Masturbándome con mi hermanita (lésbico.. creo)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Este es otro de los relatos reales que quisiera compartir con ustedes.
En realidad, si ya habrán leído algunas cosas mías y se han puesto en contacto conmigo, sabrán que no tengo una súper vida sexual que contar, ni soy alguna clase de ninfómana cachonda que se la pasa pensando todo el día en el sexo.
Creo que esto se debe a que lo considero una práctica tan… humana y natural, que no le remito la mayor importancia.
Me gusta mi cuerpo.
No me masturbo seguido.
A veces olvido, salvo unos días cada mes, que tengo una vagina allá abajo.
Por otro lado, me he dado cuenta de que, independientemente si el relato contiene o no sexo, por alguna razón lo encuentran sumamente excitante, así que he decidido compartir con ustedes un momento interesante que tuve con Clarisa, mi hermana menor (y no, no es una niña, es, actualmente, una chica de 17 años).
Esta historia comenzó unos años atrás, en uno de esos días invernales en los que difícilmente sale el sol, aunque en mi localidad los climas cálidos son casi todo el año.
Tenía yo, por ese entonces, unos 17 años y medio y Clarisa estaba por cumplir los 15.
Se ilusionaba mucho por esa edad, como casi todas las señoritas, y soñaba con irse el viaje que mi madre le había prometido a cambio de la costosa fiesta a la que ella se había encaprichado meses antes.
Por aquellos años, Clarisa y yo teníamos ciertas disputas propias de las hermanas: que si mirábamos al mismo chico, que quién recibía la mejor atención de mamá, que si una era mas guapa que la otra y que si una se metía en los asuntos de la otra.
Supongo que sólo las que poseen hermanas pueden saber de qué cosas hablo.
Entre esos cambios hormonales que iban y venían de un día para otro, mi hermana menor comenzó a aislarse un poco mas de lo que usualmente es, y halló pasatiempos distintos, como el irse a nadar a las piscinas cada dos o tres días a la semana, o intentar convertirse en pintora con acuarelas, e incluso de dibujar un cómic de romance para publicarlo por Facebook.
Supongo que buscaba su identidad.
También había comenzado a desarrollarse corporalmente.
De niña era un poco gordita, pero el traspaso por la escuela secundaria la cambió rotundamente, y tras practicar el baloncesto durante unos años, adquirió una constitución delgada, atlética y ligera, con largas piernas, bonitos brazos y unas nalgas respingonas que se volvieron poco a poco su orgullo particular.
Todas las mujeres tenemos una parte que nos hace sentir especiales y quizá un poco por encima de las demás.
Mamá y yo notábamos esos cambios y comenzábamos a preocuparnos porque la niña se había vuelto un poco coqueta al saberse deseada tanto por los chicos de su edad como por los adultos que a veces nos silbaban cuando pasábamos por la calle.
Así pues, los pequeños shorts de mezclilla al salir por la calle, los sujetadores ajustados que le levantaban las tetitas, las calcetas a las rodillas como una sexy colegiala y el pelo amarrado con una coleta exponiendo un cuello refinado y blanco la convirtieron en una pequeña engreída que ya quería comerse el mundo, o literalmente, a cuanto chico guapo se le pusiera en frente.
—Si tienes alguna cosa que preguntar, hazla.
No te quedes callada.
Estamos tu hermana y yo para responderte —le dijo mi madre en una de las tantas pláticas que manteníamos a la hora de la cena.
—Ay, no tengo nada.
Pero sí tenía algo.
Hoy lo sé.
Los cambios hormonales son abrumadores y en las mujeres, cuando nos damos cuenta del poder que nuestros cuerpos ejercen sobre los chicos, lo que harían por que nos metiéramos sus penes a la boca, la forma embobada en la que nos miran los pechos, los cruces de piernas con minifaldas y las bocas carnosas, creemos que podemos controlarlos plenamente (y tal vez sea cierto), y entonces, los cosquilleos en el clítoris no se hacen de esperar y es necesario calmarlos con rapidez.
Yo lo sé.
A esa edad era adicta a la masturbación y al porno, aunque hoy son etapas de mi vida que han quedado atrás.
En fin, en una de esas noches de invierno, cuando mamá se había quedado en la oficina a trabajar y Clarisa y yo estábamos mirando la televisión, apareció un anuncio de condones, de esos que no tendrían porqué estar en horario familiar, y en él se veía a una chica muy guapa morderse los labios mientras sugerentemente deslizaba las manos por el vientre bajo.
