MI PRIMERA EXPERIENCIA SEXUAL
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
En el barrio, – clase media baja – por fortuna con escaso tránsito vehicular tenía amiguitas de mi misma edad, con ellas jugaba a diversos juegos en la calle, por cierto poco iluminada. Un día llegó la hermana de una de mis compañeras de juego; tenía, creo, unos 16 años; la veía adulta, y muy hermosa sin considerar el precioso cuerpo, cosa que hago ahora con sumo placer: un cuerpazo de belleza singular. Nos preguntó a qué jugábamos antes de decirle a su hermana que era hora de volver a casa. Luego se las ingenió para quedar a solas conmigo, y yo, sin clara conciencia me quedé. Nos sentamos en el batiente de la puerta de una casa que estaba vacía. Hablaba, yo la veía a los ojos sin entender lo que me decía. De pronto puso su mano en mi muslo, y lo empezó a acariciar. Me desconcertó; nada dije ni nada hice; continuó hablando y “sobando” mi pierna. La noche muy oscura, la calle desierta. Ella jadeaba, yo seguía sin entender lo que pasaba.
A poco su mano subió hasta tocar mi ingle, mi puchita no porque mi posición se lo impedía. Después de estar acariciando mi muslo empezó a empujarlo para que se separara del otro, cosa que sucedió sin todavía darme cuenta de las “intenciones” de la mano acariciadora. Cuando tocó mi panochita por encima de mi horrible calzón temblé, y sentí rara emoción por ser tocada donde, decía mamá, nadie, ni yo misma debía tocar. Siguió tocando con suavidad, a ojos cerrados, moviendo lenta y suavemente su mano con sus dedos. Sus jadeos eran más evidentes, y mis temblores de emoción también. Seguro la pataleta le estorbaba porque dijo:
¿Me dejas quitarte el calzón?
No supe contestar, más bien no pude porque las “emociones” que la mano despertaba en mí eran colosales; mi cuerpo seguía temblando por esas emociones. No esperó, con trabajo me quitó los calzones, y entonces su mano se fue directa a mi chuchita, y la empezó a acariciar, y yo a sentir enorme “emoción” por todo mi cuerpecito. Me besó las mejillas y percibí su respiración agitada, tan agitada como la mía, lamió mis carrillos, y después mis labios para al final meter su lengua a mi boca, yo estaba por completo a su disposición de manera irreversible, por supuesto, por completo inocente, pero no por eso dejaba de sentir el intenso placer, las sabias caricias que mi seductora hacía en mi imberbe conchita. A poco no pude reprimir mis gemidos, los raros y ricos temblores se generalizaron, y acabé lanzando grititos de placer mientras ella decía:
Así, pequeña, así, goza, goza mucho, mucho con tu puchita linda, sin pelitos… ay, querida qué hermoso que me dejas acariciarte… ¿no quieres acariciarme?
Yo apenas la escuchaba. Ella tomó mi mano seguro con su mano libre, y la llevó a sus piernas también desnudas; enseguida la puso a aplastar sus pelos que sentí bien mojados – no traía calzones, sé ahora – para después extender mis dedos para metérselos a la pucha, esta sí con lindos y abundantes pelos. Mientras sus dedos seguían acariciando mi conchita, ella tomó mi cabeza para llevarla a sus chichis; se sacó una, e hizo lo necesario para meterla a mi boca y, de manera instintiva, la empecé a mamar, eso aumentó muchísimo el placer, digo ahora, que estaba sintiendo a más de que ella también empezó a gemir y a lanzar grititos de placer. La calle desierta, aunque para mí eso no estaba en mi consciente. Así estuvimos por no sé cuánto tiempo, hasta que ella, seguro alerta, escuchó que venían pasos por la banqueta; con toda premura sacó su mano y la mía de su pucha, recogió mis calzones para meterlos detrás de ella. Sí, era mujer añosa que pasó viéndonos extrañada. Cuando mi seductora estuvo segura que la vieja mujer no voltearía me besó en la boca lamiendo mis labios, después metiendo y sacando la lengua de mi boca. Al fin dijo:
Eres una preciosa niña muy, muy valiente… ¿te gustó lo que hicimos?
Todavía estaba agitada y atónita por lo que había vivido y gozado sin saber con exactitud qué hice y qué me hizo mi hermosa seductora. De todas formas asentí, y ella siguió:
Dime qué fue lo que te gustó más.
Me sorprendió la pregunta; pensé un instante; sonreí y dije:
Pos… pos… no sé… ¿todo?
Rió alegre, acarició mi rostro, y dijo:
¿No tienes que irte?
No pos no… mi mamá me deja hasta… oye, ¿pos qué horas son?
Todavía es temprano.
Pero le dijiste a tu hermana que ya…
Bueno, quería quedarme contigo; todavía es temprano. Quiero hacerte otra cosita, ¿me dejas?
Recordé lo que me hizo, y pensé que sería igual de rico – así lo pensé, rico – asentí con la cabeza. Entonces me dijo:
Mira, para hacerte unos cariñitos más ricos que los que te hice tienes que pararte… delante de mí, ¿sale?
