SORPRESA EN LA ESCALERA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
En el tramo entre segundo y tercer piso, ¡la encontré!; era, es, una chavita de escasos 15 añitos bien vividos; hermosa, con eso la describo pero no es por la inmensa dicha de haberla conocido: es realmente hermosa. Al dar la vuelta en un recodo de escalera, con los ojos fijos en esta para mi seguridad, no la vi ni escuché; de pronto la sentí, ¡y ya estaba en sus brazos!, sin haber chocado. Emitió un ah, de sorpresa, yo un agudo quejido; nos vimos a los ojos, sonreímos; instintivamente ambas habíamos puesto los brazos en torno al cuello de la otra y estábamos abrazadas; de manera increíble las dos en el mismo escalón, mis pies con apoyo precario en ese peldaño. Hizo un movimiento lateral, así mis pies pudieron apoyarse; seguíamos bien abrazadas y mudas, pero nuestros ojos decían cosas y más cosas.
Sentí su aliento, un discreto perfume emanando de su cuerpo; al calorcito del abrazo era notable, igual la sonrisa agradable, atractiva; mis manos, sin orden expresa, empezaron a moverse por la espalda de la otra, y esta, luego de ampliar la sonrisa, movió las manos de igual forma y amplitud; ambas seguíamos calladas, las palabras estaban de más en el feliz encuentro fortuito; suspiré, siempre viéndola a los ojos, mis ávidas manos todavía sin órdenes de nada bajaron a las nalgas de la hermosa jovencita. Sus ojos algo dijeron cuando mis manos iniciaron lenta caricia por las monumentales nalgas de la bella chamaca; las manos de ella siguieron el “buen” ejemplo de las mías para acariciar mis ricas nalgas, y esa caricia la sentí cual disparo de inicio de cualquier evento deportivo donde se debe salir de manera sincrónica. Quizá por esto mi rostro se acercó al otro, y, de nuevo sin órdenes, mis labios besaron los de la otra. Y mi pensamiento estaba diciendo que allí tenía la relación lésbica que tanto había deseado.
Ella no huyo del beso, por el contrario, abrió sus labios para recibir mi lengua, la suya dio la bienvenida a la mía de manera exquisita, así sentí el primer beso lésbico sensacional. Seguimos abrazadas, con las manos yendo y viniendo de la espalda a las nalgas de una y otra, mientras los besos tenues se continuaban, a veces las lenguas en el aire se besaban, jadeamos en varias ocasiones, gimió; los tenues gemidos fueron estímulo más para mi enorme excitación y la decisión de seguir hasta donde los instintos quisieran, esto sí lo pensé.
Ojos cerrados, lenguas en el aire, apretó el abrazo tomando así la iniciativa que hasta ese momento yo la había tenido; aflojó, y me jaló para bajar los dos peldaños que nos separaban del rellano de la escalera; una vez ahí, volvió al beso con linda fuerza pasional; sus ágiles manos se tornaron audaces: bajaron a mis muslos, por cierto sin medias por el calor del día, subió la faldita, metió las manos entre la piel y la panti, acarició la suave piel de mis nalgas de manera exquisita; no quise ni podía quedarme atrás; ahora fui la imitadora de las acciones amorosas; alcé la falda, sus muslos metidos en finas medias, las odie, pero eso no detuvo mis manos, subieron, y se encontraron la continuación de medias espantosas, mis dedos se metieron entre las nalgas aprovechando lo “flojo” de la panti y sin más jalé hacia los lados; las medias cedieron a los jalones; la otra gimió con esta acción desesperada; entonces mis manos pudieron arribar a la piel deseada, y, carajo, al sentir las nalgas desnudas mis jadeos se hicieron frecuentes e intensos, y más porque las manos ajenas acariciaban de deliciosa manera mis nalgas directamente en la piel.
