Mi profe de yoga
Una experiencia impensada durante un fin de semana con mi profesora de yoga.
Mi profesora de yoga
Hace poco tiempo que empecé a tomar clases de yoga y estoy muy emocionada, me gustan y disfruto mucho.
Poco a poco voy aprendiendo a cambiar el sentido de las cosas tal como las conozco y del tiempo a través de la práctica de la concentración. Y en las últimas clases, Adriana nos explica cómo mitigar dolores y sensaciones con varios ejercicios muy buenos, innovadores para mí.
Cabe destacar que Adriana es nuestra profesora de yoga, una hermosa mujer de unos 60 años muy bien llevados, de pelo color plata natural , unos ojazos claros y una sonrisa impactantes.
Somos un grupo pequeño de seis personas de todas las edades y la profesora tiene tiempo para personalizar muy bien la respectiva clase con cada alumno.
Noto que me llevo muy bien con Adriana, y básicamente intuyo que es porque somos pares en edad más que nada.
La última clase, a petición de una joven alumna, Adriana nos impartió unos ejercicios especiales de Tantra Yoga consistentes en un entrenamiento mental, entendido como una meditación que permite observar de forma serena y desapegada los acontecimientos reales que está viviendo el practicante y centrarse fundamentalmente en las sensaciones, emociones y percepciones, vistos desde la perspectiva de la sexualidad y cómo modificarlos para que estas sensaciones no tengan límites a la hora de la intimidad.
Una clase larga de casi dos horas, muy buena y en la que destaqué por hacer las cosas tal y como la profesora me pedía. De hecho, Adriana me felicitó y al final de la clase me preguntó si podía quedarme un poco más.
Obviamente le dije que sí y me quedé a esperarla para despedirse y saludar al resto de alumnos que se iban marchando de a uno.
La veo volver de la entrada y se acerca donde yo estaba sentada, me mira y con una sonrisa me dice
-“Hoy te vi muy conectada con la clase y tuve la sensación de que te había gustado esta experiencia de Tantra, me gustaría invitarte a un retiro de yoga el próximo fin de semana, que es largo. Este retiro es en una posada campestre a unos kilómetros de aquí, una finca muy bonita y cómoda que tiene mi familia.”
Lo pensé unos segundos y me pareció una muy buena idea, desconectar de todo el ajetreo y rutina de la vida, obligaciones y todo lo cotidiano, me vendría muy bien.
Y le dije que sí, que seguro sería una experiencia enriquecedora y positiva y daría la posibilidad de desconectar de la rutina.
En cuanto le respondí que sí, que aceptaba, vi sus ojos claros iluminarse con un brillo que nunca antes había visto.
Me respondió sonriendo: “Genial, saldremos de aquí el jueves temprano. Trae ropa cómoda para todo el fin de semana, del resto me encargo yo.”
Y así el viernes llegué con un bolso con algo de ropa cómoda, chancletas y algunas de mis cosas, dispuesta a pasar un fin de semana tranquilo. Metí la bolsa en su camioneta y noté que solo estaban sus cosas, no había nada de ningún otro estudiante.
La miré sorprendida y ella sonrió dándose cuenta y me guiñó un ojo y me dijo que estos retiros eran personales, que ella consideraba que yo era la única estudiante en condiciones de hacerlo.
Me pareció bien así que nos fuimos…
Después de casi una hora de viaje y de tomar mates entre una charla animada, llegamos a la finca.
Una hermosa casa de campo llena de plantas florales, mucho bosque con árboles, con un arroyo que se podía ver al fondo, un lugar sin dudas paradisíaco con una cabaña de madera muy antigua pero bien conservada.
Apenas bajamos de la camioneta, tres perros hermosos y muy cariñosos vinieron a saludarnos, un mestizo grandote, un labrador aparentemente viejo y un beagle más pequeño, estaban haciendo piruetas saludándonos, se deshacían en mimos y besándonos las manos jaja, divinos ellos.
Descargamos nuestras cosas y Adriana me invitó a entrar a la casa, un hogar hermoso, acogedor y lleno de elementos de alguien cuya vida está llena de espiritualidad y detalles plenos de vida, pequeños adornos y miles de cosas hermosas por todos lados.
Me llevó a una recámara que me ofreció y noté que la casa tenía otra recámara, un baño enorme con jacuzzi, una cocina muy linda, amplia y con un gran ventanal y finalmente una sala extraordinaria con sillones y llena de cojines en el piso sobre una alfombra suave y con un enorme ventanal que da a la vista más hermosa que se puede tener en ese lugar.
