La mamá de mi novio es amorosa
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace ya dos años que ella es “novia” de Román y aunque no lo hacen evidente, Maysa suele quedarse a dormir con su novio y por las mañanas, considerando que tanto este como sus padres van al trabajo, ella se queda haraganeando en la cama hasta que la prudencia le dice que debe regresar a su casa.
Aquella mañana de diciembre, que ya apunta calurosa, la jovencita de dieciocho años yace espatarrada entre las sábanas humedecidas por el sudor y con signos evidentes que sobre ellas han retozado duramente la noche anterior.
Silenciosamente, se entreabre la puerta y por ella asoma Elisa, la madre de Román, quien observando la absoluta desnudez de ese cuerpo esbelto como un junco entreverado entre las sábanas, se acerca a la cama y, arrodillándose a su lado, recorre con mirada golosa la esplendidez de los senos y nalgas de la muchacha para luego, muy delicadamente, llevar la yema de un dedo a recorrer la comba de los senos, deambulando por los dorsales hasta la cadera que exhibe alzada el cuerpo ladeado de la joven y aventurándose por la sedosos glúteos, busca su vértice para establecer contacto con el sexo humedecido.
Retirando con la misma suavidad la mano y llevando el dedo a sus narices, lo huele con fruición para luego enjugarlo con la punta de la lengua; eso y la aviesa intención que la hiciera faltar al trabajo, potencian su deseo de poseer sexualmente a la muchacha y quitándose la holgada camisa que utilizara como camisón, deja expuesto su cuerpo que a los cuarenta y un años no tiene nada que envidiarle a las jóvenes, claro que gracias a su sacrificio en el gimnasio; alta y más corpulenta que Maysa, su cuerpo sólido y macizo deja ver un buen par de tetas que habitualmente desasosiegan a sus compañeros de trabajo y su vientre chato como el de una atleta, se hunde sin panza en un prominente Monte de Venus y desde allí parten las estilizadas piernas que sustentan a la poderosa grupa.
Cualquiera diría que una mujer poseedora de tan magnífica figura y a quien no deben faltarle oportunidades de tener algún desliz con hombres, esté particularmente interesada a tener sexo con aquella jovencita y sí, estaría en lo cierto, pero es que con la cercanía de los cuarenta, hace tres años comenzó a rebullir en su mente y cuerpo la sensación que no estar sexualmente completa a pesar del buen sexo que mantenía con su esposo y justamente, ese desliz tuvo lugar, pero inesperadamente con una compañera de gimnasio a la cual solía visitar y que le expuso crudamente su condición de lesbiana y sin más, acepto mantener relaciones con ella que le habían resultado maravillosas, permitiéndole descubrir lo acotado que fuera hasta el momento su horizonte sexual.
Inesperadas regiones de su cuerpo respondían a los particulares reclamos de la mujer y se descubrió sorprendida capaz de encarar entusiastamente acoples y posiciones que jamás hubiera imaginado realizar y que la complacieran de tal forma, haciéndole alcanzar algunos de los más espectaculares y profundos orgasmos de su vida; a pesar de su goce, manejó con discreción la frecuencia de los encuentros para que no se convirtieran en una adicción y sí en verdaderas fiestas de los sentidos, de las cuales salía satisfactoriamente plena.
A diferencia de su amante, sacaba placer de cada acople o de los diversos “juguetes” con que aquella amenizaba cada encuentro, pero definitivamente había mantenido incólume su feminidad y aquellos momentos de solaz no pasaron de ser tales, pero últimamente, se había encontrado observando con lujurioso pensamientos la grácil figurita de Maysa y esa mañana había decidido a jugárselo todo.
Ya realmente excitada por las fragancias naturales de la muchacha y por los efluvios que escapaban de las retorcidas sábanas, mezcla de sudores, humores corporales y semen, volvió a la carga desenredando del cuerpo y piernas de la chica la ropa de cama en forma tan delicada que aquella ni siquiera pareció percibir esos movimientos y en vista de tal relajada predisposición, fue acomodándola boca arriba y abriéndole las piernas para facilitarse el posterior acceso al vértice mágico, tras lo cual acercó su rostro al bien dibujado de la novia de su hijo y con menudos y suaves besos fue recorriendo su frente, los cerrados párpados, las sienes, los lados de la nariz haciendo tremolar las sensitivas narinas para finalmente recalar sobre las comisuras de los labios y recorriendo estos mismos con liviandad de mariposa para no despertarla aun.
