Cómo me di cuenta de que me gustan los hombres.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por richy88.
Hola a todos, me llamo Miguel pero todos me dicen Mike, y quiero contarles la historia de cómo me di cuenta de que me gustan los hombres y mi primer experiencia sexual.
Fue en el verano de 1999, y yo tenía sólo 11 años.
Vivo en una ciudad al norte de México, que está pegada a la frontera con un pueblo de los Estados Unidos.
La naturaleza de las ciudades como estas es que no tienen una identidad cultural auténtica (ustedes lectores que viven en frontera sabrán a qué me refiero), un ejemplo es que mientras los adultos viven siguiendo el viejo pensamiento religioso y conservador, los jóvenes representamos el pensamiento progresista del país vecino (EE.
UU.
).
Fue en este ambiente en el que crecí, mis padres me educaron durante mi infancia conservadoramente, y al llegar a la pubertad el tema del sexo era algo plenamente desconocido para mí.
Recuerdo que un día mi mamá fue a limpiar la casa de una tía que se encontraba muy enferma, y por ser vacaciones yo no tenía nada que hacer, así que la acompañé.
Al llegar, entramos y encontramos a mi tía bajando las escaleras, a paso difícil y con una expresión convaleciente en el rostro.
Nos saludó de lejos y se sentó en el comedor.
– ¿Ya comiste algo? – le preguntó mi madre.
– No, hace rato me desperté pero no tenía ánimos de bajar, nomás vine por mis pastillas.
– Bueno, haré algo de desayunar – mi madre revisó el refrigerador y vio que no había suficiente para hacer desayuno – válgame, hay que ir a la tienda, ¿y el Rogelio?
– Está arriba en su cuarto, estos días se está levantando tarde, ha de seguir dormido.
Ve a levantarlo Mike, y dile que yo digo que vaya a la tienda a comprar unos huevos y unas tortillas – me dijo mi tía, así que fui al cuarto de Rogelio.
Rogelio era mi primo, en aquel entonces un adolescente de 16 años.
Siempre que lo veía me entraba el deseo de ser como él, no sé por qué, tal vez porque para mí ya era todo un hombre, y yo aspiraba a eso.
Alto, cabello negro y largo al estilo Harry Potter y el Cáliz de Fuego, ojos grandes, nariz derechita, boca delgada y rosita, sería blanco de no ser porque le encanta el futbol, por lo que trae un bronceado permanente.
Estaba a punto de verlo con otros ojos.
Al llegar a su puerta, por mi ingenuidad abrí la puerta sin tocar, y lo que vi se me quedó grabado en la retina.
Aun hoy en día me persigue.
Al abrir la puerta lo veo acostado boca arriba en su cama, con los ojos cerrados y una expresión de concentración.
La luz entraba poéticamente por la ventana y lo cubría y hacía lucir su piel en extremo suave porque no traía camiseta.
La cobija lo cubría hasta un poco arriba del ombligo, y por la luz sus pectorales lucían hermosos, sus pezones rosas hacían un poco de sombra.
Y por debajo de la cobija algo se movía de arriba abajo, con un ritmo perfecto y continuo.
Naturalmente no tenía idea de que se estaba masturbando, ni siquiera que se trataba de algo sexual, pero había algo en la escena que estaba viendo que me electrizaba y despertaba algo muy profundo de mis instintos, aun sin ver lo que ocurría debajo de la cobija.
No sé cuánto tiempo lo estuve observando mientras se la jalaba, pudieron ser segundos pero sentí que fue una eternidad.
Finalmente abrió los ojos y sin inmutarse, aun con la mano en el pito (pero sin moverla), me habló y me sacó de mi hipnosis.
– ¿Qué quieres? – dijo secamente.
– Em… este… – nervioso lo voltié a ver directamente a los ojos, frotaba los dedos de mi mano mientras trataba de recordar a lo que iba – mi tía dice que vayas a traer huevos para el desayuno… – sus ojos tenían una mirada penetrante, sentía que podía leer mi mente.
– Dile que ya voy, que ya me levanto – me dijo nuevamente con un tono seco, mientras volvía a cerrar los ojos y retomaba la faena de masturbarse, ahora consciente de que lo hacía frente de mí – cierra la puerta – me dijo.
Sentí lo rotundo de su orden de cerrar la puerta, y bajé rápido a decirle a mi tía que mi primo ya se levantaba en un momento.
La mañana transcurrió sin incidentes, pasaron las horas, mi primo salió a jugar futbol con sus vecinos, yo me fui a la sala a ver la tele y mi madre continuó con la limpieza.