Apenas descargamos nuestras cosas me dijo…
-“ponte cómoda porque vamos a caminar un rato hasta el arroyo”.
Me puse un short, zapatillas y una camiseta y salimos para allá. Vi que Adriana llevaba una pequeña mochila y dos botellas de agua fresca.
Llegamos al arroyo, que estaba a unos 800 metros de la casa, y nos recibió una hermosa pradera al lado del agua, con pasto que parecía recién cortado, y arbustos de flores silvestres de colores a los lados… era realmente un paraíso. Ella me miró y me preguntó – “¿Te gusta?”
Mi respuesta fue “Me encanta, no lo puedo creer”.
Ella sonrió enormemente y sus grandes ojos comenzaron a brillar aún más. Se dio la vuelta, dejó sus cosas en el suelo, sacó una lona que puso prolijamente sobre el pasto y comenzó a desvestirse lentamente.
Me miró y me dijo
– “Anda, desvístete, vamos al agua un rato”.
Lo hice, aunque con algo de pudor me quité la ropa, no esperaba una situación así. Y tal como Dios nos trajo al mundo, nos metimos al agua del arroyo.
Nadamos, saltamos, gritamos y nos divertimos como niños que se meten en travesuras un rato. El agua estaba realmente hermosa.
La veo salir del agua y sacar un par de toallas de su mochila. Ella me mira y me invita a salir para que hagamos un par de meditaciones.
Al salir me entrega la toalla y me envuelve en ella. Noto que mientras lo hace me abraza y me dice que está muy contenta de que haya aceptado ir al retiro. Me gustó mucho su actitud y, además de corresponderla con una sonrisa, le agradecí que me tuviera en cuenta.
Y así, desnudas como estábamos, hicimos unas sesiones de yoga muy reparadoras sobre el césped siempre bajo su guía.
Nos vestimos y volvimos a la casa para almorzar.
Pasamos el día de manera divertida entre charlas y varias sesiones de yoga. La verdad es que me dieron ganas de quedarme allí, había una tranquilidad que da mucha razón a los retiros y más si la compañía es como la de Adriana, un ser absolutamente adorable y amoroso.
Lo estaba disfrutando mucho.
Por la noche, y después de una cena tranquila, estábamos las dos tiradas en el suelo sobre los cojines charlando, sus perros durmiendo al costado sobre la alfombra, cuando de repente ella sonríe se arrodilla y me ofrece dos cosas, una sesión de yoga tántrico juntas, y una infusión que tiene que dice que es milagrosa.
Se ríe casi con una carcajada y me dice que ambas cosas van juntas, que estas cosas se potencian mutuamente y te llevan a un nivel nunca antes alcanzado, que no podían separarse, cuestión que me desafiaba a decidir por sí o por no.
A juzgar por el tono de su voz y su risa, sin duda muy pícara, lo que me ofrecía sonaba sumamente tentador y curioso a la vez.
Debo confesar que me sentía como un adolescente y la curiosidad de lo propuesto me intrigaba sobremanera y me complacía a la vez, así que acepté el combo de propuestas. Por otro lado, ella era la profesora y entendí que sabía muy bien lo que hacía.
Bebimos un par de tazas de aquella infusión milagrosa y empezó a guiarme por algunas posturas de yoga en dúo tal y como me había dicho.
Estas sesiones fueron muy sensoriales y lo que las hizo más fuertes fue que por primera vez noté que había contacto entre nosotras, algo que confieso, con algo de vergüenza, me gustaba.
Tomadas de la mano y con los ojos cerrados, ella guiaba todo lo que hacíamos con una voz extremadamente suave, tranquila y seductora.
Y la verdad es que no sé si fue efecto de las meditaciones o de la poción milagrosa, comencé a sentirme más liviana más libre, como si estuviera flotando, que mi realidad se estaba distorsionando tal como la conocía y estaba entrando en una especie de nirvana casi inconsciente, como si no tuviera control sobre mí misma y estuviera viendo la situación desde fuera de mi propio cuerpo como si fuera un tercero. Situación que por demás me gustaba mucho
Sentí el roce de sus dedos entre mis manos, y me pareció una enorme acumulación de sensaciones que nunca antes había experimentado. Fue muy extraño y placentero.
Me pidió que abriera lentamente los ojos, y allí la vi de pie frente a mí, en la misma posición que yo, sentada semidesnuda, pero la percibí de una forma casi inesperada; todo se volvió total y poderosamente sensorial.
Soltó mis manos y tomó mis hombros con las suyas, deslizándolas por los laterales de mis brazos hasta los codos, que descansaban sobre mis piernas.
