LA DELICIA DE PONER CUERNOS
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No trabajo; mi entretenimiento por fortuna se basa en la lectura, mucha, variada; tengo varias amigas, igual de aburridas a mí, bueno, las casadas, las solteras son pocas, y no sé qué tan aburridas. después de lo sucedido recordé muchos pequeños lances de la infancia con alto contenido erótico, lésbico, aunque, creo, rechazados por mí, al grado de meterlos en un rincón de mi mente poco frecuentado; antes de los sucesos me sentía y me creía altamente homofóbica. ¿Suficiente biografía?, no sé, pero paro para pasar a los hechos.
Una mañana, pronto hará dos meses, tenía cita con una de mis amigas en un restorán del centro de la ciudad, lugar muy conocido y visitado por mucha gente; tenía reservación, y no tuve dificultad para ubicarme a esperar a la amiga. Pasó el tiempo, y no llegaba; un tanto desesperada, escuché el celular; era ella pidiendo disculpas por no haber podido llegar, Pero, ¿qué crees?, el bruto de mi marido amaneció caliente; no quise, y, puta madre, la emprendió a golpes; me dejó para el arrastre; créeme, última que le aguanto… en tanto, ten la seguridad, le voy a poner tamaños cuernos, lo juro por mi madrecita…, dijo entre sollozos. Un tanto triste por mi amiga, iracunda contra el macho, llamé al mesero para pedir el desayuno.
Al mismo tiempo hacía balance de mi propio estado y marido; él no había llegado, todavía, a los golpes, pero sí eran bastante frecuentes las exigencias para que yo abriera las piernas, y él me la metiera en seco; nunca se preocupaba por excitarme, menos darme placer. Y eso me llevó a considerar seriamente la idea de mi amiga de poner cuernos al macho desconsiderado. ¿Con quién?, fue la pregunta, y esa me hizo estremecer, no había, en el rápido recuento hecho, nadie que pudiera ser considerado candidato a… además, carajo, pensé, son igual de cabrones. Estaba en eso, cuando escuché una melodiosa voz que decía:
Perdona, ¿me puedo sentar contigo?, te vi sola… si me permites, y con el rostro reflejando tristeza. Además, caramba, en este changarro no se puede llegar así nada más… y, ya sabes, no hay lugar. Podría irme, pero no puedo; quedé de ver aquí a una amiga, y no llega; la verdad, tengo hambre; entonces, ¿puedo?
Un tanto sacada de honda, la vi… caramba, era una bella chiquilla, quizá no más de 17, 18 años; después supe que eran 16; su rostro estaba encendido, tal vez por la solicitud, y eso me decidió; dije:
Claro, siéntate.
Me sorprendí por tutearla, no era mi costumbre cuando eran desconocidos. Quizá fue por la obvia juventud de la bella. Se sentó; la vi, me vio, sonreímos; no sé, me sentí muy rara, quizá turbada, ¿por qué?, me pregunté. Sorprendida, me escuché decir:
Parece epidemia, a mí también me plantaron; una amiga iba a venir, y… ya ves, tampoco llegó.
Casi suelto la confidencia de mi amiga, eso aumentó mi turbación; a renglón seguido pensé que la chica, de alguna forma, irradiaba un no sabía qué de simpatía, era, dije, digna de confianza, qué caray. El mesero me sacó de la reflexión cuando preguntó a la recién llegada lo que deseaba tomar. Pidió algo que no precisé; al notarlo, pregunté por qué; la respuesta me turbó aún más: estaba arrobada viéndola: real belleza. Al irse el mesero, dijo:
Me llamo Eugenia
Soy Araceli, contesté.
Estiró la mano; sin pensar, viéndola fijo a los ojos con mayor turbación, extendí la mía y tomé la de ella; el saludo mi inquietó más; sentí su mano tibia, suave, ¡acariciadora!, me inquietó la mano que no se iba, aunque la mía había aflojado para soltar a la otra. Al fin, la mano impresionante se aflojó; la mía pudo replegarse. Ella, estaba diciendo:
Mi amiga me la va a pagar… quizá el marido no la dejó venir y, la muy… la verdad, no sé cómo lo aguanta – rió alegre, y siguió – eso digo… soy igual, no sé por qué aguanto a mi terrible marido. Perdona ¿sí?…, qué quieres, así son las cosas; espero que tú no estés casada porque…, bueno, las casadas, aún las mujeres modernas, somos una calamidad en eso de aguantar lo que nunca debía aguantarse. Y, mira lo tonta, todavía soy chavita.
Sonreía, me veía; calló, esperando mis comentarios. Estaba sorprendida de saber que la casi niña estuviera casada, y eso dije:
¿Ya estás casada?, caramba, estás muy joven.
Casada y aburrida; la verdad terriblemente arrepentida del casorio.