Quizá ella pensó en la aberración de los calzones en la linda nalga, entonces sus dedos subieron, primero se metieron entre la piel y el resorte de la prenda, y jalaron hacia abajo con el claro propósito de quitar la horrorosa panti; mis jadeos aumentaron; más cuando los calzones estuvieron en mis corvas; ella los dejó; continuar bajándolos significaba suspender el beso, seguro que no lo deseaba, ni yo, carajo. Cuando sentí los dedos intentando abrir mi barranca de entre nalgas, apreté el beso, y mis manos empezaron el retiro de los calzones de la otra; en segundos las pantaletas de las dos estaban tiradas en el piso lanzadas ahí por hábiles pies. Sentí los dedos tocando mi culito, los míos los imitaron tocando el otro culito, y este se fruncía igual que el mío, quizá por el deseo de ser penetrados.
Entonces, una mano de ella subió a mis chichis y las apretó, claro, no podía quedarme atrás, a más de que hacía segundos estaba pensando en lo mismo, mi mano libre tocó la chichi colosal de la muñeca que me abrazaba, besaba y acariciaba mis nalgas y mi lindo culito. Fue cuando la mano, con ágiles dedos, dejaron mi barranca trasera para venir a explorar mi selva de pelos completamente empapados de mis propios jugos; claro, yo ansié sentir esa misma selva, digo, la de mi acariciadora, dejé el rico culito no sin pesar, mi mano sintió la inédita sensación de pelos de otra concha, carajo, en ese momento mis jadeos se intensificaron, mis lisas nalgas se empezaron a mover con más alegres y cachondos movimientos coitales, ella lo mismo, mis dedos penetraban la pucha anegada, los de ella iban adentro de mi raja inundada.
Los dedos de las dos manos, de una y otra, claro, empezaron una lenta, preciosa y eficaz caricia del capullito de una y otra, e incursionaban a lo largo y ancho de las puchas jugosas, incluso los dedos de ella se metieron en mi vagina y dieron dos o tres entradas y salidas ricas, preciosas que me produjeron inmenso placer porque las sensaciones reconocidas de mi preorgasmo estuvieron presentes; presentía el de mi socia en el placer; sus gemidos aumentaron de intensidad y frecuencia, mientras los dedos de una y otra estaban en plena caricia del capullito y el clítoris de una y otra; en tanto las otras manos seguían en la caricia de chichis, y ambas apretaban con ternura los pezones, mientras las lenguas seguían en la mutua caricia dentro de la boca de una y otra de manera alternativa.
De un momento a otro abandonó mis “cosas” para apoyarse en mi cintura y dar vuelo a las hermosas nalgas en fabulosos, cachondos movimientos al mismo tiempo emitía grandes gritos orgásmicos, los grititos detonaron mi orgasmo de una potencia nunca sentida. Siguió con la iniciativa; estaba estremeciéndome el enorme placer y suspendió el beso pensado interminable para ahora con movimientos agilísimos sacar una de mis chichis para acariciarla con amorosas mamadas, la mismas prolongaban mi delicioso e intensísimo placer; después de quizá minutos, mismos donde mi orgasmo seguía inconmovible, dejó mi chichi, se arrodilló, levantó mi falda; asombrada empecé a sentir la caricia de la sabia lengua dentro de mi anegada panocha; carajo, de no creerse, me tambaleaba de tanto placer, mientras la dulce lengua lamía mi pucha entera deteniéndose eternidades en mi capullo, y así el enorme orgasmo era no sólo interminable, era monumental y potente, como nunca había sentido un orgasmo de tal magnitud; siempre, en mis largas masturbadas, tengo potentes orgasmos, con el marido nada más llego a frustrantes calenturas.
Apretaba la cabeza contra mi vientre, con su mano lo impidió, entendí que la mano impedía hacer los necesarios movimientos para que la deliciosa mamada siguiera sensacional. Quería compensarla, no había forma; no tardaría en tener la deseada oportunidad de acariciar a mi linda acariciadora. Mientras, mis grititos acallados, eran constantes, lo mismo los movimientos de mis nalgas, y mis ágiles manos apretaban mis chichis, en especial los duros pezones. Estuve a punto de caer cuando el orgasmo se hizo de fuerza descomunal, me detuve de la cabeza de la mamadora de mi puchita súper inundada. Entonces la hermosa muchacha dejó de mamar mi pucha, sonriendo vino a besar mis labios horizontales, metió su lengua dentro de mi boca; entonces lamí ese precioso rostro lamiendo mis propios jugos y la saliva de mi bella acompañante en el placer.
