VICTORIA Y LUJAN
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
VICTORIA Y LUJAN
Hace varios días que Victoria no se encuentra bien, ya que, además de unos repentinos vahídos que hasta la enajenan del lugar o la circunstancia que esté viviendo, sufre de inoportunas pérdidas de memoria con respecto a hechos puntuales o a conocimientos básicos que la han puesto en ridículo ante sus colegas al momento de diagnosticar.
Como buena médica, siempre se muestra exigente con respecto a los demás pero cuando se trata de asuntos personales, es remisa a manifestar sus dudas y mucho menos a pedir consejo. Sorteando el momento automedicándose, consigue minimizar el problema durante un tiempo, pero los recurrentes mareos y amnesias la hacen tomar la decisión de efectuarse unas pruebas personalmente y en secreto.
Teniendo acceso al nuevo aparataje médico y sabiéndolo manejar a causa de unos cursos obligatorios por los que cualquier médico, sea cual fuera su especialidad, debe poder operarlos, terminado su turno vespertino se escabulle hacia la sala de tomografía y acomodando el aparato que le permitirá hacer tomas de su cerebro en varias secuencias que lo muestra como cortado en fetas, efectúa dos placas por si la primera hubiera fallado.
Aunque ella es clínica de sala, sabe “leer” las imágenes y esa zona blancuzca en un sitio donde no debería estar, la convence que se trata de un tumor que, por su tamaño y aparente textura, se encuentra en una fase avanzada de crecimiento, por lo que conjetura no será operable.
Queriendo descreer de su habilidad para interpretar la placa y tratando de confirmar lo que presume, se la lleva a un neurólogo amigo como si fuera de una paciente y este, sin ninguna duda, corrobora ese diagnóstico y ante su pregunta sobre el tiempo de sobrevida, le dice que es difícil pronosticar la evolución exacta de ese tipo de tumores pero que la muerte puede producirse entre los tres a seis meses.
Como médica, está acostumbrada a esos cimbronazos y a la muerte con la que se codea cotidianamente en la sala de clínica médica del hospital para soportar con entereza el mal trago, pero esa noche, en la soledad de su cama, examina su vida y el por qué se encuentra sola a una edad en que debería estar gozando de sus mejores años.
Auto evaluándose, admite que en gran medida ella es culpable de eso, ya que su pensamiento rígidamente estructurado la ha condicionado para el sacrificio de sus propios intereses en pos de entregarse a los demás. Fue con esa consigna como atributo inconsciente que encaró sus estudios secundarios y terciarios, relegando siempre a segundos o terceros planos todo aquello que supusiera como frívolo o vano.
Tampoco es que haya tenido una adolescencia y juventud monacal, ya que su propia naturaleza de mujer se dejaba influir por sus compañías y, de vez en cuando, concurría a fiestas particulares donde había aprendido a bailar y como era atractiva, hasta se permitió sostener ocasionales romances que despertaron zonas erógenas que desconocía tener.
Descubierta esa sexualidad soterrada por su rígida disciplina de pensamiento, se dejó llevar por las circunstancias y a los diecisiete años, de pura intención, perdió gozosamente la virginidad a manos de un circunstancial compañero de baile al cual no volvería a ver jamás pero a quien le estaba agradecida por haberle abierto las puertas del placer.
Con esa arma que le permitía la descompresión de sus problemas pero sin entrar en la entrega fácil de su virtud, mantuvo un sexo saludable con eventuales amantes a los que, para que no alentaran falsas expectativas, hacía conocer que lo efímero de esa relación sólo respondía a sus necesidades.
Su ingreso a la Facultad modificó algunas de esas premisas y, ya más estabilizada, se permitió sostener romances satisfactorios en lo físico y afectivo pero que no generaban en ella suficiente afecto como para querer consolidar la relación, hasta que llegó Ramiro y todo cambió.
El romance, fugaz y tórrido, terminó en un apresurado casamiento y no porque ella estuviera embarazada sino por sentimientos que les hacía imprescindible estar unidos pero, si bien él trataba desesperadamente de satisfacerla en todo, especialmente en lo sexual, la obsesión que su trabajo en el hospital le generaba, se traducía en jornadas que excedían largamente los horarios y siempre estaba dispuesta a dejar todo por brindar una mano, ya fuera en consultorios externos, su propia sala o colaborando con otros servicios.
Poco a poco, eso y la poca afinidad de sus respectivos trabajos, fueron deteriorando la convivencia hasta que decidieron de mutuo acuerdo que habían cometido un error y se separaron. En tanto se sucedían los engorrosos y molestos trámites y audiencias, ella había alquilado un departamento al que habitaba esporádicamente por horas, ya que la vida hospitalaria se le hacía tan imprescindible, que llegó a convertirse en un sitio donde sólo guardaba su ropa y efectos personales.
Pasado un tiempo, obtuvo el divorcio y dueña de un menguado patrimonio, se hizo propietaria de un pequeño departamento al que dio la misma utilidad que al anterior, sumergiéndose en tareas alternativas de servicios sociales y asistencia de duelo a los parientes de los enfermos que fallecerían, hasta que el hospital se volvió su verdadero hogar.
El análisis de esos quince años dedicados al estudio y una enfermiza vocación de servicio que excedía lo normal para transformarse casi en una inmolación de sí misma, le hacen descubrir que la vida así vivida no tiene ningún sentido y que su próxima, cercana o no, pero cierta muerte, no debe alcanzarla sin darse aquellos gustos y fantasías que por propia voluntad relegara a un oscuro rincón. Repasando al más lejano y tortuoso, encuentra que en lo sexual, largamente ejercitado hasta con fiera incontinencia en sus años jóvenes, sólo le quedan dos caminos intransitados, que son el sadomasoquismo y el lesbianismo.
Como el dolor, recibido o proporcionado, no le es una alternativa a la que haya dado prioridad en sus fantasías para satisfacerse o satisfacer, por propio peso cobra protagonismo el lesbianismo. No es que las mujeres la atrajeran particularmente, pero en más de una ocasión se ha sorprendido mirando con golosa curiosidad unos senos generosos a través de un escote demasiado amplio en momentos en que su dueña se agachara frente a ella, admirando francamente la sólida contundencia de algunos traseros o regodeándose en los magníficos cuerpos semidesnudos de algunas pacientes en el consultorio. Aunque la masturbación nunca fuera uno de sus hábitos, el jugueteo distraído de sus manos en pechos y entrepierna en esas largas noches solitarias, ha generado un inconsciente desfile de imágenes eróticas en su mente, en el que se entrega a lujuriosas relaciones con algunas mujeres de su entorno profesional.
En conciencia, tiene que admitir que esas fantasías son motivadas por su larga abstinencia y porque las únicas mujeres con las que tiene contacto son aquellas que la rodean cotidianamente, pero por cumplir con esa necesidad no puede rebajarse recurriendo a los servicios de una prostituta para satisfacerse y, entonces la solución lógica que ya comienza a obsesionarla, es dar cumplimiento a sus sueños dentro de ese universo multifacético que es el hospital.
Sabiendo médicamente que el homosexualismo se da sin división de cultura, raza, religión ni estrato social, concluye que es entre asistentes sociales, nutricionistas, enfermeras y médicas que debe centrar su esfuerzo por detectar esas tendencias sexuales y finalmente, seducirla pero haciéndole creer que es ella la seducida.
Discretamente y trayendo la cuestión sin demasiado énfasis, como de casualidad, en esas largas noches de guardia en las que cualquier cosa es tema de conversación, no es una de las varias mujeres presentes sino un médico el que comenta con mordaz ironía y trayendo a colación el famoso chiste de que los ginecólogos trabajan allí donde otros se divierten, que la jefa de piso de ese servicio realmente sabe sacarle doble provecho a su trabajo.