Su afirmación volvió a sorprenderme por la similitud con mis reales sensaciones de aburrimiento aunque pensé que el mal está extendido al gremio en general, de ahí la coincidencia; un real arrepentimiento me asaltó, me refiero al matrimonio. Las miradas continuaban fijas, una en la otra, seguía sonriendo de manera indescriptible. Añadió:
Por fortuna no he permitido que me preñe; él insiste, yo lo mando al diablo, claro, sin decirlo; también en secreto me puse el dispositivo para no embarazarme. No sé, estoy por mandarlo al carajo. Te decía que no sabía por qué lo aguanto, y en este momento estoy clara: lo aguanto por negocios, bueno, de mi familia; en realidad me casaron con ese hijo de su… mira, soy veracruzana, me encanta decir vigas, ¿puedo hacerlo contigo?, me siento más a gusto, y en confianza si hablo… pues sí, sin trabas, ¿puedo?
Asentí con mayor turbación, sin era posible tener más. Por otro lado, tenía frente a mí un abordaje que no había tenido para analizar mi propia situación. Ella estaba diciendo:
Gracias Araceli. Oye, no me has dicho si estás o no casada.
Reí sin saber por qué, casi sin darme cuenta; la vi sonriente y dije:
Pues sí, estoy casada… y, como tú, aburrida… ¡y arrepentida del casorio!
Risas de las dos.
Caray, es andancia, decía mi santa abuelita.
Sus risas me maravillaron; eso mismo hacía lo melodioso de su voz; ella tomó un sorbo de café, y dijo:
Pues sí, te decía, estoy por mandar mucho a la chingada al machito de mierda, así se enoje mi padre… otro cabrón macho, macho. Por lo pronto, decidí ponerle cuernos; la verdad, una de las cosas más terribles es… bueno, ya estamos en confianza, además sí estás casada, y quizá… bueno, tienes la experiencia conyugal; te decía, una de las cosas más terribles, al menos para mí, es soportar…, bueno, estamos en confianza, y ya diste permiso para hablar a las claras; te decía, lo terrible para mí es soportar sus cogidas, carajo, me deja bien caliente y asqueada de sus repulsivos líquidos. Además, pienso…, bueno, te toca hablar; así soy, no suelto el micrófono; perdóname; mucho más te pido perdones mis intemperancias, y mis palabrotas, ¿sale?
No supe decir nada; me concreté a verla; mi sonrisa era para mí inexplicable, la conversación era en verdad sorprendente, además de cruda, vamos, vulgar, demasiado vulgar para mí tan estúpido pensar y mi similar comportamiento. De no sabía de donde salieron las palabras:
Pues… la verdad, no sé qué decir; me tienes asombrada; y no por nada, sino porque…, caray, tus razonamientos, expresados con otras palabras, son iguala a los de mi amiga, la que me dejó esperándola, y me refiero a eso del matrimonio y… caray, a los cuernos, Dios santo. Ella dijo eso antes de tu llegada, ¿puedes creerlo?
Cuenta, ¿sale?, mira qué interesante, sólo encontrarnos y de inmediato hicimos similitudes increíbles.
Bueno, no creo poder decir más de lo dicho; de otra forma estaría siendo indiscreta, y le fallaría a mi amiga. Pero dime, ¿ya tienes visto con quién ponerle los cuernos a tu…?
Eso quisiera, pero nada de nada, de no ser otro macho igual… huácatelas; la verdad, con uno de esos mejor no, mejor sigo… con uno, no con otros pobres pendejos. ¿No has pensado poner cuernos?
Caray, apenas hacía unos cuantos minutos lo pensé; reí sin recato ya, y dije:
Caramba, y más caramba, hace unos minutos, antes de tu llegada, pensé en eso… y más asombroso es…, caray, me dije lo mismo que tú, es decir: ¿con otro igual?, para nada, prefiero uno y no dos…
Las risas fueron deslumbrantes; mi turbación inicial se había marchado sin saberlo. Me sentía como si conociera a la bella chica desde hacía eternidades. De pronto sentí la mano de ella sobre la mía que descansaba en la mesa; volvió mi turbación, no tan intensa, pero ahí estaba. Enseguida dijo:
No creo, o no creía en el destino, pero mira, nos encontramos tú y yo y las dos tenemos, carajo, el mismo problema, y todavía más, la misma forma de expresar los ingentes intentos por resolverlo, al menos parcialmente.
Pero estás más joven y, estoy segura, tu padecimiento tiene menos tiempo que el mío, ¿no?
La interrumpí sintiéndome en confianza. Los platillos estaban ahí sin que ninguna de las dos intentara empezar a comer, de vez en cuando tomábamos sorbos del hirviente café. Sus risas seguían siendo una maravilla para mí; sin soltar mi mano dijo:
Puede ser… tengo apenas un año de casada, y ya reviento. ¿Y tú?
Pues yo… 15… caramba, no sé cómo he aguantado… mira, volvemos al inicio…
Las risas fueron sensacionales; seguía apretando mi mano, cosa que para mí era gozosa sensación placentera, incluso, sin percatarme, estaba generando cosquilleos inquietantes. Dijo:
La verdad, no entiendo tu aguante. Mira yo, apenas a escasos once meses estoy pensando en mandarlo a la chingada, y, creo, eso voy a hacer. Sin embargo… la idea de ponerle cuernos me sigue gustando, así no hay enojo de mi padre, y la familia sigue acumulando riqueza; no sé, desde hace rato estoy pensando en la casi necesidad de eso, ponerle los cuernos, además… carajo, estoy, creo, encontrando la posibilidad de hacerlo efectivo, es decir, satisfacer este deseo de manera impecable, además más traumático si él llegara a enterarse; pero esto… después que terminemos con las viandas te lo digo, ¿sale?, porque, la verdad, te digo, tengo hambre.
