NIÑA PRODIGIO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Soy casada, sin hijos, frisando los 28 años; me considero bonita, tal vez no bella, pero sí muy atractiva; lo digo por los diarios piropos que recibo de parte de los dos sexos, el verme piropeada por las mujeres me turbaba, no me enojaba. Entre las que continuamente me dicen lo bella que soy, está mi madre, y esto…
Deseosa de ayudar en algo a los jodidos, contraté para ayuda en la casa a una señora joven, con una hija de nueve años; la ayuda se derivaba de la petición recibida de una militante de una organización política dedicada a la defensa de los campesinos y los indígenas, en especial para conseguirles trabajo, a más de las defensas legales, dada la precaria situación económica de esos grupos tan explotados por los viles oligarcas. Por esto último, la señora y la hija debían vivir en mi casa. La señora era, es, muy simpática, atenta y educada, además de tener corta instrucción escolar; no encontró trabajo por la terrible desocupación existente en el país. La niña, dechado de limpieza, educación, simpatía y más alegría, a más de muy inteligente y estudiosa: cursaba el cuarto año de la escuela elemental Su cuerpo era de mujer completa, bien formada, atractiva, así la sentí al verla por primera vez. Debido a la plétora de las escuelas del turno matutino, la niña asistía a la escuela por las tardes, y esto…
Mi trabajo me permite iniciar labores a cualquier ora de la mañana, por eso no me apresuro para salir de casa; me levanto temprano, me doy un baño de regadera, me arreglo con cierta parsimonia, y desayuno antes de salir a la oficina. Quizá unos ocho días después de la llegada de mi ayudante, al despertar, ahí estaba la niña; sonreía con esa alegría tan de ella; tenía una charola en las manos, y en ella lo que acostumbro desayunar. Sorprendida, pregunté, y ella, riendo más abiertamente, dijo:
Eres tan buena y tan bonita…, esto y más mereces… de mi parte.
Mi sorpresa aumentó por la hermosa frase de la pequeña; en el momento reparé en la belleza de la chiquita, real hermosura de adolescente a pesar de no estar todavía, cronológicamente, en edad de los cambios corporales; pensar en esto me hizo reaccionar ante el cuerpo bien conformado de la casi niña; es decir, sus senos y curvas estaban bien desarrolladas, apenas vislumbrado el día de su llegada. Esto en cuestión de segundos, los necesarios para tomar la charola, ponerla en mis muslos, sonreír, y emitir un sentido ¡gracias!; al estar poniéndome la servilleta en el pecho, dije:
No debiste molestarte…
No es molestia, más bien es el gusto de darte gusto.
Esto no entra en tus obligaciones.
No pos sí, pero… me dieron ganas de atenderte, y también verte… pos sí, lo bonita que eres.
Me causó un cierto desconcierto la última afirmación de la niña; por eso, y viéndola a los ojos dije:
¿Te parezco bonita?
No pos sí, ¡y mucho!
Mi desconcierto aumentaba; sirvió el café en la taza sin dejar de verme a los ojos, y su sonrisa era amplia y alegre.
Come…,
Dijo, se retiró un poco para no ser indiscreta; este gesto me gustó, y también aumentó mi turbación. No entendía el interés de la niña, menos todavía las referencias a mi presunta belleza; es la edad sumada al natural agradecimiento de la escuincla, pensé, y amplié mi sonrisa, para enseguida decir:
Me gustó tu atención, no tienes por qué hacerlo, ¿entiendes?, digo, traerme el desayuno a la cama.
La verdad, no lo hice por obligación, ya te dije.
Por lo que sea, insisto, no tienes que hacerlo.
¿Hice mal?
No, no, al contrario: me gustó que lo hicieras, pero me daría pena…
No te apenes, te digo, para mí es gusto verte y atenderte, y come, porque si no, se enfría.
Di un sorbo al café, más por atención a ella que por desearlo; de manera inusitada mi desconcierto aumentaba con la persistencia de la niña en decir que le gustaba “verme”. Decidí dejarlo. Tomé con agrado el desayuno; estaba bien preparado. Cuando terminé, dijo:
¿Te gustó?
Sí, estaba rico…
¡Yo lo preparé!
¿De veras?, ¿a poco sabes cocinar?
No pos sí, allá en el campo, pos tengo que aprender de todo, y esto de hacer comidas, pos más pronto… mi mamá hace otras cosas, y los hombres se van al trabajo, por eso.
Entonces tu mamá…
Orita está lavando tu ropa; dice que es pesado lavar, no creo, pero no me deja ayudarle en eso.
¿No está usando la lavadora?
