Goces y sombras 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
Goces y sombras 2
Paralela y rápidamente, Verena se habituó a esa vida semi agreste a cuarenta y siete kilómetros de ciudad en que instalaran los piletones donde criar surubies, pacús, dorados y sábalos que, al tener peso comercial, eran gratamente recibidos por los comerciantes a causa de la creciente escasez en los ríos; la selva que rodeaba el lugar, los obligaba a adoptar cambios en su vestimenta y costumbres, como las de utilizar borceguíes altos para evitar mordeduras de alimañas como arañas o serpientes y el uso imprescindible del cuchillo de monte a la cintura.
Casi tres años después y ya inmersa en esa maravillosa conjunción de sentimientos con satisfacción sexual que hallaba en Olivia, metida de lleno en aquel trabajo que estaba cambiando su vida, Verena había ido a la ciudad a comprar unas herramientas en el almacén de ramos generales, cuando al salir del mismo con una caja cargando lo comprado, tropezó violentamente con Claudio y sintiendo toda la descarga de su odio invadiéndola, sacó el cuchillo y como lo hiciera ya tantas veces con otras alimañas, lo hundió en la entrepierna del hombre.
Afortunadamente para este y por pocos centímetros, la cuchillada no interesó la femoral, pero de todas maneras, ella fue detenida y juzgada, con lo que seis meses después hacia su entrada al penal; la U1 de Corrientes impone respeto por su aspecto de castillo con sus torres y bordes almenados, pero en su interior impera la desidia y el desorden propios de la corrupción de los funcionarios.
Con todo, los pabellones femeninos albergaban menos reclusas que no estaban hacinadas como los hombres y la limpieza respondía a sus propias necesidades; cuando Verena hizo su entrada al pabellón, se sintió blanco de todas las miradas de las demás reclusas quienes parecían desvestirla con sus ojos y recordando el consejo de su abogada, sobre que el lesbianismo era una de las cargas que formaban parte de la pena y que para su bien, se aviniera a lo que le impusieran si quería un trascurrir tranquilo, sin hacer evidente su nerviosismo, eligió un camastro pero fue rápidamente desalojada por una mujer que la condujo del brazo hacia otro al tiempo que le decía que ahí, quien mandaba y elegía donde dormir era ella. Y que ella era Lucy, la patrona del pabellón, por lo que a partir de ese momento ella era la elegida para ser su enamorada personal, atendiéndola en todo cuanto ella quisiera, con especial dedicación en lo sexual
Conduciéndola con una mano sobre el hombro, la llevó a la otra punta del pabellón donde funcionaba el comedor y haciéndola sentar a su lado, mientras comían, fue haciéndole conocer las normas de convivencia establecidas entre las reclusas, tranquilizándola en cuanto al acoso de las demás que, al ser ella su favorita, la dejarían en paz.
Después de la cena y cuando ella descansaba tendida en su cama, se apagaron las luces salvo una triste lamparita que oficiaba de luz nochera. Sorprendida por la súbita oscuridad, se desvistió para colocarse una larga remera que solía usar como camisón y se tendió en la penumbra pensando en cuándo la mujer la haría suya y esta no la hizo esperar; corporeizándose junto a la cama, le dijo que se corriera y acostándose de lado junto a ella, acercó su cara para darle un inesperadamente suavísimo beso que apenas rozó sus labios.
Lucy era una mujer de cuerpo elegante, alto, con pechos no muy grandes y un culo espectacular; luego de ese introito y en tanto palpaba sus nalgas amorosamente, profundizó el beso estremeciendo a Verena por la hondura del deseo que transmitía.
