Conociendo mi sexualidad V
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por latosita.
A pesar de saberme descubierta por mi hermanito y de enterarme de su “secreto”, todavía me sentía excitada cuando salí para despedirme de mi novio y ver cómo se alejaba en dirección a la calle donde vivía; iba a entrar a mi casa cuando escuché que mi vecina Laura me habló.
– Hola, chica, ¿qué tal? – preguntó
– Todo bien, gracias – respondí y no pude ocultar una nerviosa sonrisa
– ¿Ha pasado algo últimamente?
– Algo, sí, pero no gran cosa
– ¿Segura? – preguntó con un dejo de sarcasmo mientras se acercaba a mí – te ves “rarita”, como que estabas haciendo algo y puedo percibir el olor característico del pecado
– ¡Ah! ¿Sí? – respondí, sonrojada por haber quedado en evidencia – bueno, estuvo rico, de hecho, muy rico
– Aprovecha lo que estás sintiendo ahorita, enciérrate en tu cuarto, piensa en lo que acabas de hacer y trata de reproducir cada acción con tus deditos – seguía hablando mientras caminábamos a la puerta de mi casa – deja que la calentura sea la que ponga límites, o los quite – esto último lo expresó con un tono como pervertido, luego preguntó – y ¿te puedo pedir un favor?
– ¡Ah, sí, dime!
– Regálame tus calzoncitos – pidió casi rogando, como una niña pequeña pidiendo un dulce
– ¿Cómo? – pregunté con los ojos abiertos como platos – ¿Para qué los quieres?
– Algún día te contaré
Sin decir más, me llevó hasta la puerta, donde me abrazó, luego puso sus manos en mis piernas y las fue subiendo por detrás, levantando suavemente la falda y posándolas en mis nalgas; no podía creer lo que estaba pasando, me sentí muy rara porque nunca imaginé que una mujer pudiera hacerme algo así y, menos aún, que yo lo disfrutaría.
Tomó mis bragas por el elástico y lentamente las fue deslizando hacia abajo, rozando mis piernas suavemente, hasta que llegó al suelo; por “inercia” levante una pierna y luego otra para que pudiera quitarme la prenda; rápidamente se la llevó a la nariz y aspiró profundamente, exclamando “Uhm, qué rico aroma de putita”; me dedicó una sonrisa, me dio un beso en la mejilla, casi en los labios, y se fue corriendo a su casa dejándome pasmada.
Cuando me recompuse, entré a mi casa, subí las escaleras, caminé por el pasillo; al pasar frente a la habitación de mi hermano escuché gemidos y pensé que estaría llorando por lo que vi en su compu, pero no le di importancia; fui directo a encerrarme en mi cuarto, asegurando bien la puerta y encendiendo la luz de la mesita de noche; no sabía a qué hora llegarían mis papás y tampoco me preocupaba, porque no estaba dispuesta a desperdiciar la gran excitación que tenía en ese momento.
Para tratar de lograr un ambiente adecuado, puse música suave y con poco volumen; me quité los zapatos y me coloqué frente al espejo, imaginé que estaba con mi novio y que mis manos eran las suyas al recorrer mi cuello, acariciando muy suave y llegando hasta la nuca, soltando el cabello y regresando al lugar del primer contacto, solo brevemente, pues descendieron desabrochando cada botón de la blusa, a paso lento, mientras humedecía los labios con mi lengua y balanceaba las caderas al ritmo de una de esas tontas baladas que tanto detestaba en otras ocasiones, pero que parecía como mandada hacer para ese momento.
El espejo era de cuerpo completo y estaba frente a la cama, yo, parada ahí, bailando y viéndome descalza, con la blusa abierta, el brasier aún húmedo por lo que hizo mi novio, la falda arrugada y sabiendo que no había otra prenda debajo, recordé esa palabra que dijo Laura y que en otra situación me hubiese resultado demasiado ofensiva: “Putita”; quizá no me la dedicó tan abiertamente, pero pensé que tenía razón en habérmela dicho, porque así me sentía, estaba súper excitada y no podía, ni quería, evitarlo.
Masajeé mis pechos con ambas manos, ya no me parecían tan pequeños, a fin de cuentas, ese detalle ahora carecía de importancia; llevé las manos a la espalda, desabroché el sostén, luego saqué los tirantes por las mangas de la blusa, como había hecho tantas veces y, finalmente, quité la prenda por el frente, aventándola a algún rincón de mi cuarto; me sentí increíblemente puta, nunca me había pasado y, por supuesto, nunca imaginé que me gustaría tanto verme y sentirme de esa forma.