No, pos no… dice…
Caray, no tiene que lavar a mano, para eso está la lavadora. Se lo voy a decir…
Dice que tu ropa es bien fina, y queda mejor lavándola a mano, por eso.
Bueno, pues terminé…, me voy a arreglar; puedes recoger esto y luego nos vemos, ¿sí?
Claro, ya me voy… ¡estás bien, pero sí bien bonita!
Sin decir nada más tomó la charola; al hacerlo, su mano tocó mi muslo y…, sumado a lo demás, eso me turbó de manera inexplicable sin clara especificidad. Con la turbación a cuestas me arreglé sintiendo las extrañas sensaciones recorriendo mi cuerpo, persistentes; desde el inconsciente sabía a qué eran debidas las turbadoras sensaciones, a nivel consciente no podía explicar nada de mi extraño estado. Incluso, sentí algo nunca experimentado en el momento de bañarme: mis manos me excitaban; no llegué a la masturbación por miedo a exacerbar el desconcierto envolvente de mi ser, sí, cuerpo y alma. Apenas pude trabajar, esto me intranquilizó todavía más. Sin embargo, a la hora de la rica comida en compañía de una querida amiga, me desentendí de las horas previas, y recuperé mi ecuanimidad.
Una vez en casa, ni siquiera me acordé de la atenta [¿tentadora?] niña. Sin embargo, seguí considerando, quizá desde la inconsciencia, la figura, las casi esculturales formas de la linda pequeña; de esto estuve segura siempre, lo admití apenas iniciado…, la vi a la hora de la cena, se encargó de ir sirviendo mis alimentos rutinarios, mismo señalados a la mamá de la pequeña desde su contratación. Pensé que no me había afectado su presencia, y sin embargo…
Dormí inquieta sin explicación. Al abrir los ojos de nuevo estaba la pequeña con la bandeja en las manos, y una taza de café humeante en ella, además, huevos estrellados, el pan blanco acostumbrado, y una servilleta desconocida.
Buenos días señora… ¿durmió bien?
Dijo la pequeña con su avasalladora sonrisa a flor de labios. Y de ahí en adelante se presentaron en las mismas sensaciones del día anterior. La novedad: me percaté de que la niña estaba descalza; sus pies eran bonitos, ¡atractivos!, pensé. Mi turbación en ascenso, y mi negativa a esclarecer mis emociones también; los ojos viendo en directo a los senitos de la niña, en realidad reales senos de mujer, si bien es cierto, no eran grandes, y sí de tamaño medio, de seguro del mismo tamaño de los míos; al pensar en eso mi turbación se hizo de locura, mucho peor al endurecerse mis ricos pezones. En delante apresuré la ingesta, y despedí a la linda pequeña; hizo lo mismo de la mañana anterior: al tomar la larga charola tocó, leve, mis muslos con cierta intensidad, me permitía colegir que era por completo intencional el toque, no un “accidente” al tomar la charola.
No sabes cuánto me gusta atenderte…, y cuánto me gustas… ¡estás bien bonita!, no me cansaré de decírtelo.
Y se fue dejándome turulata. Mi anterior desconcierto era ahora cosa mínima en relación al enorme desasosiego que el “cuánto me gustas” me produjo; de alguna manera admitía segunda intención de la precoz al decirlo; esa segunda intención tenía implicaciones que me era imposible admitir y, en especial, digerir. El transcurso de mis rutinas matutinas se dio en medio de sentida crispación corporal y anímica; al contrario de la mañana anterior, el baño no me produjo las sensaciones corporales que me inducían a la masturbada, pero me indujo a intentar la reflexión en torno a la sorprendente actitud de la pequeña que, a pesar de los pesares, la seguía considerando una real belleza. En el trabajo, la inquietud fue monumental; no pude sostener una plática coherente con mi entrañable amiga.
No quiero ser repetitiva; los días posteriores, durante las mañanas, se repitieron las escenas y diálogos reseñados; a cada nueva mañana la niña agregaba insinuaciones cada vez más claras en términos de seducción casi abiertamente sexual. Por supuesto, mi tribulación iba en aumento a cada nueva frase o actitud “ofensiva” de la niña, lo de ofensiva tenía muchas connotaciones claramente sexuales, de seducción sexual de manera inequívoca. En el despertar de la enésima mañana estuve a punto de rechazar el desayuno y, todavía más, de hablar con la mamá para pedirle salir de mi casa. Por fortuna no lo hice, aún a costa del prurito y la presencia ahora sí de claros sentimientos de culpa, culpa por estar permitiendo la aguda familiaridad de la niña sirviente…, al pensar esta palabra mis sentimientos de culpa fueron monumentales, ahora debido a mi discriminatoria alusión, claramente agresiva hacia la bella pequeña; eso me detuvo, me hizo relajarme y considerar que estaba viendo moros con tranchete en las “atentas” actitudes de la bella niña. Esa mañana apareció un nuevo elemento, fue… benéfico.
