En la playa con papá capítulo 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Total que el día señalado de la partida al fin llegó.
Por suerte pasé todas mis asignaturas y gracias a eso pude irme sin ninguna clase de remordimiento.
A la única que no le gustó mi decisión fue a mi amiga Joan, porque ella tenía la seguridad de que me quedaría con ella y que nos la pasaríamos de lo lindo yéndonos de viaje.
Había insistido en venir conmigo, sólo para colarse, pero le dije que no porque era cosa de familia, y además… me avergonzaba que conociera a mi padre.
El viaje en el avión fue acogedor en su mayor parte, y sin más dilemas aterrizamos con un poco de turbulencia al final de cuentas, lo cual casi me hizo vomitar del miedo.
Había visto suficientes programas como para saber en qué iba a terminar todo si nos alcanzaba una corriente de aire.
Nada más salir, el sol del verano de la costa me golpeó deliciosamente sobre la piel.
Yo iba vestida ligera, con una minifalda de mezclilla, un top y el cabello amarrado.
Pensaba broncearme muy bien para acentuar el color de mi piel y que al volver, Joan tuviera algo de qué envidiarme.
Mi padre Leandro no es un hombre como cualquier otro.
Cuando le vi, entendí por qué mamá se separó de él.
Iba vestido con una camisa hawaiana de radiantes colores, shorts y sandalias.
El largo cabello le caía rubio hasta la espalda, su barba malamente recortada le daba un aspecto gracioso a su rostro, adornado con un bonito par de ojos azules.
No le veía desde hacía tiempo, pero no había cambiado en lo absoluto.
—Daniela… mira que bien te has puesto —me escaneó de pies a cabeza.
Yo solté las maletas y abracé a papá.
Él, sin pena, me rodeó fuertemente y me levantó del piso.
Era alto, media casi un metro con noventa.
Me apretujó fuerte, que mis tetas se escondieron contra su pecho.
Luego me dio una bonita caricia en la mejilla y un beso en la frente —.
Te pareces mucho a mamá.
—Gracias… eso me dicen a menudo —Mentira.
Mi mamá estaba más buena que yo, y tenía más vida sexual que yo.
—Vamos, vamos.
Es hora de irnos cuanto antes a mi casa.
Debes de estar sedienta ¿verdad?
—Sí.
Hace muchísimo calor, papá.
—Con esa ropita pronto te broncearás —noté una candorosa mirada a mis piernas.
Papá tenía un fetiche con ellas.
Lo sabía por las publicaciones en su Facebook, el cual yo revisaba en ocasiones.
Me senté en su coche al lado de él y recorrimos la ciudad caribeña, bastante bien animada para esas épocas, con turistas de toda clase.
Oía música muy alegre que me hizo sentirme relajada.
En eso papá, discretamente puso una mano sobre mis piernas cruzadas y se permitió tantear un poquito con delicada inocencia.
Yo le miré.
Él seguía con la vista puesta en la carretera, pero las yemas de sus dedos se deslizaban sutilmente por la carne de mis muslos.
Le dejé estar.
Era mi padre.
¿Qué clase de deseos podría tener conmigo?
—¿Cómo está mamá?
—Bien…
—Sé lo del amante.
—Ay… papi… lo lamento.
¿Estás bien?
—Bien.
Muy bien.
Ella ya sabe mi posición sobre el amor y el sexo.
En este mundo todos deberíamos expresar nuestra sexualidad libremente y coger con quienes nos plazca.
Hay que relacionarnos entre sí, humanos con humanos, y con la Madre Naturaleza.
Sonreí.
Papá era un pseudo hippie, pero era feliz siéndolo y si eso le ayudaba a llevar la idea de que mamá tenía un amante… bueno, estaba bien por mí.
La verdad yo compartía parte de sus ideas.
El sexo era hermoso cuando se practicaba libremente.
Lo sabía por los gemidos de Joan y la manera en la que mi amiga era feliz cogiendo con cuanto hombre quisiera.
Adoraba sentir el semen cayéndole de la vagina, las caricias, los besos… pero esa era ella.
Yo era más bien un poco recatada en ese aspecto y no me relacionaría con cualquier persona desconocida, como mamá había hecho en su adolescencia.
Su casa estaba cerca de la costa, a unos diez minutos de la playa.
