El Johan 1
Un pajazo hará volar mi mente..
Muchos años habían transcurrido, después de aquella experiencia cuando mamé la primera pija a Angelito.
Para el tiempo transcurrido, yo ya tenía 24 años. Cada día, cuando me acordaba de lo sucedido, inevitablemente terminaba haciéndome una paja en memoria de todo aquel morbo que viví, pero que en ese momento no estaba consciente. A veces, simplemente me sentaba en el sofá de la sala de mi casa, a recordar aquel día tan rico para mi, mirando la sala vacía, hacia la puerta, como si de algún modo esperaba que todo volviera atrás, a aquel día, y esta vez, Angelito fuese yo.
Como fuera, extrañaba aquella experiencia, sin embargo, no era capaz de, según mis conceptos morales en aquél momento, de «lastimar» la inocencia de un niño. Pensaba que simplemente yo fui un niño cachondo porque simplemente era yo, y en mi caso, yo solía ser un poquito más inteligentes que mis amigos y a veces entendía cosas que para mi edad, no se suponía que debería entenderlas.
Me encontraba en una crisis existencial tan fuerte, me encerré en mi cuarto tres días. Sólo tomaba agua, no comí, no me bañé ni tenía ánimos para nada. Un desastre natural había hecho que lo perdiera todo, y realmente es duro comenzar de cero. El que haya pasado por algo así, sabe a qué me refiero.
Sin embargo, con algunos ahorros, logré rentar una habitación pequeña en las afueras de la ciudad, mientras me recuperaba.
Y fue ahí, donde por tres días, pasé una crisis muy fuerte, que al final de la misma me levanté, tomé un baño frío porque hacia mucho calor, débilmente caminando fui al mercado a comprar galletas saladas, mermelada, y jugo de naranja, ya que en tres días nada había comido, y había ya decidido levantarme de mi propio duelo. El mercado estaba a dos cuadras, sin embargo, me sentía tan débil, que se me hizo eterno tener que ir y regresar a mi «refugio»
Una vez que hube devorado aquel paquete de galletas y la mermelada, me sentí repuesto, y comencé a leer un ejemplar de «Viaje al Centro de la Tierra» en mi soledad.
Estaba sumergido en mi lectura, y alguien tocó la puerta de la habitación.
Un chiquillo quería bajar unos mamones (una fruta) que estaban en las ramas bajas del árbol. Vaya que era bello. Cabello rubio, piel bronceada, y ojos miel. Muy enano realmente.
Lo único que noté, era que su apariencia era muy descuidada, estaba lleno como de una fina capa de polvo por todo su cuerpo y olía a sudor.
Se encaramó en el árbol de mamones con la destreza de un mono, tomó cuanta fruta pudo, y regresó al suelo, y me dio las gracias. Sus ojos eran vidriosos como si estuviera a punto de llorar.
Al preguntar su nombre, se llamaba Johan.
Johan era un chiquillo de energía incansable. Me hacía recordar de mi cuando yo tenia su edad, en el aspecto que era realmente eléctrico corriendo de acá para allá.
De ahí, nació una amistad con este huerfanito de aproximadamente cuatro años a quien veía como un pequeño hermano menor.
Era muy ocurrente, con una imaginación tan floreciente. Siempre me hacía reír con sus ocurrencias. Veía que era un chico muy falto de afecto. A veces, de atrevido se lanzaba en mi colcha y yo acariciaba gentilmente su cabello mientras le contaba alguna historia de mi vida, a él le encanta.
Me lo encontraba en la calle, en las tiendas, y cuando me veía, corría y me abrazaba. La gente me bromeaba diciendo que al parecer me había ganado un hijo.
Así es como un angelito iluminó mi vida con su luz y sus ocurrencias y sus sobrisas y jueguitos infantiles.
Un día inesperado, las cosas dieron un giro.
Jugaba yo en mi computador portátil, y él estaba por la casa, se lanzó en mi colcha, y me pidió ponerle caricaturas. Quizás, inocentemente, buscó ponerse «de cucharita» amoldándose a mi cuerpo para mirar la caricaturas, abriendo sus brazos posando una mano sobre mi pene.
No le di mucha importancia a aquello, no obstante que eso me provocó una leve erección. En un salto descuidado, apretó su mano y fue suficiente para que se pusiera como una piedra, ahora yo buscaba manera de rozar muy disimuladamente con su inocente cuerpito.
De pronto algo me hizo sentir un fuerte escalofrío. Un conflicto moral tomaba lugar dentro de mi. Yo, sin duda alguna no quería hacerle «daño» a mi pobre angelito huerfanito.
«¿Pero qué me pasa?» pensé perturbado. «Es sólo un niño. No tiene la misma malicia que yo» meditaba dentro de mi como tratando de darme órdenes.
Mis pensamientos se debatían. De pronto me acordé cuando tenia siete años y lo que me había encantado chupar pija, y todas las veces que «Angelito» me dio lechita en la boca.
Agarré mi pija y pensé hacer lo mismo, sacarla y decirle que me la chupara.
«No, esto no debe ser. No lo haré, yo, fui de niño muy travieso, pero no este angelito. No lo dañaré» entraba en conflicto conmigo mismo.
Con toda la calentura de mi alma, me levanté y le dije a Johan que se fuera porque yo iba a salir. Él lloró muy sentimentalmente porque se quería quedar conmigo. Pero no quería dañarlo, lo abracé dulcemente, lo apreté en un instinto fuera de lugar, y con un segundo de lujuria contra mi cuerpo, dando su carita con mi short gris que él sintiera el pedernal que traía entre las piernas. Me retiró, y así por encima me lo golpeó. Yo lo sentí suave pero era obvio que dio con fuerza.
El escalofrío que sentí, producto del golpe fue de sensaciones muy ricas. Me auto concentré, y contundentemente le dije a Johan: «¡Debes irte ya!» y cerré violentamente la puerta, dejando a Johan fuera.
Acto seguido, fui al baño, saqué mi pija que estaba ya empapada en sus babas, y me di, la que hasta ahora creo fue la paja más caliente de mi vida. Caja jalada recordaba aquel apretón, aquél golpesito, esa vocesita chillona, me lo imaginaba recordando aquel día cuando bebí leche por primera vez, yo quería que viviera también esos placeres que para él están prohibidos, pero a la vez mi conciencia me decía que no.
Finalmente sentí mi pija bombear, estaba por correrme y me halé el prepucio lo más atrás que pude y dejé salir cuatro chorros de leche caliente, abundante y espesa, la estancia se llenó de mis gruñidos mientras mi leche se deslizaba por mi mano hacia el lavadero. Había acabado mucho, pues tenia cuatro días sin parjearme.
¿Lograré superar este dilema? Es algo que lo dejaré para el próximo relato.
HTA
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!