MI INCREÍBLE DESPERTAR
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
El coraje y mi placer frustrado por la cogida incompleta de mi marido ya se estaba convirtiendo en costumbre, claro, seguí caliente cual bollito recién salido del horno, cosas que generaron el insomnio; sin embargo, luego de no sé cuánto tiempo logré conciliar el sueño. Mi marido dormía hacía eones. De pronto, en sueños, sentí algo en mi boca; después identifiqué la sensación: era, sin duda, un beso cálido, salivoso, tal vez deseado desde el inicio de mi vida. Creí seguir soñando al abrir mi boca para dejar penetrar en mis labios la tierna lengua percibida; la lengua se adentró, y mi excitación no desparecida desde la salida de mi vagina del viril del macho, se incrementó, y puse mi lengua a dar cordial, excitada, cálida, pasiva bienvenida a la tibia lengua tan sorpresivamente invasora. Todavía pretendiendo soñar, mi mano fue a la cabeza portadora de la dulce boca que me besaba; sentí el pelo, lo alisé… ¡Dios santo!, pensé, esto es real, no es un canijo sueño. Brinqué. Mis ojos se abrieron, y, Cielo Santo, comprobé que no soñaba, allí estaba un rostro, una boca, labios, pelo, también el conjunto ¡de una mujer!, ¡Santísimo sacramento!, en una fracción de segundo identifiqué el rostro: esa mujer era Eva, mi amiga entrañable, conocida desde la infancia…
Quería gritar, huir, irme a donde pudiera, meterme al pretendido sueño, y alejarme de… caramba, de la tan terrible situación. Al mismo tiempo, en la cómplice semioscuridad, veía los sonrientes y amorosos ojos, la cariñosa sonrisa, la señal del dedo en los labios pidiendo silencio y, caray, desde el inicio de mis reacciones, la clara conciencia de la presencia de mi marido acostado a mi lado me decía que cualquier manifestación más allá de las ya hechas, sería para terrible desgracia, pensé en el mismo momento, fatalmente percibida por el consorte dormido, roncando; el claro sonido me allegó un adarme de tranquilidad, ¿o sería la excitación innegable ya vieja debido a la cogida frustrada? Para aumento de mi tan pavoroso desconcierto, la suave mano ajena acarició mi rostro, empujaba para hacer volver mi cabeza a la almohada. No pude – ¿no quise? – oponerme. Mi cabeza se reclinó; entonces el rostro de la inaudita sorpresa, puso su boca en mi oído, y con voz sin sonido dijo: “Relájate y goza, querida. Nada va a pasar de no ser el placer que quiero darte todo mi amor”, cerré los ojos, el corazón convertido en maratonista, mi piel sudaba y, rápido, se erizó percibiendo la respiración, el suave contacto de los labios en mi oreja. Con casi terror recorriendo mi alma y mi cuerpo ¿excitada al máximo?, no pude relegar, ni desentenderme de respuestas corporales sentidas desde hacía horas; pezones enardecidos, se inflamaban el deseo, se endurecieron como nunca. Suspiré antes de sentir la boca besando mis mejillas, arrastrando la lengua en dirección a mi boca… ¿soñaba?, todavía dudaba de la realidad.
Ya decía, nos criamos juntas; vivíamos en casas separadas por un muro. Por uno no sé qué del destino, pasamos la adolescencia, la vida entera en el mismo barrio, aún después de casadas; ella primero, un mes después yo. La amistad y el añejo afecto se incrementaron con el raudo transcurso del tiempo. Por nuestra influencia y deseo, los maridos hicieron amistad. Vivíamos juntos los dos matrimonios, así se puede decir, auque las casas estaban distantes una de la otra. No obstante las reuniones “familiares” eran semanarias. Desde dos años antes empezamos a salir juntas a pasar vacaciones. En esta ocasión lo hicimos a un destino de montaña; en el lugar sólo existía una cabaña de varias recámaras. Otras ocasiones llegamos a lugares similares y pernoctábamos juntos en el mismo espacio, generalmente en departamentos donde hay playa, nuestra preferencia para ir de asueto.
