle esas cosas y que indefectiblemente acabaría por convertirse en amante de su “tío”, pero instintivamente comprendió que no era propio acceder así como así a esas relaciones y debía fingir no sólo su resistencia sino hasta su desagrado; como si se protegiera, cubrió las tetitas con los brazos cruzados para colocar las manos en sus axilas pero hasta ese mínimo movimiento de compresión, hizo que los pezones adquirieran de pronto una inédita sensibilidad y cerrando los ojos, sintió como la lengua azuzaba agradablemente los bordes inflamados de la vagina para luego notar como dos dedos iban separando suavemente los labios de la vulva y la lengua traviesa se hundía en el interior.
A pesar de su edad, no era estúpida y aquella cosa caliente y suave escarbando en su conchita le producía sensaciones extrañas que la incitaban a no quedarse quieta pero el temor pudo más y aguantó cuanto pudo sin moverse pero no consiguió reprimir un quejido cuando su “tío” reemplazó la lengua por uno de sus dedos y este, enorme para su percepción inaugural, fue adentrándose en ella; un sollozo irreprimible la embargó y jadeando cortito, notó como esa cosa se metía por entero para luego curvarse y comenzar un suave rascado.
Como haciéndose eco a su llanto cada vez mas copioso, el dedo entraba y salía casi con rabia y entonces él, refrenando esa cogida manual, se corrió hasta estar encima de la pequeña y apoyando una rodilla junto a su hombro, colocó el pie de la otra pierna alzada a la derecha y desde esa posición agazapada, tomó la verga colgante entre sus dedos para estregar con ella los labios jadeantes de Verena quien a este contacto los cerró fuertemente.
Iracundo, Claudio procedió al simple trámite de apretarle la nariz hasta que, falta de aire, la chiquilina abrió la boca asustada y él aprovechó para meter la pija; Verena jamás había tenido entre sus labios algo de tal tamaño pero cuando vio como su “tío” le impedía mover la cabeza sujetándola contra el colchón, comprendió que no había otro remedio y ablandó la boca para sentir como esa suave carnosidad entraba en ella hasta arrancarle una arcada y con los ojos llorosos por el esfuerzo, moqueando por la nariz ruidosamente, soportó sentirla moviéndose adentro y afuera por el delicado movimiento de la pelvis del hombre quien a la vez le pedía que chupara a semejante monstruosidad.
Así, comprobó la adaptabilidad no sólo del cuerpo humano sino también de la mente, porque cuando se dio cuenta que eso no la dañaría y obedecer al hombre le evitaría males mayores, sus labios, ya mórbidamente desarrollados, se distendieron para formar un aro carneo alrededor de la verga y encontró un ritmo en la mamada; tal vez por el calor de la carne o porque sí, nomás, eso le agradó y voluntariamente comenzó a chuparlo de tal forma que Claudio se dio cuenta y sacando la verga de la boca, guió a una de sus manos para que envolviera al redondo tronco e hiciera un movimiento de arriba abajo al tiempo que le ordenaba lamer y chupar la ovalada testa mojada.
Más tranquilizada porque eso parecía calmar a Claudio, pasó la lengüita sobre el glande y hacerlo la remitió a un helado, lo que la envalentonó y esmerándose en la lamida, la acompañó de chupeteos en los que hundía la cabeza en la boca en tanto sí se complacía recorriendo con la mano la carnosidad en la que clavaba los dedos; sin darse cuenta estaba realizando una masturbación perfecta y bramando de placer, él alternó ese jugueteo con la penetración hasta que la explosión seminal lo alcanzó y la criatura recibió en boca y cara los chorros espasmódicos de un semen cremoso, blanco y oloroso.
El inesperado baño de la melosidad la sorprendió y asqueó, pero mientras la apartaba con los dedos de sus ojos y cara, se dio cuenta de que lo que entrara a la boca no le desagradaba y sí le recordaba a un postre almendrado; lo que ignoraba era que ese era sólo el comienzo y que el hombre, satisfecha esa necesidad, se proponía concretar totalmente la violación; volviendo a situarse entre las piernas de la chiquita, se las separó y empuñando la verga en ristre todavía, la acercó a la conchita de Verena.
