La Agencia 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Concentrada en colocarse un extraño arnés, ha dejado de prestar atención a la joven que con serena curiosidad, observa su accionar y nítidamente recortado por el contraluz, ve que el arnés ajustable sostiene un doble falo; el que surge hacia delante es similar en todos sus detalles a uno verdadero y supera en largo y grosor al enorme miembro de Marcos. De la misma copilla semi rígida, surge hacia dentro y más abajo, otro de menor tamaño pero con una enorme cabeza ovalada y un tronco fuertemente curvo que, tras humedecer con saliva, Patricia introduce dentro de su vagina y procede a ajustar los cierres de velcro.
Arrodillándose sobre la gruesa alfombra, Patricia se apodera de sus pies, frotando como un gatito mimoso su rostro sobre sus plantas y empeines e introduciendo debajo de sus dedos la erguida tumefacción de sus pezones. Tanta es la ternura derramada en estos gestos simples, que Alicia siente como su cuerpo entero se relaja, aceptando mansamente complacida la caricia. Viendo su tranquila aquiescencia, los labios de Patricia se dedican a lamer y besar suavemente los dedos, la lengua se aventura debajo de ellos y tremola inquieta en la rendija que los separa, hasta que tomando al dedo pulgar con su boca, lo va succionando como si fuera un pene, al tiempo que sus afiladas uñas se deslizaban levemente sobre sus empeines, provocándole un escozor desconocido que trepando a lo largo de las piernas, termina por alojarse en su entrepierna.
Nuevamente esa misteriosa, magnética y mágica sensación parece reinstalarse entre ambas mujeres con más fuerza que antes, envolviéndolas en un vórtice que las arrastra hacia aquello desconocido y anhelado. Placenteramente, se dejaban hundir en este torbellino de exquisitas y sublimes penumbras de una corpórea melosidad. Desde las bocas sedientas por la fiebre hasta los vientres conmovidos por gozosos espasmos de histérica ansiedad, todos sus órganos estaban sensibilizados y predispuestos para experimentar los más arrobadores, dulces y tiernos cosquilleos de la excitación más turbadoramente siniestra, que las sume en un éxtasis de deslumbrante y resplandeciente complacencia, ansiando con voluptuosa lascivia, regodearse en el deleite de un sexo animal, atávico e instintivo que las convierte en dos hembras salvajemente primigenias.
La boca exigente de Patricia, repta hacia arriba, entreteniéndose por un momento en los tobillos, para luego subir lamiendo, besando y succionando a lo largo de toda la pantorilla. Despertando cosquillas desconocidas con la lengua sobre la sensitiva piel de la rodilla, deriva sin premura hasta el hueco tierno de la corva, explorándolo con insistencia, hasta que en un rápido desliz recorre velozmente los muslos interiores, abreva el sudor acumulado en las canaletas de las ingles y los dedos juguetean con esa mínima expresión de vello púbico.
Dejando de lado todo sentimiento culposo, vergonzoso o de asqueada repulsa ante la inmoralidad del acto antinatural, se sume en el estupor por la complacencia con que acepta y reclama el sexo de la otra mujer. Deslumbrada por la ternura y suavidad amorosa con que Patricia la seduce, no sólo se relaja en la entrega, sino que, con apenas silabeadas palabras de amor entrecortadas por el repetido jadear de su pecho, la va incitando a que no se detenga, encogiendo y separando sus piernas de una manera primitivamente instintiva.
Patricia comprende la urgencia que acucia a la joven y acariciando con sus manos todo el entorno del sexo, deja que la sabiduría de la boca cumpla con su cometido. La lengua recorre morosa la aterciopelada mata vellosa absorbiendo el salobre gusto del sudor que se acumula en ella para luego deslizarse sobre los inflamados labios mayores de la vulva, colmándolos de chupones y menudos besos.
Los dedos separan con extrema delicadeza estos labios preparándolos para la intrusión de la boca, que se extasía en la succión y maceración de los numerosos pliegues que rodean al óvalo nacarado. Abriéndose camino hacia el ansiado manojito carnoso, busca al tan anhelado clítoris que, ya desarrollado en todo su esplendor, semeja un dedo emergiendo en medio de las delicadas pieles, como esperando la succión frenética a que Patricia lo somete, tirando de él como si quisiera arrancarlo mientras los dedos juguetean con las prominentes carnosidades que coronan la entrada a la vagina, rascándolas con ahínco y penetrando aquella en sorpresivas y fugaces invasiones.
Totalmente obnubilada con el placer enloquecedor al que Patricia le estaba haciendo acceder, extiende los brazos hacia atrás aferrándose al brazo del sillón, toma vigoroso impulso y su cuerpo comienza a ondular con anhelosa premura, sintiendo como aquella acompasa el ritmo de la cabeza a sus movimientos. Vencida toda prudencia, deja escapar libremente los ayes y gemidos que se gestan desde lo más hondo de su pecho estremecido por el deseo.
Patricia abandona el sexo reptando a lo largo del vientre convulsionado y estrujando con aspereza la tierna carne de los senos, encierra entre los labios al pezón de la joven y lentamente va aumentando la presión de tal modo que arranca gritos doloridos de su boca. Cuando aquella se agita desesperadamente ansiosa, la boca sube al encuentro de la suya que, entreabierta, deja escapar roncos bramidos placenteros y un vaho naturalmente aromático.
Refrescándolos con el suave interior de los suyos, en un tierno y conmocionante roce, la va introduciendo y guiando por un laberinto de dulces sensaciones. Mezclando sus alientos ardorosos y las tan abundantes como espesas salivas, las bocas se unen y separan, las lenguas se enzarzan en lides de sublime fortaleza y los labios succionan y acarician, alternativamente tiernos o violentos.
Ambas han hundido sus manos entre los cabellos de la otra; Patricia en la melena levemente rojiza de Alicia y esta en las cortas mechas renegridas de ella. La imagen de las dos hermosísimas mujeres es turbadora, con los dedos férreamente engarfiados, embistiéndose con los cuerpos mientras una plétora de palabras dulces masculladas y broncos rugidos se derraman de sus bocas.
Patricia considera que ya es suficiente y acomodando su cuerpo entre las piernas de la joven, conduce con su mano e introduce con suma delicadeza la cabeza del falo desmedidamente grande y presionándolo con todo el peso de su cuerpo va penetrando profundamente la vagina.