Maysa había sostenido una verdadera batalla sexual con Román durante horas y, rendida a más no poder, cree percibir como en otra dimensión las caricias de la mujer y, aun sin cobrar verdadera conciencia de quién lo hace, decide dejarse ir y disfrutarlo desde esa hermosa bruma en la que está sumida; el ver esa blanda relajación que invade a la muchacha como si estuviera drogada por algún hipnótico, sin evidenciar otra vida que la casi imperceptible respiración, exacerba el deseo y las fantasías de la mujer quien, golosamente, manda su boca a escurrirse por el mentón para enfrentar la prominencia curva de la tráquea en medio del cuello y por ella se dirige lentamente hacia abajo, contando ahora con el auxilio de la lengua que tremola delicadamente sobre la piel juvenil, depositando un húmedo rastro de saliva que enjuga con los labios en pequeñas chupadas.
Por su parte, los dedos no han permanecido inactivos y complementando las yemas con el filo romo de sus cortas uñas, va recorriendo con lujuriosa curiosidad los huecos y protuberancias que conforman ese cuerpo maravilloso para ella, provocando que Maysa deba hacer un esfuerzo para mantenerse quieta ante tan exquisitas caricias de quien ya está segura en la madre de su novio; en su corta pero prolífica experiencia sexual, no ha tenido oportunidad de cruzarse con alguna otra muchacha que tenga su misma curiosidad sobre la homosexualidad femenina, pero no por eso ignora algo de su práctica, ya a que a partir de su mayoría de edad ha accedido a la compra de videos sobre lesbianismo y conoce todo el repertorio con que las mujeres pueden satisfacerse mutuamente sin necesidad de hombres.
El que sea su suegra quien la está introduciendo a ese mundo que hasta el momento le parece perturbadoramente placentero, es otro motivo de celebración, ya que la hermosa mujer no ha escapado a sus especulaciones de cómo sería estar en una cama con ella y la regocija sobremanera saber que finalmente tendrá con Elisa un verdadero lance lésbico.
Las narinas de esta se dilatan ante los aromas de la piel de la jovencita, mezcla de sudores y olorosos vestigios de humores y fluidos de horas antes, junto a la salvajina particular de toda mujer encelada que, mágicamente, se funden con esos dulces resabios infantiles que emanan de las adolescentes; decididamente, lengua y labios recorren la parte superior del pecho cubierta de un fino sarpullido ruboroso para dirigirse a relevar la consistencia de los senos que la juventud aun mantiene erectos pero cuyo peso doblega esa resistencia para volcarse en delicada comba sobre el abdomen.
Es justamente esa grieta, esa arruga, la que concita el interés de la afilada punta de la lengua que, como un estilete, se hunde en ella para buscar y degustar el salobre jugo; esa acción la enardece aun más y en tanto empeña los labios en la succión, una mano de desliza exploratoria hacia la entrepierna; presintiendo tal vez la inexperiencia de la muchacha, deja que la yema de su dedo mayor se aventure sobre el nacimiento de la vulva en búsqueda de establecer contacto con la parte superior del clítoris y, para su contento, seguramente en un respuesta instintiva a su accionar, este se muestra oferente, apenas hundido en la rendija del sexo.
Al tiempo que la boca inicia una ascensión en lerdo espiral siguiendo la forma ovoide el seno y la otra mano soba cuidadosamente la otra teta, la yema comienza a estimular delicadamente al elástico capuchón, notando como ante eso, el tubito carneo del interior va cobrando consistencia; ya sus ojos alucinan ante las amarronadas aureolas que, apenas granuladas, sostienen un par de pezones incongruentes con los de una jovencita, más propios de una mujer madura y parida repetidamente.
