MI YO PROFUNDO I
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
[Vivía en el paraíso de las puchas… ¡y no lo había gozado!]
Apenas lo habíamos hecho cuando entró mi secretaria; me estremecí pensando en lo atinado de haber dado por terminado el bello romance cogelón.
Ella, cortada por entrar al sagrado recinto sin preguntar, se disculpó diciendo que la siguiente paciente estaba en la sala de espera. Le dije que había terminado, que cuando saliera mi “seductora”, pasara a la otra mujer. Hablaba en automático, en otro nivel recordaba lo aseverado por la bella niña en sentido de haberse inspirado en su deseada mamá para masturbarse y también la idea de seducirla, lo último era motivo real de mi pensamiento traducido en pregunta:
Oye, cariño – ¿no te moleta si te llamo así? – para nada corazón, al contrario, me enojaría que no lo hicieras – respondió sonriendo de forma maravillosa, seguí: oye, ¿es cierto lo que dijiste en relación a tu… mamá?
¿Qué me la quiero coger?, por supuesto, es cierto, y si te refieres a mis masturbadas pensando en ella, sí, también es completamente cierto… aún lo hago; recuerda, empecé con ese hermoso y placentero vicio a muy temprana edad… ¿por qué la pregunta?
Bueno, me pareció algo bien ¡insólito! que desde pequeña te masturbaras… pero, no me queda claro si… pudiste ver a tu mamacita, en alguna ocasión, desnuda, ¿la viste?
No pos sí, la vi muchas veces; hice un hoyo en la puerta del baño, y desde ahí la vi encuerada bañándose, miando y cagando; verla miar era una delicia, lo que más me calentaba… no, no es cierto, lo que más me calentaba era ver la negra pucha de mi mamacita llena de pelos, y mucho más cuando ella se metía los dedos como masturbándose; yo deseaba hacerlo y tenerla en mis manos desde aquella remota edad, ¿tú crees?
¿Nunca te has sentido mal por… eso?
No, para nada… quizá cuando tenía unos trece años sí pensé en las pendejadas que dice la gente, que estaba mal que me calentara viendo a mi mamá; el fogón prendió, y de inmediato se apagó. Después, pues sí, hasta hoy me daba cosa pensar en cogérmela, pero mandé al carajo mis temores; me siento bien, y con ánimo puesto en coger con mi bellísima mamacita, porque es en verdad bella; sería la mujer más feliz del universo si llego a cogérmela, te digo la verdad. ¿Te parece que hago mal?
Me sorprendió la pregunta; la sorpresa porque no sabía la respuesta, y no esperé tener que dar mi opinión al hacer la pregunta; pensé unos segundos, y dije:
Si lo hubieras dicho ayer, posiblemente me hubiera enojado y escandalizado, hoy… luego de la hermosa y placentera cogida que nos dimos… pues no puedo escandalizarme, pero sí debo decirte… me dejas perpleja con esa idea. Ahora voy a cambiar la pregunta: ¿de tener una hija… intentarías seducirla, cogértela pues?
Carajo, no lo había pensado… pero, carajo, claro que ¡sí!; dejaría que creciera… un poco, digo, para que pudiera tener la capacidad de oponerse a mis caricias o, mejor, que pudiera opinar respecto a coger con su cachonda mamá. La verdad, ahora lo pienso, sería fantástico cogerme a una hija, por eso, carajo, a lo mejor me embarazo pronto para tenerla, y así más pronto crezca, y yo pueda manifestarle mi amor con besos, caricias por su cuerpo y… ricas lamidas y mamadas… y desearía que ella replicara mis caricias conmigo, y lo demás, o lo que es lo mismo coger como Dios manda. ¿Qué te parece?
Una vez más… me dejas turulata con tu… tan firme respuesta. Pero, discúlpame, yo creo… debes irte, me están esperando.
Sí, ya escuché… ¿puedo regresar?, o… ¿me puedes invitar a otro lugar para no estar aquí con el Jesús en la boca?, en otro lugar cogeríamos de lo más lindo… ¿quieres?
Caramba, de nuevo me dejas atónita con tu… propuesta… pero, lo voy a pensar y… ¿me llamas en unos días?, entonces te diré, ¿sí?
