Rosaura goza con una lesbiana
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cuando Rosaura estacionó el auto luego de llevar las chicas al colegio, se dio cuenta de que alguien había entrado a la casa y al hacerlo ella con mucho cuidado por creer que podría tratarse de ladrones, se encontró con la sorpresa de que era Noemí; Noemí era su socia, bah… la socia que le había puesto su marido con el pretexto de que la joven divorciada era una amiga que necesitaba trabajar.
A ella, esa rubita – tenía que reconocer que era auténticamente rubia – no le iba ni venía pero algo le decía que su marido tenía otros intereses en ella que no eran precisamente amistosos, pero como en su presencia mantenían un trato que parecía corroborarlo y en el negocio era prudente, organizada y buena administradora, no veía motivo para hacerle la vida imposible y aceptaba con cierto agrado esa presencia que le quitaba presión a tener que hacer todo en el negocio.
La certeza de su presencia la daba un vestido suyo abandonado sobre el sillón del living y suponiendo que Noemí se encontraba en el baño, se dirigió al dormitorio para cambiarse esa ropa que ya a esa hora de la mañana, el calor de esa mañana de diciembre hiciera incómoda por la transpiración; tras desnudarse a las apuradas, se dirigió al baño para encontrar a su socia que ya salía y tras darle un beso de compromiso en la mejilla, le dijo que fuera cambiándose porque enseguida saldrían hacia el local; tras darse un rápida ducha que limpio todo resto de sudor, se envolvió en una toalla y volviendo al dormitorio, se encontró con que Noemí recién estaba sacándose la ropa interior.
Lo que ella interpretaba como pereza de la muchacha – porque a los veintinueve años esta realmente lo era por su aspecto aniñado y lo estilizado de su figura -, la hizo apurarla en ese trámite y acercándose a ella después de quitarse el corpiño, le dijo con pícara sonrisa que viera la diferencia de tamaño que había en sus senos y tomando por las combas ambos pechos, los acercó oferentes frente a ella; ya ella había apreciado esa discrepancia en otras oportunidades en que cambiaran juntas pero no tenía suficiente confianza como para hacérselo notar y prudentemente había guardado silencio.
A Rosaura no le interesaban las mujeres y no hacía diferencias de género, hasta el punto en que su mejor amiga era lesbiana, pero ahora la actitud de su socia la molestaba por lo agresivamente lúbrica y, sin dejar de admirar esas dos grandes peras que oscilaban ante sus ojos pero visiblemente incómoda, le dijo que no la hiciera perder más tiempo, sólo que cuando intentó apartarla para vestirse, visiblemente perturbada, Noemí la despojó de un tirón de la toalla para luego empujarla contra el ángulo de la pared y apretándole el cuello con el antebrazo hasta hacerle perder el aire, buscó su boca con ávida gula. Aunque cotidianamente tenía contacto con su amiga, a ninguna de las dos se le había cruzado mantener una relación y nunca una mujer la había besado.
Sintiendo como la rugosidad de la pared le lastimaba los hombros, intentó una vana huida a la que su socia puso freno ciñendo aun más su cuello y recomendándole amenazante y con voz enronquecida que no se hiciera la estrecha, la mantuvo así mientras con la otra mano buscaba en la entrepierna su sexo para frotarlo vigorosamente y al tiempo que Rosaura articulaba ininteligiblemente una negativa, selló sus labios con la prepotencia de los suyos; por unos momentos apretó los labios tercamente mientras buscaba desasirse de esa presión que la ahogaba, pero finalmente tuvo que abrir la boca para respirar y entonces fue que los labios generosos de Noemí atraparon los suyos como una ventosa para dejar paso a la lengua que invadió impetuosa el interior.
Ella esperaba sentir una fuerte repugnancia ante el beso, pero a pesar de su ira y tratando todavía de liberarse, tuvo que admitir que aquel intento de beso no le resultaba desagradable porque, aunque era forzado, no conllevaba esa violencia que todos los hombres ponen en sus actos sexuales creyendo que a las mujeres les gusta, muy por el contrario, los labios pulposos de su socia envolvían delicadamente los suyos y la lengua buscaba establecer tremolante contacto con su igual; resollando por la nariz porque los dedos que escudriñaban en la vulva ya se habían hundido en la vagina en suave rascar a esa zona sensibilísima que es el vestíbulo, no atinó sino a dejarla hacer e increíblemente, fue su lengua quien tomó la iniciativa de enfrentar a la invasora, trabándose en recia lid mientras los labios buscaban involuntariamente la succión de los de Noemí.
