placeres y fantasías
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Esta historia me la contaron así un buen día: Yo me imaginaba que tenía falo, un gran falo y que todas las otras chicas me lo envidiaban. Y que me lo tocaban, y al tocarlo sentía una sensación rara y al mismo tiempo deliciosa por primera vez en mis manos. Aquella cosa voluptuosa podía producirme una conmoción tal que subía desde mi íntimo y llegaba hasta mi cabeza. Por aquel entonces, la Rosa era mi amiga, con ella caminábamos juntas y nos la pasábamos noches enteras jugando en el patio, largas noches en que no se acababan los juegos, y que yo, en mi imaginario, me figuraba que mientras la estaba correteando por los rincones del patio, la perseguía incansablemente tratando de alcanzarla con mi gran falo. Una de esas noches en que, ya no se nos apetecía ni jugar, ni inventar ningún otro juego, ella me sorprendió al ponerse frente a mí y mirándome con esos sus ojos graciosos, sin pronunciar una palabra y de repente, viró y agachándose se bajo el calzón y me exhibió su postrero cachetón sin más ni más. Mi reacción fue de sorpresa, y al mismo tiempo fálica puesto que de inmediato imaginé que la tocaba con mi falo extendido por toda su extensa y circular forma, la sensación fue inaudita y formidable, para ambas. Su piel tersa en contacto con mi piel atenazada hacia atrás y dándole todo de mí en cada fricción. Aunque en realidad no sé cuál de las dos supo disfrutar más de ese santiamén, puesto que al poco rato me di cuenta que la estaba tocando con la mano, que era uno de mis dedos el que giraba y rodaba por sus redondas nalgas con las que ella también hacia movimientos circulares para que alcance a tocarla toda. En seguida, cambie de sensación y mi semblante fue más bien de pasmo y después de un rato de haber perdido el estímulo y el contacto, la Rosa se incorporó y aún con sus carnes expuestas al frío de la noche, se me quedó mirando con sus ojos bonachones y luego de bajarse el vestido y subirse el calzón se marchó sin decir nada y me abandonó dejándome completamente atolondrada. Y si bien ni antes, ni ahora hubo un falo, lo cierto es que desde esa noche, la Rosa me enseñó a disfrutar de su femenil compañía, permitiéndome gozar del deleite de sus carnes más íntimas, y hasta la fecha todas las noches después de apurar todos nuestros juegos y a manera de despedida, nos perdemos en medio de las espesas sombras del jardín del patio para envolvernos en el placer de hacer realidad nuestras más íntimas fantasías. amaliaphp@hotmail.com
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