Trio familiar en la isla
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Luego de haber hecho el ridículo con mi padre y con Mara, decidí salir un rato para ver si se habían molestado conmigo.
Mara estaba asoleándose todavía, desnuda por supuesto y con las piernitas un poco abiertas.
No lejos, frente al timón, estaba mi papá.
Así pues me acerqué a él por la espalda y lo abracé.
—Papi… siento haberme molestado.
—¿Qué? Ah… no te preocupes.
Perdón.
No debí meterte mano.
Eres mi niña.
¿En qué estaba pensando?
—No importa.
Soy yo la que no está acostumbrada a andar enseñando las carnes por allá.
De hecho, entre mamá y tú, son muy liberales y yo a veces me siento como una monja.
—En ese caso está bien.
No tienes que hacer las cosas si no quieres.
Guardé un momento de silencio y seguí abrazándole, presionando mis tetitas con cariño contra su espalda.
—¿Papi? ¿Te gusta el cuerpo de Mara?
—Ah… pues sí.
Soy un hombre.
—¿Y el mío? ¿Crees que es bonito?
—¡Jaja! Creo que he visto demasiado de ti.
Si, es muy bonito.
De alguna manera eso me hizo sentir mejor.
No quería quedarme atrás con Mara.
Me molestaba, como si yo fuera una niña, que papá estuviera idiotizado por ese cuerpo.
Era cierto que la muchacha era muy linda y visiblemente sensual… pero yo no me quedaba atrás.
—Intenta ser su amiga.
Las cosas irán mejor y si todo va según lo planeado, tal vez se convierta en tu hermana mayor.
—Querrás decir la menor.
Sintiéndome mejor conmigo misma, sonreí y me quité el sostén.
Luego le llamé a papá y cuando él se giró, me apresuré a abrazarle.
No me importó pegarle mis pezones a su pecho.
Simplemente lo rodeé muy fuerte y me quedé allí un ratito.
Él me puso las manos en las caderas y acarició suavemente mi piel.
Empecé a experimentar un cosquilleo extraño, alarmante.
Le miré.
Aunque era más adulto que yo, sus ojos azules eran hipnóticos y fue cuando empecé a darme cuenta de que le estaba mirando como un hombre y no como lo que de verdad era.
Asustada, me alejé un poco sonriendo.
Él me miró los pechos.
Sonrió algo ruborizado y volvió a su labor detrás de timón.
Para el atardecer yo ya me había acostumbrado a hacer topless frente a papá.
Él me miraba las tetas con mucha curiosidad, y yo me estiraba o proyectaba el busto para hacer que se vieran mucho más apetitosas que las de Mara, quien notó mis intenciones y me frunció las cejas como un desafío.
Luego, las dos intentamos llamar la atención de Leandro, pero fue imposible porque él se puso a escribir su libro a la luz del ocaso y nosotras nos sentamos en la orilla del bote a pescar.
—¿Qué intentas hacer, Daniela? Andas mostrándole las tetas a tu padre.
—Pues tú me dijiste que me acostumbrada ¿verdad? ¿Qué? ¿Estás celosa?
—¡Claro que no!
Se molestó un poquito, supongo, y se fue a su camarote.
Yo también me fui al mío y antes de poder decir pío, caí en un bonito sueño del que no me acordé mucho.
Lo que me despertó más adelante fue el rápido movimiento de las olas y cómo el bote se mecía peligrosamente.
Miré por el ojo de buey y vi que el mar estaba embravecido y que el cielo era tan negro como la boca de un lobo.
Desesperada, me puse una chaqueta y salí a la cubierta.
Fui al puente de mando y allí vi a papá y a Mara luchando por mantener el yate estable.
—¿De dónde salió esta maldita tormenta? —pregunté.
—¡No lo sé! ¡Demonios! —gritó papá —.
Hemos perdido el rumbo y la radio no funciona.
El timón se va a averiar.
— ¡Esto está mal! ¿Cómo regresaremos? —exclamó asustada Mara.
El barco dio un giro inesperado y todos caímos al suelo.
Me hice daño en la muñeca.
Mara se quejó de que le dolía la rodilla y papá se hizo un corte en la ceja que lo dejó un poco mareado.
El timón iba sin paro de uno a otro lado, fuera de rumbo, mientras el viento soplaba como un diablo y el mar nos trataba de hundir…
Por poco salvamos la vida.
En algún punto dejamos de pedir ayuda por la radio descompuesta.
No había forma de arreglarla.
Cuando el bote se sacudió fieramente, supimos que el viaje había terminado.
— ¡No salgan! ¡Esperemos que pase la tormenta! —dijo papá.
