Una despedida modelo 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
Una despedida modelo 2
No era un dolor en sí mismo; como una comezón invadía la delicada piel con un roce que se hacía insoportable y paralelamente, al sentir como su volumen parecía ocupar al conducto por entero, una oleada de placer se expandió desde el bajo vientre a todo su cuerpo, arrebatándola y haciéndola transpirar al tiempo que la dejaba sin aliento.
Con una saña feroz que contrastaba con su burlona sonrisa, Romina había tomado como eje la boca de la vagina y desde allí movió en círculos al consolador, distendiendo hasta lo imposible los tejidos por sobre la lubricación de las espesas mucosas que secretaba el útero. Ahora sí, el sufrimiento superaba al placer y cuando entre sollozos hipantes Jéssica se lo hizo conocer, levantándole las piernas para apoyarlas en sus espaldas, inició un torturante ir y venir que la repetición fue transformando de espantoso a sublime.
Si ese era un coito, benditos fueran los coitos que le concedían la oportunidad de gozar como nunca lo hiciera y, descargando toda la furia de su excitación en Carla, atrapó al baqueteado clítoris para chuparlo con vehemencia y los dedos no se dieron descanso en penetrar como un émbolo la vagina hasta que, en medio de sonoros rugidos, bramidos y maldiciones, las tres alcanzaron sus orgasmos para caer enredadas como si hubieran sido fusiladas.
En medio de una somnolencia letárgica, Jéssica sintió como pasaban por su cuerpo suaves paños húmedos, enjugando los restos de sudor, saliva y humores vaginales que deberían cubrirla y dejándose estar en una suave dormilona, iba recuperándose cuando Ingrid, acostada a su lado y en tanto le musitaba dulzuras para terminar de despertarla, recorrió el torso con tiernas caricias de sus largos dedos.
Cuando por la firmeza con que sostenía su mirada, notó que, aun ofuscada por el Extasis, Jéssica tenía plena conciencia de lo que sus entrañas seguían reclamándole y que sería ella una de las encargadas de satisfacerla, la misionera buscó sus labios con la tibieza de los suyos y estos se abrieron apetentes en primitivo reflejo.
Aunque por su estatura y corpulencia la rubia imponía respeto, las suyas eran las caricias y besos más tiernos de que Jéssica disfrutara esa noche y brindándole la boca oferente con generosidad, se extasió en besar y dejarse besar hasta que la modelo fue rotando su cuerpo para quedar invertida encima de ella y, diciéndole con afectuosa dulzura que la imitara en todo, reinició el besar.
Lenguas y labios se enredaban y unían en las más voluptuosamente eróticas muestras de deseo en tanto las manos que en principio acariciaran los brazos y espalda de la otra, se dirigieron a los pechos para comenzar a sobarlos con concienzuda pertinacia.
Acostumbrada a sostener largas sesiones de besos con aquel novio al que le negara la virginidad que las mujeres habían destrozado, Jéssica se entregaba con verdadero denuedo a la boca de la misionera en tanto sus manos imitaban a las de aquella en el sobamiento a esos pechos magníficos que oscilaban tentadores sobre ella, comprobando que, iguales a las suyas, las pulidas aureolas se levantaban en forma cónica hasta constituirse en otro pequeño seno, en cuyo vértice campeaba un corto pero grueso pezón.
Intercambiando salivas, angurrientas, se prodigaban casi con iracundo afán a los chupeteos y besos al tiempo que las manos habían pasado de los cariñosos sobamientos al frenético estrujar de los senos, hasta que tácitamente, sin pronunciar otra cosa que mimosos gruñidos de satisfacción, ambas deslizaron sus cuerpos para hacer que las bocas quedaran a la altura de los pechos.