Nunca, ni en su más loca experiencia con Marcos, Alicia imaginó sentir un cuerpo de ese tamaño dentro de ella y, aunque a su paso este va lacerando, destrozando los delicados tejidos del canal vaginal, sus músculos se adaptan a él, rodeándolo con fuertes contracciones de placer. Todo su espacio interior, hinchado e inflamado, parece ser ocupado por la verga monstruosa y cuando Patricia imprime a su cuerpo un lento vaivén, cree enloquecer de gozosa alegría y alzando sus piernas, las engancha en la zona lumbar de la mujer impulsándose rudamente contra ella.
Consciente de su complacencia, Patricia alza las piernas colocándolas sobre sus pechos con los pies cruzados en la nuca. Presionando aun más, eleva las nalgas y el miembro parece calzar con deliciosa justeza. Como en éxtasis por la vibrante y arrebatadora posesión, Alicia se concentra en imprimir a su pelvis fuertes empellones y esta respuesta termina por enajenar totalmente a la mujer mayor que, hamacando su oscilante cuerpo con una violencia inusitada que ni siquiera un hombre le ha hecho soportar, posee sañudamente a la joven, arrancándole sollozos de dolor y placer.
Después de un largo rato de esa dulce tortura, Patricia sale de ella y, sentándose en la espesa alfombra en la posición yoga del loto, le pide que se siente sobre sus piernas. Guiándola hábilmente, hace que la joven se acuclille sobre ellas con las piernas abiertas y, descendiendo lentamente, de cabida en su sexo al falo que ella mantiene erguido con su mano.
Cuando todo él está en su interior, acomoda las piernas de Alicia alrededor de su cuerpo y abrazándola estrechamente se echa hacia el suelo, arrastrándola con ella, para erguirse nuevamente y empujarla hacia atrás. Cuando la joven siente el deslizarse del majestuoso príapo haciéndole experimentar la sublime sensación de lo excelso, comprende la idea y sujetándose a ella apretadamente, colabora en el bamboleo sincrónico que las extravía.
Patricia disfruta inmensamente de este movimiento, ya que el curvado pene que aloja en la vagina fustiga reciamente sus carnes en tanto que las excrecencias de suave silicona alojadas sobre él estriegan deliciosamente al clítoris.
Cubiertos de abundante transpiración, los senos encajan perfectamente unos contra los otros, dejando escapar fuertes chasquidos que parecen estimular a Alicia, quien busca ávidamente la boca de la otra mujer con una lengua sorpresivamente activa. Aquellas conocidas ganas de orinar se instalan en su bajo vientre y un cosquilleo eléctrico sube desde sus riñones estallando en su nuca en una fantástica explosión multicolor mientras los ríos hirvientes de sus humores internos convergen hacia su sexo transformados en impetuosa marea y, con su expulsión, una deliciosa sensación de plenitud y vacío la afloja, languideciendo en los brazos de Patricia.
Agradeciendo que las dos tengan tiempos distintos y ella aun no ha alcanzado la cúspide de su excitación, Patricia recuesta a la joven de lado, poniéndose detrás y haciéndole encoger las piernas, la penetra así, mientras sobando y estrujando sus senos concienzudamente, vuelve a elevar su excitación. Luego la va acostando sobre ella y, enseñándole como colocar sus piernas y brazos a los lados, le hace alcanzar un arco de manera tal que ella pueda penetrarla desde abajo, impulsándose fuertemente hacia arriba con el violento menear de sus caderas.
Con el cuerpo penetrado de Alicia meneándose sobre ella, Patricia empieza a sentir a su tiempo como las urgencias histéricas del orgasmo comienzan a acuciarla. Acelerando el vaivén de las caderas, hace que la verga que alberga en su interior la socave aun mejor, hasta que en medio de broncos rugidos de insatisfecha expectativa, los líquidos afluentes de sus fluidos, se desmadran y manan a través de su sexo, sumiéndola en una enervada lasitud.
La que ahora está trepando la cuesta sensorial es Alicia. Colocándose sobre la cuasi inerte Patricia en cuclillas, ahorcajada y aferrándose a las rodillas de aquella, va guiando a la verga artificial para que nuevamente se aloje en su sexo. Cuando todo el disparatado miembro está dentro de ella, inicia una exasperante y lenta cabalgata sobre él, sabiendo que al pausado galope, el curvado pene interior de Patricia y el puñado de suaves puntas estratégicamente colocadas, excitarán nuevamente a la mujer.
Efectivamente, Patricia reacciona enseguida de su desmayada actitud, gratamente sorprendida por la iniciativa de Alicia, sintiendo en su interior mucho más de lo que la joven supone. Ante el espectáculo invitador de las fantásticas y tersas nalgas, las acaricia con sus manos y, aferrándose luego a las caderas, impulsa su cuerpo hacia arriba, acompasándolo al ritmo que Alicia le imprime a la jineteada. Los movimientos de las dos se complementan de tal manera, que las carnes adquieren una cualidad miscible y parecen miméticamente soldadas la una con la otra.
La sola vista de la grupa de Alicia compromete a Patricia en los más excitantes pensamientos, viéndola subir y bajar rítmicamente, exhibiendo la superficie dilatada de la vulva brillante a causa de los fluidos y flatulencias vaginales que escapan de ella en sonoros chasquidos y el inconscientemente instintivo pulsar del ano.
Desliza sus dedos sobre los pliegues que sobresalen alrededor del falo introduciéndolos junto con este en la lubricada caverna y rascando con sus uñas las carnes sometidas, va elevando a la joven a niveles desconocidos del goce. Una de las manos abandona esa tarea, derivando por la hendidura entre las nalgas, esparciendo los tibios jugos sobre la oscura cavidad anal. Las uñas excitan suavemente a los fruncidos y palpitantes esfínteres y el dedo pulgar se introduce entre ellos, iniciando un cadencioso vaivén que enciende los quejumbrosos gemidos de la joven.
Saliendo de debajo de Alicia, la mujer la hace permanecer arrodillada y colocándose detrás suyo con el príapo aun mojado por las mucosas de la joven, presiona fuertemente con la enorme cabeza contra los esfínteres que elásticamente complacientes, albergan a la verga que se adentra en el recto hasta sentir como su pelvis se estrella contra las nalgas de Alicia que, transida de dolor, clava sus uñas como garras en la rica tela del sillón.
