MI YO PROFUNDO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Soy ginecóloga con cierto éxito profesional y, por eso, con clientela extensa y permanente. Casada, con hija de 12 floridos años. Puedo decir que vivía tranquila; las cuestiones domésticas las maneja una señora proveniente del pueblo donde nací, vive con mi familia desde hace cuarenta años. En el aspecto sexual pude, por fortuna, educar a mi marido; de esa forma, puedo decir, mi vida sexual era satisfactoria hasta donde eso salva la relatividad de cualquier cosa. Por otro lado, juro por la vida de mi hija que nunca había tenido o sentido atracción por las mujeres en el aspecto sexual, menos en ese rubro, y menos por mis clientes. Quizá debido a mi estabilidad sexual nunca había tenido fantasías sexuales de ningún tipo. Pero…
Durante mi largo ejercicio profesional había visto centenas y centenas de mujeres desnudas frente a mí, vulvas, senos, hasta los culos de igual número de mujeres sin que nunca hubiera tenido atisbos de siquiera una sensación o estímulo erótico al realizar mi trabajo clínico. Vivía, se puede decir, tranquila.
Una tarde, casi al final de mi horario laboral, mi recepcionista me dijo que una paciente nueva había llegado sin cita previa que si me era posible verla. Vi el reloj; tenía al menos media hora libre; acepté ver a la paciente. Un tanto me sorprendí al verla entrar; mi sorpresa se debió a la escasa edad de la solicitante de atención médica, quizá no más de 18 años, después supe que tenía 16. Pasados los primeros segundos de la sorpresa dije que en esta época es frecuente que las jovencitas a temprana edad tengan el inicio de su actividad sexual, también embarazos no deseados, y las enfermedades de transmisión sexual; me incliné por la posibilidad de embarazo a partir del viejo prejuicio. Mujer al fin, mientras avanzaba hasta el asiento frente a mi escritorio no pude dejar de analizar tanto la hermosura de la atractiva chica, desde el rostro hasta el cuerpo escultural, adolescente, y el atuendo por demás juvenil, desde la faldita que apenas cubría la parte más alta de los muslos, hasta la tenue blusita a través de la cual era fácil ver los bellísimos senos.
Cuando se sentó; preciosos ojos verdes me deslumbraron, así de bellos eran. Mi sonrisa fue más allá de lo profesional sin sentirlo a nivel consciente, y sí desde el inconsciente; es decir, sonreí a mayor amplitud. Y la pregunta forzosa inicial: ¿En qué puedo servirla?
Mire usted, doctora, estoy próxima a casarme; por eso quise venir a consultar a una prestigiada profesionista como usted, en sentido de… bueno, mi cultura y conocimiento en torno a la sexualidad, debe suponer, es bastante corta; quisiera que usted me ilustrara en esta materia porque, me dije, ¿a quién mejor que a la doctora se puede recurrir para no llegar por completo ignorante a la noche de bodas?, además…, no deseo tener hijos de inmediato. Esos son los motivos de mi visita.
Hizo usted muy bien, señorita…
Leonor, doctora.
Leonor – anoté en la hoja clínica – La felicito señorita…
¿Me permite doctora?, me interrumpió.
Desde luego, adelante.
¿Podemos hablarnos de tú?, me siento… mal con el trato… bueno, tan profesional; tal vez no tenga razón, pero…
No te preocupes, me parece bien; así podemos tenernos confianza y será más suelta nuestra entrevista. Bien. Te decía, es de felicitarte por tu sabia decisión; ojalá todas las jovencitas acudieran con el mismo interés que muestras en torno a este tema que la sociedad ha planteado de tema bastante peliagudo. De cualquier forma, debemos completar tu historia clínica para tener registro… quizá más delante nos sea de utilidad. Entonces, ¿cuántos años tienes?
16, doctora… ¿puedo llamarte por tu nombre?
Claro, ya dijimos que debemos tenernos más confianza. Mi nombre es Sofía.
