Los placeres de Camila (parte 1)
Jugando, una chica descubre los placeres de la autosatisfacción. .
Me llamo Camila. Toda mi familia, mis papás y mis dos hermanos mayores son peruanos. Yo nací en Salta, una provincia de Argentina. Cuando estaba en primer grado de primaria me enamoré de un compañero de mi clase. Pensé que el también me quería, hasta que un día, que él repartía las invitaciones para su cumpleaños, ocurrió algo que me destrozó. Él y su mamá caminaban ya de salida, y yo los seguía porque pensaba, pobre inocente, que se había olvidado de darme la mía. Escuché perfectamente cuando su mamá le decía: «¿Y esta invitación? Es la de Camila, ¿por qué no se la diste?», a lo que, hasta entonces mi amorcito, contestó «¡Ay, mamá, ella no es linda!».Me invadió una amargura terrible, y empeoró cuando la señora se dió cuenta que la tonta de Camila estaba a unos metros y había escuchado todo. Nos miramos a los ojos y tuvimos una charla entre mujeres, sin decir ni una palabra. Sentí rabia, vergüenza, humillación. Una estúpida. No solo no fuí al cumpleaños, sino que además decidí no volver a querer a nadie nunca más.
Cuando terminó el año nos mudamos de vuelta a Perú, a una casa en la afueras de Lima, que mi madre había heredado de su papá. Una hermosa casa, enorme, con huerta, jardines, y toda cerrada al exterior por altas paredes. Mi hermano mayor, de 18 años, se fue a Buenos Aires, porque empezaba la universisdad. Mi hermana, de 16 no estaba nunca porque salía con sus amigos. Mis padres trabajaban todo el día, asi que todo aquel universo era mío. Mío y de Noni, que era nuestra ama de llaves, ama de cría, cocinera, confidente, maestra y mano derecha de mis padres.
Me dejó muy frustrada aquella experiencia con aquel muchacho, que creí mi amor. Pero me costaba entenderlo. Me obsesioné con mirame al espejo. Me veía mil veces por día. Pelo normal, cara normal, cuerpo normal. ¿Por qué no le gusté? Y entonces vino a mi mente una idea: que precisamente, yo era demasiado común, no había nada de destacable en mí.
Con Noni casi siempre en la cocina, o saliendo a hacer alguna compra, tenía mucho tiempo libre. El espejo del vestidor de mi mamá me vio hacer mil cosas. Me vestí de todo, me vi desnuda por cada rincón del cuerpo. En ese tiempo estaba por todos lados la moda del «cola-less», y casi me autoviolaba metiendome las bombachas en la cola tan adentro como podía. Me encantaba como se veía así mi cola, parada, como la de las modelos que salían en revistas. Desfilaba por horas solo con una bombachita y algunos zapatos de tacón de mi mamá,
Una mañana, mientras tomaba el desayuno y Noni me preparaba la mochila para el colegio escuché el inconfundible sonido del portón lateral, por el que habitualmente entrábamos y salíamos. Me acerqué a la puerta que daba al patio, y vi a mi papá, cosa muy rara durante el día, entrar con un hombre que llevaba un bolso. Lo acompañó hasta «la casita», y volvió a salir. La casita era, precisamente, una pequeña casa a los fondos de la casa principal. Mi abuelo solía reunirse allí con sus amigos a jugar cartas o hacer barbacoas. «¡Camila, se hace tarde!», me alertó la voz de Noni, y salí camino al colegio.
Debe haber pasado una semana antes de ver la primera señal de movimiento en la casita. Desde mi habitación, en la planta alta, se veía todo el frente de la casita. Y una mañana, después de dos años que llevaba viviendo allí, el ventanal de la casita estaba abierto.
Llegó otro verano, y con él mis 11. Sin colegio, el mundo se reduciía a alguna conversación con Noni, los 2 canales que se veían por televisión, y acercarme a la casita. Resulta que el habitante misterioso se llamaba Román, era uruguayo, y estaba en casa como «handyman» o el «manitas». No se como se dice en otros lugares, pero aquí es el que arregla las cosas de la casa.
No sería objetiva si trato de describir a Román. Pelo normal, altura normal, cuerpo normal y sin nada destacable. Igual que yo. Era muy amable, muy respetuoso con todos. Supongo que eso, además del hecho de que fuese la única persona además de Noni a la que veía a diario, hicieron que me volviera muy apregada a él.