Me miró fijamente y me dijo con mucha dulzura que ahora iba a experimentar nuevas sensaciones, que tenían que ver con la comunión entre nosotros dos y los demás seres del lugar, y que debía abrirme a ellas si quería alcanzar el máximo nivel de emociones plenas.
En mi estado, asentí y pensé en qué otros seres había en el lugar que mencionaba, hasta que me di cuenta de que los únicos presentes eran sus perros.
Se me acercó por detrás, se arrodilló y comenzó a masajearme los hombros, la columna cervical y el cuello con aceite, guiándome para cambiar de posición con cada masaje que iniciaba.
Fue sumamente placentero.
Siguieron varios minutos de masajes y posiciones hasta que quedé arrodillada con la cintura inclinada hacia adelante y los brazos extendidos, apoyado en el sofá. Me masajeó la columna, vértebra por vértebra, desde el cuello hasta el coxis.
Después de unos instantes, me pidió que separara bien las rodillas para trabajar las caderas. Me dijo que se acercaba una nueva fase sensorial y que tenía que disfrutarla al máximo.
La miré de reojo con los ojos entornados y, confiando plenamente en ella, dije que sí.
Mientras continuaba con sus masajes, llamó a Tim, el beagle, quien obedeció y vino hacia nosotros. El perro se acercó, meneando la cola alegremente, dándole besos a su dueña y algunos a mi en la pierna.
Miré con ternura a Tim, sentado a nuestro lado, meneando la cola, mientras sentía las manos de Adriana recorrer mi espalda con sus masajes.
Esta vez, no se detuvo en el coxis; continuó con sus dedos entre mis nalgas, separándolas ligeramente, abriendo mis labios vaginales con un par de dedos y masajeando mi clítoris.
Gemí dulcemente y la vi sonreír. No me lo esperaba para nada, pero continuó con sus masajes circulares y con la otra mano, separó mis piernas un poco más.
Mis sentimientos y yo ya estábamos en otro mundo…
En medio de este tsunami sensorial, noté que le decía algo al perro, y él automáticamente se colocó entre mis piernas y comenzó a lamerme la vulva con avidez, pasando su lengua desde mi ano hasta mi clítoris de forma sostenida y continua.
Me estremecí; nunca había experimentado algo así en mi vida. No pude controlar nada, y pronto exploté en un orgasmo tremendo lleno de gemidos y espasmos.
Adriana me tomó la cara entre las manos y, con una amplia sonrisa, dijo:
«Bienvenida… a este nivel, has comenzado un camino sin retorno…»
Me besó dulcemente en la cara y se levantó, apoyando ambas manos en mis caderas, y me dijo que íbamos al siguiente paso, que ella me guiaría en lo que seguía, que mantuviera la calma.
Obedecí dócilmente, dentro de mi estado.
Sentí que me daba una palmada en la cola, y creí que era una señal de aprobación, pero en realidad no lo era. Le estaba dando una orden a Tim.
El perro puso sus patas delanteras en mi espalda y, agarrándome por los lados de las caderas, se acercó a mi cuerpo y se apoyó en mí.
Adriana me susurró al oído con su voz tranquila y serena:
«Tranquila, tranquila, yo te guiaré… disfruta». Inmediatamente, sentí que el perro me rozaba los labios vaginales tres o cuatro veces seguidas, como si me estuviera probando, hasta que en una de ellas, se abalanzó y me penetró profundamente.
Grité y me agarré al cojín del sofá con ambas manos; el movimiento me estremeció. Una vez que Tim entró en mi vagina, comenzó una carrera frenética, embistiendo dentro y fuera de mí.
Estaba en una situación sensorial que ni siquiera podía empezar a comprender. Quería racionalizar lo que estaba sucediendo, pero mi cuerpo no se detenía, yendo a donde quería sin dejarme pensar.
Gemí y grité sin control.
¡El perro me estaba cogiendo de verdad!
Me dirigía directa a un orgasmo devastador con Tim, que entraba y salía furiosamente a voluntad, en cada embestida sentía el golpe de la punta de su miembro contra el borde de mi útero.
En un momento comencé a sentir que se dificultaban los movimientos del perro, el espacio de mi vagina ya era pequeño porque su verga colmaba mi claustro interior, y Adriana, que sujetaba a Tim para que no se saliera y con una mano en mi espalda, me susurra al oído:
«Ahí viene el bulbo… relájate».
Sin entender lo que me decía, inmediatamente siento como la verga del perro se hincha de repente y se ajusta por dentro de una forma inexplicable apretándome firmemente.
