Conociendo mi sexualidad II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por latosita.
Es posible que necesites leer la primera parte para saber cómo empezó todo:
http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-45016.html
Una tarde me encontré con Laura, a dos cuadras de mi casa, yo había ido a la tienda a comprar frituras y ella regresaba del parque.
– Hola, chica – me saludó
– Ho-hola – me sorprendió porque nunca hablábamos
– ¿Sabes si mi novio ya llegó a buscarme? – me preguntó
– Ni siquiera conozco a tu novio – respondí – te he visto con varios chicos y no sé cuál de ellos es el bueno
– ¡Ay, es que los chicos me vuelven loca!, algún día te vas a enterar
– Pero, ¿a todos los besas y dejas que te acaricien?
– Sí, claro – contestó – ¿a poco a ti no te gusta cuando te tocan?
Hice un poco de memoria y, aunque no se lo comenté, lo más cerca que había estado un chico de tocarme era mi hermanito, a veces cuando veíamos una película y yo tenía las palomitas entre mis piernas, podía sentir su mano hurgando en la bolsa y rozando levemente mi vulva; ocasionalmente sentía rico, sin embargo, nunca lo consideré como algo indebido, o sea, el enano tenía 11 años y yo era su hermana, no podía ser otra cosa que el niño cogiendo palomitas.
– Este – dudé un poco – a mí nunca me han tocado, es más, ni siquiera me han dado mi primer beso
– ¡Ah, ya veo!, pero no me digas que no sientes rico cuando tú solita te tocas
– Este, no
– ¿Tú todavía no te tocas? – preguntó un tanto sorprendida
– N-no – fue lo único que pude contestar
– ¿Te gustó ver lo que me hizo ese chico el otro día?, ¿al menos sentiste algo?
En este punto de la conversación no estaba segura de querer contestar porque no le tenía la confianza suficiente y no creía que estuviera bien contarle lo que sentí, pero seguimos hablando un rato, de lo mismo, y me fui sintiendo más cómoda con el tema.
– Me dio miedo que te molestaras, pero sí me gustó y hasta sentí cositas – al fin me atreví a decirlo
– ¿Te mojaste?, ¿te dieron ganas de tocarte? – preguntó
– Sí, las dos cosas
– ¿Y por qué no te tocaste?
– Es que mi mamá dice que es pecado
– Sí, yo tengo una de esas en casa y es igual a la tuya, pero se siente tan bien que no puedo evitarlo, aunque me gusta más cuando un chico lo hace
Para no hacerlo tan largo, en el camino a casa me fue dando algunos consejos, como olvidarme de todo, pensar solo en mí y lo que mi cuerpo quiere, pero, lo más importante, asegurarme de que nadie me vea, hacerlo de preferencia por la noche y con la puerta de mi cuarto bien cerrada.
Pasaron varios días, quizá algunas semanas, y cada que nos encontrábamos me seguía dando consejos sobre cómo tocarme, pero no solo los pechos, sino todo mi cuerpo, invitándome a descubrir lo que me provocaba más placer.
Una noche, después de ver una película en familia, con mi hermanito y sus roces al buscar palomitas en la bolsa que tenía entre las piernas y después de pensarlo mucho, por fin me decidí a hacer caso a los consejos de mi vecina, les desee buenas noches a mis papás y al enano y me fui a lavar los dientes para después encerrarme en mi cuarto.
Me quité los zapatos, encendí la lámpara del buró, apagué la luz del cuarto, coloqué un par de almohadas y me recosté sobre la cama, buscando la posición más cómoda para lo que estaba a punto de hacer, doblando y abriendo las piernas y viendo, a media luz, el contorno de mi cuerpo.
Cerré los ojos y comencé a recordar lo que vi y todo lo que me dijo Laura que debía hacer; imaginé que el mismo chico me besaba y me tocaba, por supuesto, eran mis dedos los que recorrerían mi cuerpo, pero realmente estaba fantaseando con él.
Acaricié mi cara con las yemas de los dedos de las dos manos, lentamente pasé al cuello, dejando la izquierda ahí y la derecha bajando por el pecho, desabrochando la blusa, pero sin tocar los senos; hice una pausa para tocarme el vientre, hasta llegar al borde de la falda, subí y baje 3 o 4 veces y luego llevé la mano hasta la pierna; tocarme y pensar en alguien más era mucho más rico y eso que apenas estaba comenzando.
