Trio en la isla cap 5
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Pese a todo pronóstico, ya había transcurrido una semana desde nuestra llegada a la isla.
La radio seguía sin funcionar, ninguna clase de transporte pasaba cerca de nosotros y la señal de SOS que habíamos puesto en la arena y la inmensa fogata tampoco ayudaban para atraer a cualquier buen hombre que quisiera brindarnos apoyo.
Yo ya comenzaba a angustiarme, e incluso Mara, a la que al principio le gustaba la idea de una isla para ella sola, ya decía lo mucho que ansiaba volver a casa.
Papá, al ser el hombre, estaba un poco más callado pero tampoco dejaba ver su miedo.
De acuerdo al calendario ya era viernes, y me levanté perezosa al medio día aproximadamente.
Me miré al espejo y vi que mi piel blanca ahora había adquirido un lindo bronceado, y mis tetas no tenían esas feas líneas dejadas por el bikini, pero mi entrepierna sí.
Necesitaba pasarme desnuda, quizá.
Salí fuera del bote hacia la playa.
Debajo de una palmera estaba Mara, acostada en una hamaca que habíamos traído en la bodega y que habíamos colgado de los troncos.
Obviamente la muchacha estaba desnuda, con las piernitas un poco abiertas mientras se bordeaba con los dedos la singular abertura de su vagina.
—¿Estás masturbándote?
—No… sólo me toco un poco para pasar el rato.
¿Estás bien? Veo que ya no usas el sujetador.
—Bueno… ya me acostumbré a que me miren las tetas —sacudí mis bubis.
Las niñas estaban en su mejor color y tamaño.
Papá no dejaba de verla y siempre traía su polla a reventar debajo de su ropa.
Por alguna razón, quizá porque sabía que no era del todo correcto, él no practicaba nudismo como Mara, a quien era raro verla con ropa.
—Creo que debemos resignarnos —dijo con voz triste —.
Nunca nos encontrarán.
—Apenas ha pasado una semana.
No puede ser que nos hayamos perdido tanto, ni que estuviéramos en otra dimensión.
—Papá, es decir, mi padrastro, dice que hay que ir a explorar el otro lado de la isla, pero no hemos llegado lejos.
Me da miedo ¿y a ti?
—Un poco… puede haber animales salvajes.
Sin embargo estamos bien —me senté en la hamaca sin prestar atención a Mara, que seguía tocándose la vagina distraídamente —.
Tenemos el cenote de donde extraemos agua dulce, y también hay una gran dotación de peces, frutas… tenemos gas en el bote, el generador de energía solar que nos da electricidad, ropa limpia, cubiertos, herramientas… si no fuera por el motor y la radio jodidas, creo que ya estaríamos en casa.
Lo malo es que ni los celulares tienen señal.
—Qué raro —dijo Mara, comprobando los juguitos que tenía en sus dedos y metiéndoselos a la boca distraídamente —, me parece que estamos atrapados en una dimensión extraña.
—Has leído mucha ciencia ficción —dije dándole una palmada a su pierna, y fue cuando vi su hermosa vagina bronceada, rodeada de ricos jugos.
Tragué saliva.
—Ay, perrita, quieres comerme la concha ¿Verdad?
—No, claro que no —repliqué sonrojada.
—¿Quieres que te la coma a ti? Vamos, Daniela.
Desde esa vez no me has dejado probarte y quiero que vuelvas a tener un squirt en mi boca.
—¡No digas eso! Qué asco.
— ¡Bah!
Si mi amiga de la escuela supiera que yo era una squirter… se moriría de la envidia.
Y de hecho hasta yo misma me sorprendía de saberlo.
Desde ese día en el que ella me había taladrado con su lengua,yo me había masturbado todas las noches, muy pero muy fuerte, metiéndome plátanos, mis dedos, cepillos… de todo y siempre lanzaba chorritos de un líquido raro que por alguna razón a Mara parecían encantarle.
De todos modos yo no era lesbiana así que tampoco me interesaba.
—Me iré a asolear tras esas rocas —le dije —, y no quiero compañía.
—Bien, bien.
Al cabo que ni me quería mover.
Una vez oculta tras las grandes piedras, me quité los shorts hasta quedar desnuda, me acosté sobre una toalla.
Me coloqué protector solar, abrí las piernas y dejé que el sol me acariciara durante un rato para que toda mi piel adquiriera ese bonito color tostado que tan bien iba con mi cabello.