Con prudencia casi indiferente y en una de esas colaboraciones espontáneas que ofrece sin que se lo pidan, consigue reemplazar por unas horas a la secretaria del Director para examinar diligentemente el legajo de la médica; casi con fruición abre la carpeta para ver con sorpresa que la mujer es mucho más joven y hermosa de lo que supusiera y leyendo atentamente, se entera de que, siendo directora del mismo servicio en otro hospital más importante, ha sido destinada a ese puesto casi subalterno porque fuera protagonista de un escándalo con una paciente, ocasionando, si no el despido, la elaboración de un sumario administrativo y el consiguiente traslado.
Relamiéndose por aquello que, como todo en su vida se ha convertido en una obsesión, especialmente por esa foto carné que la muestra como una muchacha más linda de lo común y cuyo aspecto no manifiesta esa estética masculinizada propias de las lesbianas asumidas, aprovechando la facilidad de su especialidad para filtrarse casi en cualquier sitio, visita ginecología para conocer, por lo menos visualmente, a su “victima”.
Superando con creces la descolorida foto y por lo que deja ver el guardapolvos abierto, Luján muestra un cuerpo admirable y su rostro, femeninamente hermoso, es enmarcado por una larga melena suavemente ondulada, en franca contradicción a los cortísimos cabellos que las lesbianas exhiben casi como una desafiante exteriorización de su condición de tales.
Armándose de coraje, se presenta a la médica y disculpándose por su atrevimiento, le plantea una supuesta vaginitis que diagnosticara en una paciendo del consultorio externo y para cuya confirmación requiere su colaboración. Aparentemente el menoscabo que supone su nuevo cargo después de haber sido directora por mérito médico y no administrativo, no ha afectado la humildad y bonhomía de Luján, quien no sólo acepta la inter consulta sino que con gran disposición, la invita a sentarse con ella en un cubículo desocupado de la sala para examinar las falsas notas que ha inventado Victoria y tras unos momentos de meditación, anota en su recetario las drogas que debe prescribir a la paciente, diciéndole que, si los síntomas persisten, se la mande a ella para hacer un examen más profundo.
Establecido el primer lazo que las vincula y averiguando sus gustos y costumbres por el chusmerío laboral de enfermeras que cumplen turnos en ambos servicios, busca un momento apropiado para coincidir con ella en el buffet y tras acercarse a saludarla y agradecerle por lo acertado de su medicación a la inexistente paciente, consigue que Luján la invite a compartir la mesa.
Con la ventaja de conocer sus preferencias y hábitos, hace que la relación se haga más fluida al pedir los mismos platos de los que sabe gusta la ginecóloga y, profundizando las coincidencias, ameniza la conversación haciendo referencia a la música que prefiere y hasta le comenta algunas escenas de la última película que viera que, para su “sorpresa”, también ha visto la otra médica.
Si bien Luján es tan simpática y locuaz como en la primera ocasión, su bello rostro va cambiando ante las manifestaciones de Victoria, admirada por la cantidad de cosas en las que coinciden y en ese clima de nueva camaradería, prolongan el almuerzo hasta que la perentoriedad de sus obligaciones las obliga a despedirse.
Al otro día, es la misma Luján quien que la llama al celular para invitarla a compartir un nuevo almuerzo y con el ánimo reconfortado por una sensación de conquista que sólo saben experimentar las mujeres, se ocupa de peinar su lacio cabello rubio en una cola de caballo que deja despejado el rostro para realzar aun más sus delicados rasgos, el celeste profundo de sus ojos y la rosada morbidez de los labios.
Esta vez y presumiendo la posibilidad de ese encuentro, lleva puesto un conjunto médico de verano, cuyo pantalón ajusta tal vez más de lo debido al destacar la redonda prominencia de las glúteos y una chaqueta de manga corta y escote en V igualmente estrecha, cuya pechera es casi desbordada por la turgencia de sus pechos.
Fingiendo indiferencia ante el arrobamiento con que los ojos de la médica recorren su rostro y cuerpo, inicia la conversación con cosas tan superficiales como las del día anterior pero, derivando a sus respectivos signos zodiacales; conociéndolo de antemano, aumenta la confusión de Luján al comprobar esta que hasta tienen la misma edad, sólo que ella es siete meses mayor y entonces Vicky encausa la charla hacia temas más privados.
Obligándola a la reciprocidad, empieza por relatarle la composición de su familia y los estudios cursados hasta que, casi sin proponérselo, en esa mutua confidencialidad, arriban a sus relaciones personales y ante la revelación de Victoria – ya a esa altura Vicky – de que su obsesión profesional fuera la causante de su divorcio, Lu termina por confesarle con pasmosa y franca tranquilidad a pesar de lo escabroso del tema que, casada coincidentemente en la misma época que ella, las relaciones matrimoniales le habían demostrado que los hombres no eran lo imaginado y que – esto dando un extenso rodeo de excusas casi todas lógicas y creíbles -, empujada por su especialidad, comenzara a sentirse atraída por ciertas pacientes hasta que en la exacerbación de su deseo, una decisión equivocada había provocado el escándalo por el que la sumariaran y con él la subsecuente separación de su marido.
Confirmada su homosexualidad en una relación paga con una prostituta gay conseguida por Internet, le confiesa con desparpajo y sin ruborizarse, que ya hace más de dos años que vive sola y mantiene relaciones con otras lesbianas a las que consigue en ciertos locales nocturnos de la comunidad gay cuando el llamado primitivo del deseo se le hace insoportable, tratando de no establecer un vínculo estable con ninguna de esas amantes ocasionales.
Esas semejanzas, algunas verdaderas y muchas urdidas por Vicky, a esta se le hacen ideales, pero decidida a que las cosas se den por sí solas, naturalmente, ni siquiera hace una mención explícita de sus necesidades y propósitos, dejando que la relación crezca en intimidad hasta que, transcurrido casi un mes de esa ininterrumpida cotidianeidad hospitalaria y cuando, tras dejar una guardia nocturna, Lu le propone llanamente con pícara espontaneidad que vaya a dormir con ella, sin decir una palabra, se deja tomar de la mano para ser conducida al coche de la ginecóloga.
El acuerdo es tan sobrentendido, que marchan los diez minutos que dura el viaje en un calmoso silencio, como si esa consecuencia lógica de la relación hubiera aliviado sus tensiones íntimas. Llegadas al departamento y no bien trasponen la puerta, Lu se da vuelta para aprisionarla entre sus brazos y empujándola contra la puerta, busca los labios entreabiertos de Vicky.
Aunque ella está no sólo preparada sino también ansiosa porque aquello suceda, es la primera vez que besará a otra mujer y la corpulencia de su amiga, que casi la supera en diez centímetros, la abruma, pero, desde su metro sesenta, se aferra con las manos a las nalgas poderosas para atraerla contra sí y proyectando su pelvis, la restriega hacia la de la mujer en tanto siente como la lengua de aquella agrede suavemente a la suya.
Condicionada socialmente, siente una cierta repulsión por esa lengua que se mueve en su boca pero la combinación de los labios de Lu envolviendo los suyos en un succionante beso y la repentina llamada de sus instintos más salvajes haciendo un revoltijo en su bajo vientre, la hacen entregarse con fogosa pasión al beso mientras sus manos buscan levantarle la falda para tantear la pulposidad ardiente de las carnes.
Dando rienda suelta a sus necesidades básicas, se funden en un amasijo de brazos y piernas, estregando casi rabiosamente sus cuerpos uno contra el otro hasta que, dándose un respiro, Vicky le dice que las dos vienen de un largo día de trabajo y que deberían bañarse pero Lu le asegura con socarrona lascivia que de esa manera encontrarán el verdadero “sabor” del sexo.
