Una despedida modelo 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
Una despedida modelo 1
Jéssica estaba realmente agradecida a la vida. Proveniente de una familia muy humilde y con apenas un tercer año de secundaria que terminara a las trompadas, no había tenido opción y gracias a la bondad de una encargada, consiguió aquel primer trabajo como cajera de un supermercado no demasiado importante.
No obstante lo fatigoso de esas doce horas diarias, tenía el orgullo de colaborar con una entrada fija al presupuesto familiar y, de a poco, fue acostumbrándose a esa rutina.
Así transcurrió cerca de un año, cuando una joven clienta vecina al local le dijo abruptamente lo linda que era y si no le interesaría hacer una prueba para trabajar como modelo. Una chispita de alarma se encendió en su mente porque, a pesar de ser inculta y tener apenas dieciséis años, no era estúpida y conociendo por enseñanza de sus compañeras que los supermercados eran elegidos por algunas lesbianas como sitios propicios para seducir a otras mujeres, agradeció con gentileza la propuesta pero se negó bajo pretexto de su falta de tiempo para esas frivolidades.
La muchacha frecuentaba el local periódicamente y en cada ocasión, no cejaba en su propósito, recibiendo similares evasivas de Jéssica, hasta que Jimena se dio cuenta de qué provocaba la aprensión de la joven y enfrentando decididamente el tema, le dijo que no era una lesbiana a la caza de mujeres sino una fotógrafa que trabajaba en la moda y tenía contacto con algunos de los mejores representantes de modelos.
Con alivio manifiesto, Jessica admitió lo que motivara sus reparos y finalmente, cómo ella había puesto en su mente la posibilidad de ser modelo. Dejándole una tarjeta, Jimena le dijo que a la noche siguiente y después de su turno, la esperaba en el estudio.
Esa primera sesión de fotos resultó maravillosa para las dos, ya que ella absorbió con toda naturalidad las enseñanzas para posar que le daba la fotógrafa y esta quedó encantada por la calidad obtenida en esas imágenes.
Después todo fue vertiginoso; la primera cita con los dueños de la agencia de modelos y el deslumbramiento de estos ante esa belleza que, como una mariposa emergiendo de su estado de dorada crisálida, lucía esplendente y magnífica; así vinieron las interminables sesiones fotográficas con distintos tipos de prendas; el duro aprendizaje para caminar la pasarela, el maquillaje, el corte apropiado de cabello y finalmente, los primeros trabajos.
La estupefacción de sus representantes se contagió a quienes la vieron y en poco tiempo los managers debieron esforzarse en administrar su tiempo, tanto por los pedidos de los más prestigiosos diseñadores como en los de exclusividad para fotos y cine publicitario por parte de agencias y anunciantes.
Un año después, ya era la modelo más cotizada del país y su vida había cambiado como por encanto; sin dejar de aportar, y ahora con creces, a los gastos familiares, obtuvo el permiso de sus padres para vivir sola en un departamento céntrico, cerca de los sitios desde donde era requerida.
Claro que eso cambió su vida en más de un sentido, porque entre desfile y desfile o sesiones de fotografía y filmaciones, era requerida frecuentemente por programas de televisión que se engalanaban con su figura esplendorosa en tanto repetían hasta el cansancio su historia de Cenicienta. Y en uno de esos programas, conoció a Roberto, un joven y exitoso productor del que se enamoró perdidamente.
Otro tanto le sucedió a este y a duras penas habían aguantado hasta que cumpliera dieciocho años para el casamiento, especialmente porque ella, influenciada por la reverente devoción católica de su madre, se negaba a sostener relaciones sexuales antes del matrimonio, alardeando ante todos los medios de su insólita virginidad; calificada por casi todos como una mentirosa que aprovechaba la circunstancia matrimonial para acrecentar su fama y economía, sostenía a ultranza esa aseveración sin importarle la opinión de los demás.
Así las cosas, había transcurrido el tiempo; casi tan vertiginosamente como su descubrimiento, los trámites legales avanzaron y ahora ya estaba a tres días de la ansiada boda, especialmente por Roberto quien no veía el momento de ser el dueño exclusivo de ese cuerpo deseado por la mayoría de los hombres del país.