Entramos y al fin pude desempacar.
Pasaría mes y medio aproximadamente y ya sentía ganas de meterme al mar.
—¿Quieres comer algo, mi amor?
—Pues me gustaría ir a la playa cuanto antes.
—Ah, perfecto.
¡Vamos! ¡Déjame ir por el bloqueador solar! ¿Trajiste bikini?
—Sip.
La sonrisa que puso mostró felicidad.
Total que me puse el bañador debajo de la ropa y nos fuimos a la playa.
Una vez allí me quité todo lo de encima y me quedé con el bikini, que era una tanguita muy linda de color verde y un sujetador.
—¿No harás topless? Tu mamá lo hacía.
—Ay, no.
Me da mucho…
Me quedé callada.
Papá se quitó los pantalones.
Su pequeño traje de baño le realzaba un bulto entre las piernas casi tan grande que tuve que desviar la mirada.
Él me tomó de la mano y me arrastró al interior del agua.
Una vez allí, ya me sentí más dueña de la situación y me la pasé nadando, moviendo las piernas y demás.
Él se acercó detrás y me abrazó por la cintura.
Sentí la polla semidura contra mis nalgas, y traté de no darle mucha importancia.
Él era mi padre.
¡Mi padre! No debería ni siquiera de notar que él era un hombre ¿verdad? No debería de… estremecerme con las manos en mis caderas ni con mis nalgas tocándole el paquetote.
—Papi… me estás untando tu pene.
—¡Ay! Perdón, Daniela.
Lo siento mucho.
Me reí, apenada.
—Descuida.
Vamos a nadar y a ver quién llega más lejos.
Desde ese momento papá se mostró algo más apenado por haberme frotado su verga en el culo.
Yo ya le había perdido la importancia, pero no me gustaba verlo así un poco alejado de mí.
No es que le odiara ni nada por el estilo.
—¿Me pones bloqueador? Voy a asolearme.
—Claro, Daniela.
Me eché sobre una toalla, bocabajo.
Aunque no se lo pedí, me quitó el sostén desabrochándolo.
Además yo tenía las mejillas coloradas por exponerle a mi papá, un hombre más adulto que yo, mi culito nada más cubierto por la diminuta tanga de mi bikini.
Sus manos se movieron suaves por toda mi espalda, mi cintura y hombros.
Yo me moría de la risa cuando llegó a mis nalgas.
—¿Quieres que…?
—Sí.
O se me va a quemar el culo.
—Claro.
No podemos dejar que tanta carne se desperdicie —bromeó.
Cerré los ojos y me dije ¡¿Qué demonios me está pasando?! Cuando él puso sus dedos en mi trasero, una ola de calor no producida por el sol irrumpió en mí.
Suspiré.
Algo en mi vientre se movió.
Dedicaba mi padre especial atención en presionar mis nalgas, que se resbalaban de sus manos por el bloqueador solar.
Yo tenía escalofríos y estaba un poco apenada la verdad.
—¿Ah? Papá… creo que ya tienen suficiente bloqueador.
—Perdón, hija.
Sólo te miraba y pensaba en mamá.
Eso… de alguna manera me molestó.
¿Por qué en mamá? Siempre, siempre me comparaban con mamá.
—Bien ¿te lo pongo arriba?
—No, gracias —dije un poco sacada de onda.
Por la noche, mientras me bañaba, me di cuenta de que me había gustado la sensación de las manos de mi padre recorriéndome el trasero.
Estoy loca, lo sé.
Es raro, enfermo… pero… pero me agradó bastante la caricia de alguien ajeno.
Me toqué el culo yo misma, y me abrí las nalgas frente al espejo de baño, para verme.
Mi anito rosado estaba bien, y la línea de mi concha también.
La traía rasurada por cuestiones de estética.
Recordé, al ver mi estrecha abertura, la última polla que tuve dentro.
Había pasado tanto…
En eso estaba mirándome mis partes escondidas y deliciosas, cuando la puerta se abrió.
Era una mujer de pelo rubio.
Yo grité.
Ella también.
Cerró la puerta y yo me apuré a ponerme una bata y salir en su búsqueda.
Todo eso en menos de veinte segundos.
—¡Oiga!
—Perdón, perdón —decía mientras bajaba las escaleras.