Conduciéndola hacia un juego de sillones cercano en medio de susurradas promesas y comiéndose con los ojos hundidos en los de la otra, van desvistiéndose mutuamente hasta quedar totalmente desnudas. Si bien a Vicky su profesión le hace manejar la desnudez con una desaprensión asexuada que no le permite hacer distingos entre hombres y mujeres, jóvenes, viejos y niños, nunca ha visto a una mujer totalmente desnuda y a tan poca distancia.
Verdaderamente, para quien pudiera verlas, el espectáculo resultaría ser alucinantemente contradictorio, ya que Virginia, de pálida piel delicadamente rosada y a pesar de su pequeña talla, posee un cuerpo maravillosamente equilibrado; suavemente torneadas y largas para esa estatura, las piernas se encuentran en un vértice en el que abomba una vulva medianamente grande cubierta por una tenue alfombra dorada y las caderas dan sustento a dos sólidas nalgas redondeadas.
Un vientre naturalmente chato y sin otra musculatura que la normal, permite ascender hasta tropezar con los senos, un par de consistentes peras que por su peso cuelgan formando una comba y que exhiben los rosados redondeles de unas aureolas coronadas por gránulos sebáceos en cuyo centro se erigen las puntiagudas cimas de unos pezones relativamente largos.
En abierto contraste, el cuerpo de Luján, de suaves matices canela, largo y trabajado por horas de gimnasio, muestra una consistencia desasosegante por la firmeza de los muslos fuertes en cuyo remate un sexo desmesuradamente crecido y sin vestigio alguno de vellosidad, parece hacer alarde de su tamaño, concordando con la prominencia de los glúteos.
Partiendo de un desarrollado Monte de Venus y tras su depresión, se ve la sólida curva del bajo vientre que se funde con dos hileras de músculos abdominales por cuyo surco central se arriba a los pechos que, de tamaño más que generoso, no se ven fofos ni caídos sino que, erguidos y levemente divergentes, muestran dos curiosas aureolas que, cónicas y pulidas, forman como otro pequeño seno cuya cima es ocupada por la compacta masa del pezón que, oscuro y grueso, exhibe en su centro la insólita apertura de un profundo agujero mamario.
La imagen de Luján se completa con la belleza regular de sus facciones; el rostro alargado de pómulos altos, muestra la hondura de sus ojos de un particular matiz de verde que, aparte del maquillaje que incrementa su profundidad, están enmarcados por espesas pestañas y cejas oscuras en medio de las cuales se alza una nariz fuerte, levemente respingada, cuyas delgadas narinas expresan las distintas emociones de su dueña y debajo, la boca merece un capítulo aparte; grandes y maleables, los labios, mórbidos y dúctiles de un oscuro rojizo natural, protegen a una dentadura de blancos y menudos dientes.
Dando marco a tanta belleza condensada, una melena castaña de suave ondulado agrega un toque lujurioso a la ginecóloga y a la que esta, con esa práctica que da la habitualidad, forma en una torzada para armar un apretado rodete. Todavía turbada por la esplendorosa fortaleza de la alta mujer, Vicky ajusta maquinalmente la goma que ciñe al cabello en una dorada cola de caballo y siguiendo mansamente los movimientos de Lu, se sienta recostada en el respaldo del sillón.
Arrodillada a su lado sobre el asiento e inclinándose sobre ella, la muchacha acaricia tiernamente su rostro y dándose cuenta lo que aquello supone para quien nunca ha tenido relaciones lésbicas, comienza a besar amorosamente su frente, se desliza hacia los ojos, recorre las paredes de la nariz para arribar a la comisura de la boca y desde allí, la punta afilada de la lengua tremolante se escurre entre los labios para acicatear su suave interior y cuando Vicky responde instintivamente, comienza a entablar una especie de lucha incruenta que va caldeando los ánimos de ambas.
La joven médica cree desmayar de goce después de tanta abstinencia y cuando la ginecóloga, si cesar en su besuqueo, envía una mano a palpar la consistencia de los senos en leves estrujamientos, se aferra a su nuca para incrementar la hondura de los besos al tiempo que le susurra cuanto placer encuentra en lo que está haciéndole.
La mano no se contenta con los pechos que lentamente van endureciéndose, sino que se desliza a lo largo del vientre para hollar la rubia alfombrita y desde allí, toma contacto con el cerrado capuchón del clítoris, estregándolo en círculos cada vez más intensos con la yema de índice y mayor. Vicky no tiene otra forma de exteriorizar su contento sino a través de murmurados ayes de placer y cuando la otra muchacha hunde esos dedos en la vagina para hacerlos buscar la protuberancia callosa del Punto G, no puede sino incrementar rabiosamente los besos y lengüeteos a la boca mientras abre sus piernas y le suplica que la haga acabar.
Los dedos restriegan rabiosamente la nuez carnosa y cuando ella empieza a jadear en tanto se ahoga con la saliva que los besos acumulan en su garganta, salen para formar una cuña con el anular y de esa manera, vuelve a penetrarla en un cadencioso vaivén copulatorio hasta que la médica proclama la obtención de su orgasmo en medio de musitadas palabras de amor y pasión.
Excitada ella misma con esa eyaculación, Lu se acaballa arrodillada sobre sus piernas e inclinándose para aferrarse al respaldo del sillón, guía a una de sus manos para que tome contacto con la vulva al tiempo que le pide la masturbe. Vicky nunca ha masturbado a otra mujer pero imitando lo que esta hiciera en ella, busca a tientas al clítoris que, simplemente al tacto, aparenta ser verdaderamente grande.
Temerosa de lastimarla, roza en círculos al pene femenino pero Lu le pide que adentre sus dedos en la vulva para restregarla y cuando sus dedos toman contacto con la abundante carnosidad de lo que supone son los labios menores, la cálida humedad que los recubre la incita a manosear y friccionarlos, descubriendo que la resbalosa superficie del óvalo contribuye a su propia excitación.
Los magníficos senos de la morocha oscilan levitantes ante su rostro y acercando la cabeza, envuelve a uno de aquellos poderosos pezones entre los labios para, acomodándose al suave hamacarse de la mujer, chuparlos con las mismas ansias de un bebé hambriento. Lu aceza ansiosamente y en un ronroneante murmullo, le pide que la penetre para poder acceder a la misma satisfacción que ella.
Vicky desciende los dedos para encontrar la carnosa entrada a una vagina que cede fácilmente a la presión y, adentrándose en el tubo cavernoso, experimenta por primera vez el inusitado calor de unos músculos que se ciñen sobre los dedos como si fueran una mano.
Flexionando las piernas, la ginecóloga se yergue en tanto le exige que hunda los dedos tanto como pueda para masturbarla y hacerla acabar. Realmente la médica no sabe hasta donde penetrar pero, esforzándose, consigue meter los tres dedos hasta que, sobrepasando los nudillos, es el dorso de la mano que le impide ir más allá y entonces es Lu quien inicia un suave subir y bajar del cuerpo al tiempo que le ruega la penetre con todos los dedos.
Sobando con la otra mano al estupendo pecho a la vez que labios y dientes se ceban en el grueso pezón, agrega el solitario meñique al conjunto que, sin ese impedimento, hace que la mano se hunda unos centímetros más en el sexo y, ya de mottu propio, acompasándose al mínimo galope que imprime Lu a su cuerpo tomando impulso con los brazos, hace que los dedos se estiren y encojan para rascar los tejidos por sobre las mucosas que los cubren.