Esa noche, las chicas de la agencia con quienes había hecho mayor amistad y por otra parte sus únicas amigas, le daban una despedida de soltera en casa de quien, hasta antes de su aparición, fuera la estrella máxima de las pasarelas. Sabiendo que, a pesar de ser colegas y amigas, no existe un momento del día que entre las modelos no haya competencia, decidió prepararse especialmente y concurrió al spá que normalmente la atendía para hacerse un servicio a fondo.
Tras horas de sauna, masajes, baños y depilaciones, con el cabello recortado como se lo sugiriera el estilista de acuerdo al vestido de novia y con un maquillaje fresco y simple, estrenó un vestido que milagrosamente se sostenía sobre ella gracias a delgados breteles que destacaban los atrevidos escotes que, al frente llegaba hasta el mismo ombligo y por detrás hasta el pronunciado tobogán de la espalda baja. Obviamente, por esa causa y porque los rapidísimos cambios en la pasarela así la habían acostumbrado, no usaba ropa interior.
Ya había convenido con Dolores que ella llegaría más temprano para así recibir personalmente a las invitadas que en realidad no eran más que un grupo reducido; Nicole, Brenda e Ingrid y, aunque no eran modelos sino actrices, Natalia, Carla y Romina. Portadoras de bienaventuranzas y regalos, las invitadas fueron llegando y al poco rato, el cotorreo divertido de las mujeres llenaba el ambiente, especialmente porque el champán parecía ponerlas en un estado de eufórica alegría.
Lo que Jéssica no sabía era la confabulación de aquellas hermosas mujeres que resumían la belleza del país y que ahora hallaban ocasión para cobrar a la joven la humillación de su repentino y desfachatado estrellato que las relegara a un segundo plano. Aprovechando que su marido estaba en un torneo de polo en los Estados Unidos y sus hijos de vacaciones en Punta del Este, Dolores había organizado todo minuciosamente y el primer paso fue suministrarle a la jovencita un par de pastillas de Extasis mezcladas con el burbujeante y helado champán.
Tal y como sucede en esos casos, el efecto de la droga no tardó en hacerse notar pero como Jéssica ignoraba que estaba bajo el influjo de un alucinógeno, creyó que esa eufórica alegría que la embargaba y las imágenes oníricamente sexuales que flasheaban por microsegundos en su mente eran producto del riquísimo champán y se dijo que por una vez en su vida podía darse el gusto de una borrachera.
Con todos sus sentidos exacerbados, embriagada por la luminosidad que envolvía en halos fantasmagóricos los cuerpos exagerando la intensidad de los colores y la música que parecía ir penetrándole el cuerpo por todos sus poros, observaba con excitación como las chicas – tan “livianas” de ropa como ella – matizaban las conversaciones con delicadas caricias y, casi en forma esquiva, se rozaban furtivamente con labios y lenguas.
Súbitamente, esa aparente calma se vio alterada por un reclamo de atención de Dolores, exhortando a las otras invitadas a preparar a la virgen-niña para recibir su regalo sorpresa. Aun en medio de la confusión provocada por el alcohol y la droga, ella tenía conciencia de que algo así debía suceder en una despedida de soltera e imaginó que las chicas habrían contratado a un striper o a un taxi-boy, especialmente cuando Brenda, una de las más jóvenes, se aproximó para vendarle los ojos con una larga bufanda de seda negra que no le dejaba ver absolutamente nada.
Divertida, la dejó hacer y cuando esta la tomó de la mano para conducirla hacia otro cuarto, la obedeció ensayando risueñas protestas sobre su mentada virginidad y que la sorpresa no se convirtiera en algo incómodo para ella. En realidad, era virgen porque ni ella misma se había permitido penetrar la vagina tan siquiera con un dedo, pero no desconocía ni despreciaba todo lo relativo al sexo, permitiéndose la expansión de largas sesiones de besos, caricias y manoseos.
Así como ella lo gratificaba con lamidas y besos en las axilas, las tetillas y el musculoso vientre, él la satisfacía con la acción de sus manos y boca en los senos, culminando casi siempre con el alivio que llevaba a sus entrañas la masturbación del clítoris con los dedos y recién había cedido a sus ruegos sólo dos noches atrás cuando, con el argumento de que ya eran prácticamente esposos, accediera a hacerle una mamada que a ella no le aportó más que asco ante esas salpicaduras lechosas que él la obligó a tragar.