En la rutinaria plática con mi amiga en el café durante el descanso del trabajo, de alguna manera entramos al polémico tema del sexo. Buenas feministas, criticamos las actitudes machistas, los detractores de la corporeidad de los humanos, en especial los moralistas. “Puras falsedades, mana, la pura verdad. Mira, me he liberado tanto que para mí no sería difícil aceptar, por ejemplo, una relación lésbica; es más, estoy tan convencida de las pendejadas de estos cabrones que hasta el tabú de la relación incestuosa podría romper – hizo puntos suspensivos pensando – incluso, te confieso, estoy pensando, en serio, esta última posibilidad… ya sabes, tengo hijo e hija… Carajo, amiga, no lo creo, la interrumpí, ella siguió: ¿Por qué no?, la verdad, eso del parentesco es invención manipuladora de los poderosos; el matrimonio no ha existido siempre, entonces, antes del matrimonio la gente se reproducía sin tenerlo en cuenta: no existía el parentesco Además, te lo puedo asegurar, en este mismo momento, querida amiga, te aseguro, muchas mamás están teniendo relaciones sexuales con alguno de sus hijos, o hijas, carajo, ¿por qué no?
Yo estaba con la boca abierta, en verdad desconcertada. Cuando terminó su larga alocución, mi mente trabajaba a mil por hora, y debí admitir que ¡mi amiga tenía razón! Sonreí. De manera sorprendente me escuché decir: No te creo capaz de…, mira, para demostrarte tu falaz posición, ¿qué harías si te propusiera una relación entre nosotras?, en los términos expresados por ti. Me sentí roja, además de excitada, ahora sí admitía la por demás innegable excitación; reía a mandíbula abierta, y dijo: La verdad mana, no te mediste… carajo, no me rajo, acepto tu propuesta y, todavía más, te reto a que, saliendo de este estúpido trabajo nos vayamos a donde tú quieras para tener amor… sexo incluido, ¿sale?
Fue contundente; apenada, más cobarde, di marcha atrás Sin embargo, mis pezones, en especial mi rica pucha bramaban por la aceptación, dije: Era broma, amiga… la verdad, no me atrevería a tanto, aunque, confieso, tu argumentación ha sido avasalladora, cierta, salvo y hasta demostración en contrario; no obstante la confesión, debo admitir mi… bueno, no es mi onda y, la verdad, no me atrae una relación así, lésbica. Y sí, admito tus críticas por anticipado, pero, qué quieres, tal vez estoy verde… no en el claro sentido ideológico, en especial de la convicción en torno a principios que hace eones hemos defendido las dos, sino en eso de hacer una fantasía lésbica; reconozco tu valentía y decisión, carajo, de mandar a la chingada las moralinas estúpidas. Por supuesto, estaré ansiosa por saber si… realizaste alguna de las relaciones propuestas quizá soñadas… perdona si con esto te ofendo, no es mi intención desde luego. Quizá empiece a fantasear… en ese sentido, y entonces, ten la seguridad, el reto para hacerlo volverá si todavía… quisieras hacerlo conmigo.
Carajo, amiga, ya me estaba… saboreando; no importa, seguimos siendo amigas, vamos a continuar viéndonos a diario, eso facilitará la posibilidad de ir informando… el desarrollo de las últimas inquietudes; por supuesto, también de mis posibles avances… también espero que tus fantasías, ojalá, lleguen carajo; luego de hacer la propuesta, te lo juro, me gustas enormidades para… respeto tu negativa, ya será.
Se reía; la vi excitada, incluso con sus pezones claramente visibles tras la blusita, lucían parados, tiesos, sin tocarlos. Mi vagina seguía expulsando líquidos a borbotones, mi excitación era monumental e inocultable. Volvió a mencionar la maravilla que sería cogerse – así lo dijo – a uno de sus hijos, y remató: te soy sincera, preferiría a la hija… para… eso; las vergas las conozco… por eso, créeme, prefiero intentarlo con mi hija, además está preciosa la chiquilla, la conoces, ¿no? Era cierto, conocía a la pequeña hija de mi amiga, con la misma o similar cronología que la pequeña de mis inquietudes, e igual o superior belleza. Y, carajo, en el momento deseé que la hija de mi ayudante hubiera sido… ¡mi hija…!