Alabándola por cómo la satisface en medio de jadeos y ayes de placer, Lu va acelerando el ritmo de la jineteada hasta que, en medio de satisfechas expresiones de contento y violentos rempujones de la pelvis, se arquea rígidamente contra Virginia para manifestar roncamente la obtención de un orgasmo que fluye espeso entre los dedos de la médica.
Durante unos momentos permanecen así abrazadas, con el vientre de Lu contra la cara de Vicky, quien estrecha la cintura de esa nueva amante al tiempo que acaricia la tersa prominencia de las nalgas. Finalmente y desprendiéndose suavemente de ella, Lu saca de un mueble que está junto al sillón uno de esos clásicos maletines médicos pero del que no extrae algún instrumental sino una serie de lo que Vicky supone son los famosos “juguetes sexuales” de los que ha oído hablar pero no conoce.
Lo que inevitablemente reconoce son dos consoladores que Lu separa para volver a su lado y entregándole uno, le dice que ya le indicará cuándo y cómo usarlo, tras lo cual se instala arrodillada entre sus piernas abiertas. Guiándola para que las encoja abiertas y coloque los pies sobre el asiento, se inclina para separar los cachetes, buscando con la lengua tremolante el interior oscuro de la hendidura hasta ubicar el ano.
Sólo en contadas oportunidades Vicky ha hecho entrega de él y, a pesar de que la sodomía no le es dolorosa y le proporcionara excelentes orgasmos, nunca la ha priorizado entre sus preferencias sexuales. Claro que nadie ha intentado lo que aparentemente se propone Luján y esa tierna delicadeza estimulando los esfínteres la acerca a un nuevo placer.
Involuntaria e instintivamente, toma las piernas encogidas para llevarlas casi hasta los hombros y con ese acto toda su zona erógena se exhibe oferente. La concupiscencia de Lu se regodea codiciosa observando el curioso aspecto de ese ano que se yergue como un diminuto volcán rosado y de cuyo cráter oscuro nacen estrías concéntricas que ella se encarga de acicatear insistentemente con la vibración de la lengua.
Verdaderamente y como le indicara a Vicky al entrar, en aquella quebrada parecieran haberse concentrado los sabores y olores de todo un día, pero es esa mezcla de sudores, orines y restos de mucosas vaginales lo que realmente la atrae al entregarle los condimentos de la vida. La lengua azuza con vehemencia el haz de esfínteres y lentamente estos van cediendo para dejar que la punta vaya introduciéndose minimamente entre ellos, permitiéndole a la ginecóloga distinguir los aromas glandulares de las feromonas.
Eso provoca en la médica sensaciones inéditas y en tanto estrecha entre sus dedos la réplica peniana como si fuera una verdadera verga, proclama susurrante un sí repetido que estimula a la ginecóloga a seguir incitando la tripa con la lengua al tiempo que la punta de su dedo mayor va acompañándola hasta terminar desplazándola para introducirse lentamente en toda su extensión.
Esa mínima sodomía enardece a Vicky y mientras murmura obscenidades mezcladas con frases apasionadas restregando sus pechos con el tronco rugoso del consolador, siente como, sin dejar de penetrarla en lentísimo vaivén, Lu desplaza la boca para arribar a la entrada de la vagina, enjugando con fruición los restos de su eyaculación.
La experimentada lesbiana observa con curiosidad profesional aquella vulva que a pesar del traqueteo lógico en una mujer de treinta y dos años que admite tener sexo desde su adolescencia, no muestra señales de semejante cosa, puesto que, de tamaño corriente, los labios mayores aun se revelan cerrados y en su vértice, el arrugado capuchón del clítoris sólo se ve medianamente erecto.
Sólo que esa especulación se derrumba cuando la lengua toma contacto con los labios de la raja, ya que estos, como obedeciendo a un toque mágico, se abren voluntariamente como esas filmaciones del desarrollo de una flor y, en vez de pétalos, exhiben toda la magnificencia de sus carnes; el interior de los labios mayores va en estupenda degradación desde el violáceo negruzco en los bordes hasta el rosáceo casi blanco del fondo desde donde nacen, como una inflorescencia, los enrojecidos tejidos fruncidos de los labios menores que en los bordes poseen gránulos semejanzas a diminutos corales rosadamente oscuros.
Separando tanta belleza con los dedos, encuentra el fondo liso y nacarado como el de la madreperla, en cuyo óvalo se ve el diminuto agujero de la uretra casi en el medio. Hacia abajo, los labios se ensanchan formando lóbulos que parecieran proteger la vagina y en la cúspide crean una capucha que cubre al tubito del clítoris cuya cabeza es cegada por una delgada membrana traslúcida.
Sin hacer cesado en la mínima sodomía, se acerca al sexo y sus fragancias la enardecen; proyectando la lengua como la de un reptil, explora todo el interior del óvalo para luego acicatear las dóciles carnes de los labios, subiendo hasta el pene femenino en cuyo hueco introduce la lengua como comprobando el volumen del glande y hecho esto, rodea al órgano con los labios para someterlo a delicadas chupadas que se incrementan junto con su excitación, provocando gemidos de satisfacción en Victoria.
Siendo la minetta uno de los actos sexuales preferidos con el que sabe alcanzar algunos de sus mejores orgasmos, ningún hombre se lo ha hecho con la delicadeza que Lu y mucho menos complementándolo con tan placentera sodomía. El pene que sostiene en sus manos y que estriega sobre pezones y aureolas, cobra para ella tal realidad que, sin pensarlo, solamente respondiendo a un acto reflejo, lo acerca a su boca para lambetear al falso glande y es tan honda la tentación que, abriéndola, lo introduce en ella para ceñirlo con los labios e iniciar un movimiento de vaivén con la cabeza como si estuviera realizando una verdadera felación.
Observándola, Luján comprende que la muchacha ya está totalmente dispuesta y, tomando el otro consolador, lo cubre de saliva para, lentamente, ir introduciéndolo en la vagina. Como si estuvieran aguardando ese momento, los músculos del canal vaginal se dilatan mansamente y la verga penetra al antro oscuro colmado de mucosas con una facilidad que entusiasma a la ginecóloga, hasta sentir como su punta encuentra la estrechez del cuello uterino.
No es propósito de Luján atemorizar a esa nueva amante y, habiendo elegido al más pequeño de los consoladores, que con un grosor de tres centímetros no excede los diecisiete de largo, comienza a retirarlo con el mismo cuidado con que lo introdujera para iniciar una morosa cópula al tiempo que labios y lengua se regodean con la carnosidad ya erecta del clítoris.
Tanto tiempo sin experimentar el goce de una verga adentro suyo, hace que Vicky se paralice por un instante pero cuando la siente moverse en ese ir y venir que la alucina, toma la verga artificial con una mano a la vez que imprime un suave vaivén a la cabeza y manda la otra a manosear y estrujar sus propios pechos.
Poco a poco, la cópula, la felación y la sodomía van incrementado sus movimientos hasta que Victoria, distrayendo a la boca del succionar, le pide a Lu que la lleve nuevamente a otra eyaculación. Complaciéndola, aquella se esmera en la succión al clítoris que ahora acompaña con un incruento raer de los dientes en tanto va variando los ángulos con que la penetra para recorrer todos los intersticios que pudiera haber en la vagina y el ano, ahora empapado de saliva y humores, es penetrado por índice y mayor juntos en una sodomía enloquecedora.
Meneando espasmódicamente las caderas y en tanto siente como en el vientre se producen aquellas explosiones y ganas insatisfechas de orinar que preceden a sus orgasmos, Victoria se aplica a la felación con entusiasmo en tanto que sus dedos hacen presa de un pezón para retorcerlo fieramente mientras lo estira y clava sus uñas en él.