Hasta esa noche, nuestro persistente afecto estuvo exento de manifestaciones claramente amorosas, de no ser las definidas de amistad. Quizá algunas acciones acostumbradas “normalmente” entre amigas son las únicas recordadas, ejemplo, probarnos ropa delante una de la otra y, sin embargo, nunca llegamos a ponernos la ropa íntima estando juntas. Los saludos y las despedidas si acaso con un beso, más señal que beso, en la mejilla de la otra. Sólo recuerdo un momento embarazoso; fuimos al campo; lógico, no había letrinas; en una ocasión orinamos al mismo tiempo, en cuclillas; reímos mucho, luego confesamos la mutua e inmensa vergüenza por tal acontecimiento; sí, esa ocasión no pude dejar de ver las preciosas nalgas de mi amiga, incluso alcancé a ver algunos pelitos de su pucha, de pasada, al subirse los calzones; mi pena es mayor cuando, recuerdo, ella debió ver mis nalgas y mis pelos por lo mismo, también al colocarme los calzones. En fin, deseaba asentar lo anterior para medir el enorme desconcierto, el tan terrible bochorno cuando pasé del sueño a la realidad. Quizá de no ser el febril insomnio después de la horrible cogida de mi marido, la hubiera rechazado, ¿cómo?, eso sí no lo sé.
Siguieron largos besos tiernos en mi rostro; de vez en cuando arrastraba la lengua por mis mejillas, y seguía diciendo, con voz apenas audible, su mucho amor por mí, amor, decía, lo siento desde tiempos inmemorables pero nunca me había atrevido a hacértelo sentir. Su boca, más bien su lengua ya estaba lamiendo mis labios; yo, Dios de mi vida, incrédula, seguía permitiendo el tremendo desacato, deseaba sentir la lengua de nuevo dentro de mi boca; sin embargo, tal vez, último recurso y manifestación de mi atolondrada vergüenza, con voz igualmente susurrada, casi silente, dije: Por favor, por favor, no sigas…, está mi marido, puede despertar. No pude continuar, la boca deseada estaba en mi boca, la blanda lengua añorada taladraba mis labios para insistir en encontrarse con mi propia lengua. Todavía peor, la mano ajena andaba por debajo de las sábanas y acariciaba mi muslo salido de la camisa de dormir, insistiendo en llegar más arriba conforme yo sentía los amagos,
A estas alturas mi voluntad era una entelequia, mis pezones, en especial mi inundada vagina mandaban y demandaban más y más de esas caricias en realidad espeluznantes por la inmensidad de sensaciones despertadas dentro de mí. Tal vez sin los ardores previos, es decir, sin estar caliente después de la fea y habitual cogida insustancial de mi marido, no hubiera permitido nada de lo que, asombrada, estaba permitiendo, insisto. No sólo eso, ansiosa deseaba la mano exploradora llegara a donde deseaba llegar para acariciar. Inclusive, la odiada presencia de mi marido a mi lado me importaba cada vez menos, y eso me llevaba al deseo de hacerlo desaparecer para entonces sí darme gozar, sin miedo, las tan dulces, lentas y arrobadoras caricias de mano y boca y lengua juguetona, ésta deambulada dentro de mi boca acompañada por mi propia lengua ya desvergonzada y juguetona como la otra. ¿Qué podía hacer?, ¡rechazarla!, era la orden casi perentoria, mis chichis decían otra cosa. Insistí en mencionar al marido roncando, Amiga, amiga, él puede despertar, no sigas, no sigas… saca tu mano por favor, pude decir cuando casi violentamente suspendí el candente beso haciéndose imperecedero.
No pasa nada cariño, mi amor, déjate llevar, ¿no estás sintiendo bien rico?, era cierto, al menos eso decían mis propios pezones ansiosos por ser acariciados, aunque fuera por mis propias manos. No… te digo que aquí está mi marido, por Dios, entiende, manifestación indudable de mi ya casi auténtica claudicación ante el delicioso acoso de mano y lengua y labios increíbles, la clásica actitud de mujer asediada deseosa de la continuación del asedio. No sé, quizá así lo entendía ella y siguió lamiendo mi cara, su mano alzaba el borde de la camisa de dormir, y mi torrente era eso, torrente de jugos incontenibles. La boca se juntó a la mía, mis labios se abrieron sin participación de mi voluntad, y mi lengua inició la danza del amor de una manera nunca antes hecha, y, para mi asombrada sorpresa mi mano atrajo la cabeza dueña de la boca como antes había hecho en el “sueño” irreal. No había marcha atrás, pensé, y mi lengua se hizo más móvil y gozosa, mi mano apretaba la cabeza ajena, y la mano ajena subía y subía, y yo ansiaba su llegada a lo más íntimo de mi cuerpo.
No obstante la entrega, estar junto al marido era martirizante; suspendí el beso, y dije: Amiga, amiga, puede despertar, No te preocupes está muerto… igual al mío; ¿por qué no te bajas de la cama?, y lamió mis labios, mientras su mano llegaba, por fin, al colchón de pelitos, aunque por encima de la ropa. No pude bajarme. Hacerlo hubiera significado la total entrega, no me sentía dispuesta, a pesar de mi enorme excitación. Por el contrario, mi cabeza ligeramente alzada bajó de nuevo a la almohada. En ese momento me di cuenta que las sábanas había sido corridas; los muslos estaban tomando el aire; al mismo tiempo vi la mano de mis congojas y mis deliciosas sensaciones puesta directamente sobre mi plano vientre, en la pucha misma, aunque los primeros permanecían cerrados a piedra y cal. Me besó de nuevo, su mano aplastaba y se paseaba por la corta superficie de mi pubis; bajó hasta el borde de mi tonta camisa, y la empezó a subir, claro, no ascendía, mi cuerpo lo impedía.