Perdida en esos pensamientos y en la nube rosada en que flotaba, cobró conciencia de que a Brenda se habían sumado las otras chicas y que, con juguetona destreza, iban despojándola del solitario vestido hasta dejarla totalmente desnuda. Por necesidad de la campaña de un shampú, su lacia melena rojiza le llegaba casi a la cintura y entonces fue Dolores quien diciendo que debería estar más cómoda, con presteza de peluquería, hizo rápidamente una gruesa trenza a la que ató con una cinta.
Después de tanto preparativo, Jéssica esperaba tensamente la sorpresa cuando cayó en la cuenta de que esta ya se había iniciado; los finos dedos de las dos mujeres iban deslizándose delicadamente sobre su piel con una levedad casi insoportable, haciendo que la distancia infinitesimal que las separaba provocara una corriente estática que se transmitía a sus músculos como levísimos chispazos eléctricos.
A pesar de su atontamiento, tenía en claro que era lo que las chicas pretendían y a su pesar, aunque jamás ni siquiera fantaseara con una relación lésbica, las pequeñas arañitas que cosquilleaban en la piel complaciéndola la contradecían. Ella sentía que cada región, cada músculo por donde los dedos pasaban, modificaban su sensibilidad para hacerse receptivos a la caricia, relajándose gratificados por los roces.
Después de recorrer lerdamente el cuerpo, las manos de Dolores descendieron a las piernas en complicados arabescos que la soliviantaban de inquietud, en tanto que las de Brenda acariciaban los senos. Sin una orden ni una instrucción audible, y en tanto Brenda, acercaba su boca al cuello despejado para hacer que la lengua serpenteante lo recorriera lentamente, la de Dolores se alternaba para aplicar tiernos besos y lamidas en los intersticios entre los dedos de los pies, provocándole escozores desconocidos en la zona lumbar.
Aunque ella no era consciente, de su boca entreabierta surgían hondos suspiros que fueron convirtiéndose en cortos jadeos entre los que las alentaba con susurrados y casi inaudibles asentimientos, repitiéndoles que así era como le gustaba. La tensión de tanto deseo acumulado hacía eclosión ante aquellas caricias desconocidas y temblaba perceptiblemente mientras cerraba los puños y sus párpados cegados por la tela caían como para aislarse de la realidad.
La lengua de Brenda no se contentaba con el cuello y descendía serpenteante sobre la parte alta del pecho, ya cubierta de una finísima capa de sudor y salpullido que le otorgaba una rubicundez excitante, mientras los dedos acariciaban suavemente las copas de esos senos que la hicieran famosa aunque disgustaran a los diseñadores.
Por su parte, Dolores había ascendido por las piernas en una suerte de competencia entre lengua, labios y dientes y ahora se ocupaba en escarbar con la punta afilada de la lengua en esa arruga formada por el peso de las nalgas. Tremolante como la de un áspid, recogía la levedad de la transpiración acumulada para trasegarla con gula mientras los labios complementaban a la caricia con la tenue viscosidad del interior de los labios.
Jamás alguien había ejecutado semejante cosa en ella y eso colocó una punzada inquieta en el fondo de la vagina, especialmente cuando la boca de Dolores llegó a la hendidura entre las nalgas y, separándolas, dejó que la lengua se internara en el abismo. Vibrante y ágil, recorrió el fondo hasta arribar a la apertura anal que, instintivamente, Jéssica comprimió.
Como enojada por el involuntario rechazo natural, Dolores acomodó mejor sus largas piernas separándolas y arrodillada, abrió con las dos manos los cachetes para dejar que la boca toda se asentara sobre el ano. Succionando con fuerte avidez, sometió al apretado haz por unos instantes y, para sorpresa de la jovencita, los esfínteres se dilataron mansamente.
Brenda había suplantado en parte la acción de las manos por la de su boca, alternando los apretones con chupones a las grandes aureolas rosadas y recios lengüetazos a los pezones. Aun bajo la influencia de la droga y el alcohol, Jéssica veía conscientemente la monstruosidad de lo que estaban haciéndole quienes creía sus amigas, pero subconscientemente, se relamía por las sensaciones que aquello le provocaba, no sólo en el centro neurálgico del sexo cual era su vientre, sino que zonas normalmente vedadas a toda sensibilidad ahora parecían refulgir por la intensidad de su excitación.
Un leve bramido estertoroso surgía de su boca y sus manos acariciaron la cabeza de Brenda como reconociendo el goce que le proporcionaba mientras que, flexionando las piernas, fue inclinándose un poco para proyectar su grupa hacia la boca.