Apreté una de sus chichis, como ella, me arrodillé, levanté su escasa faldita, y, caray, nunca pensé en los olores de la pucha, en el momento los percibí en su gran, apoteótica y placentera presencia, la misma contribuyó al aumento y mantenimiento del fabuloso orgasmo que ya duraba una eternidad, y era eternidad de placer, la verdad. Lo mismo fue cuando mi lengua se metió a la raja tan o más inundada que la mía, y sentí los suaves pelitos en mis labios y en mi lengua, los gocé mientras los lamía, y más al empezar a sentir la sensibles ninfas paradas, duras, suaves, cachondas, y las lamí y chupé, para luego mamarlas; mientras ella se derretía en grandes gritos, hasta llegué a pensar en que podríamos ser descubiertas; no me importó, seguí chupando para mamar como lactante los labios gruesos, los pequeños tomados juntos por mi boca mamadora.
Entonces, mi mano empezó a acariciar el espacio entre el culito y la pucha, sin órdenes expresas, entraron a la vagina de mi mamadora ahora mamada, y empecé un mete y saca de fábula, ella se retorcía de placer, ese placer me daba mi propio placer; entonces los dedos de mi otra mano se fueron casi presurosos a intentar perforar el culito que mis dedos habían detectado, sí, lo encontraron y quisieron perforarlo, este se frunció y apretó impidiendo a los dedos la deseada penetración; ni modo, pensé mientras tenía el enorme placer de sentir jugos viscosos de esa mi primera pucha mamada. Mis dedos seguían entrando y saliendo de la anegada vagina recién encontrada y penetrada, ella se retorcía y se estremecía segundo a segundo y, caray, acabó por casi caer, el apoyo de mi cabeza lo impidió, y su voz, melodiosa voz, dijo: Ya querida, ya… no… puedo más y no quisiera…
Suspendí la mamada, me erguí para ir a besarla, también para que lamiera mi rostro y, como yo, saboreara sus propios jugos de su pucha peluda, muy peludita, así la estaba sintiendo con mi mano entera mientras ella, en efecto, lamía mi rostro entero, y, por fin, estacionó su boca en mi boca mientras su lengua bailaba con la mía. En eso sus dedos penetraron mi sensible chuchita; con suma habilidad empezaron a acariciar mi clítoris con suavidad y persistencia hasta hacerme bramar en nuevo, intenso y apoteósico orgasmo, mismo que repliqué en ella metiendo mis dedos en su chocho lleno de jugos y mi saliva. Quizá percibió altos sus gritos, porque sacó su mano, detuvo la mía, y dijo:
Ya querida… nos pueden descubrir… no quisiera, pero, ¿podemos concluir esta maravillosa… experiencia?
Mis calzones y las pantimedias destrozadas de mi hermosa, fortuita y cachonda acompañante en esta primera y maravillosa experiencia lésbica, estaban guiñándome desde el piso: no pude pensar en recogerlos. Esa experiencia rebasaba, con mucho, fantasías tenidas en mi infancia y adolescencia. ¡Nunca la volví a ver… ni siquiera supe su nombre, pero siempre tendrá un lugar preferente en mi corazón!
Pero esa bendita noche no acababa en eso…
Volví a casa… luego de saludar a mi bellísima hija, dejé caer unos papeles sin darme cuenta, y me agaché para recogerlos; tan solo lo había hecho, cuando escuché a mi hija:
¡Mamacita, no te pusiste calzones!
Fingí sorpresa, la vi: estaba arrebolada y dije:
No sé, se me olvidaron. ¿Qué te parece que ande sin calzones?
Lo dije, y no podía creerlo pues eso implicaba…
Ay mamá… la verdad… te vi bien linda… muy linda… y, pos no sé, pero, la verdad… pos sí, si quieres, pero… está bien; ¡me gustó verte así!
Me estremecí… sintiéndome abrumada… ¡demasiado caliente, realmente muy excitada por haber sido descubierta por mi hija en mi desnudez no intencional, y sí placentera desnudez, y, en especial, lo dicho por ella; sin saber por qué, las palabras de ella me parecieron una real ¿promesa…?
Entonces… lo que siguió será motivo de mi nueva narración.
Sandra
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