En el trayecto a casa, mi mente consciente trabajaba a marchas forzadas dándole enésima vuelta al dilema planteado por las claras actitudes seductoras de la niña; de alguna manera concluí, primero: la niña me había inquietado al grado de no hacer nada para detener el acoso, así lo pensé, de la mocosa, cosa que bien pude hacer desde el momento inicial;
Segundo, destaca la posición de mi amiga en la que no sólo ponía en duda la verdad y real vigencia de las normas “morales”, sino que estaba decidida a actuar transgrediendo el tabú mayor, esto es, el incesto, además su objetivo era la hija, y esto, carajo, era abultar la ya de por sí tremenda trasgresión;
Tercero: si no hice nada en los días transcurridos era – carajo, cómo me excitaba la niña precoz y audaz – porque de alguna manera la deseaba, la deseaba en el sentido erótico del deseo;
Cuarto: bastante inquietante y revelador de mi vida, absurda vida por lo demás; siempre he sido ardiente, desde pequeña, y más desde la pubertad, no se diga al paso de la adolescencia y carajo, nunca he tenido real satisfacción sexual; a no ser las frecuentes y muy prolongadas masturbadas, estaría al borde de la triste locura por mi necesidad sexual insatisfecha. Menté madres a mi marido por macho y tan mal cogedor; siempre me deja en el período de calentamiento, carajo.
Por último, quizá lo más importante: decidí dejar correr la situación y dar respuesta a las provocaciones de la niña mandando al diablo mis necias prevenciones, así el increíble y cretino criterio de dar por validas y, carajo, ¡respetables!, las absurdas reglas que me habían causado, por qué no decirlo, sufrimiento, al menos en lo que al sexo se refiere.
Antes de cerrar el auto dije: realmente la deseo, me excitan sus provocaciones, lindas además; me gusta la condenada escuincla, también quiero acariciarla en el sentido erótico de caricias. Y, ¿sabrá hacer las caricias que deseo…? si no sabe, quizá la pueda enseñar… puta, ¿qué sé para enseñar del amor entre mujeres?, bueno, los instintos dirán. Con esta decisión, dejé el carro.
Al llegar a casa la busqué con ansias; no estaba, claro, hora de la escuela. Para colmo, cuando estaba en casa, el marido estuvo de lo más cargado; pude intercambiar unas palabras con la chiquilla. Dormí inquieta, con la perspectiva de verla a la mañana siguiente, decidida a dar clara respuesta a la audacia de la pequeña, hasta ser, ahora, la provocadora. Las falacias que me detenían, fue claro, las mandé al diablo gracias a mi entrañable amiga; pensar en ella me llevó, carajo, a ver el real caso negativo de mi rechazo a la propuesta de una dulce – así lo pensé – relación lésbica con mi amiga entrañable… ya será, parafraseé a mi propia amiga. Hasta fingí estar dormida al escuchar venir a la niña de mis sofocos.
Buenos días señora, ¿durmió bien?
El cántico cotidiano se repetía, mi corazón marchaba a trompicones. Mis pezones no podían estar más parados, y mis sonrojos debieron verse desde el golfo de México.
Bien, muy bien, ¿y tú?
Pues… ¡pensando en ti!
No había duda, muy audaz la niña hermosa. Reí satisfecha, ilusionada y expectante; no había dado respuesta a las exclamaciones de la niña. No obstante mi decisión no podía actuar, tomar la iniciativa; ahora sentí la mano de la niña en mi muslo al colocar ella la charola allí, antes yo la colocaba en mis piernas. Después de servir el café, la niña permaneció muy cerca al borde de la cama; me extrañó; siempre se retiraba un poco para no dejar de ver, en directo, a mis ojos mientras decía sus frases provocadoras y sus gestos más audaces todavía. Con una revolución en las tripas trinaba por dar el primer paso para iniciar ya y yo la ansiada investigación en torno a las reales intenciones de la preciosa escuincla.
Ella se encargó de sacarme del letargo de la cobardía. En cuanto me vio iniciar la ingestión de lo sólido, se retiró un tanto de la cama; mis ojos estaban fijos en los de ella; entonces la vi bajar los ojos en una clara indicación de ver hacia abajo; lo hice, y… caramba, ¡la niña estaba desnuda de la cintura para abajo!, hasta temblé por el bello estímulo, más porque ella abría, era costumbre, la puerta para dar un vuelco a mi tonta posición anterior; en cuanto me vio mirarla, dijo:
Nunca me has dicho si te gusto… ¿te gusta… lo que estás viendo?
