Como aprendí a masturbarme
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ErosLover.
Hola amigos de sexosintabues. Aquí estoy una vez más para contarles una parte de la evolución de mi vida sexual. Ya conté en otro relato cómo fue mi primer acercamiento al sexo a los cinco años con un amigo llamado Alfredo (http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-18002.html), pero para quién no lo haya leído ni tenga interés en leerlo, les diré que el Feyo (como le decían y aún le dicen a mi amigo de esa época Alfredo) me enseñó un juego que consistía en frotar sus genitales en mi trasero desnudo.
A esa edad yo no sabía realmente qué era lo que habíamos hecho, y aunque solo lo hicimos una vez, la vivencia me quedó bien grabada en mi mente. No me acuerdo bien si pasó mucho tiempo después de haber jugado con Alfredo o fue tan solo unos días después, pero recuerdo qué comencé a preguntarme por qué al Feyo le habría gustado aquel juego. Y eso me llevó a masturbarme por primera vez.
Como ya mencioné, no tengo mucha idea de cuanto tiempo pasó entre lo que viví con Alfredo y mi primera masturbación, pero no pudo haber sido mucho, pues cuando tenía siete años un primo vino a vivir con mi familia durante un año y medio, y cuando él llegó a casa yo ya me masturbaba. Así que lo que voy a contar ahora tuvo que pasarme a la edad de cinco o seis años. Puede que a muchos les parezca poco creíble que un niño de esa edad comience a masturbarse, pero quien conoce sabe que en realidad se trata de algún común, aunque lo que si no sé es si sea común hacerlo después de un juego con un amigo.
Creo que me estoy desviando. Como iba diciendo, me empecé a preguntar qué habría sentido mi amigo cuando jugábamos a "los huevos estrellados", y como un niño curioso decidí que la mejor manera de averiguarlo era imitando lo que mi amigo había hecho. Lamentablemente (o quizás afortunadamente, depende de cómo lo quieran ver) yo era un niño muy tímido para proponerle a algún otro amigo, conocido o compañero que hiciéramos aquello (pues había dejado de juntarme con Alfredo, y creo que ni siquiera con él me habría animado a proponerle que jugáramos aquello nuevamente), por lo que mi única opción era hacerlo en solitario, encontrando un sustituto para quien me prestara sus nalgas.
Recuerdo qué fue lo que elegí como sustituto la primera vez que lo intenté. Se trataba de un muñeco parecido a los de peluche, aunque no era de ese material. El muñeco estaba hecho de una tela sintética parecida a la de los forros de algunas chamarras, pero eso sí, con el relleno típico de los peluches. Era un muñequito con forma de dragón de un color verde muy colorido y con detalles en morado, si no mal recuerdo. El caso es que decidí tomar aquel muñeco para hacer el experimento de qué se sentía frotar mis genitales contra algo.
No me acuerdo si aquel día estaba solo en casa o simplemente me encerré en mi habitación para que mi madre y mi hermana más pequeña no me vieran y molestaran, pero sí recuerdo que una vez decidido a averiguar qué había sentido Alfredo al jugar a "huevos estrellados", me preparé para ello. Creo que ese día llevaba puesto un short blanco con rayas azules que me gustaba mucho, el cual bajé con todo y mis calzones, dejando al aire libre mi pene. No puedo decir si ya me encontraba erecto o no, pero no creo que eso tuviera importancia, pues si no lo estaba seguramente no tardé en estarlo cuando me senté en la cama, agarré al muñeco y me lo puse entre las piernas, con lo que habría sido su trasero justo contra mi pene. En esa posición comencé a frotar aquel muñeco contra mis genitales. No tardé en descubrir que aquello era placentero, como cualquiera que se haya masturbado puede constatar. Aunque no sabía lo que estaba haciendo, no podía dejar de hacerlo, pues se sentían extremadamente bien esas cosquillitas que nacían en mis genitales y se expandían por todo mi cuerpo. Comencé a sentir celos por Alfredo, imaginándome como habría disfrutado él con mi trasero mientras yo no tenía idea de lo que estábamos haciendo.
Eso fue durante un momento, porque luego de un rato de "estar cogiéndome" al muñeco me olvidé de Alfredo. De hecho, me olvidé de todo ante una sensación intensa que no había experimentado con anterioridad. Ahora al pensar en ello sé que experimenté el primer orgasmo en mi vida, aunque en ese momento me tomó completamente desprevenido. Fue un momento en que la mente me quedó en blanco, y mi cuerpo quedó paralizado ante la fuerza de los escalofríos que recorrían mi cuerpo. He de confesar que me dio algo de miedo, pues sin saber qué era lo que estaba viviendo solo quería que parara, pero no podía hacer nada, ni siquiera quitarme el muñeco de entre las piernas.
Fue solo un instante, pero el instante más largo de mi vida. Cuando aquella sensación terminó me quité rápidamente el muñeco de entre las piernas y me acosté en la cama. A pesar del miedo que había experimentado ante la imposibilidad de quitarme el muñeco en medio de aquella sensación, me había gustado bastante. Me gustó tanto que se me volvió costumbre masturbarme con solo cinco o seis años de edad. No era diario, pero creo que era seguido.
