La Puñeta en el Puticlub
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por fumador.
El Puticlub tenía esas mesitas redondas y altas con mantelillos colgantes, y taburetes con respaldo. Había pocos clientes, pero estaba lleno de chicas y travestís.
En aquel tiempo los servicios sexuales de los travestis eran condenados por la sociedad tradicionalista del norte de México, así que las mas bellas trans tenían que pulular en estos putis, baratos en todo sentido.
Era verano y las chicas lucían faldas cortisimas (a media nalga) y amplios escotes.
Como prácticamente no había clientes (era miércoles), se entretenían jugando entre ellas, contoneándose y levantándose las falditas entre risas. Algunas travestis incluso bajaban momentáneamente sus calzones, mostrando provocativamente las nalgas al desnudo.
Algunas de ellas se detenían frente a mi mesa para que les invitase un trago.
Y no lo hice por que, de ser así, hubiera tenido que concentrar mi atención en solo una de ellas. En cambio; mientras no sentara a nadie a la mesa, podía disfrutar de todas ellas jugando, a medio metro de mí.
Observando de cerca todas esas piernas, rostros y nalgas, me excité mas de lo prudente, y no me dí cuenta cuando empecé a frotar mi pene por encima del pantalón.
Parecía haber una extraña coordinación entre sus juegos, y la extensión y grosor de mi pene; cuanto mas excitante y erótico era su juego, mas crecía mi problema.
Llegó un momento en que no pude evitarlo, y sin que nadie lo notara, bajé el cierre del pantalón y tuve que sacar aquello, por que ya me estaba molestando la presión incómoda dentro de los pantalones ajustados. Fué muy placentero estar masturbándome cubierto por la mesita y el mantel, frente a esas chicas que me sonreían. Ellas solo veían a un cliente con cara de bobo y las pupilas dilatadas, sonriendo estupidamente en medio de la penumbra coloreada de rojo por los faroles del bar. Era un acto de imprudencia a todas luces; si el personal del puticlub se hubiera dado cuenta de lo que ocurría, me habrían invitado rudamente a salir a la calle. Si las chicas lo hubiesen notado, seguramente se armaría un pequeño escándalo. Y yo, avergonzado, no podría volver a ese lugar en mucho tiempo.
Y nadie lo habría notado, de no ser por que una de las muchachas, una chica de unos 25 años, de dulces ojos, se acercó abruptamente y agarró mi hombro.
Rápidamente, traté de jalar el mantel, pero fallé …y ella vió lo que tenia en la mano. Pensé que todo estaba perdido, pero ella no gritó, ni pareció molestarse. Por el contrario, sonrió picaramente.
Me invitas un trago? -preguntó- Y te ayudo…
Me ayudas? Repetí nervioso.
Si, te ayudo a frotarte la verga. –dijo en mi oído, mientras reía-.
Me pareció una gran oferta y acepté de inmediato.
Apenas comenzaba a disfrutar su perfume, la frescura de su cuerpo junto al mío, y su mano suave y delicada acariciando mi pene erecto, cuando un travesti de mediana edad se acercó contoneándose a nuestra mesa. Ella alargó el mantel y cubrió su actividad manual.
Resultó que eran amigos.
Se pusieron a intercambiar chismes. Me imagino que eran graciosos por que ambos reían. Yo no podía concentrarme en la plática por que la chica apretaba mi pene al ritmo de su risa.
Estaba a punto de eyacular cuando el chico comprendió lo que pasaba. Me echó una mirada cómplice y se acomodó con nosotros. Pensé que la cosa se estaba complicando de más, y me preocupé. Pero el travesti no fué un problema, por el contrario; nos cubrió de la mirada de los meseros que deambulaban de vez en cuando.
En determinado momento ella sacó su mano y el la tomó. Los dedos de ella estaban brillantes por el líquido cristalino de mi pene. No se enojó, como yo creí, sino que ambos jugaron con mi esperma entre sus dedos.
Ordenamos otra ronda y ella continuó con su masaje en medio de la plática, los chismes y la música. Hubo algún comentario mordaz, y ella le dió una palmada cariñosa en el dorso de la mano. El intentó devolvérselo, pero el manazo dió en mi pene. Hubo una explosión de risas, y comenzaron a jugar a arrebatarse mi pene. Al final; el tomó el tronco del pene y comenzó a masturbármelo con suavidad. Ella abarcó con sus dedos la cabeza y la mitad superior.
El era un experto en esas lides. Sabia donde poner cada dedo, donde apretar, y a que velocidad masturbar, para que mi pene diera brincos involuntarios. La mano de ella, en cambio, era mas bien traviesa, juguetona y suave.