Conseguido el objetivo primario, la lengua de Dolo escarceó por unos momentos contra los concentrados frunces y lentamente, fue penetrándolos hasta que casi un centímetro de ella desapareció en el recto. Jéssica no daba crédito a que aquello le provocara tanto placer y como ya Brenda había transpuesto los límites de la prudencia, haciendo que a manos, labios y lengua se sumaran los filos de las uñas y los dientes, proclamó en repetidos asentimientos su goce en tanto les suplicaba que la hicieran acabar.
Complaciéndola en lo que sólo era el prólogo de una larga noche, Dolores desplazó la boca hacia el perineo mientras introducía tiernamente la punta de su largo dedo mayor en la tripa. Cuando era chica y contra todo lo que era dable esperar, siempre la había complacido la introducción de las cánulas con que su madre le hacía los enemas y ahora, la penetración del dedo colocaba exaltada alegría a sus sentidos; sintiendo como a su vez la otra muchacha incrementaba el sometimiento a los senos al tiempo que con una mano estimulaba suavemente al clítoris, les anunció el advenimiento de una eyaculación, suplicándoles que no cesaran en aquello.
El dúo que la introducía a aquel nuevo mundo de sensaciones, se aplicó con prostibulario profesionalismo y en tanto Brenda sometía los pezones al maravilloso martirio de las uñas e iniciaba una serie de apasionados besos en la boca, Dolo dejó caer abundante saliva sobre el agujero anal y agregando el índice a la sodomía, comenzó con una cópula que llevó a la joven a abrazar férreamente a Brenda para entregarse desaforadamente a una batalla de labios y lenguas mientras roncaba expresando lascivamente su satisfacción, hasta que, en medio de hondos suspiros, insultos y bendiciones, vociferó la obtención del orgasmo.
Por un momento perdió la noción de las cosas pero percibió como era conducida a una cama cercana y allí, descansando en la muelle blandura del colchón, presintió que alguien más se encontraba en el lecho. Comprobó que no estaba errada cuando una mano se deslizó leve sobre la piel de su vientre. Aun alucinando por los flashes de la droga, emitió una especie de maullido que manifestaba su complacencia y evidentemente eso era lo que se esperaba de ella.
Una boca muy suave y fresca acarició levemente sus labios y los suyos respondieron involuntariamente al beso. El toque era casi imperceptible y ante el movimiento natural de los suyos a la búsqueda del beso, los roces de una ternura infinita la recorrieron de comisura a comisura en leves contactos intermitentes pero sin dejar que las bocas se unieran.
El sutil perfume y su fragante aliento emborrachaban a Jéssica de tal forma que parecían haber potenciado los efectos de la droga y el alcohol, haciéndole musitar una angustiosa súplica que su boca exhaló como un mimoso lamento. Finalmente, la aguda punta de una lengua húmeda, suplantó a los labios en el periplo para luego meterse por debajo de los labios a escarbar su terso interior y las encías, colocando un fuerte escozor en la zona lumbar.
Con primigenia gula animal, su lengua salió al encuentro de la invasora para presentarle batalla y de esa manera, se entreveraron en sutiles retorcimientos y chupadas de los labios que absorbían la saliva hasta que la de la otra mujer envolvió su lengua envarada para succionarla como si fuera un miembro masculino.
Eso nunca le había sucedido y casi instintivamente, endureció aun más al órgano para sentir mejor esa felación que la conmovía mientras sentía como sus pechos eran rozados por los pezones de la otra muchacha, cuyo cuerpo fue explorando en leves caricias que le permitían distinguir la suave perfección de su piel.
Tan mansa complacencia pareció envalentonar a quien la estaba chupando, ya que, abandonando su boca, rozó los labios entreabiertos con lo que era indiscutiblemente un pezón en tanto la voz de Nicole le decía que la mamara.
Saber de quien se trataba, puso en su mente la imagen de la rubia modelo y un nuevo deseo, cual era ser poseída y poseer ese cuerpo maravilloso, anuló cualquier otro razonamiento.
Haciendo que las manos buscaran los senos oscilantes, sus dedos recorrieron anhelantes las mórbidas carnes en delicadas caricias y como un ciego luego de reconocer un rostro al tanteo, comenzaron a sobarlos para comprobar que la reciente maternidad no había hecho otra cosa que incrementar en peso, volumen y musculatura a aquellos pechos que la hicieran famosa.