Cuando los labios, siguiendo el rastro baboso que iba dejando la lengua, comenzaron a enjugar la tibia saliva con pequeños chupeteos, ella sintió como si un deseo irrefrenable la compeliera y entonces su boca buscó las bamboleantes masas que colgaban frente a su rostro; el asir entre los dedos la delicada piel de los sólidos pechos la satisfizo y estrujándolos con la misma devoción que la otra muchacha, hizo que su lengua tremolara veloz sobre el grueso pezón que, sin embargo, cedió elásticamente a la agresión.
Ingrid hacía un trabajo maravilloso en sus pechos, alternando los lambeteos con voraces chupones en tanto los dedos acometían rudamente al pezón del otro seno con pequeños pellizcos o unos fantásticos retorcimientos que la crispaban de angustia. Para devolverle algo de cómo la estaba deleitando, la imitó con tanto ardor que a poco, las otras asistentes al acople, escuchaban como cada vez parecían entusiasmarse más y de sus gargantas surgían ayes y gemidos sofocados entremezclados con el chasquido de los húmedos chupeteos.
La desesperación parecía ir dominándolas hasta que Ingrid tomó la iniciativa y, abalanzándose sobre la entrepierna, terminó de separarle las piernas abiertas y colocándolas bajo sus axilas, consiguió que toda la zona venérea de la joven quedara expuesta horizontalmente. Maravillada por el aspecto juvenil de la pequeña vulva y el ceñido haz de los esfínteres anales, hizo a la cabeza descender como un ave de presa para que la punta afilada de la lengua estimulara vibrante al ano.
Jéssica realmente gozaba con aquello y diciéndole sordamente que así le gustaba disfrutarlo, repitiendo lo que hiciera con Carla, se aferró a los poderosos muslos para acercar su boca a ese sexo que, con un triangulito de vello intensamente rubio igual al suyo, se dilataba oferente.
Esta vez no dudó y sin prolegómenos, se aferró a las nalgas para alojar en la vulva su boca inmensamente abierta, succionando como una ventosa para ir penetrándola y gozar del sabor de esas carnes que, delicadamente abundantes, chupaba y trasegaba sus jugos con angurria.
Después de azuzar vigorosamente al ano, la boca de Ingrid subió hacia la vulva y, envarando la lengua, penetró la vagina para que, el moviendo arriba y debajo de la cabeza, la hiciera deslizarse como una elástica verga.
Con esa fantástica estimulación, Jéssica no necesitó de más para llevar a lengua y labios a recorrer todo el arco venéreo que exhibía la misionera, utilizando sus dedos para excitar tanto al clítoris como al ano y durante unos momentos se abstrajeron enajenadas en tal deliciosa tarea, hasta que la intervención de Dolores las detuvo unos instantes para colocar en sus manos un par de consoladores.
Demostrando haber estado esperando por aquello, Ingrid mojó con abundante saliva la entrada a la vagina de Jéssica y, delicadamente, como si no hubiera apuro, fue penetrándola hasta que los dedos que sostenían al falo chocaron con los tejidos empapados. A decir verdad y si el que sentía adentro era semejante al que tenía en la mano, el consolador no era ciertamente impresionante; de no más de veinte centímetros, por su color y apariencia imitaba a uno verdadero, curvado y con una fina cabeza ovalada.
Pero, tal vez esa pequeñez era la causa por la que Ingrid conseguía hacerle experimentar sensaciones que antes no consiguiera Romina con sus perversas penetraciones; es que esta movía cuidadosamente la verga en su interior, como explorando las carnes apenas estrenadas y eso le hacía tomar conciencia de lo sensibles que eran sus tejidos interiores.
Esta vez no hizo falta que nadie le sugiriera nada; consciente de que debía devolver el favor a quien la estaba haciendo gozar de una buena cogida y ella misma excitada por la perspectiva de poseer a otra mujer con un artefacto viril, escupió como hiciera la misionera el palpitante agujero y con igual delicadeza, fue introduciéndolo a la vagina, recibiendo el agradecido beneplácito de la modelo.