Estábamos con él en su camarote, asustados por lo que nos había ocurrido.
Cuando salimos para ver nuestra situación, nos encontramos encallados en unas rocas que daban a una isla selvática.
La lluvia había amainado, pero seguía siendo de noche.
Sin estrellas en el cielo a causa de las nubes y los rugidos del mar… de verdad que me sentí aterrada.
Los celulares tampoco funcionaban y en el mapa no figuraba ninguna isla cercana.
Al menos no una donde pudiéramos estar.
—Creo que será mejor… dormir.
Mañana cuando salga el sol podremos ver mejor todo lo que pasó y trataré de rescatar el bote.
No tengan miedo ¿de acuerdo?
Qué fácil lo dijo.
Yo estaba aterrada.
Me la pasé en mi habitación llorando de miedo durante un rato hasta que finalmente me tranquilicé.
Digo… no podía pasar nada peor ¿verdad? Y papá arreglaría el bote.
Estaba segura de que sería así.
Tenía que ser así.
Vi el reloj.
Ya era media noche.
Sin duda alguien ya se habría dado cuenta de nuestra ausencia y pronto mandarían ayuda.
MARA
Bien… eso era inesperado.
Nunca creí que pudiéramos estar tan metidos de mierda por la estúpida tormenta, y sobre todo ¡atrapadas aquí con este semental! La simple idea de tener al hombre de mamá junto a mí era suficiente como para que de alguna manera me hiciera cosquillas la conchita.
Quería verlo.
Quería sentir su glande rompiendo las paredes de mi coño.
¡Dios! La falta de sexo me estaba afectando demasiado, y andar desnuda por toda la tarde sólo había calentado mi ser.
Me levanté de mi cama y salí del camarote.
Llevaba unos pequeños shorts y una blusita con chaqueta para mantenerme caliente.
Casi no habíamos traído ropas, así que además de unos pocos bikinis, no teníamos mucho con qué taparnos.
Tal vez si pudiera ver a esa tonta de Daniela, ella podría hacerme compañía.
Me acerqué a su camarote para ver si estaba bien y miré por la ventanilla.
¡Vaya cosa! La putita estaba abierta de piernas.
Bien abierta, y se estaba metiendo el mango de un cepillo por el coño.
La poca luz iluminaba la tersa piel y sorprendida vi la facilidad con la que le entraba el objeto.
¡La hija de Leandro masturbándose! Era increíble.
Y yo que pensaba que esa tía era alguna clase de mojigata que temía al nudismo.
Me quedé mirando un buen rato.
Ella se masajeaba el clítoris, se metía el cepillo al fondo de la conchita y luego, empapado de jugos, se lo llevaba a la boca y le pasaba la lengua.
¡Joder! Qué había venido aquí para que se me bajara la calentura y en vez de eso ahora estaba un poco más caliente de lo normal.
Miré la otra puerta.
El camarote de Leandro.
Decidí hacerle una visita.
Dejé a la chica masturbándose y entré.
Estaba abierta la puerta.
El papá, bueno… también era mi papá ¿verdad? Estaba durmiendo plácidamente y ¡desnudo! Bueno, claro que él también era nudista así como yo, y como mamá.
Entonces… el pene flácido descansaba sobre sus piernas.
Yo ya lo había visto así, pero erecto ¡jamás! Tragué saliva.
Me aproximé con cautela y me senté en el borde de la cama para admirar esa polla hermosa y deliciosa.
También el fibroso cuerpo del hombre, el que se cogía a mi mamá.
Imaginé la boquita pequeña de Shaira mamando ese pedazo de carne, la cantidad de semen que saldría de sus huevos.
Excitada por esa deliciosa imagen, me aventuré a tocar con la yema de mi dedo el tronco del miembro.
Estaba algo caliente, y tenía unas pocas venas.
Seguí tocando, sintiendo la textura.
Tanteé los huevos, exploré el saco que los contenía y suspiré emocionada con el corazón latiéndome a mil.
Entonces él despertó.
—¿Qué haces?
— ¡Ah! —grité, asustada y me levanté de golpe — .
Perdón… perdón.
Se miró la polla y luego, sonriendo, volvió a acostarse.
—Está bien.
Puedes mirar si quieres.
—Ese es un gran… miembro —dije honestamente.
—¿Estás asustada? No por mi verga, sino por la situación.
—Ah… sí, un poco.
Bueno sé que saldremos pero…
—Lo haremos.
Mañana iré a ver qué le pasó al bote.
Deberías dormir.
—No puedo.
Tengo insomnio…
—Te gusta lo que ves ¿verdad? No apartas la vista.
—Bueno, claro que sí me gusta.