De las gargantas enronquecidas de las dos surgen ronquidos y bramidos que manifiestan la hondura del placer que las embarga hasta que de pronto, los músculos que los agudos dientes de perversos duendecillos parecieran separar de los huesos de Vicky para arrastrarlos hasta el caldero hirviente del vientre, semejan estallar para fluir a través de los ríos internos y hacer eclosión en su sexo, siendo recibidos por la boca de Luján, quien pone labios y lengua a enjugar el maravilloso caldo del placer.
Esta vez, la profundidad del goce ha sido tan intensa que, sin poderlo controlar, Victoria siente como toda ella parece hundirse en un abismo de rojiza oscuridad y se sume en una modorra insondable.
Respetando ese fugaz desvanecimiento, Luján la deja descansar mientras acerca al improvisado lecho el neceser, dejándolo abierto y al alcance de la mano; cuando considera que la médica ha recuperado fuerzas, la acomoda de costado a lo largo del sillón y en tanto se coloca invertida sobre ella, va besándola tiernamente hasta hacerla recobrar la lucidez.
El sentir esos labios que aun mantienen el sabor de su sexo y jugos glandulares, despierta plenamente a la muchacha y aferrándose a la nuca de la mujer, se sumerge en un juego de labios, lenguas y dientes que la fascina, tratando de alcanzar con sus manos aquellos senos fantásticos que penden oscilantes.
El contacto de la carne mórbida la obnubila de deseo y el afán por tenerlos en su boca la lleva a abandonar la de Lu para deslizarse hasta sentir entre sus labios la pulida superficie de las aureolas. La peculiar conformación de esta le permite deslizar la lengua tremolante en toda su circunferencia y comprobar que la calentura de la mujer ha provocado su crecimiento, proyectándose como un pequeño volcán u otro pequeño seno. Por unos momentos la lengua continúa de ese modo pero, al tiempo que soba con toda su mano la maciza teta, la excrecencia del pezón la atrae y la sacude agresivamente para ver que a pesar de su grosor, cede labilmente a sus empujes.
Por otra parte e incitada por el apresuramiento de Vicky, la ginecóloga ha tomado contacto con esos pechos que, a pesar de tener la mitad del tamaño que los suyos la alucinan por su perfección; esféricos y sólidos como dos medios pomelos, las rosadas aureolas típicas de las rubias están cubiertas por finos gránulos que adquieren tamaño hacia los bordes y los pezones blanquean conforme la punta se agudiza.
En su posición dominante y notando que estos no se achatan como sucede habitualmente sino que permanecen erguidos como si contuvieran una prótesis de silicona, pone sus dos manos a macerarlos y así comprueba la inusual fortaleza natural de los músculos. Deleitándose en aquel sobar y estrujar, pone la lengua a verificar la promesa que le ofrecen las aureolas y así, picoteando en esa superficie que la excita, disfruta por unos momentos de lo que la muchacha está haciendo en sus pechos pero, su boca es atraída inexorablemente por los pezones y, succionando primero sobre los gránulos para sentirlos en el interior de los labios, paulatinamente se concentra en la mama al tiempo que la encierra en rudos chupeteos, haciendo que índice y pulgar restrieguen la otra.
Aquella reciprocidad incrementa la calentura de Victoria e imitándola hace que los dedos inexpertos retuerzan al grueso pezón en tanto sus dientes, casi instintivamente, raen la arrugada piel de la mama para después aliviar la irritación con el succionar de los labios.
Sin tener conciencia de ello, las dos gruñen, lanzan ayes de placer y se alientan una a la otra para que incremente el placer que le está proporcionando, hasta que la alta morocha se abalanza angurrienta hacia la entrepierna de Vicky para terminar de abrirle las piernas y hundir la boca en la humedad del sexo.
Al tener sobre sí el sexo de Lu y como si estuviera reprochándose el no haber disfrutado del sexo lésbico voluntariamente a lo largo de su extensa experiencia sexual, Victoria se embelesa en la contemplación de la depilada vulva que, oscurecida por la afluencia de sangre, se muestra hinchada y su pulida comba abrillantada por las exudaciones hormonales.
Las imponentes nalgas dan marco a esa maravilla y aferrando los recios músculos para hacer descender la grupa, se gratifica primero con los aromas de las flatulencias vaginales y después, coincidentemente con la acción tremolante de la lengua de Luján sobre el clítoris, su lengua se desliza sobre la raja de arriba abajo.
Fuera de probar sus propios sabores de boca de Lu, es la primera vez que gustará los de otra mujer y sus papilas aparentemente exacerbadas por la gula, se hacen receptoras de los jugos para desde allí proporcionarle un infinitamente excitante placer. Como activada por una voluntad independiente de su conciencia, la lengua tremola sobre los labios mayores y en tanto los separa con dos dedos, se adentran hacia el pulido fondo del óvalo para recorrerlo con acuciante prisa y luego rebuscar en las paredes de los labios menores hasta que, verificada la abundancia de los carnosos frunces, los apresa entre los labios en una mezcla de succión con incruenta masticación que parece gustar a la morocha, a juzgar por el entusiasmo con que esta no sólo succiona vigorosamente al clítoris sino que sus dedos retuercen entre ellos los frunces de sus labios menores.
La rubia mujercita está totalmente desmandada y ya es su boca toda la que se hace dueña del sexo en hondísimos chupones que alterna con vehementes lambeteos hasta que Luján se inclina a buscar algo en el maletín y en tanto le alcanza un extraño consolador, ella manipula otro que no parece exageradamente grueso aunque sí largo
Al indicarle que presione uno de los dos botones de la base, Vicky observa como el mecanismo, que emite un zumbido que acompaña a su vibrar, cobra una vida inusitada; un glande enorme con elásticas estrías helicoidales gira en el sentido de la agujas del reloj en tanto el tramo que lo sucede, cubierto de flexibles excrecencias verrugosas, lo hace en sentido opuesto y el resto del tronco que permanece inmóvil está surcado por profundas arrugas sinusoidales.
Casi asustada por semejante monstruosidad, no sabe que hacer con ella en la mano hasta que la ginecóloga le indica que vaya restregando suavemente el glande giratorio por todo el sexo, desde el inflamado clítoris hasta la dilatada entrada a la vagina. Temerosamente, Victoria aproxima el trepidante artefacto al sexo de esa nueva amante y verdaderamente siente en sí misma cuando este se hunde contra los tejidos, levantando en Lu enfervorizados asentimientos.
Como contagiada por la efervescencia que despierta en su amiga, se aplica a recorrer el sexo de arriba abajo macerando las carnes e inspirada, sin necesidad de guía alguna, permite que el consolador llegue a estimular reciamente al ano.
Por su parte y como una respuesta agradecida a tanto placer, Luján va introduciendo pausadamente el largo consolador a la vagina y cuando está totalmente en su interior, presiona un botón que hace a la parte anterior, inflarse dentro suyo hasta llenar por completo el canal vaginal.
La sensación le es por demás extraña, ya que nunca ha experimentado algo así; llenándola casi hasta el sufrimiento, cuando Lu le imprime pequeños movimientos oscilatorios, comprueba que la superficie del falo no es tan lisa como pareciera sino que, al dilatarse, han brotado en ella minúsculos gránulos que la hacen exquisitamente rasposa y siente, aunque nunca lo haya hecho, la conmoción entre pavorosa y feliz de estar pariendo.
Proclamándolo a voz en cuello y en tanto Luján le dice que ese sólo es el comienzo, obedeciendo sus indicaciones, hunde el falo giratorio dentro de la vagina de la ginecóloga y el hacerlo le aporta una sensación distinta, ya que el traquetear contra las carnes se trasmite a sus dedos y es como si fuese una extensión de sí misma, proporcionándole una perversa exaltación de dominio. La introducción del miembro giratorio enardece a la ginecóloga quien, sin cesar en esos cortos remezones con que mueve al falo inflable en su interior, alza la cabeza y con los ojos cerrados, goza de la penetración en tanto hamaca el cuerpo como adaptándose a su ritmo, manifestando roncamente cuanto la satisface ese coito.