—Increíble que esto lo vean los niños —murmuré.
—Yo ya lo había visto — contestó Clarisa.
En ese momento vestía otro de sus diminutos shortcitos y se acariciaba sutilmente las piernas con los dedos.
Era una vanidosa sin remedio —.
¿Lo haces?
—¿Qué cosa?
—Masturbarte.
Enrojecí, y no tanto por la pregunta, sino por la incomodidad del momento.
Clarisa no era de hablar mucho a esa edad.
Nos decía cosas, pero era cuando nosotras la instábamos a charlar y no al revés.
—Pues… see.
No lo niego.
—¿Duele hacerlo?
—¿Tú no lo haces? Mamá ya nos habló de eso.
—Sí, qué vergüenza.
A veces me da cosita que mamá nos hable de sexo.
—Es normal.
Ya sabes como es ella.
La conversación no pasó a más en ese momento.
Lo que vino después, fue mas tarde, cuando yo estaba en mi habitación tocándome silenciosamente mientras recordaba la hermosa polla de una de mis parejas.
Vestía yo en ese momento sólo con unas cacheteros negros que ocultaban la humedad con su color, y un sencillo sujetador deportivo.
Estaba confiada de que Clarisa estaba en la sala, pero no.
Cuando ya tenía dos dedos dentro de mi estrecha vagina, llamaron a la puerta.
Era ella, claramente.
Me coloqué una bata nada más.
Era usual vernos en ropa interior.
La casa está habitada sólo por tres mujeres ¿por qué habría de tener pudor entre nosotras? En varias ocasiones habíamos visto las tetas de mamá cuando desfilaba por la casa como loca buscando su sujetador en los botes de ropa limpia.
—¿Qué onda? —le pregunté.
—¿Estás ocupada?
—No…
—¿Puedo preguntarte algo?
—Pasa.
Clari se sentó tranquilamente sobre mi cama y suspiró con cierta vergüenza.
Cruzó las piernas y estiró la espalda.
Luego tomó una inspiración de aire.
—Me siento culpable.
—¿Qué pendejada hiciste?
—Ninguna, ninguna.
Sólo me anduve… tocando allá abajo y… este… pasó lo que pasó.
—¿Te corriste?
Asintió, apenada.
Por un momento quise reírme por la inocencia que demostraba una recién transformada niña en jovencita ante la primera descarga orgásmica de su cuerpo, pero en vez de eso, la abracé con amor.
—¿Y por qué te sientes culpable?
—Pues no sé… bah.
Es una pendejada mía.
Déjalo.
Es sólo que… me da como que soy patética.
Quería que mi primer orgasmo fuera con un hombre, no conmigo misma.
Clarisa es así, inclusive en la actualidad.
Es una mujer que valora mucho las primeras veces: la primera relación sexual, el primer novio, el primer beso, el primer día de escuela, la primera menstruación… cosas así.
Era lógico que se sintiera algo cohibida.
—¿Por qué te masturbaste?
—Estaba viendo cosas en internet.
—Porno.
—Mm…
Me reí un poco.
—Chica, es normal.
No jodas.
Las mujeres también ven porno y también nos tocamos.
Ya no eres una niña ¿no es eso siempre lo que dices?
—Equis.
—Yo también lo hago, hace ratito lo estaba haciendo en que tocaste.
— ¡Ay! ¡Qué asco! —exclamó y se separó inmediatamente de mí, porque le había estado rosando el hombro con la misma mano con la que me había penetrado.
Por todo, yo casi me orino de las risas porque la piel clara de su rostro enrojeció de inmediato.
—¡Bah! No seas mamona (en mi país es algo así como ridícula, o pesada, o exagerada)
—Bueno… ¿y… ya te corriste?
—Estaba a punto de.
Me recorrió con la mirada.
La bata medio abierta.
Las piernas separadas.
Los cacheteros, el sostén deportivo.
No sé qué es lo que le pasó por la mente, pero se sentó en la hamaca que colgaba de mi habitación (en mi país, mas exclusivamente en mi estado, las hamacas se fabrican con fines artesanales, se cuelgan de lado a lado de la habitación en unas cosas metálicas llamadas eses, por su forma de S, y son realmente cómodas los días de verano.