Fue entonces que volvieron los recuerdos de la gran chupada que me dio Mara, y la vez que dormí con papá sintiendo su polla, su erección y mis tetas contra su cuerpo.
Todo eso me hizo meter dos dedos dentro de mi coñito y presionar con una deliciosa suavidad.
Mi cuerpo reaccionó de inmediato.
Me estremecí de gusto y apreté los muslos para aprisionar mis manos que excavaban dentro de mí.
Me giré hacia la derecha, jadeando de gozo, imaginando que una polla me rompía la boca y dejaba dentro de mi su caliente esperma… y fue entonces que la vi: ¡una balsa! ¡Era una balsa sin duda!
Dejé mi vagina en paz y fui a ver.
En efecto era una rudimentaria balsa hecha con ramas y lianas, pero sin duda alguien que no éramos nosotros la había construido.
Estaba en la orilla.
Eso significaba que habría más gente.
Corriendo fui a ver a mi papá que estaba sentado en la hamaca con Mara, y el muy pillo platicaba sin más mientras le acariciaba las piernas.
— ¡Papá! —grité.
Mara me vio y se rió.
Papá igual.
—Hija ¿ya eres nudista?
—¿Qué?
Por las prisas no me había dado cuenta de que estaba sin ropa.
Avergonzada, me tapé la conchita con las manos.
—No es eso… papá, hay una balsa.
¡Allí está! Quiere decir que otras personas viven en la isla.
—¿De verdad? Vamos a ver.
No nos llevó tiempo comprobar que era cierto, pero lo más raro es que la balsa tenía unas raras letras talladas, como alguna caligrafía antigua.
No le dimos mucha importancia.
La guardamos, estudiamos y finalmente decidimos que al día siguiente exploraríamos un poco más las orillas para ver qué más nos encontrábamos.
Así llegó la noche y yo no podía dormir ante la idea de que más personas estuvieran con nosotros.
Ellos nos ayudarían sin duda.
La curiosidad es una cabrona en ocasiones, así que haciendo caso de ella, cuando ya era de noche, salí de mi camarote para mirar las estrellas en la playa y meditar en nuestra situación.
Una cosa llevó a la otra, y de repente me vi en ese mismo sitio donde estaba la balsa, desnuda y metiéndome tres dedos dentro del coño y llevando a la boca mis ricos jugos.
Entonces vi una luz provenir por entre los árboles.
Claramente podrían ser antorchas o alguna clase de lámpara de alguien.
¡Esa era nuestra salvación! No podía darme el lujo de perder a esa otra persona desconocida, por lo que, agarrando mi ropa, fui a ver de qué se trataba.
A medida que me internaba en la selva y me guiaba nada más por la luz de la luna, escuché sonidos.
¡Tum, tum, tum, tum! Eran tambores y flautas interpretando alguna clase de melodía tribal.
Me recordó un poco a la película “La Laguna Azu”, así que me guardé detrás de los árboles y me fui acercando a donde había una mayor concentración de luces.
Lo que vi, escondida de la vista de todo, me sorprendió.
Era una aldea.
Casas de madera y paredes de barro.
Una gran fogata en el centro.
Habían mujeres, hombres, niños y niñas correteando por todos lados.
Reían, comían, bailaban.
Parecían inofensivos.
Pero lo que más me llamó la atención fue que entre ellos, cuya piel de bronce y pintada brillaba por una capa de sudor, había una mujer.
Una mujer realmente hermosa, de melena negra y rizada.
Debería de tener unos treinta años.
Estaba sobre un tronco, riendo y bebiendo agua de coco.
Sus indumentarias eran cortísimas, como un vestido de seda adornado con hojas.
Tenía una tiara de flores en la cabeza.
Junto a ella descansaba una cámara fotográfica.
—Una exploradora… —pensé, como esas de las revistas de National Geographic que viaja por el mundo.
Entonces unos hombres con taparrabo se acercaron a ella para sacarla a bailar.
La mujer, de piernas fuertes, pechos grandes, culo respingón y mirada celestial, sabía interpretar esa danza y le tomó el ritmo rápidamente.
La múisica se hizo más veloz.
Ella daba vueltas alrededor de la fogata y después los dos hombres se acercaron cada uno por su lado y comenzaron a bailar con ella, a envolverla con sus brazos, a tocarle las nalgas, las piernas, las tetas y la cara.
Ella, riendo, se besó con uno de ellos mientras el otro le quitaba el vestido.
La mujer quedó desnuda ante la mirada de todos, y no parecía importarle.