Tal vez el tiempo transcurrido adaptaron mis ojos a la oscuridad, por eso vi que ¡mi amiga estaba totalmente desnuda!, sus preciosas y pequeñas chichitas deslumbraron despertando el inmenso deseo de acariciarlas, a pesar de eso, mis tontas manos permanecieron impasibles, cosquilleando en forma torturadora, querían irse tras las chichis apenas vislumbradas, de cualquier forma esculturales, más bien atractivas a más no poder. La mano de mi amiga insistía en levantar mi ropa; sin mi voluntad consciente, mis lindas nalgas se elevaron para que la prenda incómoda ascendiera, y lo hizo; abajo estaba el desnudo pubis lleno de pelitos, esos pelitos eran mi delicia cuando los tocaba, nunca en demasía, en ese momento me reproché no haberlo hecho así, en demasía. La mano deliciosa no se detuvo, siguió intentando llevar la tela más arriba, yo, presa de la emoción y la enorme excitación, elevé la espalda y la camisa estúpida rebasó las nalgas y el abdomen para detenerse en mis chichitas, presas del deseo de caricias. Yo misma medio me enderecé, y subí los brazos para facilitar la salida de la ropa.
Ella se solazó viéndome encuerda, incluso me impidió el regreso a la almohada, y sus manos, Dios, qué manos, satisficieron el deseo de caricias de mis chichitas que se llenaron de placer; por qué no decirlo, de amor por esas manos suaves, cariñosas, una delicia. Mi atrevida amiga apretó mis pezones con las dos manos por varios minutos, después una mano se fue a los regios muslos semiabiertos, los separó más sin ninguna oposición ya y, Virgen de los cielos, la caricia a mi pucha fue más directa, más donde se debe acariciar, y ya, sin proponérmelo, mis muslos se abrieron lo más posible intentando no tocar el cuerpo del cornudo durmiente, y la mano iba de adelante atrás llegando las puntas de los dedos hasta mi agujero más trasero.
Me derretía, mis jadeos eran incontenibles, los acallaba por el enorme temor a ser descubierta en terrible trasgresión, sudaba, mis axilas estaban mojadas, mi pucha era ciénega pura,
Los dedos medios se insinuaban en medio de mi raja inundada, y, Dios, mis manos no pudieron permanecer estáticas, la más libre se fue a tocar las deliciosas chichitas que mis ojos no dejaban de ver y gozar; al tocarlas, acezando sin poderlo remediar, sentí una emoción inédita, la sensación se ampliaba con la introducción del dedo en mi estilante pucha, caray, jadeé intensamente mientras mis nalgas se movían sin orden expresa, se había detonado el primer orgasmo de mi vida, aunque parezca increíble, ¡era el primero en mi vida! Apreté la chichita acariciada por mi mano; haciendo esfuerzos contuve los jadeos y los suspiros, los gemidos, aunque de cualquier forma fueron ruidos bastante altos para la situación; en ese momento se incrementó mi placer-goce debido a la presencia del macho ignorante, y este calificativo no por no darse cuenta de la delicia gozada, sino porque nunca me había dado el placer, el placer de ese momento, además lo estaba gozando plenamente.
Mientras, mi hermosa seductora mamaba mis chichis de una manera sensacional, exquisita, produciéndome enorme placer.