Todavía con el pecho estremecido, permitió sin resistirse que la mujer fuera subiéndole lentamente la remera, dejando sus tetas a la vista y, con extrema delicadeza, la acomodó boca arriba para después liberarla de la trusa de algodón, que no se limitó a quitarla sino que la llevo a su rostro para olerla hondamente e inclinándose entre sus piernas que ella había abierto instintivamente, pasarle por la concha la prenda arrugada, no sólo para limpiarla sino también para excitarla y ante sus mimosas quejas, multiplicó el frotar para luego meter dos dedos a la vagina con el rasposo genero del refuerzo
Paralizada, como siempre lo hiciera, Verena había dejado que los acontecimientos sucedieran sin oponerse. Totalmente desnuda, se sentía tan inerme y expuesta que sólo podía aguardar la actitud que tomaría la mujer, la que, terminada esa “caricia” de comprobación de su entrega, con una hábil contorsión se desembarazó de la holgada camisa, mostrándose en toda su espectacular desnudez. La solidez de su cuerpo superaba lo imaginado por la muchacha y, si bien en proporción menor a las de ella, sus carnes se mostraban contundentes, no sólo por el tamaño sino por lo perfecto. Lo que la asombró fue la ausencia total de vello en el cuerpo de la mujer, otorgándole a su piel un aspecto limpio y pulido, casi de marmórea tersura.
Lucy, tal el nombre la patrona, estaba fascinada por el espectáculo sublime que la desnudez juvenil que Verena le proporcionaba. Con los ojos obsesivamente fijos en la masa de gelatinoso temblor que eran las tetas, sus dedos, finos y sensitivos, fueron deslizándose sobre la delicada piel, estableciendo una corriente estática que pasaba de la una a la otra, haciendo que la de la chica se erizara y estremeciera en tics espasmódicos imposibles de reprimir.
Mientras las yemas de los dedos recorrían obsesivamente cada rincón del cuerpo, Verena estallaba en explosivos raccontos de su relación con Olivia cuyo recuerdo asestó una dentellada de pasión a su vientre. Ahora, cuando la experiencia se hacía carne en su cuerpo y, aun sin ella proponérselo, este respondía con las sensaciones exacerbadas. La caricia de Lucy era exasperante, lenta y leve, como si varias mariposas curiosamente inquietas se deslizaran morosas por los mínimos intersticios y oquedades de la piel.
En la medida en que los dedos se escurrían hacia sus piernas y jugueteaban con sus tobillos y empeines, un fuerte cosquilleo que se había instalado en los riñones arqueaba su columna y por ella corría hacia la nuca, instalando un cielo de luces multicolores en su mente y diminutas explosiones de placer fluían hacia el pecho para invadir finalmente al sexo de una angustiosa sensación de espera.
Como una sacerdotisa del vicio, la mujer convocaba con sus pases a los más oscuros demonios que yacían escondidos en lo profundo de sus entrañas. Las uñas cortas y afiladas, habían reemplazado a la suavidad de las yemas y como perversos cuchillos rascaban tenuemente la piel en espirales de hipnótico sometimiento. Subieron a lo largo de las piernas, contorneándolas en infinitos surcos de placer y cuando llegaron al vértice que las unía, estas se abrieron como dos alas y comenzaron a agitarse en suave e insistente reclamo instintivo pero las uñas, eludiendo todo contacto con el sexo, subieron por las canaletas de las ingles, ya pletóricas de sudor y se entretuvieron en la oquedad profunda del ombligo.
Finalmente, escalaron empeñosas por las laderas de las tetas rascando sañudamente la áspera superficie de las aureolas y se clavaron en los endurecidos pezones. Con los ojos dilatados por la ansiedad y con un ronco estertor surgiendo desde el pecho hacia los labios, súbitamente resecos y afiebrados, vio como Lucy se montaba ahorcajada sobre ella y hundiendo las manos entre los cortos mechones de su cabello humedecido por la transpiración, aferraba fuertemente su cabeza y aproximando la suya, recorría en menudos y ardientes besos todo su rostro.