Viendo que Rosaura ya no se resistía y la dejaba hacer pero aun se mantenía crispada, buscó con un dedo en la parte anterior de la vagina ese porotito que lleva placer a las mujeres para encontrar que en su socia, dos veces parida y tras doce años de matrimonio, el punto G había alcanzado dimensiones no habituales que lo hacían parecer media almendra y en tanto lo restregaba provocando ayes de furiosa complacencia en Rosaura, la arrancó bruscamente de contra la pared para arrojarla sobre la cama que estaba a no más de un metro y, cuando aun aquella no se reponía del golpazo en la espalda sobre el colchón, quitándose diestramente la bombacha, se abalanzó para acostarse invertida sobre ella y con todo el peso de su largo cuerpo inmovilizándola, le encogió las piernas para engancharlas debajo de sus axilas y de esa manera toda la zona erótica de Rosaura quedó a su disposición.
Si sacaba cuentas, el sexo oral era lo que más había practicado, pero jamás su marido se lo había hecho de esa forma; con un resto de pudor o recato, trató inútilmente de zafar de esa posición, pero le fue imposible mover las piernas y aunque se debatió contra Noemí golpeándole las nalgas que esta aplastaba contra su cara, obligándola a mantener la cabeza echada hacia atrás, no pudo impedir que la mujer comenzara a recorrer la vulva que ya se había hinchado por una excitación que no manejaba ella; por la forma de hacerlo, porque era una mujer o por alguna razón en especial, notó que su cuerpo recibía de manera distinta el tremolar de la lengua que, luego de deambular por el Monte de Venus, se dirigió a estimular el capuchón apenas sobresaliente del clítoris y se deslizó por los labios mayores hasta donde se veía el agujero un tanto dilatado de la vagina y, para completar, se detuvo unos instantes en el periné que en ella tenía particular sensibilidad, dirigiéndose luego hasta el ano que, sin saberlo Rosaura, fascinó a Noemí, ya que, en primer lugar, no era negruzco ni se hundía como un simple agujero, sino que primero formaba un depresión cuajada de estrías que convergían hacia un fondo totalmente rosado en cuyo centro sólo se veía un pequeño agujero.
Prometiéndose con gula disfrutarlo más adelante, Noemí volvió a subir pero esta vez la punta de la lengua escarceó en todo el derredor de la entrada que a pesar de su socia, estaba húmeda por la exudación de las glándulas y envarándola al apretarla con los dientes, visitó el vestíbulo en degustación de los jugos; Rosaura conocía bastante de anatomía y especialmente cómo funcionaba la genitalidad de las mujeres.
Por haberlo experimentado, después de doce años de casada y tres partos, sabía que en la vagina existen pocos puntos sensibles, uno de los cuales eran los primeros centímetros del vestíbulo, seguido por el punto G y finalmente la entrada al cuello uterino, pero el saco de músculos y piel parecía servir sólo para parir y dar placer a los hombres, cosa que ella había perfeccionado con los cursos pre parto, donde aprendiera a comprimir los músculos hasta parecer una virgen.
Involuntariamente, sintió un ramalazo de placer al sentir esa lengua fuerte y ágil recorriendo los bordes y se escandalizó consigo misma por el gusto que le daba experimentarlo, pero no pudo reprimir un susurrado gemido cuando la lengua ascendió pero esta vez para aventurarse sobre los labios menores que los dedos de su socia dejaran al descubierto al separar los mayores; sabedora de lo que ella estaría experimentando, Noemí se esmeró para, con el tremolar de la lengua, comenzar a recorrer los frunces carnosos que eran verdaderos colgajos sensibles que respondieron mansamente a sus empellones al separarlos en búsqueda del pequeño agujero de la uretra y, tras estimularlo fiera con la punta afilada, subió hasta el extremo visible del clítoris cobijado por un arrugado prepucio; índice y pulgar la auxiliaron asiendo al tubito carnoso para, en tanto ella espoleaba con la punta al botón rosado, ir masturbándolo como a un diminuto pene.
