ABEL Y YO (i)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dulcehombre.
Mi amigo Abel tenía 15 y yo 16 años cumplidos un mes antes del caluroso día de vacaciones de verano en el que ocurrió lo que les contaré. Mas por matar el aburrimiento pueblerino del interior provincial que por vocación deportiva fuimos a pescar al serpenteante río de llanura que cursa por las inmediaciones de nuestro pueblo. Es de poco ancho pero bastante profundidad. Las barrancas son altas y están cubiertas por un follaje silvestre y rústico que en algunos lugares llega a tener mas de un metro y tapizado de árboles naturales de distintos tamaños y edades. El constante transitar de pescadores trazaron un sendero que sigue la orilla. A unos cinco kilómetros el río desaparece perdiéndose en una importante laguna que luego retorna en río pero ya con otro nombre y distinta geografía y contorno.
Aburridos de ver flotar la boya sin señal de bagres u otros peces medianos, clavamos las cañas en la tierra y fuimos hasta la sombra de un árbol rodeado por un tupido y alto yuyal pero abierto en forma de claro debajo de una de sus ramas mas largas. Era un lugar donde la gente que pescaba o que acompañaba a pescadores se refugiaba para descansar, comer o calentar agua al resguardo del viento.
Nos sentamos en el piso y conversamos un buen rato de cuestiones intrascendentes. Cuando me levanté para mear contra el tronco del árbol también se paró Abel y lo hizo poniéndose a mi lado sin que en un espacio tan amplio y reservado hubiese necesidad de estar tan juntos.
No nos teníamos vergüenza y si hasta ese día nada cierto sabía sobre su sexualidad, tenía sospechas a partir de algunos quiebres en su voz, en gestos, miradas o frente a ciertos silencios ante comentarios soeces de otros muchachos que se burlaban de los “mariquitas”.
Pero esa tarde se mostró desinhibido y sacó su verga casi parada, que era mas fina y mas larga que la mía, sacudiéndola con la intención evidente de mostrármela y provocar algún comentario de mi parte. Le hice notar las diferencias al tiempo que le exponía la mía, corta y gruesa, para que lo corrobore.
Como sabiendo que no lo rechazaría y con la infantil excusa de que pueda “medírsela bien” propuso que se la agarre. No me detuve en justificaciones ni dudé un instante. Mi gusto por agarrar verga ajena en mano propia venía desde mi infancia cuando fui inducido en el gusto por un adulto, lo que en algún momento será motivo de otro relato.
Extendí mi brazo para alcanzarla pero me detuvo un corto espasmo de su risa. No se burlaba sino que lo dominaban sus nervios. Insistió con la invitación diciendo que también quería agarrar la mía. Casi sin proponérnoslo habíamos dejado fluir los mariquitas que llevábamos adentro bien apretaditos de piernas.
Se relajó cuando la envolví con los dedos y notaba que se le endurecía Me la encontró casi parada y también se puso rígida en su mano. Mas lo tocaba, mas me calentaba. Sus caricias eran suaves y tan desenvueltas que demostraban que por entonces llevaba mucho tiempo combinando arte con experiencia.
— Nos hagamos una paja cruzada, dijo en el mismo tiempo que comenzó a sacudírmela sin esperar respuesta. Lo seguí. Nos molestábamos con los brazos. Propuso que primero se la haga yo y después él. Acepté.
Se quitó el pantalón y lo extendió en el piso a modo de una lona de playa. Se acostó mirando el cielo. La tenía bien parada y se balanceaba tiesa, como un junco. Me inundó, desbordó y dominó el putito a escondidas que era (y soy). Me dejaba llevar por los deseos de gozar de esa verga dura como palo naciendo de sus huevos redondos envueltos en una mata rala de pelos castaños que también alcanzaban el inicio del pubis redondeando la base se su tronco.
Comencé a fregarlo con mucho ritmo. Pidió que fuese lento al tiempo que hacía entrar su mano por dentro de la pierna holgada de mi short. Me la agarró como tomándose de una manija. Las diferencias de presión en su mano traducían las sensaciones e impulsos que le provocaba el ritmo y el placer que le regalaban mis masajes.
Se estremeció y lanzó un escupitajo de leche. Y otro mas corto que cayó sobre su panza. El tercero no saltó. Se derramo desde la ranura y corrió hacia mi mano ya detenida que recibió el líquido tibio. Yo caliente y satisfecho de hacerle la paja. El relajado, quieto, en estado de paz.
En el aire caliente no había mas sonidos que los de la naturaleza apenas alterados por los roces de nuestras caricias. Le pasaba la mano por su pubis mojado, por su pecho, por sus piernas. Vivíamos un momento de entendimiento perfecto. Esa tarde soplaron varias ráfagas de gracia.
Nos paramos para espiar las cañas que seguía iguales. Regresamos a nosotros. Su manguera parecía recuperada del apagón de la descarga mientras yo, que me daba por bien pagado con el regalo de pajearlo, continuaba ofrecido a su mano. Mas por cortesía que por el re despertar de sus deseos me acarició varias veces el bulto. El juego lo excitaba de nuevo.
Tal como lo había hecho él, me quité el short de baño y lo acomodé para asentar mi culo desnudo. Se incorporó apoyándose sobre un codo y así reclinado inició una exquisita batería de caricias. La pasó por mi sexo duro a punto de estallido, luego por mi pubis, por mi panza, por mis muslos, y de regreso repasó mis huevos y el espacio que los separa de mi agujero.
Me subía hacía el cielo con la desenvoltura de sus dedos contrastando con los modos bruscos y torpes con las que yo sacudí su verga. No era la primera vez que acariciaba macho. Tenía la desvergüenza de los experimentados.
Pero en ese momento no me detenía en consideraciones. Lo dejaba hacer. En un movimiento dejó al aire mi discreto botón inflamado y enrojecido. Mojó sus dedos en saliva y lo humedeció. Siguió tocándome, acariciándolo desde la punta hasta el cuello. Acercó su cara para hacer mas saliva sobre la punta. Un hilo transparente unía su boca con el botón de mi palo endurecido. Sentí la tibieza. Parecía que todo ocurría en cámara lenta.
Empezó a frotar con tanta suavidad regulando la cadencia como si conociese la medida de mis deseos. Ni mis propias pajas eran tan delicadas y agradables. Su mano de terciopelo me estaba elevando cuando inesperadamente la atrapó con su boca. Fue un momento único. La vida me estaba regalando una mamada perfecta. Gemía y gozaba al tiempo que sacudía mis caderas en un subir y bajar permanente. El chorro de leche lo inundó. Tragó y me lamió hasta la última gota.
Acostado y desnudo aceptaba sus manoseos limpiando y acariciándola. Parecía agradecer haberla saboreado. Tendría ganas de mas. Yo no reaccionaba a nuevos estímulos pero me dejaba tocar con placer.
Mas tarde nos vestimos y llevamos las cañas hasta otro lugar para seguir probando suerte. Quedamos sentados de cara al río debajo de un arbusto medio abierto. Se podía ver el cielo celeste y limpio pasando por entre las copas de los árboles. Fueron momentos exquisitos que con sus detalles llevo para siempre en mi memoria.
Daría lo que sea por volver a ese mismo día, a ese mismo lugar y a ese mismo encuentro libre y fresco y desvergonzado que nos regaló tanto placer común y luego nos confesamos nuestras historias iniciáticas.
Muchas otras veces disfrutamos de estos íntimos y secretos encuentros pero no haré tan largo este relato.
Gracias por leerme y si lo comentan podré mejorar o hasta desistir de intentar explicar lo que me dio la vida hace mas de 40 años atrás.
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