Ella no sabía de carnes, humores vaginales ni nada de eso, pero al sentir la natural oposición de los músculos vaginales a la intrusión, un algo poderoso pareció crecer en Jéssica, una sensación de omnipotente prepotencia que la llevó a chupetear todo el contorno por donde el consolador se introducía en la mujer y obtenida una cadencia en el vaivén de la cópula, se dedicó con ahínco a chupetear y mordisquear al erecto clítoris de Ingrid.
Correspondiendo a tanto esmero, la rubia modelo se había aplicado en restregar la punta del falo sobre la excrecencia del Punto G. Al sentir los dientes menudos rayendo su clítoris, decidió dar fin a tan exquisita cópula, y en tanto alentaba a la joven para que se aplicara en aquel último esfuerzo que las llevaría al orgasmo, introdujo totalmente la verga para iniciar un frenético ir y venir al que complementó introduciendo el dedo mayor al ano de la jovencita.
Verdaderamente, el sojuzgar a la misionera había alterado el orden de los principios de Jéssica y en tanto la penetraba con ardoroso ímpetu y su boca parecía querer devorar al clítoris, al tanteo y como su guía, metió un dedo a la tripa que parecía estar esperándolo para dilatarse mansamente.
Ahora era ella quien deseaba acabar y en tanto distraía su boca para reclamárselo a Ingrid, sintió como aquella agregaba otro dedo al que metía en su ano para sodomizarla de esa manera al mismo ritmo con que la penetraba por el sexo. Nunca había imaginado poder ser tan dichosa y en tanto sentía confluir la lava de sus ríos internos hacia el caldero del vientre, fue cayendo en esa inevitable y bienhechora modorra en que la sumergían sus orgasmos.
No supo con certeza cuanto tiempo había transcurrido desde el último y feliz acople con la rubia modelo, pero, despertando súbitamente de su letargo, se asombró de no sentir la menor molestia luego de tanto traqueteo y sí, una eufórica sensación que se parecía demasiado a la imperiosa necesidad de la ninfomanía.
Como respondiendo a ese enigma que le planteaban su cuerpo y mente, con la sempiterna sonrisa que la hiciera estrella de tantas comedias en la televisión, Natalia se arrodilló en la cama para anunciarle que ella tendría el honor de protagonizar la iniciación del epílogo de esa noche de aprendizaje lésbico tras el cual ella pasaría a formar parte del grupo.
Las manos que conservaba cruzadas detrás de su cuerpo, sólo servían para poner en evidencia la contundente solidez de los pechos erguidos, la chatura musculosa del vientre y en medio de las fuertes caderas, el vértice que denunciaba la prominencia casi desmesurada de una enorme vulva totalmente depilada. Sacando las manos hacia delante, descubrió que en ellas portaba lo que le pareció una masa confusa de cintas negras.
Recurriendo a esa habilidad que da la costumbre, Natalia se colocó el arnés – que de eso se trataba – y un enorme príapo quedó expuesto en toda su magnífica dimensión. Su aspecto impresionó a la jovencita que sintió una pizca de temor ante el tremendo falo, tal vez porque fuera tan similar a uno verdadero.
Con una sonrisa pícaramente mefistofélica deformando su hermosa boca, Natalia se acostó encima de ella y el calor de su cuerpo la reconfortó. Murmurando indecencias con respecto a lo que no tardaría en hacerle, la actriz encerró su boca entre esos labios maleables y la lengua buscó con avaricia a la suya que, primitivamente ansiosa, tremoló ávida contra ella.
Susurrándole una extraña mezcla de palabras amorosas con las más groseras referencias sexuales, Natalia se entregó a la hipnótica tarea de besarla con angurria durante un rato, tras el cual, dejó a su boca deslizarse por el pecho ruboroso para alojarse sobre las aureolas a las que rascó con el filo de los dientes y luego, envolviendo al pezón entre los labios, succionarlo con ruda fruición, rayéndolo con los incisivos.