Era visión en verdad hermosa; muslos gruesos, redondos, piernas esculturales… carajo, tiernos vellitos recién nacidos ya ocultaban la rajita de la niña. Y mi deseo fue, además de ansiar tocar aquella belleza de pelitos, ver, sentir, tocar y acariciar los senos siempre admirados por mí a pesar de mi reluctancia a admitir esa admiración por ellos, y también atractivo ¡sexual!, a pesar de la corta edad de la hermosa pequeña, que ellos ejercían sobre mí. Tragué saliva, y dije:
¡Eres hermosa!, tienes… pelitos preciosos.
¿Verdad que sí?, gracias por… decir lo que dijiste…, digo, pelitos se oye bien padre, nunca habías dicho nada de nada… ¿te gusto?, digo, toda yo…
¡Me encantas, preciosa niña!
¿Quisieras… tocar… los pelitos que tanto te han gustado?
Carajo, para irme al cielo; no solo abría la puerta sino me instaba a perpetrar en el franco y el directo contacto ¡sexual! Mis prevenciones estaban enterradas, sin duda. La charola estorbaba; se dio cuenta, riendo la tomó; al hacerlo una de sus manos se deslizó por mi muslo todavía oculto por cobertores; se dio la vuelta para dejar la charola en la mesita de noche y permitió ver, admirar y desear las deliciosas nalgas púberes de la pequeña; se dio la vuelta, y, al mismo tiempo, se sacó por la cabeza la blusita que cubría sus chichitas tan, tan atractivas y bellas tal como las imaginé antes. Estaba roja, su respiración evidentemente agitada, labios entreabiertos mientras se acercaba con parsimonia digna de la mejor de las actrices, porno pues, al hacerlo, se tocaba los senos, y cruzaba los lindos muslos dando a entender que se frotaba los ricos labios verticales mediante el cruzamiento de muslos.
En cuanto estuvo a mi alcance, claro, yo al alcance de ella, sin decir nada acarició mi rostro con suaves dedos temblorosos, jadeos audibles; me estremecí por este primer, primordial tocamiento de la niña; cuando los dedos delinearon mis abiertos labios, mis manos por completo autónomas se dirigieron al cuerpecito… nada de cuerpecito, un cuerpazo completo, de mujer total, de formidable belleza, y quizá movida por los deseos de tocar los senitos, naranjas bellísimas, eso hicieron, entonces la que tembló fui yo; en ese mismo momento mis labios se abrieron, el dedo de la escuincla se metió entero a mi boca, carajo, sensación increíble sentir esta simple caricia: tener un dedo ajeno en mi boca con la clara intención de, ese dedo, excitarme.
Metiendo y sacando el dedo en mi boca, la otra mano sin dilación se fue a mis chichis que estaban “protegidas” por la ropa; riendo, sacó el dedito de mi boca para ayudar en el retiro de mi ropa absurda en esos momentos; por supuesto, facilité las maniobras para quedar desnuda como ella; entonces, las manos acariciaron las chichis de la otra; las de la niña en verdad fabulosas de un tamaño escultural, debí cerrar los ojos obligada por las tan enormes y placenteras sensaciones que recorrían, candentes, mi cuerpo.
La sentí estremecerse, igual lo hacía yo. Apretó los pezones, mis dedos imitaron a sus socios, y, el rostro de la niña se me vino encima para besar mis labios con sus tiernos, dulces labios casi infantiles; el beso me supo a dicha y gloria, también me puso a jadear intensamente mientras mi panochita, mojada hacía eones, arrojaba litros de jugos; estaba supercaliente, lo mismo le pasaba a ella.
Me asombraron los alcances de la presunta niña, carajo, de no creer; empecé a sospechar que la niña tenía experiencia previa; además de hacerme titubear, me puso más caliente. Y sin más brincó para subirse a la cama; no pude contener la risa por los alcances de la pequeña, más por las ansias que tenía de caricias más profundas; pero, estaba dicho, la escuincla era un genio del arte de la seducción y el placer sexual; al recostarse me arrastró; en cuando estuvimos prendidas en un nuevo y súper cachondo beso, las manos de la niña empezaron a recorrer mi cuerpo de un extremo al otro deteniéndose en forma muy, muy placentera para ella, para mí, en los lugares más sensibles de mi cuerpo, esto es, en mis chichis, en especial en los pezones, en los labios horizontales, y a poco en los verticales, que de ninguna manera intentaba meter los dedos, cosas ansiada de manera desesperada, además diciéndome palabras dulces, cariñosas y cursis, carajo, un portento de “asalto” erótico.