Los húmedos chasquidos que producen el traquetear de la verga y el golpeteo de su mano contra la dilatada vulva, incitan a Victoria y entrando en el vórtice oscuro de la depravación obscena, entierra ciegamente al consolador en el sexo de Luján y cuando esta manifiesta entusiasta el advenimiento del orgasmo, se agota por el ritmo que imprime a su mano hasta que, en medio de los bramidos satisfechos y las alabanzas de la morena, siente a los fluidos orgásmicos rebasar la barrera de la verga y escurrir hasta empapar sus dedos.
Un deseo loco la embarga y sacando al consolador de la vagina, se aferra a los muslos y entierra su boca en la vulva palpitante, sorbiendo golosamente aquellos jugos sabrosos con fruición. Aparentemente ese era el epílogo esperado por Lu, ya que, recuperándose, vuelve a prestar atención al ovoide que mantiene dentro de ella y reanudando el ir y venir mientras su boca se hace dueña del clítoris, muy lentamente va extrayéndolo y para Vicky es como una penetración inversa que, en la medida en que se acerca a su parte más ancha, va convirtiéndose realmente en una parición.
Lo que la asombra es la dócil expansión de sus músculos y esa nueva sensación que no es dolor ni sufrimiento pero que la angustia de similar manera y que, simultáneamente la abisma en una dimensión desconocida del placer. Evidentemente, como ginecóloga, Lujan conoce el efecto que produce el consolador, ya que, llegado al punto más ancho y antes que comience a decrecer, practica una serie de deliciosos remezones en el mismo lugar, provocando en la médica exaltados jadeos de goce.
Morosamente, Lu va retirándolo de la vagina y el alivio produce en la muchacha una sensación de vacío, como si la privaran de parte de su ser y es entonces que Luján vuelve a apoyar la punta contra las carnes aun dilatadas y, de manera tan lerda como antes, va penetrándola hasta que la ovalada forma ocupa totalmente el interior.
Un sí repetido con vehemencia acompaña al acto y ante la renovación del ajetreo, Vicky se ase histéricamente a las poderosas nalgas para sumirse en un febril chupeteo a los colgajos de la vulva en tanto con dos dedos, busca y encuentra la bellota del Punto G para someterlo al recio estregar de las yemas.
Ambas parecen haber encontrado un ritmo para tan disímiles prácticas y al tiempo que Lujan mete y extrae el falo inflable al que progresivamente hace aumentar de volumen, ella se abisma en comprobar la elasticidad de los tejidos mediante hondos chupeteos y hasta el mordisqueo de sus menudos dientes al tiempo que degusta los fluidos de las glándulas cervicales y de Bartolin de esa amante que le está haciendo descubrir los tortuosos pero genuinos senderos del placer.
A excepción del rápido orgasmo inicial, seguramente obtenido a causa de la larga abstinencia y de los deseos reprimidos en las vísperas de la relación, Victoria no suele tener verdaderos orgasmos, de esos que aniquilan, sino que su satisfacción se reduce a cortas eyaculaciones más como consecuencia física que mental.
Sin embargo, ahora siente como en todo su cuerpo se producen mínimas explosiones y estallidos nerviosos, en los que los afilados dientes de secretos duendecitos pretenden separar los músculos de los huesos para arrastrarlos por placenteros senderos que confluyen hacia el caldero hirviente del útero. Toda ella vibra como galvanizada y en su vientre se producen convulsivos espasmos y contracciones que parecen ir “in crescendo” hasta que, en una especie de deflagración final, siente romperse los diques de la satisfacción manifestada en impetuosas oleadas líquidas que se derraman con abundancia a través de la vagina.
Su entendimiento va nublándose, pero aun tiene conciencia para comprender que está hundiéndose en el precipicio de esa “pequeña muerte” con que los franceses identifican al orgasmo y abandonándose al goce, se sumerge en la abisal oscuridad de la inconsciencia.
No sabe cabalmente cuanto tiempo ha transcurrido, pero al despertar, tomando cabal conciencia de lo que han hecho, se sorprende de lo bien que se siente; fresca como si hubiera dormido largamente y sin otra huella en lo físico que un agradable calorcito allá, en el fondo de sus entrañas.
Tendida a su lado y abrazándola flojamente por la cintura, la esplendorosa morocha descansa mansamente y cuando Vicky hace un leve movimiento, como si estuviera pendiente de su despertar, corre la mano para atrapar un seno y mientras la aplasta contra ella, besa cariñosamente su nuca al tiempo que murmura cuanto la ha hecho gozar y que aquello sólo ha sido el prólogo de lo verdaderamente grande.
Saliendo de detrás suyo, busca en el maletín dos objetos entreverados con un grupo informe de cintas que, al separarlos y acomodar las tiras, se convierten en dos copillas plásticas de color negro, a cuyo frente emergen dos falos que, semejantes en todo a uno verdadero, impresionan por su largo, que supera fácilmente los veinticinco centímetros y un ancho mayor a los cuatro o cinco.
De las combadas copas, surgen las cintas que parecen unirse a través de trozos de velcro y eso resulta cierto cuando Luján coloca sobre su pelvis al artefacto y une las tiras de la cintura para después ajustar las que penden de ellas desde la entrepierna y por sobre las nalgas. Lo particular del arnés es que la parte baja de la copilla termina exactamente antes del agujero vaginal, dejándolo libre tanto como al ano.
Inclinándose sobre ella y haciéndole levantar las caderas, coloca el otro artefacto a su cuerpo y entonces Victoria toma conciencia de que el interior de la copa está cubierto por delgadas pero suavemente elásticas puntas de silicona que rozan reciamente toda la vulva. Ahorcajándose sobre ella, Lu se inclina para iniciar un besuqueo que va excitando nuevamente a la médica, especialmente por la masa de aquel miembro monstruoso frotando su vientre.
Buscando con las manos los estupendos senos de la morocha, se entrega al beso con un denuedo que no hace imaginar su reciente orgasmo. Por unos momentos, Luján se aplica a someterla a una sesión de besos cuya violencia enardece aun más a Vicky y cuando esta comienza a responderle con igual pasión, va descendiendo por el cuello y sin dubitar, la emprende contra los senos, azotándolos con la lengua y chupeteándolos vivamente hasta que, acompañando a los estrujones de los dedos, se dedica a mamar intensamente los pezones, alternándolos con exquisitos roces de los dientes que, paulatinamente van cobrando intensidad hasta trasformarse en dolorosos mordiscos en los que se hunden en la carne, haciendo estremecer a la médica que responde a la magnífica mamada con estentóreos bramidos de placer.
En el paroxismo del acto, la hermosa morocha acomoda el cuerpo y enderezándose, guía al falo que porta Vicky hacia la entrepierna para alojarlo contra su sexo; descendiendo el cuerpo lentamente va penetrándose a sí misma entre ronquidos y bufidos provocados por el tamaño portentoso del miembro.
Evidentemente, o Luján hace mucho que no consigue una compañera que se preste a usar al consolador o bien es una reciente adquisición de la que recién comienza a disfrutar, y también lo del disfrute es relativo, ya que para asombro de la médica, quien cree a la voluptuosa morocha ducha en esas lides, esta une a los quejidos que desgarran su pecho, un mesarse los cabellos con ambas manos mientras su cuello parece quebrarse por la forma en que echa la cabeza hacia atrás, meneándola a ambos costados.