Luego a la fiesta se unieron tres hombres más.
Susurraron algo.
Oí la voz de la tipa decirles algo en su idioma y después se fueron los seis a una de las pequeñas cabañas que estaban a un lado de la fiesta.
Yo, excitada por esa muestra de seducción, me acerqué para investigar.
Estaba oscuro.
Nadie me vería.
Tampoco la choza tenía ventanas.
Allí, al asomarme, vi que la mujer estaba en el suelo, entre los cinco hombres cuyas pijas inmensas erectas estaban a su disposición, y ella, riendo, pasaba la lengua por todas esas grandes cabezas rojas y se reía de gusto y felicidad al sentir esas estructuras calientes.
A mí se me mojó la concha de inmediato, y sin poder contenerme, llevé una mano a mi vagina y comencé a frotarme el clítoris con suma lentitud, sintiendo mis dedos resbalar por mis labios humedecidos.
La hembra que estaba entre esos machos, una exuberante morena de grandes tetas naturales, pelo ondulado y labios carnosos, abría toda la mandíbula para tragarse las vergas de los nativos, que también eran sumamente atractivos, con los músculos fibrosos y las pijas bien erectas.
Cuando la mujer se la sacaba de la boca, hilos de su saliva chorreaban del pene.
Mis jadeos se hicieron más fuertes.
Uno de los hombres acostó a la mujer en el piso y la colocó de perrito, con las nalgas abiertas exponiendo para mí un hermoso coño depilado, y un anito rosado que palpitaba pidiendo una buena pija.
Yo tragué saliva, sabiendo lo que iba a ocurrir de un momento a otro.
El que tenía el pelo largo, y por ende, el pene más grande, se apresuró a hundir su miembro en la estrecha vagina de la morena, que jadeó de gozo y comenzó a mover las caderas en formación circular.
Yo veía cómo el sudor se le perlaba en la espalda, la excelente curvatura de su espalda, los hombros tensos, el culo firme y satisfecho al ser penetrado.
Otro de los hombres no perdió tiempo y le hundió el pito en la garganta.
Vi cómo la boca de la extraña chica se abría para tragarse aquél falo de carne.
Los demás machos sólo se estaban masturbando, atentos y con las miradas bien puestas en el espectáculo, al igual que yo.
Me probé los dedos, que estaban impregnados de mis jugos y luego de mancharlos con mi saliva, los hundí en lo más profundo de mi conchita.
No me costó mucho imaginar que esos penes eran los que me penetraban y que llenaban cada uno de mis agujeros.
No sentía pudor.
Quería ser cogida de inmediato y hasta tanteé la posibilidad de hacer acto de presencia y simplemente acostarme allí para que también me tocara pija.
No obstante algo me dijo que no debería hacerlo.
La mujer estaba poseída con tremendo pene en el trasero.
Sus tetas se balanceaban.
En ese momento entró una jovencita muy linda, con algunos tatuajes sobre la piel.
No pareció importarle nada de lo que pasaba.
Se arrodilló frente a la mujer, que se sacó el pene de la boca.
Intercambiaron palabras.
La mujer morena sonrió de gozo y luego frunció las cejas.
La otra le dijo algo más.
La mujer ordenó al hombre que se detuviera y se puso de pie.
Luego, colocándose boca arriba, otro de los machos se acomodó entre sus piernas y comenzó un veloz penetrar.
La jovencita miraba todo entusiasmada pero seguía hablándole a la extraña, contándole quién sabe qué cosas.
Uno de los hombres le ofreció su pija a la chica, y ella, distraídamente, comenzó a mamarla, quitándosela de la boca sólo para contestar lo que la mujer le decía.
Fue en ese momento que me sobrevino el orgasmo.
Grité un poquito.
Noté, de nuevo, ese aumento de jugos dentro de mi conchita, los chorritos que salían de mí… ay que ríco… qué rico se siente… si… soy una squirter.
Una squierter…
Entonces la tipa se puso de pie.
La chica se quitó el pito de la boca, ayudó a vestir a la fotógrafa y las dos salieron de la casa, seguida de los hombres.
Al darme cuenta de que estaba excitada, pero sola, no pude hacer más que darme la vuelta y regresar.
Al menos había encontrado civilización, y al parecer la mujer no era de la tribu.
No con esa cámara de última generación.
Quizá sería algo así como una fotógrafa de National Geographic, o quién sabe… pero pensaba hablarle a mi querido papito de ella.
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