Tim así inflado hizo apenas un par de movimientos y yo sin poder contenerme más, acabé como nunca antes lo había hecho en mi vida.
El orgasmo nunca terminaba, y yo era un mar de contracciones, gemidos y sollozos.
Instantes después escucho a Adriana decirme con alegría
– “¡Esa es mi pequeña! ¡Una digna alumna de esta maestra! Jaja”
Todo se calmó poco a poco, recuperé la calma y la respiración y entonces me di cuenta que Adriana aún seguía sujetando a Tim con una mano contra mí.
Noté que el can aún experimentaba ligeras contracciones dentro de mí, y mirándola de lado, le pregunté qué pasaba.
Adriana me miró con ternura y dijo:
«Tim lleva unos minutos eyaculando dentro de ti. Eso es lo que sientes».
Un par de minutos después, Adriana soltó a Tim, quien salió de mí con un solo movimiento. Entonces sentí emerger su bulbo, que fue un alivio inmenso, y un chorro enorme de semen canino me recorrió las piernas y las nalgas.
El perro había eyaculado enorme cantidad de semen dentro de mí.
Adriana me secó y me limpió con una toalla con total cuidado y dedicación, acariciándome con cariño con cada movimiento.
Mientras tanto, podía ver a Tim a mi lado, jadeando, mirándome y moviendo la cola alegremente.
Y entonces por fin lo comprendí todo.
Del perrito colgaba un pene violáceo de unos dieciocho centímetros de largo, cubierto de finas venas y coronado por una especie de cabeza de ajo de unos seis o siete centímetros de diámetro en la base.
No podía creer que hubiera tenido «eso» dentro durante tanto tiempo; parecía enorme, y aún soltaba pequeños chorros de semen.
Con razón sentía tanta plenitud en la vagina; no había espacio para nada más.
Adriana me limpió y nos sentamos una al lado de la otra en un cojín, con la espalda contra el sofá, y ambas nos miramos de reojo.
Le sonreí y le dije:
«No entiendo nada de lo que pasó, pero me gustó».
Me acarició la cara con la mano y susurró con ternura:
«Mi pequeña… me alegra que estés disfrutando de nuevas sensaciones. Todo cuenta en esta vida, y hay que saber aprovechar al máximo lo que se presente».
La vi acercarse, me rodeó los hombros con su brazo y en un tierno abrazo me besó en los labios.
Estaba realmente fusilada después de tanto trajín, ella me acarició y me dio un fuerte abrazo y me fui a duchar.
Amorosamente Adriana me preparaba la ducha de agua caliente en su punto justo, yo fui a buscarme algo de ropa para ponerme, vuelvo y me meto bajo el agua.
La lluvia reparadora que me caía por todo el cuerpo era deliciosa sentirla, estaba así extasiada dejando correr al agua sobre mí y disfrutándola intensamente sin moverme.
En un momento siento una presencia en el baño y sin poder darme vuelta siquiera para ver noto las manos de Adriana recorriendo desde mis caderas hasta mis pechos y abrazándome con firmeza desde atrás y comenzó a acariciarlos con ganas, no aguanté y me di vuelta para increparla y decirle que parara, que ya era mucho por hoy.
Pero en lugar de hacerlo, sin saber por qué, tomé su rostro y la besé con pasión metiendo mi lengua en su boca desesperadamente, ella correspondió y comenzamos a acariciarnos con fuerza por todo el cuerpo.
La tiré contra la pared de la ducha empujándola y bajo el agua besándola sin parar metí mi muslo entro los suyos y quedamos con nuestras piernas enlazadas friccionando con ganas nuestras entrepiernas contra el muslo de la otra.
Fue un instante así hasta que la escucho decir
-“acaba conmigo por favor “
Y haciendo caso a su pedido nos fundimos en un orgasmo mutuo interminable, abrazadas mordiéndonos los labios, clavándonos las uñas y sollozando el final del orgasmo como si no hubiera otro.
Volvimos en si luego de un rato y ella besándome dulcemente, tomó el champú y comenzó a enjabonarme el pelo y el cuerpo.
Nos bañamos mutuamente, nos secamos con cariño, nos pusimos una remera larga como camisón y nos fuimos a dormir.
Yo iba encaminándome para mi dormitorio y cuando llego a la puerta siento sus dedos tocar mi mano, giro y la miro y sonriendo con dulzura me dice
-“dormí conmigo”………….. cosa a la que accedí.
Nos abrazamos en su cama y ya no me acuerdo más nada, entré en un sueño profundo hasta el día siguiente.
