Trabajos sexuales capítulo 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Me alisté con mucho cuidado.
Quería lucir no tan bella, pero si atrayente.
Lo mínimo como para ganarme bien el sueldo.
A mi alrededor las chicas estaban echas un pequeño caos, revoloteando de aquí para allá.
Peneolve iba sin sujetador, con sus grandes tetas operadas pinchando a todas.
Darcy, la menor de nosotras, todavía era una novata y se sentía apenada de mostrarnos su torso desnudo, en el que María le estaba colocando unas bonitas pegatinas en sus pequeños pezones rosados.
Al otro lado, Estela se delineaba las cejas.
Virginia se ponía labial y Clara se mensajeaba con su novio.
Crucé los brazos debajo de mis pechos y me miré al espejo.
Me pregunté, pues, cuánto tiempo más tendría que pasar yo como bailarina exótica antes de poder salir y buscar un empleo mejor.
Seguramente me llevaría más tiempo del esperado porque las cosas en el país andaban mal, y dado que por causas familiares yo había tenido que dejar la universidad, ahora me dedicaba a esto.
Sí.
A exhibirme delante de muchos hombres, y mujeres a veces, mostrando el atractivo, embarrándole mis tetas y dejando que jugaran con mi culo de vez en cuando.
No era el mejor de los empleos, pero al menos me divertía un poco con todas las chicas del club.
—Ashley ¿estás lista? Tú sales después de Alejandra.
—Sí, ya voy.
En un momento —le contesté y me coloqué el sujetador.
Luego revisé que mi tanga estuviera bien acomodada.
Me puse perfume y me di los últimos retoques en el cabello.
Lancé un beso al espejo y me apresuré justo detrás de la cortina del escenario.
Me asomé para ver a Alejandra, que era la estrella del club.
Era la tía mas guarra que jamás había conocido, y estaba en éste negocio no porque no tuviera opción, sino porque le encantaba exhibirse.
Era muy putita y le gustaba que la llamaran así.
Yo, la detestaba a esa mujer.
¿Cómo podía sentirse a gusto siento objeto de la mirada de todos esos hombres?
Sus movimientos en el tubo eran fabulosos.
Los envidiaba un poco en ese aspecto.
La manera en la que ella misma se chupaba sus grandes tetas resultaba sexy incluso para mí.
No tenía descaro en desnudarse, sentarse en el borde de la plataforma y abrirse de piernas.
Los hombres la amaban porque ella se dedeaba justo frente a ellos, y cuando ocurría un orgasmo, ella lanzaba chorros de jugo.
—Qué asquito —dijo la pequeña Darcy asomándose por mi hombro —.
A mí no me gusta jugar con mi coñito de esa manera.
Sonreí y le di un beso en los labios a la chica.
Ella me gustaba.
Nos habíamos comido el coño en algunas ocasiones, pero sólo era por diversión y cuando actuábamos en espectáculos lésbicos.
—Bueno, después de mí vas tú, así que relájate ¿sí?
—Sí.
Estaré bien.
—Bueno, aquí voy.
El presentador despidió a Alejandra, que entró sonriente de vuelta con nosotras.
Venía sudada, contando todos los billetes que le habían arrojado los hombres.
—Adoro éste empleo.
Tengo un trío en una hora ¿quieren venir?
—Olvídalo —espeté.
Alejandra le tocó el culito a la pobre Darcy, que dio un respingo.
—¿Y tú, amor? La gente pagaría mucho por ti.
Acabas de cumplir 18 años el mes pasado y con esa carita de niña, seguro les gustarás a todos los hombres de por acá.
—Este… yo….
—Suficiente, Alejandra.
Deja a Darcy en paz.
Ella está aquí porque no tiene opción.
No a todas nos gusta que nos llenen de leche.
—¡Jajaja! Bueno, está bien.
Suerte, amores.
Darcy, totalmente roja, le mandó una mirada de odio a Alejandra.
—Descuida.
Al menos tú estás ahorrando para una carrera.
Ella seguirá en esto durante mucho tiempo.
No es… de hacer planes a futuro.
—Bueno, ya que.
Suerte.
Suspiré profundamente y cuando el presentador dijo mi nombre, fui recibida por una lluvia de aplausos.
Sonreír era el secreto.