A Maysa ya le cuesta trabajo mostrarse indiferente ante las soberbias caricias de la mujer, pero se ha propuesto dejarla despacharse a gusto antes de terciar en la lucha como protagonista, por eso siente regocijada como la lengua azota rudamente los largos pezones y tras abatirlos como a elásticos juncos, introducirlos a la boca para comenzar a chuparlos con ansiosa gula y lo que es mejor, el largo dedo mayor se ha introducido a la vulva para rozar con estupendos roces los rosados y mojados colgajos del interior hasta que, en tanto los dientes compiten con los labios sobre el pezón y pulgar e índice friccionan en leve retorcimiento al otro, muy cuidadosamente, el dedo combado va introduciéndose a la vagina para ir en busca de la callosidad ubicada en la parte anterior y después de estimularla concienzudamente, arrancando los primeros gemidos inconscientes en Maysa, abandonar los pechos para zambullirse como enloquecida sobre la entrepierna.
Alucinada por el espectáculo, abre las piernas de la joven sin forzarlas para luego contemplar arrobada semejante belleza; ciertamente, el sexo de Maysa es realmente hermoso, ya que debajo de un pequeña flecha de fino vello que parece señalarlo, se yergue la encapuchada presencia del clítoris que preside la raja de una vulva no demasiado desarrollada que deja entrever el rosáceo interior.
Aquel es el objetivo de Elisa y abriendo los labios con índice y mayor, encuentra la maravilla del interior, donde los pliegues que nacen como finas extensiones del prepucio, se precipitan en verdaderos colgajos intensamente rosados y cuyos bordes desflecados se oscurecen por la acumulación de sangre, rodeando al óvalo nacarado donde se destaca la presencia de un meato dilatado, debajo del cual se hacen evidentes los diminutos círculos de las glándulas del placer e, inmediatamente, se abre la boca alienígena de una apretada vagina.
Obnubilada ante tanta belleza, Elisa extiende la lengua y acercándola al centro donde se destaca el agujerito de la uretra, la hace vibrar tremolante para escarbar en ella y al sentir los ácidos sabores de orina, cree desmayar de deseo, por lo que hace a la lengua recorrer todo el ámbito y los fruncidos pliegues que lo rodean mientras un dedo va introduciéndose a la vagina en lentos movimientos de rascado que resbalan en los espesas mucosas; Maysa ya no puede simular por más tiempo y en tanto proclama su aquiescencia en susurrados sí, hace que los dedos de la mano derecha se hundan en los cortos mechones de la cabeza de su suegra para, acariciándola, impulsarla contra su sexo.
Contenta por la reacción de la muchacha que ella no descartaba pero no estaba segura de obtener, le encoge las piernas para obtener un mejor acceso al sexo y ahora sí, con la colaboración de los dedos de ambas manos, se esmera en chupar concienzudamente todo el sexo mientras lleva otro dedo a acompañar al mayor dentro de la vagina a la vez que el pulgar de la otra mano restriega en círculos al ya alzado clítoris.
Dando expansión a la brutal calentura a que la condujera la mujer, Maysa no sólo incrementa la apertura y encogimiento de las piernas, sino que va imprimiendo a su cuerpo un movimiento copulatorio acomodado al ritmo de las manos y la boca, en tanto toma entre sus manos los tetas que se sacuden a ese compás para estrujarlas y pellizcar los pezones con cierta saña masoquista que la excita; por ser el inicio de su primera vez, se admira de la habilidad de la madre de su novio para proporcionarle ese nuevo goce que es totalmente distinto al obtenido jamás con hombre alguno y admirándose de su propia osadía, requiere ahogadamente que la mujer acentúe no sólo la velocidad del sexo sino que incremente la cantidad de dedos que le introduce en remedo a un falo.
Contenta por la entrega de la jovencita y acelerando los tiempos de lo que dejara ex profeso para después, une en una cuña los tres dedos e introduciéndolos hasta que los nudillos le impiden ir más allá, lleva la boca a tomar entre los labios la masa musculosa del clítoris y al tiempo que lo succiona apretadamente en imitación a un excelso coito, con los dedos de la otra mano estruja entre sí los colgajos para, con esa acción conjunta y vigorosa, obtener de Maysa no sólo un encendido asentimiento sino la proclamación de una próxima eyaculación y así, al cabo de unos momentos en que ambas se debaten frenéticas en medio de los sacudimientos y corcovos de la jovencita con una mezcla de ayes y suspiros, la abundancia de los jugos que huelen levemente a orina, escurre chirle entre los dedos de Elisa que contempla complacida la relajación corporal de la muchacha.