Nos quedamos callados un momento.
Papá me miró y se llevó una mano al pene.
—¿Quieres tocarlo más?
—Ah… no sé.
—Me voy a casar con Shaira… por lo que tú eres mi hijastra.
No tengas pena.
¿Pena? Qué era eso.
Decidida, me acerqué a la cama y palpé tontamente el miembro con mi manita.
Estaba más caliente, y pronto comenzó a ganar un tamaño considerable a medida que se iba excitando.
Yo también.
Notaba la humedad en mi vulva y el palpitar del clítoris.
El calor que había en mi cuerpo era increíble.
Él me tomó la mano y me indicó cómo debía masturbarlo.
No es que yo no supiera, pero… era tan grueso que mi puño no lo cerraba.
—¿Puedo… mamarlo? —le pregunté con pena.
Él sonrió y asintió.
Me pasé el pelo detrás de las orejas.
Riendo de la pena, me metí el glande entre los labios y luego traté de hundirlo al fondo de mi garganta.
¡Qué ricura! Sentir el calor en mi lengua, cómo me llenaba y me obligaba a abrir la mandíbula…
—Ah… sí.
—Qué rica está —murmuré después de sacar el pene.
Estaba cubierto de mi saliva.
Mucha saliva y eso hacía que fuera fácil masturbarlo.
—Chúpalo más.
—Está bien, papito —suspirando de gozo, me lo volví a meter.
Noté que Leandro me tocaba las tetas, buscaba dentro de mi blusa y eso me encendió todavía más, por lo que me amarré el pelo en una coleta con una liga que traía en la muñeca y me quité la blusa.
Luego los shorts.
Me desnudé completamente.
—Entiendes lo que vamos a hacer ¿verdad? —le pregunté, guiñándole un ojo.
Papá se acomodó con el pene apuntando al cielo.
Yo me acomodé mejor entre sus piernas.
Tomé su verga con una mano, sus testículos con la otra.
Me pasé la lengua por los labios, concentré saliva en mi boca y entonces le chupé la polla como nunca antes se la había chupado a un hombre.
Deslicé la boca por el largo de su verga y culminé con tiernos besitos en el glande.
Yo estaba ida, excitadísima y con deseos de hundir todo dentro de mi apretada vaginita que clamaba por una pija.
No obstante, mamar era igual de placentero.
Tenía que detenerme para coger aire, y necesitaba relamerme los labios y aguantar la respiración.
—Deja, yo lo hago —dijo Leandro, mi padre, y entonces me tomó de la cabeza y él mismo guió el movimiento.
Yo me quedé quietecita, con los ojos cerraditos y dejando que fuera él que manipulara mi cuello.
Abrí bien la mandíbula.
La saliva corría por todo el tronco de su pene y resbalaba hasta sus huevos, y seguía allí hasta la sábana de la cama.
Tuve arcadas.
Me brotaron lágrimas, pero aun así estaba disfrutando de lo lindo.
— ¡Métemela, por favor!
Apenas podía verle la cara a causa de la pobre iluminación, pero me moría de ganas de hacerlo con él.
Leandro se lo pensó un poco, y luego, parándose, se colocó al pie de la cama.
Yo entendí de inmediato y me puse en cuatro, como una perrita en celo y dejé que él admirara mi culo con una lujuria propia de quien va a cometer una buena penetración.
El pecho me seguía latiendo fuertemente.
¡Qué hombre!
Me tocó las nalgas.
Luego sentí el calor de su glande tanteando mis labios vaginales, embarrándose con mis suaves jugos que brotaban para lubricarlo.
—¿Papá? —esa fue Daniela, tocando detrás de la puerta.
Se me subieron los colores al rostro ¡Sí la chica me mirase ahora, todo se jodería!
—Ya voy, hija —dijo Leandro y me susurró —, métete debajo de la cama.
No quiero que me vea.
Comprendí por qué, pues Daniela no era igual que nosotros.
Ella era una mojigata que le temía a su propio cuerpo.
Además estaba segura de que no me aceptaba del todo como su hermana.
Así pues, me metí debajo de la cama.
Yo seguía muy caliente por lo que acababa de basar y comencé a masturbarme para evitar que mi excitación se fuera.
Quería continuar con mi conchita mojada.
DANIELA
Mi padre abrió la puerta, y como ya sospechaba, lo único que le cubría su fibroso cuerpo eran unas trusas que le quedaban muy ajustadas.
La vista de inmediato se me fue a su miembro, que estaba tan abultado como si se hubiera metido un calcetín.
Él, por supuesto, no se inmutó ante mi mirada.
—¿Qué pasa, cariño?
