Porno personalizado
Una hoja de papel, un lápiz y un poco de práctica pueden dibujar un momento de placer intenso..
El cambio de la escuela primaria a la secundaria fue para mí bastante trágico: ninguno de mis compañeros ingresó a la escuela que yo elegí. Por eso me volví un muchachito retraído, salía poco a los recreos y no hablaba casi con mis nuevos compañeros. Mi único entretenimiento era dibujar. Y lo hacía desde niño, pero en mi primer año de secundaria se volvió casi una adicción y con la práctica empecé a mejorar mucho en mi estilo. Tanto fue así que mis nuevos compañeros se acercaban cada tanto a mi sitio en la clase para ver qué estaba dibujando. Gracias a eso hice algunos amigos e incluso admiradores de otros cursos que me pedían mis dibujos.
Empezado el segundo año ya era conocido por mi arte.Me salían muy bien algunos personajes de animación, y hacía sencillas caricaturas de compañeros e incluso de profesores. Estos últimos, lejos de molestarse, veían mis dibujos con mucho humor, porque en general eran representaciones de las cosas cotidianas, de cuando se enojaban o decían sus frases típicas, pero sin faltas de respeto.
Promediando el año, y ya con todos en mi grupo entre los catorce y quince años, la temática de mi arte derivó, sin sorpresa siendo adolescentes, en lo sexual. Mujeres desnudas, mujeres con hombres, poses erótica de alguien sospechosamente parecida a alguna de las más lindas de la escuela y cosas así. Mis dibujos, los más cómicos y los más infames y perversos, daban vueltas por toda la escuela. Los maestros sabían que los hacía yo, yo sabía que ellos lo sabían, hasta que un día, como era de esperarse, me llamaron la atención, aunque fue muy discretamente.
De más está decir que, como todo lo prohibido, mis dibujos sexuales se volvieron más valiosos. No era raro ver grupitos de chicos o muchachas reunidos y comentando en voz baja mientras veían un papel que yo reconocía de lejos. Entonces me animé a más y también dibuje hombres con penes enormes, mujeres metiéndose toda clase de cosas por la vagina, relaciones homosexuales, felaciones, imágenes de sexo anal y hasta algo de zoofilia. Todo lo que llegaba a mis oídos entre el jueves y el viernes de una semana, volvía hecho dibujo el lunes a primera hora. No puedo decir que se podría haber hecho una enciclopedia sexual con mis dibujos, pero se de buena fuente que hubo mucha gente que quedó sorprendida porque no se habría imaginado jamás que lo que yo dibujaba se podía hacer en la vida real.
Muy cerca ya del final de año, un compañero sugirió que hiciera un dibujo, pero no era cualquier dibujo. Él quería celebrar la finalización de curso haciéndole entre todos nosotros, los compañeros de segundo, una especie de homenaje a alguien muy particular: una compañera de quinto, el último año, que ya dejaba la escuela: la «caballona».
Para empezar, sí, «caballona» le decíamos porque era muy grandota, la más alta de toda la escuela. Además tenía mal genio y fama de no demorar un instante en golpear a quien la hiciera enojar, aunque eso, según contaban, había disminuido desde que estuvo a punto de ser expulsada. En fin, lo cierto es que mi compañero quería un dibujo de una especie de eyaculación múltiple (hoy le diríamos bukake) de todos nosotros sobre la caballona mientras ella estaba sentada en el inodoro con la camisa abierta, los pechos descubiertos y sus pantalones y calzones por las rodillas. La idea era tentadora y yo, muy osado, acepté.
Cuando llevé el dibujo, y antes de mostrarlo, pedí una y mil veces que por favor quedara entre nosotros. Todo fue sí, sí y sí hasta que lo vieron. Estallaron las carcajadas y los comentarios y el dibujo pasó de mano en mano. Como no era posible ir a sacarle fotocopias ni teníamos celulares con cámara, algunos empezaron con el tradicional método de copia de mis obras memorables, es decir, calcarlo. En apenas un par de días casi toda la escuela había visto nuestro homenaje para la caballona, incluida ella, aunque nunca supe si vio el original o un calco, o calco de calco… en fin. Lo cierto es que se empezó a correr la voz de que la caballona quería hablar conmigo.
La última semana de clases, mientras estábamos en el patio, como siempre en ronda con mis compañeros, se acercó la caballona y se paró justo a mi lado. Todos quedamos en silencio por el susto de lo que podía venir, pero claramente ero yo quien tenía todas las fichas para ganarme la paliza. Me tocó el brazo y sin decir una palabra, solo con mover los dedos hacia ella, me hizo señas de que la siguiera. Miré a mis compañeros, no sé si pidiendo auxilio o despidiéndome, y empecé a caminar atrás de la caballona. Se detuvo como a los diez metros. Cuando me acerqué me dijo que me esperaba a la salida en el «bufete viejo», y se fue.