Sin dejar de bailar, giré lentamente hasta darle la espalda al espejo, me agaché, acaricié mis muslos, primero por el frente, luego por detrás, viendo en el reflejo cómo iba levantando la falda hasta mostrar mis nalguitas desnudas; estuve así por unos segundos y enderecé mi cuerpo, completando el giro para estar nuevamente de frente ante la imagen de la chiquilla que ansiaba convertirse en mujer.
Mis manos juguetonas recorrieron el vientre y subieron hasta posicionarse una en cada seno, rozando, masajeando, pellizcando el pezón, girándolo, jalándolo como si lo quisiera arrancar; cada mano parecía tener vida propia, realizando acciones sin copiar a la otra y provocando que mi respiración se tornara agitada; ¿pensaba en mi novio? Quiero creer que sí, sin embargo, de repente se colaba por ahí la imagen de mi vecina y, a coro con mi chico, me decía “putita” con una dulce y lujuriosa voz.
Asegurándome de que podía seguir viéndome en el espejo, me senté en la cama, llevé la mano derecha a la boca para chupar el dedo medio, así como hacen las chicas en las películas para provocar a los chicos; con la izquierda levanté la falda y la imagen de una vulva cubierta de un fino vello se reflejó en el espejo; bajé la mano derecha y, con el dedo húmedo, recorrí el monte de venus desde abajo hacia arriba, separando los labios inferiores y haciendo una breve escala en la uretra para luego proseguir el camino hasta el clítoris.
La excitación iba en aumento y no creí conveniente probar primero sobre el capuchón, por el contrario, rápidamente descubrí l clítoris y comencé a sobarlo fuerte, rápido, haciéndome gemir y jadear, obteniendo un orgasmo que, en lugar de bajar mis ánimos, solo consiguió incrementarlos; por supuesto, el espejo también era un factor importante, apenas si podía reconocerme en esa imagen tan lujuriosa.
No había mucho que pensar, nuevamente chupé el dedo medio, me sorprendió gratamente su sabor y, sin perder tiempo, lo devolví a la vulva, separando por completo los labios vaginales y enterrándolo en un movimiento lento, sin prisa, sin pausa, sintiendo cómo lo apretaban los músculos internos mientras penetraba sin encontrar obstáculos; respiraba agitada, sudaba a chorros y todo mi cuerpo temblaba, estremecido por el gran placer que estaba recibiendo.
Una vez que el dedo entró completo, lo moví haciendo pequeños círculos, como si estuviera calibrando para saber si sería suficiente o quizá requiriese meter uno (o dos) más; como si de un imán se tratara, el pulgar de la misma mano que tenía entre las piernas se dirigió al clítoris, presionándolo, soltándolo y repitiendo una y otra vez los movimientos, arrancándome gemidos, algunos pasados un poco de volumen.
Penetrada por un dedo y casi arrastrándome, me recosté completamente en la cama y puse una almohada en mi cara, para tratar de minimizar los ruidos que estaba haciendo; flexioné y abrí completamente las piernas buscando la mayor comodidad.
El pulgar volvió a realizar sus movimientos para estimular el clítoris y comencé a sacar el dedo medio para luego volverlo a meter, muy lento, sintiendo cómo me recorría internamente y, poco a poco, incrementando la velocidad e intensidad; nunca antes había derramado tantos jugos vaginales, entre mis gritos y gemidos alcanzaba a escuchar el chapoteo cuando metía el dedo completo y la mano chocaba en mis genitales.
No sé cuánto tiempo estuve así, estimulando el clítoris y penetrándome casi de forma salvaje, solo recuerdo que me llegó un orgasmo muy largo y muy intenso que me hizo gritar de placer y me obligó a cerrar fuertemente las piernas, aprisionando los dos dedos, ambos esforzándose por seguir su tarea, uno acariciando el clítoris y el otro queriendo entrar y salir; con la mano izquierda mantenía presionada la almohada sobre la cara, ahogando los gritos, gemidos y jadeos de esa, mi más placentera experiencia de autosatisfacción.
Cuando terminaron los espasmos me recosté de lado, acerqué la mano derecha a la cara y disfruté ese “rico aroma de putita”; finalmente, lamí los dedos bañados con mis jugos y no me di cuenta en qué momento me quedé dormida.
Días (quizá semanas) después, Laura me regaló mis primeros dos conjuntos de ropa interior, uno de licra y el otro de encaje, satinados, muy suaves y, sobre todo, muy sexis; fue entonces que dejé de usar mis clásicos conjuntitos de niña, los de algodón.
Esto es realmente bueno