Un rugido estridente se escapa entre los dientes apretados y ella no puede dar crédito al placer inconmensurable que la violación de su ano le proporciona en medio de tanto sufrimiento. La extraña mezcla de ambas sensaciones, sin poder discernir cuando termina una y comienza la otra la va conduciendo hacia el goce primitivo que va paliando el sufrimiento y la penetración se hace tan placentera que ella misma comienza a impulsar su cuerpo, hamacándose sobre las rodillas, acoplándose al cuerpo de la otra mujer que, suavemente va acelerando el ritmo hasta que en un frenético vaivén, ambas, esta vez al unísono van alcanzando sus orgasmos y se desploman dolorosamente satisfechas.
Cuando salen del estupor somnoliento en que la satisfacción las ha sumido, Patricia conduce hasta su dormitorio a la joven y allí se pierden en innumerables acoples, alternándose en el rol de pasiva y activa durante horas, cayendo en profundos pozos de agotamiento para luego resurgir potenciadas y acometerse recíprocamente con un afán casi destructivo. Recién en las primeras horas del domingo, abandonan el lecho de sábanas humedecidas por sus fluidos, salivas y sudores, obligadas por la inminente llegada de Marcos.
La presencia de Webber no facilita precisamente las cosas. Deslumbrada por el nuevo mundo de sensaciones que le ha descubierto Patricia, Alicia se debate entre la fidelidad que le debe a Marcos, sin dejar de tener en cuenta la incalculable satisfacción que este le proporciona en la cama además de sostenerla económicamente y la inseguridad que la relación con su mujer le plantea. Prudentemente, deja que las cosas se den por propio peso y que sean los demás quienes planteen las reglas del juego.
Enfrascada en la preparación de la nueva campaña para uno de los mejores clientes de la agencia recibe la rutinaria visita semanal de Marcos, comprobando que su espectacular relación homosexual no ha disminuido en ella su apetito hacia los hombres y sí, aumentado su sensibilidad con respecto a ciertas prácticas que antes le disgustaban. Alegre con esta predisposición a nuevas formas del sexo y lejos de sospechar que sea Patricia la que indirectamente influya en ello. Desoyendo sus protestas, la hace cargo de un nuevo prospecto que, de concretarse, beneficiará con facturación y prestigio a la agencia.
Sumergida en la estresante tarea y saturada por los detalles cercanos al espionaje y la intriga, que implica la presentación espontánea de una campaña ultra secreta a un cliente de otra agencia, deja de lado por unos días sus apetencias sexuales. Convocada a una cita aparentemente profesional al despacho de Patricia, esta le hace saber que su marido irá por dos días al Uruguay con el propósito de establecer una cabeza de playa para instalar una sucursal en aquel país y que la ocasión será propicia para repetir la experiencia anterior.
Como es viernes, Alicia pretexta una pasajera descompostura y, a su pesar, todo el mundo asocia su ausencia con el viaje de Marcos, ya que su relación es harto conocida y aceptada por la mayoría puesto que el carácter irascible de él se ha suavizado bajo su influencia. Arriba a la mansión cercano el mediodía y, como en una película de infidelidades subrepticiamente ocultas, Patricia se esfuerza por que su presencia pase inadvertida para el personal que presta servicios de lunes a viernes.
Encerrándola en el confortable dormitorio y tras unos momentos de besos y fugaces manoseos de "precalentamiento” que dejan a Alicia insatisfecha y ansiosa por culminar lo iniciado, la deja sola para ultimar detalles de los alimentos que la cocinera dejará preparados para el fin de semana. Una vez que ha despedido al último del personal, cierra las puertas con llave y, subiendo al cuarto, se dedica con esmero a complacer hasta el mínimo deseo de la muchacha con una serie de nuevos “juguetes” que ha adquirido en estos quince días, especialmente para ella.
Alicia, ciertamente, goza del tipo de sexo que mantiene con su experimentada patrona, muchísimo más satisfactorio que el que sostuviera jamás con hombre alguno, ya esta que no se agota en un par de frenéticas eyaculaciones. Patricia, mujer al fin, conoce hasta el más recóndito de los resortes ignorados que disparan su excitación, poniendo en ello tal grado de amorosa aplicación que desbordando la ternura arrobadora que la invade con abrasadora pasión, consigue elevarla a niveles del goce que la desmayan en una lujuriosa exaltación.
En ese glorioso fin de semana, menos tensas y más predispuestas que en la primera ocasión, se regodean en la dulzura de las caricias, esperando con lúbrica paciencia el momento sublime en que las pasiones desatadas en voluptuosa lascivia hagan de la insufrible continencia una resplandeciente explosión y se sumen, entonces, en una batalla descontrolada en la que se infligen con sádica vesania inimaginables penetraciones y caricias, alcanzando grados de una excitación arrebatadora tan intensa que, en su momento clímax, las sumerge en el abismo excelso del goce total y languidecen en la densa bruma de la enajenación, estrechamente abrazadas, como si no quisieran dejar escapar ese momento singular.
A pesar del ambiente en que se mueve, lo sofisticadas que pueden llegar a ser las fiestas y reuniones que por motivos laborales debe frecuentar, conociendo en ellas a los personajes más diversos, desde artistas plásticos a industriales, comerciantes o literatos, Alicia no ha dejado de ser una tímida provinciana, apabullada aun por la que ella llama "esa gigantesca confabulación de edificios" que es Buenos Aires. A riesgo de parecer antipática y contrariando esas leyes no escritas entre los ejecutivos, desprecia con mayestática altivez todo intento de solapada conquista que su belleza singular despierta en personas de disímiles profesiones, no exclusivamente hombres.
Atenta sólo a congratularse con los avances que está alcanzando en su carrera, las horas del día no son suficientes para dedicarse por entero a esta pasión, aun sabiendo que no sólo a su dedicación o sapiencia es que alcanzaba tales niveles. Justamente, la otra pasión que la consume, le exige una planificación tan exacta de sus movimientos que hace peligrar a la primera, ya que Marcos, ajeno a su relación con Patricia, ocupa la mayor parte de sus noches y, cuando no es así, es que está con su mujer.