Los labios rozaron apenas los suyos que se abrían estremecidos y trémulos. La punta de la lengua, ávida y traviesa se agitó tremolante, mojando con su saliva el interior de los labios y finalmente la boca toda envolvió angurrienta a la suya, empeñándose en una succión desesperada que la hizo abrazar fuertemente por el cuello a la patrona, sumándose a la lid que la boca le estaba reclamando. Las lenguas se enzarzaron en un singular combate en el cual, chorreantes de espesa saliva confundían sus alientos y se mordían recíprocamente en medio de agudos gemidos histéricos.
Verena era consciente de que desde los otros camastros las demás reclusas estaban pendientes del accionar de la patrona con esa joven de carnes firmes y frescas; excitada por ese insólito auditorio, se dejó llevar por Lucy y comprometió el mejor esfuerzo por complacer y ser satisfecha. La mujer se dio cuenta como todo su cuerpo se relajaba y se le entregaba dócilmente. Su boca se despegó con renuencia de los grandes labios táctiles y recorrió en suaves chupones pequeños la gelatinosa textura de las grandes tetas, empeñándose en provocarle redondos hematomas sobre la superficie que coronaba a las aureolas en tanto que su mano sobaba concienzudamente al otro seno y tomando entre sus dedos al pezón, comenzó a apretarlo en dura fricción que paulatinamente aumento en intensidad, convirtiéndolo en verdadero retorcimiento.
Otra vez el dolor volvió a constituirse en fuente de placer para Venera, quien sintió en el mismo fondo de la matriz el reclamo atávico del puro goce y aferrando la cabeza entre sus manos, la apretó contra su pecho mientras le suplicaba que no cesara y que incrementara su accionar. Lucy parecía haber perdido el control y con un fervor digno de mejor causa, mientras clavaba fieramente las uñas sobre la mama, mordisqueó rudamente la que tenía entre los labios.
Con la cabeza clavada en el lecho y el cuello tensado a punto de estallar, Verena sacudía con desesperación la pelvis en vana cogida mientras clavaba sus uñas en la espalda de la patrona y por la intensidad de sus broncos gemidos, aquella comprendió que estaba alcanzado el orgasmo. Abandonando sus pechos, hundió la cabeza en la entrepierna que se sacudía convulsivamente, accediendo a los suculentos labios de la concha inflamada y pulposa. Los labios y la lengua penetraron entre los oscurecidos pliegues, esforzándose con denuedo en lamer y chupar al pequeño manojo de carne en su interior, mordisqueando enardecidamente al endurecido clítoris al tiempo que con su dedo pulgar lo estimulaba desde el Monte de Venus.
Verena sentía como sus jugos internos irrigaban la vagina desde el útero y los labios de la vulva secretaban los humores que la mojarían placenteramente; perdido todo recato, le exigía roncamente a la mujer que la llevara a la cúspide del goce, haciéndola acabar. Entonces, dos largos dedos se introdujeron en la encharcada vagina y se extendieron sobre el rugoso interior, rascando, hurgando en las espesas mucosas a la búsqueda del punto que ella, como mujer, sabía que disparaba las sensaciones más espléndidas de goce.
Cuando la sensibilidad de sus yemas detectó la pequeña callosidad, la excitaron lentamente y comprobando que a su estímulo se inflamaba adquiriendo volumen, multiplicando los gemidos y las convulsiones ventrales en la joven, se dedicó con esmero a restregarlo hasta sentir como ella se relajaba y entre sus dedos escurrían las mucosas que parecían haberse licuado en cálidos jugos; mientras con el dedo pulgar castigaba al clítoris, la boca bajó hacia la apertura dilatada de la vagina y hundió su lengua en el oscuro ámbito, sorbiendo con fruición la generosa marea que rezumaba del conducto. El pulgar de la otra mano, dispersando esos líquidos, masajeó suavemente la negra y fruncida entrada al culo. Dilatándola con ternura, fue introduciéndose con lentitud entre los esfínteres que fueron cediendo complacientes y comenzó un entrar y salir que fue incrementándose en la misma medida en que el calor intenso del orgasmo la iba cubriendo de transpiración.