Una mañana noté que en mi habitación había un olor muy raro. Y a continuación, unos ruidos que venía de la casita. «Taca taca taca, shhhhhhhh, taca taca taca, shhhhhh». Desayuné a la velocidad de la luz y salí para la casita. Román repintaba los muebles del jardín con un aerosol. Le pregunté qué era ese ruido, y me explicó que eran unas bolitas, parecidas a las que usan los niños para jugar que estaban dentro de las latas para ayudar a batir la pintura. «Ahora te traigo una» me dijo, y se fue al fondo de la casita a buscar latas ya vacías, las abrió y me dió las bolitas, perfectamente limpias, de regalo.
No quiero ser exagerada, pero creo que ese día volví a creer en la humanidad. A alguien en el mundo le importaba, y me habia hecho un regalo. Tres, para ser precisa, tres bolitas. Se convirtieron en mi tesoro, las llevaba a todos lados conmigo. Con el tiempo Román me fue dando más. Yo seleccionaba cada día cuales venian conmigo. Y las guardaba en algún bolsillo, o en una carterita chiquita que solía llevar. Para mí eran la cosa cosa más valiosa del mundo.
Una tarde, sentada en el escalón de la puerta de la cocina, me dice Noni «Camila, tráigame el fuentón grande, que está debajo del olivo». Allí fui yo, a cumplir con la tarea. Pero el fuentón, era realmente grande. Yo llevaba mis bolitas en una mano, pero necesitaba las dos, y ese día ni un bolsillo. No se me ocurrió mejor idea que meter las bolitas adenro de mi bombacha….
La cantidad de cosas que sentí mientras caminaba con las bolitas adentro de mis calzones merecen un libro aparte. Eran suaves, imprevisibles, inquietantes. Un verdadero escándalo de sensaciones que explotaron en veinte pasos, y veinte segundos. Turbada (todavía no era más), noté que hacían un poco de ruido, así que llegando a la cocina para entregar el encargo, se me ocurrió apretar las piernas para que no se eschuchara el tintineo que hacían mientras jugueteaban tan cerquita de mi intimidad. Y la verdad que fue peor, o mejor, según se mire. Lo cierto es que prácticamente tiré el famoso fuentón en la entrada de la cocina, me tropecé con dos sillas, y subir la escalera hasta mi habitación fue una tortura deliciosa.
Yo no había hecho nada «sexual» hasta entonces, al menos no concientemente. Mirarme las tetas, inexistentes todavía, o ubicarte estratégicamente frente al espejo para ver que se veía adentro de mi chochito no eran cosas que me exitaran. Era pura utoexploración. Meterme la bombacha en la cola y desfilar si me hacía sentir sexy, pero no lo relacionaba con algo sexual. Ni siquiera se me había ocurrido hasta ese día.
Ya en mi habitación, con una extraña sensación en el cuerpo, me saqué el short de tela sin bolsillos, que había causado el descubrimiento. Luego las bolitas y las bombachas, dispuse todo en mi cama y me senté desnuda de la cintura para abajo tratando de entender qué había pasado. Dos minutos después salí, como estaba, a mirarme el chochito en el espejo del vestidor de mi mamá. Ni se me ocurrió pensar que si Noni subía me iba a ver con el «culo al aire». Ese día no entendí nada, y tampoco pasó más nada.
Por supuesto que lo volví a hacer. Y mucho. Descubrí que se podía regular la intensidad combinando cantidad de bolitas con tamaño de bombacha. Caminar un rato con dos o tres bolitas y una bombacha suelta era riquísimo. Usar bombachas muy sueltas era peligroso porque se salían las bolitas. Y me pasó alguna vez, por suerte, en mi habitación. Las bombachas de años anteriores, mucho más ajustadas, daban mucha intensidad, pero no me podías sentar porque dolía. Y recuerdo una bombachita, blanca, no tan grande, que con una sola bolita, me hacía ver las estrellas.
Obviamente, después de aquellos juegos, subía a mi habitación, o me metía al baño, y me tocaba el chocho. A mi me parecía como que me picaba, o que se sentía una especie de calor. Hoy entiendo que estaba exitada pero en ese tiempo no sabía explicármelo. Con o sin bolitas en el calzón, dependiendo del humor del día. descubrí que también era rico frotar mi chochito sobre mi almohada, y tambien en el reposabrazos de un silloncito que había en el vestidor de mi mamá. Esas, considero, fueron mis primeras pajas. Es un poco raro lo que voy a decir, pero a los diecisis o diecisiete, me exitaba pensando en las cosas que hacía cuando tenía once, y después me masturbaba mientras las volvía a hacer.