Todavía incrédula de la facilidad con que, tanto su mente como su cuerpo se habituaban a aquellas desviadas manifestaciones sexuales que le abrían un nuevo mundo de sensaciones placenteras y ponían a sus fantasías un horizonte ilimitado, Jéssica se retorcía por el goce y sus manos buscaban recompensar con sus caricias el afán que Natalia ponía en someterla.
Los dedos se hundieron en la mata de la ondulada cabellera e, imperceptible pero firmemente, fueron empujando la cabeza hacia abajo. Comprendiendo su mandato silencioso, la boca se hizo dueña de la hendedura longitudinal que se abría en el abdomen y utilizándola como rápida vía para llegar al bajo vientre, fue sorbiendo y lamiendo el sudor acumulado sobre el ínfimo triangulito velloso, succionando y tirando de los pequeños cabellos
Después y al tiempo que la boca se apoderaba del irritado clítoris, dos dedos penetraron la vagina, buscando el bulto que formaba en su cara anterior la inflamación del tejido poroso que, por detrás envuelve a la uretra, provocando que la jovencita asintiera fervorosa y le murmurara ansiosamente que insistiera en restregarlo.
Cuando Jéssica comenzó a arquear el cuerpo e imprimió a su pelvis un suave ondular, Natalia se enderezó frente a ella y levantándole las piernas encogidas hasta que las rodillas quedaron sobre los hombros, le pidió que las sostuviera así, y, guiando con la mano al príapo, comenzó a penetrarla.
El volumen de los anteriores consoladores quedó reducido a una nada por el tamaño impresionante del falo que, mucho más grueso y rígido que los anteriores, era poseedor de arrugas y anfractuosidades que laceraban la lábil piel del canal vaginal. Mordiéndose los labios para reprimir el grito, soportó a pie firme la introducción del ariete, que se detuvo cuando la cabeza llegó al abultamiento que habían excitado los dedos y allí se entretuvo en corto vaivén copulatorio unos momentos, haciendo que la jovencita, crispada por la expectativa, el sufrimiento y el goce, volviera a menear las caderas, incrementando el restregar de la verga.
Los gemidos de Jéssica se mezclaban con los bramidos furiosos de la morocha que con sus manos apretaba esa depresión que se produce debajo de la comba del vientre y antes del bulto del Monte de Venus, ejerciendo presión sobre la uretra y el consiguiente incremento de la callosidad interna. Exacerbada por la penetración a que la sometía e inclinando el cuerpo hacia delante, introdujo totalmente el falo monstruoso, iniciando un cadencioso vaivén cuyo movimiento la hería dolorosamente, ya que su superficie estaba recubierta de escamillas que se abrían como minúsculas aletas al retirarse, pero esa misma cualidad era la que la sumía en una bienaventuranza lacerante que pareció hacerla estallar de placer cuando Natalia reinició las succiones a sus senos, incrementando el ritmo de los enviones de la pelvis que chasqueaba ruidosamente contra las carnes de la jovencita.
Aquella posesión masculinizada había sacado de quicio a la ex-virgen que, soltando sus piernas para que quedaran abiertas como una V, afirmó los codos sobre la cama dándose envión para ir al encuentro de ese cuerpo vigoroso y de la verga que le producía sensaciones tan placenteras. Era un espectáculo maravilloso ver esos cuerpos hermosos, barnizados brillantemente por la transpiración, embistiéndose como dos bestias en celo y rugiendo como tales.
Totalmente desmandada, imbuida de la reciedumbre viril que le otorgaba el fálico miembro y las emociones que la hacían disfrutar del coito como si realmente aquel tuviera sensibilidades que se transmitieran a su cuerpo a través del roce con su sexo, Natalia salió por un momento de Jéssica para ponerla de costado, haciéndole encoger una pierna contra el pecho y estirar la otra hacia arriba, apoyada sobre su hombro derecho.