Conscientemente, Rosaura no deseaba admitir el placer inédito que su socia le estaba proporcionando pero con la cara congestionada por el esfuerzo en reprimirse, con los dientes clavándose en sus labios, sintió como desde lo profundo del pecho surgía un bramido con el que se expresaban sus más oscuros goces; además, y sabiendo por qué lo hacía, Noemí había ido aliviando la presión de su grupa sobre el rostro de la mujer casada y esta no podía evitar que sus glándulas olfativas se fueran saturando de esos almizcles que le llegaban desde la oscuridad de la entrepierna y aunque estaba acostumbrada a esos aromas que no siempre le eran gratos, sentirlos de otra mujer agregaba una cuota de lujuria a su mente y gracias a lo que esta estaba haciéndole, observó con otros ojos la raja que se hundía entre las poderosas nalgas.
Ya la lengua de Noemí no se contentaba con fustigar al clítoris y con ayuda de los labios, recorría los colgajos combinando el meneo de la una con las succiones de los otros, en que los atrapaban entre sí para estirarlos como si quisieran comprobar los límites de su elasticidad en tanto que los dedos de una mano restregaba reciamente al abandonado clítoris y dos de ellos se introducían exploratorios a la vagina; el resultado era que sus toques, entre tiernos y violentos, fascinaban a su socia quien ya encontraba excitante la situación y viendo como Noemí iba separando provocativamente la grupa para que sus ojos pudieran contemplar un sexo de mujer tan cerca como jamás lo tuviera antes, respondió atávicamente a la vista de esa comba carnosa por cuya rendija brotaban los frunces arrepollados del interior con sus rosácea humedad y, como si las feromonas que despedía el sexo la afectaran como a un macho, acercó la cabeza para sacar la lengua y estirándola tanto como no sabía que pudiera hacerlo, hacerla tremolar para tomar contacto con los tejidos.
Nunca sabría qué, si un impulso animal, una atracción y deseo que venía incubando muy dentro suyo o si concientemente aceptaba lo que se negara por siempre, a la unión de la lengua con la piel, se produjo una reacción verdaderamente mágica en ella, ya que ese sabor desconocido y los fragancias almizcladas crearon en su mente y cuerpo una serie de reacciones simétricas; en tanto en el cerebro y por ende en todo el sistema nervioso ser producían cegadores estallidos que la poblaban de dulces recuerdos placenteros, su cuerpo era recorrido por miríadas de cosquilleos que parecían producir infinitesimales descargas de electricidad estática y entonces, como desbordada por las sensaciones, hizo tremolar la lengua tal como lo hiciera su socia para recorrer con una lentitud que alimentó su gula, todo el largo de la comba.
Los dedos de Noemí realizaban maravillas por el canal vaginal en exploratorios vaivenes en los que rascaban sus paredes que, por costumbre o temor, Rosaura comprimía y cuando finalmente se acercaron a esa zona en la parte anterior donde estaba la callosidad del punto G, desmandada por el goce, abrió la boca como una boa para abarcar toda la fantástica vulva; desconociéndose, ejecutó una ávida masticación por la que la lengua junto a la mandíbula ejecutaban un movimiento de rastrillaje sobre los frunces que el labio superior complementaba para sorber y chupar los carnosos pliegues y extasiándose en esa tarea que le daba tanto goce como el que su socia le proporcionaba a ella, se abrazó a los muslos para darse impulso como si quisiera tragarse esa fuente de placer.
Gozosa de que esa mujer casada de la que esperaba una resistencia mucho mayor y para la que se preparara hasta el límite de proponerse golpearla si era necesario, tras ese natural forcejeo rebelde y gracias al empeño en sus estímulos, ahora no sólo aceptaba arrebatada lo que le hacía sino que su respuesta era verdaderamente apasionada, Noemí flexionó las piernas para separar el cuerpo del de su socia y ante ese panorama total que se le ofrecía, libre ya de pudores o recato alguno, sólo pensando en satisfacer su lúbrica gula sexual, olvidada ya de quienes eran y dónde estaban, Rosaura envolvió entre sus brazos los torneados muslos de Noemí para luego abalanzarse sobre el sexo en un aluvión de besos, lengüeteos y chupones.
