Su nombre no era el de todas las mujeres
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Buenos días/tardes/noches. Año nuevo, vida nueva. Este es mi primer relato, por lo que espero escribirlo bien y que os guste. No seáis muy duros con los comentarios, ¿eh?
Voy a contaros mi primera experiencia sexual y lésbica. Era el cumpleaños de una de mis mejores amigas de la universidad y salimos de fiesta a una discoteca conocida. Celebrábamos sus ansiados 18 años; yo por entonces tenía 17.
La noche se desenvolvió con normalidad. Tengo una gran resistencia al alcohol, por lo que fue a partir del cuarto cubata cuando empecé a notar los síntomas. No soy especialmente guapa ni tengo un cuerpo de infarto, pero en mi defensa he de decir que ligo bastante cuando salgo -rubia, me gusta cuidarme y bailar siempre ayuda-. Como es normal, me entraron algunos chicos esa noche. Me gusta jugar, en especial con los chicos. Al primero de ellos le bailé sensualmente hasta que no pudo más y empezó a besarme el cuello y recorrer mi culo con fuerza. Tras liarme con él, pasé. El segundo más de lo mismo, pero fue más intenso, al menos para él. A ambos les dejé con el calentón, permitiendo incluso que me tocasen bajo la ropa.
Ese mismo año había empezado la universidad y estaba empezando a aceptar mi bisexualidad. De hecho me había pillado por una de las chicas de mi clase, que tenía novia, que había empezado a jugar conmigo y yo al final caí en su juego. El caso es que me causaba ansiedad pensar en mujeres, y tuve un pequeño bajón. Una de mis amigas consiguió levantarme los ánimos y acto seguido volví a bailar.
Me encanta el baile, hace años incluso empecé a interesarme por el break dance. Empecé a bailar break y a hacer algunos pasos de bboying, la gente hizo un círculo para dejarme espacio hasta que uno de los encargados vino y me dijo que dejase de alborotar. No me importó lo más mínimo cuando me fijé en dos chicas guapas de pasada. Cuando el encargado se marchó, una de mis amigas se me acercó y dijo que una de las chicas que se habían fijado en mí me estaba devorando con los ojos. No quise perder oportunidad.
Empecé a bailar con ella de broma; después a preguntarle su nombre, años, etc. Me gustaba ver cómo se ruborizaba debajo de los focos. Entre movimiento y movimiento de caderas acabé bailando salsa y bachata para ella, que solo tenía ojos para mí. Intercalaba los pasos con caricias en la cintura o en la espalda, a veces más lejos y viendo si se acercaba a mí por iniciativa, a veces más cerca para rozar su cuello con mi nariz y recorrer la corta distancia hasta el mentón.
Pasado un rato la tenía loca, se veía a ojos de cualquiera. Ella también me tenía loca a mí: estaba completamente hechizada. Fue cuando me besó, primero con delicadeza, luego con intensidad y al final apasionadamente. Ella me estrechaba contra sí y ponía sus senos en mi espalda cuando bailando bajaba perreando y subía sinuosamente pasando mi culo por sus piernas. Yo mordía sus labios, aspiraba el aire de su boca y cubría de besos y mordiscos suaves cada centímetro de su mandíbula. He de decir que esos besos han sido de los mejores que he tenido hasta hoy.
El karma me jugó una mala pasada por haber sido una pequeña diablesa al inicio de la noche: mis amigos se iba, la discoteca iba a cerrar y una de sus amigas empezaba a ir en modo borracha-melancólica. Yo no me quería ir y ella tampoco. Para colmo, uno de los chicos con los que había jugado antes nos sorprendió besándonos y se fue entre molesto y decepcionado. He de decir que no tuve remordimientos cuando borré su número de la agenda. No era más que otro hombre.