Después de un rato mi madre se sienta a ver la tele conmigo y después me informa que irá a comprar lo de la comida, que comeríamos ahí y luego nos iríamos.
Yo me quedé viendo la tele.
Al estar fuera mi mamá, y mi tía arriba probablemente dormida, Rogelio regresó de su partido, claramente acalorado y cubierto de polvo.
Se tomó un vaso grande de agua y se sentó por un momento en una silla del comedor.
“Que pinche calor está haciendo”, lo escuché murmurar.
Se levantó y entró al baño del piso de abajo, por lo que alcancé a escuchar que abrió la regadera para ducharse.
Al salir del baño salió sólo con su short puesto (de esos para hacer deporte, de tela delgada), sin camiseta y descalzo, y se tiró en uno de los sillones de la sala, cerca de donde yo estaba viendo la tele.
Me encontraba viendo una de las caricaturas de nickelodeon de aquellos tiempos, y Rogelio me dice:
– ¿Cuántos años tienes?
– Once
– Ya estás grande para estar viendo eso, ¿no? – yo sólo levanté mis hombros como diciéndole “¿quién sabe?”.
Entonces viendo su torso desnudo recordé la escena de la mañana, me le quedé viendo buen rato porque podía observar de cerca su perfecto torso de adolescente, que va tomando forma de hombre, con sus músculos desarrollándose, ahí fue cuando me di cuenta de que me estaba gustando lo que veía de una manera nueva e insospechada.
Y de nuevo me sacó de mi hipnosis… – ¿qué? – me preguntó.
– Em… nada – sólo atiné en decirle, y voltié a seguir viendo la tele.
Sentí que el silencio se volvió incómodo (creo que fue la primera vez que me pasó) y conforme iba sintiendo que la tensión crecía dentro de mí no pude evitar voltear a verlo de nuevo, pero esta vez a sus ojos.
El sintió mi mirada y volteó a verme, y después de unos segundos de silencio me hizo un gesto como preguntándome qué quería… así que simplemente lo dije – ¿qué estabas haciendo en la mañana?
– ¿En la mañana?
– Sí, en tu cuarto
– Ah, me la estaba jalando mamón…
– ¿Jalando?, ¿qué cosa? – le pregunté extrañado por su vaga explicación, y rápidamente creí entender qué se jalaba – ¿el pipí? – le pregunté, y él soltó una risa por lo infantil de mi forma de hablar.
– Sí, ¿qué no sabes qué es eso?
– No, ¿qué es? – me miró levantando una ceja, luego hizo una cara de fastidio como dándome a entender que no quería darme una lección de sexualidad.
– Sorry, no me toca hablarte de esas cosas – me dijo, y volvió a ver la tele.
Yo me molesté por su evasiva, así que de la nada se me ocurrió chantajearlo.
– Si no me dices qué es eso le voy a decir a mi mamá que te vi haciéndolo – en eso volteó conmigo lanzándome una mirada de enojo, pero luego cerró los ojos y exhaló con resignación, y sin pensarlo mucho se incorporó en el sillón, y acercándose un poco me dijo:
– Cuando los hombres crecemos, nos sale pelo en el pito y las bolas, eso significa que ya puedes tener hijos.
Pero a veces el pene se nos pone duro, porque quiere tener sexo, pero si no hay con quien tener sexo entonces lo puedes hacer con la mano.
Te agarras el pito con la mano y empiezas a subir y bajar, hasta que sientes muy rico y tiras los mecos, que son con los que haces un bebé – recuerdo que fue mucha información para mí en tan poco tiempo, me sentía un poco ruborizado, y de pronto me clavé en una parte de su explicación…
– ¿Se siente muy rico? – le dije extrañado.
– Se siente delicioso – me dijo con una mirada que no olvidaré nunca, en ese tiempo no la entendí, pero ahora sé que era una mirada cargada de lujuria – pero se siente mejor si se la metes a una morra – dijo mientras se volvía a tirar en el sillón.
Yo me quedé ahí pensando en todo lo que dijo en lugar de ver la tele, y de tanto en tanto volteaba a ver ese torso que tanto me estaba gustando.
Después de unos minutos noté que se estaba quedando dormido, y esperé a que lo estuviera por completo.
Cuando se durmió bien, me acerqué con cuidado a ver de cerca su cuerpo, veía sus formas, su pecho, sus pezones, los vellos en su pansa que comenzaban a crecer, su rostro también me pareció muy lindo.
Me animé a tocar uno de sus pezones con un dedo, no pasó nada; luego recorrí con el dedo su pecho, en eso se movió para rascarse donde lo toqué, me asusté por un momento, pero no pasó de ahí.