Con tantos años de conocimiento de su marido, Patricia sabe de su descontrolada pasión por cada nuevo hobby y, así como primero ha sido el tenis, el paddle, el automovilismo o el esquí, ahora el golf ocupa un sitio de privilegio dentro de su ocio, del que dispone en abundancia, ya que el peso de la agencia lo ha transferido a sus dos mujeres. Estimulándolo, Patricia le hace ver la conveniencia de que él compita en distintos torneos, dejando los ProAm para convertirse en profesional, ya que, además de conocer a empresarios de todo el país, le permitirá trascender en el extranjero participando de torneos internacionales. Comprendiendo que su mujer no está descaminada, se inscribe en cuanto torneo le permitan sus ya pocas obligaciones y sólo está en la agencia de lunes a miércoles, puesto que las clasificaciones comienzan los jueves.
Gracias a la inteligente estrategia de Patricia, entre las dos toman no sólo en control de la agencia sino el de sus propias vidas, teniendo tiempo para dedicarlo a visitar estilistas, masajistas, institutos de belleza y, por supuesto, a incrementar la calidad y cantidad de sus guardarropas. Obviamente, también tienen más tiempo para estar juntas y disfrutar de noches que, sin la violencia de las primeras, colman con creces sus ansiosas expectativas sexuales.
Lentamente y cada una por su cuenta, se han dado cuenta de qué lo que comenzara como una simple válvula de escape a sus angustias, se a ido convirtiendo en algo mucho más profundo. Sin proponérselo, la hondura de su enamoramiento las lleva a ser cada vez más tiernas con la otra, reemplazando lo perverso por la más radiante fascinación, que las hace permanecer encandiladas, los ojos en los ojos, obteniendo los más profundos orgasmos con el mero contacto de sus manos en la piel.
Enamoradas como dos colegialas, alegremente absortas en ese nuevo estado que las hace caminar sobre una nube y ya con los calores de noviembre, suelen dejarse estar flotando en las cálidas aguas del jacuzzi, disfrutando de los fuertes chorros que despiertan sensaciones nuevas en sus cuerpos y en ese cobijo casi amniótico, manos y bocas se escurren en rítmicas cadencias de gozosas caricias. Las horas pasadas de esta manera, estimulan sus facultades intelectuales y su entrega al trabajo se incrementa, obteniendo metas que van acrecentando su prestigio entre la gente del medio.
Es precisamente esa ambiciosa popularidad la que las perjudica. Atento y orgulloso por los comentarios irónicamente halagüeños que le hicieran varios de sus colegas sobre la competencia de las dos mujeres, así como de su presencia en reuniones, llamativamente inseparables y en tal armonía que, si desconocieran sus mentadas virtudes masculinas, los harían sospechar de esa relación, va atando cabos sueltos sobre su comportamiento, tanto en la oficina como en la cama y decide darles una lección.
Ese miércoles a la noche, se despide de Patricia y sale en su Mercedes rumbo a Pinamar, lugar en el que supuestamente competirá. Apostado debajo de unos frondosos árboles frente a su casa, ve llegar a Alicia en un remise cerca de las nueve de la noche y poco después encenderse las luces del comedor. Comprendiendo que las mujeres se toman la cosa con calma, enfunda parte de su cólera y dirigiéndose a un restaurante cercano, come opíparamente. Dejando el coche en el estacionamiento del lugar, vuelve caminando a su apostadero y comprobando que la luz del comedor ha sido reemplazada por la del dormitorio, tiene que esperar más de una hora para que esta se apague.
Entrando a la casa silenciosamente, se desnuda totalmente en el living y, ascendiendo las escaleras, se arrincona en el pequeño foyer por el que se accede al dormitorio, alcanzando a escuchar los gemidos, ayes y frases ininteligibles que le llegan a través de la puerta entornada. Cuando un profundo silencio los reemplaza, abre lentamente la puerta y entrando al dormitorio a la luz azulada de la calle que penetra al cuarto a través de los amplios ventanales que, en razón del calor sofocante, las mujeres han abierto de par en par, queda deslumbrado por la belleza de esos dos cuerpos magníficos, dorados por el sol, que yacen entrelazados sobre las sábanas revueltas.
Sintiendo como toda su virilidad se manifiesta en la fuerte erección del miembro y, conociendo a su mujer como nadie, se aproxima a la cama para trepar a ella. Cuidadosamente, se ubica frente a la cara de Patricia que, con la boca entreabierta todavía jadea quedamente dejando escapar un hilo de saliva por la comisura de los labios, emanando un fuerte olor a sexo femenino. Rozándolos apenas con su lengua, comprueba, por experiencia, que aquel pertenece a Alicia. Ante el suave toque, Patricia abre su boca, dejando escapar un ronroneo mimoso, en la creencia de que es su amante la que lo provoca.
Marcos aloja la punta de su verga sobre los labios húmedos y por la consistencia, ella se da cuenta que no se trata de alguno de los juguetes que suelen utilizar. Con el pulsar de su sexo aun latiente, sintiendo como los jugos continúan drenando por él y todavía insatisfecha, abre la boca a aquella verga que conoce en demasía y comienza a succionarla.
Ahorcajándose sobre su cara, se acomoda mejor y mientras ella chupa golosamente al miembro, inclinándose de lado, Marcos comienza a lamer y succionar los senos de Alicia, en tanto que las manos se posesionan del sexo, masturbándola. En el mismo estado de latencia que Patricia, Alicia no consigue emerger de la inconsciencia en que la ha sumido el orgasmo pero su olfato le hace cobrar certeza de quién es el que la somete y, como su amante, entra a un nuevo estadio de la excitación. Acomodándose debajo del hombre, conduce su cabeza hasta el sexo y abriendo las piernas, la presiona contra el vértice fragante, comenzando a ondular frenéticamente.
No hay un acuerdo explícito pero, tácitamente, los tres aceptan la situación, sumergiéndose en la vorágine sin fin del placer más absoluto, brindándose por entero y exigiendo de los otros esa misma entrega. La luz del sol los sorprende embistiéndose todavía con un entusiasmo sorprendente, después de tantas horas de sexo sin pausas.