—¡¿Quién es usted?!
Se giró despacio antes de bajar a la primera planta.
Al verla mejor, noté un cuerpo escultural.
La mujer no debía ni de tener los treinta y cinco años.
Era muy rubia, de piel nacarada y pechos redondos y grandes ocultos debajo de una diminuta blusa de tirantes.
Llevaba unos jeans de mezclilla súper ajustados, y muchas pulseras en las manos.
—Me llamo… Shaira.
Soy la novia de tu papá…
—¿La novia?
—Tú debes de ser Daniela ¿Verdad? —subió las pocas escaleras que había bajado y me tendió una mano surcada de venas —.
Es un gusto conocerte.
Perdona.
No pensé que estuvieras checándote en el baño.
—No estaba… revisándome —dije apenada.
Por Dios, me había visto con el culo abierto.
Le estreché la mano, claro que incómoda.
La novia de papá… con razón él no estaba interesado en el amante de mi madre —¿Seguirás en el baño? Quería darme una ducha.
—Ah… no, úselo.
—¿Segura? Podemos bañarnos las dos si quieres —me guiñó un ojo azul.
—¿Ehhhh? Oiga… yo no…
Su hermosa cara enrojeció de la vergüenza.
—¡Ay! Mi niña… perdón.
Pensé que eras como tu papá…
—Pues no.
Mi papá puede practicar el amor libre de acuerdo a su filosofía, pero yo soy una chica bien portada.
—Perdona.
—No se preocupe.
Disfrute el baño.
Abochornada, me metí al cuarto para cambiarme la ropa.
¿Qué clase de novia tenía el cabrón de papá? Ay… me dio un pequeño ataque de rabia.
Me calmé nada más porque encendí un cigarrillo y lo fumé despacio desde la ventana.
Allí veía claramente el coche de la tal mujer Shaira.
Más tarde bajé a cenar.
Shaira estaba allí en la cocina vestida con unos diminutos shortcitos.
A su lado, en la cocina y friendo algo, estaba una joven de mi misma edad, con unos shorts igual de cortos y en sujetador.
— Hola…
—Hola —se giraron las dos.
Ambas rubias.
La chica más bella que la mamá.
Resultaba que la joven era la hija de Shaira, llamada Mara.
Era de una belleza exótica, con pechos turgentes, algo más grandes que los míos, que tampoco era mucho, desgraciadamente.
Tenía en su plano abdomen un piercing muy brillante, y mostraba las líneas de su tanga.
—¿Eres Daniela? Un gusto en conocerte —me saludó con un abrazo cariñoso.
—Ah… sí, gracias.
Igualmente.
—¿Tú papá no te había contado de nosotras? —preguntó Shaira.
—No.
Nada de nada.
—Ah… bueno, supongo que lo contará esta noche.
No tardará en llegar.
Fue a la tienda.
Mientras me tocó esperar con ellas en la cocina.
Ayudé a Mara a hacer la ensalada mientras Shaira barría y sacaba la basura.
Si Mara era la hija de Shaira, y a su vez ésta era la novia de papá, la joven vendría siendo algo así como mi hermana.
Esa idea no me pareció muy buena.
Papá llegó más tarde e hizo las presentaciones correspondientes, y de allí todo fue una cena algo incómoda para mí.
Ellos se trataban de manera diferente, lanzándose miradas y todo.
La tal Mara parecía encariñada conmigo.
—Abre la boca, Dani.
Prueba esta ensalada.
—Em… bien.
¡Mm! Está rica.
—Claro.
Nada mejor que las verduras de la tierra ¿verdad?
—Sí, todo natural.
Me caían mal.
No lo niego.
No es que fueran malas.
Eran muy amables y graciosas y tenían las mismas creencias que papá.
Yo me sentí fuera de lugar, y así, temprano me fui a dormir.
Como a eso de la media noche me desperté con hambre.
Bajé a la cocina y comí un poco de la rica ensalada de Mara.
Al subir de nuevo, en medio del silencio, escuché ruidos en la habitación de papá.
Pegué el oído a la puerta y lo que escuché me heló un poco la sangre.
Eran los gemidos de una mujer.
Tragué saliva.
—Ay, sí.
Sí… más, dame más.
Dame más fuerte, más fuerte por favor, más fuerte.