—Bu-bueno… no puedo dormir y pensé en que si podía quedarme contigo unos minutos
—Ah…
—Cuando era niña me dejabas dormir contigo y con mamá, y todavía no se me ha quitado eso.
Lo siento, si te molesto…
—No, no… claro.
Pasa.
Algo apenada por mi muestra de miedo infantil, entré a su camarote.
Padre se recostó en la cama, y por su posición, el bulto de su polla era como una pequeña montaña.
Yo traía sólo el brasier de mi bikini y unos shorts, porque hacía algo de calor.
Además tampoco tenía más ropa porque en mis planes no estaba quedar atrapada en una isla.
Me acosté junto a papá y le toqué una pierna.
Estaba dura.
Él se ejercitaba mucho, según noté.
El abdomen tenía unos pequeños cuadritos marcados, y el pecho velludo, como a mí me gustaba, también estaba definido.
—¿Qué pasa, hijita?
—Nada, perdón.
—Anda, ven, acuéstate.
Extendió un brazo y yo me acomodé junto a él.
Muerta de la pena, no quería estar más cerca de lo necesario.
Sin embargo, cuando me besó la frente, evoqué esos recuerdos de niña, todo el amor que me había demostrado, y me sentí segura.
Yo soy su hija.
Ese amor incondicional está en mí de forma natural.
—Papi… ¿te molesta si te abrazo un poco?
—Claro que no, Dani.
Lo hice con algo de inseguridad, y crucé una mano sobre su cuerpo para apoyarla en su pecho.
Comencé a jugar con los risitos de su vello y dejé asentada la palma de mi mano sintiendo sus fibrosos pectorales y el latido de su corazón.
Fue entonces que miré cómo el bulto le crecía y yo me ruboricé.
— Se te está poniendo grande allí —dije con algo de travesura.
—Es que… te seré sincero, Daniela.
Me excitas.
Eres mi hija pero aun así, me excitas mucho… —lo decía con vergüenza.
Papá era nudista.
Mamá también era nudista, pero en menor grado.
Ambos practicaban sexo con quien se les pusiera en su camino y si querían.
Pero de ellos, yo era la más recatada ¿por qué? No lo sé.
A mí me daba vergüenza ir paseándome sin ropa por ahí.
—Bueno… está bien.
Soy una mujer y ya crecí.
Mis tetas… mis nalgas… mis piernas.
—Desde siempre has sido muy guapa, igual que tu mamá.
Sonreí.
En eso sí que era parecida a mi mamá.
Subí una pierna sobre la de él y me abracé más fuerte.
Esto hizo que su trusa se tensara más, y traviesa como una mujer que soy, bajé mi mano hasta su vientre.
—Me estás excitando mucho, Daniela.
—Dije que estaba bien, papá.
Tú… bueno, ver esa montaña allá abajo me resulta algo perturbador, pero es un pene y yo soy una chica.
Es natural que me guste una polla, aunque sea…
—¿La de tu padre?
Le miré y asentí inocente.
—¿Quieres verla?
—¿Me dejarías? Sólo… sólo quiero verla ¿está bien?
—Claro, hija.
¿Por qué no me quitas tú la ropa?
Me reí.
Claro, me moría de la vergüenza, y no obstante, le quité las trusas a papá.
Su pene saltó, semi erecto y comenzó a ganar tamaño rápidamente.
Me volví a acostar junto a él, amodorrada como si yo todavía fuera una niñita temerosa.
—Está grande.
—La puedo mover, mira.
Su pija brincó.
Me reí y él, enternecido, me besó.
—¿Quieres darle un besito?
—Mm….
Bueno, sólo un besito ¿está bien?
—Claro.
Me relamí la boca.
Respiré hondo.
Me incliné e hice un piquito con los labios.
Besé el glande, y me atreví a tocarlo con la puntita de mi lengua.
Papi hizo que brincara su polla y yo, asustada, retrocedí.
—¡Malo!
— ¡Jajaja!
—Bueno, dormiré contigo.
—Oye… ya te mostré mi pene.
Al menos muéstrame algo tú.
— ¡Claro que no! Soy tu hija.
Los padres no deben ver a sus hijas así.
Papá se rió, me besó y se cubrió el pene con la sábana.
Entonces yo, riendo también, me quité el sujetador del bikini, y lo sacudí frente a él.
— ¡Jajaja! ¡Eres una traviesa mi amor! Siento tus pezones duritos.
— ¡Sí! Pero no los veas —me abracé más fuerte a él, en parte para presionarle mis tetas y en otra para que no las viera.
Papá tomó mi sostén y lo olió profundamente, luego, lo metió entre sus piernas y con él envolvió su polla.