Desde luego, mis manos hacían lo mismo con el cuerpo hermoso de la bella chamaca, mis jugos se derramaban por litros sintiéndolos escurrir hasta los muslos, lo que no podía era hablar para resarcirla de las suyas. Me hizo medio darme la vuela porque quería acariciar con su tierna pasión regiones posteriores de mi ardiente cuerpo, lo hizo, empezando por las lindas nalgas, duras, bellas, súper sensibles, la palma completa de la mano acariciadora se paseó por la extensión completa de mis nalgas para luego meter los dedos entre ellas; para mi enorme y placentera sorpresa estacionarlos precisamente en mi culito, caricia nunca sentida, vamos, ni siquiera mis propios dedos habían descubierto el sensible puntito de placer. Mis manos quisieron sentir lo que las otras manos; ella estaba de lado para que la caricia de mi mano pudiera hacerse, y mis dedos casi en directo se fueron al tierno culito de la niña, Dios, qué rica delicia sentir el culito lampiño, frunciéndose, invitando a mi dedo a meterse; por supuesto, empujé mi dedo sólo que estando tan seco no podía penetrar.
Ella de nuevo indicó cómo hacer; me dio otra media vuelta para ahora meter sus dedos en mi pucha; suspiré pensando en que por fin iba a tener la caricia anhelada desde los inicios en mi ardiente puchita, pero no, metió y sacó los dedos en varias ocasiones para volver a darme vuelta y entonces sí atacar, más bien acariciar mi culo, ahora los dedos mojados en mis viscosos jugos pudo meter el dedo, dos falanges, creo; entonces la hice darse la vuelta para meter mis dedos en su chuchita anegada como la mía, y después de volverla a la posición original, meter mi dedo que, para nueva sorpresa, se fue de rondón hasta los nudillos; entonces los dedos de las dos manos tenían a los culos ensartados, ella inició un lento mete y saca, y yo lo mismo, mientras las otras manos estaban acariciando las chichis de las dos, en especial los preciosos pezones.
Carajo, tal vez un minuto después mi orgasmo tan necesario se detonó de potente y exquisita manera, me sacudió, suspiré repetidamente y emití grititos de placer, gritos que nunca en mi sufriente vida había emitido de ninguna manera, menos a consecuencia del placer sexual, y en este momento por el estímulo y el placer detonado por un dedo metido ¡en mi culo! Nueva sorpresa; ahora, sin sacar el dedo de mi culo, me dio la vuelta para dejarme boca arriba, me sonrió, besó mis labios tenuemente de manera cachonda, sumamente erótica, y brincó su muslo sobre mi cuerpo, para enseguida bajar la cabeza y, Dios, lamer mi vientre, luego los pelitos, yo yéndome al cielo del placer sexual, y después meter dos dedos de la otra mano en mi chorreada vagina mientras la lengua se metía a la raja,
Carajo, empezó a lamer mis jugos, claro, esas lamidas acariciaban mis ninfas, mis labios gordos, y, carajo, la orquilla de mi pucha para en momentos meter la punta de la lengua junto con los dedos bien metidos en mi vagina, y la fabulosa lamida en mi capullo, lamida nunca imaginada, mucho menos el enorme placer de ser lamida por otra mujer, y más si esta mujer es una niña de poco más de diez años; no sabes la de gritos que pegué cuando la sabia lengua lamió y lamió mi clítoris mientras los dedos penetraban mi culo y mi vagina. En tanto yo tenía media conciencia de ciertas cosas; primero, olores sensacionales, erotismo colosal provenientes de la olorosa conchita de la bella pequeña, también la visión del paraíso de pelitos suaves y castaños, que incluso alcanzaba a verlos mojados, y el culito que mi dedo había perdido, y esto a centímetros de mis ojos,
Cuando la ágil lengua de la niña empezó a lamer mi pucha y sus sensibles componentes, sin saber muy bien lo que hacía, simplemente con los instintos funcionando a mil por hora, la jalé de las nalgas para hacer llegar los pelitos y los olores a mi boca y mi nariz, y enseguida imitar a la pequeña que lamía incansable mi pucha entera mientras los dedos entraban y salían de mis dos preciados y sensibles agujeros: mi vagina y mi culo. Así supe de la existencia del cachondísimo 69, gloria de bellas mujeres cogedoras, más si están cogiendo con otra mujer. Cuando mi lengua lamió, mi orgasmo en marcha se incrementó a los doscientos megatones, y mis nalgas se movían a la velocidad de la luz, y las nalgas de la pequeña igual, y los gritos encharcados de las dos se emitían un segundo sí y otro también.
Mis dedos intentaron meterse al culo y a la vagina de mi seductora, la audaz pequeña; carajo, nueva sorpresa, nunca pensé que mi dedo en la vagina pudiera meterse hasta el fondo pues, pensé un tanto estúpidamente, la niña, claro, era virgen. Sin embargo, ese momento de placer imperecedero no me importaba, pensaba en dar y recibir placer, y por eso mis dedos, dos en la vagina, uno en el culito, bien metidos en los dos agujeritos, empezaron a entrar y salir tal cual lo hacían los dedos ajenos en mis orificios del placer, claro, el culito es uno de ellos aunque los moralistas reprueben hasta con infernales anatemas.
