Las primas
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Mony.
No es que a Mariela no le gustara trabajar. Lo que le incomodaba era el constante asedio de los hombres por conseguir una cita con ella. No había día en que alguien no llegara hasta su escritorio con alguna excusa para proponerle algo: una invitación a cenar, a tomar una soda, o simplemente a conversar. Y a ella todo eso le aburría. En realidad Mariela era bastante joven, pero era de esa clase de chicas no tan proclives a la socialización. Desde niña se acostumbró a estar en casa, siempre con su madre, que también era poco dada a tener amistades o a asistir a reuniones. Y en ese ambiente creció Mariela. En los años de escuela, antes de que se graduara como secretaria bilingüe, igual tuvo pocas amigas. Acaso una o dos compañeras con quienes compartió ciertas cosas, pero nunca nada más de lo que consideró conveniente. Su madre, una mujer fuerte y de mediana edad era jovial con ella, pero adusta con los extraños. Ambas vivían una vida prácticamente aislada. Podría decirse que las dos habitaban una esfera impenetrable, y los vecinos las tenían por personas demasiado hurañas. Cierto día, al volver del trabajo, Mariela se llevó una sorpresa. Había llegado la sobrina de su madre a quedarse en casa. La joven, casi de su misma edad, llegó con intenciones de explorar la ciudad para conseguir trabajo. La hermana de María, su madre, vivía en un poblado marginado, lejos de la capital, y por esta razón tenían poco contacto. A Mariela no le agradó la noticia, pero se contuvo. -Anda hija, abraza a tu prima Dora. Las jóvenes se abrazaron. Dora era tímida y Mariela se comportó bastante dría con ella. María le acomodó una pequeña camita plegadiza junto al lecho de Mariela porque no había más habitaciones. Y aquella noche, después de cenar, Mariela se esperó a que Dora se fuera a dormir para hablar con su madre. -¿Por qué no me lo dijiste? –le reprochó indignada. -Hija, yo tampoco lo supe hasta que llegó con la carta de mi hermana. -Ah vaya. ¿Y qué dice la cartita? -Mira Mariela… no quiero que te comportes como si… -Vamos mamá –la interrumpió-. Sabes que me gusta tener privacidad. María cerró los ojos y suspiró. Se acercó a ella y le susurró. -Escucha: Dora es tu prima y no quiero malos modos con ella. Te prometo que buscaré la forma de que lo más pronto posible se busque una pensión. Pero mientras tenemos que apoyarla. -Está bien mamá. Solo espero que no se quede aquí un largo año. -Acéptalo Mariela. No quiero malas caras, ya te lo dije. Mariela se retiró enfadada. Le molestaba pensar que sus rutinas nocturnas ya no serían igual. Por eso aquella noche no pudo casi dormir. Y siempre que hizo intentos por tocarse, le parecía oír el ruido de los resortes de la camita de Dora y se contenía. Mariela se levantó más temprano a ducharse. Luego de vestirse fue hasta la cocina y se preparó un poco de fruta. Después, sin despedirse de su madre, se fue a la oficina. Poco después, María entró para conversar con su sobrina. Platicaron de la familia, y entonces se enteró de la muerte de su cuñado y de la necesidad que tenía la chica de trabajar para ayudar a su madre. Fueron a la cocina y comieron. Después María le ayudó a hacer algunas llamadas a las agencias de empleo. Por la tarde tenían algunas opciones que tendrían que verificar. -Haremos esto hija: Te acompañaré a esos lugares para ver en dónde es y aconsejarte si te conviene. -Gracias tía, estoy agradecida… -No, no. Eres mi sobrina y te ayudo de corazón. Dora se cambió de ropa mientras María se ataviaba. Poco después salieron a la calle. Cerca de las siete volvió Mariela. No encontró a nadie en casa. Rápidamente y sin pensarlo, entró en su cuarto y cerró la puerta por dentro. Se desvistió de prisa y abrió con su llave uno de los cajones de la cómoda. Una revista apareció entre sus manos. Se sentó en la cama y la miró largamente, mientras se tocaba los pechos. Su cuerpo era hermoso, de carnes blancas y firmes, y sus tetas aparecían inflamadas con los pezones rígidos y tersos a causa de los apretones que les prodigaba. Metió una mano entre sus piernas desnudas y se dejó caer suavemente sobre el colchón, sin apartar la revista pornográfica. Entonces apretó las piernas con fuerza. Su mano quedó atrapada entre los muslos, moviéndose con dificultad, aunque sus dedos se habían insertado en la raja. Pronto tiró la revista a un lado y se dio la vuelta. Comenzó a moverse boca debajo de un lado a otro, levantando la grupa una y otra vez hasta que el orgasmo la hizo tensarse emitiendo grititos de placer. No dejó pasar ni dos minutos cuando se volvió a tocar