Hacerlo le provocaba ansiedades desconocidas que carcomían su pecho con una gula por poseer a la otra modelo que superaba lo prudente; de los sobamientos y manoseos, los dedos fueron derivando a un estrujar vigoroso de las carnes y cuando Nicole le demandó susurrante que no la hiciera esperar más, buscó con la lengua las aureolas cuya superficie se mostraba cubierta por gruesos gránulos y continuando su ciega exploración, encontró a un pezón más grueso de lo que suponía.
Realizando tanteo semejante con los dedos en el otro seno, rascó la dilatada aureola para, en tanto los labios rodeaban a la mama comenzando a succionarla con avidez de hambriento, encerrar entre índice y pulgar la gruesa excrecencia para empezar a retorcerla con tal vigor que la mujer se estremeció de placer al tiempo que le exigía profundizar más y más la caricia.
Boca y dedos se alternaron en succionar y retorcer las carnes casi con impiadosa energía, provocando en Nicole ayes de placer y contento, cuando sucedió algo que, por inesperado, no le causó repulsa sino que incrementó el goce por lo que estaba haciendo; era que, de las mamas que robustecieran el embarazo y el parto, comenzó a manar la tibieza de la leche.
Sintiendo en la lengua la dulzura del líquido y seguramente como causa de las fantasías en que la sumían el alcohol y las drogas, pareció experimentar una regresión que la hizo prenderse a la teta como un bebé para succionar rudamente los pezones al tiempo que deglutía como un elixir la leche materna.
Levantándole una pierna, la rubia modelo encajó en ella su entrepierna para hacer que los sexos quedaran estrechamente unidos. Tras quitarle la venda de los ojos y separando con sus dedos los labios de ambas vulvas, comenzando a menear la pelvis contra la suya en imaginario coito, Nicole le pidió que la hiciera acabar de esa manera y cuando ella se prendió casi con brutalidad a los senos para chuparlos e hincar en las mamas chorreantes de leche el filo de sus uñas, la mujer lanzó como una especie de grito triunfal para, luego de arquear el cuerpo apoyada en sus brazos estirados y con la cabeza echada hacia atrás en tanto su sexo presionaba fuertemente al suyo en fuertes remezones copulatorios, envararse hasta la parálisis y, bramando fuertemente de placer, expulsar su eyaculación.
Derrumbada sobre su pecho y en tanto la acariciaba con ternura, Nicole le susurraba al oído las promesas de un sexo como nunca había experimentado y que serían ellas las encargadas de hacerle vivir las sensaciones más deliciosamente inéditas.
Seguramente por efecto de lo que bebiera, no sólo había disfrutado de aquellas manifestaciones sexuales, sino que, como en latente calentura insatisfecha, la exaltación de sus sentidos y emociones le hacía ansiar la profundización de esas relaciones para convertirlas en algo concreto y contundente y por eso ensayó una torpe protesta cuando la modelo se separó de ella.
Pero, como emergiendo entre una niebla que cegaba su vista aleatoriamente, vio surgir el rostro de Romina que, con la típica sonrisa de pícara voluptuosidad que la popularizara en la televisión en sus labios grandes y plenos, le decía que, junto con Carla la iniciarían en el verdadero lesbianismo.
Respondiendo a esa especie de conjuro mágico, se materializó junto a ella el dulce rostro ovalado de la rubia actriz. Acomodándose una a cada lado suyo y con infinita ternura, enviaron sus lenguas a recorrer minuciosamente cada uno de los recovecos de las orejas al tiempo que las manos se escurrían casi sin tocarla a lo largo del vientre y los pechos.
Verdaderamente, las caricias la volvían loca por esas sensaciones de eléctricas descargas que levantaban por donde pasaban y cuando, sin dejar de musitarle al oído cosas puercas e irreverentes con su voz aun más enronquecida que de ordinario, Carla introdujo en su boca un par de pastillas que ella tragó sin oponer una resistencia voluntaria, poco después en su mente volvían a estallar los destellos de luces multicolores en tanto que los bellos rostros que se inclinaban sobre su cara, parecían estar nimbados de luces estroboscópicas que formaban halos cambiantes en formas y tonos.
Las dos actrices pusieron lenguas y labios a ejercitar un curioso ballet en su cara, tremolando las primeras sobre párpados, sienes, los costados de la nariz, el mentón y las comisuras, acompañadas por los segundos que aplicaban suaves y tiernos besos menudos en los mismos sitios, pero sin tomar contacto con los labios entreabiertos de la joven a quien la ansiedad colocaba un sordo jadeo en el pecho que escapaba roncamente por la boca.