Cuando todo el tronco del falo desaparece dentro de ella y en tanto añade a los ayes un rimero de palabras obscenas mezcladas con extrañas y contradictorias invocaciones a Dios, comienza a flexionar las rodillas y ahí es donde Victoria cobra conciencia de la verosimilitud de ese dolor –goce, cuando el movimiento estriega reciamente las puntas siliconadas contra sus carnes que, dilatadas por el peso, les permiten raspar desde el pulido óvalo hasta los delicados frunces de los labios menores y la aplastada masa del clítoris.
Una sensación inédita, muy parecida a la de cuando sufriera la primera sodomía, donde el placer se entremezclaba con el sufrimiento y unas ganas imparables de defecar que finalmente cedieran paso al goce más intenso, la invade y un escozor intenso provocado por un deseo imparable de orinar la pone en vilo hasta que, de pronto y tal como entonces, el placer más dulce y tierno reemplaza al dolor y sus manos se apresuran a aferrar las poderosas caderas para acompañar a la ginecóloga en su suave galopar.
La lubricación natural parece hacer más fácil el tránsito y ahora Lu encuentra cómodo el subir y bajar. Mordisqueándose los labios y en medio de roncos asentimientos, afirmando que aquella sí es una verdadera cópula, hunde los dedos en los bamboleantes pechos para clavar sus cortas uñas en ellos, combinándolo con fuertes apretujones a los pezones, retorciéndolos como sabe efectuarlo para incitar el pujar de las parturientas.
A Victoria también el frote de las puntas la ha conducido a un goce inédito e imitándola pero sin tanta vehemencia, ejecuta maniobra similar en sus pechos, amasándolos con dureza y cuando la morocha incrementa el ritmo de la jineteada, enriqueciéndolo con movimientos oscilantes adelante y atrás, envuelve con el índice las mamas para clavar en ellas el agudo filo de las uñas.
Expresando vivamente el goce que esta obteniendo y creyendo que Luján desea prolongar el coito hasta sus eyaculaciones, la alienta a penetrarse aun más y mejor, pero aquello parece actuar como acicate para que la exuberante mujer decida cambiar de postura y saliendo bruscamente de sobre el falo, levanta y encoge las piernas de Vicky y apoyando sus hombros en los muslos, se inclina hacia delante mientras emboca al consolador en el sexo de la muchacha.
Aterrorizada como si fuera una virgen adolescente, testigo visual y auditivo de lo que a todas vistas hace semejante verga, exhala un involuntario pedido de clemencia al que, naturalmente, la ginecóloga hace oídos sordos. En carne propia, Vicky experimenta aquello que supusiera al ver estremecer, llorar y maldecir a su amante; el solo paso del ovalado glande separando los esfínteres le hace presumir que lo que viene a continuación no será un lecho de rosas.
Lentamente, sabiendo lo que se experimenta, Lu va haciendo penetrar al consolador y con ello provoca en Victoria uno de los dolores más insufribles que padeciera; nunca nadie, ningún hombre ha tenido una verga semejante y sabiendo que aun hay más, trata de relajarse mientras apenas puede contener los hondos y cortos jadeos de su pecho en medio de inconscientes ayes y gemidos.
Algo como un ariete va destrozando los suaves y delicados tejidos que ya dilatara el ovoide y cuando ella cree que ya no le es posible tolerar más tanto martirio, el falo portentoso invade la estrechez del cuello uterino para traspasarlo y rozar el endometrio. Un grito formidable brota espontáneamente de su boca y coincidentemente con él, Luján inicia la extracción del miembro artificial para, cuando aun sus labios farfullan roncamente su dolor, comenzar con un vaivén copulatorio que, insólitamente y medida en que el falo se desliza por su interior, le proporciona un placer inefable y asiéndose de sus propias rodillas, impulsa el cuerpo contra el de la ginecóloga en un cadencioso meneo.
Ella siente como en el lerdo tránsito copulatorio, el pene arrastra restos de piel y sin embargo, eso contribuye a que la nueva sensación casi masoquista que la hace disfrutar cada vez más, la haga pujar como si fuera una parturienta y, sin tener cabal conocimiento de aquello, se va arqueando hasta que sólo queda apoyada en la cabeza y sosteniéndose férreamente de las rodillas, acompaña entusiasta las arremetidas de la robusta morocha en un coito que le resulta maravillosamente placentero.
Luján también parece obnubilada por el goce y por unos momentos, ambas se funden en un acople que las extravía, hasta que decide que ha llegado el momento cúlmine y sacando al falo del sexo, chorreante de los olorosos jugos vaginales, lo apoya contra el ano y empuja sin dubitar.
Victoria no esperaba semejante acto de la ginecóloga y, aun estupefacta por las delicias que la cópula le produce, no atina a reaccionar sino cuando la verga ya ocupa buena parte del recto. Aunque no lo practicara en los últimos tiempos, el sexo anal ha ocupado un lugar preferente en otras épocas, pero nunca su tripa ha sido intrusada por un miembro de semejantes proporciones y esta vez, un estridente alarido denuncia el sufrimiento que la dilatación forzada de los esfínteres le provoca.
Empujándole aun más los muslos hasta que las rodillas se apoyan en el asiento junto a sus hombros, Lu hace que toda el área venérea quede expuesta casi horizontalmente y colocándose acuchillada sobre ella como una especie de mítico fauno, sosteniéndola erguida por las caderas, la penetra con verdadera saña mientras masculla sordamente como la satisface sodomizar a mujeres tan voluntariosas como ella, en tanto se desplaza despaciosamente para irla penetrando desde distintos ángulos.
A esa altura, Vicky está tanto o más excitada que su amante y disfruta a pleno de las penetraciones, al punto que es ella misma quien aferra al consolador de ocupa la entrepierna para aplastarlo contra el sexo y conseguir que las fenomenales puntas siliconadas restrieguen sus inflamadas carnes.
Los bramidos, ruegos, sollozos y risas pueblan al cuarto por la desmesurada pasión que la sodomía y la masturbación combinadas les producen hasta que, en medio de conmocionadas manifestaciones de satisfacción, ambas van declinando físicamente para ir despaciosamente deslizándose de lado y, descansando espatarradas, se hunden en la modorra propia del orgasmo consumado en plenitud.
Rato después, desembarazándose del cuerpo de Luján que cubre gran parte del suyo y ahora con un sentimiento de vindicta que se confunde con un oscuro deseo de realizar en aquella mucho más de cuanto la ha sometido a ella, acomoda la cintas que ajustan el arnés hasta sentir como las puntas aprietan rudamente su sexo y tomando del maletín un consolador con cabeza en ambos extremos que, de más de cuarenta centímetros y a través de su elástico cuerpo traslúcido, deja vislumbrar en su interior una estructura articulada que permite ser doblada en cualquier posición y mantenerla.
Boca abajo y con una pierna encogida de lado, el ano y sexo de Lu se muestran oferentes de una forma casi indecorosamente provocativa que, sin embargo, a Vicky se le hacen extremadamente tentadores, hasta el punto que en sus entrañas se hincan los voraces colmillos de la excitación.
Con sólo sentir el toque de sus manos acariciantes en las nalgas, la morocha emite un somnoliento murmullo de mimosa complacencia y entonces, los dedos derivan hacia el interior de la profunda hendidura hasta tomar contacto con el perineo y deslizándose hasta el embebido agujero vaginal, comprueban la densidad de las mucosas orgásmicas que cubren los delicados tejidos de la famosa “fourchette”.