No dijo nada, se levantó del asiento; al mismo tiempo alzaba la faldita para mostrar sus encantadores pelitos, contoneándose, vino a darme un beso más pasional que los anteriores, al mismo tiempo tomaba una de mis manos para llevarla a sus pelos; mis dedos ambiciosos se metieron a la charca de esa hermosa panochita, sobaron el clítoris… en segundos la seductora estalló en otro sensacional orgasmo frotando su boca en mi boca mientras las lenguas se acariciaban de manera amorosa y cachonda. De no sacar los dedos de seguro hubiera continuado gozando. Sentir que mis dedos dejaron de nadar en la corta alberca de su conejito, la hizo suspender el beso; sonrió alegre, roja del rostro, tocó una de mis chichis, metió la mano hasta tocar mi pucha, y así le dio la última caricia del día. Se chupó el dedo y dijo:
Te llamo después, mi amor…
Antes de salir, abriendo la puerta, levantó la corta faldita para enseñarme las nalgas fabulosas; no pude dejar de reír igual de alegre y contenta con las locuras de mi audaz seductora y responsable de la eliminación incruenta de mis prejuicios. Sentí que se fuera.
Pocos segundos después, entraba la siguiente paciente: una mujer también joven, no tanto como mi loca y linda seductora, pero hermosa, más mujer, un hermosísimo cuerpo escultural que cualquier modelo envidiaría, análisis nunca antes hecho con ninguna de mis pacientes. Mi pucha se contrajo, carajo, pensé, ya estoy desatada, ¿ahora me gustarán todas las que entren por esa puerta?, pensarlo, me hizo estremecer no sólo por el erotismo contenido en lo anterior sino también porque pensé en mi profesión, las ondas de la ética médica invadieron mi mente. Estaba en el paraíso y no… lo sabía… por pendeja.
Después del rutinario saludo, pasé a la consulta. Su queja: insatisfacción sexual. Carajo, pensé; enseguida pasé a las preguntas necesarias para tener la información suficiente para hacer diagnóstico. La bella estaba angustiada por su supuesta frigidez. Digo supuesta, porque uno de mis maestros dijo: “no hay mujeres frígidas, lo que existe son machos que no saben, o no quieren, incluso ni siquiera piensan en el placer de las mujeres, sus parejas sexuales”, eso corroborado por mí misma durante mi ejercicio profesional, y, claro, en mi matrimonio. Sonreí, y la invité a desnudarse para el examen de rutina. Llamé a la ayudante. Mis pacientes se desnudan en un espacio separado del resto del consultorio por un biombo chino. Con el pretexto de lavarme las manos pasé por el lado abierto del biombo, y me solacé viéndola de frente: una real belleza de cuerpo; chichis de mediano tamaño, tal como pienso que son más bellas las chichis; pelitos del pubis suaves, no profusos, muslos y piernas realmente esculturales, no verle las nalgas me pesó. Vine a verlas cuando ella se enfrentaba a la mesa de exploración: nalgas paradas, deliciosas y atractivas, en verdad se antojaba besarlas, acariciarlas, lamerlas y morderlas, pensé.
Mientras mi ayudante colocaba los pies de la paciente en los estribos de la mesa, pensé en “seducir” a la bellísima mujer desnuda bajo la estúpida bata de enfermo. Sin embargo, la famosa ética predominó. No obstante, me coloqué entre los muslos de la yaciente, cuando me senté en el banco para poder "ver" la pucha, mi excitación era inconmensurable. Los eróticos olores provenientes de tan linda concha me enervaron; nunca antes los había percibido así, enervantes en el sentido sexual de la expresión; debía tocar los labios mayores, luego "explorarlos", lo hice sintiendo deseos enorme de meter los dedos al menos a la raja para sentir la delicia de las ninfas y los pelitos mismos. Me calentó de nuevo mi linda seductora, pensé en descargo; no me atreví a tocar demasiado los grandes labios; a pesar de eso los noté gruesos, quizá excitados. De acuerdo a la rutina, luego de esta exploración más de visu que de tacto, debía ponerme de pie para entonces meter los dedos a tan suculenta y primorosa pucha.
Suspiré al ponerme de pie. Fui a un lado – es costumbre – para decir el rutinario debe relajarse señora, voy a explorar su vagina y su útero – me sorprendí cuando me escuché agregar a lo anterior: Mis dedos pueden ser… molestos en algún momento, si es así, dígamelo para corregir el tacto, ¿de acuerdo?, dije pensando en acariciar, sí, ¡acariciar!, su clítoris con el pulgar mientras mis dedos índice y medio entraran a la vagina hasta tocar el cuello del útero; el “agregado” a la rutina fue pensado en función de recabar, de esa manera, el acuerdo tácito de la paciente a la continuación de caricias de mis dedos.