Así… así…
Mi padre estaba follando.
Y por los gritos de la mujer, estaba rompiéndole todo por dentro.
—¡Ayy! ¡así cosita rica, así!
Me temblaron las piernas.
La idea del sexo, la idea de que estaban cogiendo a tan sólo pocos metros de distancia de mí… hizo que me doliera la vagina.
Inevitablemente me toqué un poco por encima de la ropa.
Quería… quería hurgar en mi interior.
Necesitaba descargar algo en seguida.
—¿Qué haces? —me preguntó Mara.
Giré rápidamente.
La chica estaba algo somnolienta.
—Ehmmm… nada.
—¿Nada? Uhm… —se acercó a mí.
Captó los sonidos y sonrió —Jeje.
Están cogiendo.
—Sí, ya me di cuenta.
—¿Te gusta escuchar?
—No, claro que no.
—¿Y por qué sigues aquí?
—Pues… ya me iba.
Ella me tomó de la mano antes de que me marchara.
—Escuchemos ¿Vale?
—No… Mara.
No es correcto.
—Vamos.
Sólo un poco —la joven tenía una belleza endiablada.
Sonreí… y sí, lo acepté.
Quería oír un poco más.
Cómplice las dos nos agachamos frente a la puerta y pegamos el oído, mirándonos.
—¡Qué rico se siente tu verga en mi culo! ¡Métela más!
—No pensé que Shaira pudiera decir esas guarradas —le dije en voz baja a Mara.
Ella sonrió.
—Mi mamá es así.
Grita mucho con el sexo.
—Entonces… ¿la has oído antes?
—Si.
Cuanto tu papá, todo un semental, le rompe el ojete.
—¡Cállate!
—Ay… sí, Leandro, sí…
—¿Quién es la reina de la casa?
—Yo, yo amor.
Yo los soy.
Dame más… soy una gatita en celo.
Pido más.
Yo estaba muerta de la pena, pero Mara, de la risa.
Noté que sus pezones se levantaban por encima de la blusa.
Ella, al parecer, notó los míos.
—Tienes tus tetas paradas.
—Ah… nada que ver —dije.
—¿Te estás excitando?
—No.
—Dilo —replicó.
—Bien… un poco.
¡Dios! Nuestros padres sí que cogen bien duro.
Se van a destrozar.
—Así son ellos.
No te preocupes.
Ya me acostumbré.
Desde mi cuarto llega también el sonido.
Arrumbadas contra la pared, nos dedicamos a oír el chasquido de las nalgas de Shaira.
—¡Toma mi cabello! ¡Dame de nalgadas!
Mara se rió en voz baja.
La vi claramente con sus minishorts de pijama y su blusita donde sus pezones ya estaban paraditos.
Lentamente, sus dedos que se estaban acariciando los muslos, se pusieron encima de su rajita y comenzó un lento vaivén, como si tanteara la punta de su vagina, la entrada.
—¿Qué haces?
—Nada… —me dijo, y a continuación metió la mano dentro de sus shorts.
Yo enrojecí de la vergüenza.
Anonada, sin prestarle atención a la cogida de nuestros padres, vi los dedos de Mara otorgarle placer por debajo de la ropa.
Oía claramente el sonido de sus manos frotándose la vagina y poco a poco abrió un poco las piernas mientras pegaba la cabeza a la pared y se mordía el labio inferior.
—Tú también puedes tocarte.
No me molesta.
—No… gracias.
Dije eso, pero me estaba calentando.
Por un lado los gritos de puta de Shaira, y por otro, la vagina húmeda de Mara.
Con otra de sus manos empezó a sobarse las tetas, a exprimirse los pezones por encima de la delgada tela.
Mi respiración se hizo mas fuerte, mas lastimera como la de un animalito queriendo comer algo porque se está muriendo de hambre.
Así pues… sin contenerlo, excitada, me metí una mano dentro de las pantis y rocé mi vagina.
Mis labios poco a poco se estaban lubricando, y por encima de eso, la imagen de mi padre rompiéndole el culo a esa inocente mujer rubia me llenó la cabeza.
Miré a Mara, que a su vez tenía sus preciosos ojos puestos en mí.
Sonreía mientras se masturbaba.
