Aquel lavabo…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cuando era pequeño era más golfo que ahora, jeje.
Mi edad estaría en torno a los 10 años, cuando todavía no te ha cambiado el cuerpo, pero “ves cosas”.
Tenía un grupito de amigos de mi edad, con el cual molestábamos a las chicas de la misma edad y sus hermanas mayores.
Recuerdo cuando le quitamos a una de ellas el prospecto de unos tampones, jaja, menuda hazaña.
Pero no íbamos mucho más allá, y si nos pasábamos de la raya, nos daban un pescozón.
El colarnos en los lavabos femeninos del colegio, era el plan de ataque más osado, que nunca realizamos por las consecuencias que podría traer: una vez empujamos a un chico dentro de esos lavabos, y salió repleto de bofetadas.
Todos nos reíamos menos el pobre chico.
Pero una vez, no en el colegio sino en la pista de atletismo que estaba en otro sitio, y a dónde íbamos alguna vez, descubrimos por detrás de unas gradas alejadas, unos ventanales…, que eran los de los vestuarios.
Descubrimos los de las chicas primero, y estando con mis amigos, ese descubrimiento era mejor que el de América.
Vale…, estábamos un poco alejados de los ventanales y, encima, a las personas que veíamos, estábamos a muchos metros por encima de su nivel.
Suficiente como para ver chicas (adolescentes, que practicaban deporte, más mayores que nosotros, pero todavía por debajo de los 20 años).
Fue una fiesta el ver las tetas de las chicas, y su peluda entrepierna (estoy hablando de hace un par de décadas, a principios de los 80, cuando todavía no se había extendido la depilación del coño).
Ellas no nos podían ver porque no estábamos encima de los ventanales, porque no podíamos (había una caída delante de ellos).
Así que…, si alguna miraba para arriba, nos vería tan difuminados como nosotras a ellas.
Como la calidad de la visión no era del todo buena (la mancha del pelo del pubis era suficiente para ilusionarnos), tampoco es que siempre que estuviéramos en la pista de atletismo y luego fuéramos a ver a las chicas paseando por su vestuario.
Pero…, los ventanales seguían más allá, por detrás de aquella grada alejada… y más allá sí había una forma de acceder a los ventanales casi tocando las ventanas.
Aquello eran el vestuario de los chicos.
Pues, por la novedad de ser un vestuario distinto al que ya habíamos visto, fuimos allí, y, efectivamente, allí estaban los chicos que entraban con sus pantalones cortos, camisetas, después de haber hecho ejercicio.
Y cómo se paseaban a torso descubierto…, y desnudos.
También nos reímos como con las chicas, también se veía el manchón de la pelambrera entre las piernas, pero con la diferencia de la salchicha que colgaba en medio.
Eso sí, lo veíamos mucho mejor, pero también estaba el peligro de que si mirasen para arriba, verían a unos tontos voyeurs observándolos.
Una vez que estuve yo solo en las canchas deportivas, me asomé a los vestuarios masculinos y estuve un buen rato escondido mirando.
Ya no es estar a risas con los amigos, sino nervioso y mirando sin parar.
Sí; cuerpos desnudos que iban a la ducha, y que salían de la ducha.
Miembros cimbreantes, demasiado grandes para mi imaginación, culos, piernas, torsos…, como las estatuas de mármol de los museos, pero de color carne y con pelos.
Y, por supuesto, unos penes más grandes que los de las estatuas.
Jeje, estaba convertido en un voyeur en toda regla.
Pero, aunque esos penes que había visto fuesen grandes para mis conocimientos, todavía los vería más grandes.
Es que en el vestuario los chicos no estaban con la polla tiesa.
Eso lo vería después, en el lavabo de los chicos del colegio.
¿Polla tiesa?.
Sí…, la mía la había visto ya muchas veces.
También había visto alguna vez la de mis amigos cuando se pajeaban en clase, los muy osados.