Ante sus jadeos, ayer y retorcimientos desesperados, Lucy fue introduciendo dos dedos a la vagina encharcada, ejecutando un corto movimiento copulatorio y de a poco, fue añadiendo los otros al tiempo que los empujaba hacia dentro cada vez un poco más; aunque Olivia se lo hiciera antes, aun la asombraban dos cosas, la una era la elasticidad de sus músculos que se distendían sin dolor ante el ensanchamiento brutal y la otra, era que eso no sólo no le provocaba sufrimiento alguno, sino que la introducía a un placer nuevo y distinto; advertida de su complacencia, Lucy fue formando una cuña con los cinco dedos y paulatinamente, esta superó el obstáculo de los nudillos que hicieron rechinar los dientes a Verena y cuando el pequeño puño estuvo dentro, la mujer lo movió como un pequeño ariete que fue socavando el canal vaginal y después de unos momentos en que ella expresaba su satisfacción en medio de rugidos y gemidos, abrió los dedos como un abanico para realizar un movimiento circular de la muñeca, lo que enardeció a Verena y en medio de sus gritos desesperados de que la condujera a la satisfacción total, alterno esos giros con la acción del puño.
La jovencita había alcanzado largamente su orgasmo y en la penumbra, percibía que en las otras camas se producía una extraña migración de oscuras silueta, seguramente en busca de sus amantes mientras desde la dulce relajación corporal, disfrutaba de la febril actividad de la mujer con una enorme sonrisa de satisfacción y acariciando su negra cabellera, la incitó a proseguir sometiéndola a tan excelso disfrute en medio de un torrente de involuntarias frases amorosas. Jadeando violentamente por el esfuerzo, esta se había derrumbado sobre su concha, obnubilada por las últimas contracciones explosivas de su eyaculación en tanto que Verena volvía a sentir como desde el fondo de las entrañas se encendían los fogones del deseo y una lava ardiente la invadía
Enceguecida por el despertar de una salvaje necesidad sexual tras tantos meses de abstinencia total desde que fuera detenida, se incorporó y tomando a la desmadejada Lucy entre sus brazos, la acostó en el centro del camastro. Poniéndose invertida sobre ella, comenzó a besarla con lujuria en la boca, introduciendo su lengua voraz cargada de saliva mientras sus manos sobaban y estrujaban a conciencia las hermosas tetas de la patrona, la que volviendo a recobrar la conciencia, la abrazó con desesperación y ambas se trabaron una dulce contienda amorosa.
El tiempo se había detenido. Todo parecía suspendido; moviéndose en ralentti, los dedos acariciaban y estrujaban las carnes con insólita ternura y los labios famélicos se extasiaban en la succión del beso o de los pechos. Ambas semejaban estar contagiadas por idéntica inquietud apremiante, sus cuerpos tan disímiles vibraban al unísono y acoplándose con justeza se complementaban, se fusionaban buscando con denuedo la miscibilidad de sus jugos, sus salivas, sus sudores y sus pieles.
Arrullándose mutuamente en ronroneantes e indescifrables susurros, ondulaban y rodaban sobre el camastro, ora arriba, ora debajo. Como si un mandato silencioso las compeliera, se deslizaron simultáneamente a lo largo de los vientres y las bocas se extasiaron en el sometimiento de las soberbias e inflamadas concha, abultadas y mojadas; Lucy, lamiendo y sorbiendo la vulva de Verena y esta, deslumbrada por la de la mujer, que se dilataba en una especie de latido siniestro, ansiaba conocer el sabor de quien sería de ahora en mas su ama.
Recorrió morosamente los labios casi ennegrecidos por la acumulación de sangre que les daba tumefacción, cubriéndolos de incontables besos y luego, la delicada punta aguzada de su lengua se deslizó entre ellos, humedeciéndolos aun más y solazándose en la succión de los rosados pliegues interiores que emergían entre ellos. El sabor y el aroma de los jugos femeninos parecían enajenarla y, separando los labios con los dedos, hundió su boca en el óvalo deslizando la lengua repetidamente sobre la tersa superficie.