Cuando mi clítoris empezó a dar ladridos eléctricos por las lamidas ininterrumpidas de lengua sabia de la niña, me sacudí para sacudirme a la encimada en mi cuerpo. Quizá entendió porque no protestó, al contrario, vino besarme, a lamer tierna mi rostro bañado de los jugos recogidos de mi aguado chocho, mientras jadeos, acezando cual perra en celo eran la patente manifestación del enorme placer, mi orgasmo inacabable se prolongaba por tiernas lamidas de mi rostro que la niña se prodigaba en hacer; a poco me besó con besos tiernos, apenas tocando mis labios, mientras su mano libre acariciaba con ternura y delicadeza mi cuerpo entero, incluida mi pucha, en ella la caricia se concretaba a los pelitos y, de vez en cuando, una metidita a la raja súper inundada dándome más placer si esto fuera posible;
Un tanto relajada, el orgasmo en marcha, pensé que estaba siendo egoísta, entonces me di media vuelta para enfrentarla y sonreírle, empecé a lamer mis jugos del rostro bello de la niña, y carajo, fue increíble el placer, esta vez más emocional que físico, que ese lamer me dio, y creo le dio a la pequeña seductora. Sin embargo, el sabor de mis jugos fue un acicate para el orgasmo en decadencia. No sé cuánto tiempo pasó, mi intelecto empezó a lanzar mensajes en el sentido precisamente del tiempo; es decir, sentí que era demasiado tiempo el pasado, y, era de presumir que la madre de la pequeña quizá se alarmara por la tardanza pues siempre, luego de dejar la charola en mis muslos, la niña regresaba a la cocina.
Eso dije; ella, sonriendo de forma deliciosa, dijo:
No te preocupes mi amor, mamá no se alarmará… sabe que estoy aquí contigo.
Que me dijera “mi amor” casi me saca de onda; sin embargo sonreí, y dije:
Caramba niña, eres… una hermosa niña…, carajo, ¡cuánto me hiciste gozar, pequeña!
¿Te gustó?, no sabes cómo me da mucho gusto… que nos hayamos hecho muchos, muchos cariñitos… desde cuando te vi… quise darte besos, y hacerte caricias… bueno, iguales a las que te hice orita… y también pensaba que tú me hicieras las mismas caricias, aunque esto no creas que me importaba mucho, pero sí hacerte caricias y darte muchísimos besitos…, gracias por… hacerme también caricias… gocé muchísimo… ¿quieres más?
Caray, hija – decirle hija me sacó de onda, de todas formas seguí – si antes no hablabas ahora no me dejas hacerlo – mis risas, fiel reflejo de mi dicha – me hiciste gozar muchísimo…, me encantaron tus besos y… tus caricias…, también me gustó muchísimo acariciarte lamerte por donde quiera… carajo, niña, ¿dónde aprendiste… tamañas cosas?…
Pos…, a lo mejor luego te digo…
Pero ya sabías… acariciar, ¿no?
No pos sí, sí sabía…
¿Quién te enseñó?
Te digo, luego te digo.
Oye, y… ya no eres virgen, ¿verdad?
No pos no…
Caramba, y… ¿cómo perdiste la virginidad?
Pos…, bueno, luego te digo.
Caray, ¿por qué no quieres decirme nada…? incluso después de hacernos tantas y tantas caricias… deberías tenerme confianza, ¿no crees?
A lo mejor te enojas…
No, no, para nada… al contrario… más te voy a querer porque me tienes plena confianza, ¿no?
Bueno, mira… sí, tienes razón, no tengo por qué no decirte; total, ya supe que eres bien buena, a todo dar; bueno, pos mira… mi mamá me enseñó, y también ella… me metió los dedos en la rayita porque, dijo que así me enseñaba también lo que se siente con… los señores.
No lo podía creer; mi boca estaba abierta de par en par, mi asombro y mi sorpresa, monumentales; por fin pude decir:
¡No te creo…! ¿Cómo podría ser tu madre capaz de… hacerte las caricias y hacerte… bueno, lamerte el cuerpo entero…?
¿Por qué no?
Pues porque es… ¡tu madre!,
¿Y eso qué?
¿Cómo qué?
No pos sí… a poco no es gente como yo…, entonces, que sea mi madre, bueno, eso porque así se acostumbra llamarla…, la verdad, somos lo mismo, gente y nada más, ¿no crees?