con la otra mano. Sorprendentemente, Mariela era de esas chicas que gustan de mamarse sus propios pechos. Sólo tuvo que poner la otra mano debajo de un globo y levantarlo con fuerza. Su cabeza se dobló lo más que pudo hasta que su lengua alcanzó a lamer la aureola sonrosada. Una vez más explotó con la doble caricia, y esta vez dejó que el intenso estertor se prolongara. Poco después volvió a vestirse, guardó la revista con llave y salió a la sala a ver televisión. María y Dora volvieron a las nueve. El talante de Mariela era ya diferente, y recibió a su prima con una sonrisa. María hizo la cena mientras las dos chicas charlaban. Tenían poco qué decirse, pero fue suficiente para ser el primer día. Cenaron juntas e hicieron sobremesa hasta las once. María le contó a su hija que Dora había conseguido trabajo. -¿Tan pronto? Guau, qué bien. Te felicito. -Gracias. -¿Sabes? Trabajará de ayudante en una fábrica de tejidos. Dora sabe tejer muy bien, y eso le ayudará mucho. -Oh, ¿y dónde aprendiste a tejer? –le preguntó Mariela. -En mi pueblo. Casi todas tejemos, y yo puedo usar muchos hilos a la vez. -Vaya –sonrió Mariela-, tienes habilidades, ¿eh? Dora sólo sonrió. En el fondo se complacía al ver a Mariela menos antipática que a su llegada. -Bueno –dijo María-, es hora de dormir. Mañana le enseñaré a Dora el camino. Aún no sabe qué autobús tomar hasta la fábrica. -¿Qué horario de trabajo tendrás? –preguntó Mariela. -Entraré a las nueve. Habrá un descanso a la dos para comer. La salida es a las ocho. -Bien. Vamos a dormir. Pronto las chicas tomaron su propia rutina. Poco se veían, pero cuando lo hacían, Mariela se mostraba más cariñosa con Dora. Esto por supuesto era del agrado de María, quien de pronto pensó que tal vez no sería necesario que su sobrina se fuera a una pensión. Cierta noche, Dora llamó para avisarle a María que saldría más tarde por ciertas cargas de trabajo. Ella le preguntó si era necesario ir a buscarla, pero la chica dijo que no. Cuando Mariela llegó, su madre se lo contó. Esto agradó mucho a la chica. Entonces se apresuró a encerrarse en su habitación diciendo que saldría a cenar más tarde. Ya dentro, se desnudó y repitió la rutina que solía practicar tan a menudo. Se masturbó con locura sin preocuparse de que su madre estuviese en casa. De hecho siempre lo hizo, hasta que Dora llegó. Pero antes, lo único que procuraba ahogar eran sus gemidos, aunque a veces no lo lograba del todo. Esta vez la chica quiso aprovechar y prolongó su ritual olvidándose del tiempo. Tanto se concentró, hasta que tocaron a la puerta del cuarto. Sorprendida en plena acción, solo acató a ponerse rápidamente un short y una blusa de dormir. No reparó en la revista, que quedó expuesta por completo. Cuando abrió la puerta, ahí estaba Dora. -Hola. ¿Puedo entrar? -Ah… claro, claro, adelante. Dora entró y observó en silencio el panorama. Vio que el cabello de su prima estaba alborotado, como nunca. Observó las sábanas descompuestas y la revista abierta, cerca de la cabecera. Mariela había vuelto a la cama para sentarse, y entonces quiso cubrirla con la almohada, pero ya era tarde. Dora se sintió nerviosa, como si fuera una intrusa, pero guardó silencio. -¿Qué hora es? –preguntó Mariela. -Las diez y media. -Oh, ¿tan tarde? -Sí. Mariela, aunque intentaba controlarse, se notaba perturbada. Y más se perturbó al ver la braga y el sostén tirados en el piso. Quiso disimular sacando a Dora de la habitación. -Seguro no has cenado. ¿Me acompañas? -Claro. Salieron. Mariela fue hasta el cuarto de su madre, pero al parecer dormía. Solas en la cocina, se prepararon emparedados. Luego comieron en silencio, sin mirarse. De cuando en cuando, Mariela levantaba la cabeza para observar brevemente a su prima. Estaba anonadada por la intrusión. Ahora, más calmada, pensaba en todo lo que Dora sabía de ella, y eso la alteraba. De pronto, le dijo: -Espera. Tengo que ir tantito al baño. Lo que Mariela hizo fue aprovechar para pasarse por su cuarto y recoger su ropa interior y guardar la revista bajo llave. Sus manos temblaban. Volvió a la cocina y se sentó. Dora había terminado de comer. -¿Cómo te fue hoy? –preguntó Mariela. -Más o menos. Lo bueno fue que terminé mi tarea. -Vaya, qué bien. Al terminar su emparedado, Mariela se levantó. -Será mejor que nos acostemos. Dora asintió. Volvieron a la habitación. Dora echó de nuevo un vistazo. Ni la ropa interior ni la revista estaban donde las vio. Mariela la observaba de reojo y pudo reparar en ello sin decir una palabra. Se acostaron y apagaron la luz. Pasaron los días y Mariela, aunque tuviera oportunidad, se abstuvo de masturbarse. La