En esa posición la vulva se mostraba abierta y dilatada, dejando ver la amplia entrada a la vagina y el rosado intenso del óvalo. Guiando nuevamente la verga con su mano, la restregó duramente contra las carnes inflamadas e hinchadas y, cuando Jéssica comenzó a gimotear, con aviesa lentitud, la penetró hasta que la charolada superficie del arnés chocó contra la vulva. Abrazada a la pierna y haciendo palanca con ella, impulsó nuevamente a su cuerpo y el falo comenzó a entrar y salir como un émbolo demoníaco de la vagina. Extrayéndolo en su totalidad, la mujer observaba fascinada la dilatación que le dejaba ver los rosados tejidos del interior y, recién cuando los esfínteres recuperaban su posición, lo volvía a introducir. Y así, una y otra, y otra vez, hasta que la muchacha comenzó a balbucear que estaba próxima a su orgasmo.
Como si aquello la disgustara porque ella aun estaba lejos de alcanzarlo, Natalia la colocó de rodillas y, apoyándose en la región lumbar, prosiguió penetrándola desde atrás pero, abandonando su posición arrodillada, se acuclilló detrás de la muchacha como una bestia primitiva para, arqueando su cuerpo con un envión feroz, hacer que la verga golpeara rudamente al útero. Mordiendo las sábanas por el sufrimiento y las indecibles ganas de orinar insatisfechas que escocían en la vagina, de manera inconsciente, Jéssica imprimió a su cuerpo un lerdo balanceo que la acoplaba al cadencioso ritmo con el que la mujer la poseía.
Los gemidos sofocados por la tela no hacían otra cosa que enardecer a Natalia que, asiéndola por las caderas, hacía que el vaivén de ambos cuerpos se hiciera alucinante. Apoyada solamente en su cabeza y hombros, la joven llevó las manos al sexo para estimular instintivamente al clítoris mientras la pelvis charolada se estrellaba sonoramente contra las nalgas, emitiendo líquidos chasquidos por los jugos vaginales que emanaban desde las entrañas en un orgasmo que sumió a Jéssica en una placentera y circunstancial paz.
En tanto que la jovencita jadeaba tratando de encontrar el aire que le permitiera respirar mejor entre la saliva que llenaba su boca dada la inclinación del cuerpo, fue Dolores quien consideró llegado su momento como anfitriona; provista de un arnés similar al de Natalia, se aproximó desde atrás y doblando las rodillas de sus piernas prodigiosamente largas, fue introduciendo el falo al sexo de la actriz.
Como si no hubiera acabado, Jéssica encontraba placer en disfrutar de aquel martilleo con que Natalia la sometía.
Ralentando el bamboleo de su cuerpo para que Dolores se adaptara a esa cadencia, la famosa “monita” la penetraba ahora con tal exasperante lentitud que alienaba a la jovencita por la angustia que tanto goce ponía en su pecho. Dejando caer un chorro de espesa saliva sobre la hendedura entre los glúteos, Natalia envió un dedo pulgar a resbalar en ella y con tierna solicitud lo enterró totalmente dentro del recto.
Oyendo los ronquidos complacidos que emitía la boca de Jéssica y en tanto sentía como Dolo estrujaba reciamente sus grandes pechos bamboleantes al tiempo que el magnífico príapo se deslizaba rudamente en su canal vaginal, Natalia continuó un rato con aquella intrusión en tandem que parecía gustar a la joven, hasta que, sin previo aviso, sacó la verga de la vagina pletórica de fragantes jugos y, apoyándola sobre el dilatado ano, fue enterrándola en la tripa.
