Masturbándome en la playa
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Este no es un relato meramente sexual, como para que ustedes puedan hacerse una paja… o háganla, que para gustos están colores.
Un usuario que mantendré anónimo, de esta misma página, me pidió que hiciera un cuento de esto, porque le pareció que era una experiencia un tanto morbosa, así que… aquí la primera vez que me masturbé en la playa.
No soy una chica que le guste exhibirse.
Sí, me considero bonita.
Tengo una buena autoestima actualmente, aunque durante el tiempo que transcurrió esta pequeña historia, yo tenía sólo catorce años y estaba en lo bueno de la pubertad, con todos esos cambios de mierda que ustedes ya tanto conocen, y si han leído mis relatos anteriores, sabrán que por aquellos años yo era una princesita sexual, pensando todos los días en que pronto podría dedicarme a comer las pollas de los novios que la vida me tuviera deparados, y toda clase de experiencias sexuales que mis precoces amigas de la secundaria habían metido en mi cabeza.
A raíz del divorcio de mis padres, varios años atrás, y con los años pasando, mi madre entró en una etapa en la que se liberó de las ataduras de la culpa y decidió darse un renovado giro a su vida, antes de caer en el abismo de la vida hogareña y del trabajo.
Para esto, empezó a probar experiencias nuevas.
Invitaba a sus amigas a casa a beber tranquilamente algo de vino — mi madre adora esa bebida —, y platicaba con esas señoras sobre hombres, lo malos que eran algunos y lo bueno que era el sexo con otros.
Yo escuchaba esas pláticas desde el pie de las escaleras, escondida y oyendo a mi propia madre sobre chupar vergas y el uso de consoladores para mujeres divorciadas.
Y en efecto, a los pocos días de eso, mi madre se compró un consolador de baterías.
Todavía lo tiene guardado, pensando que Clarisa y yo nunca lo vimos.
Ingenua.
— Ve a la playa y haz topless — le había dicho una amiga a mi madre —.
Todavía estás en edad.
— No seas mensa.
Aquí no hay donde — replicó mamá.
En ese entonces yo no sabía qué era topless ni nada por el estilo.
Ni enterada estaba del todo sobre los campos nudistas o cosas así.
El punto es que mi madre acabó, a raíz de esa noche, acordando en ir con sus amigas de viaje y llevarnos a mí y a mi hermanita, que por ese entonces contaba con doce años y ya estaba saliendo de niña y entrando a la pequeña pubertad.
La recuerdo con gracia mirándose al espejo y contemplando maravillada como su culo iba tomando una forma más redonda y empezaba a medirse la altura en unas marcas que pintaba en la pared.
Clari siempre quiso volverse mujercita, y ya comenzaba a cambiar los vestiditos por minifaldas, y sus piernas también empezaban a tornearse curvadas y ella se enorgullecía de ellas.
Sus pantys también se habían hecho más pequeñas y ajustadas, pasando de los dibujitos a los colores oscuros.
Así pues, cierto día de vacaciones de verano, mamá nos llevó a mí y a Clarisa a comprar trajes de baño.
Yo, a los catorce, ya estaba algo desarrollada del busto, y maldita sea que no saqué las grandes tetas de mi madre, pero tampoco era una tabla.
Yo quería algo pequeño, y así se lo dije a mamá, que sólo frunció las cejas y al final, encogiéndose de hombros, dijo que ya estaba en edad de experimentar otras cosas.
Elegí un bikini rojo, de esos pequeños que ocupan media nalga nada más, con finos tirantes a los costados.
Me quedaba muy bien, o al menos eso esperaba yo.
Mamá se compró uno con tanga sólo porque yo le animé.
Había visto cómo le quedaban los jeans que usaba en el trabajo y no quería que ella se vistiera como una señora.
Me rehusaba a creer que mamá crecía y se hacía más adulta.
Eligió el bañador de tanga negra y sujetador del mismo color.
Clarisa fue la que nos dio la sorpresa.
Hasta esas edad, mi hermanita había usado trajes de baño completos y de colores chillones.