Me sonreía, tomó el tenedor, empezó a comer; las ultimas palabras de la desconocida me turbaron; al tomar el asa de la taza para dar otro sorbo al café entendí por qué tales palabras me impactaron; perpleja, a la velocidad del pensamiento, en brevísimos instantes supe por qué, también traje a la conciencia varios incidentes de la infancia a los que me referí al inicio. Además, para mayor perplejidad y más turbación, entendí las palabras de la chica, digo entendí por no decir adiviné cuáles eran los pensamientos no expresados por ella; todavía más, decidí, aunque haciendo la decisión casi me orino y defeco en el mismo asiento. Explico:
El impacto de las palabras fue porque, de alguna manera, entendí que la jovencita pensaba en poner los cuernos al marido ¡con una mujer!, además, esa mujer era precisamente ¡yo!; los incidentes de la infancia, dos entre muchos, los que sobresalían de los otros, y estos eran: tendría seis años cuando vino a pasar vacaciones con mi familia una primita; la pusieron a dormir conmigo; desde la primera noche que pasamos juntas nos dimos a “juegos” sexuales realizados en forma increíble por niñas, lo increíble: parecíamos tener enorme experiencia sexual; no nada más nos besamos a lenguas penetrantes de la otra boca, también nos hicimos lujuriosas caricias manuales por el cuerpo entero, incluyendo penetraciones digitales en la puchita de ambas; el otro, más inquietante y más excitante, y más escondido en los niveles profundos de la conciencia:
Una noche, sin recordar la causa, mamá vino a dormir a mi cama; la vi encuerarse para ponerse la camisa de dormir, y eso me excitó, lo tengo claro, y lo tuve claro aquél día en el restorán; después, con mamá acostada, me besó las mejillas, cerca de la boca, entonces le dije que mejor me besara en la boca; mamá se desconcertó; luego de reír hizo lo que pedí: besó levemente mi boca; sonreí, ella también lo hizo, no pude contener el deseo de besarla, pero yo, sin explicación todavía ahora, sin resistencia por parte de mi madre, metí mi lengua a la boca de ella, las dos lenguas se pusieron a bailar de lo lindo; enseguida, seguro con mamá caliente, empezó a acariciar mi cuerpo con sus manos mientras repetía el beso a lengua penetrante una y otra vez;
Mis manos no podían quedarse pasivas, también recorrieron el cuerpo de mi madre; incluso, tomé la iniciativa de tocar la piel en directo, y para eso, acezando, desabotoné la camisa de mi madre y descubrí las chichis y los bellos pelos de la puchita, y mis manos se solazaron acariciándola sin recato, sin culpas, y con enorme placer; mi mamá, por su parte, hizo lo mismo con mi cuerpecito infantil, aunque ya no tanto pues tenía en ese tiempo alrededor de diez años. No estoy segura de mi placer total, pero sí del de mi madre pues emitió grititos acallados y apretaba los besos mucho más que en cualquier momento anterior a la detonación de su orgasmo. Dio por terminadas las acciones diciendo que debíamos dormir, y yo, feliz como en ningún otro momento de mi vida, la besé leve, creo que con inmensa ternura y me puse a dormir.
En la mañana mamá estaba consternada; a la primera oportunidad me dijo que no debía decir nada de lo hecho la noche anterior y de ninguna manera deberíamos volver siquiera a los besos, menos a vernos sin la ropa puesta, y menos acariciarnos – esa palabra utilizó, lo recuerdo – en partes del cuerpo que no deben, por ningún motivo, ser acariciadas por nadie, y menos por una hija a la madre y por esta a la hija. Para mi desgracia, pensé ese día en el restorán, nunca volvimos a tener ricas y amorosas caricias. Incluso debí poner el hermoso recuerdo a buen recaudo, decía, en niveles más profundos de mi conciencia. Los hechos recientes, bueno, de la adolescencia y primera juventud no los tenía totalmente sepultados, pero sí abjuraba de las cosas que sentía y percibí en mí misma; me refiero al atractivo excitante de las mujeres, en especial las jóvenes de mi misma edad, o menores; quizá, pensé en veloces instantes, fue una de las causas fundamentales para decidir casarme pues así, pensé en aquel tiempo, eludiría esa tentación tan terrible, el deseo de coger con otras mujeres, incluso con mi santa madre. ¡Pendeja!
Eso explicaba mi actitud respecto a la mano de la bella jovencita acariciadora de mi mano; no sólo no retiré mi mano, sino sentí placer tener la mano acariciando la mía. Finalmente, esta reflexión hecha en tan increíble espacio de tiempo, me decidió a lo que sigue.