Yo estaba al borde del desquiciamiento, y no por sentirme culpable por lo que hice y permití que me hiciera la asombrosa niña, y dije:
Y… ¿desde cuándo…?
Uyyyyyyyy, desde hace… pos la verdad, un año, creo… antes, dice ella, que yo era la única que la acariciaba, así, sin saber de qué se trataba, dice, muy rico, y ella, para no dañarme, dice, me dejaba hacerlo, hasta que ella dijo, bueno, ¿porqué no hacerlo también?, desde entonces… pos las dos nos acariciamos bien rico, así como ahora nos acariciamos tú y yo.
Pues… sigo sin creerte.
Me sentía mal no por el placer tenido y dado, por estar de metiche, entonces intenté dejar de lado el asunto, y dije:
Pero, bueno, eso no importa, ¿no crees?, lo importante es…
Y no supe continuar, pero ella tomó la palabra y siguió:
Sí, pos sí, lo importante es que nosotras nos sigamos… haciendo muchas caricias, y nos demos muchos besitos, y nos demos… muchas lamidas, ¿no es cierto?, eso es lo importante.
Sí, sí, eso… quiero, ¿tú quieres?
Ay, mi amor, ¿cómo no habría de querer?, claro, te quiero, y quiero hacerte sentir mi cariño, y también… pos sí, quiero sentir… tus besos y tus cariñitos… y bueno, si te gusta, tus lamidas…. Y tus metidas de dedos… ¿te gustó que te metiera los dedos?
¡Me encantó y me dio… muchísimo placer!, y a ti, ¿te gustó que te metiera los dedos?
Ay, mi amor, eso es rico, siempre es rico… ¿quieres más…?
Si quiero… en este momento no; de cualquier forma me preocupa que tu mamacita… te busque… ¿no crees que es el momento de regresar?, además… me tengo que ir, ¿entiendes?
No pos sí… tienes razón… a lo mejor la hice larga… la verdad, te sentí bien contenta… y, ay, amorcito, no sabes cuánto me gustó que gritaras tanto y tanto… con mis lamidas en tu puchita…
Al escuchar la palabra condenada deseé intensamente volver a los besos y caricias, a las lamidas y metidas de dedos en los agujeros, y, claro, sentir lo mismo, deseaba hacer, pero… seguía mi preocupación por la madre de la niña; dije:
Bueno, ya vete… ¿qué le vas a decir a tu mamacita?
No pos nada, si pregunta… bueno, no sé si me des permiso de decirle lo que hicimos…
¡No, no, noooooo!, para nada, ¡no le vayas a decir, por favor!
Bueno, pos si no quieres pos no. La verdad… a mi me gustaría que mi mamacita supiera… y… bueno, que también tú la invitaras, bueno, a lo mismo…
Caray, hija, eso no, no, para nada… no le digas, te lo ruego, ¿sí?
Sí, sí, claro, no le digo. Oye, ¿cuándo seguimos?
Pues… mañana en la mañana ¿te gustaría?
No pos sí, aunque la verdad, yo quisiera… pos en la tarde, o en la noche… y sería bien padre si me invitas a dormir contigo.
No, no quieras tanto; además, acuérdate, duermo con mi marido. Por cierto, mucho cuidado con él, ¿sí?
No pos sí, ya tengo cuidado… es medio mula, ¿no?
Me dio risa. La atraje, la besé con cariño y cierto erotismo, luego metí mis dedos a la puchita, me los lamí, le di una nalgada y dije:
Ya vete… nos vemos mañana, digo, aquí… para desayunarte…
Mis risas, las de ella fueron alegres, se puede decir llenas de felicidad, así me sentía, sin sentimientos de culpa. Me fui al trabajo llena de tranquilidad y ¡deseo!, y más al cuestionar la participación de la madre de la precoz niña. No creía, sin embargo dejaba abierta la posibilidad; incluso pensé en preguntarle en directo, eso me produjo saltos en las tripas, también me excitó, y me hizo arrojar un litro de jugos de mi pucha. Desde el inconsciente seguí pensando en la reciprocidad de la madre de la niña; eso me calentaba a cada vuelta más y más; el colmo se dio cuando, Dios del Cielo, cuando pensé… en mi propia madre…, carajo, pensé seducirla… eso por poco me hacer llegar a correr a la seductora junto con la mamá convirtiéndose en tremenda tentación.
Unos cuantos días después seduje a la madre de la chiquilla, ¿o ella me sedujo inducida por la precoz niña?, y lo apoteósico: ¡seduje a mi madre en la primera entrevista que tuve con ella después de conocer el amor sexual pleno con la hermosa y desinhibida chiquilla de mis amores.
Pero eso, después se los cuento.
ISABEL.
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