Aunque ignorante de por qué, ella sabía perfectamente de las relaciones sexuales y después de la acabada en su boca, presumió que Claudio estaría agotado pero no conocía la resistencia del hombre y aterrada sintió apoyarse en su conchita que aun mojaba la saliva esa cabeza que habitara su boca e intento retroceder, lo que hizo a Claudio agarrarla por los muslos y con solo el peso de su cuerpo, la verga fue destrozando los musculitos de la vagina y desoyendo las negativas y suplicas que se convirtieron en un alarido, penetró a la niña hasta que el fondo vaginal lo detuvo.
Nunca la chiquilina pensó que existiera tal dolor; fue como si un hierro candente la atravesara a todo lo largo del cuerpecito para estallar finalmente en su cabeza con tal violencia que por unos instantes creyó caer en un pozo y todo se puso negro. Cuando recobró la conciencia que perdiera por segundos, toda la crudeza del sufrimiento arrancó lágrimas de sus ojos y ahogándose con su propia saliva al tiempo que jadeaba en busca de aire a sus pulmones, sintió como la pija se deslizaba despaciosa e inexorablemente en sus entrañas.
Inclinado sobre ella, Claudio le sujetaba la cabecita mientras su boca se esmeraba en esas tetitas temblorosas, chupando y mordisqueando los pezoncitos a la vez que movía la pelvis en lo que cualquier mujer hubiera apreciado como una exquisita cogida pero que a la niña le resultaba dolorosísima hasta que en un momento dado, él comenzó a roncar; ya mordiendo abiertamente las mamas, acabó nuevamente y ella sintió el chorro caliente llenando sus entrañas y, extrañamente, una nueva sensación de un placer inédito la inundó mientras sentía como que la faltaba el aire y boqueando, se agitó debajo del hombre sin saber que estaba teniendo un orgasmo
Durante esos dos días y ya sin la oposición de la chiquilina quien había aceptado resignadamente su papel, el fue poseyéndola en distintas posiciones que incluyeron la sodomía y la hizo ducha en el arte de las mamadas, dándose cuenta de que Verena consentía aquello y que, sin llegar a expresarle su complacencia, había momentos en que no podía evitar tener reacciones placenteras y menos las eyaculaciones u orgasmos que el cuerpo manifestaba naturalmente.
Luego de aquel fin de semana, las cosas se fueron espaciando según las ocasiones y había veces en que él pasaba por la escuela para subirla al auto y buscando un paraje solitario, la hacia mamársela o si tenían tiempo, le propinaba una buena y rápida culeada con la cual se satisfacía.
Y así, fue transcurriendo el tiempo en el que ella fue creciendo y desarrollándose como mujer; un poco más alta que el promedio, tenía una figura espigada en la cual resaltaba el volumen pleno de unas tetas macizas y unas nalgas contundentes, en parte naturales y en gran medida al manoseo y traqueteo al que Claudio la sometía no menos de dos veces por semana.
Afortunadamente, regresó su hermano mayor, aquel que siete años atrás viajara a Buenos Aires, tanto para estudiar agronomía y veterinaria como para tomar distancia de esos padres que parecían resumir esa paternidad a darle casa y comida pero desentendiéndose de sus metas y ideales.
Encontrando que la situación no cambiara en absoluto e indignado por la actitud asumida con respecto a Verena, quien volcara en él lo angustioso de esos años de sometimiento por el amigo de sus padres, decidió buscar dentro de la provincia donde instalar un proyecto de granja ictícola y junto a su mujer, llevó con ellos a la jovencita para que encontrara un refugio a su dolor por tanta humillación sexual.
Preocupado por que las violaciones y el maltrato pudieran haber afectado la psique de Verena, se ocupó en llevarla dos veces por semana a una psicóloga de la ciudad y de esa manera, la cerril muchachita comenzó a conocer un mundo distinto de relaciones.
De la mano de de la mujer, unos diez o doce años mayor que ella, fue relajándose y por primera vez alguien escuchó con verídica crudeza todos y cada uno de los detalles de la vilezas que Claudio cometiera durante esos tres años; conscientemente, Verena ignoraba que el homosexualismo es tan frecuente en las mujeres como en los hombres y que, aunque la abstinencia se les hace más llevadera, por su sensibilidad y sed afectiva se ven inclinadas a tener relaciones fuertemente emotivas con otras y es muy natural que finalmente se desplacen al plano de lo sexual, especialmente en casos como el suyo, donde por tratarse de una violación a tan temprana edad, se encuentran lastimadas y vulnerables emocionalmente, desarrollando una aversión con respecto a todo lo masculino.
