Julieta
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Gladys97_18.
Hola queridos lectores. He estado leyendo una novela llamada “Julieta o el vicio ampliamente recompensado”. Novela en la cual se habla sin ninguna pena, en la mayoría si no es en todas sus páginas, diversas situaciones sexuales en la vida de la chica que narra la historia. Aquí escribiré para ustedes la que es una de las primeras experiencias de esta chica.
(…) Ella y su hermana vivían en un convento…
Cuando tenía 12 años conocí a una muchacha de nombre Eufrosina; era una belleza: alta de color aceitunado que me llevaba tres años. Su cuerpo era uno de los que podría inspirar a cualquier artista y yo me enamoré inmediatamente de ella. Ella, por su parte, también estaba enamorada de mí, y se estableció entre nosotras una “amistad” muy estrecha. (…)
La abadesa, la madre Delbéne, era una mujer cuya belleza cortaba la respiración, tendría tal vez 29 o 30 años de edad. Sin embargo aparentaba tener 20 años menos…
Una tarde una madre nos sorprendió a Eufrosina y a mí besándonos bajo la escalera. Entonces nos convocó a las dos a la sala de la madre Delbéne. La primera en entrar fue Eufrosina, por ser mayor que yo, y me quede sentada en la sala de espera. Me sentía aterrada cuando por fin me mando a llamar…
Abrí la puerta y con gran sorpresa encontré a la abadesa tendida sobre un sofá casi desnuda. A su lado yacía la bella Eufrosina con la suavidad de un blanco lechoso del cuerpo de la abadesa, y sus senos, pequeños y erguidos. Entonces todo el pánico me abandonó, sentí que se me cortaba la respiración y que mis rodillas se doblaban de deseo.
– Cierra la puerta, chiquilla. – dijo la madre muy dulcemente – No tienes nada que temer… – una vez cerrada la puerta se incorporó y me llevo de la mano. – Desde el primer día en que llegaste a este convento he deseado conocerte íntimamente, querida niña. Eres muy atractiva. Pero no quise hace nada antes de estar segura de que mis avances no fueran correspondidos.
Sonreí encantada ante el interés que me mostraba. Ella, sonriendo también, me llevo hasta el sofá, y sin más metió la mano bajo mi vestido y aferro el centro agitado de mi pasión.
– ¡Te ruborizas, angelito! ¡No debes hacerlo! Es evidencia de modestia y… ¿a qué viene la modestia?, ¿Por qué tienes un coño? Todas lo tenemos. (…)
– Me ha malinterpretado, buena madre – respondí apoyándome suavemente en la palma de la mano que rodeaba mi vulva palpitante -. Si enrojezco es por ansiedad. ¿Qué muchacha podría contemplar su cuerpo esplendido sin sentirse dominada por el deseo de cubrirla de besos, de estrecharse en sus brazos, de rodearle de amor?
– ¡Vaya, vaya! No cabe duda de que eres lista. – Y sin soltarme se volvió a Eufrosina – ¿Por qué no me habías dicho que tu amiga era tan encantadora? La habría invitado a reunirse con nosotras. (…)
La madre puso un brazo alrededor de cada una de nosotras y nos estrechó contra ella.
– ¡Oh, queridas niñas! ¡No quepo en mí de gozo! Vamos a desnudarnos y a disfrutar juntas de los grandes deleites del amor.
Mientras desabrochaba mi vestido, la hermosa abadesa aproximó sus labios a los míos y me beso con dulzura. Una vez que el vestido cayó al suelo sus besos fueron más fervientes.
– ¡Oh Julieta querida! – suspiro tocando con su lengua mi cuello y quitándome al mismo tiempo la ropa interior.
Ya estaba yo casi desnuda; los magníficos dedos de la madre acariciaban mis pezones y su lengua caliente y húmeda penetró agudamente en mi boca.
La madre me soltó de repente y retiró su lengua, exponiendo ante nosotros un cutis de alabastro que la misma Venus habría envidiado. Eufrosina y yo la imitamos sin demora y las tres quedamos completamente desnudas. Caímos sobre el sofá abrazándonos y acariciándonos, besándonos y estrujándonos, chupándonos y mordiéndonos.
Eufrosina y yo nos abrazábamos y nos besábamos, empleando la técnica recién aprendida con la madre. Quien suspiró de deleite y se dejó caer sobre nosotras; su lengua caliente y húmeda se abrió paso entre por la parte interior de mis muslos; después cambió un poco su postura para Eufrosina hiciera lo mismo con ella, y yo, sometiéndome gozosamente al maravilloso encanto de todo ello. Sujete a la encantadora Eufrosina por las caderas y metí mi cabeza entre sus piernas, completando así el terceto.
– Hagámonos todo lo imaginable unas a otras. Besémonos en las bocas y enredemos nuestras lenguas. Atenacemos nuestros brazos y piernas hasta que nuestros tres cuerpos se fundan; vamos a coger ¡Acoger, digo!
Más excitada de lo que pudiera expresarlo, le pague generosamente con la moneda que ella más preciaba; Eufrosina procedió conmigo en la misma forma. Nos turnábamos de una a otra y las horas pasaron así. Finalmente nos detuvimos, totalmente agotadas.
– ¡Oh, encantadoras niñas, este ha sido un día excepcional! Tenemos que volver a hacerlo muy pronto… (…) Será pronto – prometió la madre Delbéne. – En verdad serpa muy pronto…
Aquí un pequeño fragmento de esta excitante historia, donde hay muchas, muchas más experiencias quizá ya imaginables…
Hasta luego queridos lectores…
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