Me sorprendí; apenas 16 años, y se iba a casar; nada dije en este sentido porque para mí es sumamente importante ganar la confianza de mis pacientes; en mi especialidad es necesario realizar varios exámenes clínicos, sí, manuales de los órganos genitales; por demás decir que reviste característica especial dada la escasa cultura y el montón de normas estúpidas que hacen sufrir a la gente, en especial a las mujeres, y me dificultan el ejercicio de mi profesión. De lo general, seguí el interrogatorio especial:
¿Alguna molestia en tus órganos… genitales?
Ninguna, bueno… aquellas propias de la menstruación. Quizá… bueno, no es molestia, quería referirme a… bastantes cosquillas en la pucha cuando me caliento.
El uso de la palabra vulgar – pucha – me descontroló en el primer instante, luego sonreí pensando en mis tontos prejuicios que creía totalmente desterrados de mi mente. Escribí, y pregunté:
¿Ya has tenido actividad sexual?
¿Te refieres a si ya cogí?, no, para nada; hora, si te refieres a fajes y demás calentadas, pues sí… y mucha.
Risas desconcertantes; por otro lado, el lenguaje coloquial a más de vulgar me produjo un no sabía qué de desasosiego. Debía continuar:
¿A qué edad iniciaste con… bueno, con lo que tú llamas fajes?
Ah…, déjame hacer memoria… pues sí, a los ocho años empecé… digo, a sentir cosquillas en la rica puchita, en aquel tiempo una rayita bien bonita.
Sorpresa. Sin saber por qué, sentí ruborizarme. Seguí:
¿Te masturbabas… cuando sentías las cosquillas?
¿Si me metía los dedos?, pues sí; también, pienso ahora, le llegaba al orgasmo, digo, sentía las mismas sensaciones que ahora identifico como eso, como un lindo orgasmo. Mucho más rico cuando metía los deditos viendo a mi bella mamá desnuda, o recordando su hermoso cuerpo, especialmente sus bellos pelos de su panochita.
Caramba con la niña, pensé, los fuertes rubores aumentaron. Al mismo tiempo, de manera profesional, era obligado saber si ella no había sufrido algún abuso sexual, pregunté:
¿En alguna ocasión… alguien abusó sexualmente de ti?
¿Algo así como si alguien me hubiera metido mano a fuerzas… digo, a la concha?, no, para nada, nunca…
Se hizo un silencio. No seguí; de alguna manera me percaté que deseaba continuar la respuesta a la pregunta anterior; tenía razón, siguió:
La verdad, Sofía, yo sí quería que alguien me metiera mano, pero no, nadie. Entonces, y en aquel tiempo, pensé: si nadie quiere por sí mismo, entonces debo ir a la montaña; debo hacer que alguien, en especial mi mamá meta su mano… y sus dedos a mi chuchita. Pero fui cobarde, y no hice nada; sin embargo… no pierdo la esperanza…
Estaba asombrada por lo insólito del relato de la niña; nunca, nadie, en mi consultorio había expresado algo así, vamos, ni siquiera en relación con la temprana masturbación, menos deseos incestuosos. Por otro lado, la terca sensación de estar intensamente ruborizada aumentaba, caramba, por primera vez en mi vida profesional sentía el erotismo que las confesiones de la hermosísima jovencita me estaban provocando. Un tanto desconcertada, incluso desde el punto de vista profesional, en contradicción con el pensamiento de minutos antes en torno a los prejuicios y las normas estúpidas, dije:
¿No te sientes mal por hacer fantasías con tu mamá para estimularte sexualmente?
Caray, no, ¿porqué habría de sentirme mal?, al contrario, me siento mal por no haber intentado seducirla, pero eso podré hacerlo superando mi cobardía. Y me tranquiliza, digo, en el mismo sentido, pensando que todavía puedo seducirla, me allega tranquilidad, ¿qué te parece?