Consecuentemente, en sus confesiones volcaba todo el resentimiento hacia Claudio y la amargura de su inocencia perdida, cosa que era aprovechada por Olivia para alimentar esos sentimientos y con sus modales afectuosos y su voz seductoramente educada, condicionarla para lograr su objetivo, cosa que consiguió porque la mente fértil de la muchacha que por primera vez tenía en quien volcar su necesidad de cariño y comprensión, respondió acumulando en su mente y cuerpo un deseo tan hondo hacia la mujer que, cierta tarde, incapaz ya de refrenar sus impulsos, se abalanzó sobre la psicóloga.
Como si fuera una proyección o una transferencia de Claudio al forzarla, sentía una necesidad irrefrenable de poseer a esa mujer, aun sin conocer ni de mentas la existencia del lesbianismo; con los años y aunque se lo negara en conciencia, ella había aprendido a gozar el sexo y tenía necesidades que le carcomían el bajo vientre y remedando a su violador, buscó la boca de Olivia al tiempo que apresaba entre sus manos la cabeza de la psicóloga; aunque ya dedujera que la mente de Verena estaba habitada por libidinosos fantasmas que implantara su violador, esta no imaginaba la tempestuosa respuesta de la muchacha pero, deseándola, porque para eso había condicionado su mente, abrió su boca golosa para responder al beso al tiempo que abrazaba a Verena.
No iba a ser tan cruel de dejar tomar la iniciativa a la inexperta jovencita y revolviéndose en el sillón, la acostó a su lado para emprender una alucinante sesión de besos y caricias con las cuales iba despojándola de su poca ropa, ya que en la chacra, aquella solía vestir solo prácticos pantaloncitos, remeras cortas y borceguíes por las alimañas; en su afán, Verena colaboró vehemente a la vez que se desvivía por sacarle a ella lo que llevaba y pronto, ambas lucían su esplendida desnudes con la excepción del calzado.
Aunque desfogaba su homosexualidad con pacientes femeninas y el lesbianismo era ya un hábito para ella, por primera vez en su vida, el vértigo mareaba a la psicóloga y en su vientre, en lenta maceración, bullía el ardor de un caldero.
Con un hondo suspiro de angustia, se tendió junto a la muchacha para restregar su cuerpo contra el suyo; los dos cuerpos se agitaban suavemente y manos y bocas se multiplicaron, tocando, acariciando, rasguñando, lamiendo y rozando con los labios las pieles pero sin concretar nada, sin ni siquiera llegar a aproximarse a los lugares secretos que derrumbarían, inevitablemente, las barreras del goce contenido.
Brazos y piernas se retorcían, enlazaban, anudaban y desanudaban, pero había un algo mágico entre ellas, un fluido cósmico que las atraía y rechazaba al mismo tiempo, que las unía y separaba magnéticamente.
Las pieles cobraban reflejos de barniz y las tetas bamboleaban pendulares en una suave levitación que sólo servía para demostrar toda su belleza. Olivia paladeaba con su lengua la piel, hundía los dedos entre los muslos virgenes, rozaba el abismo de las canaletas pélvicas, fatales y palpitantes.
Los cuerpos manifestaban el inventario sin fin del deseo, convertido en el acezar de dos seres que se necesitan, que se mimetizan en el éxtasis del amor. El húmedo vello del pubis de Verena, fragante de ásperos e íntimos aromas, permitía avizorar como el sexo palpitaba, pulsante, con un movimiento casi siniestro, buscando ávidamente llenar el vacío que lo habitaba.
Olivia descendió a esas espesuras y a ese contacto, circularon por su sangre los humores del universo concentrados allí y correteó sobre la espalda de la joven dividida por el ondulante canal que se hacía más profundo y oscuro al llegar a los glúteos. Verena sentía que sus glándulas enviaban órdenes secretas al cuerpo y las mucosas del útero buscaban a través de la vagina los labios ardorosos de la vulva, rezumando en fragantes fluidos.
Las manos de Olivia habían subido hacia la nuca, acariciándola con dedos sabios mientras la boca besaba tiernamente la carne trémula y Verena tuvo que sofocar el grito histérico que inundaba su garganta, crispada por un loco deseo. El sufrimiento de la espera cambio de signo y se diluyó en placer, gozo y tortura simultáneos al tiempo que acariciaba el cuerpo opulento, ondulante de frenesí. Exaltada, acompañaba cada movimiento fascinada, gemía de angustia y los copiaba, los repetía como una sombra sólida de ese deseo hecho carne y prolifera la abundancia de sus caricias, cubriéndola con su saliva, abrazada a sus muslos y trazando sobre la piel blanquecina las rojas estrías de las uñas.