No obstante, eligió uno muy pequeño, de color azul oscuro, con delgados tirantes en el sujetador y con la parte inferior decorada con un corazoncillo justo en la parte de la vagina.
Nos reunimos después con Sandra, la amiga de mamá que le había propuesto el viaje.
Ya estaba pagado a la agencia, por supuesto.
Sería en las playas de Cancún, durante todo un fin de semana y con los gastos listos.
Clari estaba emocionada por todo y yo igual, pues nunca había salido más lejos de mi ciudad.
El viaje fue cómodo y aburrido en el autobús de primera clase.
Mamá se la pasó dormida todo el día junto con su amiga, mientras que yo y Clarisa nos dedicábamos a mirar una TvNotas — una asquerosa revista de espectáculos famosa aquí en México —, y jugábamos con nuestros móviles, que por ese entonces eran la ostia, con sus maravillosos 400 megas de ram, o menos.
Qué se yo.
Nos hospedamos en un hotel bastante bonito con vistas al mar.
Las grandes ventanas permitían una vista panorámica.
Clari y yo nos sentíamos como niñas… bueno, éramos niñas, y la idea de meternos pronto al agua fue todo un bombazo para nosotras.
— Vamos a nadar un poco — dijo mamá y Sandra la secundó, feliz.
Sandra, por cierto, es soltera.
Una mujer despampanante, incluso en la actualidad.
Mamá dice que no se comporta como una señora, porque sale con un ingeniero joven, al que le van las milfs, y como los pechos de Sandra son muy grandes y tiene una malicia picarona en su rostro… imagino que ese chico se le prenderá de las tetas como loco durante todas las noches.
Eso no viene al caso.
Cuando llegamos a la playa, casi tuve un orgasmo.
Yo ya sabía que los gringos eran guapos, pero no a tal grado.
Mientras que la mayoría de los lugareños eran de mi estatura, monos y morenitos, el ver a tanto rubio y pelirrojo, mostrando cuerpos de casi dos metros de altura, torsos bronceados y rostros cuadrados, logró que sintiera cosquillas en el coño.
Algunos llevaban trajes de baño cortos y ceñidos, por lo que su pene se marcaba deliciosamente cuando la tela mojada se les pegaba a la entrepierna.
Estaba en el paraíso.
—¡Hay mucha gente! — exclamó Clarisa, que venía envuelta en su toalla de la cenicienta.
Yo ya traía puesto mi bikini, y me quedaba ceñido del pecho.
Tal vez era una talla menos de la que necesitaba, y la forma en la que algunos de esos guapos americanos me miraba empezó a calarme en las mejillas, que se me sonrojaron.
—Vayan a nadar — dijo mamá, poniendo las toallas junto con Sandra sobre la arena.
Miré a mi hermana y le pregunté si estaba bien.
— Tengo pena.
Me queda muy chico esta cosa.
— A ver.
Se quitó la toalla, y en efecto, el bikini le quedaba estrecho en la parte inferior.
Se los digo porque sé que cada vez que menciono a Clarisa, le llueven fans, pero tranquilos, lobos, que en este relato ella todavía tenía doce años — aunque a algunos esto les da igual —.
— Se te mete en la rajita.
— Y tengo frío.
Siento que me miran.
En ese entonces yo no sabía que los hombres podrían sentirse atraídos por una niña de doce años en bikini, pero ese comentario no viene al caso.
Tomé a Clarisa de la mano y nos metimos al agua.
Una ola voló mi sostén y mis tetas de catorceañera quedaron al aire, y la brisa que sopló no ayudó mucho.
Clari, que estaba en clases de natación, fue la valiente que nadó a recuperar mi ropa mientras yo me tapaba con los dedos los pezones de la mirada de los gringos que estaban cerca de nosotros.
Yo, coloradísima, empecé a fantasear con lo que ellos fantasearían de mí.
— Tápate las nenas, presumida.
Te odio.
— dijo Clari, ayudándome a amarrar bien el cochino traje de baño.
—Te crecerán.
— Ojalá.
Jugué con mi hermana un buen rato hasta que perdió el miedo y la vergüenza de su traje de baño.