Estuve a punto de eyacular varias veces, pero logré controlarme haciendo esfuerzos sobrehumanos.
Nunca me he considerado un “dotado” en asuntos fálicos, sino que mi pene es solo un poquito mas grande de lo común para un hombre de mas de 1.80 metros. (bueno; al menos eso creo). El caso es que las manos de ambos abarcaban casi todo el largo de mi pene, y creo que por eso la actividad de los dos era tan coordinada.
Comenzaron a hablar acerca de la amistad. Ellos hablaban. Yo no podía hablar, ni pensar racionalmente. Lo único que hacia era luchar conmigo mismo para retener lo mas posible la emisión de esperma. Y esto hacia que mi cuerpo fuera presa de espasmos y temblores. Mi cara debía de estar descompuesta, pues ellos me miraban y no podían contener la risa.
Claro que somos amigas! -Dijo ella- mira como estamos; media verga para ti, y media verga para mi. Otra explosión de risas, y ambos apretaron fuertemente mi pene al unísono. Creí que ese era el final. Ya no podía mas. Tenía que soltarme y eyacular ahí mismo. Pero no fue así.
Cuando mi pene estaba listo para lanzar chisguetes de líquido, dos chicas que bailaban llegaron hasta la mesa y me contuve.
Tenían curiosidad sobre nuestra plática.
Parece que se la están pasando de maravilla –Dijo una chica llenita, con ese tipo de nalgas con forma de pera. De esas de las que uno sueña con tenerlas rebotando sobre nuestro pene endurecido. La otra era una morena de labios húmedos que fumaba un cigarrillo largo y delgado.
No tardaron en comprender lo que pasaba, y la morenita le dijo al travesti: “Janette, déjanos ver el equipo de este muchacho”
Todos rieron, y mi invitada apartó el mantel para que vieran el espectáculo. No supe si sentirme ofendido, halagado o angustiado. Ella me consoló besando mi mejilla.
Todo estaba fuera de control. Ahí estaba yo, con una chica a mi derecha y un travesti a mi izquierda, masturbándome, en medio del bar, mientras la morenita curvilínea miraba mi pene a punto de estallar, con sus ojos bien abiertos y sus labios fruncidos, como si fuera a dar un beso a alguien. La chica llenita veía la escena con una expresión de embeleso, la punta de su lengua humedeció sus labios, y yo creí detectar un matiz de deseo en esos ojos brillantes.
Le están haciendo la puñeta. –dijo asombrada-.
Sabía que aquello iba a acabar en un desastre. Y que en cosa de un minuto yo seria arrojado a la calle, con el pene de fuera, en medio de burlas y carcajadas. O aun peor; alguien llamaría a la policía, y era cosa de terminar detenido por delitos contra la moral!
Pero ya era demasiado tarde. Ya no podía contener la calentura y la eyaculación. Mi pene comenzó a latir con fuerza y luego a dar brincos.
Para colmo de males, apareció otro testigo: Un jovencito travesti, si acaso con dieciocho años (la edad mínima para entrar a bares en México), pintado como una niña, llegó de frente a la mesa. Abrió la boca para preguntar que ocurría, pero las palabras no salieron. Se quedo así, con la boca abierta. Su mirada se clavo en mi pene, y las chicas rieron por lo bajo.
Mi pene se puso rígido y pude sentir los últimos latidos previos a la eyaculación; pum!, pum!, pum!
El jovencito al fin pudo hablar.
“Que vergón!” –Murmuró- y lanzó un beso al aire.
Todos rieron bajito, y la cosa explotó al fin
Mis ojos se abrieron como platos, mi pene disparó con fuerza una pequeña lluvia de esperma, mientras mi pelvis avanzaba y retrocedía sin poder evitarlo. El liquido chisporroteó, y salpicó las piernas de la chica llenita, la morena y las del jovencito travesti.
Eso acabó con la fiesta: La chica llenita de nalgas modelo pera, torció la boca en una sonrisa forsada, y quitó el esperma de sus piernas. La morenita se alejó exclamado “Me lleva la chingada!”
La chica y el travesti que me masturbaban, no pudieron contenerse y estallaron en una gran carcajada.
El jovencito no se molestó sino que, alejándose, quitó el esperma de sus medias con el dedo. Luego; lentamente, dudando, acercó el dedo a sus labios, y probó el líquido. Volteó y me miró. Sonrió y metió el dedo dentro de su boca. Así se fué, chupando su dedo y contoneándose como una chiquilla por entre las mesas.
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