Patricia la más fría, experimentada y menos agotada por la extenuante sesión, prepara el desayuno, mientras Alicia toma una refrescante y vigorizadora ducha. Luego y en tanto Marcos, supuestamente en el torneo, permanece en la casa descansando, se dirigen a la agencia.
Aunque partes de su cuerpo le recuerdan con punzantes dolores las exigencias que las múltiples penetraciones han demandado a su cuerpo, esa pulsante sensación revive el placer obtenido y con la esperanza de lo que la espera en la noche, Alicia se dedica con envidiable energía a la preparación de las campañas navideñas, las estacionales del verano y los prospectos de nuevas cuentas para el próximo año.
Haciéndose enviar sándwiches a su oficina y convocándola para compartirlos, Patricia plantea lo complejo de la situación, ya que las dos disfrutaban sosteniendo sexo con Marcos y, aunque ella lleva años manteniendo circunstanciales relaciones homosexuales en viajes que hace sola al exterior casi como una satisfactoria confirmación de su sexualidad, ahora cobra conciencia de la hondura de su lesbianismo, que ya no se circunscribe a lo estrictamente físico sino que el amor hacia Alicia la lleva a experimentar cosas que jamás ha sentido por persona alguna, incluido Marcos.
Desesperadamente enamoradas, se plantea la disyuntiva de afrontar la situación yéndose a vivir juntas y tirando por la borda todo lo conseguido profesional y económicamente, en su caso, como co-propietaria de la empresa o aceptar la ambigua situación planteada por su marido, tratando de conseguir las mayores ventajas posibles en tanto se organizan para enfrentar el futuro. Tras discutir los pro y contra de cada una de las posibilidades, concluyen en que, compartir el sexo con Marcos no les producirá ningún daño y sí inéditas nuevas experiencias satisfactorias, como así también, el tiempo y la oportunidad de ir cobrando una definitoria independencia económica.
En esa primera cena formal de la trilogía, Marcos sugiere la conveniencia de que Alicia vaya a vivir a la mansión, pero ellas lo convencen que no; por imagen profesional y porque una vida tan promiscua sólo provocaría las rencillas clásicas de la convivencia cotidiana y la repetida rutina sexual restaría expectativas al deseo. Además, ya está instalada la aceptación de la relación entre Alicia y Marcos, dentro y fuera de la agencia y no hace falta embarrar la imagen del Marcos exitoso con una relación enferma que a la mayoría pueda llegar a disgustarles. Tras mucho discutir, convienen en seguir con el status-quo existente; esto significa que Alicia continuará viviendo en su departamento al que Marcos podrá concurrir como es habitual; los fines de semana largos por la ausencia de él, ellas disfrutarán en la mansión y los domingos, especialmente aquellos en que Marcos no califique para la ronda final de los torneos, se producirían aquellos encuentros múltiples que tanta satisfacción les dan a los tres.
Esas primeras semanas son alucinantes, tras los cuales el matrimonio decide compensar a la joven con un ascenso que sorprende a todos. A pesar de ser la ejecutiva-estrella, Alicia es demasiado joven para ocupar la tercera posición dentro de la agencia a cargo de la Dirección General de Cuentas pero, como espera Patricia, la joven tucumana no sólo no desentona en ese puesto, sino que lo jerarquiza por las innovadoras ideas sobre la atención al cliente que instala y que producen un vuelco satisfactorio en la relación cliente-agencia, potenciándolos en la preferencia entre aquellos primeros.
Conformes por no haber errado en sus apreciaciones y de común acuerdo, Patricia es la encargada de comprar un bonito chalet en la Avenida Naón para Alicia, sólo a cuatro cuadras de su casa y de regalarle a la joven un automóvil que coincida con la imagen que requieren sus nuevas funciones y obligaciones sociales.
Con el paso del tiempo y en tanto se consolida profesionalmente, Alicia comienza a encontrar cada vez menos gusto en recibir a Marcos por las noches, esperando en cambio con ansiedad los días que pasa con Patricia y el amor entre ambas mujeres parece no sólo fortalecerse, sino incrementarse. El sexo entre ellas ya no es solamente la satisfacción de una necesidad o un vicio físico, sino que se convierte en un intercambio de dulces sensaciones que exceden aquello y que, noche tras noche, las somete a un proceso de simbiosis casi alquímica, una fusión que eleva sus cuerpos y almas a una misción espiritual inefable.
Transcurren dos años en los cuales el éxito de Alicia continua en ascenso y, un poco más libre de sus obligaciones dentro de la empresa, Patricia se dedica a una meticulosa operación administrativo-financiera, distribuyendo en distintas cuentas bancarias su capital personal, desviando y manipulando las recíprocas que tiene con Marcos. Lentamente, su ansiada independencia económica se va aproximando y, con el manejo de la agencia en manos de ella y su amante, su objetivo final comienza a convertirse en realidad.
También en este tiempo, Marcos ha comenzado a tener actitudes y conductas extrañas provocadas tal vez por los celos, ya que es consciente del amor que hay entre las mujeres y del cual es excluido o por la poca relevancia que su presencia tiene en la empresa, en la que ya sólo es un personaje decorativo, apto para representarla en eventos o festejos empresarios.
Estas conductas son trasladadas al ámbito íntimo y, casi sin darse cuenta, paulatinamente, las mujeres admiten, no sin placer, una rutina de vejaciones y aberraciones perversas con las que él se encarga de sojuzgarlas; de ser excepcionales y por eso gozosamente disfrutadas, las dobles penetraciones se convierten en habituales, además del uso de aparatos singularmente siniestros que él busca afanosamente en sus distintos viajes al exterior; látigos, máscaras asfixiantes de cuero, cremas dilatadoras, aceleradoras, retardantes o constrictoras, monstruosos consoladores eléctricos giratorios o espeluznantes clips de afilados dientes que, puestos en pezones y clítoris, transmiten poderosas descargas eléctricas a todo el cuerpo.
Habituándose paulatina y gradualmente a esas prácticas sadomasoquistas, las mujeres no las ansían pero acceden gustosas cuando él las somete a ellas. Tal vez por contraste, los encuentros entre las dos son cada día más tiernos y encuentran en ellos la verdadera expansión de su ternura, obteniendo juntas los verdaderamente placenteros orgasmos.