Algo que se me ocurrió, cuando usa bombachas chiquitas, fue ponerme las bolitas en la cola, entre las nalgas. Era todo un ejercicio sostener una o dos mientras bajaba a desayunar, iba a saludar a mi ya amigo Román y hacía alguna tarea que me mandaba Noni. Todo, calro, sin que la, o las, bolitas, se salieran de entre los cachetes de la cola. Apretar la cola, pensar en ella, e involutanriamente pararla me hacía acordar a cuando me metía inhumanamente las bombachas a modo de «calzón chino» en el medio de la cola.
El siguiente verano, uno particularmente caluroso, volvió a sobrar el tiempo. Todo mi universo de nuevo fue mi casa, la casita, Noni, Román y mis juegos ya aceptádamente sexuales. Con Noni hablábamos con la confianza de siempre. A Román ya le contaba las cosas que soñaba, las que me daban miedo, y los actores de televisión que me gustaban, incluídos los motivos.
Un día no logré bajar la escalera desde mi habitación a la cocina con dos bolitas en mi cola. Yo estaba segura de que los cachetes de mi cola estaban ya entrenados, pero no hubo caso, sería el sudor, o no se qué. La segunda que subí a acomodarme las dos bolitas que había seleccionado para ese día se me ocurrió una idea: sujetarlas con el huequito de mi cola. Despues de desayunar volvi a mi habitación, y segura de que si Noni subía la delataba el ruido de la escalera, me bajé el shor y el calzón hasta los tobillos. Me acosté como me encantaba, desnuda de la cintura para abajo, sobre mi lado derecho. Con una bolita en mi mano izquierda me empecé a acariciar el agujero de mi colita. Se sentía suave, y claro, mi mano derecha fue a parar a mi chocho.
No sé cómo, porque yo estaba demasiado desconcentrada, o muy concentrada, pero la bolito que estaba en la entrada de mi cola, ejerciendo una deliciosa presión para salirse, de pronto se metió. No sentía nada, así que se se me ocurrió que tal vez si me metía otra…
Y me la metí, con ganas pero también con mucho menos juego. Lujuria tal vez. Y por fin se me ocurrió pensar «¿cómo me las voy a sacar?». Me invadió una especie de corriente helada por la espalda. Me dí cuenta que había hecho algo estúpido, pero no se me ocurría como solucionarlo. Pasé el día muy nerviosa. Noni me miraba sabiendo que algo pasaba y me tomaba la fiebre con la mano en la frente con una frecuencia nunca antes vista. Esa noche casi no dormí. Pensé que las bolitas iban a crecer incontrolablemnte, y me iban a hacer estallar el vientre. Y después se me vino a la mente que como lo que entraba por la boca salía por la cola, las bolitas que habían entrado por la cola me iban a salir por la boca y me iban a dejar olor feo para siempre.
Pensado desde hoy, el día siguiente se sintió como si me tocara el turno de la ejecución. Y con tantas consecuencias posibles, esa parecía una opción excelente. Noni subió tres veces a decirme que me levantara de la cama, cosa que no ocurría nunca. Tanto fue asi que a la tercera me terminó preguntando, muy tierna y sutilmente, si me había bajado la primera regla.
¿Qué se puede hacer en una situación así. Llamar al 911, no. Hablar con tus padres, a los que casi ni conocés, no. Tu hermana de 16 que vive de fiesta, y bikini, y bronceados, y novios, y tal vez ni se acuerde de tu nombre, no. Noni era la primera opción, obviamente. Pero a mi se me caía la cara de vergüenza. Noni iba a entender, me iba a ayudar, pero yo también sería «para siempre» la niña que hizo aquella cosa terrible, así que solo quedaba una opción: Román.
Me encanta tu relato ,cuando pequeña me metía lo que tuviera cerca para hacerme cosquillas decía yo ahora de grande me compro las cosas más locas para seguir haciéndolo sigue probando es genial
Que buena paja me he hecho imaginando esa niña jugar con las bolas
Que buena historia , me quedo con dudas , habla segunda parte ?
sí. https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/heterosexual/los-placeres-de-camila-parte-2/