El bufete viejo era una especie de quiosco abandonado en el patio trasero de la escuela, nadie iba allí, ni siquiera para intimar, no tenía puerta ni ventanas, y estaba lleno de hojas y papeles. Cuando llegué, bastante preocupado por las consecuencias, ella ya estaba por allí cerca. Me hizo señas de que entrara y me siguió. Sin saludo ni otras formalidades me pidió que le hiciera un dibujo. Cuando le pregunté de qué, me dijo que del «Vito», un muchacho de cuarto año, el típico rico y guapo que era la fantasía de todas las de la escuela. Le dije que sí, que al día siguiente se lo llevaría, pero me dijo que lo quería en ese momento. Le dije que no tenía si quiera donde apoyarme para dibujar y sin perder un minuto empezó a correr hojas del suelo con un pie y acercó un bloque de cemento para que me sentara. Yo no estaba en condiciones de negociar, y seguía asustado, así que me senté, apoyé la espalda en la pared, saqué un cuaderno y empecé a dibujar.
La caballona se sentó a mi lado, en el suelo y empezó a mirar lo que yo hacía. No era difícil representar al Vito: el jopito de pelo, la cara delgada, el pantalón ajustado….. «No, así no», me dijo. «Desnudo…». Cambié rápido la hoja y empecé de nuevo mi trazos, esta vez sin nada de ropa a la vista. El bosquejo me salió bien según mi criterio y rápido. No había empezado con los detalles todavía cuando ella dice «más grande, que la tenga más grande, con venas». Obviamente se refería al miembro del personaje, no hacía falta preguntar, pero me quedó resonando «con venas». Volví a cambiar la hoja y decidí que el nuevo Vito tuviera casi una tercera pierna y mientras volvía a recordar el «con venas», la caballona, todavía sentada en el suelo a mi lado, se lleva la mano izquierda al broche del pantalón, se lo desprende, y se mete la derecha adentro de los calzones, justo donde yo le calculaba que estaría su sexo.
La tortura de dibujar, o hacer cualquier cosa, con una mujer masturbándose al lado de uno es tremenda. Tenía que mirar el cuaderno, para dibujar, pero también miraba de reojo como se movía el bulto que hacían sus dedos por debajo del pantalón. Lo terminé también sin detalles y me lo pidió. Corté la hoja, se la dí y mientras se acomodaba el «Vito superdotado» en un pierna me dijo «ahora cogiéndome». Esa era fácil: vista lateral, ella en cuatro patas, con el pelo tapándole los hombros anchos, su cara cuadrada llena de sudor y la boca entreabierta, desnuda, con las dos enormes tetas colgando como globos de agua, la cadera anunciando esas nalgas que no eran gordas, pero si generosas y altas. Vito detrás, más pequeño, pero a una distancia suficiente como para que se notara que le metía ese tremendo pedazo de carne caliente, que estaba en las fantasías de la caballona, «con venas» y todo.
Cuando empecé a dibujar las tetas, parece que la caballona se acordó de las reales, de las suyas. Con la mano izquierda que seguía libre, se desprendió los botones de la camisa que llevaba y se estiro el sujetador para liberar dos pechos blanquísimos y con unos pezones oscuros y grandes. Mientras su mano derecha seguía masajeando esos labios que yo no veía, pero que imaginaba gruesos, su mano izquierda empezó a apretar sus tetas desde la base a la punta, como si se estuviera ordeñando, y cada tanto cambiaba y se apretaba los pezones con la punta de tres dedos, como si se los quisiera hundir adentro de sus pechos. La imagen de la caballona despatarrada, con la camisa abierta y las tetas al aire me recordó el dibujo de nuestro homenaje, pero estaba muy ocupado para imaginar si ella también pensaba en eso.
Habrían pasado como ocho o diez minutos. El ruido de encharcado de sus dedos apretándose el sexo era ya clarísimo. El olor a mujer, también. Yo no había terminado ni el cuerpo de Vito, pero sí a ella, en cuatro patas, con cara de placer, de lujuria. Vito era solo un cuerpo con un jopito en el pelo, y una tremenda verga «con venas» que la poseía. Mientras tanto ella, sin ningún tipo vergüenza, se estaba haciendo tremenda paja al lado de su improvisado proveedor de porno personalizado. De pronto estiró la piernas y las juntó sobre su cuerpo, hizo ruidos con la garganta, se soltó las tetas y cruzando esa mano sobre su cuerpo se tomó fuerte de mi brazo. Tuvo cuatro o cinco contracciones evidentes de todos los músculos. Y después soltó la respiración, muy agitada.
Me soltó, se sacó la mano derecha de dentro del pantalón. Se secó los dedos en la pierna, cosa qie le dejó una gran mancha de humedad. Se acomodó el sujetador, se abrochó el pantalón y la camisa y se puso de pie. Me pidió los dibujos, los rompió en un par de partes y los tiró allí mismo. Así fue, que a mis catorce, vi por primera vez el orgasmo de una mujer, y nada menos que de la caballona, que tendría calculo unos diecisiete. A modo de despedida me aseguró que si decía algo, me iba a dar una paliza. Justo antes de salir, se dio la vuelta y me miró un instante. Creo que quiso decirme gracias. No la volví a ver.
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muy buen relato, bien escrito e interesante
Gracias