La pediatra, mi hermana y yo.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cuando uno está en edad de acudir al pediatra, las visitas al médico son muy frecuentes durante el año, creo recordar que acudía una vez al mes a las revisiones rutinarias.
Mi hermana y yo habíamos acudido desde siempre a la misma hora y en el mismo día a la consulta, no había problema, éramos dos niños pequeños que no tenían nada que esconderse.
Sin embargo, durante el último año y medio no habíamos coincidido, ya que mi hermana acudía a actividades extraescolares por las tardes, y eso hizo que tuviesemos consulta en diferentes días y horas.
Yo tenía ya 14 años y estaba acudiendo a mis últimas visitas a la pediatra, ya que con 15 años te pasaban al médico de los adultos.
Mi hermana tenía 12 años, y por entonces ya no tenía ninguna actividad extraescolar por las tardes, así que las citas de pediatría se volvieron a concertar para nosotros dos a la misma hora y día.
Aquella tarde, mi hermana Sara y yo nos preparamos para ir camino del ambulatorio a pasar consulta, con total tranquilidad.
Mi hermana Sara había cambiado mucho en el último año, había crecido de estatura tan rápido que apenas era un poco mas bajita que yo, sus pechos, aunque pequeños, habían adquirido un tamaño que los hacía destacables para una chica de esa edad, su culito redondete y respingón era su punto fuerte, y su figura se había estilizado mucho.
Desde luego, mi hermana Sara era ya una atractiva adolescente, y a mi me inquietaba el hecho de que la comenzaba a ver mas como una chica atractiva que como a una hermana.
Es por eso que de camino al ambulatorio, aprovechaba siempre una distracción de ella para mirarle el culete o el bultito que ya hacían sus pechos en su camiseta.
En mi mente no cesaban de resonar frases como "vaya cuerpazo", "qué buena está la niña" o "hace nada era una cría, y ahora me tiene babeando".
Acto seguido no podía evitar sentirme culpable por pensar esas cosas de mi hermanita, fue en ese momento en el que caí en algo en lo que no había reparado, y que me perturbó y excitó a partes iguales, el reconocimiento por parte de la pediatra lo pasábamos siempre en paños menores.
Desde siempre nos habíamos quedado semidesnudos en la consulta de la pediatra mi hermana y yo, pero ahora la situación era distinta, ella ya no era una nena, era un bombón, un bombón al que iba a ver casi en pelotas.
Llegamos al ambulatorio, y tras una aburrida espera de una media hora, la pediatra sale de su consulta y nos llama para que entremos.
Nuestra pediatra era la doctora Esther, una mujer de unos cuarenta y pocos años, pelo corto moreno, y bien conservada para su edad.
Una vez dentro de la consulta, la doctora Esther se sienta y nos dice:
– Bueno, pues vamos a pasar la revisión, como ya estais bien creciditos los dos, supongo que preferís que os la haga por separado, ¿no?
Aquello me produjo una mezcla de decepción y alivio, se me esfumaba la ocasión de ver a mi hermana semidesnuda, pero por lo menos se evitaría esa situación tan tensa que se produciría con uno enfrente del otro en paños menores.
Así que le contesté a la doctora:
– Si, supongo que lo mejor es pasar la revisión por separado.
– ¿Pero no habíamos ido siempre a la vez? – Contestó mi hermana casi de inmediato.
– Ya, es verdad, pero claro, no sé.
– Dije yo con dudas.
La doctora vio que no nos decidíamos y dijo:
– Bueno, lo que vosotros decidáis, pero decidios ya que tengo mas gente esperando para consulta.
– Venga si, pasemos revisión a la vez.
– Decidí finalmente tras haberme venido arriba de ánimos.
– Pues venga, pasad a la sala de al lado y quedaos en ropa interior.
– Nos dijo la doctora con algo de prisa.
Como siempre, pasamos a la sala de al lado, donde estaba la camilla, la báscula y todo lo necesario para pasar la revisión.
Mi hermana comenzó a desvestirse, y ahí comencé a admirar de cerca toda la belleza de su cuerpo, una nenita con un precioso cuerpecito de mujer, estaba preciosa en ropa interior, y muy sexy.
En esas que entra la doctora y tras mirarnos le dice a mi hermana:
– Sara, cariño, el sujetador tambien te lo tienes que quitar para la revisión.
Aquella frase me heló la sangre, noté como si el tiempo se detuviese, mi hermana tenía que quedarse en topless al lado mío, aunque pensé que pondría pegas a lo indicado por la doctora, lo cierto es que accedió sin queja a desabrocharse el sostén.
Llevó sus manos hacia delante, ya que su sostén era de cierre delantero, hizo clic, y ante mis ojos se descubrieron las tetas mas bonitas que había visto nunca, unos crecientes pechitos blancos y preciosos con unos deliciosos pezoncitos rosados e hinchaditos debido a su pubertad.
En apenas un segundo, mi hermana había pasado de parecerme una chica atractiva, a una auténtica diosa.
Aquella excitación que sentía por verla en bragas y topless tenía que manifestarse de alguna manera, y no pudo ser otra que con una incontrolable e inoportuna erección de mi pene, la cual era imposible de ocultar ya que mi calzonzillo parecía en aquel momento una tienda de campaña.
Con una mezcla de vergüenza y morbo fuimos pasando los distintos chequeos de la doctora, mi erección no había bajado en absoluto, ya que aprovechaba cada instante de descuido para observar esa delicia de pechos que tenía mi nueva diosa.
Noté alguna mirada entre mi hermana y la doctora, con una leve risa de ambas por la situación de tenerme ahí totalmente empalmado, una vez más, una inquietante mezcla de vergüenza y morbo me invadía.