Apenas piqué el omelet; pedí más café mientras la veía comer y me veía con mirada un tanto cuanto elusiva, su bello rostro estaba cubierto de lindos sonrojos aparecidos en cuanto dijo las últimas frases. No se decide, es más, está avergonzada de los pensamientos tenidos, me decía mientras la observaba; quizá la dicha conclusión me llevó a decidir yo ser, ahora, la de la iniciativa; en apoyo a esto, me dije que éramos por completo desconocidas; en la inmensa ciudad la posibilidad real de encontrarnos de nuevo era poco menos que imposible; si no acepta, es cuestión de retirarme sin más, y desaparecer en el enorme anonimato de millones de personas habitantes de la ciudad. Ella todavía comía. Hecha la decisión, dije:
Oye, Eugenia, por ahí en tu plática dijiste que el destino se encargó de ponernos en contacto, y en las últimas palabras que expresaste no sé si ocultaste, en el fondo, los pensamientos no expresados verbalmente Si me equivoco, de antemano te ruego me disculpes. De entrada, debo decirte, no tengo base para decir lo que voy a decir, de no ser eso que considero mensaje oculto de tus últimas frases; además, no me conoces ni te conozco; esto, creo, permite ser más ¿cómo decir? abiertas, hasta más directas. Entonces, en ese tal entendido déjame decirte: me parece que tu idea, no expresada, es ponerle los cuernos a tu marido ¡con una mujer!, de esta forma se explica algo de lo dicho por ti en el sentido de que así sería más traumático para él…, si llegara a enterarse.
Después, lo dijiste siendo la única que te escucha, y con la que venías sosteniendo la conversación, por demás extraordinaria por las grandes coincidencias de las dos, y las otras dos no asistentes pero presentes, en el sentido de habernos permitido reunirnos a nosotras. Entonces, habiendo coincidido en la idea, y el mutuo deseo de ponerle los cuernos a nuestros respectivos e inútiles maridos, apoyada en tus propias palabras dilucidadas, quisiera… sí, proponerte ser nosotras mismas las realizadoras de lindos cuernos para nuestros respectivos maridos…
Desde que empecé a hablar la noté turbada, más roja del rostro y con el tenedor en su mano estática, con la mirada fija en mis ojos, y creí verla respirar más de prisa conforme iba hilvanando el erótico discurso subversivo. Cuando completé la propuesta, ésta no tenía forma de ser considerada un equívoco, soltó de plano en tenedor, y la mano libre se fue a su boca para subirla, gesto femenino ante cualquier cosa insólita o sorpresiva en grado sumo. Hasta bizqueó. Un segundo después puso ambas manos en la mesa; este proceso sin dejar de verme, con aumento de sus sonrojos y del ritmo respiratorio. Nuevo viaje de la mano a la boca, respiración titubeante, luego la seriedad abrió paso a esbozo de sonrisa primero, y después a francas risas; las risas me supieron a gloria, pues mientras ella sólo me veía y hacía lo descrito, mi alma estaba en vilo, mis pezones tiesos, caray, mi pucha se mojaba a ojos vistas, bueno, más bien a percepción indudable de pucha y muslos de tales humedades.
Al cesar las risas, tomó mi mano, la apretó, me vio con una mirada tal vez afectuosa, y dijo:
Caray, desconocida amiga, no te mediste…
La que no se midió fuiste tú, dije, mientras apretaba su mano; ¿no pensaste lo que estoy segura pensaste?, ¿no tuviste esa para mí la dichosa idea de… ser y tener de protagonista a otra mujer?, y aquí sí tengo duda: ¿no pensaste en mí para tan… bella venganza de los machos?
Reía alegre sin dejar mi mano; sentía hervir la sangre, ¡la pucha! Cuando pudo contener la risa, dijo:
¿Eres bruja?, porque de serlo, eres una muy bella y sabia brujita. De otra manera no puedo explicar… parece que leíste mi pensamiento aunque, la verdad, pensé, pareció descabellado, de verdad vergonzoso estar pensando en… pues sí, en eso… ¡puta madre!, no puedo creerlo, discutir algo que una hora antes hubiera sido imposible siquiera imaginar, no digamos pensar, después discutirlo… carajo, dime: ¿eres lesbiana?, perdona la pregunta pero… en estas circunstancias, pues…
Tienes razón en pensar eso, no, no soy lesbiana… al menos nunca he tenido una relación “íntima” con otra mujer; no sé si pusiste comillas en íntima. – Mis risas parecieron allegarle tranquilidad; ella también reía – Sin embargo, y ya que estamos hablando con entera libertad, debo decirte: ¡me gustas!, me gustas en el directo sentido sexual de la palabra; insisto, no soy lesbiana… quizá estoy en el camino de serlo, y eso depende… pues sí, de ti, preciosa…
Carajo, amiga, esto se pone… súper-fenomenal!, digo, tampoco soy lesbiana, vamos, hasta soy homofóbica – risas alegres – bueno, hasta antes de decirlo era, en este momento… carajo, no tanto… la verdad… amiga… me removiste el cuajo, carajo… me pusiste hasta la madre de… y mira, por andar de hocicona y pensante en venganzas, la muy pendeja… no tanto, la verdad… oye, no es mala idea, ¿no crees?, y cómo no, si estás proponiendo poner en práctica, ¡puta madre!, la fabricación de hermosos cuernos lesbianos al puto de mi marido – risas – ¿no te da cosa…?
Pues… la verdad sí… pero, caramba…
Ay, amiga, me gustaría que también mentaras madres, de otra forma me siento… bueno, siento que seguimos siendo extrañas, en cambio, si igualamos el pinche lenguaje, seríamos conocidas, y así nos tendríamos más confianza, ¿no crees?