Que los hombres vieran lo mucho que me gustaba enseñar las tetas.
Claro que no era tanto así, aunque sí me subía el autoestima ver cómo los pobrecillos babeaban por mí.
Con movimientos delicados tomé el tubo por el que se había deslizado el coño de Alejandra.
Todavía estaba impregnado de su sabor, y deslicé la lengua por él.
Inmediatamente después me sostuve de la barra y realicé una serie de vueltas como la mejor de las gimnastas.
Ojalá me pagaran más por el pole dance.
—¡Muestra a las niñas! —gritó uno, y lo hice poco a poco, quitándome el bra lo mas sexy que pude con movimientos lentos y controlados.
Mis tetas, grandes de por sí, quedaron a su disposición.
Me metí un pezón a la boca y las estrujé a ambas mientras me meneaba con pasos eróticos.
Me coloqué de perrito.
La canción Cant Hold Us Down de Cristina Aguilera sonaba a todo volumen y como yo amaba esa canción, no tardé mucho tiempo en ponerme sexosa, de menear el culo frente a ellos y de despojarme de la tanga con mucho cuidado.
Los clientes gritaron de excitación, especialmente cuando me abrí completa ante ellos.
Traía el coño limpio, como el de una niñita y a ellos les fascinaba verme así.
Recorrí mi clítoris y apreté de mis labios.
Ya podía sentir la propia humedad que estaba produciendo y mis deditos estaban empapados.
Entonces sentí lo que se llama sexy moment.
Ese tiempo en el que todo te vale madres y lo que quieres es ser cogida por todos los hombres que había allí.
Víctima de la música así me sentía yo.
Sus aplausos me emocionaban tanto que me dejé llevar.
Me abracé al tubo y embarré mi culo en él.
El frío del metal me hizo sonreír y me froté, de tal forma que mis jugos empezaban a lubricar la superficie.
Imaginaba que era una verga.
Una grande, demasiado, tan grande que me podría reventar cuando se me metiera hasta por el culo.
Hacía tanto que no probaba sexo anal.
Lo echaba mucho de menos.
—¡Y esta fue la sensual Ashley! —gritó el presentador.
Para ese momento yo ya estaba despidiéndome de mis tontos fans y recogía con gestos sexys el dinero que me estaban ofreciendo y que habían tirado para mí en la pista.
Esta sin duda era la mejor parte del trabajo.
La paga.
Era dinero un poco sucio porque resultaba de vender mi cuerpo, pero al final de cuentas servía para pagar los estudios de Lilith, mi hermosa hermana que a penas estaba cursando la universidad y necesitaba de todo el dinero que le fuera posible conseguir.
Regresé al interior de los camerinos, donde Darcy me recibió con un lindo beso en la boca.
—¡Estuviste genial!
—Gracias.
—En serio, fue fabuloso —exclamó feliz mientras se daba su tiempo de pellizcarme las nalgas y frotaba sus pequeñas tetas contra las mías.
Ella iba ahora vestida de una sexy colegiada, que la hacía lucir incluso mas joven de lo que realmente era —¿te quedarás a ver mi show? Podemos irnos juntas nada más terminar.
—Sí, claro.
Ve y trata de divertirte.
—¡Sí!
Muy ilusionada, ella entró a la pista y comenzó con su show.
Todavía era muy penosa cuando se encontraba sola, por eso prefería los espectáculos lésbicos cuando nosotras jugábamos con ella y le hacíamos de todo a su rica vaginita.
A los tíos ella los volvía loca por su apariencia adolescente y su carácter tierno e inocente.
Si yo tuviera 18 años como ella, tal vez buscaría otro trabajo, pero éste era casi perfecto.
Trabajábamos un par de noches a la semana nada más.
Sólo bailábamos en público o privado y de vez en cuando hacíamos algunos orales.
Jamás follábamos con los clientes dentro del club.
Era una regla, aunque todo estaba permitido después del nuestro horario.
Como decía Alejandra, la industria del porno y del cuerpo siempre deja mucho dinero.
Miré a Darcy.
Ahora estaba totalmente desnuda y se movía un poco torpe en el tubo.
Sin embargo su falta de habilidad lo compensaba su sex appeal.