Me dio un besito en la frente y después de eso… los dos dormimos sin miedo, libres y sin pena
Para el día siguiente me desperté algo cansada.
Papá ya no estaba conmigo, pero mi sujetador seguia sobre la cama.
Lo tomé y me lo puse, y entonces recordé las cosas que hice con él, el como dejé que mis tetas le tocaran su cuerpo fuerte, la suavidad de mis piernas contra las suyas, ásperas y velludas, y sobre todo, el besito que le di al glande de su jugosa polla.
Rayos… ¡rayos! Le había besado el pito a mi papá.
Me estaba por dentro muriendo de la pena, pero también notaba una cálida sensación en la vagina, porque pese a todo, tenía que admitir que se había sentido rico, travieso.
El tamaño de ese miembro era celestial, imaginé el agujero que me dejaría en la concha si me penetraba con él… y entonces me avergoncé todavía más al tener esa clase de ideas.
Me limpié la cara con un poco de agua y salí.
Ya era casi medio día.
El sol despuntaba en lo alto.
Era un clima hermoso, y de no ser por el lugar en dónde nos encontrábamos, podrían ser unas buenas vacaciones.
Asomándome a la cubierta, vi que Mara estaba en la arena con papá.
La chica, mi futura hermana, estaba desnuda, como siempre, mostrando una bonita piel bronceada, con sus tetitas revoloteando alrededor de mi papá que estaba ocupado mirando el bote y tratando de repararlo con sus herramientas.
Desde donde yo estaba ellos no me podían ver, pero yo sí, y noté las miradas lascivas que mi padre le enviaba a la chica, y cómo de repente ella se le embarraba por la espalda o se inclinaba a propósito para mostrarle el coñito, que ella llevaba lampiño.
Bien, tengo que admitir que la chica era muy guapa y erótica, de esas cuya belleza es tan inocente que no podrías asegurar que es una verdadera ramera que le encanta pasearse desnuda por todos lados.
Yo, por otra parte, me daba pena mostrar las tetas a todo mundo, pero no quería perder.
No quería que ella se quedara con toda la atención de mi padre.
Así pues, me quité el sostén.
Vi mis pezones rosados y luego, sonriendo, bajé a la playa.
—Hola, papi.
¿cómo está el bote?
—Pues… —me miró las nenas y se sonrojó con una sonrisa —.
Creo que mal… no está funcionando nada y al parecer no saldremos de aquí.
El motor está muy dañado.
Es imposible que lo repare con las herramientas que tenemos.
—Entonces… ¿por cuánto nos quedaremos? —preguntó Mara con las manos en sus desnudas caderas.
—No lo sé, hijas.
Lo mejor será buscar algo de comer.
Las provisiones se nos pueden terminar.
Tenemos toda una isla.
De seguro hay comida en abundancia.
—Creo que deberíamos ir a ver.
Vamos, Daniela.
—Sí, ya voy.
Adelántate.
La muchacha se puso unas sandalias y se fue feliz con su bronceado cuerpecito corriendo por la arena hacia la selva.
Yo fruncí las cejas y me acerqué a papá para abrazarle y untarle mis pezones en el pecho.
—Papi… no quiero quedarme aquí…
—Lo sé, cariño —me abrazó de las caderas.
Yo le apreté más fuerte.
Noté la polla contra mi conchita por encima de la ropa y el sonrojo volvió.
Recordé el besito inocente que le di, la forma que tenía el glande y lo rojo que estaba por la sangre —.
Ve a ayudar a tu hermana.
—Sí… bien.
—Lindos pechitos —dijo él a modo de juego, y yo me reí apenada y fui a buscar a Mara.
Seguí a la chica al interior de la selva, cuyos apretujados árboles apenas dejaban espacio para caminar.
Ella iba por delante, marcando el paso con su singular trasero y sus piernas torneadas
—¿De verdad te encanta el nudismo?
—Desde pequeña he sido nudista.
Mi padre, mi verdadero padre, lo fue.
Es más.
Yo fui concebida cuando mis padres tuvieron sexo en una playa nudista a la vista de una docena de personas.
—¿De verdad? Tu mamá coge en público.
—Sip —dijo como quien no quiere la cosa, lo más natural del mundo.
Me sorprendí de eso y me pregunté que tan liberal era esta muchacha.
Seguramente tendría competencia.
De todos modos ignoré lo lindo de su trasero y seguí caminando.
Llegamos hasta un poco dentro de la isla.
Lo suficiente para ver que había un cenote de cristalinas aguas azules.
Mara gritó de alegría y luego, sin decir nada, se tiró por el borde y cayó como una sirena al agua y se puso a nadar feliz.