Sin preguntar más, y sin dudar me puse de pie. Ella atisbó el entorno, sonrió, acarició mi rostro; ya estaba parada, por eso mi vientre y mi puchita estaban a la altura de la cara de mi bella “amiga”. Metió las manos bajo mi faldita, acarició mis nalgas por largos minutos sin dejar de verme extasiada, y su mano levantó la faldita por delante, y empezó a lamer mi piel descubierta hasta llegar a mi panochita, y ahí lamió y lamió antes de meter la puntita dentro de mi chucha pelona y las lamidas y chupadas que me dio me hicieron gritar muy fuerte por el intenso placer que estaba sintiendo, aún en aquél momento pensaba que estaba sintiendo riquísimo, y tanto que luego de quizá dos tres minutos de grandes gritos míos no pude sostenerme de pie, y tuvo que levantarme de las nalgas para besar mi boca. El beso apenas lo saboreé porque el placer no dejaba de recorres mi cuerpo y este me temblaba de lado a lado. Poco a poco me fui tranquilizando, y ella me veía en éxtasis, sí, sin duda estaba extasiada, pienso ahora. Dijo:
¿Te gustó reinita?
No pude hablar, por eso mi cabeza dijo que sí. Me sentó en sus piernas sin dejar de acariciarme en el rostro, nada más allí. Cuando me sentí “mejor”; fue una delicia las lamidas a mi puchita, quizá curiosa pensé en hacerle a ella lo mismo, viéndola a los ojos, sonriendo, dije:
¿Qué me hiciste?
Te lamí la puchita… ¿te gustó, verdad?
Sí, me gustó mucho… mucho… oye, ¿qué es puchita?
Después de reír alegre, dijo:
Pues puchita es tu cosita, tu colita… ésta que tienes aquí, y es la que lamí, así se llama: pucha, pero de cariño le decimos puchita… ¿te gusta ese nombre?
No pos sí… no sabía… oye… ¿me dejas ver tu puchita?, digo, con la mano sentí que tienes pelos… allí, ¿sí?
Risas alegres, dijo:
Sí mi amor, tengo muchos pelitos… sí, desde luego que te dejo ver mi puchita. Pero necesitas sentarte, yo me paro para que así la puedas ver y también… si quieres, puedes… lamer mis… pelitos…
Me bajó de sus piernas, me sentó en el batiente, se puso de pie, atisbó el entorno, subió su corta falda… dije arriba que ¡no traía calzones!, los lindos pelos quedaron ante mis ojos. Luego de minutos de extasiarme viendo los bellos pelitos, mi mano fue a tocarlos, así las ricas emociones apenas atenuadas regresaron intensas, lo mismo los temblores de mi cuerpo. Y en ese momento capté los olores de esa primorosa pucha, y aspiré al tiempo que decía:
Qué rico hueles.
Sí reina, huele lindo mi pucha… la tuya también, y más va a oler cuando crezcas más… ¿te gusta mi pucha?
Ay… la tienes linda… la mía no tiene pelos… ¿por qué?
Porque todavía estás chiquita, pero cuando crezcas un poco más vas a tener tantos como yo… ¿quieres tener pelitos?
Síiiiiiiiiiiii, son lindos… oye, ¿mi mamá también tiene… pelitos en la… pucha?
Risas alegres, dijo:
Sí mi amor, tu mamacita tiene pelitos, muchos pelitos como yo, estoy segura… ¿nunca se los has visto?
No, pos no… quiero vérselos… ¿Puedo pedirle que me enseñe los pelitos?
No, no… no vayas a decir nada de lo que estamos haciendo… y no le pidas a tu mamacita que te enseñe los pelitos…
No la escuché porque el deseo de lamer los pelitos fue imperioso y mi lengua empezó a lamerlos hasta mojarlos más con mi saliva, entonces ella dijo:
Mete la lengua aquí…
Al mismo tiempo abría las grandes jetas para que mi lengua se metiera, cosa que hizo, gocé de los olores y los sabores de la preciosa pucha de mi linda seductora. Quizá lamía y chupaba de manera inadecuada, porque ella dijo:
Lame donde ponga mi dedo.
Y puso el dedo en su clítoris, y mi lengua se dedico persistente a lamer ese puntito mientras las nalgas de la preciosa se movían y sus gemidos me daban una felicidad agregada al disfrute de la primera mamada de pucha que estaba dando. Gritó tan alto como yo, seguro cuando el potente orgasmo la obligó a manifestarlo así, con grandes gritos. Era tan lista que no dejaba de estar pendiente de la calle, por eso detectó a otra persona que se acercaba, con toda rapidez, sacó mi cabeza de bajo la falda, y rauda se sentó a mi lado procurando dejar la faldita en el sitio correcto. Pasó la persona, y entonces ella dijo:
Ay, mi amor… me has hecho gozar enormidades con tus caricias y con tu mamada… y también porque te sentí gozar mucho, mucho, ¿verdad que sí gozaste mucho?
En ese momento identifiqué rico con gozo, reí alegre, y dije:
Síiiiiiiiiiii, gocé muchísimo.
Bueno, no creo que sea conveniente seguir… podemos vernos otra vez… aquí… si quieres, claro.
No pos sí, sí quiero… ¿tú también quieres?
Ay, mi amor… lo deseo intensamente… ¿mañana?
Pos no sé… si puedo sí… ya sabes, las mamás…
Bueno, ojalá puedas… no se te olvide que de esto que hicimos nada de decirle a nadie, ¿eh?
No, no le voy a decir a nadie.
Ponte los calzones…
Me besó por un largo minuto jugando su lengua con la mía, y dijo:
Vete, vete porque si no… no me aguanto.
Ahora fui yo la que la besó, luego metí la mano para volver a sentir los preciosos pelos de la concha tan linda, hasta metí los dedos para luego chupármelos, y ella emitió grititos de placer al verme chupar mis dedos. Me puse los calzones y sin más nada me fui.
En esta amorosa y deliciosa forma me inicié en el dulce placer del sexo… ¡lésbico!, el hétero fue mucho después; luego les cuento.
Continuará.
II
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!