Ella nunca dice no
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por GabrielledelD.
¿Conocen Vds. a alguien a quien no le guste el sexo? Incluso al Sr. Rouco le gusta, aunque lo niegue. A mi no es que me guste. Es que me encanta. Fíjense si eso es verdad que jamas he dicho no a una propuesta u ocasión medianamente convincente que se me haya presentado en ese sentido. Me he llevado muchos chascos, claro está, pero… ¿Valía la pena arriesgarse? Mi respuesta es si, claro que sí.
Ni he leído a Freud ni me interesa lo más mínimo, así que me voy a olvidar oscuras explicaciones infantiles y voy a contar mi primera pulsión, como dice mi amigo el poeta, el pistoletazo de salida de mis picores en la entrepierna. Tenía yo la inocente edad de 8 años. Lo recuerdo porque había tomado la primera comunión pocos meses antes. Era el mes de agosto, y estaba "veraneando" en el monte. Mi pandilla estaba chapoteando en la piscina de uno de mis amigos, y yo les observaba con la envidia corroyéndome por dentro. Estaba muy acatarrada y mi madre me había amenazado de forma bastante elocuente ( dejarme sin tele) si se me ocurría mojar la punta del pie. Me cansé de ver tanta aguadilla y entré en la casa. En una estantería había libros, revistas y algunos cuentos. Uno de estos últimos me llamó la atención.
Parecía la historia de una niña algo mayor que yo . El dibujo era primoroso, limpio, un tanto barroco y decadente, así que lo abrí a ver de qué iba la cosa. Pues la niña andaba por el bosque con pantalón cortito y camiseta marcando pezones preadolescentes, armada con una red para cazar mariposas. Las capturaba y, ya en su casa, las clavaba con una aguja en un corcho en la pared donde tenía una buena colección. En uno de sus paseos entomólogos la niñita ( no tan niñita si nos atenemos a la pluma del dibujante, para mi un pedófilo impenitente) se veía sorprendida por un ogro, un ser enorme y barbudo con una gran red y aviesas intenciones de servirse de ella. La nena corrió y corrió pero fue inútil. Al igual que les mariposas cuando caían en sus redes, se debatía como una loca intentando escapar de la trampa mortal en que había sido cazada. El ogro volvió a su cueva muy ufano con su preciado botín. Allí, tomó con una mano a la infeliz, y con la otra, cual King Kong en todas y cada una de sus versiones, fue quitando una a una las exiguas prendas que la vestían, dejándola como dios la trajo al mundo. Imagino que el artista estaría más que tentado de dibujar esos ricitos que, sin duda, ya adornarían ese montículo primoroso que todas las chicas tenemos, pero no tuvo más remedio que reprimirse, claro. Eran otros tiempos.
Entonces, la niña fue fijada a la pared, clavada con una aguja atravesando su barriguita, acompañando a otras como ella, ya amojamaditas, que constituían la colección del señor ogro. Cuando vi a la niñita en esas circunstancias tan agradables, sentí ahí abajo una comezón que me llevó el sábado siguiente a presentarme al confesionario más próximo para aliviar lo que por aquellos entonces consideraba un grave pecado. Algunos años más tarde, con la conciencia ya aligerada, descubrí yo solita como provocar esos comezones mucho mucho mucho, y despues calmarlos más, mucho más.
Pero… ¿Como descubrí realmente lo que era el sexo? Pues muy fácil: alguien más experto me enseñó, y gente inexperta me mostró lo que se hacía mal. Bueno, más de uno claro; y yo, modestamente hablando, era una alumna muy receptiva, y pronto fui la más aventajada.
Y aquí empieza mi periplo de nunca decir no. Bueno, casi nunca.
Antes de seguir contándoles estas marranadas, sepan que el ambiente en que me movía en mis años mozos no era ni mucho menos el del actual, miles de veces más permisivo. Tampoco encontrareis cosas que hoy se consideran corrientes. Es que una ya tiene sus añitos, eh?
Yo tenía la inocente edad de 12 primaveras, a punto de cumplir 13. Era el mes de mayo, final de curso. Estudiaba en el Loreto, colegio pijo donde los haya. Estaba interna, y me recogían mis padres el sábado despues de comer. Una de esas tardes me dijeron mis papas que tenían que salir y que venia mi prima Marisa hasta el domingo. Ella era mi canguro habitual. Mi prima era ya muy mayorcita. Tenía novio pero se comportaba con él de forma muy discreta… hasta ese día . Nada más salir mis padres de casa me propuso ir a un guateque esa misma tarde-noche La dije que sí, claro. Cuando me vio vestida para la ocasión, casi le da un soponcio.
– ¿donde vas Jara? ¿De comunión?
Así que ataviada con una minifalda ridícula y maquillada como una buscona, me preparé para el primer baile privado de mi vida. Vinieron a por nosotras Julio, el novio de Marisa y Daniel, un chico de su edad, o sea, diez años mayor que yo. Estudiaban el último curso de arquitectura. Yo me sentía muy importante, pero la verdad es que Dani, como le llamaban los otros tres no me hacia ni puto caso. Imagino que pensaba – ¿Qué hago yo con esta mocosa?-
Llegamos a la casa, un chalet del barrio de los periodistas alquilado por estos dos, más otros tres estudiantes. No había nadie. Dani y Julio desaparecieron no se sabe donde. Marisa no mostraba sorpresa alguna. Llamaron a la puerta. Abrimos. Eran tres chicas. Hice las cuentas: a chico por barba. Joder, qué emoción.