Es en una de esas noches maravillosas en que fantasean con su libertad, que Patricia deja caer la sugerencia de que, tal vez, fuera necesario deshacerse definitivamente de Marcos. Aunque escandalizada por la idea, Alicia no deja de interesarse en como lo harían y Patricia, que ha planificado todo cuidadosamente, como es su costumbre, le explica que, aprovechando sus ausencias para participar en torneos de golf, ellas podrían deshacerse de él elaborando a la vez una buena coartada.
Con el dinero que ella ha desviado, sumado a lo que pueda obtener vendiendo la agencia y cobrando el seguro de su marido, tendrían para vivir hasta el fin de sus días en cualquier lugar del Caribe; sólo deben de planear todo al dedillo y cumplir a rajatabla con lo acordado sin salirse del libreto para nada.
Durante dos meses y mientras consume cigarrillos como si fueran caramelos, esperando nerviosamente el momento y la oportunidad de que sus planes se concreten y pueda tener a su amada Patricia para ella sola las veinticuatro horas del día, Alicia no se da descanso, agotándose en largas jornadas de trabajo para no pensar y, además, para no tener que recibir en su cama al que fuera tan codiciado Marcos.
Jubilosamente, una tarde de aquel lluvioso invierno, Patricia le anuncia que ha llegado el momento; Marcos viajará aquel sábado por dos semanas a los Estados Unidos para participar en el Abierto y ellas deberán darle la despedida que se merece.
Ese viernes a la noche, las mujeres se aplican con entusiasta pasión a satisfacer hasta en el mínimo detalle las iniquidades a que a Marcos las somete, no sin encontrar placer y satisfacción ellas también.
Ya en el atardecer del sábado, Patricia arranca a su marido de la cama y en medio de la nebulosa en que el whisky al cual se había aficionado lo sumerge, lo ayuda a ducharse. Más recuperado, termina de hacer las maletas y vistiendo un elegante conjunto sport, se reúne con las mujeres en el living,
Haciéndose eco de la propuesta de Patricia en hacer un brindis de despedida, Alicia sirve del botellón de fino cristal una generosa cantidad de whisky en un vaso en el que, previamente ha derramado un poderoso somnífero. Después del alegre brindis y mientras disfruta de las caricias de las mujeres que, una a cada lado lo rodean cariñosamente, Marcos cae en tal profundo sopor que ellas temen haberse excedido en la dosis.
Mientras Alicia va a buscar el coche de Marcos para estacionarlo frente a la puerta, Patricia coloca el cuerpo de su marido en el piso y luego, entre las dos, lo arrastran hasta el auto para colocarlo en el asiento del acompañante, sujeto por el cinturón de seguridad. Cargando las maletas en el baúl, y tras verificar que los documentos, el pasaporte y los pasajes están en el bolsillo del saco de Marcos, Patricia se sienta al volante del Mercedes, pidiéndole a Alicia que los sigua en su camioneta.
Cuando una hora después llegan a la Boca, Patricia conduce al poderoso automóvil hacia una zona de la ribera que previamente ha confirmado como oscura y solitaria.
Colocando a su marido desvanecido frente al volante, cierra la portezuela y ascendiendo a la camioneta de Alicia, empuja al otro automóvil lo más velozmente que puede hasta que cae a las aguas, hundiéndose lentamente. Volviendo rápidamente hasta la casa, suben al dormitorio y, como poseídas por algún duende maligno que les hace festejar de esa manera el crimen cometido, se embisten furiosamente en violentos acoples que las llenan de dicha y alegría, hasta que, en la madrugada, cuando todavía se agitan sobre las sábanas húmedas, suena el timbre.
Vistiendo sobre sus cuerpos desnudos sugerentes batas que no dejan lugar a dudas sobre sus equívocas relaciones, con el rostro macilento y los cabellos revueltos, abren la puerta a dos oficiales policiales de civil. El hombre les comunica que el coche de Marcos ha sido encontrado en el Riachuelo y si saben que podría estar haciendo en ese lugar. Fingiendo extrañeza por la noticia, le contestan que Marcos está viajando a los Estados Unidos y que salió de la casa cercanas las diez de la noche, tras de lo cual, ellas se acostaron.
Sonriendo socarronamente para sí, la oficial que acompaña al hombre no deja de observar que debajo de las ricas batas las mujeres están desnudas ni la inflamación de sus labios, las profundas ojeras y el suave olor a salvajina que a una mujer no se le escapa. Especulando con la expresión de su rostro, les dice bruscamente que, pudiera ser que el coche haya sido robado del estacionamiento del aeropuerto, ya que Marcos, ni vivo ni muerto, ha aparecido.
Más fría y calculadora, Patricia no parece inmutarse, insistiendo que su marido tiene que estar volando en esos momentos, pero una fugaz dilatación temerosa en los ojos de Alicia y ciertos tics nerviosos que de pronto modifican su rostro indican a la policía que algo raro pasa y que es la muchacha sobre la que deberá dejar caer el peso de la investigación.
Cuando los investigadores se retiran, Patricia le dice a Alicia que, para no cometer errores ante la policía es conveniente estar juntas y, ya que su propósito de evidenciar que tipo de relaciones las une y en que emplearon su tiempo desde la supuesta partida de Marcos ha cumplido su cometido, es preferible que ella permanezca en la casa, utilizando su guardarropas, ya que sus medidas son similares. Vueltas a la cama y estrechamente abrazadas se duermen pesadamente hasta que el despertador les dice que ha llegado el momento de levantarse y enfrentar al personal de la agencia con la noticia de la desaparición de Marcos.
Ambas están preocupadas con la desaparición del cuerpo del hombre y, cuando van a la comisaría a retirar el vehículo, se encuentran con la novedad de que no está disponible ya que le están haciendo un peritaje. Más inquietas que antes, vuelven a la oficina, sumergiéndose en el tráfago de sus responsabilidades, haciendo que el día transcurra con más rapidez. Nerviosas hasta la exasperación, esa noche repasan una y otra vez los hechos y terminan recriminándose mutuamente su ineptitud e imprevisión de ciertos detalles que ahora les parecen obvios. Ofuscadas y por primera vez desde que mantienen relaciones, se duermen sin tener sexo.