Sudando del rostro, más de la pucha, me situé en la posición habitual para tal exploración. Hice esfuerzos para contener mis jadeos, y regularizar mi respiración; sudaba del rostro y las axilas. Viendo para mi placer – no es necesario hacerlo – abrí con la mano izquierda los grandes labios, puse los dedos en la entrada de la grácil vagina prolongando la acción más allá de lo habitual; cuando mis dedos se adentraban en la vagina, la sentí muy, muy húmeda; de acuerdo a mi experiencia profesional no es habitual que las vaginas de las mujeres “pacientes” estén mojadas ante la exploración; ocasionalmente uso lubricante para no molestar – dolor – en la penetración de mis dedos.
Enseguida, mi mano izquierda debe situarse sobre el vientre de las pacientes para hacer presión sobre el fondo del útero, y así saber el tamaño del mismo. En esta ocasión lo hice en automatismo; mi dedo pulgar hacía pequeños movimientos y ligerísima presión sobre el clítoris de mi paciente. Moví los dedos dentro de la vagina por un corto tiempo para luego moverlos hacia la salida de la vagina sin dejar de presionar y acariciar con mi pulgar el clítoris que sentía totalmente erguido, tumefacto, de seguro sensible. Esperaba ansiosa y angustiada que la paciente reclamara por el “juego” del pulgar, nada decía; un minutos después, sentí con mi mano en el vientre que la respiración de la paciente se hacía frecuente y más profunda mientras mis dedos de la otra mano unos iban y venían dentro de la aguada vagina con claros movimientos de coito, y el pulgar acariciaba con más ímpetu y cinismo el clítoris de la paciente.
De pronto me percaté de dos cosas: una, allí estaba la ayudante viendo mi erótica exploración al otro lado de la mesa, segundo: la respiración de la paciente era de franca excitación y, de alguna manera, percibí que estaba por arribar al delicioso orgasmo tan deseado por ella. Mi mente, quizá agilizada por las transgresiones que estaba haciendo, me dijo que debía retirar a la ayudante, e insistir en hacer llegar al orgasmo a mi hermosa clienta ¿¡violada!?, pregunté con mucha angustia. Sin embargo, mi pronta reacción para aplicar lo pensado; dije:
Creo que debes ir a ver si no ha llegado la siguiente paciente.
La muchacha sonrió; se fue. Mis dedos no habían dejado de acariciar la pepita de la paciente; la paciente misma jadeo como si la presencia de la ayudante la estuviera limitando en sus manifestaciones de excitación sexual, gimió, movía la cabeza con cierta agitación; una de sus manos vino a posarse sobre la mía en el abdomen; nada decía, sus gemidos francos, mientras las nalgas parecían quererse mover, y mis dedos eran cínicos y acariciaban tierna y eficazmente la puchita de mi paciente, unos entrando y saliendo de la vagina, el otro acariciando con suma eficacia el tan tumefacto clítoris. Por fin, los estremecimientos claramente orgásmicos de la yaciente se presentaron, y los agudos gemidos se transformaron en gritos acallados mientras la mano en mi mano presionaba ya sin limitación, y las nalgas de la gozosa joven se movían de manera limitada pero claramente coital. Varios minutos de caricias desembozadas de mis dedos en la concha de mi cliente dieron paso a una exclamación: Ya, doctora, ya, ya…
Poco a poco disminuí el movimiento de mis dedos, incluido el pulgar, hasta retirarlos por completo. La vi; sudaba, estaba muy roja del rostro, respiraba la respiración clásica del pos coito, ojos cerrados. Por eso mi mano enguantada se fue a mi nariz para gozar de lujuriosos, ricos olores recogidos de la hermosa panocha, al mismo tiempo me arrepentí de haber usado los guantes, e hice el total propósito de no volver a usarlos, claro, pensando en la magia para hacerlos desaparecer cuando mis futuras pacientes los vieran ya enguantados [Primer decisión para ¡gozar! El paraíso]. Reprimiendo mis jadeos, e intentando regularizar mi respiración dije:
¿Le molestó… la exploración, señora?
Abrió los ojos, sonrió, con la trémula mano arregló el pelo que no necesitaba de arreglos, y dijo:
Pues… al principio… al contrario, sentí… hasta agradable la exploración; después… no sé…, me saturé de… sensaciones… ¡caramba!, hasta grité, creo… ¿qué me pasó, doctora?