Cosas del destino, Carla, la chica que había vuelto loca, me invitó a pasar la noche con ella. Estaba en una residencia de estudiantes a pocas paradas de metro. Acepté encantada. Me hice cargo de su amiga durante el trayecto de vuelta, cosa que me divirtió bastante al ver los morritos de Carla cuando dejaba que su amiga se recostase sobre mí o cuando hacía tonterías para hacerla reír y que no se durmiese del pedo que llevaba. No lo hice con mala intención, lo juro. Pero verla celosa era demasiado excitante…
Durante el camino a pie había notado su excitación y la había empotrado contra un muro después de que me parase, me mirase fijamente y se mordiese el labio de esa manera tan sexual. Sintiendo que era más fuerte que ella, oyendo cómo se aceleraba su respiración a medida que me acercaba, deslizaba mis manos por sus piernas. Ella empezó a morder mi cuello, y ante la respuesta de mi cuerpo, decidí que la calle no era un buen lugar para seguir con nuestros juegos. El resto del camino lo hicimos rápido y de la mano.
Ya en su residencia me dejó ropa para dormir y ambas nos metimos en su cama. La besé en la mejilla y me volteé esperando que me buscase, y eso hizo. Empezó a acariciarme de la cintura hasta las costillas, cada vez más atrevida, cada vez más contacto. Empezó a susurrarme al oído: "no te duermas, no me hagas esto…" y a darme pequeños besos por el cuero cabelludo. Yo sonreí en la oscuridad, me giré y la miré seria a los ojos. "¿Estás segura de esto?" le dije, "sé que soy tu primera chica". Vació un momento hasta que me acercó y metió sus frías manos bajo mi camiseta, haciendo que me recorriese la columna un escalofrío de placer.
Hasta el momento había besado a mujeres, pero nunca había pasado de ahí. Nunca había tenido sexo con ninguna. Acto seguido recordé mi bajón de la discoteca y me eché a llorar desconsoladamente. Ella, sorprendida, me abrazó fuerte y dejó que reposara la cara sobre su pecho. Estaba temblando de puro miedo, con los dientes chirriando, al borde de un ataque de ansiedad. No respondía ante mí. Mirando a la pared y oyendo sus dulces palabras tranquilizadoras conseguí calmarme e incorporarme. Ella se apoyó contra la pared y me miró preocupada. Cuando mi respiración se fue relajando y fui capaz de enfocar la vista, temblorosa, lanzó la pregunta que tantas veces había oído a lo largo de las últimas semanas: "¿estás bien?". Afirmé con la cabeza, pero debí parecer poco convincente porque acto seguido añadió: "¿qué te ha pasado?". Lo único que conseguía ver en ese momento era una sobra grotesca que tendía una mano hacia mí, una mano que, ingenua iba a coger.
Como os he dicho, este relato trata sobre mi primera experiencia lésbica y sexual. Os mentí, o al menos eso hago conmigo. Semanas antes había perdido mi virginidad con un hombre que apenas conocía después de haber sido drogada y llevada a una casa ajena. De la noche me vienen flashbacks de vez en cuando. Por las noches sueño con ello. Por el día rememoro lo que ocurrió. ¿Dónde queda el límite entre sueño y realidad? La realidad que conozco de esa noche se repite todos los días en mis pesadillas. Eso fue lo que le conté. Eso era lo que más temía decirle: que había sido violada y lo había recordado cuando me tocó bajo la ropa.
-Después de saber esto supongo que querrás que me vaya -dije yo-, debes verme como una especie de monstruo.
-Para nada -añadió comprensiva, y me dio un torpe abrazo que agradecí más que nada en el mundo- eso no cambia nada. Esta noche estamos solo tú y yo. Tú no me has forzado a hacer nada que no quiera y yo tampoco lo voy a hacer. Eres libre de dormir, pero te abrazaré si me lo pides. Lo que me has contado no es algo fácil de contar, yo también tengo cosas muy oscuras en el pasado, de hecho he llegado a perder las ganas de todo en esta vida. Pero hay que seguir, porque al igual que has caído te estás levantando. No dejes que quien te ha aguado lo haga otra vez. Quiérete por favor, quiérete y déjame cuidarte hoy. No te voy a hacer daño, lo prometo.