Ya las manos de las mujeres habían centrado su atención en los senos, convirtiendo a las caricias en amorosos sobamientos a las carnes que alternaban con el apresamiento de los pezones entre los dedos en incruentos apretujones y entonces, la voluptuosa Romina fue la precursora, introduciendo en la boca de Jéssica la dura carnosidad de una lengua larga y gruesa que, en ondulantes movimientos, exploró minuciosamente el interior y cuando encontró la de la joven que parecía retraerse temerosa, la atacó con punzante agresividad e, insospechadamente para ella, el órgano inexperiente respondió con idéntica acometividad.
Lógicamente, a ese combate se sumaron los labios y las bocas; encastrando como un mecanismo perfectamente elaborado, se unieron en succionantes besos en que la voracidad colocaba sonoros chasquidos húmedos. Las manos de Jéssica no permanecieron ociosas y en tanto una buscaba ciegamente los senos colgantes de la actriz, la otra se hundió en la espesa melena ondulada para presionar la cabeza e incrementar los besos, pero, en el momento de más exaltación, cuando sentía crecer el escozor que urgía en su bajo vientre, repentinamente, la boca de Romina fue desplazada por los labios angurrientos de Carla y que, a pesar de ser menos contundentes, eran tan efectivos como los de la otra, a tal punto que Jéssica, sobreexcitada por ese cambio, utilizó la dos manos para acariciar y apresar convulsivamente entre los dedos la corta y lacia melenita rubia.
El besuqueo ponía roncas palabras ininteligibles en boca de la “homenajeada”, cuando sintió como la de Romina picoteaba dulcemente en sus senos y tras una serie de ávidos chupeteos, los labios se posesionaban del pezón para succionarlo apretadamente, en tanto una mano realizaba similar tarea en el otro seno.
Instintivamente, Jéssica comenzó un leve meneo pélvico y sus piernas se encogieron para abrirse y cerrarse en espasmódicos movimientos. Incitada seguramente por eso, Romina recorrió rápidamente el abdomen, recogiendo con la boca la mínima capa de sudor y llegada al bajo vientre, exploró con la punta de la lengua prodigiosa el suave vellón que en forma de triángulo parecía señalar la ubicación del clítoris y, como cediendo a la invitación, buscó al pene femenino que sobresalía erguido en el nacimiento de la raja.
Los repetidos remezones y el orgásmico empuje final de Nicole habían predispuesto al clítoris y cuando la lengua tremolante tomó contacto con él, de la boca de Jéssica escapó un anheloso suspiro, superando la sonoridad de los angurrientos besos de Carla.
Acomodándose entre las piernas, Romina hizo un apretado rodete con su melena e inclinándose, fue recorriendo los largos muslos con vehementes besos y chupones hasta arribar adonde la vulva se mostraba oferente. Realmente y por su aspecto, el tema de la virginidad parecía ser cierto, ya que la vulva abultaba apenas como una pequeña empanada en cuyo centro se veía una apretada rendija cuyos bordes estaban más oscurecidos.
Babeándose de gula por ese regalo, Romina colocó a pulgar e índice a cada lado y lentamente fue separando los labios mayores para encontrarse con el espectáculo único y diferente en cada mujer; contradiciendo el aspecto exterior y seguramente por el restregarse del sexo de Carla el interior dilatadamente inflamado se mostraba como una extraña flor carnívora con diferentes tonalidades y colores al tiempo que exudaba delicadas fragancias hormonales.
Por dentro, las paredes de los labios mayores iban desde el morado grisáceo de los bordes hasta el rosado del fondo y allí, el nacimiento de los labios menores constituía un espectáculo en sí mismo; blanquirosados, los tejidos iban oscureciéndose en la medida que se ensanchaban y arrepollaban en delicados pliegues para en sus bordes cobrar un tinte negruzco, en tanto la parte inferior desarrollaba unos lóbulos con aspecto de barba de gallo como para proteger la entrada a la vagina.
Separando esa insólita maraña de tejidos empapada con la eyaculación de Nicole, la lengua encontró un perlado fondo iridiscente de matices nacarados, a semejanza de lo que vulgarmente da nombre a todo el órgano. En ese óvalo convexo, se veía el pequeño agujero de la uretra casi encima de los pellejos que orlaban a una cerrada apertura vaginal y en la cima sí, se alzaba orgullosamente un clítoris cuya importancia no se condecía con la apariencia general; cubierto por parte de los labios menores con una capucha de tejidos suavemente arrugados y casi del grosor de un cigarrillo, el miembro parecía erguirse desafiante, como resistiéndose a la oposición de ese tejido membranoso que le prohibía surgir al exterior.