Sentí los dedos contra la puerta; angustiada, la vi; la mano que la acarició descansaba en uno de los soberbios muslos, la otra a mi costado. Pensando a la velocidad del pensamiento, dije:
¿Sintió dolor o… placer?
Me vio sin poder ocultar su desconcierto, una mano en una de sus chichis; seria, un tanto compungida, dijo:
Caray doctora… no sabría explicarle…
Mi mente célere me dijo que debía darle amplia explicación y esta debería ser lo suficientemente convincente para… no me decidía por el tipo y alcance de la explicación. Primero levántala, me dijo mi conciencia.
Mire señora, vamos a levantarla; luego de vestirse platicamos de su estado y sus… sensaciones. ¿Nunca había sentido… así?
No, nunca, para nada…
Mientras la ayudaba a retirar los pies de los feos estribos, después a incorporarse, y enseguida a ponerse de pie y guiarla – sin necesidad, yo deseaba continuar sintiendo al menos la piel de su brazo – al biombo. Con la turbación encima no me retiré de inmediato, ella me veía entre extrañada y quizá preguntando. Me desentendí, más bien ni siquiera pensaba en ello, porque mi mente se ocupaba de reunir los elementos para la decidida explicación que debía hacer. Tal vez tan confusa como yo, sin más se quitó la batita y quedó bellamente desnuda ante mis ojos ávidos, y gocé la fabulosa visión, más cuando se agachó para meter un pie en los calzones y con eso enseñó la pucha, por atrás a mi febril mirada, mucho más desde ese punto de visión nunca pensada por mí; más cuando las lindas chichis fueron encarceladas detrás de horrible tela del brasier. Se puso los zapatos, me vio interrogante; iba a disculparme, pero lo creí inconveniente por que eso era dar paso a lo "incorrecto" en las ideas por plantear, y tal vez discutir con ella.
De cualquier forma caminé delante de ella; sentí su mirada clavada en mis nalgas y mis piernas; por cierto, mis muslos estaban apenas cubiertos, vestía una muy corta minifalda a la moda. Nos sentamos. Nos vimos a los ojos; estaba seria, aún roja del rostro. Fingí escribir en el expediente; dije:
Me interesa mucho que entrambas esclarezcamos las dichas sensaciones que usted sintió durante la… exploración: ¿las sintió como dolor?
No, por supuesto, no era dolor.
Entonces, ¿qué calificativo le puede dar a esas sensaciones?
Titubeó, sus ojos se fueron de los míos para refugiarse en el piso; por fin dijo:
La verdad… nunca había sentido igual… nunca… quizá por eso no podría decirle cómo sentí… estoy segura que no fue… dolor. ¿Encontró algo mal, doctora?
Alarmada, con mirada angustiada. Sonreí, la vi intentando una mirada tierna, y dije:
No; por el contrario, usted está perfectamente bien de salud en general… y claro, de sus órganos genitales. No hay alteración ninguna en su físico. Pero sigamos con las sensaciones. ¿No podrían ser sensaciones placenteras?
Me vio con más intensidad, realmente sorprendida. Cruzó y descruzó las piernas; dijo:
Caray, no sabría decirle… sin embargo… pues sí, podría ser algo así, digo, como placer, porque… caray, doctora, no sé cómo decirlo.
Pues dígalo como quiera, o como lo sienta, o haya sentido, o identificado las sensaciones…
Bajó los ojos; parecía pensarlo; por fin dijo:
Creo… bueno, usted es mi doctora… a eso vine, digo, a buscar explicaciones a mi… ausencia de, precisamente de placer… sexual. La verdad, doctora… me da muchísima pena… pero, caray, a eso vine… la verdad, desde que… su mano puso los dedos… bueno, allá donde los puso, sentí… raro, sí, eso, raro… luego, cuando sus dedos… caray, cuando sus dedos empezaron a meterse… más raro…, cosquillas, las cosquillas aumentaron cuando… no sé, creo que otro dedo estaba… afuera… bueno, no sé, allí mismo, digo, en mi… vulva, pues empecé a sentir…, la verdad sentí bonito, sí, bonito… eso bonito se fue haciendo más y más bonito… quería que los dedos siguieran y siguieran haciendo lo que hacían… en especial el que estaba afuera… y… caramba, mi respiración se volvió loca, usted debe de haberlo notado, ¿no?, hasta gemí… lo que nunca había hecho. Después, digo, conforme pasaba el tiempo… caray, doctora, qué pena…
Debo decirlo, porque, caray, las nuevas sensaciones fueron… inusitadas… ¡bonitas!, la verdad…, pues sí, mis… posaderas querían moverse… ¿no es malo eso doctora? – No, no, ¿por qué habría de serlo?, pero siga, siga, estamos en muy buen camino – se movían cuanto podían, digo… la posición no me permitió mayores movimientos… y después… más pena… ¡me puse a gritar!, caray, a gritar… ¿por qué grité doctora? – Termine, luego le explico – bueno; llegó un momento en que las sensaciones caramba… eran insoportables… no era dolor, era como si no pudiera sentir más, o no pudiera soportar más… sensaciones… hasta sentí… sí, como si hubiera… ¿electricidad?, allí donde… estaba el dedo de afuera, ¿me entiende?, y con mucha pena me vi obligada a pedirle… pues sí, que terminara… caray, estoy abrumada por la… sorpresa de las… sensaciones, no puedo más que decir, ¡caramba!, lindas sensaciones, ¿podría calificarlas de placenteras?, por favor, doctora, por favor le pido que me explique, y me saque de la confusión.