No cabía en mí de gozo. Tenía mis dudas, mis fantasmas, mis vergüenzas a flor de piel y esa mujer desconocida las estaba aceptando. Y lo hacía mientras me miraba de arriba a abajo y se mordía el labio. Y pasaba su mano por sus muslos sinuosamente. Y se preocupaba por mí. Y parecía tan sincera, y todo en ella era tan sexual, y su pose fumando era tan sexy… me había quedado embobada mirándola. Mi pose de chula desgarbada fumando no era nada comparado con la autenticidad de esa mujer. Ante mi silencio, siguió hablando:
-No he pasado por eso, pero creo que eres sincera y no llevo a todo el mundo a mi cama -prosiguió-.Si aún te excito, si aún tienes fuerzas, si aún me deseas, bésame hasta que se acaba la noche y no dejes de hacerlo, porque es lo primero que quise cuando te ví bailando en la discoteca y lo primero que pensaré cuando me levante mañana contigo a mi lado. Me gustas mucho y reconozco cuándo una persona me mira con el deseo. No te contengas si es lo que verdaderamente quieres.
Eso fue suficiente para mí. Como una bestia me arrojé sobre ella y la elevé unos centímetros, dejándola contra la pared con los brazos sobre la cabeza. Le dije que no quería que me tocase, al menos no en ese momento. Ella accedió. Comencé por besar sus labios y entreabrirlos lentamente con los míos. A saborear cada parte de su boca. A deslizar mi lengua por la comisura de la suya y juguetear con mis dientes sobre la piel suave de su cuello dorado. Tenía una piel preciosa, entera y solo para mí. A la vez iba introduciendo la mano izquierda por su espalda, acariciando la parte baja primero con las uñas, después con la yema de los dedos y al final presionando con toda la palma. Ella comenzaba a gemir. Bajé la otra mano liberando sus muñecas y pasé el pulgar por sus labios. Ella mordió mi dedo y se lo introdujo en la boca.
Me empujó suavemente a la cama y me dejé caer sobre ella. Le quité la camiseta y comencé a jugar con sus senos besándolos y chupandolos, pasando mis manos bajo su sujetador, dejando los pezones fuera y pellizcándolos primero lentamente, después con fuerza. Ella gemía y me tocaba entera: tetas, tripa, entrepierna… frenaba cada vez que paraba temiendo hacerme daño con los flashbacks que podían venirme. Le quité el sujetador con una suavidad inimaginable. Con sus manos hacía ademán de levantarme la camiseta, pero fui yo quien violentamente se la quitó y la mandó a la otra punta de la habitación. Con mi cintura simulaba follarla con ropa, moviendo las caderas y frotando su pantalón con mi pubis. Le quité el pantalón, dejando un tanga de encaje a la vista.
Estaba muy enxitada, tremendaente excitada. Recorrí con mi lengua en vertical desde sus tetas hasta su obligo, dejándole regueros de saliva y chupetones alrededor de él. Cuando llegué al monte de Venus gritó mi nombre y dijo "¡FÓLLAME!". Eso hice. Agarré el tanga con los dientes y se lo bajé muy lentamente, disfrutando de su respiración entrecortada.
Comencé besando sus labios exteriores vaginales, abriéndome paso con la lengua, tocando y arañando el interior de sus muslos con suavidad, mordiéndolos mientras su respiración cada vez se parecía más a un grito. Cuando mordí su clítoris gritó más fuerte que nunca. Lo chupaba, succionaba, lamía en círculos y aspiraba hacia mí en unos movimientos en serie que hacían que se retorciese de placer sobre las sábanas. Con la barbilla empapada le preguntaba "te gusta?" obteniendo por respuesta un "aaaah aaaaaaaaahhhhh". Para ser mi primera chica no iba mal. Para ser yo quien era, me estaba sorprendiendo.