Finalmente llegó el plato fuerte, la revisión de mis genitales, en los cuales tendría que bajarme los calzoncillos, y la doctora Esther me exploraría los testículos y el pene para ver si su desarrollo era el correcto.
En esta revisión, la doctora siempre agarra el pene y baja la piel para ver si hay algún problema de fimosis.
Y el problema venía en este momento, la piel de mi pene bajaba muy fácil con el pene flácido, pero en erección ya costaba bastante más, con lo cual la doctora iba a tener que, o bien esperar a que me bajase la erección, o armarse de paciencia y bajarme la piel poquito a poco.
Me bajé los calzoncillos, dejando a la vista un polloncete bien hermoso debido a la erección, mi hermana hizo un gesto de sorpresa al ver aquello, seguramente ella imaginaba que mi pito aún sería como el de un niño pequeño.
La doctora fue comprobando las distintas partes de mis genitales hasta que llegó el momento de agarrarme el pene y bajarle la piel, como era normal, la piel no bajaba tan fácil, a lo que la doctora dijo:
– Huy, parece que cuesta bajarte el pellejo en erección.
– Si, pero tirando despacio acaba bajando.
No se preocupe, no noto dolores ni nada.
– Respondí yo, intentando que la doctora me hiciese caso y terminase la revisión.
– Bueno, pero de todos modos tengo que mirar que no tengas infecciones en el glande y que todo esté bien, ahora no tengas prisa que será solo un momento.
– Me dijo la doctora.
Pues nada, que aquello tardaría lo suyo, mi erección no bajaba de ninguna manera, primero por las excelentes vistas que me había proporcionado mi hermana, y segundo porque la doctora llevaba ya un buen rato agarrando mi pene y bajándome la piel descpacito, lo cual me estaba comenzando a dar un gustazo increíble.
Tenía tanta excitación que prácticamente me había desaparecido el pudor que sentía por aquella situación, y me estaba recreando en la escena: tenía a una madura guapa y atractiva agarrando mi rabo duro, y de postre la angelical presencia de mi hermana Sara, en braguitas, con sus preciosas tetas de adolescente a la vista, presenciando como la doctora manoseaba mi polla tiesa.
Estaba tan caliente que incluso me contoneé un poco para añadir mas placer al suave y constante tirón de la doctora sobre mi pellejo.
Todavía se añadió mas morbo al asunto cuando comprobé que a mi hermana se le habían puesto los pezoncitos duros, y no podía ser de frío, ya que estábamos en pleno Junio, ufff ¡mi hermana estaba disfrutando tanto como yo de aquello! Mi excitación fue hasta el límite cuando la doctora cambió el tirón constante por diversos tironcitos a intervalos, ¡aquello ya era casi como una paja! Mi cuerpo se estremecía, el gustazo que sentía en la polla era indescriptible, y como colofón final, mi mirada y la de mi hermana de cruzaron, quedándonos los dos mirando fijamente.
Pensé que mi hermana retiraría la mirada avergonzada, pero para mi sorpresa, no solo siguió mirándome, ¡sino que se relamió los labios con toda la lujuria del mundo! Aquello ya fue el colmo y no pude aguantar más, varios chorros de semen salieron disparados por toda la habitación, en el que era sin duda, el mejor orgasmo que había tenido en mi corta vida.
Tras aquella maravillosa experiencia, mi mente volvió a la realidad, sentí una inmensa vergüenza por lo ocurrido.
Había dejado pringada de semen la bata de la doctora, su mano derecha, la camilla, e incluso uno de los chorros había caído en la pierna de mi hermana.
Pedí perdón por aquel desastre, pero la doctora me tranquilizó diciendo que no pasaba nada, que era normal, y que no era la primera vez que un chico eyaculaba involuntariamente en un control de genitales.
Nos volvimos a vestir, y tras decirnos la doctora Esther que todo estaba correcto, nos fuímos a casa, prácticamente sin hablar mi hermana y yo.
Entonces, por la noche, y tras analizar fríamente lo ocurrido, recordé un detalle que me dejó helado: la doctora se estuvo un buen rato tirando del pellejo, ¡pero mi glande había quedado al descubierto mucho antes de mi eyaculación, mas o menos para cuando comencé a contonearme de placer! ¿Quería decir esto que la doctora se olvidó de lo que estaba haciendo, o que había sido partícipe de aquella paja? Eso es algo que no logré resolver hasta tiempo después.
En cuanto a mi hermana, no volvimos a hablar de lo ocurrido hasta varios días mas tarde, cuando estábamos entre risas viendo la tele y ella me dice:
– Oye, lo del otro día en el médico, qué fuerte, ¿no?
– Si, bueno, perdí el control, lo lamento.
– Le dije yo.
– No tienes nada por lo que lamentarte, ¿o es que no recuerdas aquel gesto de lujuria que te hice? ¿Crees que lo hubiese hecho si me incomodase lo ocurrido?
Sin darme tiempo a réplica, mi hermana se acerca a mi, y me da un dulce beso en los labios, y con una voz muy sensual añade:
– Tras haberte visto desnudo te veo con otros ojos, y créeme cuando te digo que disfruté del pajote que te hizo la doctora delante mío.
¿Tendrías inconveniente en volver repetir aquello, pero conmigo en el lugar de la doctora?
– Para nada, sería un placer repetir aquello a solas contigo.
Dicho esto, mi hermana me tomó de la mano, y me llevó a su habitación, allí estaríamos cómodos y tranquilos para pasar un rato muy agradable.
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