La larga exposición de mi cliente acariciada por mis ágiles dedos, me sorprendió. Podía ser producto de la ignorancia de las cuestiones sexuales, aunque la edad de la paciente que, siendo joven, 23 años, era desacostumbrado que no tuviera la información elemental del goce, del placer sexual. ¿Ingenua?, me pregunté, la respuesta fue similar a la otra. Por otra parte, el real motivo de consulta, precisamente la búsqueda del placer sexual ausente en la relación conyugal. No era posible que la señora no identificara las claras manifestaciones de excitación y goce sexual. Debo salir de la duda, me dije, y pregunté:
¿Cuando tiene relaciones sexuales con su esposo, nunca ha sentido igual que durante la exploración que le acabo de hacer?
¿Igual?, ¡nunca, doctora, nunca lo he sentido… así!, ¿así se siente cuando… se tiene… el orgasmo?
Exactamente; esas son las manifestaciones del orgasmo; al menos por la explicación que usted acaba de dar en relación a lo sentido durante la exploración, se podría asegurar que usted tuvo… un orgasmo. ¿Nunca se ha masturbado?
Por Dios, no, doctora. Pero, ¿está segura de que lo sentido por mí fue un orgasmo?
Bueno, seguridad total no, pero… bueno, las manifestaciones que yo misma observé en usted, me hacen pensar en eso precisamente: usted tuvo un orgasmo por lo sensible de sus órganos genitales y por… pues sí, por la influencia de mis dedos en la… exploración, y ésta por demás necesaria para saber si estaba sana en lo genital.
La explicación estaba saliendo mucho más fácil de lo pensado. Sin embargo ahora, la cuestión de las caricias, reales caricias, hechas por mí en la exploración amañada, eso me acongojaba. Decidí seguir improvisando. Dije:
¿Ha explorado sus órganos genitales?
¿Explorado?
Sí, verlos en directo… en el espejo, con el ánimo de conocerlos, no simplemente viéndolos sin verlos realmente.
Entiendo. No, nunca… es la verdad doctora. Claro, usted dijo, cuando me baño y me seco pues… veo mi cuerpo en el espejo… por cierto, me gusta mi cuerpo… de eso a… pues sí, ver lo que hay… además de lo que se ve reflejado en el espejo, pues no…
¿No ha sentido curiosidad por saber que hay allí donde usted presupone que hay otras cosas?
Pues sí, la he sentido… pero, dicen, es… incorrecto, digo, andar viendo… o tocando donde no se debe.
Un poco me exasperó; me controlé, sonreí, y dije:
Caray, señora, en estos tiempos esas prohibiciones no son válidas, al menos casi nadie las cumple, ¿por qué no saber cómo es nuestro cuerpo? Bueno, vamos a dejar eso de momento para retomarlo un poco adelante.
Mire señora, la ausencia de placer en su matrimonio se debe, casi seguro, a algo que es, por desgracia, muy generalizado en nuestra sociedad. Por esto debo preguntarle detalles de la relación sexual con su marido. ¿Podría usted decirme qué hace él, y usted claro, desde el inicio hasta el final de la relación?, esto es vital para su… para que obtenga, en el futuro, el placer sexual tan anhelado. ¿Entonces?