Pasaba mi lengua entre sus labios, los absorbía, la penetraba con fiereza queriendo llegar lo más lejos posible. Me movía como una serpiente en su interior, notando cómo cada pendazo de su piel era una terminación nerviosa que hacía que se revolviese en posturas de placer máximo. Pronto noté que estaba al borde del orgasmo (intuición femenina lo llaman) y bajé el ritmo para volver a besar la en la boca, con la cara empapada de propio flujo y mi propio sudor. Me besó con fuerza, con ansia. Le devolví el beso con necesidad, y ahí perdí el control de mí. Al lamer y morder su oreja deslizaba su propia mano por su entrepierna, moviendo sus dedos de forma que rozase eléctricamente su clítoris. No cabía en sí de gozo. En un nuevo ademán de orgasmo se soltó y me arañó la espalda al completo; yo le mordí los pechos y los hombros: nunca había sentido algo tan intenso por nadie.
Finalmente, con la espalda ardiendo y la mano derecha vibrando, volví a comerle el coño de una manera salvaje. Lentamente fui introduciendo un dedo en su vagina, moviéndolo y asombrándome de lo dilatada que estaba. Después dos. Luego tres. Ella gritaba tan fuerte que podría haber despertado a media residencia. Moví circularmente la lengua en su clítoris y los dedos dentro de ella cada vez más rápido pero sin llegar a ser bestial. Disfruté descubriendo sus diferentes suspiros, gritos y gemidos despendiendo de dónde tocaba: pared frontal, más al fondo o a la salida… todo era una enorme zona erógena que me daba el control sobre los hilos de su placer.
Sentía cómo se iban hinchando sus paredes vaginales a partir de mis caricias y movimientos. Succionaba, lamía, besaba, devoraba con ansia su coño mientras utilizaba mi mano como un vibrador dentro de ella hasta que explotó en un orgasmo donde derramó una enorme cantidad de líquido vaginal sobre la cama. Me las arreglé para incorporarme y situarme detrás de ella sin sacar la mano de su vagina, vibrando todavía dentro de ella, cada vez más fuerte y rápido. Le mordía con la boca, la estrujaba con fuerza los pechos con las manos, la hacía retorcerse con los dedos que aún tenía dentro suya. "Eres mía" le decía al oído, "dámelo todo". Tras un lapso de tiempo que no se cuánto duró, tras follarla salvajemente, salí de ella.
El orgasmo la dejó completamente exhausta. Durante unos segundos no pudo articular palabra, menos aún moverse. Me recosté a su lado acariciando con dulzura sus brazos, sus manos, su tripa. "Eres preciosa" le decía, "eres increíble y es increíble lo que me has hecho sentir". Con la nariz acariciaba levemente su mejilla caliente. Instante a instante se iba relajando hasta que pudo moverse poco a poco. Pareció despertar de un profundo sueño cuando me miró con ojos vidriosos. Me devolvió el abrazo donde la tenía cogida cual bebé y me plantó un beso tan suave, apenas un roce, sobre los labios. Con mi torturada mano de nudillos rojos y mal curados cogí una de las suyas acercándola a mi cara. La besé con ternura para después reposarla sobre su vientre, hundir la cabeza en su cabello y romper a llorar, esta vez de felicidad.
Solo volví a ver a Carla una vez más. A pesar de mis constantes intentos para quedar, todos frustrados por su apretada agenda y la presencia de un hombre en su vida, solo nos vimos una noche que aparecí por sorpresa en su residencia, donde repetimos el momento que os acabo de contar. Hoy por hoy ninguna de las dos tiene interés en contactar con la otra, aunque pasé meses detrás suya. Tal vez descubriese que no soy una buena baza o acabase saliendo con ese hombre. Quién sabe, tal vez algún día nos volveremos a encontrar.
Firmado, Zipin.
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