Moví las nalgas a mayor velocidad, y ella movía los dedos dentro de mi pucha anegada también velozmente; creí desmayarme de tanto y tanto placer, más si se considera el beso ardiente, los apretones de pezones de la otra mano en mi chichita, lo mismo la sensación recogida por mi propia mano apretando inmisericorde el pezón de la chichita deliciosa de mi audaz amiga. Suspendió el beso para venir a mi oído y decir:
Hueles delicioso, querida, quiero olerte más de cerca,
No entendí, ella estaba jalando de mis muslos hacia el borde de la cama; yo, aprensiva, no sabía para qué el movimiento si estaba sintiendo tan rico los dedos dedicados a acariciar mi puchita, no obstante, ya no podía actuar de otra manera sino siguiendo las instrucciones de mi seductora, moví las piernas hacia donde ella quería; al hacerlo no pude evitar quedar recargada sobre el cuerpo inerte a mi lado, no me importó, y seguí hasta sentir mis pies colgando, y en el piso; ella tomó mis corvas, tiró de ella para recorrer mis nalgas más afuera; con las dos manos abrió mis muslos, yo seguía sin voluntad propia, sintiendo el inmenso placer de las caricias y del orgasmo aún presente; cuando mis muslos estuvieron abiertos, gozando la audacia de estar recargada en el cuerpo del cabrón – por cornudo – metió su cara entre mis muslos temblorosos; la sentí aspirar casi en silencio, seguro eran los olores a que hizo referencia, esos olores eran una de las pocas cosas conocidas por mí, y eso causó la detonación de nuevo el rico placer, el orgasmo cuyo nombre conocía, no así las sensaciones propias de ese placer indescriptible, por eso mi placer era más intenso, y no digamos cuando la lengua, primero lamió mi rostro, y ahora lamía mis muslos siempre por las caras internas, desde la rodilla hasta las ingles, para bajar hasta las piernas, a los pies, y ahí tomó y besó cada uno de mis dedos, y después metérselos a la boca y chuparlos; con eso el inacabable y rico orgasmo se hizo más intenso y más delicioso, arrobador, me extasié en él.
Enseguida, conmigo desfallecida por tanto placer, la lengua ascendió para llegar a los mojados pelitos para lamerlos con fruición; lamió y lamió mojándolos más de lo que ya estaban por la salida de los abundantes jugos de mi pucha por primera vez gozosa; y Dios del Cielo, la lengua intrépida inició la puja para abrir mis peludos labios verticales, fue introduciéndose lentamente, y mayores delicias sentía en mi cuerpo entero, más acuciosas, hechiceras y profundas emociones; mis nalgas móviles desde las caricias de la lengua vagabunda, se movieron a mayor velocidad y mejor cadencia, tratando de adaptar el ritmo de la lengua que lamía el interior de mi hasta ese momento santa puchita, incluso fue imposible controlar un gemido y un gritito claramente audible en el silencio de esa noche colosal. La lengua no cejaba de lamer mi pucha, y de sacar jugos para luego ser deglutidos con visible deleite por mi adorable amiga audaz,
Inconmensurable el placer hasta empezar a sentir el envío de corrientes eléctricas desde el puntito donde se aplicaba la caricia incansable la lengua maravillosa, y, sin orden ni poder reprimir mis acciones, jalé del largo pelo la cabeza de mi amiga para hacerla suspender la lamida de mi rica pucha, era imposible mantenerla gozando, bueno, no podía seguir consintiendo las lamidas, aunque el placer del orgasmo continuaba incluso en ascenso, incontenible la verdad. Ella suspiró, suspiro audible para mí y el mismo hizo aumentar mi gozo, el movimiento de mis nalgas incansables, y, cuando empezó a lamer de nuevo mis muslos, Dios Santo, grité casi a plena voz sin tener en cuenta al feo durmiente borrico, debí contener la cabeza, hacerla elevarse para impedir la continuación de las lamidas de esa lengua fabulosa por temor a morir de placer, y más por el enorme miedo al gritar incontenible, corriendo enorme riesgo de despertar al inútil.
Me incliné para besarla, tomando así por primera vez la iniciativa, no podía sino corresponderle por el enorme placer que me había dado, la besé intensamente, nunca imaginé llegar a besar a nadie así, luego, lamiendo su rostro con lengua incansable, saboreando los jugos de mi propia pucha sentí la necesidad, el imperioso deseo de ser recíproca; muy asombrada, escuché mis propios susurros diciendo: Ay, amiga, amor, amor…, es hermoso decirte así…, quiero, deseo…, te pido ocupes mi lugar aquí, en la cama. Peló los ojos, dio la impresión de incredulidad, pero sonrió dichosa, gozando la proposición misma, y sin más se puso de pie. Caray, nunca imaginé la enorme belleza de ese cuerpo desnudo frente a mis ojos visto a pesar de la penumbra, el deseo ardiente, irreversible por gozarlo se hizo un imperativo. Balbuceando le insistí: Amiga, amiga mía, ocupa mi lugar, te lo ruego…
Ella jaló mis manos alargadas hacia ella, y me puse de pie, al hacerlo se me hizo evidente el placer de ser contemplada, y vi en sus ojos el gozo de verme de pie, exhibiendo mis encantos, yo gozando la exhibición misma, hasta una vuelta me di para hacerla ver y gozar mis nalgas, de las cuales me siento orgullosa, siempre supe de mis nalgas hermosas, y ella hasta un gemido de placer emitió; la tomé de los pezones, los acaricié primero y tiré de ellos para hacerla sentarse, empujé par acostarla y hacerla adoptar la posición en la cual me desperté con su lindo e inolvidable beso, y ella, obediente, lo hizo estirando las piernas y su cuerpo estuvo a mi merced, boca arriba, jadeante, hermoso, sudando, despidiendo olores subyugantes, haciéndome gozar con los ojos, incluso mi orgasmo en disminución volvió a dimensiones del real orgasmo.