Una cosa eran los delgados dedos femeninos y otra muy distinta la rígida consistencia de aquel falo monstruoso de más de cinco centímetros de grosor. Emitiendo un agudo grito de dolor, la joven se irguió apoyada en sus manos y el cuerpo realizó un instintivo movimiento de huida que Natalia refrenó asiéndola férreamente por los hombros y en conjunción con los brazos que tiraron de ella hacia atrás, la verga se deslizó sin pausa hasta que las carnes chocaron ruidosamente.
Sintiendo como si una espada ardiente la hubiera atravesado de lado a lado, una miríada de fosforescentes luces multicolores estallaron en su mente simultáneamente con la penetración y el alarido se convirtió en una gorgoteante súplica a la mujer para que no le hiciera daño. Deteniendo el loco vaivén por unos instantes e inclinándose sobre ella, Natalia dejó descansar sus senos sobre las espaldas conmovidas de la joven mientras le murmuraba tiernas palabras de amor y sus manos se apoderaron de los senos colgantes estrujándolos entre los dedos.
Acompañándola, Dolores había retirado la verga de la vagina de Natalia para aprovechar esa nueva inclinación y apoyándola sobre el ano, la enterró totalmente en el recto con el complacido agradecimiento de la actriz , quien, inspirada por la fenomenal sodomía, deslizando al falo sobre la humedad que lubricaba al recto, fue empujando cada vez un poco más la cabeza de Jéssica hacia abajo hasta que aquella quedó aplastada sobre la cama y el ano, casi horizontal, resultaba propicio para que la verga hábilmente manejada por la mujer acuclillada tras la jovencita, la penetrara en ángulos distintos. Cuando Natalia comenzó a menear las caderas en forma circular, la tripa pareció adquirir una elástica consistencia que enviaba mensajes de infernal dulzura a la mente de Jessica que, ahogada por su propia saliva, gimoteaba e hipada ruidosamente, complacida por el martirio que le causaba la mujer.
La penetración se hizo cadenciosa y en trío se abandonó al placer recíproco de someter y ser sometida, intercambiando anhelosas frases en las que manifestaban toda la dicha que mantener aquella cópula les provocaba tamaña dicha. Igualando lo que Dolores hacía en ella sacando totalmente el miembro del ano, Natalia alucinaba contemplando lo dilatada que quedaba esa boca desdentada, permitiéndole ver el rosado blancuzco de la tripa. Cuando los esfínteres se fueron cerrando, introdujo la verga en la vagina, proporcionándole dos o tres pequeños empujones y, retirándola, contempló extasiada como permanecía distendida en burda imitación a una boca formando un beso.
El dúo infernal fue alternando las penetraciones a anos y vaginas y aquel proceso que ponía jubilosos bramidos en sus bocas, se repitió hasta que Natalia sintió arribar toda la potencia del orgasmo largamente contenido. Hincando los dedos en las ingles de Jéssica, incrementó el flexionar de las piernas encogidas; proyectándose en un arco perfecto, obtuvo el orgasmo y con un rugido, expulsó una eyaculación tan abundante como la de un hombre que escurrió en sonoros chasquidos a través del consolador con que Dolores la socavaba.
Si pensaba que junto con esto la jornada llegaba su fin, Jéssica estaba totalmente equivocada. Apartando a la convulsionada Natalia, Dolores la condujo al centro de la cama y, acostándose ella boca arriba en la cabecera con el príapo infernal alzándose erecto, le enseñó como debía acuclillarse ahorcajada sobre él y guiándola para que descendiera el cuerpo, fue haciéndola penetrarse con la verga.
Jéssica no podía creer no sólo en su resistencia para aguantar cuanto sucediera, sino también la excitación desenfrenada que la hacía desear y gozar más y más cada una de ellas a pesar de las incontables eyaculaciones que alcanzara y del ardiente palpitar de los tejidos anales y vaginales inflamados. El paso del falo bestial en esa posición vertical era maravilloso pese a sentirlo rozar los despellejamientos que le ocasionara Natalia y apoyándose en las rodillas para mantener el equilibrio mientras exhibía toda la esplendidez de su sonrisa iluminándole la cara, fue flexionando sus piernas en ralentado galope hasta sentir la punta del falo exceder al cuello uterino para golpear las mucosas del endometrio.