Entresueños escucho una voz, abro lentamente los ojos y la veo a ella sentada en la cama al lado mío, me dice suavemente
–“arriba dormilona, ya está el desayuno “
Se acerca, me besa y se va para la cocina. Yo me levanto y voy al baño.
El desayuno estaba listo sobre una mesa inmaculada, un olor de tostadas recién hechas reinaba el lugar, dulces y panes de todo tipo habia sobre la mesa, todo era impecable.
Me acerco a ella que estaba sirviéndome un café, la abrazo desde atrás y le doy un beso en el cuello bajo la oreja y le agradezco todo, su invitación, su dedicación, su buena onda y hasta su infinito amor.
Me mira y sonríe y por lo bajo me dice dulcemente……
-“aún nos falta mucho jaja”
Y el día transcurrió de la mejor manera posible.
Fue realmente otro día maravilloso. Hicimos varios ejercicios de yoga, nos bañamos de nuevo en el arroyo, caminamos un rato por los senderos del bosque cercano e incluso disfrutamos de un rato fantástico leyendo algunos cuentos mientras ambos estábamos tumbados en una enorme hamaca paraguaya, en la que cabíamos cómodamente, mientras el que escuchaba le masajeaba los pies al lector.
Después de cenar, nos recostamos en los cojines del suelo de la sala para leer y relajarnos.
Yo estaba leyendo un libro que habíamos empezado esa tarde, y Adriana tenía la mirada perdida, pensando en quién sabe qué, descansando plácidamente.
De repente, se levantó y me dijo que nos traería otra poción mágica como la de la noche anterior.
La miré y automáticamente pensé en la noche anterior. Asentí y seguí leyendo.
Al rato, apareció con dos tazas de una bebida muy sospechosa y un cigarrillo de cannabis en la mano. Me preguntó si alguna vez había fumado, y le dije que solo un par de veces en mi adolescencia y que nunca más lo había probado.
Así que, mientras saboreábamos nuestra deliciosa bebida, nos pitamos unos cigarrillos, disfrutando de ese momento único, ambas tumbados en los cojines del suelo. Me acariciaba la cara y yo le besaba las manos de vez en cuando.
Nos mirábamos, y yo estaba otra vez en el limbo. Una vez más, me sentí como si flotara en otro lugar, como espectador en mi propia escena.
Adriana se levantó de repente y dijo:
-«Bueno, ahora pasemos a otros temas… ¡manos a la obra!».
Me quitó el libro de las manos, me pidió que me tumbara boca abajo y comenzó una serie de masajes en la espalda.
Repasó una y otra vez los ejercicios de masaje y respiración que me estaba enseñando, y me sentí cada vez más en otro mundo.
En un momento dado, sacó un aceite especial y empezó a masajearme el cuerpo con él.
El aroma y la sensación del aceite eran una delicia. Te transportaba a otro lugar, dándote una cálida y placentera sensación. Te relajaba y aflojaba el cuerpo de una forma inexplicable.
Sus manos recorrían ahora todo mi cuerpo, y la sensación de placer se multiplicaba rápidamente. Por momentos, sentía como si muchas manos me acariciaran y masajearan.
Me agaché y estiré los brazos, apoyando los pechos sobre una almohada, arqueando toda la columna. Adriana pasó las manos desde mis caderas y mi coxis, que apuntaban hacia el cielo, hasta mis manos, recorriendo todo mi cuerpo. Y fue en ese preciso instante que sus dedos recorrieron mi columna, continuando hasta el fondo, adentrándose en el valle de mi trasero. Siento las yemas de sus dedos separar mis nalgas y pasar por mi ano y los labios de mi vulva, deteniéndose en el clítoris, masajeándolo, y volviendo en dirección opuesta al coxis.
Esta acción se repitió, y automáticamente comencé a separar las piernas para que pudiera mover la mano con más libertad. Fue una situación de extremo placer, y yo ya estaba completamente entregada.
Cuando ya estaba en el punto álgido de la situación, me dijo
-«Hoy le toca a Manolo».
Manolo es su labrador retriever, un precioso perrote negro algo viejo, regordete y cariñoso como la mayoría de los labradores.
La noto llamarlo, y el «chancho» acude lentamente a su llamada con paso cansino. Pasa junto a mí, me lame la cara, y yo le tomo el hocico con una mano y le doy un beso cariñoso en los bigotes. Es simplemente adorable, lo quiero.
Adriana le hace un gesto, y él se pone detrás de mí. Empieza a lamerme la vulva y el ano con gusto, y si algo necesitaba para relajarme por completo, esto era.
