Mi primer masaje erótico
Como descubrí que mis manos eran el mejor instrumento de placer.
Desde que me encontraba en la universidad, me dedicaba a explorar nuevas maneras de potenciar el placer y entender un poco mejor la sexualidad, haciendo uso de la sensualidad. Entendí que no necesariamente se debía tener una penetración para llegar al clímax y que habían cosas que de solo verlas producían tanto morbo que me excitaban tanto que no se ni como explicarlo.
Fue así como empecé a investigar los masajes eróticos, no solo recibirlos, sino principalmente hacerlos, nada más excitante para mi, que producir mucho placer.
Fue entonces cuando conocía esta mujer, como de 1.70, cabello ondulado, piel bronceada pues vivía en una zona de tierra caliente, ojos oscuros casi negros y un cuerpo delgado. Su manera de vestir realmente dejaba poco a la imaginación, es entendible cuando se habita un lugar que supera los 32°C.
Ella era una amiga para mi, la pasaba bastante bien con ella, siempre la pasaba bien con ella pero por supuesto, nunca la vi como algo más, hasta que empecé a verla como aquella que podría ser mi primera “paciente de masajes” con la que podría descubrir este nuevo gran hobbie, así que en una noche que se quedó conmigo en la casa que alquilaba en aquel pueblo, decidí hacerle esa indecorosa propuesta.
Este lugar lo compartía con otros compañeros, mi habitación consistía en una cama sencilla con una mesa donde ponía mis cosas de aseo y un closet para mi ropa. Tenía una colchoneta adicional sobre mi cama que usaba para que fuera más cómoda y cuando ella se quedaba la ponía en el piso y allí dormía ella.
Ese día, ya acostados le empecé a hablar sobre aquél arte que había descubierto, de cómo anhelaba poder intentar complacer a una mujer solamente con mis manos, tal vez mi boca, pero lo que definitivamente no quería, era tener que llegar al sexo tradicional. Ella se veía cada vez más interesada en este tema, le intrigaba, preguntaba y opinaba. Observé que poco a poco se iba trazando un camino hacia la esa puerta que esperaba golpear y me fuera abierta, la oportunidad de usar mis manos en ella. A medida que avanzaba la noche y entrabamos en la madrugada, ella se adueñaba de la conversación explicando las cosas que quisiera sentir, así que de manera abrupta la interrumpí con la pregunta “¿me dejarías intentar contigo?”. Hizo una pausa de unos segundos, sus ojos brillaban mientras me miraba fijamente y se le escapó un emocionado “SI” casi como un grito.
Me bajé hacia la colchoneta donde ella estaba. “déjame desnudarte” le dije, para empezar la experiencia desde el primer momento. Ese día se había acostado con una pijama corta. se acostó boca arriba totalmente derecha, yo me puse sobre ella y con mis manos recorrí sus muslos pasa subir su pijama hasta su cintura. Cuando se hizo visible su ropa interior, tomé sus manos y para ayudarle a sentar y poder así terminar de quitar su pijama. la ayudé nuevamente a poner suavemente su cabeza sobre la almohada.
Frente a mi, un cuerpo esbelto, con muslos fuertes que se unían a una cadera ancha, una cintura curvilínea con abdomen plano que subía y bajaba con la respiración, un pechos redondos y pequeños con unos pezones ya excitados que sobresalían y su mirada aún brillante. Le pedí que se pusiera boca abajo. Como se trataba de un masaje erótico, era necesario retirar su ropa interior, así que poniendo mis manos en sus caderas le ayudé a levantar su hermoso trasero, después con delicadeza, le retiré la ropa interior, no pude evitar observar su feminidad que se mostraba tentativa y más aún con su trasero aún levantado.
Con su cuerpo desnudo, boca abajo frente a mi, unté mis manos de aceite con un suave olor a vainilla, lo calenté entre mis manos e inicié con un masaje en sus hombros. hacía movimientos circulares, apretaba un poco con los dedos, después, bajaba por su espalda, la recorría de arriba a abajo con mis yemas, pasaba por su cintura delineando cada una de sus curvas. Moldeaba su cintura con mis manos hasta acercarme a sus glúteos. allí empecé a masajear con mis manos desde sus piernas hasta contornear sus nalgas, seguí bajando hasta las pantorrillas, los tobillos y los pies.
Posteriormente, abrí sus piernas para poder arrodillarme en el espacio que quedaba entre ellas y con mis manos, recorrí sus pernas hasta llegar a sus nalgas, tome sus caderas nuevamente y le ayudé a levantar un poco su trasero para meter una almohada bajo su abdomen. Estando así, con su trasero levantado y sus piernas abiertas, puse las yemas de mis dedos pulgares en su periné para masajearlo suavemente, ella lo disfrutaba, su respiración se agitaba mientras sentía mis dedos tan cerca de su feminidad moviéndose, frotando.
Después de este masaje, le pedí que se pusiera boca arriba para verla de frente. Estando así empecé por sus piernas, suaves movimientos de arriba a abajo, llegué a sus caderas y ya si respiración era acelerada, tomaba su cintura y la moldeaba con mis manos, recorría su abdomen con la yema de mis dedos y tomaba sus pechos suavemente masajeando con delicadeza.
Allí la almohada se encontraba bajo sus nalgas, su pelvis un poco levantada hacia mi y yo entre arrodillado entre sus piernas abiertas, puse mis manos por detrás de sus rodillas y le ayude a doblar las piernas, deslice mis manos desde sus rodillas, por los muslos hasta su vagina y con mi dedo gordo empecé a masajear el clítoris suavemente.
Con la palma de mi mano apoyada en su pelvis, mi dedo pulgar hacía círculos muy despacio en su clítoris, su respiración aceleraba, tomaba con fuerza la sabana con sus dos manos y de vez en cuando su espalda se arqueaba mientras estiraba su cuello como intentando tomar aire. Con el pulgar de la otra mano decidí concentrarme en el periné, moviendo también en círculos, hasta que empecé a sentir cada vez más humedad en su flor, así que en ese momento decidí juntar mi dedo índice con el anular e introducirlo hasta dos falanges mientras con esa misma mano oprimía con firmeza el clítoris. Con mis dedos en su interior, movía estos cerrando y abriendo, estimulando la parte interna del clítoris mientras hacía lo mismo con el pulgar. En un momento en que la velocidad de mi mano casi me entumecía el antebrazo, un gemido estremeció la habitación, su cuerpo se retorcía, sus manos fueron a su cara y después a su cabello, su espalda se arqueó y se puso rígida por un segundo, hasta que nuevamente cayó sobre la colchoneta, respirando acelerada, sudorosa, con olor a suave vainilla y tranquila…
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