Emocionada por tanta belleza, Romina llevó la punta aguzada de su lengua a introducirse debajo del capuchón para tremolar delicadamente contra esa cabecita blancuzca y ovalada.
A excepción de sus dedos y los de su novio, nadie había tenido acceso a ese lugar y el sentir la lengua tibia y húmeda hurgando contra la sensibilidad exacerbada del clítoris, hizo estallar en Jéssica un profundo sollozo de placer y contento. Separando por un instante la cabeza, pudo ver en los ojos tremendamente celestes de Carla la lascivia más profunda y atrayéndola hacía sí, se prodigó en una entrega total a esas verdaderas artes bucales con que aquella la sojuzgaba, sintiendo en su entrepierna como Romina la hacía acceder a una nueva dimensión del goce.
Tendida boca abajo, Romina estaba alucinada por aquel sexo núbil al cual sería la primera en acceder y bajando con la lengua vibrante a lo largo de la raja, recorrió los coralineos pliegues, escarbó apenas en el hueco vaginal, recorrió un largo perineo para arribar a aquel haz de fruncidos tejidos que inaugurara Dolores.
Como respondiendo a esa memoria muscular que la hiciera recordar su placer ante la penetración de las cánulas cuando Dolo la sometiera con la lengua, los esfínteres cedieron blandamente a la estimulación y la de Romina pudo no sólo satisfacerse con los rosados tejidos externos sino que se introdujo a saborear el agridulce de la tripa.
Crispada por tanto disfrute, entre besos, chupones y lambetazos la bisoña modelito suplicaba a Carla que la hiciera gozar aun más de lo que estaba haciéndolo y cuando esta, con un dejo de perversa fiereza, le preguntó si efectivamente quería gozar como una verdadera lesbiana, asintió fervorosamente estimulada por lo que Romina estaba ejecutando en su ano.
Con presta agilidad pero sin brusquedad alguna, la rubia actriz se levantó para ahorcajarse acuclillada sobre su cabeza, descendiendo el cuerpo para que la vulva quedara próxima a la boca de Jéssica y reclamándole que la chupara. A ella jamás se le había ocurrido que tendría esa oportunidad y conocedora sólo de su propio sexo, miró con una mezcla de curiosidad y repulsa a aquel que, desprovisto de vello alguno, se abría como una boca alienígena sobre ella.
Por su parte, Romina se había contentado por la docilidad de aquellos esfínteres y satisfecha su gula por el momento, llevó la lengua tremolante sobre el extenso perineo, deteniéndose a hurgarlo al tiempo que la punta de la nariz tentaba la entrada a la vagina para prologar su llegada que la recorrió en todo el derredor.
Su vasta experiencia le había enseñado que en una mujer con una práctica sexual habitual, ese agujero tenía dimensiones y tejidos lábiles que se distendían autónomamente ante la excitación, pero el aspecto de este abonaba la proclamada virginidad de la jovencita.
El restregar de la nariz parecía no haber afectado a las carnes y la punta de la lengua, tras hostilizar los bordes, fue introduciéndose en el vestíbulo para alcanzar los verdaderos esfínteres que se ubican a poca distancia de la entrada. Estos permanecían prietamente cerrados pero al estímulo de la lengua, fueron dilatándose para ir dejando entrar a la invasora.
Jéssica estaba temerosa por las nuevas sensaciones que experimentaba, tanto por parte de las mujeres que la habían seducido hasta el momento como de las que le proporcionaban el alcohol y las drogas, haciéndola caer a pozos en los que se perdía en una nebulosa multicolor, con la pérdida de la noción de tiempo y espacio y, paralelamente, sublevando su sensibilidad para sentir los mayores placeres que hubiera conocido.
La punta de la lengua escarbando en la entrada vaginal la ponía frenética y en una reacción de causa-efecto, lo que pudiera experimentar por el sexo que se abría dilatado frente a sus ojos, se transformó en una loca ansiedad por replicar lo que Romina hacía en ella y extendiendo la lengua, la agitó para tomar contacto con la vulva abrillantada por las exudaciones hormonales.