Se veía preciosa, con la piel blanca algo colorada y el pelo mojado rosándole la cara.
Siempre me habían dicho que Clari había heredado los ojos de papá, y ella, actualmente, se avergüenza de eso, porque le tiene un odio muy profundo a ese hombre.
De nuevo, eso no viene al caso.
Salimos del agua tras un rato y nos fuimos a asolear.
No había mucho sol, porque estaba nublado.
Clarisa se echó bocabajo y me pidió que le pusiera bronceador, cosa que en ese entonces no me importó, pero hoy me parece algo… no morboso, pero sí de tintes lésbicos.
Recuerdo desatándole el sujetador, pasando mis manos por su suave espalda, sus nalguitas crecientes y sus muslos fuertes de nadadora.
Incluso haciendo a un lado los glúteos y mirando por un segundo el estrecho… bueno, no diré más.
Luego se giró y tuve que untarle un poco más en su pecho, que apenas estaba levantándose.
Mi madre también se dejaba poner bronceador por Sandra y no dejaba de decir lo guapos que estaban los gringos.
Yo compartía su opinión, y mi perversa mente de jovencita ya deseaba verse ensartada por ellos.
Ese día y el siguiente no pasó mucho más que ilusiones y fantasías.
Me tocaba dormir con Clarisa, que lo hacía semidesnuda, sólo con sus braguitas, y platicábamos juntas y nos abrazábamos cariñosamente como buenas hermanas.
En ese entonces éramos extremadamente cercanas, a veces duchándonos juntas.
Lo hicimos en esas vacaciones después de entrar al cuarto, y a ella le gustaba mirarme, porque aunque lo hacía con pena, la desesperación por crecer constantemente le hacía comparar su cuerpo con el de otras mujeres.
El fin es que el último día yo ya estaba frustrada por no tener la suficiente edad para hablar con los gringos y meterme a la cama con ellos.
Sólo Clari y yo habíamos ido a la playa, porque mamá había cogido un resfriado — aunque, en realidad, se metió con un hombre guapo que conoció al cuarto para tener sexo con él, y creo que incluso Sandra participó, porque también estuvo ausente.
Maldita sea, me enteré después de dos años sobre eso —.
— Voy a nadar — dijo Clari.
— Se te ve la vagina — le apunté.
El bikini blanco, mojado, le marcaba el lindo triángulo de su coño.
Para mi sorpresa, poco le importó y se fue así, con sus respingonas nalgas saltando.
Se había hecho amiga de una niña pelirroja y jugaba en la playa con ella.
Yo, mientras, me quedé en la arena, acostada sobre una toalla y mirando el paisaje.
De alguna forma me entraron ganas de masturbarme.
Así, nada más.
Si eres hombre, imagina que es como tener una erección en el momento menos oportuno.
Total que sentía la humedad ya.
La naturaleza me llamaba concienzudamente y torcí las cejas.
— Maldita vagina — dije para mí y me cubrí con la toalla.
Discretamente me llevé la mano al interior del bikini, y oh, sorpresa.
Era una fuente de jugos.
Las chicas en mi familia siempre hemos mojado bastante.
Todos pueden creer que es rico, pero al menos yo y Clarisa detestamos volvernos fuentes cuando estamos excitadas.
Total que al primer roce de mi dedo con mi clítoris, la pena se me fue.
Como pellizcando poco a poco, empecé a mover despacio la mano.
Veía a los gringos ir y venir con sus grandes pitos.
Recordé que tenía que mantener vigilada a mi hermanita, así que giré a verla y estaba allí, en la arena, con la niña pelirroja y otro chico de unos quince años con una pequeña trusa.
El chico era rubio, alto, quizá americano o español.
El punto es que se veía una erección, o era eso o tenía una buena polla entre las piernas.
La pelirroja se le tiró encima y lo abrazó.
Él la levantó del culo y su bulto encajó entre la estrecha vagina de su — ahora lo sé — hermanita menor.
A nadie le importa, claro.