Me dejé llevar y me entregué por completo al perro.
Su lengua me llevaba donde quería, parando y continuando, parando y continuando, y yo ya era un charco al borde del orgasmo. En medio de todo este tsunami de sensaciones, sentí sus patas delanteras agarrándome por las caderas, y en ese momento recordé a Tim, y para facilitarle las cosas, abrí más las nalgas, separando más las piernas y me agaché un poco más.
Manolo se apoyó en mí, froté mis partes íntimas contra él a propósito pensando que haría como Tim, tocándome un par de veces antes.
Fue en ese preciso instante que sentí que algo distinto sucedía, la punta de su miembro tocó suavemente los pliegues de mi ano y sin darme tiempo a reaccionar embistió rápidamente y para de una sola vez para deslizar buena parte de su sable dentro de mí.
Me quedé paralizada boqueando, y antes de poder respirar, lo sentí embestir nuevamente y penetrarme profunda y firmemente, la punzante y dolorosa sensación de la embestida era abrumadora.
Sus patas me sostenían firmemente por las caderas y el hecho de que su polla estuviera encajada en mi culo me atravesaba. Un dolor agudo brotaba de mi interior obnubilando cualquier atisbo de pensamiento coherente, lo sentía hasta el estómago y sin dudas la punta de su verga ya había trascendido los confines de mi recto llegando al intestino.
Adriana, que al instante notó mi cara de angustia desencajada, me sujetó con una mano por mi frente y al perro con la otra, y dijo con calma
«A Manolo le encanta hacerlo por el culo, así que no te preocupes que él lo sabe hacer muy bien…».
Por suerte y a diferencia de Tim, creo que por ser un perro mayor, Manolo tenía un ritmo más tranquilo y no parecía bombear frenéticamente, aunque yo sentía contundentemente su presencia dentro mío.
Además lo que los diferenciaba con Tim es que su pene se hinchaba gradual y lentamente al entrar y salir.
Intenté en vano mover las caderas hacia un lado tratando de minimizar la sensación paralizante, pero esto solo logró que el perro se adentrara aún más dentro de mí.
Tanto que al cabo de un rato tuve una sensación de plenitud total, sentía que mis entrañas ya no tenían espacio, y las paredes de mi recto estaban en pleno contacto con su polla. Manolo sin dejar de penetrarme frotando rítmicamente, me hacía balancear mientras yo reprimía mis gritos cubriéndome la boca con la mano.
La sensación de tener al perro encima mío sintiendo su peso y su cara junto a la mía por encima de mi hombro, su respiración jadeante junto a mi oído, la potencia de sus embestidas, y el grosor de su enorme miembro abriéndome el ano y colmando mi interior, todo me producía un escalofrío incesante.
Luego de un instante que me pareció eterno escucho a Adriana decirme
-«Toma su pata delantera y sostenla junto a tus pechos, para que no salga».
Obedecí automáticamente sin pensar.
Enseguida comprendí el motivo de la orden, el perro infló su bulbo y comenzó a eyacular.
A medida que el nudo seguía creciendo, se movió unos instantes más, y pensé que me moría porque, además de ser muy profundo sentía que aumentaba gradualmente de diámetro dilatándome el ano de forma sostenida.
Era evidente que él era quien dominaba su merecido espacio ganado en buena ley, y me lo hacía saber. Y sabiendo que tenía el total control, empezó a disminuir el ritmo de su tortura, calmándose poco a poco. Como si se apiadara de mí, su hembra derrotada, y dejara que solo sus espasmos eyaculatorios fueran lo único que sintiera durante un buen rato, como diciéndome …
-«¡Ahí tienes, goza de mi..!».
Dentro mío, justo detrás del esfínter anal y dentro del recto, tenía un enorme trozo de perro que colmaba inmensamente mis entrañas.
La sensación de cada embestida arrastrando mis intestinos hacia dentro, generaba la fricción del inmenso diámetro de su falo y me daba una sensación incontrolable y abrumadora que me iba a cagar.
Y debí haber expresado algo porque, sin soltarme la frente, Adriana dijo:
«No te vas a cagar. Es solo la sensación de tener todo el interior del recto lleno, no te preocupes…».
Manolo detuvo sus movimientos por completo, permaneciendo inmóvil encima de mí, y en ese momento sentí su enorme polla contrayéndose compulsivamente dentro de mi ano.
Le dije a Adriana que lo sentía mucho y que no podría soportarlo más.
Ella respondió:
«Tranquila, ya casi termina, eso es lo que sientes. Un poco más y se aflojará».