Primero la besé recordando el beso inaugural, leve, más símbolo que beso, para después lamer su rostro, enardecida por escuchar los jadeos reprimidos pero significativos; enseguida volví al beso, ahora pleno, con lengua ágil y penetrante y excitada, recibiendo las caricias de la otra lengua, para así prolongar mi orgasmo fantástico, una real maravilla, apenas si lo estaba descubriendo, y ella, sin poder retener las expresiones de su tremenda excitación, gemía, jadeaba apretando mi cabeza para hacer más sólido y pasional el beso prolongado ya. En tanto mis manos vagaban por la cálida superficie de ese cuerpo exquisito, avasallante, digno de ser adorado y lamido desde el pelo de la cabeza hasta los dedos del pie. Eso hice en cuanto la exigencia de placer pleno me hizo su presa. Lamí las orejas, mejillas, el grácil cuello, los redondeados hombros, la tersa superficie del pecho para llegar a las hermosas colinas, las chichis, esculturas en verdad hermosas, adolescentes, vivas, con lindos pezones duros y gruesos, una delicia sensacional para mis recientemente descubiertos apetitos sexuales.
Lamí el vientre, las axilas llenas de pelos, una grata sorpresa encontrar esas olorosas axilas llenas de pelos – increíble, no las conocía – lamí los pelos, me deleité con los preciosos olores ahí radicados para el momento mi orgasmo era continuo incontenible, en dulce meseta fabulosa, me obligaba a gemir sin reparar en la presencia del bulto dormido, ella empezó a mover las nalgas y susurrar, Más, más, mi amor…, la escuchaba, y me enardecía de manera indecible. Mi lengua viajera llegó a las ingles y se encantó con los suaves pelitos radicados en ese lindo y suave lugar de nosotras las mujeres, y extasiarme en la aspiración de los olores a pucha, esa pucha llena de pelos, la veía y quería conocer más a fondo, esto es, abrirla con mis dedos, verla en su interior, saber a donde dirigir mi lengua lamedora, recordando el periplo de la lengua ajena sobre mi cuerpo, hice descender la mía por el mismo camino: los muslos, esas columnas sensacionales, bellas, apenas entrevistas con anterioridad,
Lamí hasta las rodillas, regresé a los muslos y a los pelitos inguinales, para enseguida continuar el itinerario previsto hasta los dedos de los pies; imitando a la lengua instructora de mi yaciente amiga, lamí los pies, chupé los deditos, metí la lengua ahí, entre ellos, entrenando para deshacer los suaves pliegues de la puchita deliciosa y anhelada, mi lengua salivosa gozante regresó por el camino ya andado para llegar a los bellos pelitos; mis manos abrieron más lo muslos, los olores se expandieron, y mi lengua bañó de saliva la selva negra, ansiosa de ser catada, lamida, gozada por mi lengua lamedora, y ella mantenía el orgasmo en las mismas dimensiones del mío, y ese orgasmo en ella se fue a los cielos en cuanto sintió la penetración de mi lengua iniciando la recogida de los viscosos, olorosos, tan sabrosos y excitantes jugos de panocha que tanto placer me estaba proporcionando, y daba con mi salivosa lengua vibrante, enloquecida, gozosa, lamiendo sin tregua, acicateando las dulces Ninfas y el capullo desconocido pero sentido por la sutil lengua, incansable mi lengua, igual a la de ella, y, Dios de los cielos, deseé penetrar la vagina, la posición era incómoda,
Por eso recordé el cambio de posición exigida por mi inolvidable amiga y jalé del muslos próximo para iniciar la vuelta del cuerpo casi desfalleciente de placer hasta llegar a tenerlo semisentado, muslos abiertos a totalidad, despidiendo olores embriagadores, haciendo a mi orgasmo caminar hasta las galaxias, y más por las hermosas emociones que mi lengua recogía de esa sensacional puchita llena de pelos y jugos, estilaba la verdad, y metí la cabeza entre los primorosos y suculentos muslos, me extasié con los olores; desgraciadamente por la insuficiente luz no pude ver a satisfacción, sin embargo los pelos eran acicate y complemento de mi enorme placer, más cuando, abriendo los labios gruesos y verticales, pude apreciar las Ninfas exquisitas, el capullo donde asoma la cabecita más adivinada que vista, lamí, lamí con lengua vibrante y mariposa, ella gimió casi en voz alta, no me importó, era imposible suspender el inmenso placer recogido con mi lengua de tan sensacional y deliciosa pucha,