Me coloqué un poco de lado para acariciarme una nalga y me di cuenta que me gusta mucho, sobre todo si es en la parte baja y el contacto es solo con las yemas de los dedos; así estuve unos segundos y luego me incorporé para quitarme el brasier, sacando los tirantes por debajo de las mangas de la blusa, quitándolo por completo para que no estorbara y volví a recostarme.
Estaba dispuesta a seguir al pie de la letra las instrucciones de mi vecina, así que puse ambas manos en el vientre y comencé a recorrer por los costados, haciendo círculos hasta llegar al ombligo y luego subiendo hasta encontrar el borde de mis pequeños limoncitos.
Presioné gentilmente ambos pechos y noté que ya mis pezones se habían levantado y puesto duritos, no pude evitar jugar con ellos, pellizcándolos, presionando, estirando y girando, para después repetir la rutina una y otra vez, aumentando o disminuyendo la velocidad, tratando de encontrar el punto ideal para sentir más rico e hice lo mismo al cubrir cada uno con mis manos, acariciando, masajeando y apretando.
Tal como lo profetizó Laura, aumentó mi temperatura, empecé a sentir un cosquilleo muy rico entre las piernas y traté de recordar todas sus indicaciones, concentrándome solamente en lo que mi cuerpo pedía y cómo se agitaba mi respiración con cada nueva caricia, siempre pensando en que era su novio quien me tocaba.
Con la mano izquierda seguí estimulando mis pequeños senos y deslicé lentamente la derecha hacia abajo, pasando por el ombligo, arremangando la falda, llegando a la zona del bikini y completando el camino hasta la vulva, tocándome suavemente por sobre la fina prenda de algodón.
Mi respiración se agitó y entendí que tal vez empezaría a gemir como lo hizo mi tutora cuando la espié, por lo que me preparé para tratar de no hacer mucho ruido, sobre todo ahora que sentía tanta humedad al imaginar que mi mano izquierda era la boca del chico y mis dedos su lengua juguetona.
Subí la mano derecha hasta el elástico de mi ropa interior y pensé en meterla como hizo el chico con su novia, pero creí que podía ser incómodo y deslicé el bikini hacia abajo, lo suficiente para permitirme tener acceso a la vulva con plena libertad y, a la vez, tener las piernas abiertas; sentí mucho morbo al percibir el olor que emanaba de mi entrepierna.
Con el dedo medio recorrí todo mi órgano sexual y me gustó sentirlo húmedo, con los labios ligeramente abiertos, pero más me gustó cuando encontré el clítoris y recuerdo haber emitido un gemido que más bien pareció un grito pequeño; llevé el dedo hacia abajo y volví a subirlo, tratando de abrir por completo los labios en cada pasada.
Con la mano izquierda en mis pechos y los labios vaginales bien abiertos, con el dedo medio de la mano derecha comencé a manipular el clítoris, haciendo pequeños círculos y presionado suavemente, lento, hasta que me invadió una ola de calor que me pedía más; no me atreví a meter ni un dedo a la vagina, pensando que eso acabaría con mi virginidad, pero aumenté la velocidad del masaje en el clítoris, tratando de ahogar mis gemidos y, de pronto, sentí como se contraían mis glúteos y las piernas, así como algo dentro de mi vientre, llevándome a un delicioso nivel de placer que hasta creí que estaba volando.
No sé cuánto tiempo duró ese primer orgasmo, pero fue lo más rico que había experimentado en mi corta existencia y, mientras recobraba el aliento, seguí acariciando mi cuerpo, tal como había empezado, solo con las yemas de los dedos y pensé: Al diablo con el pecado, el infierno y los sermones de mamá, seguiré haciéndolo cada que pueda.
Me quité toda la ropa, aventándola al piso, me metí bajo las sábanas, apagué la luz y esa fue la primera vez que dormí completamente desnuda, satisfecha, muy feliz y, sobre todo, sin preocuparme si mis pechos crecerían o no, así me gustaban, así los disfrutaba.
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