— ¡Ven! ¡Tírate!
—No, gracias —bordeé la orilla y luego, más tranquila y segura, me metí al agua que estaba muy fría, pero era muy pero muy agradable.
Los pezones se me erizaron.
Fui hasta donde estaba Mara, y comenzamos a echarnos agua, a embarrarnos las tetas en medio de nuestros juegos inocentes como si fuéramos niñas.
Su sonrisa era muy dulce y me sentí algo en confianza.
Quizá eso me faltaba: convivir un poco más con ella y conocerla.
Después de nadar nos fuimos a la orilla a acostar sobre la arena.
Mara abrió sus piernitas y comenzó a tocarse el borde de la vagina.
—¿Qué haces?
—Voy a masturbarme.
¡Es riquísimo! Estoy desnuda, en la selva… me siento muy natural.
¡Hazlo! ¡Métete unos dedos!
—No, gracias.
—¡Quieres mirarme!
—No.
Cerré los ojos y traté de dormir un poco.
Realmente me sentía relajada ante tanta belleza natural, ante la calidez del sol que contrastaba con la frescura del cenote en el que nos habíamos bañado.
También reflexioné para mantener la calma porque lo que menos quería era desesperarme.
Volveríamos a casa.
Estaba segura de eso.
Sólo tendría que disfrutar del tiempo con mi papá y con Mara,que no me caía del todo bien, pero tendría que aprender a convivir con ella.
De repente me desperté cuando la chica empezó a gemir.
Vi que ahora la muy puta tenía un plátano en la concha.
—¡¿Qué haces?!
—¡Encontré el plátano por allá! Hay todo un racimo.
—Eres una puerca.
—Ay, sí.
Mira quien lo dice.
Tú también te has masturbado alguna vez.
—Sí… pero no como tu.
Te vas a romper la vagina.
—Así me gusta.
Rudo, rudo.
Que me llegue hasta el útero.
Mara se metía todo el plátano en la conchita, que parecía demasiado pequeña como para tragarse semejante fruta madura, y sin embargo, lo hacía.
Vi como sus jugos mojaban sus labios, cómo ella se sonrojaba y se masajeaba el clítoris con sumo placer.
Era sorprendente ver la ferocidad con la que atacaba su propia concha.
Me apené demasiado.
—Me voy.
Tú sigue si quieres.
Pero no me fui lejos.
Me guardé tras una piedra y arranqué un plátano que también había visto colgando de un racimo.
Sopesé el peso, el tamaño.
Lo mamé un poco y luego, ya caliente por ver a Mara, me acosté con las piernas abiertas y me introduje la fruta.
Nada más sentirla dentro de mí, una ola de éxtasis me recorrió de los pies a la cabeza y me arqueé la espalda.
La curvatura de la fruta hacía estragos en mi apretada vagina, pero eran dolores de placer.
—Ay… sí.
Imaginé que era una polla real.
Un pene cubierto de venas y que era capaz de llevarme a la cumbre del placer mientras más hondo me lo metiera.
Torcí los dedos de los pies, abrí las piernas todo lo que pude y suspiré, pellizcándome los pezones, llevándome las tetitas a la boca y mordiéndome de irreverente gozo.
Entonces empujé más la fruta.
La empujé tanto y tanto que mi coño se la comió entera.
Y allí comenzaron los problemas.
—¿Eh? Oye… cabrón, sal.
—pujé y pujé.
¡La pinche fruta se había quedado atorada!
—Mara… ¡Mara!
—¿Qué? —la chica se apareció rapido.
Me vio y rió —¿qué haces, cochina?
—¡Mara…! ¡Cállate! Se me atoró el plátano.
—¿Qué plátano?
— ¡En el coño! ¡Me metí todo el plátano y ya no sale!
—¿Todo?
—¡Sí! ¡Ayúdame!
—Calma.
Al menos lo lavaste.
—Pues… no.
— ¡¿No?! ¡Daniela! —la chica se arrodilló entre mis piernas —.
¡Carajo! Lo que te vayas a meter a la boca, la vagina o el ano tienes que limpiarlo! ¡Mujer, es que no sabes ni como darte placer tú sola!
—Duele…
—Sí, sí.
Déjame ver.
Quita la mano.
Abre bien.
Lo hice.
Mara, sin pena, puso las manos en mis labios y abrió la entrada de mi pobre vaginita.
—Está profundo.
Te lo tragaste, he, pillina.
—¿Cómo lo saco? Empujo y empujo…
—No empujes.
Te puedes lastimar.
Yo te ayudo ¿Vale?
—Sí…
—Abre bien las piernas.
Lo hice todo lo que pude y me sostuve de las rodillas.
