Sus manos bajo mi falda
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Di un respingo al sentir a alguien a mi lado y levanté la mirada de los apuntes para encontrarme con unos fríos ojos azules.
– Haces bien en asustarte, preciosa – me susurró al oído entre risas mientras se acomodaba en el asiento.
Con un escalofrío me aparté de él todo lo que el asiento me lo permitía sin ser demasiado obvia.
Justamente había elegido aquel caluroso día de verano para acudir al curso con una falda ajustada, que, aunque no era demasiado corta insistía en trepar por mi muslo al más mínimo movimiento y aumentaba mi sensación de inseguridad.
Estaba tan nerviosa que no pude prestar atención a la clase durante toda la hora a pesar de repetirme a mi misma una y otra vez que no ocurría nada, que al fin y al cabo estaba todo en mi cabeza.
Hacía unos meses que una compañera de curso había acusado a Javier de propasarse con ella en una fiesta mientras estaba borracha, quedando aparentemente después demostrado que no había base de realidad en aquella acusación.
Sin embargo aquello hizo que una idea comenzase a rondarme la cabeza.
En mis momentos más íntimos no podía dejar de imaginar las manos de Javier acariciándome mientras yo me revolvía indefensa bajo esa mirada penetrante suya en la que no se apreciaba piedad alguna.
Mi obsesión había llegado al punto de acabar masturbándome en los baños de la universidad tras verle en clase o por los pasillos.
Pero nunca habíamos cruzado una palabra.
Y nunca lo había tenido tan cerca como en estos momentos.
Tras pasar todo el día sentada a su lado intentando borrar toda imagen sexual con él que se viniese a mi cabeza, a última hora, por fin, conseguí relajarme y centrarme en mi clase preferida.
Y fue en aquel momento cuando ocurrió.
Un toque, apenas un leve roce sobre mi muslo, que podría haber sido casual pero estaba cargado de intención.
Bajé la mirada para descubrir que la falda se me había subido unos centímetros.
Me removí en el asiento, incómoda, y tiré de ella hacia abajo todo lo que pude.
Apenas un par de minutos después volví a sentir su mano sobre mi pierna, en un contacto más descarado que en la ocasión anterior.
La dejó ahí, sin moverla, mientras yo, tensa, me volvía a mirarle.
Con la mirada al frente, parecía mantener la atención en la clase, mientras bajo la mesa yo bajaba la falda que él insistía incansablemente en subirme.
Estaba poniéndome muy nerviosa, no sabía que hacer y me encontraba a punto de levantarme en mitad de la clase para acabar con aquello cuando inclinándose hacia mi me dijo:
– ¿Que pasa preciosa? Pensaba que querías "mis manos sobre tu cuerpo", que "no tuviese piedad de tus súplicas"
Me estremecí.
¿Cómo podía él saber eso? Debió leer la pregunta en mi mirada, porque lo siguiente que dijo fue:
– Resulta que puede que haya una cámara en el baño de las chicas, y puede que exista un video en el que te desfogas gritando mi nombre.
Entré en pánico.
– No te agobies preciosa, se guardar un secreto.
¿Me guardas otro a mi? Llevo pajeándome toda la semana esperando este momento.
Y ahora vas a estarte quietecita, ¿me oyes? O este pequeño secreto entre nosotros dos dejará de ser tan íntimo.
Su mano abandonó mi pierna para subir discretamente bajo mi camisa hasta meterse bajo mi sujetador y pellizcarme los pezones.
– Tienes unas tetas preciosas – dijo – era lo primero que me apetecía tocar tras verlas moverse el otro día mientras de masturbabas a cuatro sobre el retrete.
Esa es mi parte favorita del video, ¿sabes?
Se entretuvo un rato con mis pechos, apretando fuerte cuando le parecía que yo no estaba prestando suficiente atención.
No veía manera de salir de aquella situación así que por el momento pensé en quedarme quieta y dejar que todo pasase.
Tenía la esperanza de que no fuese mucho más allá al estar en público, o de que alguien se girase en aquel preciso instante y nos descubriese, acabando con todo, y aun con el miedo que sentía y mis ganas de salir corriendo de allí, no pude evitar sentir una punzada de deseo en el vientre cuando su mano volvió bajo mi falda.