Y allí estábamos las cinco en el salón, esperando no se qué, pero barruntaba que ellas sí lo sabían. De repente bajaron los chicos por la escalera dando gritos de guerra. Iban pintarrajeados, vestidos solo con una camisa blanca, bañador paquetero, y calzoncillos en sus cabezas. Ridículos a más no poder. Mis compas rieron y aplaudieron, señal de que era la liturgia habitual.
Y empezó el guateque.
No se fueron por las ramas. Pusieron el cassette con la música de Procol Harum, y a agarrarse. Tres de ellas estaban emparejadas y empezaron el lote desde el minuto cero. Dani se puso a platicar con una chica morena y alta. Yo estaba allí con cara de seta hasta que se acercó el quinto, un muchacho bajito y fornido con pelo ensortijado y con muchas canas, que me invitó a bailar. De entrada no apretó demasiado, a pesar que desoyendo los consejos de mi mamá, no puse resistencia alguna. Me daba nosequé bailar con un chico con las piernas desnudas, rozándose constantemente piel contra piel, así que… la comezón, claro. Pero el pollo no estaba por la labor. Yo miraba de reojo a Dani charloteando con la larguirucha en una esquina. Y mi partenaire, haciendo el don Tancredo. El resto de parejas eran un murmullo continuo de gemidos y humedades. Qué envidia tenía. Dani a lo suyo, y yo…
Me cansé. Quité mis manos de sus hombros y las pasé por su cuello, y me pegué a él como una lapa, con mi muslo entre los suyos. En menos de un minuto sentí algo muy duro que había aparecido así, sin más.
Pero él no reaccionó. Nada; yo seguía achuchándole pero ni esas. Terminó la canción y desapareció. Joder, que no era tan niña. Tenía tetas, no muy grandes pero tetas. Y un buen culo, según me decían mis amigas. Y vello en la chichi. Como entenderéis me invadió una gran frustración.
Me tocaron un hombro. – ¿Quieres bailar?- Era Dani.
Desde el mismo instante en que puso sus manos detrás de mi cintura vi que la cosa iba en serio. Volví a poner las mías detrás de su nuca. Era mucho más alto que yo, así que en un santiamén, mi barriga estaba oprimiendo algo muy duro. Esta vez fue
el quien metió descaradamente su pierna entre las mías, y no paró de moverla rozándome son parar. Lo mío ya no era comezón, era… Uff ni lo sé. Apoyé mi cara en su pecho y dejé hacer. Sus manos fueron bajando, bajando, por el interior de la falda, por dentro del elástico de mis bragas, descaradamente tocando mis nalgas, manoseándolas sin contemplaciones, metiendo los dedos entre ellas, sin parar de juguetear con mis rincones secretos.
Entonces hice lo que procedía : bajé mi mano derecha y le cogí la polla, mi primer trofeo, caliente y dura como el hormigón armado.
– vamos arriba – me ordenó.
Caí en la cuenta que nos habíamos quedado solos. Subimos a su habitación, pulcra como no podía ser de otra manera, tratándose de Dani. En el trayecto muchos jadeos y risas. Cerró con candado, se giró y me metió su lengua en el esófago. Me sacó el jersey no se como y me soltó el cierre del sostén, introduciendo sus manos por debajo de las copas y estrujándome las tetas.
– ven.
Se desprendió del bañador y se sentó en la cama. Me puso de rodillas frente a él.
– hazme una paja.
– ¿Una paja?
Sabía perfectamente lo que era una paja. Los chicos de la panda veraniega no se cortaban un pelo en hablar de ellas y otras cosas en nuestras conversaciones del anochecer. Pero yo esperaba otra cosa, la verdad. Tendría paciencia, quedaba mucha noche .
– sí. Se hace así. Menéala como hago yo.
Se la cogí. Me dieron ganas de meterla en mi boca pero el chico quería una paja, así que le hice lo que me pidió. Se la agarré tal como vi que él lo hacía, y se la moví tal como él se la movía. Estuve en ello unos segundos pero no me gustó. aquello era soso, repetitivo, aburrido , así que cambié la forma de hacerlo. Intuición o no, la manejé de la forma en que a mí me gustaría que lo hicieran si yo tuviera una polla tan linda. Metí mi pulgar en el medio de aquel corazoncito púrpura, lo apretaba y soltaba, le daba con furia y despues lo aflojaba y, parece que resultó. Dani comenzó a gemir.
– así, asi.. Muy bien.
Y yo jugando, apretando, soltando, acariciándosela
.
– si, si… Jara. Qué bien.
Y yo dale que te pego, con mi comezón matándome, pero dándole gusto al chico.
– mmm, Jara… Que bien lo haces… Así, así. Uyyyy.
Y de repente esa cosa tan bonita se puso más dura, tembló y, hala, a escupir cosa blanca a lo bestia. Entre espasmos la verga empezó a manar semen salpicándome de arriba a abajo: cara, pechos, falda. Me rebozó entera. Hasta tragué y todo. Dani se convulsionaba con cada chorritada dando grititos hasta que, aquello paró y se quedó espachurrado en la cama.
Y ahí acabó todo. Me lavé como pude, intenté aliviar mi comezón pero por entonces yo era todavía demasiado niña. Volví a la habitación y allí seguía Dani en estado cataléptico. Me vestí y bajé. Allí estaban todos.
Eso dio de si el guateque. En realidad muy poco, pero aprendí algunas cosas: descubrí que los chicos nos tienen miedo, que no saben masturbarse, que lo ensucian todo y… Que me gusta que me toquen el culo.
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