Ay, niña… me has desconcertado bastante…
Cuando estaba hablando por primera vez su respiración se agitaba, el bello rostro ruboroso, movimientos frecuentes con las piernas; no pude dejar de pensar: la niña está excitada sexualmente, y se encargó de confirmarlo:
Ay, Sofía, estoy supercaliente…
Pelé los ojos; nunca allí, en mi santo consultorio, nadie se había declarado “caliente” en el sentido sexual de la “calentura”, vamos, ni siquiera en la vida cotidiana, incluyendo mis propias expresiones, había escuchado a nadie decir que estaba caliente. Además, mi inquietud prolongada por la entrevista subió, más cuando me percaté de mis pezones erguidos como nunca antes, incluida, en ese antes, mi experiencia sexual antes y durante el matrimonio. Hasta un atisbo de humedad noté entre las piernas; ¡es el colmo!, pensé para mí misma. Mientras pensaba, la niña se levantó, dio vuelta al escritorio, apenas la vi; sus ricos muslos llamaron poderosamente mi atención; había enmudecido por el desconcierto ligado a lo asentado. Se sentó en la esquina del escritorio, subió una pierna al mismo, sus tiernos pelitos quedaron totalmente expuestos a mi vista pues la faldita de la hermosa y desinhibida muchachita estaba en la cintura, ¡y no vestía calzones! Casi me da soponcio. Jadeé. Mis ojos no podían abandonar la linda pucha de la jovencita, mis pezones ladraban la febril excitación, inocultable para mí misma.
La vi a los ojos; su expresión era de total e inocultable excitación sexual; su boca entreabierta invitaba a ser besada, pensamiento que estuvo a punto de desatar una real y enorme tormenta en mi consultorio: pensé en correrla, sacarla de mi presencia lo más pronto posible; sin embargo, cuando movió las nalgas sobre el escritorio para acercar su pierna y aumentar la gran apertura de las mismas y, por consiguiente, acentuar la presencia de su bella y viva pucha llena de tiernos pelitos a mi percepción… ¡caray, para así ponerla al loco alcance de mis manos!. Mi vientre se contrajo, mis pezones pegaron gritos, mi húmeda vagina se estremecía, y la franca excitación jugosa de mi pucha se disparó ostensiblemente, cuando dijo:
¿Te gustas mis pelitos?, ¿verdad que los tengo bien lindos?
Sus jadeos fueron música provocadora en mis oídos. Los muslos abiertos, la panochita totalmente expuesta, la minúscula faldita en la cintura de la audaz y bella chiquilla. Mi pasmo era monumental, mi mente no trabajaba, mi vagina real insistía en sus estremecimientos; entonces, fuera de mi voluntad, la mano derecha empezó a moverse en la dirección de la chuchita de seguro deseosa de la caricia de mi mano, en especial de mis dedos. Al tocar la piel del duro muslo subido al escritorio, gemí de excitación y, caramba, de placer por sentir la piel expuesta, y piel de mujer, piel adolescente, de jovencita hermosa. Hasta mi cabeza hizo intensos movimientos de estremecimiento. Al percibir con mis dedos la finura de los pelitos vulvares, volteé a verla; sonreía bella y angelical, roja del lindo rostro, jadeando, estremeciéndose, estremecimientos que me eran perceptibles con los dedos puestos en el inicio de la rajita, seguro está bien mojada, pensé.
Mi excitación se fue a las nubes cuando vi que las manos de la "cliente" empezaban a desabotonar la blusita; hasta ese momento me di cuenta de que hacía bastante tiempo mis ojos no perdían oportunidad de ver, saborear y gozar los senitos desnudos tras la tenue tela de la blusa, ahora seguro quedarían por completo desnudos. Así fue, las chichis hermosas quedaron lindamente visibles y desnudas; las gocé como nunca imaginé que se podía gozar viendo las chichis de otra mujer. En tanto mis dedos alisaban los pelitos, movía las nalgas tanto como podía dada su posición sentada, y también las llevó hasta el borde mismo del escritorio. Mis dedos recorrieron la rajita sin intentar penetrarla; en tanto la bella niña había mandado la blusa al suelo, y se inclinaba hacia mí con la clara intensión de poner sus chichitas al alcance de mi mano libre… ¡o de mi boca!, fue un fugaz pensamiento que hizo estremecer, a mi inundada vagina contraerse expulsando un buen chorro de jugos.