Por la forma en la que sus manos se movían, estaba penetrándose y sobándose muy fuerte.
—Ay… —gimió como una gatita en celo.
Yo también gemí.
—¡Dame leche! ¡Mamá quiere leche! —dijo guarramente Shaira.
Mara y yo reímos en voz baja.
Finalmente, al otro lado de la puerta, acabaron los gemidos.
La corrida de papá seguramente había dejado cansada a su novia.
—¿Quieres que te acompañe a la cama? —me preguntó Mara con visible coquetería.
Había sacado sus deditos y jugaba con sus jugos.
Luego se los metió a la boca.
Se había masturbado hasta correrse.
—No… claro que no —saqué mis dedos.
También estaban cubiertos de fluidos.
—Qué ricos se ven.
Dámelos ¿sí?
—¿Qué? Mis… jugos.
La chica me tomó delicadamente de la mano y sin apartar la vista de mí, probó mis dedos mojados por mi sexo.
Se los metió enteros a la boca.
Jugó con su lengua y luego los dejó ir, embarrados con su saliva.
Aquello fue suficiente para mí.
Apenada, me levanté y entré a mi cuarto sin querer salir al día siguiente.
Por la mañana todos estaban normales.
Cuando bajé y vi a Shaira y a Mara servirle el desayuno a mi padre, no fue difícil imaginar cómo sería que ellas dos le comieran la pija a mi padre.
Y es que las mujeres estas despedían un aire sensual viera por donde se les viera.
Para comenzar, la mamá era muy voluptuosa, y con un rostro fascinante.
Su hija no se quedaba atrás.
Tenía las piernas largas y torneadas, pechos medianos y puntiagudos y una carita muy angelical.
Conociendo a papá, no estaría contento hasta que no se echara a las dos a la cama.
Y lo supe porque mientras miraba, papá le dio una nalgada a la muchacha mientras que la mamá sólo se rió.
—Ah, miren quién bajo —dijo mi papá en cuando me vio —.
Bienvenida hija, ven a comer algo.
Esta tarde tenemos grandes planes.
—¿Qué planes?
—Ya verás.
Andando, vamos.
Me senté y sin decir nada mas, comí lo que la hermosa de Shaira me ofreció.
Fue más tarde cuando papá anunció su gran proeza.
Había rentado un barco para que pudiéramos irnos a una isla desierta que estaba algo alejada de la costa.
Allí podríamos nada en la orilla y pescar si queríamos.
Además de tomar el sol.
La idea me pareció muy bien, por lo que fui a mi cuarto a empacar unas cosas.
Estaba probándome el bikini de tanga cuando entró Shaira.
—Hola, muñequita hermosa.
—Hola.
—Este… vine a decirte que no podré ir con ustedes.
Tengo que hacer unas cosas del trabajo.
Mejor para mí, pensé.
La tipa no me caía nada bien.
—Está correcto.
Yo iré entonces.
—Mara les acompañará, así que pórtense bien.
Se fue meneando su hermoso trasero que anoche había sido taladrado por mi papá.
Cerca del medio día subimos Mara y yo al coche de papá.
La chica, muy guapa, ya estaba vistiendo su traje de baño de cuerpo completo.
Sus muslos eran impresionantes y sus tetas… maravillosas.
La cintura era mas estrecha que la mía y además su carita infantil acentuaban bastante sus rasgos juveniles.
Estaba muy feliz de ir con nosotros.
Yo, en el asiento trasero, crucé las piernas para mostrarle a papá un poco de mis carnes.
Cuando él colocó la mano muy por encima de mi rodilla, me dejé estar e incluso me permití poner mi mano sobre la suya para que no la apartara.
Ah… qué lindo sentir la mano de papá sobre mis piernas.
Eso me hacía saber que por encima de Shaira y Mara, yo seguía teniendo una prioridad incluso en los instintos de papá.
—¿De depilaste? —me preguntó, acariciando sin escrúpulos.
—Sí.
—¿Hasta tu vaginita?
—Claro que sí —contesté algo mas apenada.
Llegamos al muelle donde un hombre nos estaba esperando.
Papá le pagó y él nos llevó hasta el bote, que resultó ser un yate muy lindo, grande y equipado para unas buenas vacaciones.
—Bien, vamos a esa isla a divertirnos un poco —exclamó mi padre.
