Nunca imaginé
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Mony.
Anna no podía recordar cómo y en qué momento había sucedido todo aquello. Solo tenía la certeza de que sucedió.
En su mente, años después, las vivencias de su niñez eran algo borroso. Hacía por recordar porque sentía que se quemaba cuando venía a su mente algún registro del pasado. Recordaba entre neblinas la escuela, a su maestra de inglés, tan bonita y refinada; algunas de sus compañeritas de salón, y en especial, a Mariko, la hija de japoneses radicados en Baltimore.
Había sido en Baltimore donde habían vivido la experiencia. Hacía muchos años de eso, pero aún hoy, de vez en cuando, le parecía mirar pasar por la calle algún rostro parecido al de Mariko, quien ahora debía tener veinticinco, igual que ella. Pero Anna se daba cuenta que eran solo analogías.
No había querido casarse a pesar de los pretendientes que había tenido. No lo había hecho ni lo haría. El matrimonio era algo que no le atraía. Por alguna razón, como algo muy escondido, Anna sentía que debía esperar a que aconteciera algo que ni siquiera sabía, pero que su corazón le decía en silencio que ocurriría.
La nostalgia le pegaba a menudo, sobre todo por las noches, cuando Amanda no estaba en casa. Llevaban tres años juntas y Anna, en realidad, era feliz con ella. Hacían el amor salvajemente, se entregaban mutuamente a diario, experimentaban de todo, sobre todo últimamente. Amanda era feroz en la cama y Anna había aprendido muchísimo con ella. Era cuatro años menor y quizá por eso siempre jugó el rol de sumisa en sus encuentros íntimos.
Sin embargo había un recuerdo al que Anna se aferraba. Ese recuerdo estaba grabado justamente en Baltimore.
Cierta noche, Amanda quiso saberlo. Le rogó casi toda la noche, aquel fin de semana lluvioso en que se habían encerrado a piedra y lodo, con dos botellas de J&B para calentar sus cuerpos del frío.
Y por primera vez, Anna se sintió animada a revelarle todo a su amante.
-Vamos, tienes que sacarlo. Te sentirás mejor.
Con unas copas de más y después de haber tenido cinco orgasmos, Anna se sintió por fin estimulada a contárselo.
-Éramos pequeñas. Íbamos en la primaria. Fue algo que sucedió antes de nuestra pubertad.
-Interesante –dijo Amanda, lamiéndose los labios.
-Bueno, conocí a Mariko en quinto año, cuando llegó de otra escuela. Sus padres japoneses venían de San Francisco. Ignoro por qué vinieron a Baltimore.
-¿Por trabajo quizá?
-Tal vez. Lo que recuerdo bien era la pulcritud de Mariko. Además, era tan lineal. Tenía un caminar extraño, siempre erguida, yo diría que demasiado. Pero era una hermosura. A pesar de ser todavía niña, su cara reflejaba más edad.
-Qué extraño –dijo Amanda-. Los japoneses parecen aparentar siempre menos edad.
-Con ella no fue así. Siempre la vi como alguien mayor, tal vez por su seriedad.
-Es posible. ¿Conociste a su familia?
-Solo de lejos. No tuvimos contacto. Fui un par de veces a su casa, pero no más de una hora.
-¿Entonces cómo se relacionaron?
-Bien, eso tiene su historia.
-Contadme entonces.
-“Digamos que nos hicimos amigas por el mismo sentimiento. Ambas experimentamos una atracción extraña. Eso nos lo dijimos después, pero desde el principio solo queríamos estar juntas. Lo hacíamos en clase, en el recreo y cuando salíamos de la escuela. Ella vivía en otro barrio, pero siempre procurábamos caminar juntas lo más que pudiésemos. A veces yo la acompañaba a dos cuadras de su casa, y ella hacía lo mismo.
“Creo que algo que nos hizo intimar fue nuestro gusto por los pájaros. Solíamos meternos en un parque inmenso, lleno de prados verdes. Dejábamos las mochilas a un lado y nos tirábamos en el suelo a observar el cielo. Contábamos las aves. Ella hacía su cuenta y yo la mía. Rara fue la vez que no coincidimos. Dos o tres veces por semana lo repetíamos.
“Mariko era una gran conocedora de aves. Con ella aprendí muchos nombres de pájaros, algunos que ni siquiera imaginaba. También nos gustaba jugar serpientes y escaleras, tirar los dados, perder y ganar. Vivimos momentos de libertad y de experimentación mutua.