Tenía expuesta mi conchita y mi anito a Mara, pero ella tan acostumbrada a los cuerpos desnudos no hizo ademán de nada.
Lo que sí, me tocó el clítoris.
El botoncito de placer y yo me estremecí.
—Bien… tienes que mojarte más.
¿Quieres que te ayude?
—Sí.
—Voy a comerte la conchita un poco ¿vale? Tengo que estimularte para que lubriques más y así pueda salir fácilmente.
—Em… bueno.
Pero sólo la puntita de la lengua.
¡Oh! Espera… yo lo hago.
No me toques.
—Bueno, vale…
Avergonzada si se puede más, comencé a tocarme el clítoris como loca.
Mara ayudó besándome las piernas y pasando su lengua por la parte interna de mis muslos.
Eso me encendió mucho.
Mucho de verdad.
—¿Quieres comerme las tetitas un poco? A lo mejor te calientas más.
—No.
—Bueno… aburrida.
Siguió con sus caricias a mis piernas y yo con mi masaje al clítoris.
—Bien.
Ya se ven tus fluidos muy ricos.
Voy a… meter los dedos en tu coño y a sacarte esta cosa ¿lista? Abre.
Me puse los dedos en los labios y los abrí.
Mara, rápidamente, irrumpió en mi vagina.
Noté cómo se metía los dedos dentro de mí y luego tiraba del plátano suavemente.
Mientras tanto escupía en mi entrada.
¡Me metía la saliva en mi pobre coño! Lentamente el plátano salió y abandonó mi útero… yo suspiré de goce.
—Listo…
—Ay… gracias.
—Ahora… plis, déjame comerte un poquito.
—No, hermana.
Digo, Mara.
—¡Anda! Soy casi tu hermana.
Al menos déjame limpiarte.
Por favor, por favor, me muero por probar tu rica vagina.
—Mmm… pero sólo esta vez.
Y sólo un poco de lengua.
¡Entiendes!
—Sí…
—Va.
Rápido.
Tragué saliva.
Abrí las piernas.
Mara se relamió los labios y se lanzó como una loca contra mi coño.
Yo grité.
— ¡Ay! ¡Perra! ¡Me vas a arrancar el clítoris!
Pasó la lengua por toda el área vaginal limpiándola de su saliva y de juegos.
Luego, sonriendo, se relamió los labios.
— ¡Riquísima!
—Bu-bueno, ya no pidas más.
—Sí, sí.
Mojigata.
Bueno, anda, vamos.
Volvamos con papá y digámosle qué ha pasado.
Mientras volvíamos, Mara iba por delante de mí y yo no dejaba de verle las nalgas tan respingonas que ella tenía.
Evoqué la imagen de sus dedos masturbándose, y también de cuando su mojada lengua recogió los jugos de mi vagina.
Eso bastó para que todo mi ser se calentara y ansiara volver a masturbarme una vez más.
Incluso sentía la vista un poco nublada.
Rápidamente agarré a la chica de la mano para detenerla.
—¿Qué pasa, Daniela?
—Oye… yo… —me sonrojé —, me gustaría que… me chuparas la concha otra vez.
Su pequeña boquita sonrió.
—Túmbate y abre tus piernas.
Ya no había marcha atrás.
La muy putita de mi hermana me había dejado caliente.
Encontré un sitio donde echarme.
Me quité los shorts y la tanga.
Abrí las piernas y cerré los ojos porque no quería ver que era ella quien me iba a comer toda.
Prefería pensar que se trataba de algún hombre guapo, algún macho cabrío con la polla tiesa quien me estaba lamiendo el coño.
Noté la cálida boca de Daniela y me estremecí.
Cubría por completo mi entrada y su lengua se paseaba a sus anchas por mi humedecida piel.
Pellizcaba con sus dientes el clítoris.
Abrí los ojos sólo para ver su rostro lleno de serenidad, con ojitos cerrados de placer.
Con dos dedos me abrió la conchita y lentamente deslizó sus pequeños dedos hasta el interior de mí.
Suspiré.
MARA
Mira qué caliente estaba la niña de papá.
Y ella que decía ser la señorita moralidad, y vaya que ahora toda su conchita manaba agradables líquidos hacia mi lengua.
Pero tenía que admitir que era riquísima, y no es que yo fuera una adicta a las vaginas.
Me encantaba mas tener algo grande dentro de la garganta…
Sus labios eran rosaditos, mojados por los jugos calientes y dulces que levantaba con mi lengua.
La muy perra quiso cerrar sus piernas, pero yo se las abrí.
—¡Mantenlas así! —le exclamé.