Cuando le repetí que no podía aguantar, respondió:
«Te dije que te relajaras. Manolo acabará unos 8 o 10 minutos, y luego se desinflará, en cuanto afloje un poco la pera, la sacamos.”
Me quise morir…
Pero parece que me acostumbré porque esperé con Manolo dentro unos diez o quince minutos, y cuando empecé a sentir que estaba a punto de salir, respirando y masajeándome el ano, Adriana logró aflojar un poco el nudo.
Manolo se retiró de repente, no sin antes hacerme sentir como si una manzana me saliera del ojete.
Tras el nudo, que fue un alivio soltar, emergió de mi interior una salchicha de considerable longitud y grosor, que era el resto de su interminable polla.
En cuanto escapó de mi culo, mi coño y mis piernas quedaron empapados de semen canino que rebosaba de mi interior. Manolo automáticamente lamió mi ano y los jugos con ganas unos segundos.
Mi ano palpitaba constantemente, me ardía e incluso tenía las piernas entumecidas, en parte por la posición, y en parte que por semejante paliza el dolor me adormecía de las caderas para abajo.
Al cabo de un rato pude sentarme en una toalla sobre un cojín y allí se acercó Manolo buscando un abrazo o un mimo. Lo acaricié, lo besé en la nariz y le dije
-«¡Ay, perrito, me hiciste sufrir un montón!. Nunca me habían vapuleado el culo de esa forma, hasta hoy lo tenía virginalmente guardado, menuda paliza le diste a mi ojete…»
Me reí, lo volví a besar y entonces me di cuenta al verlo de lado que su polla era considerablemente más grande que la de Tim, ya algo flácida medía más de 20 cm con casi seis de diámetro, y su bulbo ya “ablandado” era casi del tamaño de un puño.
No podía creer haber tenido “eso” dentro tanto tiempo.
Luego que pasara todo y se tranquilizara el momento nos fuimos a bañar. Y después del baño Adriana hizo unos masajes en mi zona anal con un aceite especial que tenía propiedades calmantes, cosa que alivió mi padecer por suerte, ya más tarde nos fuimos a dormir, el día había sido hermoso, pero muy muy intenso.
El día siguiente, que ya era de los últimos, transcurrió como los dos anteriores. Lleno de descanso, relax y ocio, sin duda quería quedarme allí para siempre
Volvimos a nadar en el arroyo, leímos un montón, charlamos de mil cosas y, por supuesto, hicimos varias sesiones de yoga, totalmente sanadoras.
Disfrutamos del día con ilusión porque sabíamos que nos iríamos a casa temprano a la mañana siguiente.
Y dada la hora a la que salíamos, Adriana sugirió que la tarde fuera una última sesión de sexo zoo.
Un buen rato después de comer, fuimos a la sala a tumbarnos en los cojines, nos desvestimos y a empezamos el juego de besos y caricias. Fue una delicia.
No tenía ni idea de qué se le ocurriría a Adriana, así que me relajé al máximo y decidí seguir adelante con lo que surgiera.
Fue entonces cuando Adriana trajo a Oso.
Oso era su tercer perro, un mestizo especie de cruza extraña de bloodhound y otra raza. Un animal tranquilo y bondadoso que se pasaba la vida tumbado pasivamente.
Un perro joven de orejas largas y pelo corto, era sin duda una bestia enorme de unos 70 kg y casi 65 cm de altura, un perro realmente grande.
Lo colocamos entre nosotros y comenzamos a acariciarlo, mimándolo, mientras el perro nos lamía felizmente.
Adriana me miró y me dijo que no podíamos dejar que Oso hiciera lo que hicimos con los otros dos animales porque era realmente grande. Asentí y esperé a ver qué sugería.
Noté que nuestras caricias en su abdomen empezaron a surtir efecto en cierto momento, y Oso, sin ningún obstáculo, empezó a mostrarnos todo su poder.
La punta de un enorme trozo de verga emergió de su vaina, algo que juro por mi familia que nunca hubiera imaginado. Mucho más grande que el miembro de Manolo y lleno de venas violáceas que lo recorrían.
Adriana lo manejó con maestría y me lo mostró con cara de lujuria y risa.
En un momento dado, la vi metérselo en la boca y hacerle un par de mamadas, frotándolo con la lengua. Después, me miró y dijo con calma:
«Vamos, te toca chuparlo un rato. Hay suficiente para las dos y más».
Realmente no sabía qué hacer.
Aunque me habían penetrado los dos perros anteriores, tener el miembro del perro en la boca me resultaba un tanto asqueroso.
Ella insistió varias veces, así que cerré los ojos con calma y lento metí su polla en mi boca.