Tiesa…, pero de 10 años, o sea, blanquita y pequeña como un dedo meñique, sin comparación con los penes adultos del vestuario masculino.
Yo no me pajeaba en público (en clase), y lo más que hacía en la intimidad de mi casa era frotar mi pene tieso, de una forma autodidacta, sin hacerme pajas.
Pero, la forma de hacerse pajas, la conocía por mis amigos: agarrar el miembro y subir y bajar la mano.
Ahora voy a contar cómo pille a chicos mayores pajeándose en el lavabo: Una vez que estuve castigado, tuve que salirme de clase (estaba en EGB, que era la enseñanza de entonces).
Miraba por la ventana cómo los chicos de la formación profesional estaban en su recreo.
Estos eran mayores.
Su recreo no coincidía con el nuestro.
Pero…, como me aburría en el pasillo, y todavía quedaba mucho tiempo para que acabase la clase, me fui al patio a beber agua y a mear al servicio.
Entre como entraba otras veces, e hice un pis…, pero oía risas y comentarios subidos de tono.
El lavabo era una fila de urinarios que daba la vuelta en una esquina.
Al dar la vuelta y asomarme, había tres chicos mayores que estaban hablando mientras estaban en los urinarios, y ¡zas!, puede observar bien que de sus pantalones salía un palo oscuro y ancho que se sobaban suavemente.
Rápidamente mi cerebro reinterpretó la imagen como que se estaban pajeando, pero, eran inmensas aquellas pollas que salían con mucho de aquellos pantalones.
Estaban unos centímetros alejados de los urinarios y la visión era indudable.
Ellos se dieron cuenta que un “intruso” joven se había colado en su fiesta y con risas me preguntaban que qué hacía allí.
Yo les contesté que me habían castigado y que había bajado al lavabo.
Ellos seguían pajeándose suavemente sin importarles mi visita, y me preguntaban si me gustaba lo que veía.
Yo respondía sonriendo.
La verdad es que estaba nervioso y un poco alucinado.
Ya no eran aquellos penes cimbreantes del vestuario masculino, vistos a mayor distancia.
Ahora estaba más cerca y eran unos penes anchos y largos en posición horizontal, erectos y grandes.
Como no salí corriendo, sino que sonreía, uno de los chicos me animó a que fuera a su lado, y eso hice.
Ahora miraba embobado su gran pene tieso.
– Venga!.
¿Quieres agarrarme la polla?
, me decía.
Y, yo, sin responder de viva voz, pero asintiendo, levanté mi mano…, pero como que no sabía que hacer; dejé mi mano levantada… y el chico se dio cuenta de que yo no sabía gran cosa, así que, me agarró mi mano y me la puso en su polla.
Vaya…, que tacto suave de piel, pero es como coger una morcilla ancha y tiesa como un palo, y caliente caliente.
– Ahora, sube y baja…, así
…, me dijo, mientras me enseñaba a pajearlo.
Me agarraba mi mano con su mano y así subía y bajaba mi mano por el tronco de su pene.
Este chico más espabilado estaba disfrutando mientras yo le pajeaba la polla.
Los otros dos chicos reían y pedían su turno también.
Tras un rato pajeando la primera polla, el chico al que pajeaba me dio permiso para agarrar las otras dos pollas tiesas también, y sus dueños recibieron ese permiso con gran alegría.
Yo sonreía nervioso y agarraba el segundo pene, y ya pajeaba como lo había hecho con el primero…, y luego el tercero.
Tras un rato, volví al primer pene, que debía ser del chico más lanzado y, como jefecillo del grupito de tres.
Volví a pajearle un ratito, pero advertí que tenía que subirme al pasillo de mi clase, que no podía estar ahí.
Ellos lo entendieron y me despidieron: “Adiós campeón.
A ver si vienes otra vez por aquí”.
Yo subía las escaleras para acceder a mi clase bastante nervioso y colorado.
Ya no era haber visto unos sexos a distancia, sino que los había tenido en mi propia mano.