Mi mano libre no pudo resistir la tentación de tocar para gozar las chichis ofrecidas. Y ya mis dedos habían penetrado en la charca que era la puchita de la bellísima joven. Se estremecía mientras intentaba mover las lindas nalgas quizá para hacer movimientos coitales tan espontáneos cuando la mujer está cogiendo. Mi otra mano libre, bueno, ocupada en acariciar la chichi de al lado, y hacerlo con la otra; los gemidos y claros estremecimientos de las dos llenaban el ambiente. De la secretaria ni me acordaba, el tiempo menos estaba presente. De pronto la niña bajó la pierna, estaba sobre el escritorio, y se puso de pie; al mismo tiempo jaló mi mano ocupada en acariciar con inmenso placer las chichis para ponerme de pie. En cuanto estuvimos frente a frente, a unos centímetros una de otra, con los rostros casi juntos, me besó en la boca, mi boca se abrió sintiéndome por completo entregada a la bella seductora, por completo dispuesta y ya deseosa de gozar y tener el máximo placer sexual de esa preciosa y rica fuente nunca imaginada.
Su manos acariciaron deliciosamente mis nalgas, y una de las mías se fue a las ricas nalgas juveniles sintiendo un placer no previsto, y mi otra mano fue a la tetita que tanto placer me dio acariciar y, al volver hacerlo, el placer fue inconmensurable. Extrañé las manos de mi seductora, luego me percaté que estaba ocupadas en retirar la faldita de la casi niña primero, y después en despojarme de mi ropa, empezando por la bata de blanco inmaculado, para terminar retirando mis pataletas, por cierto reflejo de la un tanto conservadora forma de vivir: eran espantosas prendas. Mi mano en las nalgas andaba navegando dentro de la pucha que era un verdadero mar de jugos y ricas sensibilidades, tanto que creí haberla hecho detonar un primer orgasmo pues con visión profesional mis dedos acariciaban el clítoris de mi seductora; el mío sí se detonó cuando los dedos habilísimos de la casi niña acariciaron mi clítoris que yo misma sentía bien parado y súper sensible. De pronto, las manos de la seductora abandonaron mi cuerpo. Estuve a punto de reclamar, pero el placer que mis manos me producían me contuvo en espera de la siguiente y casi segura maniobra de mi cliente insospechada.
Me separó de sí; veía su soberbia y arrogante hermosura; era bellísima así, desnuda, mucho más que con la ropa encima del cuerpo, me veía con el mismo arrobo y disfrute; sonreía alegre, muy excitada, gozando, yo hacía lo mismo sin sacar los dedos de donde andaban dentro de la peluda panochita juvenil. Me hizo dar la vuelta para verme por detrás, y sus manos acariciaron mis nalgas de forma deliciosa, incluso uno de sus dedos se llegó a mi culito, y lo tocó con suma ternura. Por primera vez tomé la iniciativa al término de mi vuelta de modelo para hacerla girara como ella había hecho conmigo. Me extasié viendo su cintura de avispa, sus nalgas incomparables, mis manos la acariciaron como ella había hecho con mis nalgas que todavía recordaban el sabor de la reciente caricia recibida de manos ajenas ¡de mujer! Entonces, sorprendiéndome, subió al escritorio poniendo sus nalgas en el filo de la cubierta, abrió los duros muslos al máximo posible, reía largo, alegre; enseguida tomó uno de mis pezones para jalarme de allí, para indicar que me sentara.