Era de piel muy blanca, de pechos medianos, nalgas respingonas y una vaginita deliciosa, rosada, estrecha y que se lubricaba como una fuente.
Yo no era muy lesbiana, pero siempre que anunciaban un show lésbico con ella, yo me alegraba.
El espectáculo terminó.
Ella recogió sus billetes y volvió conmigo.
Me dio un besito y nos fuimos a duchar.
Como no teníamos problema entre nosotras, nos metimos juntas a la regadera.
Ella se limpiaba los juguitos de su coño, o mas bien, yo lo hacía, y aprovechaba para masturbarla un poco.
Me encantaba sentir lo cálida que estaba por dentro.
Además el placer le ayudaba a relajarse, porque como la mayoría de nosotras, el hecho de bailar y frotarnos nos calentaba un poco y nos dejaba algo hambrientas de sexo.
—Auch… así.
Está bien así, Ashley.
Ya me siento bien.
La abracé por la cintura.
Ella enredó sus brazos en mi cuello y empezó a besarme con pasión desenfrenada.
No tenía reparos en meterme su lengua hasta la garganta, y yo le correspondía apretándole sus pequeñas nalgas.
—Méteme un dedito por el culo ¿sí? —exigió con voz tierna.
—Será un placer.
Date la vuelta.
Ella se apoyó en la pared.
Echó sus nalgas para atrás y yo se las abrí.
Su anito rosado era tan hermoso que parecía un adorno.
Lentamente deslicé un dedo hacia el interior.
Darcy jadeó de gusto y separó mas sus piernas para darme espacio.
Yo mientras le besaba los hombros.
Desearía tener un pene que meterle.
Le hice a un lado su cabello negro y le mordí el cuello.
Ella no resistió.
Se giró hacia mí.
—Cómeme el coño, por favor, Ashley.
Apagué la regadera.
Darcy subió su pierna por encima de mi espalda mientras yo me agachaba y tomaba sus pequeños labios y hundía mi cara en su hermosa vagina, que ya estaba muy bien lubricada no sólo por el agua, sino por sus propios jugos que me abrieron el apetito.
Su clítoris diminuto estaba escondido en su capuchón.
Lo busqué y le di de mordiscos mientras la penetraba con mis dos de mis dedos.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Sí! ¡Ayayay!
Ella era de gemir mucho.
Se excitaba tanto y con facilidad cuando estaba teniendo sexo por su voluntad y no por trabajo.
—Me gusta… sigue, sigue.
—Gime, perrita —le espeté, hundiendo mi lengua y haciéndole presión con mi rostro.
Ella se convulsionó.
Vi que se tocaba las tetas y se pellizcaba los pezones hasta dejarlos bien duritos y paraditos.
Seguí comiéndole el coño, bebiendo de sus jugos ricos que manaban como una fuente.
—Vaya, se divierten mucho ¿verdad? —preguntó Alejandra, mirándonos desde la otra ducha.
Yo no me detuve.
No cuando Darcy iba a llegar al orgasmo.
Ella tampoco hizo ademán de pararme y cuando al fin sentí cómo se convulsionaba de gusto y se reía, disfruté de su corrida en mi boca.
Aunque no se comparaba con una deliciosa descarga de semen, las chicas también tenían mucho que dar.
—Listo… eso te hará sentir mejor.
—Ay… gracias —dijo.
Fue cuando se dio cuenta de que estaba frente a Alejandra, que la pequeña se sonrojó y se fue a tapar con una toalla —.
Te veré afuera.
—Sí, en seguida voy.
Salió a toda prisa.
Alejandra no la perdió hasta que se fue.
—Creo que le gustas a esa niña.
—No digas tonterías —espeté, lavándome el culito —.
Ella sólo se siente sola.
Ya tiene bastante contigo y tus burlas.
—No me burlo.
Sólo digo que hay que tener un buen par de pechos para sobresalir en este negocio.
—Ella no quiere sobresalir.
Sólo es una etapa de su vida.
Además… ella te gana.
Es casi una niña todavía.
Recién acaba de cumplir 18 años.
Es una pena que éste sea su primer trabajo, pero es la preferida de los hombres por sus rasgos.
Tú ya estás cerca de los 33 años.
—¿Y tú?
—Tengo 25 años, y cuido de una hermanita de la edad de Darcy.