“Cuando me vino la regla, se lo revelé. Eso era algo que sólo mi madre y yo sabíamos. Pero también Mariko. Me dijo que no me preocupara, que ella sabía por su madre que pronto le llegaría. Y cuando le llegó, también fui la única en saberlo después de su madre. Lo nuestro era recíproco.
"Lo que pasó fue unos meses después de que regláramos las dos. Mariko vino a casa para trabajar juntas en una traducción. Era un libro de cuentos que debíamos entregar el siguiente lunes, de modo que todo el fin de semana lo pasamos juntas trabajando. Mi madre aceptó que nos encerráramos en mi recámara, y sólo nos llevaba galletas y te. A Mariko le encantaba tomar té.
"Ambas nos atraíamos y lo sabíamos bien. Lo único que no sabíamos era el por qué. Las dos rechazábamos a los chicos. Solo nos interesaba estar juntas. Aquella tarde de sábado, mientras traducíamos las frases, Mariko se acercó a mí y me besó la mejilla. Sentí como un toque eléctrico en todo el cuerpo y me sonrojé. Ella sonrió.
Después, yo le devolví la caricia. Más tarde nos habíamos dado varios besos sin decirnos nada más. Era como una consigna rara y silenciosa.
“Antes de irse, Mariko me besó en la boca. Fue una caricia tibia, inédita. Nunca me habían besado antes. Tal vez por eso tenga tanto significado para mí. Toda la noche la extrañé. El domingo, cuando vino, la esperaba desesperada. No fue necesario decirnos nada. Sólo nos besamos otra vez, y el fuego que sentíamos se encargó de lo demás.
“Encerradas en mi cuarto nos abrazamos y nos estrujamos. Su boca y la mía se cerraban una sobre la otra, abriéndose después con furor. No sabíamos besar, pero Mariko tenía un don especial para eso. Así que me dejé llevar y al punto aprendí cómo. Aquél domingo nos costó terminar la traducción. Lo conseguimos a fuerza de sacrificio, pues todo el tiempo queríamos solo besarnos.
“Aquello fue el inicio de algo maravilloso y sutil. Mariko se dio a conocer entonces como una chica demasiado sensible para todo. Era sensitiva para mirarme y devorarme con los ojos, y lo era para tomarme de la mano suavemente y transmitirme sus emociones más hondas. Pero este inicio no pasó de besos y abrazos efusivos.
“Lo demás se dio poco después, el día en que decidimos hacer una caminata solas por el valle, en las afueras de la ciudad. Dijimos a nuestros padres que lo haríamos con el grupo escolar, pero les mentimos. Realmente deseábamos estar solas, y aquel día por fin lo logramos.
“Para nosotras fue fácil, después de caminar unos tres kilómetros, encontrar un lugar solitario. Era un bosquecillo de abetos que aún puedo recordar con claridad. Nos metimos a la parte más densa. Allí, extendimos nuestras mantas y, tendidas en el césped, tuvimos nuestro primer encuentro amoroso. Nos deseábamos con tal desesperación, que por el camino íbamos mojadas.
“Cuando Mariko metió su mano bajo mi braga se halló con una inundación. Y yo también. Ella era lampiña. No tenía pelos en las axilas. Apenas algún hilillo desteñido entre las grietas debajo de sus brazos. Yo, en cambio, tenía muchos. Y en mi pubis abundaba. Mariko tenía la vulva rosada y limpia, y eso me extrañó.
-No tienes casi vello –le dije.
-No. Creo que somos así. Mamá tiene poco también. Salí a ella. Pero tú sí que eres velluda.
-Soy como mi madre. Mira mis axilas, ya tengo que afeitarme casi a diario.
-Oh si, son divinas –me susurró.
“Nos explorábamos como principiantes que éramos. Mis piernas, más morenas que las de ella, estaban tapizadas de vello. Pero Mariko las tenía brillantes y lisas. No supe si envidiarla o no. Ella se encargó de sacarme de dudas.
-¿Sabes? Quisiera tener vellos como tú. Me excita verte así.
“Me sentí deseada por ella. Pero a mí Mariko me encantaba. Su cuerpo esbelto, alto y derecho, con tetas poco desarrolladas, era mi pasión. Ignoraba por qué la japonesa me atraía tanto. Ella también se sentía terriblemente atraída por mí. Nuestros besos fueron mucho más que eso, y nuestras manos se convirtieron en mensajeras del deseo, tocando aquí y allá sin poder saciarnos nunca.
“Fue Mariko quien me dijo que podíamos besarnos juntas abajo. Entonces, ante mi mirada interrogante, simplemente se volteó y se subió sobre mí. Lo demás no fue tan difícil. Comenzamos a chuparnos las rajas húmedas y pronto nuestras bocas se llenaron de ese sabor tan íntimo. Nuestras lenguas trabajaron en las sonrosadas grietas como desearon siempre.