Ay, doctora, me mete en un aprieto…, caramba, a eso vine; incluso supuse que usted me preguntaría de eso… la verdad… no lo hacemos con frecuencia; cuando sucede… bueno, nos acostamos como todas las noches, entonces él dice: Quiero… y sin más me toca… bueno, los senos… unas cuantas veces me aprieta los… pezones; muy poco me besa, esto lo hace muy de vez en cuando; luego, recorre mi camisa de dormir hacia la cintura, abre mis muslos con las dos manos y se… monta, usted me entiende, ¿no?; enseguida, debe suponer… entra, me da dolor cuando entra, y sale… no sé, unas cuantas veces, se encoge, jadea dos que tres veces, gime y… suelta los chorros… ya entiende, ¿no?, unos suspiros más, y se baja, se da la vuelta, y se pone a dormir. A veces ni siquiera me toca antes de… montarme. Pues…, con mucha pena, eso hacemos.
Bien. Pero no me dijo qué hace usted mientras él la toca y luego la monta, y cuando él entra y sale de su vagina, ¿puede decírmelo?
Pues qué quiere que haga… lo soporto y ya.
¿Y sus manos no hacen nada?
No, nada… las dejo sobre la cama; la verdad, me siento muy mal cuando sé que me va a… montar… no me dan ganas de hacer nada, nada.
Era real la crasa ignorancia de la hermosa señora, ¿estaría fingiendo? seguí preguntándome. Así, debía dar la explicación profesional, y el diagnóstico para finalizar con la terapia. Dije:
Bien señora, tenemos los elementos para dar una explicación a la ausencia de placer sexual en usted. En primer término, usted está sana corporalmente hablando. Su mal está en el seguimiento de las normas sociales establecidas; ellas son las principales responsables de su falta de orgasmos, es decir, de la ausencia de orgasmos en usted. Digo las reglas morales por lo que desprendo de su relato. Eso de no conocer su cuerpo por dar cumplimiento a las normas la ha llevado a no identificar las sensaciones que esos órganos deben producir cuando son estimulados. Entonces, cuando las bellas sensaciones sexuales aparecen son desconocidas por usted, al menos en lo que concierne a la plena identificación de esas sensaciones; de aquí que no haya identificado su magnífico orgasmo durante la exploración; digo magnífico por las tan claras manifestaciones corporales suyas observadas por mí, por demás innegables, ¿no es verdad?,
Ay, doctora…
Sigamos. Por otro lado, su marido obedece también a las normas, en este caso lo que se establece para el “rol” de los hombres, los machos pues, buscar su propio placer ignorándola a usted, vamos, ni siquiera recaba su total aceptación de tener la relación; claro, menos se preocupa por excitarla en tanto se excita él mismo, menos se preocupa por darle placer mientras él obtenga el propio. Entonces, no podemos sino establecer que usted, mientras las condiciones sean iguales, nunca tendrá placer en las relaciones conyugales. ¿Me ha entendido?
Perfectamente, doctora. Caray, mira nada más… Julia estúpida. Ay, doctora, doctora… tengo un inmenso coraje… contra mí misma por ser tan tonta – se hizo un silencio donde pareció reflexionar; no quise intervenir, preferí que racionalizara lo expuesto; por fin dijo:
¿Tengo alguna posibilidad de… curarme?
Por Dios, señora, no está usted enferma, entienda. Lo que pasa, intenté explicarlo, es que no hace, o hacen, las cosas como se deben hacer para tener el placer que se busca. Mire, nosotras las mujeres necesitamos más estímulos, más caricias para excitarnos, y así poder arribar al deseado orgasmo. La salida del problema, la “curación” entre comillas – insisto, no está enferma – la tiene en sus manos; además, bastante fácil de resolver; de usted depende. Así… bueno, le daré algunas indicaciones para iniciar lo que para usted puede ser el tratamiento. En primer lugar, debe analizar las normas en las que cree y en las que ha vivido la vida, y el análisis debe hacerlo en función de cambiar, sí, cambiar el enfoque de la vida para arribar a una de mayor libertad por no decir absoluta libertad para hacer lo que le dé la gana siempre y cuando no moleste o agreda a los otros, ¿me va entendiendo?, en ese caso, sigo.
Enseguida, y como si fuera una cápsula prescrita por mí, deberá explorar su cuerpo, con la vista y con el resto de los sentidos; es decir, ver, tocar, oler y hasta gustar lo que ve y toca; si no es posible paladear lo visto en forma directa pues puede hacerlo con los dedos que exploraron y tocaron lo que se indica explorar y tocar, ¿me entiende?