No se demoró demasiado hasta que alcanzó mis braguitas que estaban bastante mojadas tras haberme pasado todo el día fantaseando involuntariamente con él.
– Ya sabía que no ibas a darme problemas, zorrita, que lo estabas deseando.
En aquel momento supe que no iba a contentarse con sobarme un poco bajo la blusa.
Acababa de confirmarle que el Javier de mis fantasías era él.
Su dedo corazón se coló bajo mi braga y buscó mi clítoris, moviéndose en círculos sobre él y haciéndome sentir un agradable cosquilleo en las piernas muy a mi pesar.
Bajó un poco más abajo hasta encontrar la entrada a mi vagina y deslizó un único dedo con facilidad.
Tuve que contener un gemido por la brusquedad del gesto.
Después sacó el dedo hasta ponérmelo descaradamente a la altura de la cara, donde todo el mundo podía verlo.
– Lámelo – me dijo.
Le miré y miré alrededor asustada.
– Lámelo – repitió con un tono que no admitía réplica, acercándome el dedo a los labios.
Saqué tímidamente la lengua y la pasé sobre su dedo.
– ¡Así no! – dijo, dándome un pellizco en la pierna con la otra mano.
– Ahora quiero que lo chupes bien.
Me lo metí en la boca y lo lamí como si estuviera haciéndole una felación.
– Buena chica – dijo, tras lo que volvió a meter su mano bajo mi falda y empezó a tirar de mis bragas hacia abajo.
– Quítatelas, ahora son mías.
Intenté resistirme, pero tras tenerlas a media pierna pensé que llamaría menos la atención si me las quitaba del todo.
Me las quitó de la mano y las metió en su bolsillo.
Con su mano volvía a masturbarme, esta vez con dos dedos que entraban y salían de mi a un ritmo pausado.
Inconscientemente me recosté hacia atrás facilitándole la entrada.
Se rió, aunque no sé si fue de mi.
Intentaba mantener cara de estar atendiendo a la clase, y cada vez que parecía que podía conseguirlo incrementaba la velocidad de sus movimientos, obligándome a poner caras raras por evitar gemir o poner caras de placer.
– Quiero que gimas para mi – me dijo entonces muy bajito.
Le miré como si estuviese loco y negué con la cabeza.
– Como si fueses a poder evitarlo – me replicó entonces, y comenzó a masturbarme a mayor velocidad.
Podía oir el ruido que hacían mis fluidos con cada penetración y estaba segura que no podía ser la única en clase que lo escuchase.
Comencé involuntariamente a mover las caderas de manera acompasada con sus movimientos.
– Gime para mi, preciosa – repitió, viendo mi cara de sufrimiento.
– "tócame Javier, no tengas piedad de mis súplicas" – dijo, imitándome.
Con su dedo pulgar comenzó a acariciarme el clítoris mientras movía tres dedos en mi interior y yo aguantaba en silencio esa deliciosa tortura.
Le imprimió fuerza y velocidad a su movimiento.
Empezaba a notar los pródromos del orgasmo que estaba por llegar e iba a ser intenso.
No podía apenas contener mis gemidos.
– Por favor – le supliqué – aquí no, por favor.
No puedo más.
No aguanto más.
Sólo conseguí que pusiese más énfasis en lo que estaba haciendo.
Noté el cosquilleo en mis piernas, era ya inevitable.
Acosté mi cabeza sobre su hombro y me vine en un orgasmo bestial, gimiendo lo que no me pude contener en su oído.
– Ves zorrita como ibas a gemir para mi?
Siguió masturbándome un rato más pero yo estaba algo ida aún.
Cuando se cansó, me metió los dedos en la boca para que se los limpiase, y sin esperar a que terminara la clase se levantó y me dijo:
– Te espero luego en el baño, putita.
Nota:
Espero que hayas disfrutado el relato y que me dejes tu opinión en los comentarios para animarme a escribir más y mejorar.
*No todas las partes del relato se ajustan completamente con la realidad de los hechos, pero sí que tiene una base real.
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