Las calcetas de la Rosa
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La Rosa me invito a ver sus calcetas; era una tarde de Septiembre en la que estaba estrenando calcetas negras de las que se hacía notar su calzoncito amarillo. En tal circunstancia me llevó a la casa abandonada que se ubicaba en una de las esquinas del famoso muro.
Subiendo las gradas del muro, se podía ver un sector de la ciudad (el centro) también se podía ver al interior del colegio que estaba al frente. El caso es que la casa abandonada estaba precisamente ahí y a ella se podía entrar por una de las ventanas que ya había perdido parte de los vidrios y las delgadas varillas que los cubrían no impedían el ingreso.
Como ya sabíamos que estaba deshabitada entrabamos como si nada y nos acomodábamos en uno de los rincones. En esa tarde, la Rosa se levantó la faldita y comenzó a dar vueltas y se mataba de la risa; como se hacía notar su calzoncito amarillo yo ya me estaba metiendo la mano dentro del mío; la muy conchudita se dio cuenta de aquello y de sopetón se detuvo e intentó bajarse la calceta pero no podía mantener el equilibrio porque se tambaleaba mareada de tantas vueltas que había dado.
Yo me eche a reír, eso la fastidió un poco, pero así y todo se dio modos para equilibrarse; me dijo que quería hacer pis, entonces la apoyé al hombro hasta un rincón cerca a la ventana mientras ella se bajaba la calceta y el calzón. Una vez que se desaguó y levantándose para dejar atrás el charquillo que había producido, aún con todas sus prendas abajo y enseñándome sus partes, empezó a sacarse las zapatillas, la calceta y su calzoncito amarillo que nomás de tocarlo ya me encendía como fosforito. Ahí nomas nos echamos una sobre la otra y mientras mis manos circulaban por sus curvas traseras las suyas alisaban mi espalda para irme metiendo de a poco las manos en el shortcito.
De ahí nomás dio con mi calzón y me lo bajo de las nachas dejándomelas ahí destapadas al contacto del piso; que no es por nada pero lo sentí frío, yo le estaba frotando su pavito con mis deditos y luego que la voltee se lo comencé a lamer y se retorcía cuando le pasaba la lengüita, eso sí le gustaba. Luego hizo que me detuviera y me dijo -si te he traído hasta aquí es para que me dejes tocar tu sostén y me dejes mamar tus tetitas- en eso yo me abrí la chamarra que era lo único que se interponía entre sus manos y mi sostén. Cuando logró abrírmelo comencé a restregarle mis tetitas en las manos y luego en la cara, después se quedó mirándolas y me dijo -pronto voy a tener unas como las tuyas, mira- y para que se las viera se levantó la blusa blanca que traía esa tarde.
Para terminar hicimos un intercambio, ella me prestó su calzoncito amarillo que tan caliente me ponía y a cambio yo le entregué mi sostén para que lo sintiera entre sus manos, pero la muy pervertida me miró y levantándose me gritó – quédate con él- y subiéndose la calceta se echo a correr para salir de la casa.
Yo me tuve que subir el cierre de la chamarra como pude porque no traía nada más puesto arriba y me puse a seguirla metiendo su calzón en el bolsillo de mi chamarra. La seguí saliendo de la casa y bajando la calle empinada; ella se fue rumbo al edificio de “El diario” que quedaba a la vuelta en la avenida 6 de octubre.
En ese edificio maltrecho, la puerta principal siempre quedaba abierta al mediodía, nosotras lo sabíamos y sabíamos también que nadie se quedaba adentro.
Entrando y al final del corredor a la derecha había un patio, muy viejo por cierto, pero al frente de unas gradas que estaban en medio, habían tres baños y uno de ellos siempre quedaba abierto; nosotras lo sabíamos.
La Rosa se había metido precisamente ahí, y me dijo que si quería recuperar mi sostén, tenía que pasarle la lengua por el trasero; entonces se dio vuelta y bajándose la calceta se apoyó sobre el inodoro con las piernitas abiertas; me agaché y le puse la lengua en medio de las nalgas y se lo comencé a lamer con gusto porque mientras se lo lamía metí mi mano en el bolsillo de mi chamarra y comencé a tocar su calzoncito amarillo que tan ardiente me ponía.
Mientras le lamia, me entregaba su sapito bajándolo con la mano hasta la punta de mi lengua, luego me abrí el cierre de mi chamarra y como no traía nada abajo agarré una de mis tetitas y alterné entre lamer y meter mi tetita entre su sapito y el orificio de su trasero, cuando terminé ella me dijo –tu ya me has visto orinar, ahora me toca a mí, vente a hacer pis- y soltándome el cinturoncito me bajó el shortcito negro que traía, ella se arrodilló frente a mí para verme mejor y yo me semi-senté en el inodoro y solté mi orín. La Rosa bien excitada se comenzó a manosear el pavito y me dijo –te lo voy abrir- y con una de sus manos me abrió el pavito sin importarle que se moje la mano con mi meo.
Terminado el espectáculo que le ofrecí para su morbosa mente, me lamió el pavito abierto entre sus deditos, degustando el saborcito que había quedado todavía de mi meo en mi partecita, se relamió los labios, y poniéndose de pie me pidió que hiciera yo lo mismo y como yo estaba semi-sentada todavía, me encajó el pavito en la cara con tanta fuerza que casi caigo de rodillas Luego se apartó de mi cara y se subió la calceta, le dije que si me devolvía mi sostén porque ya tenía mis tetitas mucho rato al aire, ella lo saco de dentro su blusa por la parte del cuello y me dijo –te lo ganaste tetudita- y me lo dio, de inmediato me saqué la chamarra y me lo puse, luego nos abrazamos y nos besamos muy apasionadamente mientras nos manoseábamos. Así abrazadas nos quedamos un rato.
Abrió la puerta del baño y me dijo –voy a lavarme las manos- y yo le dije -te devuelvo antes tu calzón para que te lo pongas noooo- y me dijo -quédatelo como regalito y cuando estés caliente y quieras sentirme en tu pavito nomás te lo pones y te frotas con él (el pavito). No lo necesito total que estoy con mi calceta-
Entonces envolví ese calzoncito que tan caliente me ponía y que la Rosa me lo estaba regalando ese rato y me lo volví a guardar en el bolsillo de la chamarra mientras ella se lavaba las manos y la boca en la lavandería que había ahí en el patio; luego nos salimos como si nada y fuimos por la calle hablando de su prima la del buso azul y el pañuelito para sus posaderas.
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