Ella me miró sorprendida por mi grito, pero se sujetó las rodillas y me ofreció una hermosa imagen de su anito rosado.
Rápidamente deslicé la punta de su lengua por ese pequeño orificio y ella se retorció.
— ¡Ay! ¡No! ¡Allí no!
—¡Cállate! —volví a gritarle, pero dejé ese sitio en paz.
Obviamente el placer anal no lo conocía y no iba a molestarla.
Me concentré más en ponerle empeño en el azucarado coño que me ofrecía.
Yo estaba ida por primera vez, y no sólo por el sabor, sino por el desenfreno sexual que ella estaba mostrando.
Daniela incluso tenía las manos dentro de sus tetas y se estaba pellizcando los pezones.
Eso me encendió mas.
Metí tres dedos.
Exploré el interior.
Ella se retorció.
Masajeé suavemente su vientre y realicé toda clase de movimientos en su apretada concha.
El clítoris palpitaba, el mío también.
Fui más profundo, más profundo hasta querer romperle todo por dentro, hasta llegar al útero.
Entonces Daniela gritó de una mezcla de éxtasis y entonces… ¡Se corrió!
Me retiré de inmediato.
Su coño… ¡estaba lanzando chorritos de líquido! ¡La perra era una squierter! ¡Una squirter! Parte de esos chorritos me dieron en la cara, otros en los labios y yo, por la sorpresa, rápidamente cubrí su vagina con mi boca y bebí las últimas gotas de su corrida.
— ¡Ay! ¡Ay! ¿Qué…? ¿Qué fue eso?
—¡Eres una jodida squirt, niña! ¡Literalmente lanzas chorros de placer!
—¡Dios! ¡Dios…!
—Oh, sí, ya lo creo —me reí y me limpié la boca.
Durante un rato la pobre muchacha ni siquiera se pudo levantar.
Cuando recuperó el control de sus piernas, se puso lentamente en pie y se vistió.
—Gracias… —fue todo lo que me dijo —.
Por favor, no le digas a mi papá que me corrí en tu boca.
—No diré nada… pero ¡coño! ¡Qué vagina tienes entre las piernas, mujer! ¡Yo nunca me he corrido así!
—¿De verdad?
— ¡Nunca! Me he metido de todo en mi conchita… pero nunca me había brotado así.
¡Tienes tanta suerte!
Sonrió, apenada.
—Gracias… creo.
Vamos.
Mi papá nos estará esperando.
DANIELA
Cuando volvimos a la playa, Mara estaba guardada detrás de una piedra.
—¿Qué haces, Mara?
—Mira esa delicia…
—¿Qué?
No lo había visto hasta ese momento, pero en la playa estaba mi papá ¡desnudo! Se estaba bañando en la orilla y su pija flácida y gorda se balanceaba feliz y cubierta de arena.
—¿No se te hace agua la boca?
—Es mi papá… tonta.
Usó ese pene para crearme.
—Sí… y apuesto a que tu mamá gritó de lo lindo.
—Cuando era niña, escuchaba a mi mamá gemir muy fuerte.
Su cuarto estaba al lado del mío y todo se filtraba.
—Ay… quisiera tener eso en mi culo.
—¡Cállate! —exclamé apenada y le di un golpecito en la cabeza.
Mara rió inocente y salimos de nuestro escondite para ver a papá.
—¡Papito! ¡Llegamos! —gritó la feliz de Mara corriendo y con sus tetitas brincando.
Mi papá se cubrió la polla al ver que yo venía detrás.
—¿Encontraron agua?
—Sí —dije —.
Hay un cenote por allá.
Está muy rica el agua.
—Menos mal.
Debería ponerme ropa.
—Eh… no —le respondí muerta de la pena —.
Está… está bien.
—¿Segura?
—Dije que está bien.
Mara sonrió traviesa.
Leandro, suspirando, se puso las manos en las caderas.
Su hermosa polla estaba semierecta.
Ay… Mara tenía razón.
Se me hizo agua la boca.
—Bueno, vamos a ponernos algo mas de ropa y vayamos a explorar la isla.
Llenaremos estas botellas de agua dulce para beber y veré si podemos recoger algunas frutas.
—Daniela y yo probamos unos plátanos que estaban muy ricos ¿verdad? —me guiñó el ojo.
—Oh… sí.
Grandes y jugosos.
—Qué rico —dijo papá y luego, abrazándonos con un brazo a las dos, nos fuimos al interior de la isla.
Claro que antes, por seguridad y protección, nos pusimos algo mas de ropa.
Pero yo quería seguir viendo esa jugosa pija de mi papá agitarse, y al igual que Mara… la quería echando su leche dentro de mi culo.
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