Carajo, amiga… tienes razón, y mira, siento padre empezar a decir cosas que nunca me atrevía siquiera pensar. Bueno, preguntabas si me da cosa… esto, pues sí, y no; sí porque… carajo, aún habiendo hecho la decisión de plantear esta… salida, no dejo de estar pensando en la pinche violación de las rucas y putas reglas; no porque, ¿quién chingados se va a enterar, e ir con el chisme de que yo, yo, amiga, violé las cabronas reglas, carajo, las reglas que nos meten culpas donde debería de haber placer, al menos tranquilidad, ¿no crees? En fin, y sin que me consideres melodramática, ya estuvo bueno de sufrir, digo, en esto del diabólico matrimonio. La vida se nos va… y nosotras de pendejas sufre y sufre… por fortuna, bueno, para ti al menos el cabrón sufrimiento no ha sido tan prolongado como el mío; ya estuvo bueno, ¿no crees?, entonces, amiga y, ¿puedo llamarte cómplice?, digo, al menos en la deliberación en contra de los putos maridos – risas de las dos – bueno, amiga y cómplice, qué dices, ¿le entramos?
Estaba sorprendida de mi libertad para hablar, y también por estar hablando con lenguaje escolar vulgar, diciendo palabrotas que nunca, nunca había pronunciado. Por otro lado, conforme hablaba deseaba la relación sexual precisamente con ella, la hermosa desconocida; de las trabas normativas de plano me había olvidado. Mucho me alegraba no ser rechazada ya, en primera instancia, además la actitud y las palabras de la bella, su mano tomando la mía, signos que no podían ser por nada ignorados, me hacían pensar en que era bastante posible que la chavita aceptara. Así fue, dijo:
La verdad… me da cosa; también, la verdad… oye, ¿tú sabes cómo? porque… pues sí, no sé cómo haríamos para… puta madre, ya estoy pensando… ¿y por qué no?, – parecía hablar con ella misma – A qué la chingada amiga, ve nada más hasta donde se llega con pensamientos irreflexivos y en función de vengarnos… quizá esto es lo único malo del asunto – seguía dialogando con ella misma – ni modo, así se presentaron las cosas, porque, ¿qué habría hecho o dicho de antes no haber hablado de nuestra desgracia de casadas?, ¿le saco?, y, de ser esto, ¿por qué le saco? A la chingada; oye amiga, ¿de veras piensas…?
Pues claro, de no haberlo decidido, ¿podría plantearlo?, no, la verdad no… preguntaste si yo sé…, no, para nada, pero, carajo, encontraremos la forma, ¿no crees?, entiendo tus dudas; las reglas son bastante cabronas… ¿qué podría pasar de… hacer lo que está planteado hacer?, nada, creo, bueno, puede pasar, por ejemplo, no nos gustó, entonces, como tú dices, a la chingada, y a otra cosa. Por otro lado, piensa, soy una desconocida que sabe tu nombre, incluso puede ser un nombre falso; por tanto, no podré ir con el chisme con nadie que te conozca, claro, lo mismo es de allá para acá, eso abre la real posibilidad de experimentar algo nunca pensado, que puede ser única solución a nuestra enorme insatisfacción sexual, a más de, al menos, mitigar nuestra cabrona desgracia de estar casadas, y casi sin esperanza de descasarnos, ¿no lo crees así? Por último, debemos decidirlo… aquí y ahora, de otra forma… la verdad, estoy segura, nunca más nos volveremos a ver y… bueno, nunca sabremos si la onda es buena onda o no. No te presiono, sólo pongo en la mesa la realidad; créeme, contra lo que yo misma hubiera pensado hace una hora escasa, estoy absolutamente alivianada, muy tranquila por haber propuesto convertirnos en hermosas fabricantes de cuernos…
Las risas fueron francas, abiertas, alegres. Las tibias manos seguían unidas, y los apretones seguían dándose de vez en vez. Las miradas eran cada minuto mucho más afectuosas, hasta seductoras de una y otra. Sorpresivamente atrajo mi mano, la besó, y después lamió uno de mis dedos, viéndome fijamente, excitada. Me estremecí pues intuí que la decisión de la chavita hermosa estaba hecha en el anhelado sentido positivo, es decir, ¡aceptaba la propuesta! Después de besar cada uno de los dedos de mi mano, dijo:
A la chingada las pendejas reglas, ¡hagamos la experiencia, querida cómplice!, ¿sale?
¡Sale!
¿Entonces… cómo…?
Mi cerebro parecía ser el más veloz del universo; en un micro instantes pensé, y dije:
El cómo debemos buscarlo entre las dos, ¿te parece bien?, ya te dije, no…, carajo, no tengo ninguna experiencia, vamos, ni siquiera en la cogida “normal”, pon comillas en esto de normal, ¿sí?
Me supo a gloria decir la hermosa palabra prohibida: coger.
No, pues eso ya lo entendí, más bien quería preguntare cómo, o dónde, hacemos para buscar el otro cómo – risas de las dos.