Delicadamente, sus yemas recorren todo el derredor de esos frunces, recogiendo al espeso flujo y tras llevarlo a su boca para comprobar que es aun más gustoso de lo que recordara, repite la operación un par de veces más hasta que los hondos suspiros de Luján la incitan a ir más allá y penetrando despaciosamente al interior, siente los músculos vaginales estrechándose contra ellos en un voluntario movimiento de sístole-diástole para transmitirle el calor intensísimo de las carnes.
Definitivamente lanzada, inclina la cabeza hasta que su lengua tremolante se desliza a lo largo de la hendidura para instalarse sobre la negrura del ano, al tiempo que los dedos rascan suavemente los tejidos vaginales en un movimiento de ciento ochenta grados hasta ubicar en la cara anterior, el bulto ya crecido del Punto G.
Las yemas palpan su superficie para luego concentrarse en un cada vez más intenso restregar en tanto la lengua vibrante, estimula con empecinamiento al haz fruncido, buscando su dilatación. Modificando su posición, Luján encoge aun más la pierna mientras abre y estira la otra para facilitarle la tarea. Con ese gran espacio, la médica agrega otro dedo para iniciar un ir y venir de la mano que suma un ronco acezar a los entrecortados asentimientos de la ginecóloga.
Ya los esfínteres anales han cedido y la punta de la lengua escarba hasta conseguir introducirse poco más de un centímetro, pero eso le permite comprobar no sólo como la seduce ese sabor acre que en el fondo tiene un resabio de dulzura, sino también que el ano de su amante está predispuesto a cosas mayores y uniendo la acción al pensamiento, hace que la punta de su meñique acompañe a la lengua hasta perderse totalmente en el recto.
Luján aprueba eso, elevando un poco más las nalgas y es entonces que, ya excitada por la idea de someter a una mujer como si fuera un hombre para confirmar definitivamente su desvío sexual, Vicky reemplaza con infinito cuidado pero sin vacilaciones al dedo pequeño por su índice y mayor hasta que los nudillos le impiden ir más allá.
Ante los insistentes asentimientos de la fogosa morocha pero aventados sus temores a lastimarla por un lecho de mucosas que parecen proteger a la tripa, mueve los dedos en suaves vaivenes y encorvándolos como los que penetran la vagina, descubre la delgadez de las paredes del intestino y del sexo, que le permiten rozar los dedos de ambas manos como si estuvieran separados solamente por una membrana casi inexistente.
Esa comprobación la deslumbra y obnubilada por el deseo, recorre la mórbida superficie de la nalga en intensos chupones que dejan en ella círculos rojizos, en tanto que, ya decididamente dispuesta al sometimientote de Luján, forma una cuña con los dedos de la mano que penetran la vagina para iniciar una verdadera cópula manual y los dedos que sodomizan al ano, entran y salen cada vez con mayor vertiginosidad.
Unas imperiosas contracciones torturan sus entrañas y sumándose a los reclamos vehementes de la ginecóloga para que la posea de una vez, un velo rojizo que la aliena la hace adoptar un comportamiento animal y enderezándose, empuña el largo consolador para embocarlo en el sexo de Lu y ante sus exclamaciones de fervoroso agradecimiento, lo hunde hasta que la copilla se estrella contra las nalgas.
Consecuentemente, la multitud de puntas de la copilla hace un verdadero estropicio en todo su sexo, pero ese martirio incruento le resulta tan placentero que la impulsa a retirar el falo para comenzar con una penetración que no le resulta fácil, ya que su cuerpo no está acostumbrado al balanceo copulatorio natural en los hombres.
Temiendo que la tremenda verga hiera el interior de la otra mujer y recordando cuanto le gusta a ella ser penetrada en esa posición, hace poner de costado a Luján e indicándole que encoja cuanto pueda la pierna que mantiene estirada, toma la otra y extendiéndola para apoyarla contra su hombro, con el sexo así dilatado, se aferra al muslo para darse impulso y ahora sí, lentamente va encontrando un ritmo que, por cadencioso, las complace a ambas, ya que al tiempo que Lu disfruta con las idas y venidas del falo, ella lo hace con el estregamiento de las puntas.
Jamás hubiera supuesto que el someter a una mujer como si fuera un hombre iba a transmitirle tal tipo de emociones puesto que, seguramente por lo que las puntas hacen en sus carnes, verdaderamente siente al consolador no sólo como si fuera una extensión real de su cuerpo, sino que todas sus zonas erógenas se encuentran sensibilizadas al máximo y mentalmente experimenta una absurda e insólita sensación de macho dominante que la extravía más aun.
Bramando como si realmente fuera un animal, baja la pierna de la morocha que está encantada por el violento brío de la que suponía tímida mujercita, y, con su colaboración, la hace colocarse arrodillada sobre el asiento para, parándose, volver a penetrarla hasta sentir en carne propia como la punta del miembro traspone el cuello uterino de Luján.
Con la satisfacción pintada en el rostro por una espléndida sonrisa, la rubia y menuda rubia, estimulada por los roncos gemidos de su amante, flexiona las rodillas para formar un verdadero arco y, aferrándose a las caderas de Lu, proyecta el cuerpo de tal forma que la copilla y sus muslos chocan ruidosamente contra las nalgas.
Ese es el desencadenante de un coito en el cual ella se prodiga con la misma destreza y actitud violenta que un hombre y sintiéndolo así en su mente, convertida definitivamente en un macho, penetra con ahínco el sexo hasta que los reclamos de su amante para que ceda en su frenética cópula la exacerban aun más; sacando la verga chorreante de fragantes jugos de la vagina, la apoya contra el ano y exigiéndose, porque este se contrae instintivamente, va hundiéndolo en el recto en medio de ayes y gritos de la ginecóloga.
Ambas están sorprendidas; Luján por la inconcebible actitud masculina de Victoria y además por comprobar lo verdaderamente temible de aquel falo que, habiéndolo utilizado desaprensivamente en el ano de la otra muchacha sin haberlo probado antes en sí misma, le confirma cuanta pasión tiene que experimentar esta para haber soportado sumisa y sin protesta semejante portento.
Por su parte, Vicky ve ratificada esa natural propensión a la homosexualidad que le alabaran todos y cada uno sus amantes y hasta quien fuera su marido, por la forma en que disfrutaba de los cunni lingus y masturbaciones, especialmente su frenética respuesta cuando era penetrada con sucedáneos fálicos que ella misma aportaba y también, por como ahora proyecta su masculinidad subyacente o reprimida con tanto placer que, penetrar a Lu como si fuera un hombre, provoca en lo más hondo de su ser emociones que no concibe relacionar con su género.
Convertida en una fiera y roncando de la misma manera salvaje, clavando los dedos en el nacimiento de las ingles de su amante, tensando y aflojando el arco fenomenal de su cuerpo, se proyecta contra las ancas de Luján, quien, entusiasmada por la magnífica sodomía, ocupa una mano en la masturbación de su sexo al tiempo que alienta a la médica a no ceder en tan maravilloso acople, hasta que esta percibe esa acción y retirando la verga del ano, vuelve a hundirla en el sexo, reiniciado la cópula.
La ginecóloga no puede dar crédito a la bestia que ha despertado en la rubia mujercita a quien, por sus modales y aspecto, ni siquiera consideraba que fuera una buena amante para los hombres; ahora y soportándolo placenteramente, sufre en carne propia su incontinente perversión con una alegría que la desborda, especialmente cuando Victoria comienza a alternar las penetraciones de un agujero al otro.
Sin cesar de restregar furiosamente al clítoris, da a su cuerpo un balanceo que se acompasa con los rempujones de Vicky y cuando esta, tras una serie de violentas arremetidas al ano vuelve a someter la vagina, apoya aquel largo consolador de dos cabezas contra el ano para introducirlo casi hasta la mitad, no cabe en sí por la satisfacción de esa doble penetración.
Los ayes y bra
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