Ella sabe que por su consistencia, aroma y profusión, la chiquilina ha eyaculado sin obtener un orgasmo y conociendo por experiencia que en aquellas pocas mujeres capaces de hacerlo, siendo sólo una expansión glandular a la que favorece la estimulación del punto G, la excitación sigue su curso, trepa rápidamente por sobre la muchacha para buscar desesperadamente su boca; desde los quince años en que se iniciara sexualmente, Maysa conoce la diferencia entre un buen orgasmo y una de aquellas frecuentes eyaculaciones lechosas que aunque la alivian circunstancialmente, son más un preludio al orgasmo que otra cosa; por eso es que recibe jubilosa la presencia del sólido cuerpo sobre el suyo y la ávida boca olorosa de su propio sexo.
Abrazándose apretadamente, sin dar descanso a las manos que recorren codiciosas los cuerpos transpirados, contradictoriamente, se entregan a los besos y juegos de lengua con una calma y beatitud que desconcierta y así es como, en tanto las manos exigen voraces a cada rincón del cuerpo de la otra, descubriendo regiones imaginadas y ahora finalmente palpables, las bocas se unen y separan con un suavidad inconcebible momentos antes, al tiempo que las lenguas efectúan una especie de erótico ballet por el cual se rozan, empujan y retuercen con perezosa gula.
Como embriagadas por la seducción, sólo separan las bocas para mirarse a los ojos con amorosas ansias y, muy lentamente, ceden el paso a las palabras que surgen entre procaces y abochornadas de sus gargantas por primera vez, expresando con incoherencia las sensaciones físicas que las compelen a continuar con aquello hasta la consecuencia final y alabándose mutuamente de sus virtudes, condiciones, habilidades y belleza, van acomodándose de lado y así abrazadas, inician una etapa más voluptuosa de los besos al tiempo que las manos, más sosegadas, buscan angurrientas los senos de la otra para sobarlos y estrujarlos con vigorosa ternura.
Ante un inquieto y turbado reclamo de la joven por querer hacerle sexo oral, Elisa imagina la confusión en la muchacha y para favorecer su deseo, la hace bajar un poco en la cama e invirtiendo el cuerpo para que su cabeza quede sobre la de Maysa, recomienza con los besos como prólogo de lo que la joven reconoce como un sesenta y nueve; entusiasmada por poder conocer aquel formidable cuerpo centímetro a centímetro con dedos, boca y lengua, es ella quien busca desprenderse del beso para dejar la lengua tremolante relevar la suavidad del cuello de Elisa, sabiendo que aquella responderá en consecuencia.
Es todo un espectáculo la unión de esos cuerpos magníficos que parecen fundirse el uno en el otro con miscibilidad líquida y en medio de suspiros, sonoros chupeteos y ayes de anhelosa satisfacción, van deslizándose hasta que lo inevitable ocurre; boca y manos se encuentran frente al vértice mágico donde se funde toda la genitalidad femenina; para una es la enésima vez pero la primera en que lo sobre una joven sin experiencia alguna en el lesbianismo y para la otra, además del incentivo retorcido de estar haciéndolo con la mujer que pariera a su novio, es la única oportunidad de confirmar si aquellas inclinaciones homosexuales que la acucian cada día más son verdaderas y, extrañamente, ruega porque así sea.
Sin prisas, cual si fueran viejas amantes, van dejando que los efluvios salvajes del sexo saturen sus glándulas olfativas, hasta que esa gratificación las compulsa a extraer las lenguas y casi al unísono, establecer contacto con el leve vestigio velludo; aunque la mujer mayor ya lo disfrutara, sin diferencia alguna, en ambas se produce como un invisible contacto eléctrico que las sacude hasta lo más hondo y así como la punta tremolante de la lengua de Elisa explora hábilmente el escasísimo vello púbico de la joven, esta, entre curiosa y remisa, deja que la aguda punta de la suya apenas toque el negro vello que, a diferencia con el suyo, ha sido recortado como una fina tira que se extiende casi hasta tomar contacto con la raja.