A la mañana siguiente y pretextando una indisposición, Alicia se queda en la casa. Cercano el mediodía, recibe la visita de la investigadora quien evidentemente mantiene vigilada la casa. Acomodándose en un sillón, le dice que le trae malas nuevas. Aparentando una serenidad que no tiene mientras le sirve un café, Alicia aprovecha para examinar de reojo a la policía, preguntándose intrigada cómo una mujer de ese porte tan distinguido, poseedora de un cuerpo algo enjuto pero decididamente atractivo y con un rostro que aun desprovisto de maquillaje, luce terso, lozano y bello, puede soportar el vivir rodeada de hombres rudos y, generalmente, sin instrucción.
Después de sentarse a su lado y creyendo que se trata del cuerpo de Marcos, Alicia espera con nerviosa expectativa recibir tan "ingrata" noticia y la policía que especula con esta reacción, le explica que, lamentablemente, todavía no ha aparecido el cuerpo del Señor Webber, como ella lo llama.
Con delicada franqueza, le confiesa que, siendo las dos tan hermosas comprende sus relaciones con Patricia y no las juzga, pero lo que no termina de encajar es porque, dentro y fuera de la agencia, todos aseveran que ella es la amante de Marcos casi desde el primer día en que ingresó a ella y, si es así, le parece extraño su comportamiento, su desapego, como si el que hubiese desaparecido fuera sólo su patrón.
Casi con desencantada ternura, le explica que esa relación que sostiene con Marcos la implica aun más ya que en el vehículo se han hallado evidencias que la comprometen; abriendo un sobre de papel madera que trae en su mano, deja sobre la mesita ratona varios objetos; la cigarrera de oro con sus iniciales grabadas en la tapa y el encendedor haciendo juego, el llavero de plata que él le regalara para su cumpleaños con las llaves de la casa nueva y un spray del caro y fino perfume que impregna toda su ropa. Por último, extrae de una bolsita de nylon, una fina y labrada bombacha de encaje, confeccionada especialmente para ella por su modisto que esparce el aroma de su perfume y las marcas blancuzcas de su flujo, aun fragantes.
Con una sonrisa cómplice, la policía le sugiere que no le haga perder tiempo enviándola al laboratorio y que admita su pertenencia. Además, han examinado el paragolpes delantero de su camioneta y hallado en él restos de la pintura del baúl del Mercedes, pero sincerándose, le confiesa que el hecho de haber encontrado de una manera tan fácil esas pruebas es lo que la que la intriga; demasiados objetos personales para ser olvidados porque sí en un auto y hasta el detalle de la trusa en una bolsita en la guantera aparecen como “plantados”. Es como si todo fuera un complot para deshacerse de ella y de su amante, ya que los movimientos bancarios y financieros de Patricia han sido investigados y se hace evidente su voluntad de vender la agencia por la que ha iniciado conversaciones con una multinacional.
En los papeles, la primera sospechosa es ella, pero carece de motivos y como el cuerpo de Marcos sigue sin aparecer, no existe otro delito que un auto arrojado al río. Si, como la investigadora cree, la culpable de todo es Patricia, sólo falta corroborar fehacientemente sus manejos empresarios y financieros, contando, además, con una confesión de su participación en el hecho.
Ante la evidencia irrefutable, Alicia se derrumba y, prorrumpiendo en hondos sollozos cuenta a la mujer toda la historia, desde el primer día que ingresó a la agencia hasta las relaciones que sostenían los tres y su amor desaforado por Patricia, que ella, en su ingenuidad provinciana creía correspondido, así como la fría premeditación del plan ejecutado. Examinando en detalle todo lo sucedido aquella noche fatídica, llegan a la conclusión de que sólo Patricia tenía acceso a sus cosas, incluida la bombacha usada y la única que pudo colocarlas en el automóvil, golpeando ex profeso el baúl del Mercedes con su camioneta.
Llamando a la joven a mantener la calma hasta que obtengan las pruebas necesarias para hundirla definitivamente, le aconseja que, sobreponiéndose, siga en la casa, tratando de que Patricia tome confianza en su impunidad y termine por cometer un error que la condenará.
Masticando su rabia por la ingenuidad conque se prestó voluntariamente a las exigencias de Patricia acompañándola en la realización de sus planes macabros y profundamente defraudada por la traición de aquella en la que había depositado todo el amor que jamás sintiera por persona alguna, debe hacer un gran esfuerzo de voluntad para recibirla alegremente a su vuelta de la oficina. Sin embargo y luego de comer, no puede reprimir lo que su cuerpo y su corazón le imponen, sosteniendo una noche de espeluznante actividad de la que emerge en la madrugada, agotada y ahíta del sexo satisfactorio con su amante. Esa tarde de sábado la pasan tomando sol en la pileta, alternándolo con desmayadas y lánguidas relaciones dentro del agua y en el borde de la piscina.
Después de cenar y cuando ya Alicia está preparándose para otra noche especial, Patricia le anuncia que tiene un conflicto familiar fuera de Buenos Aires y que, seguramente, volverá en un par de días. Desencantada porque a pesar de las evidencias que le mostrara Adriana, la policía, aun desea a la mujer con todas las fuerzas de su alma, se conforma con sentarse en uno de los amplios sillones del living y, tomando un libro de la biblioteca, trata inútilmente de concentrarse en su lectura. A la hora, la sobresalta el sonido del teléfono y tras correr a atenderlo, sólo escucha un ronco jadeo. Cada media hora, se repite la llamada y el áspero acezar suena en sus oídos más ominoso que cualquier frase siniestra.
Temblando de rabia e impotencia, termina por descolgar el tubo y, tras servirse una generosa cantidad de whisky, se arrebuja en un rincón del sillón retomando la lectura del libro, hasta que, percibida con el rabillo del ojo pero con una claridad meridiana, una silueta masculina se dibuja a través de los ventanales del cuarto que dan al jardín, desapareciendo instantáneamente.
Presa del terror sube a su cuarto, llamando desde allí a Adriana, pero en la brigada le dicen que la oficial se encuentra fuera de servicio. Desesperada le explica al que la atiende quién es y lo que está sucediendo. Este le sugiere lo que ella hizo sin indicaciones de nadie y le promete tratar de comunicarse con la oficial a cargo. Maldiciendo la fría formalidad del policía, se mete debajo de las frazadas, tratando de dormir. Es inútil. En la oscuridad de la inmensa casona le parece escuchar ruidos que normalmente no escucharía, como si una multitud invisible se empeñara en ponerla nerviosa, hasta que una serie de fuertes portazos superan la irrealidad de su imaginación.