Sollozando, las dos mujeres se retorcían y sus besos eran cada vez más ardientes hasta que, voluptuosamente, lanzaron como un canto de amor, síntesis trémula del goce y cuando creían estar alcanzando las más altas cumbres del placer y la satisfacción plena, el deseo y la pasión reaparecían en la sangre con un brillo imperecedero. Entonces volvían reanudar todo hasta saciarse en el límite de sus fuerzas y los cuerpos ardían con mayor fogosidad, con una avidez que nada ni nadie podría colmar ni saciar.
Las pieles se fundían y accedían al otro cuerpo sin dejar de ser ellas mismas, como a otra instancia de su propio ser. Los cuerpos estaban unidos por una única y salvaje energía que los recorría en un proceso incesante que, a medida en que iluminaba nuevas zonas desconocidas, se apresuraban a superarlas para acceder a la incertidumbre de otra nueva. El contacto de sus cuerpos las dejaba presas del vértigo, besaban las pieles cubiertas de sudor y sus carnes se convertían en una esponja sumergida en un abismo sin ángulos, nada que impidiera u obstaculizara la miscibilidad sin límites de la materia. Sus voces, locamente enronquecidas por un timbre voluptuoso, derramaban súplicas obscenas invocando cópulas mientras los vibrantes cuerpos brillantes y las lenguas morbosas se enredaban en una lucha estéril en la que cada una pretendía vencer y ser vencida simultáneamente.
Juntas se deslizaban por un antro oscuro, cálido y húmedo y los cuerpos resbalaban en el placer con el temor a ser devorados por esa vagina monstruosa, esa caverna rugosa plena de aromáticas mucosas de la cual pugnaban por salir sólo para volver a hollarla y así, mientras se lamían, besaban y acariciaban con desesperación, la habitación parecía desaparecer y las cosas se disolvían para dejarlas flotando en las tinieblas vivas de sus sexos.
Sin una decisión explícita, las mujeres decidieron dar fin a la impaciente y dulce espera; Olivia tomó entre sus manos el rostro abotagado por la conmoción de la jovencita y acariciando los cortos cabellos, depositó tenuemente sus labios sobre la frente de la joven. Apenas rozando con la piel interior de los labios entreabiertos, descendió hasta los ojos y allí enjugó las lágrimas que la joven no podía contener. Luego bajó por las mejillas y tocó, apenas, los labios jadeantes de la joven que, ante ese contacto se estremeció como si alguna arma terrible la hubiera hendido.
Los labios de Olivia habían adquirido una cualidad casi táctil, una plasticidad que los hacía maleables como tentáculos, permitiéndole abrazar y sorber con inopinada violencia, casi devorando. Los labios de Verena parecieron contagiarse de esa habilidad emitiendo murmullos de satisfacción, sumándose al singular duelo y las bocas abiertas se entregaron al doble empeño de poseer y ser poseídas. La imperiosa lengua tremolante de Olivia penetró el húmedo antro buscando con fiereza de combatiente a la replegada de Verena que, primero esquivó los embates de la invasora para luego reponerse y atacar con dura voracidad de ayuno.
Tomando a Olivia por la nuca, desunió las bocas chorreantes de saliva y empeñó la lengua en una batalla feroz en la que prescindieron de todo contacto de los labios. Atacándose como dos serpientes, sostuvieron un singular combate que las sumió durante largos minutos en un vehemente goce en el que los sentimientos eran salvajes, primitivos y elementales. Ambas jadeaban, ahogándose por el abundante intercambio de salivas y se afanaban en la tarea de lamer y chupar las lenguas como si fueran penes, obnubiladas por las inéditas sensaciones que eso les provocaba. Finalmente, la lengua de Olivia se desprendió de esa mareante tarea y comenzó a recorrer el cuello de la muchacha mientras los labios chupaban tenuemente y los dientes mordisqueaban la tersa piel.
Descendió a las temblorosas laderas de las tetas, ya cubiertas de un intenso rubor y aguda, la lengua se apoderó del agitado seno en círculos morosos que, finalmente, la llevaron a adueñarse del pezón, lamiéndolo primero con irritante lentitud y cuando la joven se arqueaba envarada por la angustia, lo envolvió entre los labios para chuparlo fieramente.