Mientras él navegaba, yo opté por tomar el sol y me recosté en la cubierta.
Quería broncearme entera, por lo que me quité el sujetador.
Mara estaba a mi lado, sólo que ella al verme sin tapujos, sonrió.
—¿Te molesta si me desnudo?
—¿Qué…? Bueno… papá está aquí.
—¿Y? Es un hombre.
Sin decir nada mas, se quitó el traje de baño.
Yo suspiré.
No es que me atrajeran las mujeres, pero ella… Dios.
Tenía el coñito lampiño y los labios apretujados.
Sus tetas eran de pezones rosados, suaves y brillantes.
Su culo era incluso mas pequeño que el mío, de nalgas respingonas.
Se acostó bocabajo.
—Parece que te gustó lo que viste.
—Em… claro que no.
—¿Se la están pasando bien? —dijo papá sentándose en una mesa frente a nosotras.
—¡Papi! ¿Qué me miras? —exclamé cubriéndome los pechos.
Él se rió.
Mara, sin pena, se giró y mostró toda su anatomía a papá.
Al ver que la mirada de él se iba a ella, me molesté.
—Bueno, pues tampoco es que me de pena —me destapé los senos.
Volví a recuperar la atención de papá —¿me pones bloqueador?
—A mí también pidió Mara, acostándose otra vez bocabajo.
Yo no quería perder contra esa mujer, por lo que también me giré.
Padre, muy servicial, se aproximó.
Yo le exponía a él mi culito en tanga, así que cuando sus manos se deslizaron por ellas y por las de Mara, sentí cosquillas.
Miré a la chica que tenía los ojitos cerrados y disfrutaba del contacto.
Yo también disfruté.
Noté cómo los dedos de papá abrían un poco mis pompas para que el bloqueador solar llegara hasta esos sitios escondidos.
—No me veas —le pedí, apenada.
—¿Ver qué, hija? ¿Ese anito? ¡Ja! No hay que tenerle pena al cuerpo.
Además es rosadito.
—¡Papá! —exclamé, muerta de la pena y ya no pude soportarlo más, por lo que me levanté.
Me acomodé la tanga y me fui a mi camarote, sintiéndome derrotada y manoseada.
¿Cómo era posible que me gustaran las caricias de él? Una cosa era dejar que me tocara las piernas… pero que me mirara el culo ya era mas grave, y sin embargo, se había sentido bien.
Al poco rato entró Mara, todavía desnuda.
—Hola… ¿te molestaste con Leandro?
—Vete —le espeté —Y cúbrete.
—No me molesta mostrar mi conchita.
Practico el nudismo desde hace muchos años.
—Pues yo no.
—¿Estás avergonzada porque tu papá te vio el ojete?
—¡Cierra la boca!
—¡Ay, Daniela! —se sentó frente a mí con las piernas cruzadas —.
Niña, estás aquí para soltarte un poco.
Anda, ven.
Desnúdate.
Te sentirás plenamente libre.
—No.
Me da mucha vergüenza.
—¿Por qué?
—Porque no estoy acostumbrada a que me miren.
—Es normal.
Bueno… yo crecí siendo exhibicionista, así que no entiendo por qué tu pena.
—Vete, Mara.
La muchachita suspiró.
Se acercó para besarme la frente.
Al hacerlo, tuve sus tetas muy cerca de mí.
—Tienes que disfrutar de tu cuerpo.
Cuando estés lista, estaremos afuera
—Oye… Mara.
—¿Sí?
—Tú… ¿te has acostado con mi papá?
—¿Qué dices? —rió —.
Claro que no.
Él es el hombre de mamá.
Si ella no me lo pide, no puedo acostarme con él.
—Ah… ¿y lo harías?
Curiosa, me miró.
—¿Nunca has visto la verga de tu papá?
—Pues… no.
—Ay… de lo que te pierdes.
Yo ya la vi y es impresionante.
—¿De… verdad?
—Trata de descubrirlo.
Y diciendo esto último, se fue moviendo sus bonitas nalgas.
Qué tontería ¿yo andar desnuda? Claro que no.
Nunca.
—
ñanmmm.
será que Daniela acabe desnudándose para papá.
quién sabe jaja
saludos y recuerden pueden enviarme un mensajito si gustan.
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