¿Debo hacerlo doctora?, me daría mucha… pena…
Caray, señora, ¿quiere tener orgasmos, el real placer sexual?, pues entonces debe hacer lo que indico. No creo que tuviera objeción si yo le indicara tomar tal o cual pastilla, incluso que se sometiera a una intervención quirúrgica, ¿no es así?, entonces, imagínese que ver su cuerpo es una pastilla, que tocar su cuerpo es una inyección, que degustar su cuerpo es una cirugía, ¿estamos?
Sí, doctora, la entiendo.
Bueno. Enseguida, en la larga exploración vaya descubriendo aquellos lugares de su cuerpo, y en especial de sus órganos genitales más sensibles, donde sienta más la exploración, es decir allí donde sienta más las sensaciones, y allí hará más tocamientos… voy a decir caricias en esos lugares porque sin duda los tocamientos deben ser tiernas caricias, y acariciará hasta que pegue de gritos como hizo hace unos minutos, ¿recuerda?, y eso, señora, se llama masturbarse, ¿entiende?
Peló los ojos, sonrió, y dijo:
¿Entonces usted me… masturbó?
Carajo, mi desconcierto… monumental, hasta engañada me sentí. Sin embargo, decidí seguir en la idea de la ignorancia de la paciente, además mi vagina dijo: debes esclarecerlo para ver si era posible… obtener algo más de placer… mutuo. ¡Abrir el goce del paraíso!, pensé. Dije:
En realidad, exploré la integridad de su sistema nervioso en torno a la percepción de estímulos sexuales, pero si usted lo prefiere… sí, la masturbé…, insisto, desde el plano puramente profesional…
Ay, doctora, me hace usted feliz; pues así me está diciendo que soy normal y que ¡sí! tengo orgasmos… bueno, tuve el primero… caramba, y yo que venía tan preocupada, bueno, hasta asustada me sentía, asustada por mi anormalidad, y se encargó de demostrarme que no es así, de lo que me felicito… y la felicito. Desde luego, esto mismo me hace pensar en dar cabal y acucioso cumplimiento a sus sabias indicaciones. ¿Y mi marido?
A eso iba. Si quiere tener placer en el coito con su marido pues debe discutir con él lo que acabamos de mencionar, a más de exigir más caricias, más excitación, juegos sexuales pues, y ser tomada en cuenta para las relaciones sexuales, y para las decisiones que en el matrimonio se van tomando. Claro, la exigencia de mutuas caricias amorosamente hechas es la principal exigencia que usted debe hacer.
¿Y si él no entiende?
Entonces, señora, tiene dos caminos: uno, el divorcio; el otro… buscar un amante que sí la haga gozar como usted quiere.
Caray. Pero sí, tiene usted razón. Bueno, pues…
Sí, eso es todo. Claro, ninguna medicina.
¿Cuándo vuelvo?
Cuando usted quiera, o necesite. Para saber de sus avances o discutir sus posibles dudas, venga por favor dentro de ocho días; pida cita a mi secretaria; yo estoy a sus órdenes cualquier día.
La joven se fue dándome muestras de agradecimiento, y yo lamentando que la señora en realidad fuera una ignorante pues de haber sido un engaño después de la larga explicación seguro ella hubiera propuesto continuar… en las caricias.
¡Y así empecé a vivir gozando el paraíso de las puchas!
A partir de ese día a mis pacientes las exploro como hice con esta “primera”, siempre estableciendo su aceptación, así sea tácita, para acariciarlas; me he hecho adicta a las caricias de puchas, siempre pensando en las caricias compensatorias, las de ellas para mí, eso se ha dado de diferentes maneras con muchas de ellas, para mi gozosa sorpresa. Desde el momento mismo en que mi pulgar inicia las caricias en el sensible clítoris algunas piden acariciarme; dos de ellas dijeron: Por favor, doctora… con la lengua, para mi inmenso placer y más felicidad. Una de ellas informó: Vine porque la recomendaron; sus exploraciones, dicen mis conocidas, son fantásticas, suaves y complacientes, en lugar de lo molesto de otros ginecólogos; fue una de las que dijo: Con la lengua doctora, por favorcito.