Durante un tiempo mis masturbaciones eran muy similares a la primera. En todas ellas, siempre que llegaba al orgasmo, lo experimentaba como algo agradable y desagradable al mismo tiempo. Sin tener idea de lo que vivía, recuerdo que cuando llegaba al clímax solo podía pensar en sacarme el muñeco de entre las piernas. Detenía todo movimiento mientras sentía las convulsiones que parecían recorrer todo mi cuerpo, deseando que pasara aquella sensación y al mismo tiempo queriendo que se prolongara. No sé que piensen los lectores de este relato, pero para mí aquellos fueron los mejores orgasmos de mi existencia. Aunque ha habido cosas que me han excitado más con el paso del tiempo, un clímax como el de aquellos tiempos nunca lo he vuelto a experimentar. Quizás fuera resultado de la ignorancia de saber que me pasaba, de no tener más referente de lo que me pasaba más que lo que yo sentía, de no tener ninguna palabra para nombrar aquella sensación que me producía el frotar mis genitales contra mi muñeco después de un rato.
Las únicas novedades que incluí durante mis primeras masturbaciones fueron de vez en cuando cambiar mi muñeco dragón por una muñeca suave de mi hermana (supongo que por influencia del modelo heterosexista con el que crecemos, ya que en verdad nunca se me antojó hacerlo con una mujer), y también empezar a acostarme boca abajo con el muñeco o la muñeca debajo de mí en lugar de hacerlo sentado. De hecho, esa última posición fue mi favorita para masturbarme durante años, hasta bien entrada la adolescencia. Aún ahora hay ocasiones en que prefiero ponerme mi almohada (el sustituto actual de los muñecos de mi infancia) debajo de mis caderas mientras me acuesto boca abajo y simplemente muevo mis caderas, dejando que la fricción haga su trabajo; en lugar de jalarme el pene como muchos hombres están acostumbrados para masturbarse.
El primer cambio sustancial en mi manera de masturbarme se dio después de aprender a leer. En cuanto aprendí a leer a los seis años comencé a devorar todo libro que había en mi casa, y así di con la sección de sexualidad que había en una enciclopedia que teníamos en casa. Me sorprendió leer sobre las fases de respuesta sexual, pues era algo que conocía bien en la práctica. Lo que más me llamó la atención fue leer sobre el orgasmo como el punto máximo del placer durante una relación sexual. Después de eso, me decidí a que la siguiente vez que experimentara un orgasmo no lo afrontaría con miedo, sino que me abandonaría totalmente al placer. Poder nombrar lo que sentía y saber que era algo totalmente natural cambió mi forma de ver ese instante que vivía.
Así fue como comencé a masturbarme para conseguir llegar al clímax. Dejé de tenerlo miedo a ese momento, y comencé a disfrutarlo plenamente cada vez que lo experimentaba. Ya no me quedaba paralizado al sentir los escalofríos que recorrían mi cuerpo, ya no ansiaba despegar mis genitales de donde quiera que los estuviera frotando. A partir de ese momento aprendí a moverme cuando sentía que se aproximaba el clímax. Ya no me quedaba quieto mientras sentía que las convulsiones se expandían por todo mi cuerpo, al contrario, comenzaba a mover mis caderas con más brío, disfrutando de la dulce sensación que nacía en mis genitales y se expandía en todo mi cuerpo.
Comenzar a vivir el orgasmo de esa manera tuvo sus efectos positivos. Antes de eso, el término de mis masturbaciones solía ser muy brusco, pues como cuento solo buscaba terminar el contacto de mis genitales con el muñeco en cuestión. Después de enterarme de lo que era el orgasmo, disfrutaba de las sensaciones que se desvanecían lentamente de mi cuerpo mientras yo seguía moviendo mis caderas. De esa manera dejé de centrarme en los muñecos como el objeto de mi placer, y aprendí a hacerlo frotándome contra una cobija hecha bolas, el respaldo de una silla (sentándome al revés) o incluso simplemente recostándome en mi cama boca abajo.
Además, otros elementos comenzaron a integrarse a mis masturbaciones poco después: las fantasías. Mientras me masturbaba me gustaba imaginarme que me estaba cogiendo a algún conocido (siempre hombres, si no mal recuerdo). En la mayoría de los casos se trataba de vecinos o compañeros de la escuela, o en alguna ocasión incluso un primo. Mientras repegaba mis genitales contra el material en turno, me gustaba imaginar que en realidad mi pene se estaba perdiendo entre las nalgas de uno de esos conocidos. Recuerdo que mi favorita era una en la que me imaginaba cogiendo con varios hombres, uno tras otros. Hacía una lista con mis vecinos y fantaseaba con que me los iba follando uno por uno. Para la pubertad esa fantasía había evolucionado, porque en ese entonces me imaginaba haciéndolo con otros tres hombres al mismo tiempo: uno siendo penetrado por mí, otro dándome su verga para mamar y un último penetrándome. Pero supongo que eso es adelantarme demasiado.
El caso es que puedo decir que durante mi infancia disfruté del sexo, aunque la verdad no tanto como me hubiera gustado. La verdad me hubiera gustado experimentarlo en compañía de otro hombre, no solo en fantasías. Y no fue porque me faltaran oportunidades, creo yo, el problema era que era demasiado tímido. Mirando hacia atrás se me ocurre que si me hubiera insinuado a ciertos vecinos (un poco más grandes que yo) no me hubieran dicho que no ante la idea de tener sexo (sobre todo al estar entrando en lo que podría considerarse la edad de la punzada). Se me ocurre incluso que podría haber convencido a algún compañero de escuela o a mi mejor amigo de jugar con nuestros penes si realmente hubiera querido. Pero jamás me animé a hacerlo.
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