El sabor desconocido la excita y expresando pasión por primera vez, hace vibrar a la lengua para enjugar ese sabroso jugo; rápidamente avanza hasta llegar donde se yergue el arrugado capuchón y sintiendo como su suegra hace lo mismo en ella, agita como un látigo al órgano, fustiga al fibroso clítoris que esconde el prepucio.
Elisa ha colocado las delgadas piernas encogidas debajo de sus axilas y de esa manera, todo el aparato genital de Maysa queda a su disposición y separando con dos dedos los inflamados labios mayores, azota vigorosamente todo ese maravilloso conglomerado de sensibles tejidos y siente el ardor en la respuesta de la joven que no sólo la imita sino el entusiasmo con sus labios se esmeran en colaborar con la lengua en un inculto pero aplicado sexo oral.
Es que a Maysa la admira la forma en que si psique se ha adaptado a esa situación que cualquier mujer común rechazaría y de cómo el tomar contacto con un sexo femenino, del cual conoce acabadamente sus virtudes sexuales pero también las porquerías que transitan por él, llega a enardecerla de esa forma; fascinada por el tamaño de la vulva que es realmente grande, admira esa profusión de frunces y colgajos con un apetito que no hubiera concebido experimentar y con verdadera gula apasionada, hunde su boca entre los cálidos tejidos para chuparlos y lambetearlos con frenesí.
Alegre por la actitud de la joven, Elisa se aplica con su mejor experiencia y así, durante un rato, con los dedos engarfiados en las nalgas de la otra, se pierden en un festival de labios y lengua que, lejos de aplacarlas, las inflama más. Sabiendo que debe y anhela llevar aquello hasta un final que la jovencita ni siquiera imagina; Elisa extiende el chupeteo hacia el periné para traspasarlo entre los gemidos acuciantes de la muchacha, concentrando a labios y lengua sobre el rosáceo agujero anal, los unos succionando como una ventosa y la otra, escarbando endurecida sobre los esfínteres que lentamente van cediéndole paso.
Aquello es realmente inédito para Maysa quien, seguramente influenciada por el mito, ha defendido a capa y espada aquel sitio, pero ahora descubre que su estimulación no sólo no la molesta sino que hasta la seduce por los disparos aleatorios de placer que desde allí se extienden por su columna vertebral y hundiendo la boca golosa entre los exquisitos pliegues, siente como la lengua penetra decididamente a la tripa y con sorprendente agrado, detecta un dedo que, auxiliando al órgano, va penetrándola en toda su extensión; asociando siempre a la sodomía con el dolor, percibe que ciertos músculos del ano, transmiten a su cerebro oleadas de un placer nuevo y distinto, ni mejor ni peor que el de la vagina pero infinitamente voluptuoso.
Son tales los ronquido satisfechos con que expresa su contento por la mínima sodomía, que Elisa decide llevar a cabo la consumación total del acto y saliendo de encima de la muchacha que expresa agitada su protesta, alcanza aquello que dejara tapado con la camisa; se trata de un largo consolador de casi sesenta centímetros de largo y cerca de cinco de grosor que, llevando un eje vertebrado en su centro, le permite mantener la elástica rigidez de uno verdadero a pesar de su extensión.
Interrumpida en su vehemente chupeteo, Maysa observa con curiosidad el hermoso trasero de su suegra quien se encuentra buscando algo sobre la silla y cuando se da vuelta, ve atemorizada ese sorprendente consolador que ha visto repetidamente en los videos que, como una monstruosa serpiente de dos cabezas tiembla en manos de Elisa, pero esta, tendiéndose a su lado, la besa tiernamente al tiempo que le pide no tenga miedo, porque va a ser protagonista privilegiada de uno de los mayores goces que pueda experimentar una mujer y en tanto la jovencita, responde a sus besos en medio de súplicas de que no la haga sufrir, va deslizando la lisa y monda cabeza de silicona contra los tejidos mojados de la vulva aun dilatada.
Efectivamente, la suavidad de aquel roce le gusta y ronroneando mimosamente al oído de la mujer, le reclama que haga de ella lo que quiera; la respuesta de Elisa no se hace esperar y mientras sigue con el delicado toqueteo del falo, va bajando por su cuerpo transpirado con besos y lamidas hasta arribar a la entrepierna, donde se detiene para fustigar con la lengua al todavía crecido clítoris mientras, despaciosamente, presiona para que la verga descomunal vaya penetrándola.