Yo entiendo a las jovencitas y sé cuánto se esfuerzan.
—Ajá.
Bueno, no vuelvas a mencionar mi edad, o créeme que te vas a arrepentir.
Después de su evidente amenaza, se dio media vuelta y empezó a ducharse.
Yo terminé con lo mío y me fui a vestir.
Cuando fui al estacionamiento, Darcy estaba platicando animadamente con Brandon, el guardia de seguridad que se encargaba de que todas las chicas llegaran a salvo a sus coches o taxis.
Era un mastodonte de casi dos metros de alto, de raza negra y muy guapo.
—Gracias.
Brandon —le dije tomando de la mano a Darcy.
—Nos vemos chicas.
Descansen.
Vayan con cuidado.
Desde aquí las veo.
La inocente y buena niña de Darcy le dejó un besito en la mejilla al hombre como despedida.
Ya una vez seguras en mi coche, la llevé a su casa porque ella tenía que descansar y necesitaba entrar a clases a las ocho de la mañana.
Iba vestida con una blusita y una minifalda.
Era toda una belleza y por eso el dueño del club estaba dispuesto a no perderla.
En el corto tiempo que llevaba ya había tenido dos ascensos y constantemente la pedían para hacer bailes privados, o para tomar unas copas con los empresarios que iban frecuentemente.
Nuestro club, por cierto, estaba en la parte mas rica de la ciudad así que la mayoría de los clientes eran hombres adinerados que dejaban buenas propinas y normalmente pedían que les mamaras la verga.
Darcy no tenía problemas en comerse una rica polla.
Le gustaba que le eyacularan en los pechos y en la cara, pero se negaba rotundamente a atender a gente fuera del horario de trabajo.
—Bueno, gracias por traerme.
—Sí, de nada —nos despedimos con sendos besitos en la boca.
Ella subió rápidamente las escaleras de su casa y entró, donde la recibió Mariana, su compañera de habitación.
Yo volví al departamento.
Antes pasé a comprar unos pastelitos para mi hermanita.
Cuando llegué, la pobre de Lilith seguía despierta.
Siempre que yo tenía show, ella no dormía hasta que yo regresara a salvo.
—Hola, ya volví.
—¡Ashley! Qué bueno que estás aquí!
Corrió a darme un abrazo.
Iba vestida con sus pequeños shorcitos de la pantera rosa y su blusita de Batman.
Una combinación rara, ya que ella era amante de los comics.
La abracé con mucho cariño y le di un beso en la frente.
—¿Te la pasaste bien?
—Sí.
Me vi un maratón de la Liga de la Justicia ¿tú? ¿bailaste rico?
—Sí.
Mucho jeje.
—Vamos a darnos un baño ¿Sí?
—¿No te has duchado? Ay, Lilith.
Ya vas a cumplir 18 años y necesitas aprender a cuidarte sola.
Bueno, está bien.
En seguida voy —bostecé y saqué mi billetera —.
Ten, esto es para ti.
Son como $700.
Te irá bien ésta semana.
Lilith tomó el dinero, pero en su carita siempre había un poco de culpa cuando lo hacía.
—Hermana… no tienes que bailar para pagarme la universidad.
Cumpliré 18 años pasado mañana.
Puedo entrar a trabajar.
—¿Qué quieres hacer? —le pregunté mientras entrábamos al baño y nos desnudábamos.
—Pues pensaba en bailar.
—¿Qué?
—¡Jajaja! No, como crees.
No creo que paguen mucho por verme.
Me falta un poco de atractivo.
No me gustan mis tetas.
—¿Qué tienen? Están ricas.
Los pezones rosados están de moda.
Podrías ser modelo de lencería si quisieras.
—Bueno… quién sabe ¡jeje! Es que Darcy me ha contado lo mucho gana y pues me dio curiosidad.
—Ay, hermanita —le pellizqué el cachete —.
Me alegra que Darcy y tú se hayan conocido en la universidad, pero no le hagas mucho caso.
Tú no tienes que trabajar en eso.
Yo te mantengo ¿Sí?
—¡Sip! Ahora ven, te lavaré la espalda.
—Gracias, hermana.
Sonreí.
Llegar a casa y ver a mi adorada hermanita menor era la mejor parte del día.
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