Durante un tiempo sin tiempo y cegadas ambas por la pasión, se entregaron denodadamente a satisfacerse dando placer a la otra y como en una retroalimentación, a más goce que obtenían, lo devolvían a la otra con denuedo, se revolvieron en la cama, ora abajo y ora arriba pero sin deshacer el acople hasta que la menos experimentada en esa lides como era Rosaura, bañada de sudor y fatigada por el esfuerzo de esa especie de lucha libre, comenzó a sentir las primeras sensaciones desgarrantes del orgasmo corroyéndole las entrañas y expresándoselo así a su socia y ahora amante, se empeño en un frenesí de labios, lengua y dedos hasta que ese ahogo postrero al que los franceses denominan como ”pequeña muerte” la invadió y perdiendo el sentido por unos momentos, expulsó el alivio liquido en boca y dedos de Noemí.
Exacerbada por el deseo hacia esa belleza orgullosa que le hiciera sentir siempre su superioridad intelectual pero que ahora, despojada de ese barniz, se manifestaba como la más puta de las putas en clara aceptación de esa homosexualidad siempre latente en todas las mujeres, decidida a llevar a cabo totalmente su plan, sacó del bolso un cámara de video y tras colocarla en un lugar estratégico que le permitiera tomarlas sin importar la posición que adoptaran, la encendió. Buscando en el mismo bolso, extrajo un largo consolador de siliconas de entre cincuenta a sesenta centímetros que poseía un interior vertebrado para poder colocarlo en cualquier posición fija y también un pomo conteniendo un gel lubricante y afrodisíaco.
Yendo al baño próximo para orinar e higienizarse, volvió con dos toallas de mano y tras eliminar prolijamente el pastiche de saliva, sudor y fluidos corporales que la cubría, se acostó junto a Rosaura que aun acezaba quedamente por los labios entreabiertos y admitiendo que quizás se excediera con el tratamiento inicial que más semejó un violación que una conquista, no pudo menos que admirar la belleza de la mujer de su amante y su demostración de a lo que podía llegar una vez soltadas las amarras de la incontinencia; con delicadeza, fue secándole la cara, el mojado nacimiento de su cortísimo cabello rubio y bajando por el cuello, realizó el mismo tratamiento que en ella pero con la recompensa de que nomás recorrer la gelatinosa masa de los senos, un ronroneo mimoso surgió de boca de Rosaura y que al llegar a la entrepierna a higienizar la sensibilidad potenciada de la zona, se convirtió en un murmullo ininteligible pero claramente complacido.
Cuando terminó por los pies y convencida por sus reacciones anteriores de que su socia había dado ese paso de manera definitiva, viéndola descansar flojamente relajada, con los ojos cerrados y esbozando una semi sonrisa de gata satisfecha, se arrodilló a su frente y tomándole los pies entre las manos, los alzó hasta su boca para comenzar a besarle suavemente los dedos e iniciar un lento recorrido que llevó la lengua a tremolar suavemente contra las plantas, provocando un gruñido complacido y cuando apartó los ojos después de concentrarse en la parte baja de los pies, al llevar la lengua vibrante como la de un ofidio al hueco debajo de los dedos, se encontró con la mirada ansiosa de Rosaura en la misma actitud suplicante de un cachorro.
Ahora si estaba segura no sólo de la entrega total de la mujer sino de su deseo por participar activamente en aquel sexo que a otros pudiera parecer aberrante pero para Noemí era una obsesión vital; decidida a llevar a la otra mujer, madre amorosa y gentil pilar de la comunidad vecinal del country a secundarla en sus más perversas prácticas sexuales, después de envolver entre sus labios a cada dedo para someterlo a una honda succión, se abocó a una verdadera felación a cada dedo gordo hasta que los gemidos de Rosaura le hicieron comprender que ya estaba más que lista y deslizando la lengua sobre los empeines, inició un prolongado y lento periplo que la llevó a escarcear en los tobillos, trepar a lo largo de la pantorrillas hasta las rodillas, incursionar en el hueco sensible detrás de estas para después avanzar hacia la entrepierna por el terso interior de los muslos hasta arribar al sexo que se le ofrecía palpitante y, entre los ayes complacidos de su socia, la lengua estimuló tremolante los labios de la vulva mientras un dedo pulgar estregaba suavemente la prominencia del clítoris.
Involuntariamente y estremecida por ese nuevo placer hacia el que la conducía Noemí, Rosaura había ido abriendo las piernas y al sentir a dedos y boca hurgando en su sexo, las encogió y en una posición que practicara en el yoga, pasó las manos por bajo las pantorrillas para asirlas y mantenerse así en una cómoda hamaca que le permitía ofrecer a esa nueva amante toda la zona erótica al tiempo que podía observar todos y cada uno de sus actos; en ese dulce despertar y ya sin tapujos, bendecía la sexualidad de su socia y el haberla conducido a ella a compartirla y esa sincera aceptación de la situación que se hacía a sí misma, la inducía a la aceptación de cuanto a Noemí se le ocurriera.