Tres de mis clientes son las únicas que pusieron objeciones a mi muy gozosa forma de explorarlas. Una de ellas, en cuanto percibió mi pulgar acariciando su clítoris, dijo sentirse muy mal, muy mal, que por favor suspendiera la exploración. Luego de bajarla de la mesa insistí en saber el por qué de su malestar; en síntesis, su malestar se debía a las hermosas sensaciones que estaba sintiendo, inéditas por supuesto, la asustaron al grado de pedir suspender la esplendorosa exploración. Hace dos días regresó diciendo que, desde aquél día, recordaba con aprensión y curiosidad la exploración fallida, y deseaba saber si podía soportarla ahora que había reflexionado; resultaba preocupante que cualquier día tuviera la ingente, inevitable necesidad de ser explorada. El motivo de queja de ésta como casi todas las demás era la misma: una supuesta frigidez. Ese día gozó de lo lindo, incluso entre alegres jadeos y gemidos pidió continuar la "exploración" hasta que desfalleció, prácticamente desmayada, suspirando, con enorme sonrisa en la boca y una de sus manos acariciando lenta y suavemente sus chichis. La tercera de plano brincó de la mesa al sentir encenderse de excitación, exhibió la pelambre de su panocha, por cierto uno de los más hermosos pelambres vistas en mi largo conocimiento de puchas y pelos adornándolas. Bufando cual buey, salió del consultorio para nunca regresar; no reclamó tampoco hizo aspaviento agresivo.
También, debo decir, he visto pacientes con padecimientos orgánicos en la esfera ginecológica, las menos en la estadística de mi consulta. Con ellas la experiencia es la misma, es decir, han gozado de la exploración, incluso han regresado en varias ocasiones a pesar de que los síntomas, las molestias, la real enfermedad habían desaparecido; por supuesto, las masturbé con mucho placer.
La “primera” paciente que me llevó al inicio y gran cambio de mi manera de explorar y gozar de mi profesión al máximo, al Paraíso pues, regresó a la cita de ocho días. Luego del saludo y la primera pregunta en el sentido de cómo se sentía, y después de dar respuesta: Muy bien, dijo desear que nos tuteáramos, cosa que hice de inmediato. A renglón seguido, dijo que se masturbaba con demasiado éxito y placer al menos tres veces diarias y, además, así continuaría de por vida. Me dijo que había abjurado de las tonterías que sujetaban y oscurecían su mente, y que ahora se creía definitiva y completamente libre; estaba solicitando el divorcio, y ya había tenido una relación extra conyugal, además la relación no se había diferenciado de las tenidas con el marido; había leído varios libros libertarios de información sexual; y luego, sin más, dijo:
Ay, doctorcita de mis anhelos y libertades… ¿me puedes masturbar como aquel liberador día?
Claro, la subí a la mesa, la masturbé cínicamente. Cuando iniciaba las metidas y sacadas de mis dedos en su encharcada vagina, ella me pidió quitarme la ropa, Al menos la de abajo, dijo, y yo, obediente, me quité falda, y nada más pues desde que una paciente tomó la iniciativa de meter la mano bajo mi falda y tuvo dificultades para sortear el obstáculo de las horribles pantis, nunca uso calzones. Entonces, la joven señora metió sus dedos en mi vagina con suma delicadeza y ternura hasta hacerme gritar de placer. Después de sendos orgasmos de las dos, caímos al piso, y allí le mostré las sutilezas hermosas del amor lésbico: hicimos un formidable 69, la más deliciosa de las formas de darse placer entre las mujeres. Al finalizar "la consulta", dijo:
Creo… que buscaré el amor con las mujeres, siempre cogeré con ellas… las vergas han dejado de interesarme.
Nos vemos con mucha frecuencia en su casa, o en la mía.
Por otro lado, la chiquilla, mi seductora, hace dos días me invitó a servirle de mirona; dijo, gozaré más con un testigo que certifique que me cogí a mi mamacita. Fue fabuloso, ya les contaré.
Lo que más me hace feliz es… mi hija. De manera por completo inesperada y, claro, menos planeada…, hace dos meses empezamos a coger… ella es mi mejor amante, quizá porque somos la misma sangre, dicen, y porque es la más formidable forma de sentirnos mujeres libres de cualquier tontería y sujeción. ¿Cómo fue el inicio de este colosal amor sexual?, es algo que quizá algún día les cuente.
Por último, y como dato relevante: he comprobado que el ochenta por ciento de las mujeres aceptan con sumo agrado las relaciones lésbicas; ese porcentaje es el mío, en mi consulta; tal vez un poco más allá del noventa por ciento de las mujeres que han concurrido a mi consultorio aceptan con muchísimo placer y agrado las caricias que hago en el momento de explorarlas, y de estas casi el mismo porcentaje han reportado en citas posteriores la clara iniciación de relaciones sexuales con otras mujeres. De estas, la mitad son, o han sido, mis amorosas compañeras de no pocas sesiones de cogidas sin igual.
CONTINUARÁ
Doctora Caricias.
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