Recordé la intención de penetrar la vagina anhelada con mi lengua dándole función de verguita cogedora, dediqué a lamer esa, la lengua sapiente luego del autoaprendizaje, y pude detectar la puerta de esa vagina inundada, llena de jugos deliciosos, y la punta de la lengua entró cuanto pudo sintiendo tanto el movimiento de las nalgas como las desconocidas y fabulosas contracciones de la vagina penetrada ya, con mi placer llegando a los dulces confines del universo, sin embargo la gozosa penetración no fue de la consideración esperada y deseada, por eso tiré más de las rodillas y mi amiga entendió y puso las nalgas en el borde mismo de la cama, incluso las elevó poniendo los pies en el piso entendiendo mi deseo y, seguro, el propio deseo de ser penetrada hasta el fondo de la olorosa y hechicera vagina; si ya gemíamos a discreción, ahora emitimos grititos bastante altos dada la situación de riesgo donde nuestro placer se hacía colosal realidad, y sin importarnos emitíamos las manifestaciones ostensibles de nuestro ostensible placer, movía las nalgas ella, mis dedos se metieron a mi propia vagina actuando con plena autonomía, mis preciosas nalgas se movían al ritmo de las otras, los jugos escurrían mezclados con mi saliva,
Entonces el hombre dio muestras de vida, ni eso alteró mi placer ni tampoco mi lengua dejó de cogerse la vagina placentera. Los movimientos del bruto fueron en aumento, y mi amiga, totalmente apoyada en el cuerpo inmóvil hasta ese instante, se enderezó hasta quedar sentada, claro, mi lengua perdió la gozosa puchita, mi ojos se abrieron con gran desmesura expresando así el casi terror despertado en mí, lo mismo en ella. Esta, más ágil de pensamiento, se abalanzó hacia mí arrastrándome hasta caer al piso, ella encima, me besó, y dijo:
Despertó cariño, despertó… debemos retirarnos de la cama…
Los jadeos, a pesar del desconcierto y los temores continuaban vigente y, según pude comprobar con uno de mis dedos metido en el lugar privado a la lengua, esa cuevita continuaba contrayéndose incansable. La alarma era real, y la propuesta indiscutible, incluso no era posible razonar; a gatas caminamos hasta llegar al sillón existente en esa recámara providencial. En susurros similares a los iniciales, me indicó sentarme, claro, advirtió, con las piernas bien abierta, Si el hombre pregunta di que no puedes dormir y estás aquí, sentada, y vuelva a dormir. Algo increíble el raudo pensamiento conspirativo de mi seductora; en efecto, un minuto después la voz ronca del bulto resucitado, dijo: ¿Qué carajos estás haciendo?, no me dejas dormir, Lo mismo me pasa, contesté controlando al máximo posible los continuos jadeos, mis suspiros anhelantes, y seguí, Estoy bien, aquí, en el sillón, duérmete; Pero esos ruidos, carajo…, Suspiré por la falta de sueño, dije con gran dificultad porque la lengua de mi amiga enardecida andaba bañando mis pelitos con su insuperable saliva y, caray, mi placer amortiguado por los temores se había disparado de nuevo; por fortuna el atolondrado y muy bruto durmiente, un factor más de excitación morbosa, a poco ya estaba roncando de nuevo,
Por supuesto, mi orgasmo monumental, invencible, fulgurante, mis gemidos debieron ser reprimidos a base de morder mis labios, mordida inusitada e inusitado el placer agregado a mi inconmensurable placer con esa mordida pensada para otra cosa, y la lengua incansable continuaba lamiendo mis jugos en las Ninfas y en el capullito sensible y dador de tanto y tanto placer, Dios mío, mis ricas nalgas al borde del sillón, mis muslos abiertos en desmesura fueron estímulo para los dedos de mi amorosa y cogedora amiga, se insinuaron en la boquita de mi puchita, para luego irse metiendo cual si fueran una verga entrando poco a poco a mi ávida vagina. No pude más, me desplomé sobre ella, no pude hacer algo mejor, quedamos sentadas, piernas entrelazadas. Aún con gemidos retenidos, la besé a lengua penetrante, ardiente, casi desesperada por manifestar de esa bella manera el placer y el amor a ella mi linda seductora sensacional. Lamí mis jugos y su saliva mojando su rostro continuando el largo orgasmo imparable, permanente desde hacía eones, ella movía las nalgas, con ese grato movimiento tallaba mi pubis, y me hizo abrir más los muslos con mis piernas para colocar directamente mi puchita contra la de ella,
Entonces se dio un placer nuevo, increíble, las puchas se tallaban y eso era un placer fantástico aún teniendo en cuenta la precaria estimulación de los capullos de ambas panochas, pero mover las nalgas como si estuvieran cogiéndose otra pucha, sentir los tersos pelos de la otra concha, percibir la humedad y las viscosidades propias y ajenas, lo suficiente para la prolongación de los orgasmos inacabables de las dos; un poco más y las puchas se acoplaron para entonces frotarse una con la otra de deliciosa y placentera manera. Nuestra capacidad de placer estaba llegando a la real saturación; ambas desfallecimos, y aún quedamos en la misma posición, ella abajo, yo arriba, acallando los gemidos en los pechos de una y otra. Cuando la tranquilidad nos permitió hablar, dije:
Por Dios, cariño… poco más y me matas de placer. Nunca supe del placer hasta esta bendita noche… dime, amor… ¿te puedo decir así?, Sí mi amor, sí, eso me da placer, a más de sentirme feliz por tu correspondencia a mi amor por ti, Te decía, cariño, amorcito, ¿cómo y por qué… decidiste, caray, esta – ¿cómo decirlo? – pues sí, esta sensacional y riesgosa aventura?