No se me quitaba de la cabeza.
Un par de días después, en la pausa de la comida (entonces, acababan las clases a la 1, y comenzaban a las 3 de la tarde otra vez, tras la comida), en el patio se mezclan chicos de distintas clases y distintas edades.
Y me encontré con el chico al que había pajeado primero, el chico más espabilado, que me saludó cordialmente, para decirme en privado si me había gustado lo que había visto el otro día.
Contesté afirmativamente con la cabeza sonriendo.
Me decía este chico que si quería, podíamos ir los dos solos al lavabo cuando quisiera…, y mirando alrededor, siguió hablándome: – ¿Quieres ahora mismo?.
Ahora tenemos mucho tiempo, y mejor solos, ¿no?
Puse cara de no importarme.
Todavía teníamos mucho tiempo antes de empezar las clases de por la tarde.
Así que, fuimos los dos al lavabo…, pero esta vez, pasamos de largo de los urinarios y nos metimos en un retrete, en un wáter, en un inodoro.
Había varios cuartillos donde estaban los inodoros para hacer “algo” más que mear, como en todos los lavabos, donde hay urinarios e inodoros.
En el wáter estaríamos más tranquilos.
De todas formas, me advertía que no habláramos o que habláramos bajito, no vaya a ser que alguien nos oyese desde fuera.
Entonces empezó a quitarse la ropa: se aflojó el cinturón, se bajó los pantalones y los calzoncillos, y ahí estaba yo viendo ahora todos sus órganos sexuales, porque el otro día solo veía el pene erecto saliendo del pantalón.
Ahora veía su culo su polla (todavía flácida), sus testículos, todo….
, y todo lo tenía grande.
Qué tiempos, cuando nadie se depilaba, jaja.
Sus piernas peludas, sus huevos peludos y la mata de pelo donde colgaba su pene, que estaba hinchado, pero no erecto.
– “Venga, como el otro día”, me animaba a hacer.
Y yo, una vez mirado el panorama, le agarré la polla y empecé a bajar el prepucio para que empezase a asomarse el glande.
Ahí empezó a hincharse la polla, a ponerse dura y a elevarse.
Tras un rato subiendo y bajando el pellejo del prepucio por su glande, ya no podía tapar más a ese glande hinchado.
No había prepucio para tanto glande, jaja.
Una vez que él estaba completamente excitado sexualmente y su polla estaba en plenitud, se sentó en la taza del wáter, se abrió las piernas ampliamente y yo tuve que arrodillarme delante de él para alcanzar fácilmente su polla.
Aquí tenía una visión magnífica de su pene, sus huevos en el escroto, como de vez en cuando subían esos huevos hacia el pene, y luego colgaban.
También se hinchaban los huevos, porque al final siempre los tenía subidos junto al pene.
– “Dale rápido”, me decía, y yo pajeaba más deprisa.
Me cambiaba de mano de vez en cuando.
No podíamos hablar mucho por aquello de la discreción, así que solo se oía un leve zas, zas, zas cada vez más rápido, hasta que empezó a correrse, sin avisar.
Primero empezaba a derramar un poquito de líquido por la punta, pero un segundo después, un chorro grande salió de su pene que hizo que yo parara de pajearle.
Y el segundo chorro salió el solo, sin que su polla la tocara nadie.
Luego se puso de pie y, se agarró él su polla y empezó a echar chorros de semen contra la pared del cuarto mientras resoplaba.
Vaya…, me había librado de ducharme en semen por centímetros.
La lechada estaba toda en el suelo, la pared y un poco en mi mano (y en la suya).
Cogimos papel higiénico y limpiamos un poco el suelo, las paredes y nuestras manos.
Todo en silencio.
Yo había alucinado, jeje.
– “Mañana después de comer, si quieres…”, me sugería.
Y yo asentía.
Le estuve dando vueltas a la cabeza todo lo que había visto en primer plano.