Verdaderamente, en su corta pero variada vida sexual, ella creía haberlo conocido todo en cuanto a falos, pero este, tal vez por su consistencia o temperatura, se le hace realmente insoportable y expresa lloriqueante ese sufrimiento a la mujer quien, sin cesar en su intenso chupeteo al clítoris, le pide un poco de paciencia porque después se lo va a agradecer; con las manos clavadas en las húmedas sábanas, gime quedamente a la vez que ella misma, en su crispación, proyecta la pelvis al encuentro inconsciente del falo y, sorpresivamente, una vez que la terrible cabeza ha pasado el vestíbulo vaginal, siente un enorme alivio a la par que todo el formidable consolador va deslizándose dentro de ella hasta trasponer la estrechez del cuello uterino.
El consolador posee en su centro una zona rígida y áspera que le permite a Elisa asirlo por ella para manejarlo como lo haría un hombre con su miembro y separándose un poco para poder impulsarse, le reclama a la jovencita que aguante y muy lentamente, va imprimiendo a la mano un lerdo hamacar que se traduce en un cansino movimiento adelante y atrás de la verga dentro de Maysa quien, enceguecida por esa mezcla de sufrimiento y placer, lleva automáticamente sus piernas a envolver la cintura de la mujer y con ese sustento, aun mordiéndose los labios por el dolor-goce, se proyecta al encuentro del formidable falo.
Aunque lo anhelaba, Elisa está admirada y complacida por la actitud de la muchacha y entrevé un futuro promisorio para ambas como pareja, por eso es que, sacándole las piernas de alrededor suyo las alza para cruzarlas y de esa manera obtener un mayor roce del consolador en el interior de la muchacha que ahora aúlla de placer. Haciéndole alzar las caderas, sostiene reciamente al falo y le da violentos enviones que hacen gritar de goce y dolor a la chiquilina que, sin embargo, cruza aun más las piernas y da mayor vigor a los embates mientras le suplica que la coja así hasta hacerla acabar como una yegua.
Ambas están obnubiladas por la intensidad de sus emociones y es cuando Elisa, quien también desea gozar del falo, le hace estirar las piernas separadas para luego acomodarse mejor y con una rodilla pegada al torso de Maysa y la otra pierna firmemente asentada sobre la cama, toma el resto del falo para ir hundiéndolo profundamente en su vagina y así ladeada, inicia una cabalgata por la cual se penetra de costado a sí misma con toda la dureza de la verga; aunque Maysa esperaba ser penetrada hasta acabar, ese descanso aparente, ya que el consolador sigue moviéndose en su interior, le hace comprender a la joven la verdadera naturaleza del lesbianismo y se promete llegar hasta donde la mujer se lo proponga y por cuanto tiempo ella quiera.
Es fantástico contemplarla encima suyo, con su magnífico cuerpo ascendiendo y descendiendo en la cópula y, sin siquiera pensarlo, extiende las manos para apoderarse de la tetas bamboleantes y comienza a sobarlos entre los complacidos gruñidos de la mujer quien se mantiene erecta haciendo fuerza para incrementar el roce; Maysa es la primera vez que lo hace y la consistencia maciza de los pechos la hace desearlos más, por lo que intensifica el estrujamiento al tiempo que le pide a la mujer que se incline para poder hacérselo con la boca.
Evidenciando su experiencia, Elisa desciende el torso hasta que los pezones rozan su pecho y apoyándose en los brazos estirados, con una mano a cada lado suyo, deja que la muchacha se prenda con toda la boca sobre las tetas mientras diestramente sigue meneando la pelvis para sentir como el falo la recorre por entero; para la joven es una experiencia increíble tener entre los labios la exuberancia de las aureolas y pezones de su suegra y reforzando esas succiones con duros estrujamientos a los senos, se deleita durante un rato hasta que sus ansias la llevan a más y pidiéndole a la mujer mayor que la deje montarla de la misma manera, consigue que aquella, sin retirar al consolador de sus cuerpos, vaya acomodándose para quedar casi recostada y en ese momento Elisa decide tomar un atajo hacia la obtención del placer total.