Estremecida por el deseo y sumida en roncos gemidos, Verena extendió sus manos, asiéndose de las colgantes y turgentes tetas de Olivia, acariciando y estrujándolas con rudeza mientras sus piernas se agitaban convulsivamente como si buscaran alivio al ardiente fuego que sentía brotar del vértice. Devenida en una medusa golosa, la boca recorrió pertinaz cada uno de los pliegues del abdomen, lamiendo y sorbiendo como una ventosa la piel. Se detuvo por un momento en el ombligo y se paseó por la delicada comba del vientre hasta tomar contacto con el vellón del sexo, totalmente empapado.
Olivia se acomodó invertida sobre la joven y, tomándola por los muslos, separó y encogió sus piernas, comenzando a besar suavemente las ingles, acercándose con cruel lentitud al ahora chorreante sexo de la muchacha que, arqueada y tensa, esperaba ansiosamente sentir en su cuerpo aquel contacto desconocido que ahora deseaba. Acezando fuertemente abrió los ojos y, como amplificados, vio a cada lado de su cabeza los fuertes muslos y las hermosas nalgas ejercieron tal atracción que comenzó a besarlas, lamerlas y chuparlas casi con devoción. Olivia separó con dos dedos los labios de la vulva y la lengua se apresuró a instalarse sobre las rosadas e irritadas carnes para después envolverlas entre los tiránicos labios, estregándolas rudamente.
Verena se sacudía espasmódicamente hamacando su pelvis como apurando el momento de la penetración. La lengua de Olivia avanzó vibrante y penetró los pliegues de la vulva, bajó hasta la entrada a la vagina, la excitó y alzándole las nalgas con las manos, engarfiada, se deslizó por las cálidas mucosas sintiendo la febril temperatura y finalmente, se instalo en la fruncida apertura del culo.
Las entrañas de Verena parecían disolverse en estallidos de placer casi agónico y no pudiendo resistir por más tiempo el influjo, hundió su boca en la concha palpitante de la psicóloga, chupando y lamiendo con voracidad, sorbiendo con fruición los jugos íntimos de quien había vuelto a concentrarse en esa fuente de placer inagotable que el rosado manojito triangular de carnosa piel le proponía. Las manos de las dos se aferraban a las nalgas y los cuerpos formaban una ondulante masa que se agitaba acompasadamente al ritmo de su vehemencia.
Las dos habían alcanzado sus orgasmos pero seguían debatiéndose a la búsqueda de ese algo más, esa sensación inédita y presentida que las satisficiera. Sin dejar de chupar la concha de la jovencita, Olivia metió suavemente dos dedos en la vagina. Dedos que, expertos, entraban y salían, buscaban, hurgaban, rascaban y acariciaban en todas direcciones dentro de la sensibilizada cavidad hasta encontrar en la cara anterior y casi junto a la apertura de la entrada, esa callosidad áspera a la que estimuló, sintiendo como a ese contacto incrementaba su volumen. El goce era tan intenso que Verena, para sofocar los gritos que se agolpaban en su garganta, hundió con desesperación su boca en la concha de la mujer, restregando contra ella sus labios y lengua.
Esta parecía haber perdido el control y sumando los otros, ahusó la mano y con prudente lentitud, penetró profundamente esa vagina acostumbrada a los desmanes de poderosa verga de Claudio, como un demoníaco ariete estregándose contra las espesas mucosas. Cuando los músculos se dilataron cediendo complacientes a su rudeza, con mucha suavidad inició un vaivén del émbolo carnal, adelante y atrás, atrás y adelante, hasta que en su dilatación máxima, el canal permitió que saliera y volviera a entrar en una alucinante danza que llevó a Verena a emitir sonoros gritos de satisfacción reclamándole por más y la intensidad del placer la llevó a clavar, rugiendo como un animal, los dientes en la pierna de la mujer, sintiendo como dentro suyo crecían unas tremendas ganas de orinar y una mano gigante tiraba dolorosamente de todos sus músculos hasta que, de pronto, se desplomó exánime, como fulminada.
Aun excitada y respirando afanosamente entre sus dientes apretados, Olivia se sentó en el sillón y acostándola de través sobre sus piernas, la acunó entre sus brazos, aseando amorosamente con una bombacha la concha y el culo, limpiando el pastiche de saliva y flujo que los empapaba. Con la cabeza descansando en el hueco de su brazo, le secó el rostro y particularmente la boca de sus aromáticamente ásperos jugos vaginales.