Para mi sorpresa, y a pesar del olor y el sabor persistentemente fuertes, debo confesar que me gustó un poco. No era tan terrible como había imaginado.
Su superficie era agradable, extremadamente suave y resbaladiza, no tan dura, y su glande rezumaba muchas gotas de líquido agridulce.
Así que me dejé llevar y comencé a chuparlo con fuerza, metiéndolo y sacándolo de mi boca y frotando su enorme pene por toda mi cara. Jugamos ambas un rato con su polla, que nos empapaba la cara con su semen. Nos la metimos en la boca, nos la frotamos por toda la cara, mordisqueamos cada lado y chupamos su enorme bulbo.
En un momento, Adriana me dijo: «Es tu hora, cariño…».
La miré sorprendida porque no sabía qué se avecinaba.
La vi apartar a Oso de su lado y tumbarlo sobre la alfombra. El perro grande se dejó caer dócilmente. Ella lo acomodó dándole la vuelta, de modo que quedó boca arriba con sus enormes patas traseras extendidas.
Dijo: «Ahora te toca montarlo…».
Y luego me guió para que me subiera encima del perro en posición de caballito, lo cual hice.
Me pidió que sujetara la cara del perro para mantenerlo tranquilo y en esa posición sin que se moviera. Tomó la enorme polla de Oso y la colocó suavemente en la puerta de mi vagina.
Empujé y sentí esa enorme verga penetrarme, abriéndose paso a la fuerza de a poco.
Aunque al principio al verla parecía grande, sentirla entrar fue tremendo, y dada su superficie lisa y resbaladiza, entró sin pedir permiso.
Fue increíble porque esa enorme verga me había penetrado de repente con tanta facilidad, aunque la rápida separación de mis paredes vaginales me produjo una excitación que nunca antes había sentido.
Y como era de esperar, comencé a moverme rítmicamente, saboreando tal enormidad. Lo monté con tanta fuerza que empecé a sentir el enorme bulbo de Oso golpeando la entrada de mi coño y la punta de su pija golpeando la boca de mi útero.
Por supuesto, duré unos segundos antes de tener un orgasmo espeluznante. Sentí todo tipo de contracciones por todo el cuerpo, y grité y lloré como si fuera la primera vez. Me desplomé encima del perro y me costó mucho calmarme. Mi vagina y la verga del perro seguían palpitando al unísono.
Fue hermoso, pero extremadamente devastador.
Como pude y dentro de mi fatal estado, me corrí de costado y saqué su enorme verga de mi interior con un sonoro ruido de ventosa, y un río de leche fluyó por mis piernas y mi culo, tumbada de lado pude apreciar todo lo que me había entrado, pero como entraba absolutamente apretada dentro mío no se había escapado ni una gota siquiera.
Quedé exhausta y sin poder continuar ninguna otra actividad, Adriana se percató al instante y se acercó tumbándose al lado mío para acariciarme tiernamente durante un largo rato. Nos fuimos a dormir enseguida, yo estaba extenuada por semejante trajín.
Al día siguiente bien temprano Adriana me despertó para desayunar, nos íbamos en breve porque había que volver.
Desayunamos tranquilas con unos mates y unas tostadas en un mar de serenidad tranquilidad y silencio, solo se escuchaban los pájaros, guardamos los bolsos y partimos.
Vine todo el viaje con una calma y una sensación de paz interior plena, a tal punto que cruzamos pocas palabras en todo el trayecto, mi mente estaba en el más allá sin dudas y disfrutaba de ese momento.
Adriana me dejó en la puerta de mi casa, no sin antes parar unas cuadras mas atrás para saludarme dándome unos sonoros y efusivos besos de lengua.
Ni bien bajé del auto y antes de entrar a mi casa me dice
–“ te espero para la clase del martes “….y me guiña un ojo
Le tiro un beso y saludo con la mano y ella se va.
Ya al otro día en casa desayunando con la familia pensaba en lo sucedido durante estos días y juro por mis hijos que no encuentro explicación alguna. Hice cosas que nunca jamás se me hubieran ocurrido hacer y que hasta hubiera cuestionado como aberrantes si me las nombraban.
Pero sin embargo las disfruté como loca.
Fue un finde raro y hermoso a la vez, tranquilo y de un ajetreo mortal, de paz inigualable y de infierno momentáneo…ambos extremos en todas las cosas.
Sigo con mis clases de yoga de rutina y cada vez que voy siempre en mi mente existe la esperanza de que aparezca otro momento de retiro tan espiritual como el de este finde.
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