Mi amor, mi amor… te deseaba desde las calendas… desde aquella vez que orinamos juntas… ¿te acuerdas?, esa tarde vi tus pelitos, tus chorros de orina, tus muslos, y sentí la necesidad de acariciarte los muslos, y los lindos pelitos, y la puchita entera… esa necesidad tiene ya… ¿dos, tres años?, mucho tiempo la verdad. He soñado repetidamente acariciar tus chichis, tus nalgas, y… pues sí, he soñado ser bañada con los chorros de tu pucha, sí, chorros de orina… ¿te gustaría orinar mi cuerpo, mi rostro, mi pucha?
Con esa pregunta mi orgasmo apenas atenuado volvió a incrementarse y, Dios mío, imaginar lanzar orina sobre mi amiga entrañable me produjo un desmedido placer, y, entre gemidos, dije:
Sí, sí mi amor, me encantaría miar tu cara… Dios mío, y… más si abres la boca para ahí dejar parte de mi orina… para orinar tu vientre, tus pelos… ¡tienes unos pelitos deliciosos!, y, si te acomodas, lanzar chorros de orina en tu puchita… y, Virgen santa, no sabes cómo me gustaría recibir tu orina en mi cuerpo entero, incluida mi boca horizontal y la vertical por supuesto, es más, en este momento estoy imaginando juntar las puchitas para lanzar la orina simultáneamente a las dos panochas para hacer así más suculento al jugo de panocha.
Ay, mi amor… eres linda… y mira, casi estoy segura que para ti esto ha sido realmente sorpresivo, ¿no?, y ya estás inventando juegos deliciosos… sí, sería fantástico sentir tu orina en mi pucha, al mismo tiempo estar orinado tu suculenta puchota… bueno, esto por cariño… tu pucha es la delicia de las delicias junto con los olores, querida amiga, mi amor tan deseado.
Sí, será maravilloso gozar así, a miadas [risas de las dos] pero dime… no has acabado de contarme… cómo llegaste, carajo, a decidirte para venir… a seducirme [risas]
Pues, te estaba soñando, ¿puedes imaginas la de deseos que atiborraban mi alma y mi cuerpo nada más al verte, más si me era posible ver tus muslos… en los descuidos, digo, tu falda subía y mis ojos se deleitaban viendo tus lindos muslos, por desgracia… carajo, somos unas pendejas y siempre andamos escondiendo nuestros encantos, cariño mío y por eso… inconforme me resignaba a ver solamente tus muslos, tus piernas y, de vez en cuando, tus preciosas chichitas… bueno, esto cuando la luz, el sol en especial, hacían a la ropa más transparente, y por eso tus chichis más visibles… y tú, cariño mío, ¿nunca me viste… con ojos de deseo?
Por Dios, no… y me arrepiento, carajo, si lo hubiera hecho… quizá desde hace siglos nos habíamos trenzado (risas) en una cogida como esta, carajo, casi me matas de placer… y tú, ¿gozaste cariño?, ya sé que es una pregunta estúpida, pero me gustaría escuchártelo decir.
¿No sentiste mis orgasmos?
Ahora recuerdo, carajo, hasta del nombre del placer me había olvidado. Sí, sí, te sentí derretir con muchos y sensacionales orgasmísimos, iguales a los míos, te lo juro. (Risas) Pero dime, ¿no te dio miedo?
¡Híjole!, no sabes, temblaba sin poder contenerme… más cuando, carajo, decidí besarte y soportar tu reproche, hasta el posible escándalo, bien pudiste hacerlo cuando despertaste… ¡no sabes cómo agradezco…!