Cuando estaba terminando de hacerlo, la joven abrió los ojos con un suspiro mimoso y mirándola con tanta angustia contenida que no pudo evitar el acercar sus labios a los hinchados de la joven pero sin llegar a tocarlos. El hirviente vaho del aliento de las dos se fundía en uno solo cuando la lengua de Olivia salió de su encierro penetrando en la boca ávida y la joven, envarando la suya como si fuera un falo, salió al encuentro de la invasora, trenzándose en feroz combate.
Tremolantes, vibraban y se engarfiaban una contra la otra, chorreantes de una abundante y densa saliva que las ahogaba, hostigándose reciamente hasta que las bocas rugientes, con profunda y espasmódica succión se fundieron en una sola. Sus poros rezumaban manantiales de transpiración y sus bramidos llenaban el aire enrarecido del cuarto mientras las dos se prodigaban en caricias, apretones y chupones que dejaban redondos verdugones en la piel y arañazos que marcaban estrías rojizas.
Inclinándose en sensual mamar, Verena acudió golosa sobre las hermosas tetas de Olivia, extasiándose por el goce de sentir en su lengua la granulación profusa de las aureolas y la erguida carnosidad de los pezones. Como una flor carnívora, la boca se apoderó de una, torturándola con ternura, chupando, lamiendo, besando y mordisqueando la carne estremecida mientras su mano se entretenía estrujando la otra teta, pellizcando y retorciendo con dedicación y firmeza al irritado pezón.
Embelesada por la respuesta de la joven, la psicóloga deslizó su mano por el surco que le proponía el vientre, indicándole el camino hacía la colina del placer. Llegó hasta las ingles y desde allí, avanzó hasta las rodillas alzadas con el filo de las uñas, rasguñando tenuemente la piel de sus muslos interiores para volver lentamente hasta el vientre. Las yemas de los dedos escalaron la colina velluda, rozándola apenas y, con una morosidad exasperante se animaron a introducirse en el predispuesto ámbito de latentes y húmedas pieles.
Separando los pliegues de los labios, escudriñaron a todo lo largo del sexo, excitando aun más a la ardiente Verena y luego, como intrusos temerosos, rascando la carnosidad que bordeaba la vagina, penetraron en el hueco que se cerraba y dilataba a la búsqueda de una verga inexistente y, en ese canal de áspera rugosidad, contrayéndose y estirándose, exploraron con exasperante lentitud buscando aquel lugar preciso que alienaba la razón y en un vaivén hipnótico, lento, profundo.
Pero de pronto, una súbita exasperación pareció invadirlas que las llevó a arrodillarse enfrentadas como dos feroces bestias cerriles estremecidas por la ansiedad, la furia y el temor, con arroyos de sudor escurriéndose a lo largo de sus cuerpos magníficos; tetas, nalgas y muslos temblorosos por los que se deslizaban los jugos naturales de las hembras y los ijares agitados que mostraban la expansión anhelante de sus costillas para bombear a las gargantas el ronco bramido del sexo animal, enronqueciendo las palabras inconexas que escapaban locas entre los labios agrietados por la fiebre y la porfía, dejaron escapar todo el fuego de la pasión que las devoraba a través de sus ojos.
La melena de Olivia, mojada por la transpiración, se enroscaba a su piel y de su boca entreabierta caían hilos de una saliva espesa que junto a los sudores, resbalaban por el cuello y goteaban hasta la punta de las tetas temblorosas. Otro tanto sucedía con la jovencita, quien parecía haber adquirido una nueva madurez; su cuerpo semejaba haber cobrado mayor solidez, los ojos poseían una adusta fiereza y su boca se distendía en una amplia sonrisa que ya no era simpática, sino la del predador frente a su víctima. Por un momento todo pareció permanecer paralizado por la tensión que resultaba casi palpable, pero repentinamente y como respondiendo a un secreto mandato, se abalanzaron una sobre la otra, acometiéndose como dos bestias estrechadas en un apretadísimo abrazo, confundida la risa con el llanto, las lágrimas con la carcajada.