Atrapando entre sus labios los gruesos pliegues, fue macerándolos en lenta succión para concentrarse más tarde en el diminuto clítoris que se alzaba desafiante y que fue adquiriendo volumen en la medida que ella lo ceñía entre sus labios, mordisqueándolo con cierta saña hasta hacerle adquirir el tamaño de un dedo meñique.
Tomándolo entre los dedos, lo estrujó y retorció fieramente al tiempo que sus uñas se sumaban al suplicio de los dientes, provocando que su nueva amante, enloquecida de placer, hiciera lo propio con el suyo iniciándose una simultaneidad de crueldades recíprocas en las cuales se castigaban y torturaban mutuamente de manera aberrante, perversa, desenfrenada y brutal.
Rugiendo como posesas, se penetraban violentamente con los dedos y allí dentro, arañaban y herían a la otra en procura del placer propio. Los dientes mordisqueaban pliegues y clítoris al tiempo que las manos sumaron dedos a las penetraciones, conforme los músculos vaginales cedían mansamente para que, en forma ahusada, los cuatro se deslizaran dentro de sus vaginas.
Desenfrenadamente fuera de control y en demoníaca porfía, parecían querer devorarse una a la otra, chupándose vorazmente en medio de bramidos de placer y palabras cariñosas. Desorbitadas, introdujeron dos de sus dedos en los culos y así, en medio de la infernal hordalía de una doble cópula, alcanzaron simultáneamente el orgasmo y se desplomaron exhaustas, trémulas y agotadas, sumidas en la roja inconsciencia de la satisfacción total.
Después de un largo rato, con los sentidos todavía embotados por la bruma casi corpórea que inundaba su mente y mientras en su cabeza se entremezclaban las imágenes recientes con las de Olivia, Verena presintió de una manera animal e instintiva la delicada caricia que la boca provocaba en la corva de sus piernas encogidas y como respondiendo a algún misterioso llamado, un colosal cosquilleo se instalaba en su bajo vientre. Los labios se escurrieron ligeros por la tersa piel de los muslos interiores y otra vez recreaban la alquimia simbiótica que las había conducido a los más altos niveles del placer. Con los ojos aun cerrados y acezando quedamente, comprobó como desde el fondo de la vagina crecía una sublime y fascinante exaltación que generaba el fermento irrefrenable del deseo.
La boca de Lucy se posesionó del sexo entreabriendo los labios con sus dedos, dejando expuesto el manojo de pliegues que lentamente fue refrescando y excitando con la punta vibrátil de la carnosa lengua. Recuperada totalmente la consciencia, y con la lengua humedeciendo sus labios, Verena comenzó a sobar y estrujar entre los dedos a sus propios pechos, rascando la arenosa superficie de las aureolas y clavando las uñas en los pezones mientras los retorcía sin piedad.
La mujer maceraba codiciosa entre sus labios y dientes al diminuto órgano, estirándolo de una manera inusitada y provocando en ella roncos bramidos de satisfacción. Tremolante, la lengua transitó hacia abajo, se entretuvo por un momento en el pequeño pero altamente sensibilizado agujero del meato y luego fustigó las crestas que festoneaban como un umbral carnoso el ingreso a la ardiente caverna. Tal vez motivados por los generosos líquidos o los efluvios aromáticos del canal íntimo, los labios chuparon como una ventosa insaciable el agujero y la lengua frenética se introdujo en la umbría hondura, recogiendo golosa los humores que manaban lentamente.
Verena había ido imprimiendo a su cuerpo un cadencioso ondular que se ajustaba a los embates furiosos de Lucy, la que al ver su respuesta encendida y sin dejar de torturar al clítoris, metió tres dedos dentro de la vagina que mientras se deslizaban entrando y saliendo resbalando en la copiosa lubricación del órgano, se ensañaban hurgando y escudriñando las carnes sensibilizadas.