El miedo la obliga a comportarse temerariamente y, encendiendo todas las luces a su paso, desciende a la planta baja recorriendo hasta el último rincón de los inmensos salones. La fría soledad de la casa iluminada " a giorno", la convence que todo ha sido fruto de su imaginación desbocada y, luego de tomar un vaso de leche tibia en la cocina, vuelve a su cuarto.
Apenas traspone la puerta, esta se cierra violentamente y un hombre inmenso, vestido totalmente de negro, la sujeta por el cuello y después de propinarle tres fuertes cachetazos la empuja contra la cama en cuyo borde se desploma pesadamente. Con el gusto de la sangre inundándole la boca y los ojos nublados por el escozor de las lágrimas, siente como el hombre la despoja de la bata y la echa como un pelele sobre la cama. Encogiéndole las piernas hasta el pecho, ata con una fina cuerda sus manos a los muslos y en esta posición, arranca el corpiño y la bombacha en violentos tirones. Colocándose sobre ella, con sistemática tranquilidad, se aplica a castigar los pechos con dolorosas bofetadas y pellizcos, hasta que estos lucen enrojecidos y tumefactos.
Inclinándose sobre el torso, toma entre sus labios al pezón de uno de los senos y, mientras lo succiona dolorosamente clavando los dientes en la mama, las uñas de su mano hacen lo propio sobre la aureola y el pezón del otro. Prácticas como esa y aun peores han sido casi cotidianas para Alicia, pero el hecho terrible de ser producto de una violación la llena de furia y al mismo tiempo, la excita. Con sus manos clavadas detrás de las rodillas, sosteniendo el peso de sus piernas para que las ataduras no la lastimen, siente como la boca del hombre baja a lo largo de su vientre y, mientras los gruesos dedos de su mano invaden la vagina, masturbándola duramente, su lengua, larga, dura y rasposa como la de un gato, azota al clítoris, logrando que su tamaño aumente considerablemente.
Haciendo caso omiso de la circunstancia, Alicia siente que el hombre la está haciendo disfrutar, introduciéndola a una fase del goce desconocida para ella y, meneando frenéticamente sus caderas, tira de sus piernas alzándolas para favorecer el accionar de la boca y las manos del hombre. Repentinamente, este se incorpora y desnudándose rápidamente, se acuclilla frente a ella y la somete con un miembro de tamaño más que regular. El hombre la penetra violentamente y luego retira la verga para volver a hundirla con más violencia si cabe y cada vez, el dolor-goce era como en la primera. Gimiendo roncamente por entre sus dientes apretados, Alicia estrella sus rodillas contra los senos, acompañando en ese hamacar las intrusiones del falo.
Cuando él ve el entusiasmo conque ella acoge sus penetraciones, la da vuelta. Apoyada dolorosamente sobre su cara y hombros, con los pechos estregándose contra las sábanas, ayuda al hombre en la separación de sus rodillas y entonces, aquel la toma por las caderas, hundiendo el príapo hasta lo más hondo de sus entrañas. Después de una serie de duros empujones, alternando fuertes golpes de sus manos a las nalgas con férreos estrujamientos a sus senos, él saca la húmeda verga de la vagina y presionando firmemente, la va hundiendo en el ano. Aunque era una de las cosas de las que más disfruta, en cada ocasión sus esfínteres parecen negarse a ser invadidos, ofreciendo una resistencia tenaz y dolorosa al falo, para terminar por rendirse complacidos y dilatarse mansamente.
Clavando sus dientes en las sábanas que apagan sus broncos bramidos de placer, soporta estoicamente los primeros intentos de penetración y cuando finalmente el falo intrusa profundamente al recto, su exclamación de gozoso asentimiento sorprende al hombre que, mientras acentúa el vaivén de las caderas, envuelve su cuello con el largo cinturón de seda de la bata y, lentamente, comienza a estrangularla. Alicia conoce de esa forma de excitación oriental para alcanzar orgasmos más intensos, pero nunca la ha experimentado. Ciertamente, la falta de oxígeno la excita y mientras boquea profunda y ruidosamente a la búsqueda de un poco de aire, se pregunta cuál será el límite en el que el hombre se detendrá, hasta que se da cuenta de que no lo hará y que su verdadera intención es matarla.
Forzando hasta lo imposible su garganta enronquecida, profiere algunos fuertes gritos provocando que la puerta se abra de un fuerte empellón y Adriana, con una pistola en la mano, dispare contra el hombre que, herido en un hombro, se desploma sangrante a su lado.
Esposándolo con presteza, la policía aprieta la boca de la pistola contra su pecho y le dice amenazadoramente que le de una razón para no disparar. Aullando de dolor, el hombre le pide por Dios que no lo haga y confiesa que trabaja para Patricia; que se ha encargado de rescatar y hacer desaparecer el cadáver de Marcos; de hacer las llamadas amenazadoras a Alicia y como culminación del contrato, estrangularla, haciéndolo parecer como un trabajo de ladrones violadores.
Después de cortar la cuerda y tapar a Alicia con las sábanas, Adriana llama por el handy a los uniformados que esperaban afuera y mientras estos se llevan al hombre cubierto con una manta ella se dedica a la joven; mientras masajea sus muñecas, le explica que cuando ella la llamara, se encontraba volviendo de Tandil hasta donde siguiera a Patricia que visitaba a unos tíos en espera de que los hechos se desencadenaran mientras estaba ausente de Buenos Aires, exculpándola y también, que había tratado de llegar los antes posible pero, encontrando la puesta posterior abierta, presumió la presencia de alguien extraño y desconociendo cuál era su cuarto, tuvo que recorrer sigilosamente la casa hasta que su grito la alertó
Alicia ya no temblaba y la circulación había vuelto a sus muñecas. Aunque un poco enronquecida, su voz estaba lo suficiente fortalecida como para agradecerle a Adriana su preocupación, a lo que esta restó importancia con un gesto cariñoso e inclinándose sobre la joven, besó sus labios con dulzura mientras sus manos rozaban tiernamente los pechos descubiertos y, susurrándole que esa noche la esperara, salió de la habitación.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!