Los cuerpos se estregaban el uno con el otro produciendo chasquidos al resbalar las carnes transpiradas, las tetas golpeaban contra las tetas y las manos engarfiadas en las nalgas, atraían y obligaban a los sexos a enzarzarse en una refriega incruenta e improductiva. Riendo como locas y con lágrimas de alegría corriéndoles por el rostro, se abrazaron convulsivamente y buscaron con sus bocas el cuello palpitante de la otra y allí se extasiaron, chupando, besando y mordiendo embelesadas hasta que parecieron hallar la calma.
Desasiéndose del abrazo, Verena la empujó sobre los almohadones y acostándose sobre ella, paseó su boca enloquecida por los músculos del vientre de Olivia, yendo con en busca de su concha. Poniendo sus manos detrás de las rodillas de la mujer, le encogió y abrió las piernas. La lengua frenética se extasió con las ingles y con los dedos índice de ambas manos abrió los labios de la vulva, cálida, pulsante y trémula.
Embelesada por el espectáculo de ese óvalo rojizo, mojado, que dejaba ver la fuerte caperuza del clítoris, el pequeño agujero del meato y el voraz latir de la vagina, fue aferrando con los labios los pliegues en un mordisqueo juguetón mientras las papilas degustaban los picantes fluidos que rezumaban las glándulas. Tomó al empinado clítoris entre sus dedos índice y pulgar, restregándolo con dureza en tanto que la punta saliente era capturada por la boca, acunada por los labios y mordisqueada suavemente mientras la lengua vibrátil la fustigaba duramente.
Lentamente, fue bajando tremolante por la concha y se entretuvo sorbiendo apretadamente los alrededores de la apertura generosa de la vagina que rezumaba un meloso líquido blancuzco, en tanto que su dedo pulgar frotaba vigorosamente en círculos al clítoris. Olivia se sacudía con verdadera lascivia y con las manos acomodaba la cabeza de la joven contra el sexo. Levantándole las nalgas, la joven abrevó en la hendedura pletórica de flujo vaginal y saliva. Lengüetazos y chupones se sucedieron a un ritmo tal, que muy pronto la boca de Verena se vio confinada al agujero del culo y lo atacó con tal empeño que su lengua envarada logró penetrar la escasa resistencia de los esfínteres dilatados.
Totalmente fuera de sus cabales, la psicóloga clavaba las uñas en sus propias tetas mientras le pedía rugiente que la penetrara con los dedos. La boca de la joven volvió al clítoris e imitando a Olivia, ahusó cuatro dedos y fue introduciéndolos lentamente en la vagina con un suave vaivén. Colmada de espesos humores tibios, se dilató mansamente a la penetración pero luego ciñó con sus músculos a la mano intrusa, acompasando ese aferrar y soltar con el de la intrusión, que se acentuó cuando la mujer comenzó a menear la pelvis.
Los labios de Verena abrían y sobaban los pliegues inflamados de la vulva mientras la lengua se deleitaba debatiéndose entre ellos en tanto que la mano aceleraba y profundizaba el ritmo de la penetración a Olivia que ondulaba violentamente. En éxtasis las envolvió y debatiéndose como dos luchadores en un ensueño de orgiástico placer hasta que, agotadas por los incontables orgasmos, cayeron en un sopor gozoso, entrelazando sus cuerpos exhaustos
Después de semejante trajín, Verena permaneció como alelada, con sus ojos inmensamente dilatados mirando la nada del cielo raso, como sumida en un estupor del que no quería regresar, incapaz de creer lo que había vivido, cómo su cuerpo había respondido instintivamente a ese salvaje reclamo del deseo y por lo que aun sentía revolviéndose en sus entrañas.
Con sus carnes latiendo, inflamadas por el rudo roce, el cuerpo derrengado y huérfana de fuerzas, sólo atina a alzar la cabeza buscando a Olivia. El atractivo rostro de la psicóloga parece resplandecer de satisfacción y sus labios tumefactos dejan ver el esbozo de una sonrisa. La joven se retrepa a su lado con suavidad para no despertarla, admirando toda la belleza del sólido cuerpo, adorándola y comprobando que sólo el contemplarlo la compromete en los más lujuriosos pensamientos.
Sus dedos timoratos rozan tenuemente el torso y ese mero contacto la hace vibrar de ansiedad para clavar una aguja de deseo en su sexo. Entonces, con sus labios entreabiertos besa las tetas y luego acaricia con las yemas los delicados rasgos de la cara mientras con urgente suavidad la lengua explora los labios de Olivia quien, sin abrir los ojos, la abraza y se sumergen en una mansa entrega de besos, caricias y ronroneos amorosos.