El roce tuvo efecto de shock, ya que no imaginaba sentir ese sabor picante y dulzón, deliciosamente único. Ella esperaba una acritud con resabios marinos pero en cambio recibía aquel néctar inesperado y procediendo como sentía hacer a la actriz en su sexo, dilató con dos dedos los gruesos labios amoratados para presenciar extasiada la belleza del interior, en el que los intricados meandros de los carnosos labios menores caían como colgajos cargados de sangre que cubrían al óvalo por entero y, haciendo a la lengua tremolar sobre ellos, junto al indecible gusto de los humores, los sintió aflojarse para ceder paso al órgano bucal.
Evidentemente era lo que Carla esperaba, ya que en tanto la alentaba a seguir con apasionadas frases en las que tanto la lisonjeaba o la calificaba como su putita personal, meneaba adelante y atrás sus caderas, haciendo que el sexo todo se estregara sobre la boca de Jéssica.
Entretanto, Romina no se daba paz y excitando al tubito carneo del clítoris con un dedo pulgar, hacía que la lengua vibrante recorriera de arriba abajo el interior de la vulva, suplantándola con un dedo en el vestíbulo de la vagina. Los grandes labios aferraron entre sí los frunces y sorbiéndolos con gula de naufrago, comenzó a tirar de ellos para soltarlos cuando parecían llegar a su límite de extensión, dejando que el dedo, diplomático explorador, fuera penetrando a la vagina sin que, a pesar de su cuidado, encontrara resistencia alguna.
Jéssica también aguardaba el momento en que su mentado himen fuera destrozado pero, para su contento, sintió como el largo dedo mayor penetraba hasta que los nudillos se lo impidieron y, una vez adentro, se curvaba para iniciar una serie de encogimientos que rascaban las carnes encharcadas por tanta mucosa derramada. Regocijada por la nueva sensación de ser penetrada, hizo que su boca realizara prodigios en el sexo de la rubia muchacha y buscó imitar a Romina pero, ante el inicio de la penetración y diciéndole que esperara, Carla se dio vuelta para quedar invertida en el mismo lugar e, inclinando el torso, abrió las piernas arrodilladas cuanto pudo, ordenándole que ahora sí le hiciera un servicio completo.
Verdaderamente, en esa posición un semicírculo mágico que comenzaba en el clítoris y terminaba en el ano se le ofrecía en forma total y obedeciendo a su mentora, se afanó en chupar al erecto pene femenino en tanto introducía su dedo índice a la vagina; el mayor de Romina ya había recorrido todo el conducto a la búsqueda de aquella callosidad que necesariamente la muchacha debería poseer y encontrándola en la concavidad de la parte anterior, casi indetectable, introdujo al índice para que los dos dedos juntos la excitaran al tiempo que el curioso pulgar de la otra mano tentaba la abertura del ano.
A Jéssica el placer la mareaba y en tanto su cuerpo hacía que la pelvis se meneaba a la búsqueda del goce ignorado del coito, hundió su boca con desesperación en el sexo mientras con tres dedos obedecía los reclamos de Carla para que la penetrara totalmente.
Los dedos se introdujeron al canal vaginal sin oposición alguna hasta que, una vez adentro y en tanto rascaba suavemente los húmedos tejidos calientes, Carla encogió esos músculos para que presionaran a los dedos como un guante carneo e, imprimiendo a la pelvis un movimiento ondulatorio, le dijo que la cogiera lo más profundamente posible en tanto se inclinaba más sobre ella para que una de sus manos reemplazara al pulgar de Romina en la masturbación al clítoris, con tal vigor que arrancó en la jovencita un gemido que conjugaba el sufrimiento con el placer.
Ante la ayuda de su amiga, Romina tomó un consolador de látex que le alcanzara Dolores y, apoyándolo sobre el sexo de Jéssica, lo recorrió de arriba abajo, presionando fuertemente dentro del óvalo, estregando los ahora inflamados pliegues de los labios menores y, pasando rápidamente al ano, estimularlo con la punta ovalada para luego retornar inversamente, acopiando los jugos que manaban los poros y la vagina.
Sumida en los vértigos en que la sumía la droga, toda su atención parecía estar centrada en satisfacerse complaciendo a Carla, cuando cobró conciencia de lo que Romina estaba haciendo con el consolador y, demasiado tarde, reaccionó cuando todo el falo artificial hubo penetrado reciamente la vagina hasta golpear contra el fondo.
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