Mi mente continuaba célere; de la misma forma decidí ir a mi casa; el marido no llegaría hasta por la noche; la hija en la escuela, seguro no estaría en casa sino hasta la hora de comer, y eso quizá bastante tarde; la servidumbre… ¡a la chingada!, nos metemos a mi recámara y ya; les digo que no molesten, mejor que no chinguen – mis risas sorprendieron a mi deseada – sí, eso debo hacer, y en voz alta dije:
Pues… si no tienes inconveniente, te invito a mi casa; ahí, seguro, encontramos el cómo. Aunque, la verdad, ya estamos encontrando cómo, ¿no te parece?, por ejemplo, me besas la mano – Risas, apretón de ella a mi mano, dijo:
¿No te da cosa que sepa donde vives?
Carajo, amiga, no, para nada… de cualquier forma, en un posible chisme sería la palabra tuya contra la mía, además… pues no es fácil que conozcas a mis amistades y mis familiares; aún más y a riesgo del chisme, me gustas muchísimo; te deseo desde… puta madre, desde que dijiste que era posible poner cuernos y, créeme, tengo enorme confianza en ti; sí, no me da cosa, por el contrario, me siento mejor, hasta halagada si aceptas ser mi invitada en la búsqueda del cómo. Risas locas de las dos.
No se diga más… espérame, voy a pagar…
Para nada amiga, deja que venga el mesero, déjame pagar, ¿sale?
No vamos a pelear por esto, entonces, soy mano, y yo pago, pos qué chingados
Risas de las dos; atraje su mano, la besé, y luego, imitándola, besé cada uno de sus dedos; la presencia de la multitud no me importó. Por fin estaba saliendo de atrás de las persianas, satisfaciendo mis deseos de sexo lésbico imaginado y nunca puesto sobre la mesa y, también le estaba poniendo lindos cuernotes a mi horroroso macho, marido pues. Hice conciencia de mi real preferencia por las mujeres precisamente cuando besaba el lindo meñique de la extraña. Sentía escurrir mi puchita, y mis pezones eran columnas endemoniadas por tanta y tanta tensión placentera. Caminamos sin decidir, vamos sin siquiera hablar de cómo iríamos a casa. Quizá por la inercia rutinaria de ambas fuimos al estacionamiento, y entonces nos dimos cuenta de que estábamos ahí, además la necesidad de discurrir la forma de salir del estacionamiento. Hora pico, bastante movimiento de autos y personas; ella me vio, sonrió y dijo:
Mira cariño, soy una perfecta huevona para eso de andar sin auto, por eso quisiera llevármelo para regresar después de…, ¿sale?
Fue poca la discusión, aunque insistí en ir juntas a costa de volverla al estacionamiento; al fin, prevaleció su propuesta. Pero ambas, picadas, calientes, nos dimos mañas para, al subir ella a su auto, darnos el primer beso, rápido, a lenguas penetrantes, una linda manifestación de nuestra sabia decisión de coger, y también de nuestra enorme calentura.
Durante el camino aprovechamos cuanta oportunidad hubo para hacernos gestos, enviarnos besos, o decirnos palabras cursis, significativas para dar realce y mantener nuestra fiebre erótica. En cuanto entramos a mi casa, nos echamos una en brazos de la otra para el beso pasional necesario para ratificar mutuos acuerdos, tendencias y necesidades amoroso-sexuales. Un ruido de pasos me hizo suspender el delicioso y excitante beso; era una de las sirvientas; le dije que subiría al estudio a trabajar, que no quería ser interrumpida por nada del mundo, y que además contestaran el teléfono diciendo que no estaba en casa. La jovencita, morena, esbelta, de buen ver adolescente, me pareció en el momento, desatada en mi gran fiebre sexual, muy atractiva para lance sexual con ella. La niña se fue, mis ojos se fueron con ella fijos en sus esplendorosas nalgas; estoy inaguantable me dije, y tomé a mi deseada “amiga” del brazo para conducirla al lugar donde daría mi paso decisivo hacia el abierto lesbianismo.
Cuando puse la mano en la perilla para abrir el estudio recordé a mi hermoso retoño; vi el reloj, tardaría alrededor de una hora en regresar; y dije, tenemos el tiempo necesario… ¿para qué?, me pregunté llena de confusión; pero, dije, los instintos dirán por donde, cuándo y cómo, pos qué carajos. Abrí, la hice entrar, cerré la puerta y me abalancé sobre ella; y esta, riendo alegre, me abrazó y puso sus labios a besar mi rostro, desde la raíz del pelo hasta las orejas, pasando por mis labios, mismos que lamió de manera exquisita, y, claro, mi pucha era furiosa catarata imparable. En tanto, mis manos acariciaban sus nalgas por encima de la ropa, esto no puede ser, me dije, separándola, viéndola lánguidamente a los ojos, tomé el vuelo de la faldita, la elevé, levantó los brazos mientras jadeaba a mil por hora, supercaliente.