Entonces bajé la mirada y noté que su pene estaba erecto.
Me acerqué para verlo de cerca.
Probablemente le medía unos 13 o 14 centímetros, pero a mí me pareció enorme en ese momento.
Entonces me ganaron la curiosidad y la lujuria recién conocida, y con el dedo índice toqué superficialmente su pene, y no pasó nada.
Luego me animé a más, y con el dedo lo empujé unas pocas veces, tampoco hubo reacción de su parte.
Así que pensé que era todo o nada, y con toda la manó tomé todo su pene por encima del short y apreté un poco, pero eso lo despertó y se molestó.
– ¡Ah! ¿Qué estás haciendo? – Preguntó molesto y un poco dormido, tomó mi mano y la aventó – ¡Hazte para allá, no estés chingando! – me dijo casi gritando y se volteó de lado para seguir durmiendo.
Yo me quedé ahí arrodillado, asustado y sorprendido por lo que pasó, pues nunca me pasó por la cabeza que estaba haciendo algo malo, y la realidad me golpeó de repente como un balde de agua fría, “estaba tocando sus partes privadas”, pensé.
Así que volví al sillón un poco perplejo, y a los minutos entró mi mamá con lo de la comida.
Preparó la comida, comimos, mi tía bajó para comer con nosotros, pero Rogelio siguió dormido en el sillón.
Si no fuera por sus ronquidos hubiera pensado que se estaba haciendo el dormido para evitar verme, eso es lo que yo hubiera hecho.
Terminamos de comer, y nos despedimos de mi tía.
Mientras regresábamos a casa, mi mamá me preguntó que si la acompañaría de nuevo mañana, “no sé” le dije rápido “no creo”, aunque ya estaba decidido a no volver tan pronto a esa casa.
Tenía miedo de que Rogelio siguiera enfadado conmigo, o que le fuera a decir a alguien, así que decidí guardar la distancia por el momento.
Ya en la noche, después de ducharme, al acostarme en mi cama las imágenes del día comenzaron a volver y no lograba dormirme.
Luego repasé las palabras de Rogelio cuando me explicó por qué se la jalaba, mientras recordaba su expresión de concentración y su cuerpo tenso al masturbarse.
De pronto sentí algo abajo, era mi pene erecto.
Prendí la lámpara al lado de mi cama y levanté mi pijama para ver mi pene apuntando hacia arriba “¿quiero tener sexo?” me pregunté.
Entonces me decidí a experimentar, me levanté y me quité el pijama y la ropa interior y quedé desnudo de la cintura para abajo y tomé mi pene con la mano derecha, aunque aún era delgadito y de unos 10 centímetros estando erecto.
Así que comencé con mi primera masturbación.
Comencé a subir y bajar, y durante varios minutos no sentí nada en particular, podía sentir mi prepucio descubriendo la cabeza de mi pene, pero de ahí en fuera, nada.
Me recosté en la cama y seguí jalándomela, determinado a sentir “delicioso” como dijo mi primo.
Entonces vinieron a mí las imágenes de Rogelio mientras se masturbaba, mientras estaba recostado en el sillón, cuando me acerqué a ver su hermoso cuerpo de cerca, cuando sentí su pene semi erecto en mi mano, y de repente abrí los ojos y me di cuenta de la tensión que invadía mi cuerpo.
Era algo totalmente nuevo, no podría decir con seguridad que estaba sintiendo placer, pero era como si hubiera entrado en modo automático, seguía masturbándome mientras que mi corazón latía más rápido, el ritmo de mi respiración aumentaba, y sentía cómo mi abdomen, glúteos y muslos se tensaban.
Entonces vino a mi mente la imagen de la mirada lujuriosa de Rogelio, y el sonido de esa sola palabra que se quedó grabada en mi mente, “delicioso”.
Y sentí una sensación como si fuera a explotar, mi pene se puso excepcionalmente duro y mi espalda se arqueó un poco mientras sentía unas deliciosas contracciones en mi ano y en mis bolas.
Los dedos de mis pies enloquecieron, y mi mente se nubló, perdí la capacidad de enfocar mi mirada por unos segundos, y de repente, mi cuerpo se relajó de golpe, todo había terminado.
Pasaron varios segundos para que recuperara el control de mis cinco sentidos, fue como cuando despiertas de un largo sueño y tardas unos segundo en entender que estás despierto y de vuelta a la realidad.
Lentamente me senté, conmocionado, y pensé “definitivamente sí, es delicioso”.
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