Les. Yo a los 10 años con una mujer (2ª Parte)
Cuando tenía 10 años me mudé a Italia con mi familia y terminé enamorándome de mi canguro de 29 años. Con ella perdí la virginidad y aprendí muchas cosas… Hoy tengo 27 años y sigo guardándole el secreto..
UNOS DÍAS DESPUÉS
Vacaciones de Semana Santa. Mis padres tenían vacaciones en su trabajo y nos fuimos unos días a España, pero volvimos enseguida. Al volver, mi padre tuvo que volver al trabajo muy pronto y mi madre decidió apuntarse a clases de Italiano porque quería sacarse un título oficial, así que decidió dejarme con María cada vez que ella tenía clase, pero esta vez fue en casa de María, puesto que vivía al lado de la escuela de idiomas.
Recuerdo que la casa de María era pequeña. De hecho era un piso en un pequeño edificio. Sólo tenía una habitación, una cocina-comedor-salón que aparentaba más tamaño del que realmente tenía y un baño. También había un pequeño cuarto donde María tenía de todo. Desde lienzos para pintar, la lavadora, un tendedero, una escalera, una mesa coja y juegos varios. De hecho eso fue lo que solíamos hacer esas dos horas que teníamos a solas, jugar a cartas.
A esas alturas del año, el calor empezaba a ser importante. Había unos 30 grados y María sólo vestía una camiseta blanca larga que me hacía dudar de si llevaba pantalones cortos debajo o no. Era como su atuendo oficial de estar por casa, siempre que iba, ella estaba vestida igual. Lo único que cambiaba eran los dibujos de sus camisetas. A veces frases que me hacían gracia y otras veces dibujos infantiles que me hacían más gracia aún. A veces creo que se las ponía sólo porque sabía que me gustaban.
Un día de esos, en vez de jugar a cartas, decidimos jugar a perseguirnos. No sé si lo decidimos o surgió de la nada, pero terminamos corriendo por toda la casa riéndonos como locas. María iba tan fresca como siempre, pero yo llevaba un pantalón tejano, que pese a ser corto, era bastante grueso y una camiseta de un material nada refrescante, así que terminé acalorada y me tuve que sentar.
– Ey, ¿qué te pasa?
– Estoy un poco mareada.
– ¿Estás bien?
– Tengo ganas de vomitar…
– Espera, ven. Túmbate un poco hacia atrás y respira. Que esto es el calor, seguro.
En casa de María no había aire acondicionado, así que acercó el ventilador al sofá donde me había sentado y lo enfocó en mi dirección.
– No te muevas, eh. Ahora se te pasa.
– Vale.
– Voy a traer agua, ahora vuelvo.
Me trajo un vaso de agua y se me pasó al cabo de unos minutos.
– Ya estoy mejor, gracias.
– Si es que no hace tiempo de ir corriendo por ahí… Con el calor que hace… Estoy empapada. Y tú seguro que también.
En ese momento y sin previo aviso, levantó mi camiseta para tocar mi espalda.
– Madre mía, estás más sudada que yo incluso. Vamos a ducharnos, no creo que tu madre me diga nada, ven.
Me dio la mano y me arrastró hasta su cuarto.
– Toma, usa esta toalla y ponte esta camiseta mía. Los pantalones y la ropa interior ponte la que llevas ahora. Solo es para refrescarte un poco, ven que te enseño como va esto.
Me volvió a dar la mano y me llevó hasta el baño.
– El agua caliente tarda un poco en salir, pero si te duchas con agua fría te sentará mejor. Lávate el pelo si quieres, puedes usar lo que quieras. Esto es para el pelo y esto es gel de baño, coge lo que te apetezca. Yo me quedo aquí fuera por si necesitas algo, ¿vale?
– Vale.
Entré y me duché lo más rápido que pude. Me lavé el pelo porque realmente estaba muy sudada y salí a los pocos minutos.
– Madre mía Sara si estás empapada, déjame que te seque el pelo un poco. Trae la toalla.
Me la enrolló alrededor de la cabeza y se me quedó mirando.
– Estás monísima con esa camiseta. Aunque te viene un poco grande pero bueno, te la regalo. Te queda mejor que a mí.
Me guió un ojo y yo le r¡sonreí.
– ¿De verdad me la das?
– ¿Te gusta, a que sí? Eres la única que valora mis camisetas tontas. Bueno, voy a ducharme, salgo enseguida. Espérame y ahora te seco el pelo un poco, eh.
Asentí, me fui al sofá y me quedé pensando un poco. Me había regalado su camiseta y olía a ella… Pero no sólo eso… Me acababa de duchar donde ella se ducha… Es más… Donde ella estaba desnuda en ese mismo momento…
– Ya estoy aquí.
– Qué rápida.
– Es que no me he lavado el pelo. Ven, que te seco el tuyo un poco.
Se sentó tras de mí en el sofá y me pidió que me sentase en el suelo entre sus piernas. Frotó mi cabeza con la toalla y luego desenredó, peinó y recogió mi pelo con cuidado.
– Gracias.
– De nada, guapa. Tu madre debe estar a punto de llegar.
Y en ese momento picaron al timbre.
María le contó que me había mareado después de estar jugando y que por eso me había duchado pero parecía que ahora ya estaba mejor. Mi madre lejos de molestarse, le agradeció mucho lo que había hecho por mí y la invitó a nuestra casa el fin de semana para comer. Yo estuve encantada y ella aceptó.
Sin embargo esa comida nunca tuvo lugar, aunque lo que pasó fue muchísimo mejor.
Continuará…
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