Nada mejor que dormir con poquita ropa, meciéndose suavemente y con el aire acondicionado puesto).
—¿En qué estabas pensando en que lo hacías?
—En Carlos.
—¿El del tatuaje feo ese en su brazo?
—Sí.
Tenía una buena polla.
—¿De verdad? Tú decías que lo ibas a dejar por que no era hombrecito?
—Nah, sólo era para disimular.
Así, bien grandota y llena de venas.
—Qué rico —chilló ella medio en broma, y ya mas relajada, se comenzó a meser —.
Bueno, ya qué.
Ya lo hice y ni modo.
—Pues sí… —me acosté en la cama y durante un rato nos quedamos completamente calladas.
Miré a mi hermanita de reojo.
¿Qué estaba esperando? ¿Por qué no se iba? ¿A caso no sabía que necesitaba tocarme un poco más? Junté las piernas para aprisionar mi vagina y comencé a moverlas un poco.
Entonces, producto de la excitación (no soy de excitarme fácilmente, pero cuando lo hago, me vuelvo una persona distinta.
Supongo que es normal de quien trata de recluir esos instintos), e imaginé cómo debió de verse ella masturbándose, tocándose, frotándose hasta el placer, y ello sólo me mojó un poco más.
—Clari.
—¿Qué?
—¿Te enseño a masturbarte?
—¡¿Qué?! ¡Claro que no! ¡No seas mensa!
—Somos hermanas.
—¿Y?
—Nos contamos todo.
Además… leí en un foro que masturbarse entre chicas de la misma familia es relajante.
—¿En qué tontería viste eso?
—Por allá.
El corazón me latía despavorido por la petición que le hice, y casi de manera inmediata, me atacó la culpabilidad y retiré mis palabras.
—Estoy bromeando, tonta.
Lo que hagas no me importa.
Mientras lo sientas rico, y deja de sentirte así.
Como mamá dice, para algo Diosito nos dio esta cosita de acá abajo.
No se aguantó las risas, y quizá ella también estaba algo excitada por el momento, porque me miró, torció los labios y luego vino a acostarse conmigo.
—Vale.
Un ratito.
Cuando vi que la muy cabrona iba en serio, la que se cohibió fui yo, porque no era algo normal, y menos en la sociedad puritana de mi país, que las cosas se dieran de esa manera y menos entre hermanas.
Pero Clarisa parecía dispuesta e inocentemente calenturienta por la situación.
Yo sonreí un poco.
—No hay que decirle a mamá.
—Nada que ver —repliqué —.
No somos pendejas (tontas, quiere decir aquí)
—Bueno, dale.
—Pues a darle —me reí por las circunstancias.
Clarisa sacó su teléfono.
Lo llevaba en el bolsillo de sus shortcitos, y buscó entre sus carpetas un pequeño vídeo que había descargado.
Lo sostuvo con una mano a la altura tal de que las dos pudiéramos verlo.
—Con este lo hice.
Todavía recuerdo el nombre del vídeo, por si quieren buscarlo.
Se llama Tarzan XXX, una película antigua pero muy buena.
Clarisa tenía la parte 3, creo.
—¡Jajaja! ¿esa?
—¿Qué? Me gustan las cosas con trama.
—Bueno, vamos a verla.
Esa parte del vídeo duraba como unos veinte minutos, y comenzaba con una Jane enfrascada con la inmensa polla de Tarzan en su boca.
—A eso le llamo amor salvaje.
—Está grandota —dijo Clarisa —.
No creo que ningún mexicano la tenga así.
—¿Te gustan grandes?
—Sí.
No sé qué espero para comerme una.
—¡Jaja! Pues esa no creo que te quepa.
—Tengo la boca chiquita.
Seguimos mirando.
Lenta y pausadamente, Jane mamaba el miembro.
—Está bonita la cabecita —apunté yo.
—Casi no se le ven sus huevos.
—Se le hundieron.
A esos también hay que chuparlos.
Toma nota, eh.
—Ya lo sabía ¡jaja!
Entonces Jane se montó sobre Tarzan, y el pene se le fue adentro con mucha facilidad.
El hombre le abrió las nalgas.
Clarisa se rió, y se acomodó mejor la cabeza en la almohada.
Dado su alboroto hormonal, fue la primera en tocarse.
Metió, pues, la mano dentro de sus shorts y comenzó, sin apartar la mirada, a palparse despacio.
—Hazlo lento.