Al día siguiente, tras la comida y faltando todavía hora y media para empezar las clases, me hice el encontradizo por donde estaba él jugando al fútbol, y él reparó en mi presencia.
Dejó el partido y se me acercó.
– “¿Vamos al lavabo?”.
Y “vamos”, le respondí.
Hicimos igual que el día anterior: se desnudó de cintura para abajo, mostrando su pene medio hinchado, que yo empecé a pajear para que se hinchase del todo.
Cuando se sentó en la taza del wáter y yo me puse frente a su polla, me dijo que si me gustaba agarrársela.
Yo nunca respondía de viva voz, pero movía la cabeza afirmando.
– “¿Me podrías dar una chupadita a mi polla, ya que tanto te gusta?”.
Yo sonreí nervioso, y no sabía muy bien qué decir.
Bueno, ya que me lo había pedido.
– “Dale un lametón, desde los huevos hasta la punta”.
Y le hice caso.
Saqué mi lengua y empecé a lamer desde el escroto con los huevos y subiendo por todo el tronco de su pene, hasta la punta del glande.
– “¿Así?”, respondí.
“Sí, así…”, me confirmaba él.
Dando varias lamidas a su pene y a su glande, llegó el momento de meterme ese glande en mi boca como si fuera un chupachups.
Ojo con no morderlo o rozar con los dientes ese glande, me advertía, solo con la boca, los labios y la lengua, pero sin morder.
Y metí ese pollón en mi boca, pero solo llegaba a meterme el glande y medio pene, quedándose la mitad fuera.
Pero era suficiente para él porque le encantaba que yo le hiciera una paja con la boca, o sea, subiendo y bajando mi boca sobre su pene.
Me advertía en voz baja que cuando echase la leche, que me la bebiera, para no ensuciar tanto el suelo del wáter.
Me calmaba diciendo que la leche estaba muy buena y tenía muchas vitaminas, y no era pis, cosa que yo ya sabía, claro.
Entonces, ahí estaba yo chupando su polla a todo meter.
Luego, le intentaba pajear con la mano, pero es que estaba su polla encharcada, muy mojada, hasta los huevos y había dejado un pequeño charquito debajo de los huevos en la tapa del wáter.
Entre mi saliva que había mojado todo y…, aunque no lo vi, pero seguro que también había algo de pre-eyaculación del chico…, y hacía que su polla estuviera escurridiza.
Así que, preferí seguir pajeándole con la boca antes que secarle la polla con papel higiénico.
Tras un rato, me avisaba que se iba a correr y que se preparase para que no se manchara nada.
Y empezó a bombear leche por ese pollón cuando me di cuenta que de mi boca salía esa crema blanca.
Entonces yo hice lo que pude, pero algo de semen salió fuera de mi boca, que estaba llena de leche.
La saboreé un poco (un poco sosa, ni me gustaba ni me desagradaba) y me la tragué.
Se puso de pie y me metió su polla en la boca para acabar de deslecharse.
Bueno…, fue mi primera mamada con leche.
Se secó su polla con papel higiénico, yo me sequé mis labios y secamos la tapa del wáter…, pero aquello estaba más limpio que el día anterior.
Ni que decir que desde ese día, todas las pajas acababan en mamadas y bebiéndome su leche.
Con ese chico es el único que le pajeaba y le chupaba la polla.
Los otros dos que les toque su polla la primera vez, un día uno de ellos me sugirió lo mismo que el chico “más lanzado” y accedí a pajearle en el lavabo…, pero solo una vez.
El otro chico restante solo comentaba cosas graciosas, pero nunca me sugirió que le pajeara.
A quien realmente pajeé y me tragué litros de semen fue al chico “más lanzado”.
Alguna vez yo iba a buscarle… otras veces nos encontrábamos casualmente.
El caso es que, ese curso le saque mucha leche y mucha leche me bebí.
Solo fue ese curso, porque estos chicos eran los más mayores del colegio, y cuando acabaron su curso, ya no aparecieron más.
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