Con las manos aferrando el borde del lecho, Verena clavaba la cabeza en él mientras la sacudía a los lados, hundiendo el filo de los dientes en los labios resecos, sintiendo que los músculos del cuello estallarían por la fuerte tensión y dedicando esa entrega final de su sexualidad a la mujer, como un homenaje al amor que sintiera por Olivia, de quien nunca se había podido despedir.
De alguna manera ignorada por ella, Lucy se había hecho de un consolador y ahora, luego de deslizarlo a lo largo de la concha inflamada para humedecerlo, restregando rudamente al clítoris con la cabeza y en medio de su exaltada ondulación, lenta y morosamente, fue penetrándola. El tamaño no la disgustó y sus músculos vaginales se dilataron para recibir al invasor, ciñéndolo después como si fueran un apretado guante carneo sin importarle las laceraciones y excoriaciones que su ríspida superficie le ocasionaban.
Sin dejar de chuparle el clítoris, Lucy se ocupó porque la verga la penetrara hasta sentirla golpear contra el cuello uterino. Una vez allí y mientras le otorgaba un lento vaivén, la fue moviendo en forma circular, variando el ángulo de la penetración y rozando con la testa hasta el último rincón de la vagina. Finalmente, adquirió un ritmo que encegueció a Verena quien, a la par de mover sus piernas con aleteos espasmódicos, exhalaba quejumbrosos bramidos acariciando la cabeza de la patrona mientras le rogaba para que intensificara la profundidad de la penetración y le hiciera alcanzar un nuevo orgasmo.
Después de la increíble penetración de la mano, su cuerpo era un maremagnum de sensaciones encontradas. Por un lado la prepotencia y la crudeza de la penetración la contraían, crispándola y por el otro, el mismo dolor le provocaba tanto placer que superaba largamente el sufrimiento, sumergiéndola a un mar de dulces explosiones que escurrían entre sus carnes y con ganchudas garras parecían querer separar los músculos del esqueleto para entregarlos al volcán ígneo de sus entrañas.
Cuando sentía en su nuca, riñones y vejiga que estaba por llegar al clímax, Lucy retiró la gruesa verga de su concha y ya se erguía para recriminárselo indignada, cuando ella la apoyó sobre los esfínteres del culo y, lenta pero sin hesitar, la introdujo vigorosamente. El dolor puso un estallido blanco en su cabeza junto al alarido espantoso de su pecho y, nuevamente, descubrió que junto al sufrimiento más terrible llegaba el más maravilloso de los placeres.
Superados los esfínteres, el falo provocaba escándalos de placer allí por donde inauguraba el camino. Alienada por el disfrute, Verena encogió las piernas y tomándolas entre sus manos llevó las rodillas casi hasta los hombros, facilitando la intrusión al culo y en medio de poderosos rugidos, alcanzó uno de los orgasmos más satisfactorios de su vida. Mientras su vientre se estremecía en convulsivos espasmos y contracciones vaginales, el fluir de sus humores inundó la boca sedienta de la italiana.
Cuando aun su llanto del dolor-placer la conmovía y el hipar de los sollozos la ahogaba, la mujer se colocó entre sus piernas, cruzándolas hábilmente con las suyas para establecer un íntimo contacto de los sexos y así, estregándose estrechamente, empujaron sus cuerpos uno contra el otro hasta que volvieron a sumirse en el tiovivo del placer mientras miríadas de luces multicolores deslumbraban su entendimiento. Durante un largo rato y ya sin violentas penetraciones, sino entregando lo mejor que cada una tenía para dar, complementando el roce brutal de los inflamados pliegues con excelsas manipulaciones a clítoris y culos, se prodigaron en un goce que, lentamente las fue sumiendo en la irrealidad del agotamiento.
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