Por eso y cuando aquella comenzó a introducir tres dedos a la vagina para luego encogerlos e iniciar un movimiento de rascado que la conmovió por su profundidad y ternura, pero cuando la mujer fue haciéndolos rotar al tiempo que le otorgaba a la mano un lerdo vaivén, el goce puso en su boca un asentimiento que se tradujo en repetidos sí; los dedos hacían maravillas sobre la capa de mucosas pero cuando se instalaron sobre la callosidad de la concavidad anterior, creyó desmayar de gusto hasta hacerle reclamar a Noemí que la poseyera cuanto y como quisiera.
Su experiencia de años le había hecho comprender la reacción de Rosaura que, como todas las mujeres a quienes sometiera, solieron renegar de aquello que desconocían pero que una vez traspuestas las barreras morales y sociales, se entregaran al lesbianismo con más pasión aun que con los hombres; ella sabía que hasta en sus actitudes cotidianas, todas las mujeres, sin edad, religión, etnia ni estrato social, manifiestan con otras mujeres, sin quererlo concientemente, una larvada homosexualidad en toqueteos innecesarios, besos y un morboso interés por cómo ejercen su sexualidad amigas o parientes femeninos, pero que, llegado el caso, aceptan con mayor enjundia que los hombres esas relaciones “antinaturales” que, si saben manejarlas, no las comprometen, no les contagian enfermedades, no les crean obligaciones ni celos absurdos y por sobre todo eso, la seguridad de un sexo libre de temores de embarazo en esos acoples conejiles en los que los hombres acaban rápidamente, dejándolas ávidas y sin posibilidades de recuperación en contraposición con las largas sesiones que pueden mantener dos mujeres -o más- en series inacabables de orgasmos y eyaculaciones.
Como para probar la profundidad de la entrega de Rosaura, si cesar en el bombeo al sexo, encerró al clítoris entre los labios en hondas succiones al tiempo que introducía cuidadosamente dos dedos al ano, haciendo proclamar un lloriqueante agradecimiento a su socia; realmente Rosaura estaba emocionada hasta las lágrimas por la hondura de un placer que jamás le diera hombre alguno y sintiendo como sus entrañas se desgarraban por un fuego inaguantable, sabiendo que no era un real orgasmo sino una de aquellas eyaculaciones esporádicas, dio suelta el líquido alivio que surgió chasqueante como un agua lechosa entre la muñeca de su amante.
Noemí también distinguía eso de un orgasmo y sabiendo que su expulsión procura un alivio momentáneo pero no amengua el deseo, se separó de la jadeante mujer para tomar el tubo de gel y abriéndolo, volcó gran parte en su mano con la que fue desparramándolo en la vagina, sobre los húmedos tejidos de la vulva y el ano; Rosaura había disfrutado de la frescura inicial que la crema llevara a los tejidos pero ahora notaba como instalaba en ellos un cosquilleo grato al que acompañaba un creciente calor, acrecentando la calentura que no había disipado la expulsión de sus humores y cuando Noemí aplicó la ovalada testa del prodigiosa falo artificial al que ella no viera en la entrada a la vagina, dedujo que con eso se iniciaba una nueva etapa del disfrute lésbico.
Y no estaba equivocada, ya que para su amante, esa era realmente la introducción a un mundo de infinitos placeres del cual Rosaura que querría salir jamás; también conocía la capacidad de la vagina para recuperar su forma no importa la dilatación a que se la someta y no deseando espantar a su nueva amante ante el grosor fuera de lo normal del consolador, fue presionando la cabeza contra los tejidos que poco antes albergaran a su mano; Rosaura presupuso el grosor con sólo sentirlo, pero su mente ávida de experiencias la hizo aflojar la tensión lo suficiente como para no sufrir y sí disfrutarlo y entonces, bajo la hábil conducción de su socia, la extraordinaria verga fue penetrándola con irritante lentitud y ante tan magnífica intrusión, ajusto la presión de los músculos vaginales y en esa mezcla de sufrimiento con placer que da la cópula con un miembro semejante, expresó su contento al tiempo que le pedía a Noemí que la rompiera toda.