No te desesperes.
—Te juro que me muero de ganas de que un hombre así me coja.
—Sí.
Deja en ridículo a los que conocemos.
—O sea, mira esa polla.
—Fácil llega a los veinte.
—Lo que sea.
Que me llegue al útero es lo que quiero.
—¡Jajaja! Ya se soltó la bestia.
—¡Jódete!
Entradas en confianza, calentadas por la hermosa polla de ese hombre y por el gracioso y rico culo de Jane, comenzamos a hablar sobre la película, de lo genial que se veía ese pene dentro de la mujer.
Yo comencé a tocarme por encima de la ropa.
—¿Nos desnudamos? — le propuse.
—No —dijo tajantemente, y qué bueno, porque al instante me arrepentí de ello.
Cuando la descarga de semen le vino en la cara a Jane, yo reí.
—Eso, tómalo todo, mujer —exclamé.
Clarisa se rió.
La mano se movía traviesa por su conchita.
— ¡Au!
—¿Qué?
—Me pinché el himen.
—No te vayas a desvirgar tú sola.
—Sólo eso me faltaría.
—Presiona el clítoris, no el himen.
Más adelante del vídeo, surgió una escena donde le daban a una mujer muy atractiva, pero sumamente peluda.
—Se ve feito ¿verdad? —me preguntó.
—Así era antes.
—Yo por eso me los quito.
—Pues sí.
—Ya hasta se me pararon las tetas.
—¡Jaja! Es normal, Clari.
En una de esas escenas, a la mujer comenzaron a darle por el ano.
Clarisa torció el gesto.
—Eso debe doler.
—Se siente bien.
—Ni en sueños me la meten por allá.
—Eso dices ahora.
Espera a que te gane la calentura y querrás que te den hasta por las orejas.
—¿Tan bien se siente un hombre?
—Sí.
A esa misma mujer, minutos después, le mojaron la cara de semen.
Clarisa y yo silbamos de sorpresa.
—Qué rico se ve —dijo ella.
—Lo disfruta la cabrona.
Los movimientos de nuestras manos estaban casi sincronizados.
Clarisa gimió.
No se pudo aguantar.
Al hacerlo ella, también yo lo hice.
Casi al final del vídeo, surgió otra escena donde una mujer le mamaba una enorme polla a un hombre, cuya verga apenas entraba en la boca de la pobre chica.
Clarisa jadeó.
Esa vocecita tierna que me fascina.
Una combinación de niña-mujer todavía.
Abrió mas sus piernitas.
Yo me detuve.
Quería verlo.
Necesitaba verlo.
Dejó de mirar el vídeo.
Se concentró en sus dedos.
La cara la tenía roja.
Le sudaba el cuello.
Sus mejillas estaban tan rojas como un tomate.
—No te detengas.
Termina —le alenté.
Pareció que iba a llorar.
Le sostuve el teléfono.
Ella se acarició el pecho.
En esos momentos quise comérmela, aunque el lesbianismo no fuera lo mío.
Así pues, sin poder contenerse, sin querer contenerse…
—Imagina que a ti te la están metiendo.
—Ay… ah… ah…
Se corrió.
Lo supe porque abrió los ojos.
Arqueó la espalda y de inmediato se puso a reír.
—¡Jajaja! Dios…
Yo igual me reí, y el vídeo se terminó.
—¿Chido? —quiere decir “genial”
—Sí…
—Al fin.
—No mames… jaja.
—Ya, supéralo ¡jaja!
Me miró y sonrió.
Todavía puedo ver, incluso ahora, esa mirada de pequeña inocencia buscando aprobación detrás de unos ojitos felices y dispuestos en un rostro sudoroso.
Eso es lo mas caliente que he hecho con Clarisa.
Por desgracia, ella no recuerda esa experiencia con el mismo agrado que yo.
Dice que no debió suceder, que son cosas que hizo la calentura y que en su vida volvía a masturbarse con una mujer.
Lo cierto es que ella es una chica muy heterosexual actualmente, y aunque no se opone a la homosexualidad, la tolera sin comprender cómo gente del mismo sexo puede darse placer.
Para gustos se hicieron los colores, y aunque ella terminó su orgasmo esa noche, el suceso quedó olvidado como una de esas mágicas experiencias familiares pseudoincestuosas entre hermanas que permanecen enterradas entre las fieras tierras de los temas tabú.
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