Pero en ese momento me pareció sumamente erótico imaginar que yo era Ada, como se llamaba la pequeña española — al final sí eran españoles —, y que su hermano, Alfonso, me tenía entre sus jóvenes brazos y me restregaba el miembro.
Después bajó a Ada y se acercó a Clarisa.
Mi hermana estaba arrodillada, con una pala de arena.
Quedó a la altura justa como para simplemente inclinarse y besarle el pito al chico español.
Mi hermana no parecía enterada de la delicia de carne que tenía cerca de su cara, y platicaba con Alfonso tranquilamente.
En ese momento, imaginé su tierna boca comiéndose un pedazo de hombre, y luego remplacé esa boca con la mía y… oh, sí.
Lo diré abiertamente.
Me traté de desvirgar allí mismo.
Introduje los dedos en mi virginal vagina y sentí el dolor de la advertencia de que si quisiera, podría convertirme en una mujer en ese mismo segundo, pero lo dejé porque claramente esas no eran mis intenciones.
La masturbación era para mí, en esos años de adolescencia, un escape.
Una demostración de mi sexualidad.
Me había masturbado en mi cuarto, en la ducha, incluso en la cocina y en la piscina que teníamos en el jardín de una casa que había pertenecido a los papás de mi madre, cuando no había nadie que pudiera mirarme.
Y joder, me estaba haciendo una buena sobada en medio de la playa, con mi bikini rojo, sudando y sonrojada al imaginarme penetrada por Alfonso en todos y cada uno de mis orificios.
Imaginé a él eyaculando en mi coño, le imaginé dándome de mamar en la boca, metiéndomela hasta la garganta y después cogiéndome como una desgraciada perra pidiendo más.
Lo sé, no son pensamientos muy limpios, pero aquél que no haya tenido obscenidades en la cabeza, que lance la primera piedra.
Clari seguía arrodillada.
— Chúpaselo… chúpaselo… — repetía para mis adentros.
Mientras escribo esto, no dejó de pensar en Alfonso… joder, qué guapo era ese español.
Al final noté el orgasmo.
Me eché completamente sobre la arena y sonreí mientras estiraba las piernas y me metía los dedos a la boca.
Demasiada excitación, demasiada dulzura para mí.
Si todos los hombres de la playa hubieran venido a traerme sus vergas, se las hubiera mamado sin dudarlo dos veces.
Claro, mi ilusión terminó cuando un hombre que estaba a mi lado me sonrió.
Había visto todo el proceso, incluso con la toalla tapándome el coño.
Nunca en mi vida había estado más roja.
— Nice — dijo el hombre y se fue a dar un paseo por la playa.
Después de un rato, Clari volvió y me miró con cierta curiosidad.
— ¿Todo bien?
— De lo que te perdiste, Clarisa.
— ¿Qué me perdí?
— Nada.
Déjalo.
Anda, vámonos.
Y cuando Clari cumplió los 16 años y le dije el gran pedazo de carne que había tenido…
— ¿Y si la tenía grande? — preguntó con visible interés mientras cantaba Uptown girl con sus pequeños cacheteros negros de encajes y su cepillo a modo de micrófono.
— Demasiado.
Creo que hasta estaba erecta.
— Ay, qué rico.
Mensa, mensa, mensa — exclamó dándose golpecitos en la cabeza… porque no voy a engañarles.
A mi hermana y a mí nos encantan las pollas.
Sí, suena raro, suena extraño, pero ¿qué no esta página es para eso?
— Debiste mamar.
— Nah, era una niña.
Ni me iba a caber.
Tengo la boca pequeña.
Me reí y la abracé cariñosamente.
Aunque actualmente mi libido ha descendido a niveles alarmantes, un nuevo chico con el que salgo me ha tenido algo excitada, y creo que por eso las ideas han fluido con gran facilidad en este morboso relato.
Si quieres contactarme, me puedes enviar un mensaje privado.
No suelo entrar al chat, ni tampoco doy información personal, más allá de la que muestro en mis relatos, aunque si quieres hacerme una sugerencia sobre qué podría contar para la próxima vez, bueno, bienvenido estás.
Un saludo.
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