rutina de Dora era variable y eso la incomodaba, aunque no lo daba a demostrar. Mariela había llegado a la conclusión de que necesitaba algo que le hiciera contrapeso. Necesitaba saber algo de Dora, tener un argumento para no sentirse descubierta, como sabía que estaba. Entonces comenzó a espiar por las noches a su prima. Se quedaba despierta hasta muy tarde tratando de descubrir si la chica se tocaba bajo la colcha, o si en el baño dejaba rastros de algo. Cierta noche Mariela advirtió que Dora se levantaba con mucho cuidado, tratando de no hacer ruido. Se quedó quieta con los ojos entrecerrados. Su prima dejó la cama y se metió en el baño. Ya dentro, encendió la lámpara. Mariela, conteniendo la respiración, fue a asomarse. Dora estaba sentada de frente, sobre la taza, metiéndose los dedos en la vagina. El espectáculo fue tan trepidante para Mariela que se excitó. Le despertó lascivia ver que su prima, por fin, dejaba al descubierto parte de su intimidad. Podía ver los pelos de su vulva, rizados y negros, y también sus tetas, de un grosor extraordinario. Dora las estrujaba con tanta fuerza que sus uñas se hundían en la carne de sus pechos, obligándole a hacer muecas de dolor y place. Por la mirilla, Mariela no perdía un solo detalle. Por ejemplo, uno de ellos eran las axilas de su prima, tersas y límpidas, pero con un ligero vello, suave y bien cuidado, bordando el centro de sus sobacos. Mariela, excitada al máximo, volvió a la cama. Como pudo se dobló, enrollando sus piernas con la mano metida entre sus muslos. Luego se estiró con todas sus fuerzas. El orgasmo le llegó veloz, intenso y delicado, y tuvo que ahogar el grito de lujuria que le producía. Después se volvió para tratar de conciliar el sueño. Poco después pudo escuchar el ruido. Dora volvía a su cama. Aquella noche fue una noche cómplice. Por alguna razón, Mariela se sentía mejor ahora que conocía el secreto de su hermosa prima. Luego de ver el espectáculo, le pareció que Dorita, después de todo, no era tan pueblerina. Algo había aprendido en alguna parte, en particular el flagelo de sus pechos, cosa que a ella le bailaba en la cabeza. Tanto así que en la siguiente ocasión que pudo, probó a hacerlo ella misma y comprobó que era una cosa sensacional. ¿Cómo pudo ignorar algo tan efectivo? A partir de entonces Mariela se volvió una asidua voyeur de Dora, sin que ésta en apariencia lo notara. Encerrada en el baño la vio meterse los dedos en el ano mientras con la otra mano se manipulaba el clítoris. Esto fue también algo nuevo para ella. Descubrió también que Dora, aun siendo pueblerina, era mucho más atrevida que ella. Lo dedujo al verla usar el mango de un cepillo como estimulante anal. La chica, por lo visto, tenía sus mañas. Poco a poco la práctica de espiarla se convirtió en un ritual para Mariela. Y pronto comenzó a soñar con Dora. En sus sueños, se veía haciendo el amor con ella, jugueteando en su propia cama y hasta en el baño, pidiéndole que le mostrara todos sus secretos, ya no tan ocultos por cierto. Y poco a poco fue naciendo en ella un sentimiento extraño por su prima. Un sentimiento de admiración. Porque la admiraba y no podía negarlo, aunque este sentimiento sí era secreto. Pero Mariela se dio cuenta que además, la admiración que sentía iba aparejada con otro sentimiento mucho más fuerte todavía: necesitaba tener a Dora a como diera lugar y sin que su madre se enterara. Y entonces comenzó a pensar en el modo de lograrlo. Cierta madrugada, cuando Dora estaba en pleno apogeo, Mariela entró de golpe en el baño. Su prima se quedó pasmada. Mariela no le dijo nada. Sólo la observó. Su mirada la recorrió toda, y Dora ya no pudo sacarse el mango del peine de su trasero. Sus pechos estaban rojos y magullados, con las marcas de sus uñas por todos lados. Dora, sin embargo, no intentó taparse. Simplemente miró a su prima de frente, como esperando a que le dijera algo. En aquél momento la chica tenía en mente la braga y el sostén de Mariela tirados en el piso, y la revista pornográfica abierta sobre la cama. Contra lo que Dorita esperó, Mariela solo la tomó del brazo. Y tal como estaba, semidesnuda y con el peine dentro, la condujo a su cama. A partir de aquél evento las noches se les hicieron cortas. No había noche que no hicieran el amor salvajemente en el piso, a fin de no ser escuchadas. Se habían enamorado. Eran pareja. Pero nadie lo supo nunca. Sólo un comentario, quizá insinuante, escucharon ambas de María. -Las veo muy ojerosas. ¿Están durmiendo bien? Mariela y Dora se rieron. -Claro –respondieron-, muy bien. FIN.
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