Diciéndole que esa será una experiencia única, va acomodando las piernas de ambas para quedar cruzadas, con la derecha por debajo de la izquierda y la izquierda por encima de la derecha; en esa posición y tomándose de la rodilla alzada, puja e incita a la joven a imitarla, hasta que todo el consolador esta en sus vaginas, incluso la parte rígida y abriendo con los dedos los labios de la vulva para que ambos sexos rocen sus interiores, inicia un movimiento copulatorio que la joven adopta inmediatamente, habida cuenta del delicioso estregamiento de las sensibilizadas carnes y el loco vaivén de la verga dentro suyo.
Los ojos golosos y hambrientos de ambas se buscan, evidenciando la lujuriosa ansiedad que las habita y así, embistiéndose mutuamente a la vez que los dedos hacen estragos en los sexos abiertos, expresando toda su lubricidad en soeces promesas de placer y goce, se agitan enloquecidamente hasta que es nuevamente Elisa quien decide dar fin a aquella relación de manera épica y saliendo intempestivamente de la muchacha que jadea agitada, la hace ponerse en cuatro patas y volviendo a dirigir con la mano al empapado consolador, lo apoya en los esfínteres anales de Maysa que, inquieta, intenta una vana huida que Elisa reprime sujetándola por la ingle y sin consideración alguna, hunde inmisericorde la ovalada cabeza del falo en el ano.
El grito, horrísono y estridente llena el cuarto y en medio de los sollozos y maldiciones de la joven, virgen de sodomía alguna, Elisa la sujeta mejor por las caderas y dando un formidable empuje a su pelvis, hunde el resto del falo en la tripa y ahí es donde se produce lo mágico; el sufrimiento de Maysa ante la sodomía responde más a un miedo atávico que a lo real y verdaderamente, una vez avasallados los musculitos de los esfínteres, el sentir semejante barra dentro del recto va produciéndole reacciones que no sabe bien si relacionar con el placer pero que le agradan y la satisfacen:
Notando que los sollozos y rugidos se han convertido en un suave jadeo y que la joven no sólo no intenta liberarse sino que imprime un cansino hamacarse al cuerpo, va morigerando el vaivén e inclinándose, lleva las manos de la cinturas hasta asir los pechos bamboleantes de la muchacha. Ante ese cambio y reconociendo que su suegra entiende lo que le está pasando, Maysa recibe las caricias con mimosos asentimientos a los que agrega un pedido para que la mujer incremente el manoseo en tanto la proximidad de sus orgasmos aumente para terminar aquel acople de la manera más feliz.
Contenta por haber hallado en aquella jovencita un alter-ego a su incontinencia sexual y jurándose promover el pronto casamiento de su hijo a fin de poder poseerla cotidianamente, suma al los estrujamientos de las tetas fuertes retorcimientos a los pezones que matiza con duros hundimientos de sus uñas a las carnes doloridas, sólo para obtener, entre suspiros y jadeos, los frenéticos sí de la muchacha; exacerbada por la proximidad del futuro orgasmo, sale bruscamente del falo y poniéndose en idéntica posición que la joven, lo guía con la mano para hundirlo hondamente al ano.
Maysa también se alegra por que su suegra le haga vivir esas cosas y viendo cómo aquella cambia de posición para que ejecuten una doble sodomía, sintiendo como sus nalgas rozan fuertemente las suyas, estira las manos hacia atrás y pidiéndole a la mujer que la imite, se aferran para dar con ellas el empuje necesario a sus cuerpos que ahora se hamacan adelante y atrás al unísono mientras el monstruoso falo socava deliciosamente las tripas.
Los gritos, gemidos, ayes y alabanzas de las dos llenan el cuarto hasta que, como almas gemelas, proclaman casi simultáneamente la llegada de su alivio y cuando esto se produce, los rugidos y bramidos salvajes junto a los acudimientos incontrolables de sus cuerpos y la verdadera carnicería que ejecutan en sus propios sexos con las manos para recibir la jugosa ofrenda dde la cuerpos, encuentra su correlato en la abundancia de sus humores más íntimos y junto a la satisfacción más honda que pueda experimentar una mujer, van derrumbándose relajadas sobre las sabanas con sus cuerpos aun unidos por aquella bendita fabrica del placer en que el consolador.
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