Ese era el propósito de aquella y empujando inmisericorde al falo, lo hizo trasponer el estrecho paso del cuello uterino y entre los eufóricos grititos de su socia, comenzó una lerda retirada hasta que sólo el glande quedó dentro y en esa posición, ejecutó una serie de cortísimos vaivenes que estimularon esos cuatro o cinco centímetros del vestíbulo que concentran la sensorialidad del órgano femenino y, ante la crispación de Rosaura que balanceaba el cuerpo en medio de hondos jadeos, volvió a penetrarla con la misma hondura; casi sádicamente, repitió la operación varias veces y tras cada una, recibía la recompensa entusiasmada de la mujer quien ya le pedía abiertamente más y mayor velocidad en el coito.
Satisfaciéndola por unos momentos más, Noemí dobló el articulado miembro en forma U y tomándolo como a un asa, fue penetrando simultáneamente ambos agujeros; Rosaura no esperaba un doble penetración y aunque había concedido a su marido esporádicas oportunidades de sodomizarla que disfrutara a pesar del dolor, no era practicante asidua y sentir como ese falo distendía los esfínteres haciéndole experimentar un sufrimiento inédito, puso un grito desesperado en su boca mientras suplicaba a su amante no la hiciera sufrir tanto.
Tal vez apiadada de su dolor, Noemí descargó abundante saliva en la hendidura y presionando despaciosamente, fue introduciéndolo al recto; como por encanto, el dolor cesó y transpuestos los esfínteres, la verga su introdujo a la bolsa rectal; expresándole a su victimaria lo lindo que le resultaba aquello, se aferró más a las piernas e inició un lento hamacar del cuerpo que se acompasó al del doble falo penetrándola; con un sadismo que aprehendiera con los años, Noemí se regodeaba con la reacciones de la “impoluta” esposa de su amante y se esmeró unos momentos más en hacer que ambos falos la penetraran hasta sentir su mano rozando el perineo, pero todo aquello también había hecho efecto en ella y necesitada de disfrutar de tan maravilloso miembro, lo sacó entre las airadas protestas de la mujer.
Haciéndole soltar las piernas para mantenerlas abiertas sobre la cama, adoptó la misma postura y pasando su pierna izquierda por debajo de la derecha de ella y la derecha sobre la izquierda, fue dando pequeños rempujones hasta quedar enfrentada; introduciendo nuevamente el falo en el sexo de Rosaura un poco menos de la mitad, se acercó para meter la otra mitad en el suyo; comprendiendo su intención y pensando que esa posición tal vez fuera la ideal para alcanzar un buen orgasmo compartido, Rosaura enderezó el cuerpo para buscar con sus manos los hermosos hombros de su amante y atrayéndola, la abrazó estrechamente mientras buscaba su boca para hundirse en ella en apasionados besos a la vez que también empujaba la pelvis hasta que los sexos se rozaron.
Como si eso las apaciguara, pero en una calma de las que preceden a las tormentas, se agotaron durante un rato en prodigarse besos, caricias y apretujones a los senos hasta que, obedeciendo a una sugerencia de Noemí susurrada en los oídos de Rosaura, se separaron para quedar recostadas en sus codos y dilatando con los dedos los labios de las vulvas, se estrellaron una contra la otra con un placer que se les hizo inefable, hasta que Noemí, ladeándose más, se tomó de la pierna encogida Rosaura y pidiéndole que hiciera lo misma, se dieron impulso para ejecutar una perfecta cópula; las dos entrepiernas encajaban perfectamente y encogiendo más las piernas para que el impulso fue mayor, con los ojos famélicos de placer y deseo, se proyectaron una contra la otra en medio de ayes, jadeos, risas y gritos hasta que, con los hermosos cuerpos cubiertos de sudor, proclamaron su satisfacción y sintiendo como propio el tremendo falo con que se socavaban recíprocamente, se embistieron fieramente hasta que la fuerza del orgasmo las derrumbó.
Con la articulada verga aun ocupándolas, descansaron una en brazos de la otra y cuando Noemí le susurró qué felices llegarían a ser todos cuando su marido se les uniera, comprendió que todo había sido urdido por aquel para que se le entregara a su amante; no le importó la traición ni el haber sido engañada como una tonta y se felicitó por tener un esposo tan comprensivo que le permitiría tener una amante de servicio completo durante todos los días de su vida.
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