Sorprendida por este giro en la seducción, pero anhelante de las nuevas indicaciones de la audaz seductora, obediente me senté. ¡Quedé entre los muslos tersos primorosos; mi goce y pasividad permitió identificar los olores que desde hacía mucho venía percibiendo de manera inquietante, lujuriosa, mejor decir, y de forma por completo diferente a como los percibía en el ejercicio de mi profesión. Al cerrar los ojos para gozar de esos olores ya identificados como los hermosos olores de la concha de la niña, sentí una de las manos de ella que empujaba mi cabeza en dirección a la panochita con pelitos recién nacidos; comprendí; mi desconcierto aumentó considerablemente, más cuando con su manos dirigiendo insistía en que mi cabeza, mejor mi rostro, todavía más preciso mi boca, llegara a la pucha. Una fuerte contracción de mi vagina, sumada al estrujón de mi pezón que la mano libre de la no tan niña, decidieron por mí la disposición de gozar de algo por completo inédito en mí, aunque con muchísimas referencias a esa caricia; me refiero a lamer la pucha de la desinhibida niña seductora; gemí ante la sola percepción de lo que iba a hacer, mi orgasmo, un tanto elemental, con eso se incrementó hasta obligarme a emitir grititos acallados por la pucha anegada donde mi boca chupaba, mi lengua lamía deleitándose con los jugos que tanto y tanto había escuchado, y teóricamente sabía, derraman las puchas en el placer y la excitación sexual.
Lamí, chupé, mamé y bebí jugos del peludo chochito de manera insaciable mientras las manos acariciaban las nalgas, los muslos preciosos y lujuriosos, ahora chichis ricas, preciosas, pezones totalmente erguidos y sensibles a las caricias de mis manos con sus dedos.
Ella movía las nalgas tanto como podía dada su posición, y gritaba de manera discreta, muy placentera para mí, incluso a cada gritito de ella mi gozoso orgasmo se incrementaba, me hacía pensar en que nunca imaginé lo que se podía hacer gozar a otra mujer con las manos, los dedos y, muy en especial, con la lengua y la boca entera. No pudo seguir sosteniéndose erguida y sentada, y así cayó entre gemidos y estremecimientos corporales acentuados, expulsando gruesos chorros de jugos de la chuchita, los mismos que me apresuraba a beber con enorme deleite. Mientras mi ágil lengua seguía lamiendo con inmensa ternura tanto el duro clítoris como su envoltura que tantas veces había visto en otras puchas con total indiferencia; cuando pensé en esto se inició un examen de mi conciencia en torno a esa aseveración, misma que me obligué a posponer para cuando el enorme placer que estaba teniendo se agotara o de plano se terminara. Ella gritaba y estremecía un segundo sí, y los siguientes con más intensidad, hasta que sus dos manos se agarraron a los pelos de mi cabeza para obligarme a dejar la riquísima laguna bordeada de velos igualmente ricos.
La información profesional me hizo comprender que la chica estaba exhausta a más de tener el rico clítoris seguramente saturado, con hipersensibilidad sabida profesionalmente, nunca pensé en provocarla y menos con mi muy ágil lengua. Entonces acaricié con suavidad y ternura haciéndola continuar en el placer, y el mío por las hermosas y placenteras sensaciones que con mi mano daba y recibía. Después, en un arrebato por demás lógico y consecuente, de ninguna manera por completo consciente, me levanté para ir a besarla; la bella estaba tirada sobre el escritorio; varias cosas en el piso, cuerpo hermosísimo tendido para que yo lo gozara, y vaya que lo hice hasta el momento de besarla con un beso suave con una ternura nunca sentida en mí, y ella seguro percibió. Y su lengua salió de la boca para lamer sus propios jugos y lamer mi rostro, con ello mi orgasmo latente volvió a la real vigencia haciéndome gritar de tanta intensidad que adquirió con lamidas lindas, placenteras y llenas de ternura que esa boca me daba.
Cuando los estremecimientos de mi seductora disminuyeron, se incorporó, me vio con afecto intenso, sonrió con más cariño, y dijo:
Te toca gozar mi lengua, querida.