Quedó en un conjunto de lencería en verdad fantástico, en realidad escogido para tener un motivo más de excitación para “la pareja”, estaba haciendo lo mismo con la falda de mi minivestido, parecimos puestas de acuerdo en el atuendo pues hasta el color de los vestidos eran iguales: azul pálido; lo mismo: lencería parecida. El lúbrico momento no era para hacer comparaciones de moda o vestido por eso, sin más observación que la reseñada, jadeando las dos a marchas forzadas, nos quitamos una a otra el resto de la ropa no sin dejar de acariciar las chichis de una y otra, sin decir nada, emitiendo suspiros, jadeos, hasta gemiditos emitió cuando apreté una soberbia chichitas. Volvimos al abrazo y al beso, esta vez las manos cobraron extensa movilidad yendo de las nalgas sin protección de la ropa pues las dos vestíamos sensacionales tangas, lindas nalgas estaban encueradas, al pelo de una y otra, para después meter los dedos en el resortito de las tangas para bajarlas y dejar los pelos de las dos al aire. Me retiré para verla, pero el sostén todavía era estorbo, por eso me apresuré a retirarlo, cosa que también hizo ella con el mío; entonces quedamos encueradas, una frente a la otra.
Tomé la iniciativa diciendo:
Quiero verte, saciarme de tu belleza…
Modeló sonriendo, jadeando, tocándose en ocasiones los pezones rosados y muy, muy tensos, se veían así; yo hice lo mismo cuando ella dio dos vueltas completas donde sus nalgas fueron un gozo más, nunca como la delicia de su bosque piloso de negro azabache en verdad deslumbrante, altamente erótico. Fueron segundos, tal vez uno o dos minutos, ansiaba sentirla, por eso de nuevo me abalancé sobre ella, esa es la palabra para describir mi ansia de sentirla con las manos y con mi boca que ansiaba besarla; el abrazo fue tierno, no exento de lujuria, y más el beso donde ahora sí se prolongó como era nuestro deseo desde dejar la mesa del restorán. Y nuestras manos se solazaban con las caricias que hacían a las chichis, las nalgas y en especial a los pelos de las dos ricas puchas sin que ninguna de las dos intentara meter los dedos a la panocha de la otra.
Cuando empezó a bajar la lengua por mi cuello, mis manos se adentraron en la barranca de entre nalgas, y Dios de los Cielos, tocar el culito fue un lindo fuetazo de excitación, nunca pensé que se podía acariciar el culo, incluso nunca lo había pensado como lugar erótico. Y ella acusó recibo mediante un casi sollozo de placer cuando la yema de mi dedo insistía en penetrar el pequeño agujerito. Y su mano se fue a mis nalgas, las acarició mientras su lengua llegaba a mis chichis y las lamió de una manera sensacional, tanto que tuve primicias de mini orgasmo con esa sensación inédita, aunque mi pinche marido me mama las chichis nunca lo había sentido con la calidad de esta lamida primero, después franca mamada con el pezón acariciado por la lengua lamedora.
Entonces mi otra mano se solazó acariciando los suaves pelitos de la casi adolescente; en ese momento comprobé la escasa edad de mi amante “encontrada”, por la tersura de los lindos pelitos de la puchita singular. Cuando ella sintió mi mano en su pucha, suspiró y acezando llena de excitación, puso su otra mano a imitar a la mía, pero ella, seguro bien caliente, no esperó a meter los dedos en mi sagrada raja, en ese momento mis dedos también se metieron al río de la otra pucha y así se iniciaron las caricias mutuas, con una mano metida entre mis nalgas empujando el dedo en el culo, la mía en el otro culo haciendo lo mismo, la boca de ella mamando ricamente mis chichitas, primero una luego la otra; caricias en el capullo en una y otra pucha las dos empezamos a gritar, energúmenas, el tremendo orgasmo que nos sacudía con oleadas de placer por el cuerpo. Aun sintiendo morir de placer, teniendo la necesidad de continuar con mis gritos de placer, mi boca buscó ansiosa las chichis portentosas de la otra hasta encontrar una y, carajo, qué delicia mamar una chichita, una teta con pezón parado, con enorme sensibilidad conforme manifestaciones de mi hermosa y jovencita amante.
Quizá la intensidad de nuestros orgasmos nos hizo tambalear y caer a la alfombra. No sentí la caída, y ella tampoco, creo, ni nuestras bocas y manos dejaron de hacer las caricias que antes hacían. Fue entonces que, sin pensarlo, mi boca dejó las chichis, mi lengua empezó a lamer la piel del tórax y fue bajando hasta llegar a los suaves pelitos, entonces lamí, con esa lamida mis sensaciones orgásmicas aumentaron, y más porque en ese momento detecté y gocé los preciosos y lujuriosos olores de la puchita adornada con los pelitos que mi lengua bañaba. Ella, seguro ansiosa de saber a qué sabía el resto de mi piel, y dada mi posición que divergía de su cuerpo, jaló uno de mis muslos para acercarlo a su boca y luego de besarlo casi con furia, empezó a lamer la piel y al mismo tiempo jalaba más con el claro objetivo de sentir con su lengua pelitos, cosa que no tardó en hacer, al mismo tiempo gritó:
Puta madre, qué hermoso hueles, querida, tu pucha es una flor de olor que me gusta muchísimo.
