Parodio del placer

Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Yo me imaginaba que tenía falo, un gran falo y que todas las otras mujeres me lo envidiaban. Y a pesar de todo, me lo tocaban, y al tocármelo me hacían sentir una sensación rara y al mismo tiempo deliciosa por primera vez en mi vida. Aquellas manos se divertían con la cosa voluptuosa que me producía una conmoción tal que subía desde mi íntimo y llegaba hasta casi estallarme en la cabeza.

De lo lindo, todas ellas se sostenían de él como si pudieran cobijarse debajo de él o dentro de él; afianzaban sus mejillas alrededor y simultáneamente, mezclaban sus bocas, formando una especie de enjambre para obtener la mayor satisfacción posible al hacerlo. Y con el desenfreno que conduce al goce total y al exceso sin tasa ni medida, todas se besaban, se abrazaban, se acariciaban, coqueteaban unas con otras, se amaban hasta el allanamiento, onanistas desmedidas de sus entrelazados cuerpos.
Mujeres viciosas que se entregaban al poder opresor de mi sexo, de rodillas ante mí, mujeres maduras, totalmente dominadas por el fabuloso falo que les podía proporcionar una mujer y no un hombre.

Pero el agarradero persistía y yo, falazmente, me entregaba copulada a todas ellas, retorcida en mi propio cuerpo y entre otros tantos semejantes al mío. Sin embargo, a medida que perdía el ritmo de mis agitaciones y me calmaba, me empañaba la realidad.

La verdad es que, ni ahora, ni nunca hubo un falo, lo cierto es que desde hace ya mucho tiempo la vida me enseñó a disfrutar de la compañía femenina. Y todas estas mujeres dispuestas a mi alrededor permitiéndome disfrutar del deleite de sus carnes más íntimas, son ya parte de mí, pues hasta la fecha todas las noches después de apurar nuestros trabajos cotidianos y a manera de procurarnos para nosotras gozo y alegría, nos perdemos en medio de las espesas sombras de nuestro lecho colectivo para envolvernos en el placer de hacer realidad nuestras más íntimas fantasías.