Sin más, a pesar de mi boca abierta por la sorpresa, no esperaba que ella propusiera lo que mi mente febril imaginaba puso los pies en el piso, y acarició con lentitud y ternura mis chichis y con la otra mano mis nalgas, para hacerme subirlas al escritorio, lamió y mamó mis chichis por largos y placenteros minutos, y con sus manos abrió mis muslos antes de sentarse en mi sillón, enseguida metió su cabeza entre mis muslos hasta hacerme sentir que su sabia lengua lamía mis bellos pelos y la completa extensión de mi pucha, y con sabiduría no imaginada por mí, lamió mi culito haciendo rica presión con la punta de la lengua como si intentara meterse allí, en ese minúsculo agujero que nunca pensé pudiera emitir semejantes e intensos efluvios de placer incomparable, incluso me hizo pensar en cogida por el culo, cosa repudiada desde cuando me inicié en la hermosa sexualidad. No permaneció mucho tiempo allí; siguió mi raja hasta meter la lengua a mi pucha por completo anegada, y se iniciaron las lamidas a lengua completa y yendo de un extremo a otro de mi pucha que no dejó de tener el orgasmo en meseta tantas veces leído por mí, y siempre negaba la posibilidad, en el precioso momento estaba comprobando la veracidad de los asertos leídos desde mi etapa escolar, además metió un dedo a mi vagina, luego dos, otro insistía en meterse a mi culito, este ansiaba que sucediera, por fin luego de meter un dedo más en mi vagina, este último se fue al culito y con la resbalosa viscosidad de mis jugos el dedo se metió a mi culo; mi gran placer se multiplicó por muchas veces, grité, grité, grité al margen de cualquier tonta prevención; mi placer, formidable, apabullante llegué a sentirlo.
Mientras la lengua lamía y la boca entera chupaba y mamaba, sus manos acariciaban mi cuerpo entero, de los pies – subidos al escritorio – hasta mi rostro, pasando por mis piernas, mis muslos, mi vientre, mis pelitos, mis chichitas, y era aquí donde más se aplicaban en acariciar, y los dedos entrando y saliendo de mi vagina y mi culito. Llegó el momento que las sensaciones que las caricias de la lengua producían en el sensible clítoris se hicieron eléctricas, muy poderosas, un poco desagradables si se comparan con el placer descomunal que antes las mismas caricias me causaban; grité por la rica electricidad proveniente de mi pucha que me obligó a intentar hacer desprender la boca en mi pucha, y jalé del pelo de mi seductora como ella había hecho antes con la saturación de mis muchas mamadas y lamidas de pucha y clítoris, un tanto arrepentida por no haberla penetrado con los dedos, pero volvería a mamarla para meterle los dedos.
Por fin sacó la cabeza de entre mis muslos y los dedos de mis ricos agujeros; pero sus manos siguieron dándome caricias en los muslos, el vientre y las tetas, y con ellas mi placer se tornaba inacabable, y más me estremecía y más gritaba. Un grito más allá de los otros, me hizo reflexionar y tornarme precavida hasta la paranoia: recordé dónde estábamos, en especial a mi femenino ayudante, seguro extrañaría la tardanza en llamarla, era costumbre para iniciar las exploraciones genitales de las clientes. No pude evitar que lamiera mi rostro, y yo degustar mis propios jugos recogidos por la piel y la lengua de mi linda seductora. Aún con fantástico orgasmo en marcha haciéndome estremecer, le dije:
Ya, querida, ya… no podemos continuar, aunque quisiera hacerlo; mi ayudante puede entrar…
Entiendo, mi amor…
¿Nos vestimos?, lo digo con dolor de mi corazón; qué quieres, soy y somos esclavas de… tonterías, ¿no crees?
De acuerdo…pero hoy, este inolvidable día, me despojé del resto de mis prejuicios; seguro ahora podré… pero eso será después, ¿sí?
Después de un largo beso tierno, cariñoso y pasional, con respectivas metidas de dedos a las puchas bien inundadas, tomamos los vestidos desperdigados por el piso, y nos vestimos no sin continuar tocando una u otra parte del cuerpo de la otra; me dediqué en especial a tocar los senos bellos, esculturales de la escuincla primorosa, audaz. Con "arreglos" finales de ropa y pelo, de la cabeza por supuesto, nos sentamos cada una en el lugar previsto por la pinche regla.
CONTINUARÁ
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