Pero yo no podía acceder a la raja con la lengua, para hacerlo me moví, el movimiento completado por mi amiga encontrada, incluso hizo que mi muslo pasara por encima de su cuerpo y, carajo, caímos en lo que después supe se llama 69, una de las preferencias de las mujeres que están cogiendo para tener mucho más placer. Y entonces las mamadas de las puchas se iniciaron; en escasos segundos las lamidas de ninfas y gruesos labios, y en especial cuando lamimos los respectivos capullitos, nos llevaron al gozoso orgasmo monumental que nos hizo gritar desaforadas, locas en el momento de los electrochoques. En un arqueo de mi cuerpo provocado por el inmenso placer, sentí que mis chichitas tocaron la piel ajena y con esa sensibilidad exacerbada de mis pezones, mi orgasmo se incremento para llevarlo a una magnitud increíble, y más si se considera que continué frotándome contra la divina piel de mi mamadora.
Fue en ese momento que ella empezó a decir ya, ya, ya…, ya mi vida, no puedo más…
A mí me estaba pasando lo mismo, hasta mi lengua sentía la fatiga del placer. Quedamos una encima de la otra, y las cabezas de las dos entre los hermosos muslos de una y otra. Ella gimió su postrero gozo, salió de entre mis muslos para jalar los propios, y venir a mi lado; en cuanto estuvo cerca de mi rostro me besó tiernamente, acarició con dulzura una de mis sensibles chichitas, y dijo: Puta madre, ¡esto es coger!, para volver a besarme con ternura, incluso lo pude apreciar como un beso amoroso, realmente amoroso.
Sin casi percibirlo emití risitas alegres, y, en susurros, dije:
¿No que no sabíamos cómo?
No pos sí, pero, puta madre, qué manera de coger… la verdad… no pude haber tenido mejor idea para ponerle cuernos a mi horrible, tú hermosa, mi amor… porque desde ahora eres mi real amor, ¿quieres?
Sí, sí… carajo, ¿no es preciosa esta cogida… entre chavas decididas a gozar del sexo?
Continuamos diciéndonos ternuras no exentas de cursilería, pero muy sentidas. Una de esas vi el reloj de péndulo, lo tengo en el estudio, y Dios de los Cielos, era casi la hora de la llegada de mi bebita. Temblé casi con pavor la vi, la besé con ternura pero con cierta premura antes de decir: No sabes cuánto lo siento, pero… debemos vestirnos, al menos eso, pues mi hija, carajo, no tarda en llegar; no sabes cuánto lo siento. Ella, luego de besarme a lengua penetrante, dijo:
Claro, mi amor, claro, vámonos… que no sea esta la única vez… ¿Cuándo podremos….?
Caray querida, mañana mismo, ¿quieres?
Por supuesto, ¡quiero!, ¿dónde nos vemos?
Pues… aquí, ¿te parece bien?
No pues sí, pero más temprano, ¿no?
Sí, sí… ¿a las nueve está bien?
No se diga más… a vestirse, querida… no tenemos por qué causar… conflicto a la peque, ¿no crees?
No dijimos más; ambas, a las volandas, nos vestimos, no sin estarnos acariciando ora las chichis, los pezones en especial, las nalgas, claro, metidas de dedos en las puchas, metidas que tuvieron el alcance de producirnos magnífico orgasmo y los sensibles clítoris respondieron con gracia y enorme rapidez a las deliciosos estímulos. Ya vestidas salimos alegres, tomadas de la cintura. La conduje hacia la salida; en el corredorcito que va a la puerta la detuve, la enfrenté, acaricié su rostro con la mano mientras la otra acariciaba un senito, y la besé a lengua penetrante, gozosa, lo mismo la lengua de ella; estábamos fundidas en el beso cuando escuché:
¡Mamá…!
Por poco azoto. Pero recobré la ecuanimidad, sonreí, la vi y dije:
Qué bueno que llegaste. Ella es Eugenia, una buena amiguita mía. Ven a saludarla.
Eugenia estaba roja por la congoja, no por la excitación. Sin embargo la vi sonreír, estiró la mano para saludar a la chiquilla, mi niña tan hermosa, y dijo:
Mucho gusto en conocerte… eres más bella de como había dicho tu mamacita.
Las manos se estrecharon, y yo respiré con cierto alivio. La hija:
Mucho gusto, Eugenia… ¿siempre se besan así cuando se despiden?
Vi a mi amiga contraerse, pero guardando la cordura, dijo:
Claro, así lo hacemos siempre… ¿tú no besas a tu mamacita?
Sí, no pos sí… pero no en la boca.
Entonces dije
De hoy en delante nos vamos a saludar y despedir con besitos en la boca… ¿te gustaría?
Mi niña del alma sonrió, y dijo:
No pos sí… cómo no habría de gustarme… y mucho.
Para concluir con lo que bien pudo ser una catástrofe me adelanté para besar a mi hija directamente en la boca… y el beso desató en mí una catarata de sentimientos tremendos, encontrados muchos, pero otros de deseo febril de… ¡repetir el beso a mi hija!, pero mi amiga estaba diciendo:
Bueno, querida… me voy… no sabes el gusto que me dio conocer a tu bella hija. Te llamo para ponernos de acuerdo, ¿no?
Sí, por favor…
Volvimos a besarnos en la boca. Observé la sonrisa de satisfacción de mi tierna hija, al menos así interpreté su sonrisa alegre.
CONTINUARÁ
Eso de darle un beso directo a la niña en la boca si estuvo bien enfermo