En esa postura, el portentoso príapo parecía adquirir otras virtudes que la incitaban a moverse hacia delante y atrás al tiempo que meneaba las caderas de lado, inaugurando nuevas regiones que recién despertaban al placer. Ante la mirada complacida de Dolores que la aferraba por las caderas para acompañar sus movimientos, ya no era el galope lo que la jovencita emprendía con entusiasmo, sino que lo complementaba con un fuerte balanceo adelante y atrás en tanto sus manos se solazaban estrujando aquellos senos inigualables de la modelo.
Después de unos momentos de ese fantástico coito, Dolores le pidió que dejara de acuclillarse para colocarse arrodillada y en esa nueva posición que había adoptado sin sacar al falo de la vagina, la incitó a reanudar el galope pero, atrayéndola hacia sí, tomó entre sus manos los senos oscilantes de la jovencita para estrujarlos primero y luego retorcer entre los dedos las mamas, hundiendo en ella los afilados bordes de sus uñas.
Jéssica ya había comprobado su alta cuota masoquista y que el dolor, mientras más profundo era, tanto más la hacía gozar. Imitando a su anfitriona, llevó sus manos a ejecutar semejante trabajo y a poco eran las dos quienes rugían como bestias enceladas en medio de esa cópula bestial.
Obnubilada por el deseo que nada parecía satisfacer, era ella quien la suplicaba a la mujer que la penetrara más y más con sus violentos remezones desde abajo, cuando se sintió asida por la cintura y la voz inconfundible de Natalia ratificaba su promesa de hacerla acabar como nadie.
Haciéndole detener la jineteada y separándole las nalgas para dejar caer entre ellas una abundante cantidad de saliva, apoyó el falo sobre los esfínteres y empujó. Además de su largo y grosor, el consolador se estregaba reciamente contra el que Dolores mantenía dentro de ella y aunque estaban separados por los tejidos de la tripa y la vagina, esas delgadas membranas parecían no existir y los sentía plenamente.
Las sodomizaciones habían terminado por complacerla pero ahora era el volumen de los falos que ocupaban su cuerpo lo que la hacía estremecer de dolor y ese era un sufrimiento que conllevaba inseparable la recompensa inmediata del placer. Quejándose roncamente y en medio de lágrimas en las que se mezclaban el dolor y la alegría, farfullaba frases ininteligibles con las que animaba a las mujeres a penetrarla más y más hasta hacerle alcanzar el último orgasmo como soltera.
Las carnes de quien hasta hacía poco tiempo era una virgen irredenta parecían tener la virtud de distenderse a su antojo y, cuando tras hacerle levantar la grupa para que Dolores la penetrara con todo el envión de su pelvis desde abajo, Natalia se acomodó en una posición acrobática para introducir conjuntamente con la de la anfitriona la verga en su vagina, creyó desmayar de felicidad.
Jamás había imaginado posible aquello y mucho menos que ella fuera la beneficiaria de tan espléndido regalo.
Rugiendo y bramando por el placer de esos falos restregándose en su interior, acompañaba la cópula bestial con todo su cuerpo, cuando la plenitud del goce alcanzó su apogeo al sentir como las manos de la actriz comenzaban a introducir en el ano la ovalada punta de un tercer consolador.
En una confusa mezcla de apasionadas alabanzas con sollozantes súplicas en las que les pedía que no dejaran huellas en ella porque en tres días se casaría, arreció con sus vaivenes y meneos y, cuando finalmente los tres falos ocuparon totalmente tripa y vagina, expresando sus más fervorosas ansias por acabar, se debatió casi heroicamente hasta que la fortaleza insuperable de un orgasmo como jamás sintiera, la hundió en la pequeña muerte de la satisfacción total.
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