Nuevamente con el brasero del sexo ardiendo a pleno, Olivia vuelve a abrevar en las tetas de la jovencita, alternando los besos y chupones con el mordisqueo y el estrujamiento a los pezones. Los dedos se deslizan imperiosos sobre el sexo, penetrándola profundamente y rebuscando con saña en su interior. Verena siente que sus entrañas se desgarran en el dolor de la laceración y el acuciante deseo que la posee. Sin dejar de penetrarla con dos dedos, la mujer desciende con la boca por el vientre y finalmente se aposenta sobre el clítoris. La vulva y todo su entorno se han hinchado, luciendo enrojecidos y el interior de la rendija antes suavemente rosado, ha devenido en un rojo intenso, ofreciendo los pétalos carneos de una flor monstruosa.
El carnoso capuchón del clítoris luce inflamado sólo dejando adivinar la blanquecina punta y Olivia lo toma entre sus labios, lo estimula succionándolo rudamente y la lengua lo masajea alocadamente en tanto que los dedos, con un suave movimiento giratorio, penetran profundamente y raen con las uñas la sensibilizada superficie mojada. Los gritos y gemidos se agolpan en el pecho de Verena quien, rasgando con sus uñas el tapizado del sillón, da rienda suelta a la evidencia del placer inmenso que la soberbia agresión le proporciona.
Olivia la pone de costado con sumo cuidado y cariño y, sin sacar la mano, le hace encoger la pierna derecha contra el pecho, profundizando la exploración vaginal. Lentamente, hace que se coloque boca abajo apoyada en las rodillas y, secundada por todo el peso de su cuerpo, la penetra duramente, iniciando un suave balanceo copular sobre la joven quien se abraza sollozante a los almohadones. La otra mano se desliza por la hondonada que nace entre los omóplatos y acaricia el nacimiento de las opulentas nalgas, iniciando a su dedo pulgar como explorador de la hendedura para excitar la oscura y prieta apertura del culo.
Verena siente como sus esfínteres resisten al dedo invasor pero luego de que aquel los excita en suaves círculos con líquidos que extrae de la vagina, se dilatan sumisos y junto con la penetración a la concha, un placer inédito la va invadiendo. Viendo la abrupta dilatación del culito y sus gemidos gozosos, retira el pulgar y lo suplanta por dos de sus largos y fibrosos dedos, hundiéndolos en toda su extensión.
La sorpresa hace que muchacha suelte un grito estridente, mezcla de dolor y goce y luego comba su vientre hacia abajo para elevar sus ancas en franco ofrecimiento a la penetración. Ante esa actitud de sometimiento, Olivia siente que algo ha cambiado en ella. Ya no es sólo el goce sexual lo que la excita, sino el hecho de saber que ha llegado al clímax poseyendo, dominando y sometiendo a la chica en forma casi varonil La certeza de obtener sus orgasmos penetrando a otra mujer y que logre hacerla gozar de la misma manera que un hombre, la enceguece de pasión.
Sus dedos socavan con más fuerza el recto imprimiéndole un movimiento giratorio que hace prorrumpir a la jovencita en soeces exclamaciones de alegría en tanto que se debate contra la áspera tela del sillón mortificando las tetas y tratando angustiosamente de controlar esa convulsiva agitación que, naciendo desde la concha, trepa imperiosa por su cuerpo para agolparse en la nuca, latente y a punto de explotar r intenta superar la perplejidad que le produce comprobar que ese dolor, intenso y profundo, la lleva a planos del placer desconocidos hasta el punto de hacerle derramar lágrimas de alegría ante la aberrante penetración del culo.
Los dedos invadiendo el recto y la vagina incrementan el ritmo y entonces, ella acompasa su cuerpo a esa doble penetración flexionando sus piernas, hamacándose vigorosamente hasta que nuevamente siente que esa sensación de extrañamiento, de éxtasis enajenante la comienza a invadir y mientras se va hundiendo en una nube de dulce inconsciencia, siente como su vientre da suelta a la marea cálida del orgasmo.
Luego de esa encantadora tarde en compañía de Olivia, Verena recuperó en parte su tranquilidad y recibió alborozada esa relación con la psicóloga que le era diametralmente opuesta a la que se viera obligada a sostener con Claudio, sin saber que el destino le tenía preparada una trampa que modificaría totalmente su futuro como mujer.
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