Nada de agradecimiento mi amor; sí me asusté, mis bochornos fueron enormes, no sabes la pena, la vergüenza sentida por sentir el beso… ¡de mujer!, además… carajo, amor, eres valiente y desvergonzada (risas) en mi cama, con el marido al lado… quizá de no estar ese bulto ahí (risas), casi te cacheteo, no, no creo, siendo sincera… el beso, carajo, me supo a gloria… y déjame contarte… mi marido me cogió, y, como siempre, me dejó peor de caliente, una plancha conectada por horas no tiene la calentura que yo tenía desde antes de dormir; quizá sin estar tan caliente también te hubiera rechazado, auque de ninguna forma con escándalo, y menos con violencia…
Las manos de las dos acariciaban donde podían; seguíamos encimadas, y nuestras chichitas se frotaban casi sin nuestra voluntad, por tanto la excitación iba de nuevo en ascenso.
Ay, amiga, acabas de señalar un factor decisivo para mi determinación de correr los riesgo cualquiera que estos fueran: mi marido también me cogió y el muy pendejo me dejó cual sol ardiente; bueno, esto es continuo, nunca, te lo juro, he tenido placer con esas cogidas… de no ser por las lindas, prolongadas y placenteras masturbadas que me doy… estaría muerta de anhelos sexuales…
¿Te masturbas?, carajo, y yo de pendeja… nunca lo he hecho, te lo juro… pero de ahora en delante…
Para nada amorcito, aquí estoy yo para meterte los dedos y la lengua, nada de masturbadas en solitario…
Sí, sí, y ya anhelo… tus dedos, más tu lengua, querida seductora de oro, pero me masturbaré por ejemplo en el trabajo; voy a mandar al carajo mis telarañas mentales…
¿Más?, ya los mandamos a la chingada, hasta más lejos (risas)
No pues sí, la verdad… pero, ¿puedo lamerte la puchita, querida mía?
Los besos se reanudaron para dar paso a las caricias de manos, dedos, bocas y lenguas, sin descartar los frotamientos corporales desde las chichitas hasta los pelitos y las puchitas. Mi amada se había convertido en impecable maestra… en un momento dado me hizo sentar, ella se metió entre mis muslos abriéndolos hasta donde fue posible, y después juntó sus nalgas a las mías, y al hacerlo puso en contacto las puchas con los cuatro muslos sirviendo de hermoso portal a la cachondísima frotada de puchas y pelos; sentir los pliegues viscosos de la pucha de mi amiga y amada fue un detonante sensacional de un orgasmo fabuloso nunca sentido, aún en los primeros y por tanto ricos sorpresivos y grandes orgasmos, fueron impresionante fortísimo orgasmo permanente por muchos, muchos minutos, bueno, no paró sino hasta mucho después que las nalgas pararon extenuadas.
No bien paramos, escuchamos toses y movimiento del muerto situado en cama… reprimimos expresiones de horror. Sin embargo, murmurando repetimos las expresiones de nuestro amor naciente con la promesa de reanudar la noche por llegar,
Pero ahora yo voy a tu cuarto, querida, pos qué chingados,
Dije excitándome con sólo pensar en lo arriesgado de ir a coger con mi amorcito ¡en la cama y el marido al lado!, porque, le dije, quiero acariciarte estando las dos subidas en la cama…
Esa expresión detonó el postrer orgasmo de mi amada, y el mío apenas lo vislumbré, pero mis dedos se metieron a la puchita para darme en ese momento la primera masturbada de mi vida… mientras mi amada se iba casi arrastrándose por el piso, deliciosamente encuerada, mostrándome las lujuriosas nalgas, ahora bien visibles, el sol estaba despertando.
Esto sucedió hace dos años; nos hemos hecho arriesgadas y aventureras del placer, una u otra va, viene, a la casa de la otra a plena media noche… nunca nos han sorprendido los escupidores de gargajos… la última hazaña de mi cachonda amante fue venirse encuerada de su casa a mi casa y a mi cama… bueno, el bruto borrico, el bulto continúa ahí, hasta parece haberse acostumbrado a los lindos jadeos, gemidos, arrumacos, suspiros y grititos incontrolados. Hemos inventado viajes para dar rienda suelta a nuestros inacabables deseos de amor, caricias y orgasmos, claro, pasando por lamidas, chupadas y mamadas incesantes, las prometidas orinadas las hemos repetido innumerables veces con inmenso placer de las dos, somos ya, expertas en acariciarnos de rapidito, dice ella, cuando hay oportunidad, y continuar corriendo riesgos increíbles como increíble fuente de placer agregado… y esperamos continuar así hasta la muerte por placer…
Águeda y Lucero
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!