“Y entonces, por vez primera, conocí el orgasmo, un orgasmo oral. Exploté primero en su boca y Mariko se encargó de transportarme a otro mundo, con los ojos cerrados y un alarido de lujuria saliendo de mis labios. Ella tardó un poco más. Pero al fin se vino emitiendo grititos y quejidos lastimeros, suaves y cantarines. Supuse que las japonesas serían así cuando experimentaban un orgasmo.
“Nos mantuvimos abrazadas largo rato, creo que horas. Después volvimos a besarnos. El sitio era ideal para el amor porque los pájaros cantaban sobre los árboles. Para nosotras cantaban melodías de amor. Nos estrujamos con mucho más fuerza que antes. Éramos como dos amantes adultas, solo que inexpertas. Hacíamos por intuición lo que creíamos debía hacerse en estos casos sin sentir ningún tipo de culpa. Al parecer, la culpa se experimenta en la adultez, ni siquiera sé por qué.
“Mariko por su parte me transmitía esa felicidad y ese placer que las chicas orientales suelen proporcionar en el sexo entre mujeres. Ellas no piensan igual que las chicas occidentales, y comencé a darme cuenta de ello en silencio. Nos tomamos por segunda vez, y luego una y otra, siempre con ese entrañable calor que dos cuerpos de mujer son capaces de entregarse.
“Todo el día nos amamos. Incluso nos olvidamos de comer y de beber. Nuestro alimento aquél día fue la pasión desbordada que nos prodigamos. Nos chupamos el sexo varias veces una a la otra, o en sesentaynueves cada vez mejor adaptados. Olvidamos los orgasmos que tuvimos. Fueron muchos y muy calientes, tanto que parezco explotar de nuevo cuando lo recuerdo.
-Oh, debió ser algo maravilloso. –comentó Amanda.
-Maravilloso y especial. Pero las cosas no quedaron ahí.
-Bien. Sigue contando.
“Es lógico que después de aquel día en la campiña nos siguiéramos buscando con pasión. Pero ahora, el problema para nosotras era dónde hacerlo. Así que como casi siempre, fue Mariko quien pensó en brillantemente en una solución. Se inventó lo de natación, diciendo que tomaríamos clases todas las tardes con una tía suya. Mi madre me creyó y me dejaba ir a su casa a diario.
“No fue difícil inventarle algo a sus padres. De por sí, el padre siempre estaba trabajando, y su madre, demasiado entretenida en lo social, se confió de nosotras. Así que el asunto se resolvió rápidamente. Todas las tardes nos entregábamos al sexo en la cama de Mariko, y allí fue donde vi las primeras películas de lesbianas. Eran esos casetes gruesos de cinta, pero que daban una señal bastante clara en el televisor. Lo único que teníamos que hacer era apagar el volumen. Entonces nos poníamos a imitar las imágenes. Esto nos produjo un placer y un aprendizaje silencioso. Llegamos en poco tiempo, quizá en meses, a volvernos expertas en posiciones, incluyendo en tribadismo.
“Fue la mejor etapa de nuestra relación y duró unos seis meses. En el transcurso crecimos bastante, prácticamente nos desarrollamos. Nuestros pechos crecieron y nuestras caderas se redondearon. De hechos nos hicimos mujeres más rápido de lo que pensamos. Y en esto seguramente influyó el sexo que practicábamos en secreto.
-¿Y qué pasó, Anna?
-Bueno, como todo en la vida, llegó el día en que dejamos de vernos.
-Ay ¿por qué?
-Porque Mariko y sus padres volvieron a Yokohama. Eran de allá, ¿sabes? Su padre trabajaba en una multinacional y simplemente lo mudaron.
-Oh qué pena.
-Demasiada pena para mí. Sufrí bastante.
-Ya lo creo mi niña.
Anna suspiró. Amanda la tomó en sus brazos y la besó.
-Ahora imagina por un momento que soy Mariko, ¿sí?
Anna cerró los ojos. De pronto se transportó a la cama de Mariko, al bosque encantado donde oyó el cántico de los pájaros, a los momentos sublimes que vivió de niña.
Amanda la hizo suya en aquél momento. Los gritos de Anna rompieron el silencio. Luego fue Amanda quien gimió. Parecían dos perras en celo dándose sexo.
Después de tantos años, Anna aún amaba a Mariko. Lo sabía. Pero Amanda sustituía con creces su ausencia.
Y eso también lo sabía.
FIN.
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